Capítulo 24 Syria

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—Gracias por dejar que me quede —dice Syria, algo nerviosa, sin saber muy bien dónde sentarse o pararse. Estar en la cueva de Cassiel, sola, después de sus confesiones, la pone incómoda.

Cassiel se acerca a ella, da una vuelta a su alrededor y sonríe. Le causa ternura y gracia que esté nerviosa por su cercanía.

—No muerdo, Syria, relájate —dice, apartándose para subir las persianas del ventanal. La luz del sol inunda el departamento, aliviando un poco el nerviosismo de Syria. Todo se ve menos amenazador con la luz del sol. O eso le gusta pensar—. ¿Puedes ver si hay algún mensaje en el contestador? Está sobre la barra de la cocina.

—¿Qué tengo cara de mula?

—¿Cómo dices?

—Nada, nada. —Syria pulsa el contestador y se inclina sobre el desayunador.

"Cassi, ¿cómo estás? Solo quería chequear contigo porque no me has vuelto a llamar. En fin, espero que esté todo bien."

"Hola precioso, no me has contestado las llamadas desde la última vez. ¿La pasamos bien, recuerdas? ¿No quieres que nos encontremos? Llámame, por favor."

"Soy Nikki, solo quería saber que estás bien, no te he vuelto a ver. Creo que... te extraño. Llámame."

Cassiel desenchufa el contestador apurado y lo tira a un lado. El aparato se rompe a la mitad en el piso.

—¿Precioso? ¿Cassi? ¿Te extraño? —dice Syria, suprimiendo la risa.

—No estoy con nadie más, te lo juro —dice a la defensiva y luego se rasca el cabello—. Quizás deba cambiar mi número de teléfono. Y de departamento. Pero tienes que saber que todo lo que he dicho es verdad, desde que vimos a ese dios...

—Ahora el que tiene que relajarse eres tú, Cassiel —dice, dandole unas palmadas en el hombro y va a sentarse junto al equipo de música para poner música. Lo primero que sale es Ring of Fire—. ¿Johnny Cash? ¿Sabes que suena más a música de tortura, verdad?

—Lo encuentro relajante, en realidad —contesta, sentándose a su lado en el piso, magnetisado a ella.

—Supongo que tiene sentido, siendo un demonio. ¿Sabes qué me dijo a mí el dios Yue aquel día? Dijo que mi verdadero amor estaba cerca, que era un hombre complicado, con muchas mujeres y que tenía cercanía con la tragedia en mi familia —un escalofrío le corre por la espalda ante eso último—. Pensé de inmediato en Mikhail, tenía sentido. Pero quizás me equivoqué. —Cassiel no contesta—. ¿Por qué tendrías algo que ver con la muerte de mi madre, Cassiel? ¿Debo cuidarme de tí también?

Él tiene el impulso de querer tomarla de ambas manos pero se detiene.

—Jamás. Syria, jamás podría hacer algo que te lastime. Tu padre lo sabe y, según entiendo, él sabe quién miente y quién no. No estaría vivo ahora de otra forma.

—¿Hablaste con mi padre?

—Le pedí tu mano —se burla él. Syria lo empuja, riéndose, y se queda arrodillada frente a él, demasiado cerca de su rostro. Cassiel levanta lentamente su mano hasta la cintura de ella.

Syria no sabe qué siente, es extraño ver a un demonio, alguien que no pertenece a su mundo antiguo, como su supuesto verdadero amor. No pertenecen a la misma historia, no comparten millones de años de conocerse el uno al otro, como sus padres y sus abuelos. Son muy distintos pero, aún así, estando cerca de él, mirándolo a los ojos, se siente nerviosa, incómoda, con cosquillas en el pecho. ¿Tendría razón Yue? ¿Sería él?

El celular en el bolsillo de su pantalón comienza a sonar y vibrar. Syria se levanta y atiende, es Olivia.

* * *

—Gracias por venir —dice la mujer, con la mirada fija en el camino y las manos tensas sobre el volante de su auto—. No se esta gente querría hablar conmigo siendo humana.

—Nosotros también somos humanos —la corrije Syria y luego piensa mejor—. Bueno, no, Cassiel al parecer no es humano. No sé qué es.

—Demonio.

—¿Y qué se supone que eres? ¿De qué estás hecho? ¿Tienes tripas?

—¿Podemos enfocarnos, por favor? —interrumpe Olivia— Zion está con su familia humana y no quiero molestarlo luego de la muerte de su madre. Mila y León no pueden verse, León sigue enojado por lo de Seth y triste por lo de Neftis, y Mila está molesta porque dice que León la quería más a Neftis que a ella. —Olivia suspira frustrada— ¿Qué pasa con todos ustedes? ¿Son todos familia y a la vez amantes?

—Algo así —contesta Syria—. Era todo un gran incesto en el Antiguo Egipto.

—¿A quiénes veremos? —pregunta Cassiel, quien solo se ha sumado a la misión por Syria. Entiende tan poco como Olivia.

—A personas cercanas de las demás personas muertas en la ciudad, sospecho que los muertos también son dioses. Y no lo confezarán si voy sola, necesito que ustedes estén conmigo para que ellos confíen en mí y hablen de lo que saben.

—¿A dónde nos estamos dirigiendo? ¿Al Aoiya? —dice Syria, reconociendo el recorrido.

—No se me ocurrió otro lugar para que se sientan cómodos.

En el bar Aoiya, todo está tranquilo y el ambiente es ameno gracias a los dioses que lo mantienen. Olivia, en cambio, está un poco nerviosa según nota Syria. Ahora que sabe que está rodeada de criaturas desconocidas y sumamente peligrosas su trabajo, el cual consideraba terreno ya domado, se transforma en un campo minado.

Olivia se dirige a una mesa con tres personas hablando por lo bajo y Cassiel y Syria la siguen. Una mujer morena y hermosa es la primera en levantar la vista, seguida de los otros dos hombres que están con ella.

—Detective —saluda uno de los hombres, vestido de traje y de cabello rubio.

—¿Por qué nos ha reunido aquí? ¿Tiene alguna novedad? —pregunta la mujer.

Olivia se sienta, Syria y Cassiel se quedan parados detrás de ella.

—Al contrario, creo que ustedes tienen información que me han ocultado desde que comencé con sus casos. Ya no tiene sentido que sigan ocultandome sus identidades, necesito saber qué dioses se esconden detrás de sus apariencias humanas. Solo así creo poder hacer algo para dar justicia a sus seres queridos.

—¿De qué está hablando? —dice el otro hombre, bufando, haciéndose el desentendido.

—Creo que tus alitas son más discretas que mi cabeza de serpiente —dice Syria a Cassiel—, no quiero tener que pagar el techo del bar.

Cassiel asiente y deja ver sus alas negras.

—Un demonio —dice la mujer, mirando a Cassiel fascinada. Syria rueda sus ojos, ¿es eso lo que deberá soportar?

—Sé todo lo que ocurre en esta ciudad, sé sobre las reencarnaciones. Sé incluso quién está detrás de las muertes pero no entiendo por qué. Necesito que, esta vez, me ayuden de verdad, sin ocultarme información. ¿Quiénes fueron asesinados? ¿Qué dioses eran?

—Hades —contesta la mujer, enojada y triste al decir su nombre—. Dios del inframundo Griego.

—Nergal —contesta otro—. Dios del inframundo Sumerio.

—Hela —termina el otro hombre—. Diosa del inframundo Nórdico.

—Ese alguien tiene una meta matando a los del inframundo —confirma Olivia—. La cuestión es ¿por qué?

—A alguien no le caen bien los del inframundo —dice Syria.

—Niña —interrumpe la mujer, Syria se contiene de decirle algo—, es mucho más que eso. Sin dioses del inframundo, sin los seres que reinan sobre las almas, no podemos volver a reencarnar. Estamos condenados a una sola vida.

—Mierda.

—Tenemos que hablar con Zion y los demás —dice Olivia dándose vuelta hacia Cassiel y Syria—, necesitamos adelantarnos a los planes de ya sabemos quiénes.

—Nosotros también —dice uno de los hombres—. No nos quedaremos de brazos cruzados, ninguno de nosotros.

—Por favor, trabajemos juntos en esto, será mucho mejor para todos y evitaremos fallos. Lo que no entiendo es —dice Olivia, pensativa— ¿qué tuvo que ver Ana en esto? Ella no era del inframundo.

Syria tampoco lo entiende. Su madre, en cambio de su padre, no era un ser del inframundo, ella era la diosa de la felicidad, de las fiestas y la música. ¿Por qué habrían de matarla? Incluso la muerte de Tot tenía sentido, con él muerto toda su sabiduría y ayuda posible se había perdido.

—¿Qué hay del anillo, el cabello de anciana y los hilos? —recuerda.

—No lo sé —contesta Olivia, abatida—. Al tratarse de un ADN desconocido, no podemos hacer nada con eso.

Los tres dioses también hablan entre sí y luego vuelven a dirigirse a Olivia.

—Estamos de acuerdo en que juntos podremos resolver esto pero necesitamos saber quiénes están involucrados en las muertes —dice el hombre rubio de traje.

—También deben saber que no solo nos compete a nosotros tres —dice la mujer—, sino a todos y cada uno de los dioses que viven en la ciudad. No dejaremos que un demonio, una humana y una niña se encarguen de esto por sí solos.

—Reunamonos otra vez —dice Olivia, sin tomar ofensa. Syria, en cambio, está roja de que la hayan llamado niña otra vez—. Estaremos en contacto con ustedes, ¿está bien?

Olivia se levanta y estrecha la mano de los tres dioses. Cassiel vuelve a su forma y Syria apoya una una mano sobre la mesa, inclinándose para mirar a los tres dioses a los ojos, en un intento de imponer su presencia.

—Quiero que quede claro que no soy una niña —dice, entrecerrando los ojos—. Soy Qebehut, una diosa egipcia. Recuérdenlo para la próxima vez que me vean. Una mujer de cinco metros con cabeza de serpiernte. Sí, eso dije, cinco metros —susurra.

Cassiel toca su hombro, tratando de decirle que es tiempo de irse.

—Se veían muy asustados, eres aterradora cuando quieres —dice sarcástico.

—Me buscan y me encuentran, Cassiel. Me encuentran.

Caminando hacia el auto de Olivia, el hombre de traje los sigue.

—Esperen un momento, no pude evitar escuchar acerca de una mujer muerta. Algo sobre una anciana —dice, tipeando algo en su celular. Al instante el celular de Olivia comienza a sonar—. En la dirección que mandé vive una diosa oriental, quizás encuentren alguna respuesta con ella.

El hombre se va y Syria espía el mensaje que Olivia está leyendo. Esa dirección le es familiar.

—¿Yue?

—Iremos en otro momento. Ahora necesitamos avisar al resto, al parecer el grupo se llenará de otros dioses.

* * *

—Te ves nerviosa —dice Syria a Olivia, en el ascensor del departamento de Zion.

—¿Yo? Claro que no. ¿Por qué debería estar nerviosa?

—Está nerviosa —comenta Cassiel, mirando el techo, haciéndose el distraido.

—No lo sé, Olivia, dime tú —presiona, divirtiéndole su nerviosismo. Le gustaría que su padre y ella estuvieran juntos, cree que ella es una buena mujer y, además, muy compatible con Zion.

Los tres salen del ascensor y Syria abre la puerta del departamento con la llave que le ha regalado su padre. Allí, en medio del lugar, Zion está abrazado a una mujer de cabello castaño, largo y de tacones altos.

—WOW —suelta Syria.

—Quizás debamos volver en otro momento —dice Olivia, sin querer mirar.

Myrko, el dios Horus, sale desde la cocina y le tiende dos tazas de café a Zion y a la mujer. Syria se da cuenta que la mujer es una diosa egipcia, como ellos.

—Syria, Cassiel, Olivia —saluda Zion, separándose de la mujer—. Ella es Katherine, la diosa Hathor. Es la esposa de Horus —aclara, mirando a Olivia.

—Sí —dice Syria, sin saber cómo tomarlo—. Y la hija de Ra.

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