Capítulo 4

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Zion se siente satisfecho y esperanzado con las declaraciones de Olivia, la agente que ha irrumpido en su casa. Ya no importa si han invadido su privacidad o si quieren llevarlo detenido, está contento de que sus sospechas de que algo pasó con Ana sea secundada por humanos. Por milenios los dioses han logrado engañar y eludir el limitado radar de los humanos con facilidad, pero si la mujer se ha dado cuenta que este hecho va más allá de un suicidio... puede que con su ayuda logre descubrir la verdad.

—No me voy a oponer a ir a la delegación —trata de razonar Zion—, ¿es realmente necesario que me espose?

Olivia se ha informado muy bien sobre la vida de Zion y su familia. Todo está limpio, sin una sola mancha, sin un solo desliz. Su familia viene de clase media alta: su padre un pequeño empresario, su madre una ama de casa con herencia familiar, su hija menor una adolescente común y corriente. Él, Zion, graduado con un buen promedio aunque no brillante, trabajador sin una sola ausencia, y por lo poco que ha visto de él, encantador y educado. Al ojo común no hay ningún indicio que se trate del asesino de Ana, pero en su profesión sabe muy bien que lo improbable se vuelve probable. Que las apariencias engañan, incluso esos ojos verdes no pueden disuadirla.

—Protocolo —contesta ella y, sin más remedio, Zion se da la vuelta para que lo esposen—. Tiene derecho a guardar silencio, todo lo que diga puede ser usado en su contra. Puede llamar a su abogado, de otra forma se le asignará uno.

Zion sigue las órdenes y no dice nada hasta llegar a la delegación, donde lo meten en una sala de interrogatorios. Se sienta en una silla con una mesa por medio, separándolo de la agente y un secretario con un portátil. Zion no tiene idea de a qué abogado llamar, así que le asignan uno.

—Esperaremos a que llegue —dice Olivia. El secretario comienza a tipear.

Zion sacude la cabeza, está cansado de tanta espera y ansioso de decirle lo que pasó aquella noche.

—Podría haberle dado mi declaración horas atrás, esto es una pérdida de tiempo, oficial. Tiempo que no tenemos. Al igual que usted, yo no creo que haya sido un suicidio. Ana... Ana no hubiera hecho eso. ¿Terminar con su vida? Nunca. Era lo que más valoraba.

—¿Más que a usted? —pregunta Olivia en tono casual y relajado. Zion está a punto de contestar cuando se da cuenta de lo que la mujer trata de hacer, incriminarlo.

—Mire, no necesito ningún abogado —dice exhasperado—. Voy a darle mi testimonio ahora, me gustaría que escuchara y guardara sus preguntas para el final. ¿Podría ser?

Olivia mira a Johnny, el secretario, y él asiente listo para tipear todo lo que Zion diga.

—Prosiga, señor Cadi —contesta Olivia, cruzándose de brazos, lista para analizar cada palabra y cada gesto.

Zion le explica todo lo sucedido hasta cuarenta y ocho horas antes de la muerte de Ana. Cuenta de su distanciamiento y frialdad en aumento, comenta su pelea, su mentira acerca de tener un amante, sus verdaderas razones (extrañar su antigua vida), que luego trabajó y por último vio a sus amigos en un bar y con ellos se quedó toda la madrugada hasta recibir la noticia de Ana.

Al terminar, Olivia lo estudia unos segundos. Le llama la atención la pelea y la mención de un amante, pero por lo demás su relato parece genuino.

—Va a quedar detenido hasta que podamos comprobar su inocencia. Eso será todo, señor Cadi —dice Olivia, tratando de ocultar su desconcierto.

Zion siente ganas de arrojar la mesa contra la pared, quedarse preso significa perder aún más tiempo. Tiempo que podría usar para buscar y encontrar a Seth.

Toma aire y suspira, calmándose. Olivia no tiene la culpa de nada, hace su trabajo, sigue las reglas que debe acatar. Utilizando uno de sus poderes se permite ver un poco dentro de su alma: inteligente, decidida, justa.

Olivia se levanta junto con el secretario y se dispone a marcharse.

—Gracias por escuchar, oficial —dice Zion antes de que ella abra la puerta—, se que quiere lo mismo que yo. Justicia.

Olivia abre la puerta y llama a los policías custodiando la puerta para que se lleven a Zion a una de las celdas.

***

Nunca se hubiera imaginado estar preso durante esta vida, todo parecía ir bien, ser perfecta. Debió imaginarse que no tardaría mucho en irse todo al demonio con la partida de Bastet, siempre era igual. Bastet lo dejaba y él vivía en la miseria de sus sentimientos.

Sus compañeros de celda son solo borrachos y hombres vestidos de mujer, que más de uno le tira besos o le guiña un ojo. Ninguno busca pelea, la mayoría se limita a mantener su soledad y alejarse lo más posible uno de otro. Zion no se atreve a ver sus almas, intuye un desequilibrio abrumador para que su cuerpo humano soporte.

—¡Zion Cadi! —llama un policía, golpeando la reja con su chicana— Te puedes ir.

Zion se levanta rápido y se acerca a la puerta ignorando los saludos de sus admiradores.

—¿Qué pasó? —pregunta al oficial mientras abre la puerta. Olivia aparece detrás del policía, con sus brazos cruzados y facciones serias.

Zion sale y Olivia le devuelve sus pertenencias en una bolsa mientras caminan hacia la salida.

Él mira por las ventanas y se fija que el sol ha salido, estuvo toda la madrugada detenido y ella estuvo toda la madrugada trabajando fuera. Ha buscado a Theo y Mora, ha viajado al bar, ha interrogado y unido las piezas. Zion está asombrado por su eficiencia y rapidez al tratar el caso.

—Tus amigos han declarado que has pasado la noche con ellos y los empleados del lugar han sido testigos, puede irse, señor Cadi. Por ahora —dice ella.

Zion toma la bolsa y guarda sus documentos, reloj y billetera. Luego mira a Olivia y apoya una mano en su brazo.

—Ni usted ni yo descansará hasta encontrar al culpable, sería beneficioso para ambos si nos ayudáramos mútuamente —sugiere él—. Antes de que usted me arrestara, ya estaba tratando de buscar respuestas al asesinato de Ana. Porque estoy de acuerdo que ha sido un asesinato.

Olivia lo mira furiosa.

—No se meta, Zion. No se atreva a perjudicar el caso, esto no es un juego, es mi trabajo —dice, un tono más áspera de lo que había querido. Suspira y se arrepiente—. Si quiere justicia para Ana yo se la daré, pero debe confiar en mí.

A Zion le agrada por fin haber salido del lugar de sospechoso, eso significa que no tendrá a nadie sobre sus talones. Por ahora, como ha dicho Olivia. Algo le dice que volverán a cruzarse.

—Si hay algún avance, ¿me notificará? —pregunta él, asintiendo y extendiendo la mano para saludarla. Olivia solo mira su mano y vuelve a cruzarse de brazos.

—Mi gente separó la ropa que puede llevarse a la casa de su amigo, que lo está esperando en el hall de entrada —dice, evadiendo la pregunta—. Lamento su pérdida, señor Cadi.

Zion sacude la cabeza, quizás es su profesionalismo o es su carácter habitual pero nunca ha conocido a una mujer tan estricta y cerrada. Incluso su postura, cruzándose los brazos, es una señal de "no dejaré que nadie pase estas barreras". Retrae su mano, dándose por vencido, y camina hacia el hall de entrada donde su amigo Theo y sus padres lo esperan.

Su madre humana, Nell, lo abraza al acercarse y solloza en su pecho. Su padre, Tom, palmea su espalda y apoya una mano en su rostro, tratando de fundirle valor y cariño.

—Zizi, es horrible lo que han hecho. Mira que dejarte aquí, arrestado por... —Dice Nell, angustiada.

Zion se separa y mira a su madre con una pequeña sonrisa. Asegurando con un gesto que se encuentra bien.

—No tiene importancia ahora, mamá. Lo que sí importa es que la muerte de Ana se va a esclarecer. Yo sabía que no podría haber sido un suicidio.

—Pero cómo... —empieza Nell, pero Tom la interrumpe.

—No pensemos en eso ahora, Zion necesita descansar. ¿Te quedarás con Theo, verdad? —A él le gustaría que su hijo se quedara en su casa, cerca de la familia, pero entiende que quizás necesite un ambiente más tranquilo para pensar con claridad en todo lo ocurrido. Sin que su madre y su hermana lo abrumen.

—Sí. Les avisaré de cualquier noticia que tenga.

Zion se despide de sus padres y se marcha con Theo hacia su auto.

—Pensé que estaba de suerte cuando esa preciosidad se presentó a mi puerta —comenta Theo, rompiendo el hielo—. Fue hasta excitante cuando me llevó del brazo hacia la patrulla. Hasta que subí y vi a Mora dentro. Ella ya se fue —agrega adelantándose a Zion—. Ahora, ¿quieres explicarme qué fue todo esto? ¿Cómo es que no se trata de un suicidio?

—No me dijeron mucho, pero al parecer el suicidio de Ana es en realidad un asesinato encubierto, posiblemente unido a otros casos iguales. No lo sé. Mi casa está perimetrada, no puedo volver hasta que lo ordenen.

Ambos se detienen en el auto de Theo, estacionado en la vereda de la delegación, a metros de la puerta, y mientras su amigo saca las llaves y abre las puertas, Zion observa un auto estacionarse justo frente a la entrada, en los lugares reservados. Un cosquilleo corre por su espalda y una sensación extraña lo inunda, justo como cuando está cerca de alguien ligado a su pasado.

El hombre que sale del auto parece rondar su misma edad humana, es pelirrojo y se mueve con la gracia de un hombre poderoso. El extraño está a punto de encaminarse a la delegación pero algo lo detiene en medio de la acera. Y lo mira.

Ambos mantienen la mirada por un segundo.

—¿Vienes? —dice Theo desde adentro del auto.

El extraño se da la vuelta sin interés y entra a la delegación.

Zion sube al auto, desconcertado. El extraño no es otro que Seth.


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