Capitulo 25

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Por fin después de dos años regresaba a su hogar. Ahora era muy diferente a como era cuando se marchó de Amphibia. A sus veinticuatro años, Anne había madurado entre las elegantes calles de Nueva York y los suntuosos restaurantes. Su trabajo la había hecho más responsable y paciente, más distinguida y sensata de lo que fue en alguna ocasión.

Tras meses de tratar con extravagantes personajes, entre los que podían llegar a catalogarse tanto artistas como clientes, estaba totalmente preparada para volver a ver a Sasha y no saltar ante sus provocaciones.

Esta vez venía decidida a no caer de nuevo entre sus brazos como una joven insensata y buscar al fin a ese hombre ideal que la estaba esperando en algún lugar. Si por un casual Sasha conseguía mostrarle que cumplía con toda su lista, tal vez, sólo tal vez, se rendiría a la evidencia y accedería a su alocada propuesta.

Hacía un año que había cambiado su viejo coche por uno nuevo y más exquisito, mucho más lujoso y apropiado a su nueva imagen de mujer de negocios: un deportivo descapotable de color plateado que apenas aparentaba ser de segunda mano. Gracias a las comisiones de sus ventas en la galería de arte, había conseguido ahorrar algo para poder decidir qué hacer en esos instantes en los que retornaba a casa sin un rumbo concreto marcado en la vida.

Lo primero sería buscar a sus hermanos para sorprenderlos con su llegada adelantada y su nueva imagen de chica perfecta. ¿Serían capaces de reconocerla con su nuevo aspecto? ¿La reconocería Sasha después de tanto tiempo? ¿O podría jugar un rato con ella simulando ser otra?

Tal vez podría enredarse con ella en un bar, seducirla en el baño y después de besar esos excitantes labios, de acariciar su cuerpo, de dejarse avasallar por su pasión salvaje y penetrar por su duro miembro mientras observaba la imagen de ambas en el espejo y le confesaba entre embestidas quién era, entonces ella...

¡Mierda! Todavía no la había visto y ya se estaba volviendo loca de deseo, ¿se puede saber qué narices tenía Sasha para hacerla recaer siempre ante su persona? Lo mejor sería buscar a sus hermanos y olvidarse de Sasha por un tiempo, al menos hasta que sus hormonas dejaran de estar revueltas y su cuerpo estuviera menos avivado.

Anne aparcó delante de la tienda de alimentos del señor Templen, bajó de su coche dejando a todos los curiosos de los alrededores con la duda acerca de quién sería ella, cerró con delicadeza y guardó las llaves en su bolso rojo de Tous, regalo de un artista algo chiflado por haber vendido todos sus cuadros.

Anne se dirigió con paso firme hacia la tienda sobre sus tacones rojos de diseño y buscó entre las personas de la tienda a Toadie Templen, uno de los cotillas más grandes del lugar. Si él no sabía dónde estaban sus hermanos, entonces no lo sabía nadie.

―Buenos días, señor Templen, ¿me podría decir dónde están mis hermanos? Estoy deseosa de volver a verlos después de tanto tiempo; por cierto, lo veo igual de joven que siempre―comentó Anne sonriente.

―Esos modales tan refinados y de perfecta señorita solamente pueden ser de Anne Boonchuy ―dijo sonriente el viejo tendero mientras la abrazaba fuertemente con cariño―. A ver que te vea ―expresó apartándola de sí para fijarse otra vez en su nueva imagen―. Apenas te reconocería si no fuera por tus exquisitos modales. ¿Y bien? ¿Vienes para quedarte, o te irás con tu arte a otra parte?―bromeó el señor Templen.

―Por ahora me quedaré un tiempo―respondió Anne―, hasta que decida qué hacer. ¡Quién sabe! A lo mejor monto aquí un negocio propio y me quedo para enseñarles a todos lo que es el arte.

―Oh, aún recordamos en este pueblo tu artística colaboración a la cabalgata aquel año―se rió Toadie al rememorar viejas trastadas de esa jovencita.

―¡Señor Templen!―lo regañó Anne entre risas―. Eso fue solamente la travesura de una joven alocada.

―¡Ah, pero qué travesuras! Nos pasábamos días hablando de ti y de la chica de los Waybrith. Por cierto, Sasha se ha convertido en una muchacha de éxito, ha abierto una tienda de muebles y ha hecho algún que otro arreglo a casas ruinosas llegándolas a transformar en auténticas maravillas. Si te quedas deberías comprar una de sus casas, los forasteros se pelean por adquirirlas.

―Por ahora no sé dónde me quedaré, lo más probable es que vaya a casa de mis padres. Por cierto, ¿ha visto a mis hermanos? Tengo que hablar con ellos sobre eso precisamente.

―Ah sí, pequeña, hace un momento me dijeron que estaban los dos en el bar de Wally junto con Alan tomando unas cervezas.

―Bien, entonces será mejor que me marche antes de que se larguen de allí―contestó Anne con un brillo travieso en los ojos que no engañaba a nadie.

Cuando Doña Perfecta salió por la puerta, Toadie levantó el teléfono y, con una sonrisa, comentó.

―La chica de los Boonchuy ha vuelto y está muy cambiada, apuesto veinte a que Sasha no la reconoce.

Todos los hombres en el bar de Wally volvieron sus ojos hacia la puerta cuando una despampanante castaña de pelo corto liso y ojos marrones entró por ella.

Sus caderas se bamboleaban sobre unos tacones rojos de infarto. Su falda de tubo podría parecer sobria si no fuera porque se pegaba a todo su cuerpo como un guante, torneando su hermoso trasero. La elegante blusa roja se adhería a su cintura, moldeando sus pechos y mostrando a través de su escote el bordado negro de una selecta ropa interior. Una chaqueta negra que completaba su atuendo colgaba del hombro despreocupadamente mientras caminaba con decisión hacia una de las sillas vacías que se hallaban junto a Sasha.

―¿Estás sola?―le susurró al oído inclinándose hacia ella y mostrándole su ropa interior.

―Sí, estoy sola, ¿quieres una copa?―preguntó la Salvaje devorándola con la mirada.

Pues ahora que lo dices, estoy sedienta. ¡Hola, me llamo Amanda!―dijo alegremente tendiéndole la mano.

Le cogió con delicadeza su mano y se la llevó a sus labios, besándola con ternura; luego le dio la vuelta despacio y besó su muñeca, seduciéndola con sus labios. Cuando por fin la dejó escapar, se presentó con un tono seductor que la hizo temblar.

―Me llamo Sasha Waybrith, ¿qué hace una chica como tú por aquí?

―Agobiada por la gran ciudad, he venido a este recóndito pueblecito, pero me aburro con facilidad, ¿me puedes decir qué puedo hacer para divertirme?―preguntó mientras sus finos dedos acariciaban provocativamente su muslo, acercándose cada vez más a su miembro.

―Si quieres podemos quedar esta noche para cenar en un buen restaurante, luego te puedo enseñar lo que tú quieras.―la oji escarlata movió su mano lentamente hasta depositarla sobre su erección y mostrarle lo que en verdad quería enseñarle.

Vale, de acuerdo―dijo Anne tragando saliva e intentando retirar su mano―. Pero quedamos aquí y luego me guías hasta el restaurante.

Al final Sasha dejó su mano libre; la castaña se puso en pie decidida a marcharse, pero ella se bajó del taburete, la cogió bruscamente y la pegó a su cuerpo mientras le susurraba al oído:

A las siete y media aquí, no lo olvides nena.

Después de besar su cuello la dejó ir temblorosa hacia la salida y,cuando por fin estuvo fuera del alcance de su vista, sonrió satisfecha hacia sus amigos, que se dirigían furiosos hacia ella.

―¿Se puede saber quién era ésa?―gritó furioso Polly.

―¡Sí! ¡Dices que te mueres por Anne y, a la primera tía buena que se te pone por delante, la olvidas!―recriminó Sprig.

―¡Si piensas que te vamos a ayudar a conquistar a nuestra hermana cuando ya estás pingoneando por ahí, estás loca!―continúo Polly.

―¿Habéis acabado ya con vuestro sermón?―preguntó Sasha hastiada.

―¡No!―contestaron los dos hermanos furiosos, y antes de que los Boonchuy se aliaran para pegarle un tiro, Sasha los interrumpió― Lo mejor que podemos hacer es dejarla en manos de papá y su escopeta, seguro que él...

―Chicos, chicos, ésa era vuestra hermana―aclaró la oji escarlata dejándolos con la boca abierta.

―¡Eso no puede ser!―exclamó Polly.

―¡Ni siquiera nos ha saludado!―se quejó Sprig.

―Se ha hecho pasar por otra chica; no sé por qué pensó que yo no la reconocería―comentó Sasha.

Tal vez porque está muy cambiada―señaló Polly.

―Reconocería a tu hermana aunque se vistiera con un saco de patatas y se rapara al cero. Además, los zapatos que llevaba se los regalé yo―sonrió al recordar el día en el que la obsequió con ese presente.

Sigo sin pensar que esa chica pueda ser Anne, está demasiado bien para ser ella―comentó Sprig enfadado.

Pues ve a casa de tus padres y, si la misma chica que estaba insinuándose a mí no está abrazando a tus padres, te regalo todas las reformas de tu desastroso apartamento.

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