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Semanas después
Estambul, 1603

Cada noche que pasaba en el palacio, era una concubina distinta para el joven sultán. El gobernante se rehusaba a tocar a cualquier mujer que entraba a sus aposentos, pero luego la tentación era inevitable. Casi nadie se podía resistir a ella.

Fahriye Hatun fue la última mujer en pisar los aposentos del sultán, y desde ese día, ninguna otra ha podido ir a la Hasoda debido a que Ahmed sólo la llamaba a ella. Y eso estaba a punto de provocar una rebelión en el harén otomano.

Handan Sultán ya no sabía que hacer para calmar a las concubinas; lo había intentado todo, pero ya nada era suficiente. Sólo Alá podía salvarlos de cualquier desgracia que se avecinara.

—Sultana. —La delicada voz de Raziye Kalfa llamó la atención de Handan, quien se acercó a ella con la esperanza de alguna buena noticia.

—¿Qué noticias traes Raziye? ¿Ya hallaron una solución para calmar a la muchachas? —preguntó la gobernante del harén con cierto toque de nerviosismo.

—Aún no encontramos una solución, lo lamento sultana.

Handan suspiro molesta y se dedicó a dar vueltas por toda la habitación, mientras que Raziye la miraba con ojo atento.

«Hace poco ella era una simple Hatun que tuvo la suerte de estar en la cama de un hombre de la dinastía, ahora mírala. Se convirtió en la Valide Sultán de nuestro gran imperio» pensó la Kalfa con nostalgia.

—Debo hacer algo con esta situación, pero tampoco puedo descuidar al imperio. Si tan sólo mi hijo me dejara hacer algo —murmurró Handan llevando sus manos hacia el rostro, se sentía frustrada por la actitud de Ahmed. Entendía bien que no quería ser la marioneta de una mujer, aunque a veces el consejo de una era muy necesario.

Raziye quería decir algo, sin embargo, no sabía que decir exactamente. Era algo relativamente sencillo lo que quería comunicar, incluso sentía la seguridad de esto calmaría a las concubinas.

—Valide Sultán —llamó Raziye a Handan—, puede que yo tenga la solución a todo esto.

—Habla de una vez mujer —inquirió Handan.

—He escuchado rumores de que una descendiente de Mahidevran Gülbahar vive en el harén. Podemos enviarla a ella, pero el problema es que no se quién sea la mujer —informó Raziye, esperando la reacción de la sultana.

—¿Y tú crees qué eso las calmara? —cuestionó la Valide Sultan a su Kalfa, pero antes de que Raziye respondiera, Handan agregó:— ¿Qué tal si ocurre todo lo contrario?

—No perdemos nada con intentarlo Valide.

—Entonces ve y tráeme a esa muchacha.

Raziye asintió y salió de los aposentos con la esperanza de que todo volviera a estar en paz.

En otra parte del palacio, una joven se dedicaba a acomodar las camas de sus compañeras como castigo por atreverse a hablar de más. Era algo que ella no podía controlar, estaba en su naturaleza ser así.

Hatice ya estaba cansada, pero debía terminar todo si quería obtener la cena de esa noche. Sin embargo, no sólo tenía que lidiar con el castigo, sino también con las burlas de las demás.

—Mirenla, la esclava que también sirve a otras esclavas —dijo Cemre con burla, provocando que las demás se rieran.

—Tienes razón —habló otra mujer de nombre Hasret—, quizás también podamos pedirle que nos lave las manos y que la comida nos la de en la boca.

Hatice tan sólo pudo cerrar sus ojos con fuerza para evitar que lágrimas amargas escaparan de ellos, pero eso no detuvo las burlas de las demás hacia su persona. Se sentía triste, sola y olvidada; ni siquiera su familia la amaba.

La joven recordó los días que fue feliz en su tierra natal Circasia, una tierra totalmente fértil para cualquier cultivo, pero que sus ideas retrógradas le hacían tener mala fama.

También recordó la alegría de su niñez, mas esa felicidad poco a poco se fue desvaneciendo conforme ella y sus hermanas crecieron.

Su hermana menor, Safiye, la casaron con un noble inglés que le daría títulos, dinero y una buena vida por el resto de sus días. A su otra hermana, Firuze, la dejaron irse con el amor de su vida sin ningún tipo de condición.

¿Y dónde quedaba ella?

Sus padres hicieron de su vida un total infierno. La obligaban a pedir limosnas en el mercado con el riesgo de que su hija no volviera, pero eso a ellos no les importaba. Incluso trataron de venderla a un burdel, pero la propuesta de darla como regalo al harén a cambio de varias monedas de oro, fue más atractiva.

Y aquí está, una pobre chica tratando de sobrevivir a un mundo cruel.

—¿Qué pasó Hatice? ¿El gato te comió la lengua? —Y ahí estaba otra vez las burlas que no hubieran parado de no ser por la presencia de Raziye Kalfa.

—¿Por qué tanto alboroto aquí? Deberían estar trabajando y no estar perdiendo el tiempo.

Hatice sonrió con discreción y se dispuso a seguir con su labor, pero la Kalfa se lo impidió.

—Quiero que vengas conmigo Hatice, necesito tu ayuda con un tema urgente —pidió Raziye.

—¿Y esa Hatun en qué puede ayudar? —farfulló Cemre con molestia—. Yo soy mucho mejor que ella.

—No olvides que tú también eres una Hatun. —Le recordó Hatice a su contraria, pero antes de que Cemre pudiera contraatacar, Raziye jaló a su asistente fuera del harén.

Tinos, Grecia

Tinos es una isla que forma parte de la República de Venecia, en ella su actividad principal es el comercio de sus habitantes. Tiene bellos paisajes verdes y un hermoso mar azul donde puedes ir a pasar los ratos libres.

Su gente goza de una gran algarabía dignas de admirar, pero lo que más hace brillar a Tinos, es que nunca se dan la espalda. Siempre se están cuidando entre ellos.

Y en una de esas calles empedradas donde la gente intercambia sus cosas, hay una joven de extraordinaria belleza de nombre Anastasia.

Anastasia es hija de un sacerdote que falleció cuando era niña y su madre es una mujer que ha dedicado la mayor parte de su vida al comercio, algo que no era bien visto por su difunto marido que siempre le decía que las féminas sólo debían dedicarse al hogar y a sus hijos.

—¡Anastasia! —gritó Hatria, madre de la joven—. Trae la seda que deje en la casa. Esta sobre la mesa de la cocina.

Anastasia asintió y salió corriendo hacia su casa, pero justo en ese momento las campanas de la iglesia comenzaron a repicar.

—¡Otomanos! —vociferó uno de los comerciantes—. ¡Los otomanos estan aquí!

Lo que antes era un ambiente tranquilo, se transformó en un caos con los gritos llenos de terror de las mujeres y los niños que buscaban algún lugar donde ponerse a salvo.

—¡Madre! ¡Madre! —Anastasia regresó con premura a lado de su madre quien ya tenía una espada de hoja doble en su mano—. Debemos irnos madre.

—Tú vete Nasia, yo me quedaré aquí a defender a mi gente —informó Hatria.

—Por favor mamá, debemos irnos y ponernos a salvo.

—¡Ya te dije que no! Ahora quiero te vayas de aquí.

Anastasia hizo un último esfuerzo de convencer a su madre de escapar, pero sus palabras no fueron escuchadas. Así que también decidió quedarse a lado de ella.

Hatria era muy buena con espada, ya había matado a tres de sus enemigos. Sin embargo, no vio venir ese golpe que separó su cabeza de su cuerpo.

—¡Mamá! —El grito de la joven alertó al hombre que le arrebato la vida a la mujer que la trajo al mundo—. ¡Tú mataste a mi madre! —gritó Anastasia llena de lágrimas.

El hombre ni contesto y se acercó a ella con la clara intención de dañarla.

—¡No te acerques a mí!

Pero el hombre ni se inmutó y siguió su camino hacia ella que en un pobre intento de defenderse, terminó por lastimarse a si misma. Ese momento fue aprovechado por el enemigo quien se llevó como un costal de papas a la chica.



♦La información acerca de Mahfiruz Hatun es muy escasa, por lo que no se sabe a ciencia cierta varios detalles de su vida.

♦La historia que mostré de Mahfiruz antes de llegar al harén, es de mi total invención.

♦Se dice que el nombre de Kösem antes de ingresar al harén, fue Anastasia. De igual manera, también se dice que fue hija de un sacerdote.

♦Al igual que Mahfiruz, la historia de Anastasia antes de ingresar al harén, es de mi total invención.

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