Esta vez cuando despertó, fue por el profundo silencio que abarcaba su alrededor, como un río de noche con las bestias acechando desde sus escondites, se sentía la presa perfecta. Atrapó sus manos sobre su pecho y acarició sus delgadas muñecas, no fue hasta sentir un roce en su pómulo que se volteó para ver una pequeña lluvia de pétalos negros, se sentó sobre las sábanas blancas notando los pétalos regados a su lado, siguiendo el rastro vio un jarrón improvisado con una botella de vidrio y dentro de ella descansaba el tallo de una agonizante rosa negra.

Sonrió triste. Posó sus desnudos pies sobre el frío suelo y se dispuso a levantar toda la ropa tirada, las dobló y las colocó en columnas sobre la cama. Comenzó a ordenar todo y abrió las cortinas dejando entrar los rayos mañaneros y abrió la ventana para dejar pasar las brisas frescas para despejar el olor a encierro.

Todo quedó completamente impecable dentro del departamento e ignoró las miradas que lo seguían desde cada extremo del lugar.

Tomó una muda de ropa –específicamente su favorita– y se encerró en el baño para minutos después salir vistiendo unos jeans negros y una campera holgada de color gris, se puso las zapatillas y tomó mucho aire con una sonrisa. Abrió una caja dentro de un armario, sacando una vieja foto con polvo que limpió con delicadeza, habían dos personas sonrientes abrazándose, uno besando la mejilla del otro con cariño, ambos viéndose tan felices. Acercó sus rechonchos labios a la figura y plantó un beso. Dejó el cuadro sobre la mesada y se dirigió directo a la puerta donde al cerrarla se dio cuenta que descansaba una mariposa negra.

El interior no fue muy diferente el resto del edificio, fúnebre y vacío.

Sus pies tocaron un escalón, prosiguió con otro, siendo un incesante subida sin retorno. Escuchó voces… murmullos que le incitaban a apurar su paso. Al llegar a uno de los descansos de la escalera vio a un muchacho vestido de verde, Hoseok. Éste se aferró a su brazo, impidiendo que siga subiendo, forcejeó intentando librarse y soltó sonoros quejidos de dolor.

—¡No puedes irte! ¡Piensa en lo que puedes hacer! ¡¿No te gustaba la danza?! ¡Dedicate a eso! ¡Sólo-… sólo… —Su voz se desvaneció y cayó al suelo de rodillas, todo su brillo se extinguió y alzó una mano intentando poner un último esfuerzo en detenerlo.

Fue ignorado.

Jimin prosiguió con su camino, el destello en su mirada ya no existía pero aún así mantenía una pequeña sonrisa de paz. El segundo descanso lo esperaba alguien rojizo y elegante de labios cerezas, se aferró a él delicadamente, su mirada suplicando pero perdiendo lentamente el color de su piel… tornándose gris.

—Piensa, por favor, no dejes cegarte, ¿si? Por favor —Pero se detuvo cuando notó las emociones vacías en los orbes carentes de vida, lo soltó y retrocedió, dejando que siga su camino y rindiéndose completamente.

No hubo más descansos, sólo la puerta final que al abrirla se iluminó todo, su mundo se pintó de distintos colores, de tonos azules y nubes blancas. Las ventiscas acariciaron dulcemente su rostro y se acercó al borde del límite. Sus lindas pestañas tocaron sus pómulos en un consuelo.

A su mente sólo podían llegar recuerdo tras recuerdos hasta concluir en un irritante sonido… El sonido del teléfono.

Quería dejar de escuchar ese sonido.

¿Cómo podía detenerlo?

No podía ver a la persona vestida de negro detrás de él, quien se acercó cuando Jimin suspendió su pie en el aire, una exhalación.

—Todo es un sueño… Quiero despertar —balbuceó.

Sólo bastó un suspiro para que la figura negra empujara a la pobre alma hacia un precipicio.

El ruido de un impacto y los gritos de la multitud llenaron las calles teñidas de rojo.

Todo era un sueño.

Él sólo quería despertar.

La esperanza murió primero luego de perder su núcleo, lo único que quedó fueron los recuerdos de su amor, quien se fue con la muerte en un sueño sin despertar.

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