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"𝚃𝚘𝚍𝚘𝚜 𝚗𝚎𝚌𝚎𝚜𝚒𝚝𝚊𝚖𝚘𝚜 𝚊𝚕𝚐𝚞𝚗𝚊 𝚟𝚎𝚣 𝚞𝚗 𝚌ó𝚖𝚙𝚕𝚒𝚌𝚎
𝚊𝚕𝚐𝚞𝚒𝚎𝚗 𝚚𝚞𝚎 𝚗𝚘𝚜 𝚊𝚢𝚞𝚍𝚎 𝚊 𝚞𝚜𝚊𝚛 𝚎𝚕 𝚌𝚘𝚛𝚊𝚣ó𝚗
𝚚𝚞𝚎 𝚗𝚘𝚜 𝚎𝚜𝚙𝚎𝚛𝚎 𝚞𝚏𝚊𝚗𝚘 𝚎𝚗 𝚕𝚘𝚜 𝚟𝚒𝚎𝚓𝚘𝚜 𝚍𝚎𝚜𝚟𝚊𝚗𝚎𝚜
𝚚𝚞𝚎 𝚍𝚎𝚜𝚗𝚞𝚍𝚎 𝚎𝚕 𝚙𝚊𝚜𝚊𝚍𝚘 𝚢 𝚍𝚎𝚜𝚊𝚛𝚖𝚎 𝚎𝚕 𝚍𝚘𝚕𝚘𝚛

𝚙𝚛𝚘𝚍𝚒𝚐𝚒𝚘𝚜𝚘 / 𝚜𝚎𝚗𝚌𝚒𝚕𝚕𝚘 / 𝚍𝚞𝚎ñ𝚘 𝚍𝚎 𝚜𝚞 𝚜𝚒𝚕𝚎𝚗𝚌𝚒𝚘
𝚊𝚕𝚐𝚞𝚒𝚎𝚗 𝚚𝚞𝚎 𝚎𝚜𝚝é 𝚎𝚗 𝚎𝚕 𝚋𝚊𝚛𝚛𝚒𝚘 𝚍𝚘𝚗𝚍𝚎 𝚗𝚊𝚌𝚒𝚖𝚘𝚜 𝚘
𝚚𝚞𝚎 𝚙𝚘𝚛 𝚕𝚘 𝚖𝚎𝚗𝚘𝚜 𝚌𝚊𝚛𝚐𝚞𝚎 𝚗𝚞𝚎𝚜𝚝𝚛𝚘𝚜 𝚛𝚎𝚖𝚘𝚛𝚍𝚒𝚖𝚒𝚎𝚗𝚝𝚘𝚜
𝚑𝚊𝚜𝚝𝚊 𝚚𝚞𝚎 𝚕𝚊 𝚌𝚘𝚗𝚌𝚒𝚎𝚗𝚌𝚒𝚊 𝚗𝚘𝚜 𝚌𝚞𝚎𝚕𝚐𝚞𝚎 𝚜𝚞 𝚙𝚎𝚛𝚍ó𝚗

𝚌ó𝚖𝚙𝚕𝚒𝚌𝚎 𝚍𝚎𝚕 𝚝𝚛𝚊𝚜𝚖𝚞𝚗𝚍𝚘 𝚗𝚘𝚜 𝚍𝚎𝚏𝚒𝚎𝚗𝚍𝚎 𝚍𝚎𝚕 𝚖𝚞𝚗𝚍𝚘
𝚍𝚎𝚕 𝚜𝚊𝚋𝚕𝚊𝚣𝚘 𝚍𝚎𝚕 𝚛𝚊𝚢𝚘 𝚢 𝚕𝚊𝚜 𝚕𝚕𝚊𝚖𝚊𝚜 𝚍𝚎𝚕 𝚜𝚘𝚕
𝚝𝚘𝚍𝚘𝚜 𝚗𝚎𝚌𝚎𝚜𝚒𝚝𝚊𝚖𝚘𝚜 𝚊𝚕𝚐𝚞𝚗𝚊 𝚟𝚎𝚣 𝚞𝚗 𝚌ó𝚖𝚙𝚕𝚒𝚌𝚎
𝚊𝚕𝚐𝚞𝚒𝚎𝚗 𝚚𝚞𝚎 𝚗𝚘𝚜 𝚊𝚢𝚞𝚍𝚎 𝚊 𝚞𝚜𝚊𝚛 𝚎𝚕 𝚌𝚘𝚛𝚊𝚣ó𝚗"

- ᴍᴀʀɪᴏ ʙᴇɴᴇᴅᴇᴛᴛɪ


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Defteros se sentía solo, más de lo normal.

Sentía que su hermano lo había abandonado y aquella sensación no era muy distante de la realidad.

Aspros ya no era el mismo, Defteros ya lo había aceptado.

En su alma el hueco causado por la soledad era cada vez más grande.

Sin embargo, conocía a alguien cuya única compañía había sido la soledad.

Alguien a quien todos le habían dado la espalda por la ausencia de uno de sus sentidos.

Esa persona sería un perfecto cómplice para apaciguar el dolor que le causa la soledad.

Y esa sin duda sería la mejor decisión que pudo haber tomado.

Ahora, cinco años después, no se arrepentía de nada.

Ni de haberle hablado, ni de haberse hecho su amigo y mucho menos de amarlo.

Ese rubio le había hecho entender que la soledad no es impedimento para amar.

Y sin darse cuenta Defteros empezó a amar también.

No a los demás, como Asmita le había pedido, sino a él.

El géminis conocía a muchas personas gracias a observarlas desde las sombras.

Pero ese rubio era único.

Jamás había conocido a alguien como él: Una persona sabia e inteligente, fuerte y sentimental, atractivo y valiente, decidido y paciente.

Era sencillamente perfecto, humanamente divino.

Asmita tenía mil y un defectos, pero por cada defecto tenía diez virtudes que no hacían más que enamorarlo.

Lo que empezó como un simple intercambio de compañías para acabar con la soledad terminó volviéndose una necesidad de verse.

Muchas veces ni si quiera se hablaban, pero sabían que la presencia del otro bastaba.

Para ellos el silencio no era igual a la soledad y ese silencio a veces era la único que necesitaban.

No era necesario más para saber de la compañía del otro.

Pero ahora era distinto, ahora que su hermano había muerto y el santuario supo de su existencia ya no tenía qué ocultar.

Mucho menos sus sentimientos.

Por eso lo primero que hizo fue confesarle a Asmita que siempre lo amó, dentro de ese silencio compartido, lo amó como nadie.

Y, contra todo pronóstico, el santo de virgo correspondía aquel sentimiento.

- ¿Ya te dije lo mucho que te amo? - Le preguntó al abrazarlo por la espalda mientras su pareja preparaba el desayuno.

- Hoy no - Contestó el ciego, exigiendo indirectamente ese detalle.

- Te amé, te amo y te amaré - Afirmó al mismo tiempo que repartía besos por su pálida piel.

"Siempre te amaré" fue la muda promesa que se hicieron.

Porque Defteros ya no creía en ellas y Asmita nunca creyó en una.

Sólo eran dos cómplices que en su compartida soledad se amaban en silencio.


__Laura_Andrea__

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