O3.─ »

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- HeeSeung se arrancó la parte superior de su armadura con increíble fuerza, y la lanzó contra la pared más cercana. La misma cayó al suelo en un ruidoso sonido metálico, probablemente destruida.

─ Mi señor ─ JungWon se acercó con paso cauteloso.

HeeSeung llevaba el ceño fruncido y sus manos apretadas en puños.

─ No debí permitir que me observara a los ojos ─ gruñó en voz baja.

─ ¿Él joven omega?

─ ¿Quién más? ─ exclamó ─. Si no hubiese visto sus ojos, brillantes de desesperación, llenos de vida y pasión. Entonces no contaría con este problema.

JungWon asintió con entendimiento.

Tomar a un omega hombre como concubino, y bajo semejante juramento sobre su espalda, no era solo un riesgo hacia la vida del joven. Si no también hacia su honor.

HeeSeung había tomado a un omega hombre, los llamados poco fértiles, lo más bajo de la sociedad. Y había aceptado su juramento de recibir un niño de su vientre.

El rey debía poder con todo, y superar todos los contratiempos. Si no podía darle un niño...

─ Ya no hay nada que hacer al respecto, mi señor. El joven ya se encuentra con el resto de las concubinas. Es suyo.

HeeSeung no estaba seguro si deseaba tenerlo.

─ El primer día de su calor, necesito que me lo informen. El embarazo será mucho más probable de esa manera.

─ Así será, mi señor.

JongSeong no quería estar allí, pero tampoco quería descansar sobre la fría tierra bañada en sangre que debía ser su pueblo ahora. Deseaba más que nada, estar en el calor de los brazos de su madre. La cual, seguramente, ya descansaba con los dioses.

Jay se sentía descubierto. Allí pertenecía a alguien, y no necesitaba cubrir su cuerpo casi por completo. Su camisa era fría y suelta, y sus pantalones de un claro color perla, se ajustaban suavemente a sus piernas. Se sentía extrañamente expuesto.

Las mujeres se paseaban en vistosos vestidos coloridos, algunos más simples que otros.

Antes de llegar a esa zona del palacio, JongSeong había pasado por la vergonzosa situación de ser lavado, revisado y vestido por dos inquietas mujeres. Otro motivo de desprecio a los omegas hombres, era que su pureza era imposible de comprobar. Así que quien lo revisara, debía confiar plenamente en el juicio de su rey.

Había recibido muchas miradas sorprendidas, muchas mujeres asombradas por la presencia de un joven como él en el patio de las concubinas. Quizás había aún más silencio que el que se instaló en ese momento.

Jay entendió el porqué, cuando un increíblemente lujoso vestido, se deslizó por las escaleras. Si la mujer venía de la parte superior del lugar, era sin dudas una concubina con poder.

De cerca, pudo apreciar los rubíes incrustados en la tela del mismo, y los increíbles bordados de oro. Un largo collar de rubíes colgaba de su garganta, y su cabello estaba arreglado en un llamativo peinado.

Jay sintió un horrible escalofrío recorrerlo, cuando la mujer se acercó hacia él.

─ Muéstrale tus respetos a la madre del príncipe ─ encomendó una sirvienta que la seguía de cerca.

JongSeong sintió su labio inferior temblar, y se inclinó hacia la mujer en un respetuoso saludo. Había olvidado que claramente el príncipe contaba con una madre, y era claro que ella no estaría para nada contenta de tenerlo allí.

─ He oído el motivo por el que te encuentras aquí ─ soltó, Jay notó el veneno en sus palabras ─. Muy valiente de tu parte jurar en vano para mantenerte vivo por algunos meses más.

JongSeong se encogió en su lugar. Su cabeza daba vueltas alrededor de miles de respuestas ingeniosas que podía lanzar hacia la mujer ¿Pero de qué valdría? Ella era la mujer más poderosa allí, y Jay no era nadie. Por lo menos no hasta que estuviera embarazado. Prefería ser un nadie con vida, a faltarle el respeto a la primera concubina, y ser asesinado. Él había hecho un juramento que debía cumplir.

La mujer pareció encenderse en ira ante la falta de respuesta.

─ Así que eres silencioso ¿Eh? ─ grasnó ─. Perfecto, procura guardar tus palabras para cuando supliques a nuestro señor por tu vida, una vez más.

Jay solo asintió. Y pudo percibir enojo en los movimientos de la mujer.

─ Por cierto, niño. Mi nombre es WonYoung, por si nuestro señor exclama mi nombre cuando esté entre tus piernas.

Jay sintió sus mejillas enrojecer. Esa mujer no tenía decencia alguna.

─ Pero para tí, soy "mi señora".

Con una sonrisa de fingido triunfo, caminó fuera del patio, directo a la salida del lugar. Seguramente ella tenía más que permitido pasear por el palacio.

Se dejó caer sentado en el suelo, en donde cerró los ojos con fuerza. No le importaba si el resto de las mujeres tenía una vista de primera fila a su angustia, así que dejó las lágrimas correr, y comenzó un rezo silencioso.

─ Les suplico ─ gimoteó ─. Poderosos dioses que vigilan sobre la vida de mi pueblo. Permítame brindarles el honor que merecen tras entregar su vida por el bien del reino. Permítanme darle un niño a mi señor, y proteger también su honor para con su reinado. Permítanme cumplir con mi palabra, y juro que dejaré el resto de mi vida en sus manos. Para que me guíen, haré tal y como sus designios indiquen. Márquenme el camino hacia mi destino. Permítanme morir con honor.

Esa noche se durmió rezando, sus labios moviéndose en un susurro cansado, apretando su vientre entre sus manos.

No quería estar atado a esto, no quería pertenecerle a ningún hombre de esa manera, por más rey que fuera. Tristemente, su destino lo había atado a lo que le estaba huyendo todo este tiempo. Incluso peor, porque no era el honor de su familia lo que dependía de si engendraba un niño. Era su propia vida. Su propia vida que pendía de un delgado hilo a cada segundo que pasaba. Y Jay sabía, tenía todas las de perder.

No consiguió frenar las lágrimas hasta que el sueño lo envolvió en un triste y cansado abrazo.

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