O9.─ »

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- JungWon sabía que su situación era problemática. Comenzando por el simple hecho de haberse enamorado de HeeSeung en su juventud, y terminando por el nunca haber encontrado atractivo a un omega. Él era un alfa, y era esperado de su parte, encontrar un buen omega para casarse. Pero no le gustaban los omegas, nunca sintió real atracción hacia uno. Mucho menos las mujeres. Y pensaba que quizás estaba condenado a una eterna soledad.

Seguramente ese habría sido el motivo por el que sus dedos se apretaron con más fuerza en el cabello del omega.

Ese omega.

JungWon habría comenzado su jornada de trabajo con la vigilancia del recorrido de las monedas de oro que iban hacia el palacio. Era un día especialmente agotador, no solo por la misma labor, si no también porque no podía dejar de pensar en Jay. El joven omega había cautivado a HeeSeung en todos los sentidos. Al principio, su agrado hacia el joven no era muy grande, quizás los recuerdos de aquel amor joven jugaban su parte. Pero JungWon bien sabía, que aquel sentimiento era provocado por su rechazo a los omegas. Él comprendió más tarde, que el joven no era cualquier omega, y estaba seguro de que HeeSeung jamás lo dejaría ir. Quizás su corazón estaba predispuesto por toda la situación gestándose en el palacio. Quizás por eso su alfa lo pateó con tanta fuerza en el pecho.

El oro había llegado a salvo hasta la plaza central, cuando un joven intentó robarlo. Era sin dudas muy ágil, a pesar de su notoria juventud. Pero simplemente no se comparaba al general del ejercito del rey. JungWon lo habría sujetado con fuerza de las manos, y pegado a su cuerpo. Creyó que hasta ahí llegaría todo, pero el joven no tardó en revolverse y soltar una mano, con la que golpeó su rostro. Un poco confundido por el golpe, JungWon lo volvió a sujetar y pensó "se acabó".

─ Quieto ─ exigió usando su voz de alfa.

El joven se congeló en su lugar, su ceño fruncido en ira.

─ ¿A quién crees que te estás enfrentado, niño?

─ Oyendo su voz de alfa, a un idiota seguramente.

JungWon gruñó con fuerzas, sujetó sus cabellos con una mano, y tirando de su cabeza hacia atrás, dejó su cuello expuesto. Entonces el aroma llegó a él. Dulce e intoxicante aroma a omega. JungWon deseó tanto enterrar sus dientes en aquel delicioso cuello, que su corazón se tiñó de ira y frustración. Rápidamente sacó la espada y la colocó sobre el lugar deseado.

─ Robar el oro del rey significa pena de muerte ─ gruñó.

─ Entonces que bien que no lo he hecho ¿No?

Antes de que JungWon pudiera moverse, el joven ya se habría escabullido de su agarre, y colocado un cuchillo sobre su garganta. JungWon entendió que el no haber huido era provocado por los soldados que los rodeaban.

─ No va a ser un sucio soldado del rey quien acabe con mi vida.

Entonces lo observó a los ojos. Toda la decisión en su rostro se esfumó con confusión. El pulso del joven tembló, y JungWon pateó el cuchillo lejos de sus manos.

─ Arréstenlo.

El joven no le temía a la muerte, eso estaba mas que claro. JungWon lo empujó contra la pared de la celda y contuvo un gruñido. Su corazón bombeaba con fuerza, y en el espacio reducido, el olor a omega lo llenaba con rapidez.

─ ¿Acaso no va a matarme? ─ se burló aunque su respiración mostraba que algo en él era débil ante la situación.

─ ¿De qué valdría? No sería castigo para tí la muerte.

─ Efectivamente, buen soldado.

─ Pero ¿Sabes que clase de persona pareces?

El joven arqueó una ceja.

Era un criminal, así que JungWon tomaría de él lo que quisiera. Después de todo, su vida ya le pertenecía.

─ Uno que detestaría vivir con este tipo de recuerdo.

Con velocidad volteó al joven, su pecho chocando contra la fría piedra, y apretó su cuerpo contra el suyo.

─ Dime tu nombre ─ gruñó su alfa.

─ Nishimura Riki.

Su voz sonaba increíblemente ofendida, y su cuerpo temblaba. Seguramente sintiéndose traicionado ante la reacción del mismo.

JungWon llevó las manos hacia la parte delantera de los pantalones de Riki y comenzó a bajarlos. Su corazón entró en una extraña contradicción. No debería, no era correcto. Lo deseaba profundamente, como nunca había deseado a nadie ¿Pero en que clase de monstruo lo convertiría aquello?

Riki no quería. Él habría tenido encuentros sexuales con algunos alfas a pesar de su corta edad. Pero ser obligado de esa manera, él preferiría quitarse la vida. Así que ignorando a su sometido omega, estiró las manos hacia el cinturón del soldado y arrancando su propio cuchillo de allí, cortó la piel de su muslo derecho.

─ ¡Mierda!

En segundos, JungWon se encontraba sujetando su pierna, viendo la sangre escurrirse. Riki acercó el cuchillo a su cuello, pero cuando finalmente iba a quitarse la vida, un horrible dolor atravesó su mano, y no pudo evitar el grito sufrido que escapó de sus labios. Algo se habría roto. JungWon había pateado su mano.

─ ¿Qué has hecho? ─ gruñó JungWon, la sangre se escurría entre sus dedos ─. ¡Guardias!

Dos hombres entraron al lugar con velocidad.

─ Atenle las manos y tomen su cuchillo.

Los hombres lo hicieron con velocidad, sacando gemidos de dolor del pobre Riki, que sentía su mano estar en una posición que no debería. Los soldados no tardaron en reparar del pequeño charco de sangre alrededor de JungWon, y se acercaron a él con preocupación.

─ Señor, tenemos que llamar al doctor ─ dijo uno con tranquilidad, evitando que sonara como una orden.

─ Ayúdenme a ir hasta él ─ gruñó en respuesta.

Los soldados lo sujetaron cada uno de un brazo y comenzaron a caminar.

─ Vigílenlo en todo momento, pero no lo toquen ─ los observó con seriedad ─. No quiero sentir el olor de nadie sobre él para cuando llegue su juicio.

Porque JungWon conocía las costumbres de los soldados, de sus propios hombres. Ningún omega que cometiera algún delito grave, estaba libre de la posibilidad de ser tomado por alguno de ellos. JungWon lo odió, y eso hizo que se odiara aún más a él mismo por haber dejado que su alfa lo dominara, y casi cometer semejante locura. No quería que tocaran a Riki, y se sintió completamente perdido y desesperado con él mismo por desear tanto a un joven delincuente. Su corazón era, sin dudas, una montaña rusa de emociones sin sentido. Y él no sabía que hacer con ello.

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