28.

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- Shin Kihyun nació en el seno de una familia que rozaba lo maniático.

Ni siquiera llegaba a ser disfuncional, era un criadero de locura, violencia y sangre.

Su madre fue una drogadicta que durante todo el embarazo consumió sustancias ilícitas sin descanso, terrible considerando que Kihyun no fue su único hijo, sino que tuvo dos más. Tuvieron que ser seis en total, pero los otros tres fueron abortados. Minah se dedicaba además a vender su cuerpo para conseguir el dinero y comprar droga, por lo que sus tres hijos eran de padres distintos y ninguno conoció figura paterna además de que la materna estaba, prácticamente, ausente.

Debido a ello, Kihyun vivió de cerca lo que era la prostitución, trata de blancas y pedofilia. En especial cuando tuvo diez años y salió a pasear con su hermanita menor, Sekyung, que entonces tenía seis años. Como Minah se preocupaba solo de ella, ellos tenían que conseguir algo para comer, hurgando muchas veces en basureros para encontrar un pedazo de pan.

Kihyun sabía leer y escribir porque asistió hasta el año pasado a un colegio pues Minah quiso cambiar su estilo de vida una vez lo tuvo, pero como ocurría en gran parte de esos casos, las adicciones eran más fuertes que su voluntad. Gracias a esto, Kihyun conocía los nombres de las calles y su sentido de orientación era increíble, evitando los puntos más peligrosos de ese ya marginado barrio en el que vivían.

Aunque eso no evitó que se encontrará con ese grupo de gente riendo, fumando y gritando.

Pensó que no los notarían, después de todo, las personas tenían una extraña habilidad para ignorar a los niños vagabundos, ¿no es así?

Pero lo notaron. A él y a su bonita hermana menor.

—Hey, heeeeey —dijo uno de esos adultos ubicándose frente a él, deteniendo su paso—, niño, que linda es tu amiguita...

Kihyun retrocedió en tanto Sekyung se ubicó detrás de él, llena de tierra y oliendo a mierda. Aun así, era una bonita niña pequeña.

—Queremos pasar —dijo con voz débil.

Esos adultos se rieron.

—Está bien, ¡está bien! —dijo otro estruendosamente—. Pero ¿quieres hacer un trato, niño? ¿Cómo te llamas?

—Shin Kihyun.

—Shin, Shin —repitió un tercer hombre—, te ves hambriento, ¿quieres algo para comer?

El estómago de Kihyun sonó por el hambre y el niño sintió baba en su boca ante la perspectiva de comer algo.

—Sí, señor —balbuceó—, mi hermana y yo tenemos hambre. No tenemos comida y tenemos un bebé en casa.

—¡Bien, bien! —gritó el segundo—. Mira, Shin, ¿qué tal esto? Nos dejas a tu hermanita dos horas y luego vamos a comprar al supermercado, ¡suena increíble!

Kihyun se giró hacia Sekyung, que parpadeaba sin entender nada. Sus tripas se apretaron gracias a la necesidad de comer algo, y entonces esa idea no le parecía tan mala, ¿cierto? Esos hombres se veían muy amables.

—Bueno —dijo con una sonrisa afiebrada, necesitado de comida—, ¿debo quedarme con ustedes?

—Ve a dar unas vueltas —dijo el primer hombre que habló—, luego, regresa aquí en dos horas.

—¿Hyunnie? —chilló su hermanita cuando una de esas personas lo agarró de la muñeca, grande y enorme—. ¿Hyunnie?

Sekyung sólo balbuceaba su nombre, no decía otra palabra. Kihyun creía que ella estaba enferma de la mente, como el bebé, que lloraba todo el día y, como ellos, apestaba a basura.

Dos horas después, Kihyun volvió y le entregaron a su hermanita: sangrante, en shock, golpeada. Pero junto a ella, venía una bolsa con pan, queso y leche.

Tuvo que sentirse mal, culpable, asqueado por la situación, sin embargo, Kihyun no sintió pena por toda la situación. Sabía desde hace mucho que la vida era una jodida mierda con la gente como él y que en ese lugar debía sobrevivir el más fuerte. Sus hermanos no lo eran. Su mamá tampoco.

Pero él sí. Era inteligente, veloz, astuto para sacar el mejor provecho de todas las situaciones en las que le pusieron.

No fue la primera vez que les entregó a su hermanita. Luego vino su hermano, con cuatro años. Kihyun fue creciendo en un ambiente donde era la única salida que podía encontrar para sobrevivir, porque no sólo le entregaron comida por ellos. Con el pasar del tiempo, el precio fue aumentando: comida de mejor calidad, ropa, dinero.

Maldito, jodido dinero.

Cuando cumplió quince años, le devolvieron el cuerpo de su hermana sin vida alguno, destrozado por todos lados. Dos semanas después, en un arrebato de ira, mató a su hermano porque no dejaba de llorar. Se quedó sin ingresos. Su madre murió de sobredosis un año atrás.

A esas alturas no había dolor o tristeza, sólo helados pensamientos de cómo proceder porque sus fuentes de ingresos ya no estaban. Entonces fue cuando, mientras paseaba en un parque, que vio la cantidad de niños por todos lados.

Con casi dieciséis años, Shin Kihyun llevó a cabo su primer secuestro exitoso. Esos hombres ya no tan desconocidos le dieron una cantidad enorme de dinero por ese niño de cinco años que se llevó.

—¿Te gustaría formar parte de esto? —le dijo Jihwan (uno de esas personas) cuando le entregó el dinero—. Eres bueno, Shin. Muy bueno.

No lo pensó demasiado.

Nunca hubo culpa ni moral ni dolor. Sólo calculadora satisfacción de poder salir de esa mierda en la que nació y dónde nadie le ayudó a salir, sólo su propio esfuerzo siendo la escalera hacia la buena vida. No le debía nada a la sociedad ni a esos niños de buenas familias que se llevaba y entrenaba.

Jihwan le mostró, cuando entró definitivamente a esa cadena de pedofilia y trata de niños, lo que hacían con todos esos pequeños.

—Las mentes de los mocosos son moldeables —dijo Jihwan, sentado en un silla mientras un pequeño estaba entre sus piernas—, si los entrenas lo suficiente, ellos... ah...

Kihyun no miró. No le gustaba ver a esos niños haciendo aquello porque le disgustaba lo sucios y asquerosos que se veían.

Sin embargo, entendió bien lo que quería decir. Si los entrenaban desde pequeños, entonces era más fáciles de hacerles creer que ya no eran humanos. A mucha gente le gustaban los niños mezclados con fetiches excéntricos.

Fue así como Kihyun fue escalando más y más hasta llegar a ser el líder de ese grupo, ganando millones y millones de dólares. Las personas ricas, especialmente, parecían tener un gusto por ser unos jodidos violadores de mierda, aunque a él no le importaba mientras le pagaran.

Cuando cumplió los treinta años se llevó a su niño perfecto.

Lo vio en invierno, las calles cubiertas de nieve, rechoncho y cubierto de prendas para protegerlo del frío. Parecía estar solo, gritando por la atención de un padre distraído, subiéndose y bajándose del resbalín con enojo en su inocente expresión.

Al inicio Kihyun no lo notó, sólo pendiente de llevárselo, pero cuando lo tuvo en brazos, tan pequeñito, que la idea apareció en su mente.

—Un muñequito —dijo a nadie en especial, viéndolo dormir en el suelo, lágrimas secas en su rostro—, sí, serás un muñequito.

Lo pensó antes aunque ahora lo reafirmó: los muñequitos eran seleccionados de entre lo mejor que tenían porque significaba un largo y duro entrenamiento para obedecer. Además, la idea de ellos era conservarlos una gran cantidad de tiempo, lo que no estaba contemplado para el resto de juguetes.

Kihyun quiso ir ahora más allá de eso al verlo tan obediente: lo normal era mutilarles piernas y brazos lo más pronto posible, pero ese niñito se veía... se veía muy perfecto. Él siempre tuvo una rara fijación por las cosas perfectas, por ejemplo, su comedor estaba ordenado de tal forma que los colores combinaban de una manera irreal y jarrones estaban ordenados de menor a mayor tamaño.

Por eso era que detestaba a los niños, porque eran desordenados, gritones, exigentes de atención, se salían de su perfección. Por eso, cuando un juguete cometía un error, era tan cruel y vengativo.

Su niñez fue una caótica imperfección pero su adultez sería perfecta, lo sabía.

Y ese lindo muñequito era tan obediente que quedó maravillado con él.

—¿Cuál es tu nombre? —le repetía cada día, metiendo dos dedos dentro de él, viendo las lágrimas caer por su rostro.

Dolía, Kihyun imaginaba que dolía, pero Muñequito se mantenía en agónico silencio.

—Vamos, vamos, dímelo.

Los metió más adentro. El rostro de Muñequito se deformó por el sufrimiento.

No hubo ruido alguno.

Perfecto. Su Muñequito de Porcelana era Perfecto.

En especial porque su cuerpo, su preciosa piel pálida, carecía de marcas, de cicatrices, de cortes. Kihyun encontraba repulsivos a esos muñecos mutilados, eran poco estéticos, pero su Muñequito era precioso completo, muerto en vida, obediente en todo.

¿Cómo no amarlo, cuando era tan hermoso?

Al menos, eso pensaba hasta que alguien lo quiso comprar. Como era tan perfecto, el precio por él siempre fue alto, tan alto que mucha gente lo consideraba una exageración, y logró conservarlo a su lado hasta los casi ocho años que tenía, cuando un bastardo pagó por él.

Negocios eran negocios, y Kihyun se lamentaría siempre haberlo vendido porque, dos años después, encontraron a YongJun por un descuido de ese hombre y le arrebataron a su Muñequito.

Kihyun y sus hombres eran muy cuidadosos en eliminar todo rastro de su accionar, pero Choijung no se deshizo bien del cuerpo de uno de sus juguetes y la policía encontró el rastro. Luego, YongJun (un maldito imbécil que no hacía nada bien) sacó fotos de Muñequito, subiéndolas a su sitio web aunque sin borrar detalles importantes del lugar, tardando poco para que la policía diera con él.

Cuando YongJun cayó, tuvieron que mudarse de la bodega en la que prácticamente vivían, incluso cambiarse de ciudad y dar de baja todos los tratos en los que estaban. Además, guardó sólo a sus mejores juguetes para trasladarlos; al resto, los mató de un balazo en la sien. Era mejor así porque siempre podía entrenar más, además de que se aseguraba de que nadie los delatara.

Tuvieron que estar más en la clandestinidad que nunca, sin embargo, para su propia fortuna, su rostro no apareció en ningún sitio policial, lo que más le perseguía porque Muñequito era quien vio su rostro más veces. YongJun ni siquiera supo con quien hizo el trato porque para esas situaciones siempre enviaba chivos expiatorios que tampoco le vieron en algún momento. Era muy cuidadoso de ocultar su rostro, sólo mostrándoselos a sus más cercanos.

Y Muñequito parecía conservar bien el silencio. Eso, o estaba muerto.

No fue hasta tres años después que decidió seguirle el rastro a su Muñequito Perfecto: lo primero era averiguar cuál era su nombre.

Riki. Su Muñequito se llamaba Riki.

¿No era acaso el nombre perfecto para un Muñequito Perfecto?

Kihyun creía que sí.

SungHoon perdió de vista a Riki cuando la luz del semáforo cambió a verde y no pudo cruzar la calle porque los autos aceleraron.

Pudo ver la espalda del muchacho, abriéndose paso entre la multitud de personas, sin importarle si empujaba a la gente hasta que desapareció, tragado por las calles abarrotadas de muchedumbre.

Cuando logró cruzar ya no lo veía por ningún lado a pesar de que trató de seguirle el rastro.

Apoyó sus manos en sus rodillas, el sudor cayendo por su rostro, apenas respirando por la corrida, cuando la situación lo golpeó con fuerza.

Habló. Nishimura Riki, el chico sordomudo que conoció ese año escolar, lo escuchó y habló frente a él. Más bien gritó, pero eso estaba demás a esas alturas porque jamás imaginó que algo así pudiera pasar. Una cosa era sospecharlo, otra era vivirlo.

Santo dios, santo dios, ¿qué demonios acababa de ocurrir? Necesitaba encontrarlo para poder hablar con él como correspondía, para... para sostenerlo en brazos porque vio la expresión de terror en sus ojos.

Ni-Ki lució horrorizado por lo que acababa de hacer, como si hubiera cometido un crimen.

Sacó su móvil, marcando el número de Riki y el timbre sonó diez veces antes de mandarlo a buzón de voz. Lo intentó otra vez con el mismo resultado. Para el tercer intento el celular salía como apagado o fuera de servicio.

"Mierda, mierda, ¿qué hago?", pensó con los nervios a flor de piel, sin saber cómo proceder porque nunca se puso en esa posición.

Vale, lo primero era calmarse: Riki salió corriendo pero eso no significaba que estuviera perdido, ¿cierto? Ni-Ki era muy inteligente y quizás fue a agarrar un bus para irse a casa o se metió en algún concurrido, como una tienda, para poder tranquilizarse un poco. No debía preocuparse por esto, Ni-Ki estaba bien y él necesitaba sosegar su situación, hilar bien sus pensamientos.

Lo segundo era averiguar que ocurrió recién sin que su mente hiciera cortocircuito, lo que estaba ocurriendo en ese instante porque era todo demasiado increíble y extraño. Riki habló. Le dijo que no en voz alta. SungHoon ya llevaba mucho tiempo creyendo que su novio escondía algo aunque no quería presionarlo a hablarlo, porque entendía que contar ciertas cosas era muy difícil.

Pero esto...

Observó los números de teléfono, caminando de vuelta hacia donde estaba su auto estacionado.

—No me cortes, por favor —le pidió a la persona una vez respondió—, sé que no quieres verme ni hablarme, pero te lo ruego... Necesito hablar contigo, JungWon.

JungWon lo mandó al diablo.

—Es sobre Ni-Ki —se apresuró a decir cuando sintió que JungWon le cortaría—, por favor, por favor, es muy urgente...

El menor soltó una maldición antes de darle su dirección.

Veinte minutos después SungHoon se detuvo fuera de una pequeña pero familiar casa que quedaba en el otro extremo de la ciudad, en esos nuevos condominios que se estaban construyendo. Nunca antes estuvo allí y no sabía por qué JungWon se encontraría en esa casita, pero lo supo cuando una bonita mujer abrió.

Tenía el mismo cabello café y ojos de gatito que JungWon tenía.

—Hola, ¿eres el compañero de JungWonnie? —dijo ella limpiando sus manos con un mantel—. Dijo que alguien le vendría a ver.

—Sí, soy Park SungHoon —saludó haciendo una reverencia.

—Pasa, soy Park JiHyo, su mamá — SungHoon entró, su garganta apretada—. Wonnie está en el patio, así que entra —ella le siguió—. No te ves bien, ¿quieres un vaso de agua?

—Yo... —la miró de reojo—, se lo agradecería mucho, señora Park.

La mujer hizo un gesto de asentimiento, dejando que el muchacho fuera al patio aunque SungHoon se quedó congelado al ver a JungWon de espaldas hacia él, arrodillado en el pasto, jugando con una pequeña niñita que no parecía tener más de diez años.

—Tu personaje... ¿usa lentes, DaeYun? —preguntó JungWon.

—¡No es justo, oppa! —se quejó DaeYun.

—Siempre escoges al mismo persona, tontita —se burló JungWon.

—¡Porque es el mejor personaje de todos! —se defendió la niña, que lucía un poquito como JungWon. En ese momento, DaeYun lo miró—. Oppa... llegó tu amigo...

JungWon se volteó y la culpabilidad golpeó a SungHoon cuando el rostro cansado y triste del muchacho lo observó. Lucía bastante enfermizo, su aspecto descuidado por completo.

—Hola —balbuceó en un saludo torpe, aunque no pudo decir más porque en ese instante Yoonah apareció con su vaso con agua.

Un silencio incómodo se instaló entre ellos porque JungWon respondió en tanto JiHyo se llevaba a DaeYun de allí, entendiendo con rapidez que necesitaban un momento a solas.

SungHoon caminó hasta quedar frente a JungWon, que endureció su mirada.

—JungWon...

—Dilo rápido —le interrumpió el menor—, no tengo todo el día.

SungHoon suspiró.

— Riki es tu mejor amigo —le dijo, viendo como el dolor cruzaba los ojos del muchacho—, deberías hablarlo con él.

—Los mejores amigos no se mienten —le soltó JungWon—. ¿Eso es todo?

—No —se apresuró a decir SungHoon—, dos cosas más —humedeció sus labios—. Lo siento mucho.

JungWon parpadeó, desconcertado por la extraña disculpa.

—¿Eh?

—Por defenderte tarde —aclaró SungHoon con vergüenza—, por ser una mala persona e ignorar todo lo que te hicieron esas personas —el chico de ojos de gatito desvió la vista—. Por fingir que no existías cuando sí lo haces, JungWon.

—Ya no importa —mintió JungWon.

—Sé que tú y yo no seremos nunca amigos —continuó SungHoon—, pero me gustaría que lo reconsideraras por Riki.

Más silencio. JungWon abrazó sus piernas sin mirarlo, dejando que continuara.

SungHoon tomó aire.

— Riki me ha hablado hoy.

Ahora el menor levantó su cabeza por la sorpresa de sus palabras, luciendo perdido un instante. Luego pareció recaer en lo que dijo porque sus ojos se ampliaron, su boca abriéndose en un gesto de shock.

—¿Qué? —su voz salió como un graznido—. ¿Cómo...?

—Con su voz. Su voz grave — SungHoon mordió su labio inferior—. Tú lo sabes, ¿no es así? De lo que estoy hablando. No pareces realmente sorprendido por lo que te digo.

—No me corresponde a mí decírtelo —respondió JungWon—, es él quien debe...

—Peleamos —le interrumpió SungHoon—, discutimos y él pareció descontrolarse, entonces ahí me habló, pero entonces agarró a Bisco y salió corriendo, no he podido...

—¿Qué? —repitió JungWon poniéndose de pie—. ¿Me estás jodiendo? ¿Lo perdiste de vista?

—¡No pude seguirlo! —se defendió SungHoon—. Unos autos se me cruzaron y ya no le vi más.

—¿Hace cuánto fue eso? —JungWon sacudió su cabeza—. ¡No puedes dejarlo solo, SungHoon, menos cuando hizo eso! —la voz del menor se quebró—. ¡Riki no puede estar solo cuando ocurre esto!

—Necesito que me lo digas —lo agarró de la muñeca con firmeza, sin llegar a hacerle daño pero si lo suficiente para detener el movimiento errático de sus manos—, JungWon, por favor...

El menor rompió a llorar de una forma desconsolada, soltándose pero cubriendo su rostro con ambas manos como si de esa manera pudiera detener las lágrimas y SungHoon sólo lo observó en silencio, su estómago apretándose, sintiendo su mundo cayéndose a pedazos.

—Vamos a... a buscarlo... —jadeó JungWon—, mientras lo buscamos, te voy a... a contar todo, pero por favor, vamos...

No fue necesario que dijera otra cosa porque SungHoon asintió, agarrándolo de la mano para llevarlo fuera de casa. JiHyo los vio cuando pasaron fuera de la cocina, preguntando qué estaba ocurriendo al ver a su hijo llorar en silencio.

—No es nada —le dijo JungWon apenas, sin detenerse—, te llamaré después, mamá.

JiHyo parecía dispuesta a decir algo más pero no pudo hacerlo porque entonces ellos salieron, casi corriendo al auto de SungHoon. No tardaron en subirse, abrocharse el cinturón y partir hacia el parque donde estuvo el mayor con Riki.

Apenas intercambiaron palabra alguna en el viaje, JungWon tratando de controlarse para no romper a llorar otra vez porque se necesitaba en sus cinco sentidos. No sabía el motivo pero sentía una ahogada sensación en su estómago, como si necesitara encontrar a su mejor amigo en ese instante.

El enojo seguía allí, la decepción también, sin embargo poco le importaba ya que eso no era lo más importante ahora. Lo primero era saber que Riki estaba bien. Lo segundo sería darle un abrazo.

Prometió que cuidaría a Riki siempre, así que eso debía hacer.

Se bajaron del auto una vez SungHoon lo estacionó, ambos bajándose y JungWon se dejó llevar por el mayor.

—JungWon...

— Riki siempre ha podido oír y hablar —le soltó JungWon, pues necesitaba hablar, la dura verdad ahogándolo, apretando su garganta—, nunca ha sido sordomudo. Nunca...

Caminaron por las calles, abriéndose paso por entre la gente. JungWon buscó una foto de Riki en su galería, comenzando a preguntarle a las personas si lo vieron.

Sabía que lo correcto sería llamar a los padres de Ni-Ki y decirles lo que ocurrió, aunque tal vez no había pasado nada grave y eso sería alarmarlos. ¿Cómo podía hacer eso luego de todo lo que vivieron?

Mordió su labio inferior cuando la multitud, o lo ignoraba, o sacudían la cabeza en una negativa.

De todas formas siguieron buscando.

— Riki no desapareció cuando tenía tres años, alguien se lo llevó. A él se lo llevaron —continuó JungWon llamando la atención de SungHoon—, por lo poco que sé, fue un hombre que lo vio en el parque y... y...

—JungWon— SungHoon lo detuvo, su expresión pálida, sus ojos rotos—, ¿fue abusado sexualmente?

Las náuseas en el estómago del menor aumentaron así que sólo asintió moviendo su cara de arriba hacia abajo. La expresión de SungHoon se volvió más enferma de ser posible.

Recordaba llorar un montón cuando los padres de Riki se lo contaron, la razón por la que evitaba tanto el contacto y tenía un comportamiento algo extraño, que rozaba lo retraído.

Se prometió ese día que siempre le protegería porque Riki ahora merecía mucha felicidad, nada más de dolor.

—No me dieron detalles —balbuceó JungWon con tu tono quebrado—, lo poco que sé... es que a él le enseñaron... Él estuvo en un lugar donde lo obligaron a creer que era un Muñequito. Un muñequito de porcelana.

Yo tampoco debería ver. Los muñecos no ven.

¿A ti no te molesta... que yo no pueda hablar o escuchar? ¿No te molesta que sea defectuoso?

¡Yo seré bueno, seré un buen chico!

Tantos pequeños deslices, pero que juntos empezaban a encajar como un rompecabezas de mil piezas.

—Lo encontraron cuando tenía diez años, casi once —agregó JungWon, entrando ahora a calles más despejadas, pero Riki no se veía por ningún lado. Ya era tarde y el sol estaba ocultándose temprano por el invierno—, fingía no oír ni hablar porque cuando lo hacía, era castigado. Todo es un trauma, un maldito trauma que esos bastardos le hicieron...

JungWon se detuvo y SungHoon lo miró, viéndolo con la cabeza agachada.

—Antes de esto, ha hablado dos veces: la primera con sus padres y después conmigo. Y cada vez que lo ha hecho... cada vez, ha tenido una recaída, por eso no puede estar solo, no puede... Si yo hubiera estado...

—No —le interrumpió SungHoon agarrándolo de la barbilla, obligándolo a elevar su mirada—, no te atrevas, JungWon, porque esto no es tu culpa. Dejó de ser tu culpa hace mucho, no puedes cargar con este peso porque no te corresponde, ¿entendido?

—Pero...

—JungWon —insistió SungHoon, su tono volviéndose un poco dulce—, sé que no lo haces a propósito, pero no se trata de ti, ¿bien? Ya no se trata de ti sino de Riki —el mayor suspiró—. Creo que debemos llamar a sus padres, Wonnie.

JungWon asintió, derrotado, entregándole su celular a SungHoon porque él se veía incapaz de hablar más.

Buscó el número de la madre de Riki, marcándolo, sintiendo los nervios atenazando en su interior.

—¿JungWon? —contestó una dulce voz al otro lado de la línea—. ¿Estás con Ni-Ki? Lo llamé y envié mensajes varias veces pero su móvil salía como apagado, ¿podrías decirle que...?

—Señora Nishimura, hola —le interrumpió con tono educado, sorprendente considerando la situación en la que estaban—, soy Park SungHoon, el novio de su hijo. Yo... —tragó saliva—, Ni-Ki y yo tuvimos una discusión y él salió corriendo lejos, lo he buscado pero no le encuentro, JungWon me ha ayudado pero...

—¿Dónde están? —balbuceó la mujer y por su forma de hablar sabía que se estaba alterando, se percibía en el temblor de su voz—. ¿Dónde...?

SungHoon le dio la dirección, prometiendo quedarse allí cuando ella dijo que iría con su esposo.

No tardaron más de quince minutos cuando el auto se estacionó y dos adultos bajaron con expresiones sombrías y rostros alterados.

—Entonces, ¿qué ha pasado? —preguntó el hombre, JeongIn.

SungHoon les explicó todo superficialmente, sin ahondar mucho en el motivo de la discusión pero diciéndoles el punto importante por el que Ni-Ki huyó. Una vez terminó con su relato, ambos adultos lucían enfermos y más sobresaltados que antes, sin saber cómo proceder.

—Él debe estar bien —murmuró YuNa, temblando—, Riki sólo... Él debe...

—Nos dividiremos —le dijo JeongIn sosteniéndola de sus hombros—. Tú ve con JungWon, YuNa, ¿está bien? Yo iré con SungHoon.

—Llamemos a la policía —sollozó YuNa—, JeongIn, por favor...

—No nos tomarán en cuenta —respondió el hombre con impotencia—, son veinticuatro horas, YuNa...

Ninguno de los cuatro dijo algo pero el pánico estaba en el aire por el terror de no encontrar a Riki.

Pero él estaría a salvo, eso era seguro, ¿no?

Decidieron dividirse y comenzar a buscar al muchachito por entre las calles que SungHoon le vio por última vez, metiéndose incluso a varios callejones pero sin encontrar nada. El adolescente podía sentir como la tensión parecía crecer a medida que los minutos pasaban.

—Sabía que esto no era buena idea —fue lo primero que dijo JeongIn luego de una hora buscando—, Nishi estaba castigado, pero nos convenció para darle permiso. Nunca le hemos podido decir que no y ahora tuvimos que hacerlo, ahora...

—No podían prever esto, señor Nishimura —dijo SungHoon llamando su atención, tratando de ahogar el lecho de que fue idea de él—, yo tampoco estaba preparado...

—¿Y cómo lo estarías? — JeongIn cubrió su rostro un instante alejando las punzantes lágrimas—. Con YuNa tampoco lo estamos a pesar de los años, es tan difícil a veces...

Hubo silencio entre ambos hombres, triste y pesado mientras seguían caminando.

—Podríamos preguntar —dijo SungHoon—, en algún local o... —su voz murió de a poco mientras seguía a JeongIn, que pareció dirigirse a un pequeño negocio de abarrotes que ya estaba cerrando.

—Señor, disculpe... —dijo JeongIn con tono suave, llamando la atención del viejo anciano— por casualidad, hace unas horas, ¿no habrá visto a este chico pasar por aquí? —preguntó mostrándole una foto familiar que tenía con Ni-Ki, el muchachito sonriendo.

El caballero acomodó sus lentes, frunciendo el ceño.

—Ah, un chiquillo apareció llorando, creo —dijo—, se metió a uno de los callejones creo, ese —apuntó a la siguiente cuadra.

Los dos se miraron, el brillo renaciendo en su mirada y dieron un paso, casi corriendo para ir, aunque entonces el hombre siguió hablando:

—¿Lo vienen a buscar? Pero él ya se fue.

Se detuvieron. JeongIn se volteó bruscamente luciendo pálido y enfermo.

—¿Cómo?

—Sí, un auto negro llegó poco después que el muchachito —explicó el anciano comenzando a barrer—, se bajó creo que su padre y entró al callejón. Salió a los pocos minutos con el niño de la mano y su perro en brazos.

SungHoon podía sentir su alrededor dando vueltas por lo que ese hombre les estaba diciendo con tanta inocencia. En otro momento quizás no le habría tomado una real importancia, sin embargo ahora tenía las palabras de JungWon a flor de piel.

Y sabía que JeongIn estaba pensando lo mismo.

Sin pensarlo mucho fue corriendo hacia el callejón, apenas respirando, con el padre de Riki detrás. Se detuvo en la entrada, a punto de llorar, cuando vio que no había nadie allí.

El callejón estaba vacío.

Y el pensamiento de algo horrible siguió creciendo.

♡❜

Ni-Ki recordaba que Bisco le gustó desde el inicio por parecer juzgar a cualquiera que tenía en todo momento. Pensó, infantilmente, que ese perrito necesitaba mucho amor para ya no juzgar a alguien, sino feliz.

En ese momento, sin embargo, se sentía algo extraño porque Bisco no parecía juzgarlo ni regañarlo como siempre, sino aterrado.

¿Cómo lucía un perrito aterrado? Ni-Ki no podía hilar bien ese pensamiento.

Sintió la tensión en sus cuerdas vocales cuando se apretaron, ahogando el grito de dolor cuando señor Shin se retiró detrás de él, la sangre manchando las frazadas.

¿Cómo era posible que Muñequito hubiera olvidado ese dolor? Era mucho, era demasiado, como si pudiera partirse en dos.

Apretó las sábanas sucias bajo él, derrumbándose por completo y girando su cabeza, dejando de ver al cachorro acurrucado en una esquina, amarrado contra un mueble para no moverse.

Observó el cuerpo desnudo de señor Shin antes de recibir una bofetada.

—¿Por qué moviste tu cabeza, Muñequito? —dijo Shin con el cigarrillo entre sus labios—. Los muñecos no se mueven.

Muñequito. Riki. Muñequito. Ni-Ki. Muñequito. Nishi.

Los nombres se le mezclaban en la cabeza, desorientado, perdido, las náuseas volviendo a su estómago. Quería pedir perdón por todo lo que hizo aunque se contuvo a tiempo suficiente porque sabía que sería un gran error actuar de esa manera.

Era un Muñequito. Un Muñequito.

Su estómago rugió por el hambre.

No recordaba nada de cómo llegó allí. Señor Shin se acercó a él en ese sucio callejón y Bisco no dejaba de ladrar, gruñendo también como si quisiera espantarlo. Ni-Ki movió sus ojos en busca de un escape.

—¿Quieres irte lejos de mí, bebé? —preguntó Señor Shin—. Pero eso no está bien, soy tu Dueño. Tu único Dueño, Muñequito.

—No —soltó, su voz rota, un graznido apretado—, no, soy Riki.

El golpe llegó rápido y veloz. Su rostro se volteó gracias a la bofetada, casi derribándolo. Bisco se lanzó a morder a Shin.

Lo hizo y eso enfureció al adulto, que hizo el amago de patear al animal. Al menos eso pensaba hasta que Muñequito se lanzó sobre el cachorro y lo envolvió en brazos, su nariz sangrante.

—No, no —lloró Muñequito, y eso lo enfureció más porque estaba hablando—, por favor, no...

Entonces Shin sintió una increíble idea aparecer en su mente. Sabía que si se llevaba a Muñequito a la fuerza llamaría la atención porque podía resistirse, y golpearlo hasta dejarlo inconsciente era demasiado largo.

—Dejaré que lo conserves —le dijo con suavidad—, dejaré que te quedes con ese perrito, Muñequito, pero debes seguirme ahora —su tono se volvió cruel—. Si no lo haces, mataré a ese pedazo de mierda ahora.

No fue necesario que lo repitiera: Muñequito agarró al animal contra su pecho, que le gruñía, y le siguió sin resistirse, tomándole la mano.

Una vez dentro, vendó sus ojos y comenzó a conducir.

Pasada una hora se detuvo fuera de un hotel de mala muerte en donde ya le conocían y nunca hacían preguntas, que era lo que más necesitaba ahora para que ignoraran todo lo que ocurriría a continuación. Shin envió un mensaje a sus socios diciéndoles su ubicación, recibiendo una respuesta de que le irían a buscar en tres días.

Consumió el cigarrillo varios segundos, viendo a Muñequito acostado a su lado, desnudo y sangrante. Seguía luciendo hermoso y perfecto a pesar de los moretones en su cuerpo. Siempre lucía muy bonito.

Sintió rabia por todo lo que significó encontrar a ese mocoso para darse cuenta de lo imperfecto que se volvió con el pasar de los años, y lo sostuvo, apoyando su mano contra el cuello del menor antes de presionar el cigarro contra su espalda.

Muñequito rompió otra vez sus reglas porque gritó. Antes no gritaba. Bisco ladró otra vez, agotado.

—Tú no gritas —le dijo por sobre el llanto, los jadeos—, tú eres un Muñequito, y ellos no gritan.

Alejó el cigarro, viendo la marca para luego observar el rostro lagrimoso del chiquillo.

Lo entrenaría. Lo volvería a forjar en miedo y dolor para hacerlo el juguete perfecto, y se lo quedaría. Muñequito era suyo y de nadie más.

Nadie volvería a alejarlo de él. Antes lo mataría a que hicieran eso.

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