14. Fuego creciente.

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Su broma había llegado demasiado lejos, su plan para molestar a Snape tomó un rumbo inesperado que lo estaba carcomiendo desde el interior.

Pensó que todo estaba fluyendo perfectamente, al principio le pareció divertido jugar con los sentimientos del slytherin, hacerlo caer en sus manos para manipularlo tal cual un simple títere. Nunca se le pasó por la mente que las cosas terminarían dando la vuelta y haciéndolo sentir mal a él mismo.

Sintió un vacío hiriente en el pecho, como si el corazón le hubiera sido arrancado para pisotearlo y su cuerpo se deslizó por la puerta hasta golpear con el suelo cuando Snape abandonó el aula, y pequeñas lágrimas silenciosas bajaron por sus mejillas.

Pensó que ese día tendría algo más con él, que quizá al tener su contacto podría dejar de sentir lo que lo estaba consumiendo por dentro, como un fuego infernal que recorría su cuerpo cada que su mirada captaba la de Severus.

Su rechazo lo tomó desprevenido, y la razón de sus palabras fueron lo que terminó de quebrarlo. Siempre había tenido todo lo que deseaba con solo extender su mano para tomarlo pero con Severus parecía imposible.

Sus manos se aferraron al borde de su camisa arrugandola para contener la ira que sentía, no podía soportar el dolor que le causaban sus propios sentimientos. Quería tener a Snape, deseaba a Severus.

El aire se iba de sus pulmones por el llanto,  ahogándose con sus propias lágrimas. No estaba acostumbrado a esa terrible sensación, él nunca lloraba, su madre jamás le permitiría mostrar un signo de debilidad como lo era ese. Y cuando guardas por tanto tiempo tus emociones, terminan saliendo como una cascada que te asfixia.

Se levantó del suelo cuando sintió que se estaba quedando sin lágrimas, la cabeza la dolía y su cuerpo ardía. Pero a pesar de cada lágrima derramada, seguía siendo Sirius Black, y él nunca aceptaba un no por respuesta.

Sirius no seguía las reglas, hacía sus propias reglas y las rompía. No se iba a detener de romper cualquier atadura que se le presentará en el camino.

Abandonó el aula dejando atrás cada una de las lágrimas que fueron derramadas, para irse al lugar que lo abrigaba cada que sentía que estaba rompiéndose; la sala común de Gryffindor.

Se dirigió al frente de la chimenea, cuidadosamente encendió el fuego, era reconfortante el sentir un suave calor.

Estar solo le permitiría aclarar sus pensamientos, debía de haber una manera de dejar de sentir la opresión en el pecho qué lo estaba lastimando, de invertir los papeles y transmitir esa sensación al slytherin. La soledad era un lugar seguro donde se permitía ser el mismo, sin nada que lo cubriese, pero fue un momento efímero el que permaneció sin personas a su alrededor. Al poco tiempo una voz interrumpió sus pensamientos.

—Come, te sentirás mejor.— murmuró el castaño. Le brindó un cuadrito de chocolate acercándose a su lado.

Sirius respondió con una sonrisa a su gesto, Remus siempre sabía como animarlo.

—Gracias, pero no tengo ganas.

—Eso no es posible, siempre hay ánimo para el chocolate. Te hará bien.— se sentó a un costado de él para ofrecerle de su barra de chocolate.

—Dicen que el chocolate es dañino para los perros.— indicó. Su voz sonaba cansada y distante, las respuestas parecían ser automáticas

—Entonces te hará mal, pero de una u otra manera te va a distraer de lo que te está lastimando.

—¿Cómo sabes que algo me está lastimando?— preguntó con intriga. Sus orbes fueron hacia el castaño mirándolo con confusión.

—Dos razones; la primera es la manera en que estás suspirando mientras miras el fuego en medio de un lugar público.— su mirada era acusadora.

Sirius solía ser un poco dramático, y llegaba a mostrarlo incluso de manera inconsciente.

—¿Cuál es la otra?

—Acabas de aceptarlo.

Se congeló por un instante, estaba tan abrumado con lo que sentía que nisiquiera notó en que momento se lo había dicho.

—Bien, si pasa algo que me esta lastimando.— admitió en voz baja, sentía todos sus sentimientos acumulándose en su pecho apuntó de salir de de sus labios, no podía seguir conteniendo lo que sentía en soledad, dolía demasiado para soportarlo.

—Si quieres contármelo, estoy para escucharte.— la voz de Remus era tranquila y suave, mostrando seguridad que se transmitía en pocas palabras.

Lo pensó por un instante, no lograba que sus ideas fueran claras en ese momento, no supo si fue la confusión que sentía, el dolor en su pecho o el calor de la chimenea lo que provocó que terminara admitiéndolo.

—Creo que me atrae alguien.

—¿Enserió? No me había dado cuenta.— respondió con un tono sarcástico.

—¿Soy tan obvio?— preguntó con interés. Tenía miedo de serlo, si alguien más lo había notado sería su perdición, podía contárselo a Remus, pero nadie más podría saber lo débil que se sentía. Menos cuando se trataba de sentirse atraído por Quejicus.

—Sirius llevas desde que inició el año escolar escapando en las noches, visitando la biblioteca a escondidas, mirando el mapa por horas, te la pasas leyendo...— tomó una bocanada de aire como si tuviera mucho más que decir. —Era eso, o que por fin te intereso estudiar.

—Me interesa estudiar.

—¿Para aprender?— el castaño levantó una de sus cejas incrédulo por lo que escuchaba. Sirius solo inclinó su cabeza en negación cuando la mirada de Remus pareció reprenderlo.

—Prosigue.

—Puedo darte más razones, pero no estás buscando que te diga cosas que ya sabes, ¿Por qué me lo contaste?

—Porque quiero dejar de sentirlo, no me gusta este sentimiento.

—¿El amor?

—No es amor, solo es una extraña atracción. Siento como si un fuego me estuviera quemando por dentro.

Remus se encogió de hombros, se acomodó en el asiento y miró la chimenea. Buscó entre los bolsillos de su túnica para encontrar un papel arrugado, el cual lanzó hacia el fuego.

—¿Puedes ver como el fuego crece cuando algo cae en él?

—Sé como encender fuego.

—Las llamas se hacen más grandes y si están encerradas harán que todo el lugar arda, pero si las dejas libres, poco a poco  el fuego dejará de arder.

—Que manera tan rara tienes de decirme que quieres que apague la chimenea.

—No hablo de eso, Sirius.— dejó escapar un suspiro y volvió a mirarlo. —Tus sentimientos te están quemando porque están creciendo, mientras más tiempo pase más grandes serán las llamas, tienes que hacer algo al respecto para calmar el fuego.

—No entiendo.

—No te pelees con el fuego, acepta que es parte de ti pero no lo dejes arder, no puede quemarte.

—Hablame en español, Remus.

—Debes permitirte sentir, me refiero a que aceptes lo que sientes, y si esa persona te gusta debes decírselo y enfrentarlo, el fuego se calmará porque no vas a seguir dejándolo crecer.

—Ya le demostré lo que siento, y me rechazó.

Remus soltó una pequeña risa sin dejar de mirarlo.

—¿Pero se lo dijiste?

—Tal vez no verbalmente.— respondió.

—Sirius te conozco hace varios años, y tu manera de mostrar lo que sientes no es muy buena que digamos... como cuando te gustaba Marlene y le aventabas papeles durante las clases.

—Me enterró un lápiz de Lily en el hombro ese día.

—Por lo que puedo observar lo que sientes ahora es más grande, así que no quiero ni pensar en como se lo has demostrado.— movió su cuerpo como si le hubiera dado un escalofrío.

—Gracias, Lunático.— rió levemente pero a los pocos segundos se puso serio, recordó de quien se trataba lo que sentía. —Pero no puedo hacerlo.

—¿Por qué?

—Me odia.

—Las cosas cambian, Sirius, pero no solas. Si de verdad te interesa puedes hacer que cambie de idea.

—No sé si valga la pena.

—Inténtalo, no pierdes nada.

—No lo entiendes, va a humillarme.

—Quizá lo merezcas.

Remus volvió a soltar una pequeña risa y dió otro mordisco a su barra de chocolate. Sirius apreciaba mucho a su amigo, pero al mismo tiempo le parecía que tenía una mente aterradora, el castaño era más escalofriante siendo Remus Lupin que cuando era luna llena.

—¡Remus!— reclamó.

—Solo soy sincero, Sirius.— se levantó de donde estaban. —Cuídate, estoy muy cansado para hacerlo yo.

Sin decir más se retiro del lugar que compartían, dejándolo con más dudas que respuestas.

Hablaba tan confiado, como si supiera más de la información que él mismo, quien estaba viviendo en carne propia la situación.

Pero eso suele suceder con los amigos, a veces terminando conociéndote más de lo que tu te conoces.

Esa noche durmió pensando en la charla del fuego, tratando de descifrar entre todas esas confusas frases y metáforas de su amigo que era lo que debía hacer realmente.

Habiá algo que lo atraía de Severus, no buscaba sólo tener sexo con él, aunque al inicio pensó que eso era lo que deseaba pero después de su encuentro descubrió que había más sensaciones detrás de ese pensamiento. De verdad le interesaba.

Logró conciliar el sueño pocas horas, lo que provocó un terrible mal humor al despertar esa mañana, era tanto su malestar que fingió estar enfermo para no tener que levantarse a los entrenamientos de Quidditch, pero era imposible convencer a James de que había algo más importante que su deporte preferido por lo cual lo arrastró de manera literal por la habitación hasta que se levantó para ir al campo de entrenamiento.

—Te vas a sentar en la banca mientras nos ves jugar, necesito que te aprendas las jugadas. ¡Nuestro partido contra Slytherin es en tres semanas!

— Pareces demente.

—¡El año pasado perdimos! No permitiré que pase otra vez.— James le dio una mirada feroz. —En cuanto te sientas mejor tomas una escoba y montas el trasero en ella.

—Tú eres el que necesita montar su trasero en alguien para dejar de actuar tan amargado.— murmuró entre dientes.

—Te escuché, hijo de puta.— respondió mostrándole el dedo del medio.

—No puedo negar eso.

Ambos rieron, se adoraban el uno al otro y eran capaces de matar para protegerse entre ellos, pero eso no los detendría de insultarse.

Le dolía no poder hablar con James de la manera en la que había hablado con Remus la noche anterior. Sabía que si le decía a su mejor amigo lo que sentía no se detendría hasta averiguar quien era la dueña de sus sentimientos, pero la persona de la que deseaba hablar se sentía como un tema prohibido.

—¿Quieres agua?— preguntó Peter.

El más pequeño de los cuatro no era buen jugador, por lo cual siempre se pasaba los partidos en la banca, pero era su admirador número uno y siempre los apoyaba.

—Gracias.

Tomó la botella de agua y dio un sorbo, aún sentía ese inmenso calor en su interior.

Pasó la mañana conversando con Peter sobre los entrenamientos, burlándose juntos de la manera en la que James aventaba su escoba contra el suelo cada que algo no salía como el quería. También tenía una manera peculiar de acomodar sus lentes cuando estaba molesto.

Bromear con su amigo le recordó quien era, no podía pasar el resto de su día angustiado por algo que había perdido de su control, tenía que concentrarse en sentirse bien y en el mismo, en dejar sus sentimientos a un lado como su madre se lo enseñó.

El resto del día se le fue intentando divertirse, haciendo bromas inocentes a los alumnos de otras casas junto a sus amigos.

Remus era la mente maestra que les daba ideas en las que no habría heridos.

Peter conseguía los materiales.

Él preparaba las bromas y junto a James las llevaba a cabo.

Había olvidado lo bien que se sentía la adrenalina en su cuerpo.

Esa noche volvió a la sala común con su túnica desarreglada, el cabello despeinado y el rostro manchado de labial.

Se había besado hasta hartarse con una chica en el armario del vigilante de Hogwarts.

Quien diría que las Hufflepuff besaban tan bien. Eso era lo único que sabía de aquella castaña, y solo por el uniforme que fue quitándole, no se había molestado ni en conocer su nombre.

Tenía tiempo que no lo hacía, desde que entró ese año a Hogwarts no se liaba con nadie.

Pero en cuánto el fuego que había encendido Snape le quemo por dentro, simplemente se desató.

Una cosa llevó a la otra y acabo tocando a la primera mujer que encontró, con rasguños, gemidos y murmurando palabras irrepetibles. Que entre los besos y caricias se dio cuenta no eran dirigidas a la chica.

Pues en cada frase imaginaba aquellos ojos oscuros del negro más profundo y tormentoso.

Severus Snape. Esa maldita víbora que no dejaba de recorrer su mente.

Cada que cerraba los ojos eran sus labios los que veía, era su cuerpo el que deseaba sentir, su voz la que pasaba por sus oídos.

Remus tenía razón, debía hacer algo pronto o el fuego en su interior lo iba a terminar consumiendo.

La situación está que arde 🔥

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