𝐅𝐈𝐍𝐀𝐋

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Tres años después.

Respire el aire fresco, mientras que mantenía todo mi peso en aquella baranda. Sostenía aquella carta, la cual acariciaba. El azulado cielo, se reflejaba en el extenso mar que miraba, mientras que mi cabello se removía por la brisa, el silencio me acompañaba. Han pasado tres años, de pensarlo, mi paladar se volvía amargo. Y a pesar de que ha pasado ese largo tiempo, aún sigo teniendo el mismo sueño. Donde mi mano y la suya, se entrelazaban fuertemente, mientras que mi frente se unía en conjunto a la de ella. Suspire, exhausto el largo viaje que estábamos dando en esta flota, dejando atrás la nación de Marley donde hemos residido estos últimos años. Me giré en cuanto escuché un chasquido, viendo aquella mujer de cabello oscuro mirarme para alentarme a caminar atrás de ella. Lleve las manos a mis bolsillos, con la carta, para seguirla, pero me detuve en seco cuando vi la sombra de un ave volar, al mirar al cielo, no había nada. Ese ave, era como si la reconociera de siempre, la sombra se me hizo tan conocida, que mi piel se erizo. Me quede detenido, esperando que nuevamente pasara, pero espere en vano, por lo cual me adentré al interior del barco, viendo que Pieck se había adelantado bastante.

—¿Ya están listos?—pregunte en cuanto me adentré a ese camerino, donde había una hermosa mesa de comedor decorada, mientras que los demás yacían frente a mi, acomodándose.—¿Donde está Annie?—pregunte, mirando a Pieck.

—Estaba preparando a Mila.—me respondió ella, sentándose en la silla del comedor, mientras que Connie abría una ventana para permitir la ventilación del exterior al interior, haciéndonos sentir con frescura.

—Puedes leer la carta sin ella, dudo que a esa antipática le importe lo que Historia haya escrito.—masculló Jean, deteniéndose frente aquel espejo, mientras que me sentaba frente a Pieck.

—No hables sin saber Jean, ya Pieck te dijo que estaba preparando a Mila, sabes que desde que cumplió los ocho años, ahora siempre quiere estar peinada. ¿De cuando acá?—se cuestionó Connie.

—Está creciendo.—expresé yo, viendo como todos me miraron sorprendidos ante mi aceptación.—Además, creo que ha pasado mucho tiempo con Luke.—indique yo, sonriendo de lado.

—Pareció haber sido ayer cuando, tan sólo llegó a nosotros.—añadió Jean, mirándome a través del espejo.—Y, creo que está empezando a aparecerse a Ainara.—dijo, con un poco de timidez por la mención de aquella mujer, quien vivía en mi mente.

—Es la primera ves que concuerdo contigo Jean.—opinó Pieck, mirándome también, esperando algún tipo de reacción de mi parte, pero me mantuve reacio.

—Entonces, está creciendo.—afirmó Reiner aún lado de mi, algo melancólico.—No es algo que se pueda evitar, pero, no quiero que crezca.—añadió, mientras que desenvolví la carta.

—Yo tampoco estoy preparado, pero intentaré de estarlo.—musité, para así ampliar la carta.—Bien, aquí voy.—avise, para empezar a leer delante de ellos, captando sus atenciones.

"Han pasado tres años desde ese día llamado "la Batalla entre el cielo y la tierra". Una cantidad incontable de personas murieron, y las personas que están vivas, viven con el temor de que aquel día. Al igual que las preocupaciones de una nación real, Eldia formó un ejército liderado por los Jeageristas, muy armados militarmente. Teniendo la venganza de la gente, del otro lado del mar que sobrevivió. El reino se volvió uno solo y grita: ¡Si ganamos, vivimos! ¡Si perdemos, morimos! ¡Y si no peleas, no podemos ganar! ¡Pelea, pelea! Eldia y el mundo hasta que uno de ellos no desaparezca, la guerra no termina. Lo que Eren dijo podría haber estado equivocado, pero Eren escogió dejarnos este mundo a nosotros. El mundo en el que vivimos ahora. Un mundo sin titanes". Culmine en leer aquellas detalladas palabras escritas a mano por la aún actual reina de Paradis, Historia. Sostuve la carta, notando el gran silencio que se esclareció entre los demás, quienes yacían mirándome, esperando algún tipo de respuesta que proviniera de mi parte, pero sin duda no había nada que decir, Historia había sido clara, solo como ella podía ser. Deje la carta en la mesa, viendo como el hombre aún lado de mi, la retuvo para mirarla de una manera muy fija, por lo cual me hizo sonreír de lado.

—Nunca me canso de la caligrafía de Historia, huele tan bien.—decía Reiner, oliendo aún lado de mi la carta, mientras que perdido en mis pensamientos, miraba algún punto fijo de este amplio camerino.

—¿Cuantas veces debo decirte que no andes detrás de mujeres casadas? Tonto.—le preguntó Jean, a quien vi arreglarse su larga melena en aquel espejo.

—Pareces bastante interesado en tu arreglo Jean. ¿Intentas verte bien para alguien?—le preguntó Pieck, quien yacía sentada frente a mi, mientras que Jean tan solo bufo, yo busqué entre mi bolsillo algo que no encontré, haciéndome alertar por la ausencia de eso.

—Para todas las chicas que un día abrirán libros de textos.—respondió Jean, hablándole de manera sarcástica a una peinada Pieck.

—¿No querrás decir guías sobre caballos?—se preguntó Reiner, mientras que me levante de la silla para buscar bajo la mesa aquel artefacto que siempre traía conmigo, era como un amuleto.

—Reiner, no sabes cuanto lamento que tengas una nueva oportunidad de vida.—musitó Jean.

—Paradis a la vista.—un silencio se esbozó, por lo cual me giré para ver detenidamente a Annie, quien con su corto y suelto cabello, me miró seria.—Armin, ¿de verdad crees que va funcionar?—me preguntó ella, manteniéndose en el margen de la puerta.—Destruimos los muros, traicionamos a la Isla, matamos a Eren quien era su salvador y somos los embajadores de las naciones para ir hablar de paz.—articulaba ella, con ese tono de sarcasmo que le daba muy bien.

—Personalmente no me sorprendería que hundan este barco.—opinó Pieck, con vagues.

—Cree en Historia. Lo primero que hizo fue proteger a mi familia y la de Jean, también va defendernos.—infirió Connie, mirándolas, mientras que Annie se acercó a mi, notando que algo pasaba por mi mente.

—Tan débiles que somos...

—Annie, el conflicto nunca terminará.—le interrumpí, distanciándome de ella para acercarme a la salida del camerino.—Pero cuando nos vean juntos así, deberán querer saber de nuestra historia. ¿Por qué aquellos que intentaron matarse han aparecido en Paradis buscando paz?—les hice cuestionarse, mientras me miraban.—Querrán saber lo que vimos, vamos a decirles todo.—musité, mientras que Jean llevo su mano a mi hombro, deteniéndome.

—¿A donde vas?—me preguntó curioso, mientras que mi vacía mirada reflejó la tristeza que me acompañaba.—Armin.—me llamo, pero pauso sus palabras, él sabía que nada detendría mi dolor.

—Prepárense para cuando anclen el barco.—les pedí, de una manera sutil viendo como asentían.—Mikasa nos recibirá junto a Historia, al menos no tendremos tanta pesadez de la gente.—afirme.

—Oye Jean, ¿no te ansía ver a Mikasa después de tanto?—escuché a Connie preguntar en cuanto salí de ahí, para sostener mi peso en la pared.

—¡Cállate idiota, que no se te vaya a espabilar algo sobre eso!—pidió Jean, en un tono desesperado.

Restregué mi rostro con las manos, suspirando hondo. Debía admitir que después de tantos años, estaba bastante nervioso de volver a casa. Algunas personas entenderían, pero otras no. Porque como había dicho, el conflicto jamás dejara de existir, aunque podríamos llevar la paz, siempre habrá un por ciento de personas que estén en desacuerdo con eso y sin duda alguna, era lo que más me frustraba en este dichoso momento, donde tendría la oportunidad de pisar las tierras donde crecí. Pese a que Eren me preparo para esto, jamás he podido lidiar con su ausencia y aún me pesa. Porque esa Isla que está al plano de la vista, fue donde todo empezó para él, para nosotros. Camine con vagues por aquellos pasillos, abriendo la puerta de esa camerino donde estaban mis pertenencias. Desesperado empecé a buscar por todos los pequeños rincones aquel pañuelo, debajo de las sábanas y almohadas, inclusive en el tocador, pero no había nada más. Me senté en el borde de la cama, llevando mi alargado cabello hasta atrás con mis dedos, para sentir aún el barco en movimiento. Ante la puerta abrirse, levante la mirada lentamente para ver cómo Annie me miraba directamente a los ojos. Ella se quedó con todo su peso en el margen, cruzando sus manos.

—¿Qué pasa?—miré a Annie, quien fue caminando hasta sentarse en el sillón frente a la cama.—Te noto algo perdido, Armin.—opinó.

—Hoy es de esos días.—esbocé, restregando mi rostro.—De esos días donde siento que, no puedo hacerlo sin ella.—explique, resumidamente.

—Sabes que has podido hacerlo. Y, es normal que hayan días así, pero has hecho mucho en estos tres años, puedes seguir haciéndolo.—indicó, por lo cual amargamente asentí.—¿Qué estabas buscando?—me preguntó Annie, curiosa ante notar mi rostro frustrado.

—Su pañuelo.—respondí, cabizbajo, entrelazando mis manos.—Lo tenía en mi bolsillo, pero ya no está. Debí haberlo dejado en algún lado.—dije.

—Armin, se que hoy se cumplen tres años. Los he contado como tú.—comentó ella, para así, verme obligado a verla directamente a los ojos.—Lamento ser tan pesimista. Se que lo único que quieres, es honrarlos.—musitó ella, mirándome.

—Quiero volver a casa, por eso estoy aquí. Estoy preparado para mostrarle a Mila toda la verdad.—esclarecí.—Tengo miedo de que no quieran aceptarnos, porque necesito que sea así. Quiero volver a donde todo empezó, quiero que mi hija crezca ahí, pero solo si es lo que ella quiere. Por ahora, lo único que me importa es poder crear un pacto de paz.—dije, mirándola detenidamente.

—Estoy muy orgullosa del gran trabajo que has hecho con Mila.—comentó Annie.—Ella no se equivocó cuando dijo que serias un gran padre.—añadió, haciéndome sentir un nudo en la garganta.—Gracias, Armin.—asentí, intentando de ser fuerte, por lo cual me levante de la cama.

—Annie, ¿crees que se esté pareciendo a Ainara?—dije, deteniéndome en el borde de la puerta para ver cómo ella analizó mi pregunta.

—Si. Será igual de hermosa que lo era ella.—afirmó, para así, asentir levemente.

—Iré a buscarla.—avise, viendo como Annie se levantaba del sillón frente a la cama, para llevar su mano a la mía, deteniéndome y así, mirarme a los ojos.

—Yo tampoco puedo olvidarla.—afirmó, haciéndome bajar la cabeza, para evitar el ambiente decaído de tristeza que siempre me acompañaba.

—Sin ti, tampoco hubiera podido ser el padre que soy. Así que, gracias por no abandonarnos.—musité, dejándola ahí, para así irme caminando fuera del camerino, topándome con aquel hombre de tez morena que me miró y no tardó en sonreír ampliamente, era el capitán del barco.

—La señorita está en el exterior, por si iba a buscarla, señor.—me dijo, haciéndome asentir agradecido.

Camine, hasta poder subir los escalones que me llevaron al exterior del barco. Esa brisa que sentí, fue tan tibia y refrescante, que todo el temor que sentí, se desvaneció por un momento, como si unos brazos me abrazaran. Mi piel se erizo, haciéndome mirar el día tan soleado que habitaba frente a nosotros. Escuchaba las olas del mar, por lo cual fui caminando hasta quedar en el barandal. Varios hombres yacían ahí. Giré mi vista, notando como al final del barco, aquella niña de ocho años estaba sujetada del barandal. Su cabello estaba amarrado en una alta coleta, mientras que tenía una camiseta manga larga color blanca y una falda color crema, me dio una visualización de que su madre, solía usar ropa de esos colores. Lleve las manos a mi bolsillo, acercándome a ella sin que notara mi presencia y a pesar de que lo hizo, tan solo me detuve a su lado para sujetarme de la baranda y ver como en sus manos, ella acariciaba aquel pañuelo desgastado que tanto he cuidado a través de los años. Me mantuve en silencio, viendo como sus azulados ojos desbordaban tristeza mientras que sus mejillas denotaban varias pecas, la forma de sus facciones empezaban a esclarecer las de su ausente madre. Ella estrechó su mano, pasándome el pañuelo.

—Lo encontraste.—enuncié, viendo como ella continuó sujetándose a la baranda.—¿Qué pasa? ¿Por qué estás tan callada?—le pregunté.

—¿Aún recuerdas cómo era ella, papá?—me preguntó, provocando que quedara atónico por su pregunta.—No importa cuantas veces vea el pañuelo o lo retenga conmigo, siento que he olvidado como lucía ella.—pronunció, con un hilo en su voz que me hizo ver sus ojos humedecidos.

—Escúchame.—le pedí, inclinándome para llegar a su altura.—No tienes que recordar cómo era ella, para seguir teniéndola en tu corazón. Tú madre era hermosa, pero era noble y buena. Lo único que nunca debes olvidar, es lo mucho que ella te amaba y que todo lo que hizo, fue por ti.—dije, para ver cómo ella me abrazaba fuertemente.—He sudo egoísta, he guardado este pañuelo porque es lo único que me quede de ella, pero si lo quieres, para conservarlo y sentir que ella está contigo, tómalo.—ella me miró, mientras que limpie sus lágrimas para pasarle el pañuelo.

—Estoy muy feliz de que tú seas mi padre.—musitó, abrazándome fuertemente para yo besar su mejilla y ver como los demás se acercaban a nosotros.

—¿Estás emocionada de ver a Mikasa?—le pregunté, había un amor genuino de Mila hacia, no solo Mikasa, también a Levi Ackerman, que aunque estuviese ausente y retirado con su familia, amaba a mi hija como suya, así como amo a Ainara.

—¡Mila! ¿Estás preparada para oír nuestra historia?—le preguntó Jean, acercándose a ella para hacerle cosquillas, mientras que me sujete de la baranda y miré, el mar, la oí reír.

—Yo creo que Mila está enamorada y por eso esta triste.—sonreí, negando mientras bajaba la cabeza, escuchándola quejarse.

—¡Luke Ackerman es solo mi amigo!—pidió Mila, apenada mientras le rogaba a Connie su silencio, acerqué a mi hija contra mi cuerpo, para que dejaran de molestarla.

—¿Qué harás? Levi no está aquí para defenderte.—esbozo Connie en tono de burla, mientras que Mila bufo, abrazándose a mi, ella sin duda tendría la misma altura que Ainara. Mire al cielo, visualizando como aquella ave pasaba, dejando caer varias plumas.

Atónico, las retuve en mis manos para visualizar como Mila me miró, como si supiera, como si ella entendiera. Suspire hondo, recogiéndola en mis brazos para sentarla en el barandal y abrazarla. Ella sonreía, extendiendo sus manos para recibir el viento que nos abrazó. Cerré los ojos, escuchando el oleaje. No, no he podido olvidarlos. No ha habido ni un solo día donde no piense en ustedes, son mi primer pensamiento en cada mañana y cada noche, cuando el día empieza y el día acaba. Puedo sentirlos, en la brisa del viento que me abraza o en las olas que besan la orilla de la arena en los atardeceres que se ocultan. Te tengo presente en mi corazón, clavada como el primer día que te vi, cuando mi mano y la tuya rozaron, al igual que nuestras pieles, entregándose la una con la otra. Aunque quiera, aunque lo deseara, no puedo olvidarte. Me aferró a tu recuerdo, con el miedo de dejarte ir con el viento que llevo todas mis esperanzas, pero aún así, vivo esperando el día en que vuelva a tenerte entre mis brazos como solía hacerlo. ¿Lo recuerdas? Porque yo si, Ainara lo recuerdo todo. Te recuerdo cabalgando en los caballos, mientras que te seguía, con la mecha del amor encendida. Pero también, te recuerdo cuando despierto en las mañanas y no estás ahí a mi lado.

—No iría a un lugar donde tú no estés, Armin.—mientras que la brisa removía mi cabello, escuchaba su voz, podía escucharla como una melodía. Sonrió, en medio de las lágrimas que se escapaban por mis ojos mientras escucho la risa de nuestra hija, la única que puede aliviar mi dolor por tu ausencia. Se siente como una cadena perpetua, un vacío que no se puede llenar y una tristeza que se aferro a mi piel, hasta hacerse parte de mi como una enfermedad.

Siento como aprietan mi hombro, me conocen, saben que te extraño en cada minuto del día. Tanto a ti, como a Eren no puedo olvidarlos. Beso la mejilla de mi hija, dándole la felicidad que necesitará para lidiar con tu dolor cuando siga creciendo, pero me aseguraré que no te olvide, ni hoy, ni mañana, ni nunca. Porque me encargaré de que tanto ella como yo, te amamos en cada primer amanecer del mes, en la primavera donde te fuiste y en el invierno donde llegaste, te veré en el sol, en las estrellas y en lo más alto del cielo, donde te llevaste mi amor. Contigo, con Eren. Pero, seguiré viviendo, porque si muero, no podré recordarlos y no quiero olvidarlos. Gracias, porque ambos me enseñaron el significado del amor, de la amistad que alumbró esta historia de terror. Ainara, Eren, gracias por haber sido los únicos capaces de sacrificar todo, no solo por amor, por el mundo entero que los vio nacer y él mismo que los vio partir. Con lágrimas en los ojos, no me despido de ustedes, nos volveremos a ver, quizás no hoy, pero algún día en la lejanía de mis sueños, donde te sostengo y no te suelto, mi querida Ainara. No pude salvarnos Ainara, no puedo perdonarme por eso, pero al menos pude salvar una parte de nosotros que sin duda alguna, es la mejor versión de nuestro amor.

—Hasta luego, a quienes buscaban la libertad.—musité para mis adentro, dejando ir las dos plumas que volaron a través del viento, encima del mar, Eren y Ainara, les dejó ser libres.

𝐅𝐈𝐍

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