[Act two]

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(Este prefacio contiene descripción de violencia doméstica, por lo que, si eres sensible a estos temas, te recomiendo pasar al siguiente apartado, pues este capitulo no es muy relevante para la trama)




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La honorable Mansión Black.

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1966.

La familia Black se encontraba reunida en la Mansión Black, como cada año.

Walburga Black siempre portaba un elegante vestido negro que resaltaba sus divinos ojos oscuros, su piel y cuerpo de porcelana se mostraban bien cuidados, a pesar de ya tener a dos hijos.


Druella Rosier, por su parte, era una mujer rubia de gran estatura. Siempre usaba vestuarios blancos que resaltaban su belleza, y solía acompañar a su cuñada a todas partes.

Ambas mujeres eran reconocidas en la sociedad como modelos ejemplares de buenas esposas.

Compartían ideales, gustos y atracción por la magia oscura, lo que hacía que fueran más unidas.

Pero como era de esperarse, ninguna estaba al pendiente de sus hijos a tiempo completo.

«Para eso están los elfos». Pensaban.

Orión, Alphard y Cygnus, los hombres de la familia, discutían sobre sus planes anuales como de costumbre, en los cuales daban caza a ciertos muggles para su diversión junto a otros integrantes de los sagrados 28, obviamente esto era un secreto para el reto del mundo mágico.

En otra de las habitaciones del gran lugar se encontraban todos los niños.

Alya Black realmente amaba estas fechas, aunque eso tuviera que significar el uso de incómodos vestuarios que hacían picar su cuerpo.

Bellatrix, quien se encontraba en una edad bastante peculiar, prefería leer uno de los libros de la biblioteca de sus tíos.

No era cualquier libro, se trataba de uno con hechizos y maldiciones, cosa que a ella le fascinaba.

Andrómeda, por su parte, jugaba con los más pequeños de la casa, quienes a decir verdad eran muy graciosos.

Narcisa, en cambio, prefería estar al otro lado de la habitación, trenzando su precioso cabello rubio sin ayuda de su madre.

—¡Sirius! ¡Baja de allí!

Los gritos de Alya no cambiaron el ambiente de la habitación, al contrario, sus hermanas menores seguían en sus tareas como si nada hubiera pasado.

Como era de costumbre, Sirius no se bajó del mueble, y empezó a bailar graciosamente sobre este.

Por poco casi se cae, pero él tenía un gran equilibrio.

—No me sorprendería si llegara a causar problemas. —Bellatrix pasó una página del libro—, se nota a leguas.

—¿Por qué crees eso? —Preguntó Andrómeda—. Es un Black, ya se le pasará.

—Ya sé a dónde se fue la paciencia de mamá. —Narcisa soltó, con burla—, pareciera que ambas se la han quitado.

Regulus también quería imitar a su hermano, pero era muy pequeño como para subir por sí solo hacia el mueble.

Así que se las ingenió para subir, y sin saber cómo, ya se encontraba al lado de su hermano.

—¡Regulus!

Andrómeda corrió lo más rápido que pudo, intentando bajar a los hermanos, aunque fue en vano.

Ambos niños empezaron a bailar, causando que el mueble se moviera con brusquedad.

—Ojalá se rompan una pierna.

—¡Bella!

Bellatrix pronunció aquellas palabras sin despegar su mirada del libro, y acto seguido, ambos niños cayeron al suelo.

El estruendo causó que todas miraran a los niños, quienes yacían en el suelo.

Sirius empezó a reírse, mientras un elfo doméstico hacía acto de presencia.

—¡Amo Sirius!

El elfo temió por su vida, así que corrió lo más rápido que pudo hacia el niño y empezó a curar sus heridas.

Alya se acercó a Regulus, el más pequeño, y éste empezó a llorar.

—No... No llores, Reg. —Empezó a acariciar su cabello—. Solo fue una caída... ¿Verdad?

El elfo, quien había terminado de verificar que Sirius solo tenía un moretón, caminó hacia el niño de 5 años.

—Fractura de tobillo. —Murmuró el ser mágico—, nada que no pueda arreglarse.

Al elfo solo le bastó chasquear los dedos para causar que el delicado hueso se compusiera, pero el grito de Regulus alertó a todos en la casa.

—¿Qué está pasando?

La primera en llegar fue Walburga, quien al reconocer el grito de su hijo dejó de lado su revista mágica.

—Kwer, exijo que me digas lo que ha pasado.

—El amo Regulus se ha roto el tobillo. —Dijo—, y he sido yo quien lo ha arreglado.

El menor aun secaba sus lágrimas, sin embargo, Walburga no se inmutó en darle una muestra de cariño, por el contrario, fue Druella quien se acercó al niño.

—¡Tú! —Exclamó la morena, hacia su otro hijo—. ¿Qué le has hecho a tu hermano?

—Solo estábamos jugando...

—Jugando, sí, claro.

Bellatrix pasó la siguiente página de su libro, pero su madre usó su varita para bajar sus pies de la mesa con brusquedad.

—Bella, compórtate como una señorita.

Bellatrix rodó los ojos, a la vez que acomodó su ceñido vestido.

—Alya, ¿quieres decirme qué pasó?

La mayor tragó en seco. La actitud de su tía Walburga era muy seria, y sentía miedo cada vez que le hablaba.

—Los niños estaban jugando encima del mueble. —Respondió, bajando la cabeza.

—¿Encima del...? —Walburga soltó una sonrisa macabra—. ¿Y qué se supone que estaban haciendo?

Los gritos de la mujer hicieron que todos los presentes saltaran del susto, incluyendo a la otra madre.

—¿Estará bien? —Druella le preguntó al elfo.

—Sí, solo llora por el dolor causado.

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La cena de la mansión Black transcurrió con normalidad.

Si así puede llamarse.

—¿Por qué están tan callados?

Alphard Black, quien se encontraba en el asiento al lado de Regulus y Andrómeda, se encontraba bastante intranquilo.

Normalmente, todos estarían conversando alegremente sobre lo que harían al entrar a Hogwarts, o sobre sus vacaciones, pero ninguno decía nada.

—¿Qué ocurrió? —Preguntó Orión esta vez, mientras cortaba un pedazo de su carne de borrego y lo metía a su boca.

—Tu hijo se ha caído, y por si fuera poco, se rompió el tobillo.

Walburga hablaba como si nada, y eso a Sirius le disgustaba.

—Fue un accidente. —Dijeron los niños.

Orión solo rodó los ojos, cansado del drama que estaban armando las mujeres.

—¿Estás muerto? —Le preguntó a su hijo.

Regulus se mostró muy confundido ante su pregunta.

—No...

—¿Entonces por qué hacer tanto alboroto? —Levantó su tenedor y tomó otro bocado—, fue solo una caída, no un maleficio.

A pesar de sus duras palabras, él y su esposa fueron los únicos que soltaron una risa.

—¿Te duele? —Le preguntó Alphard a su sobrino.

—Un poco. —Respondió, tímidamente.

—Debes tener más cuidado para la próxima.

—Lo sé.

—¿Y tú, Sirius? —Se dirigió a su otro sobrino—. ¿Hay algo que quieras decir?

—Lo siento, Regulus.

Ambos niños se dedicaron una mirada de nostalgia, sabiendo que esto pudo haberse solucionado desde un inicio.

—¿Ves? Es fácil pedir disculpas.

Sin embargo, el hombre fue interrumpido por una de sus sobrinas.

—Lo único que queda es cortarle la pata.

Bellatrix soltó una carcajada que contagió a Walburga y Orión; las chicas, por su parte, dejaron de comer para mirar la escena.

—¿Cor... Cortarme el pie...?

Regulus inmediatamente empezó a llorar, y Druella se levantó de inmediato a darle una lección a su hija.

—¡Bellatrix Black! —Gritó—. ¡No asustes al niño!

Regulus estaba llorando, mientras sus padres casi se atragantan de tanto reír.

—No van a cortarte la pata. —Alphard ahogaba una risa—, estás bien...

—Es cierto. —Alya también se unió a la conversación—, Bella está loca.

—¡No estoy loca!

En acto de molestia, Bellatrix se levantó con fiereza de su asiento y se ubicó delante de su hermana mayor.

—¿Cómo se te ocurre decirle eso? Es un niño.

—Es un niño. —La imita, quedando bajo la mirada de todos—. Sé que es un niño, por eso hay que darle riendas al asunto.

—Concuerdo con Bella. —Exclamó Walburga, desde su asiento—. Y Regulus... Cállate.

Al menor no le quedó otra opción más que hacerle caso a su madre, mientras las hermanas se desafiaban con la mirada.

—A que gana Alya —Andrómeda susurró para ella y Narcissa—. ¿Apuestas, Cissy?

—Hecho.

Ambas hermanas menores buscaron entre sus bolsillos algún objeto de valor, mientras el ambiente en la sala cambiaba drásticamente.

La mesa empezó a vibrar, trayendo consigo los platos al suelo.

Todas las copas volaron hacia las paredes, manchando todo a su paso.

Las velas del recibidor se prendían y apagaban al instante, y era imposible saber a quién se le atribuía aquello.

Ambas eran menores de edad, no podían usar magia, pero bien se sabía que las emociones podían llegar a ser incluso más fuertes que cualquier otra cosa.

—¡Es suficiente!

Cygnus Black se levantó de su asiento con enojo, tomó su varita e invocó unas lianas invisibles que cubrieron los cuerpos de las menores.


A ambas se les cerraron los brazos, sus bocas fueron selladas con otra liana, y una fuerte ráfaga de viento las llevó a esquinas diferentes.

La casa dejó de temblar, y los elfos empezaron a secar sus lágrimas antes de que fueran vistos.

—¡Insolencia! —Volvió a gritar, apretando más sus cuerpos—. ¡Insolencia!

Walburga se encontraba más que maravillada con la agilidad de su cuñado, y tomó nota sobre los movimientos de varita que éste hacía.

Druella tomó su varita mágica y movió al resto de sus hijas al otro lado, sabiendo lo que se venía.

El aire se hizo frío, y los ojos de las chicas se abrieron en par.

—¡Una más! ¡Una más, y voy a usar la maldición imperius en ustedes!

Aquella amenaza dejó calmadas a las jóvenes, y cada quien volvió a lo suyo.

Orión ocupó su varita, y sin ocultar una sonrisa, miró a sus hijos, para luego devolver todo a la normalidad.

Esta familia no era normal en ningún aspecto, las maldiciones iban y venían como orden del día, pero a nadie parecía importarle.

—Como castigo. —El mayor miró a sus hijas—, ustedes dos cortarán la cabeza de Fill.

Alya abrió la boca con mucho miedo, pues ni siquiera se podía imaginar aquello.

Bella, en cambio, no se inmutó.

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⚠️⚠️⚠️

Toda la familia terminó de cenar, y se habían dirigido a una habitación especial de la mansión.

La habitación de los elfos.

Fill, uno de los elfos de Alphard Black, era demasiado viejo para seguir recibiendo órdenes, razón que lo obligó a pedir su ejecución.

A ninguno de los niños se le permitía ver aquel acto, pero en vista de lo sucedido, los mayores creyeron que debían darles una lección.

Todos los elfos estaban presentes, y fue Walburga quien destapó una de las paredes de la habitación.

Narcissa se obligó a sí misma a no vomitar, Andrómeda ahogó sus ganas de llorar, y Sirius y Regulus se tomaron de las manos con miedo.

Alphard notó el miedo de los más pequeños, así que se acercó a ellos y depositó sus manos sobre sus hombros, listo para cubrirlos cuando la ejecución diera inicio.

—Fue un honor haberles servido. —Decía el elfo, cada vez que miraba a sus antiguos amos—. Fue un honor servir a los honorables Black.

Kreacher, el elfo de Orión y Walburga, miraba con recelo a su antiguo compañero.

Toda su familia había muerto de esa manera, decapitados. Y eran colgados en la pared en señal de su buen servicio.

Kwer, el elfo de Druella y Cygnus, también miraba con detenimiento las cabezas de sus semejantes, soltando lágrimas de anhelo al desear que pronto fuera su turno.

—Fuiste un buen elfo. —Alphard habló, desde su puesto—. Serás colgado junto a tus antecedentes.

El elfo asintió, orgulloso de su destino.

Walburga sacó de un compartimiento un hacha, la cual aún contenía sangre vieja, y la ubicó en sus manos.

Los niños miraban la escena con horror, y Alya casi lloraba.

La mujer le pasó el objeto filoso a su sobrina Bellatrix, quien lo tomó un poco dudosa.

—Que sea Alya la que dé inicio. —Orión también habló—, es la mayor, que dé el ejemplo.

Alya tragó en seco ante las palabras de su tío, mientras su tía le daba el pesado objeto.

El elfo se recostó en una especie de camilla, su cabeza sobresalía de ella, y ella tuvo que contener sus ganas de salir corriendo.

—¡Hazlo!

El elfo asintió, listo para dar fin a su vida.

—Lo siento... —Murmuró la niña, para sí misma—, lo siento...

—¡No tengo todo el día! —Oyó a Walburga—. Tu hermana también debe hacerlo, así que al menos déjale un pedazo al cual cortar.

Alya cerró sus ojos, envolvió el mango del hacha entre sus pequeñas manos y suspiró.

La niña elevó el afilado objeto y tiró de él, cortando casi completamente la cabeza del elfo.

Inmediatamente, el olor a óxido invadió sus fosas nasales, obligándola a abrir los ojos.

Se arrepintió al ver que el elfo ya no tenía su cabeza, o bueno, una parte de ella aún estaba pegada a su diminuto cuerpo, así como el líquido grisáceo de su sangre corría por el suelo.

Levantó la vista, sus ojos estaban llorosos, y sus manos temblaron, provocando que dejara caer el hacha.

Caminó con mucho miedo hacia el resto de sus hermanas, viendo como su tío Alphard aún no sacaba sus manos de los ojos de sus sobrinos más pequeños.

—Bella, tu turno.

Por muy raro que se viera, Bellatrix parecía tener miedo.

Ella tomó el hacha con más detenimiento que su hermana, y de un solo golpe, terminó de cortar la cabeza del elfo.

El sonido de miembro sobre el suelo hizo que todos los niños saltaran del susto, e inmediatamente todos empezaron a llorar.

Los mayores reían, los otros elfos también lo hacían, pero el único al que parecía importarle la situación era Alphard, por lo que tomó a los niños de las manos y los guió fuera de la habitación.

Los mayores se quedaron a colgar la cabeza del elfo, y una vez que estuvieron en otra habitación, todos los niños chillaron.

Bellatrix era la única que no lo hacía, pero su rostro igualmente mostraba terror.

Alya se acurrucó en una pared, ubicando sus manos manchadas de sangre elfina alrededor de su cuerpo.

Andrómeda y Narcissa se abrazaron, llorando aterradas por lo que habían visto.

Sirius y Regulus lloraron en los brazos de su tío, mientras éste trataba de calmarlos.

Esa fue una noche que nadie nunca pudo olvidar. 

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