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☽ | DESDE EL PRINCIPIO.

⋆⭒⋆⭒








Perseguir. Cazar. Matar.

Esas son las tres reglas principales en su vida que está seguro de hacer cuando la luna azul brilla en el cielo. Siempre ha sido así, una especie de maldición aletargada durante tantos años que le ha hecho mantener la misma rutina.

Pocas veces se ha despertado en medio de la noche con la sensación de que ha vuelto a hacer algo malo —aunque en los últimos días esa sensación se ha vuelto muy recurrente— y aunque siempre lo deja pasar, sabe de buena mano que es la bestia de su interior la que lo hace cometer locuras. La que hace que disfrute, la que hace que no tenga piedad.

Ahora mismo, con esa pequeña muñeca, tan débil, tan frágil, atrapada en su poder..., siente que no puede hacer ese tipo de cosas. Siente que no se reconoce a sí mismo, a ese chico que justo hoy en la mañana se ha despertado hecho un asco; como siempre.

Siente una enorme calidez a su lado, probablemente por su cuerpo humano y vivo; probablemente por sus emociones latientes y abrasadoras. Los humanos siempre llevan a la perdición, los humanos siempre llevan a la derrota, los humanos...

¿Su humano le haría eso? Observa esos ojos grandes, azules, enigmáticos, mágicos y puros y... Sus dedos acarician esas venas latientes de su muñeca, casi sin prestar la suficiente atención a la forma en la que su olfato adquiere un olor más fuerte de su sangre. Tan adictiva.

Cierra sus ojos por unos momentos, a pesar de la cercanía, repasando en su mente toda su vida. Así, de la nada. Y desde pequeño, ha sido consciente de que las únicas personas en las que podía depender han sido Dominique, Louis y, por supuesto, su maestro. Que en lo único que podía tener certeza de que nunca desaparecía, serían su mansión, su familia, sus recuerdos.

Y ahora mismo todo eso se reduce a la nada; así de cerca con este humano, todo aquello deja de tomar la importancia que durante tantos años le ha dado casi por obligación. Siente encima espinas enganchadas en su cuello, que le aprietan y le hacen suspirar por aire.

Por suerte, Vanitas sigue enfrente suyo, mirándole con esos ojos soñadores, dulces.

Por lo que se queda prendado de esas preciosas pestañas de cuervo que esconden esa mirada azulada, enigmática y atrayente, y que no ha podido borrar de su memoria desde que lo descubrió aquel día, ambos mirando esa extraña escultura.

Aquel día, que solamente se acercó por curiosidad. Aquel día, que solo decidió acercarse por la exquisitez de su sangre. Por lo bien que olía. No se arrepiente, en lo absoluto.

Da otro paso hacia Vanitas, y Noé casi puede sentir encima esa respiración cálida de su humano. Ve cómo da traspiés hacia él, como frunce sus labios ocultando secretos y sus ojos viajan hacia su cuello. Aquel miembro pálido, alargado, suave y jugoso que la otra noche tuvo la oportunidad de acariciar todavía más de cerca. Bajo su cuerpo, tan exquisito.

Admite estar cómodo, de alguna manera. Seguro. Como si de alguna forma extraterrenal, estar cerca de ese pequeño humano fuese justo lo que tanto había necesitado, lo que tanto había ansiado. Y claramente, su tatuaje en la nuca también lo demuestra.

Pero de repente, un dolor en la cabeza. Se muerde el interior de sus mejillas, siente la calidez de Vanitas como una huella en su rostro, sus garras negras y su mente viaja a la época en la que recuerda haber sentido tanto placer. A la época en la que, a hurtadillas, se escapaba para pasar tiempo con su amigo humano: Gilbert Minster.

Un pobre, dulce y curioso niño de mejillas regordetas, de inocente mirada esmeralda, y de un cabello tan negro y tan parecido al de su humano, Vanitas. Un niño alegre, y feliz de hacer nuevos amigos. Un niño que lo recibió con los brazos abiertos y que él se vio obligado a destrozar.

Lo echa de menos, muchas veces.

—Noé... ¿Cuál es vuestra respuesta? ¿Qué sentís al verme, niño del arca?

Y Noé, cohibido de repente ante tantas emociones, memorias y tormentos, sólo alcanza a alzar sus dedos para acariciar esos labios carnosos y sonrosados de su humano. Nota su fuerte y entrecortada respiración en las huellas de sus dedos, y se da la oportunidad de apretar sus labios. Observa la expresión desconcertada, emocionada y excitada del humano y sonríe, con sus perlados dientes.

—No sé qué es el amor, Vanitas. Pero... —Libera entonces sus labios para deslizar sus dedos lentamente por ese cabello a medio recoger, con una fuerza contenida. Lo que le recuerda a Noé constantemente como en cualquier momento, esa caricia puede transformarse en un afecto mucho más cruel. Propio de la bestia que era. Toma distancia mientras agrega—: Me hacéis confundirme y, eso me encanta. ¿Eso es malo?

Sin decir nada más, regresa a tomar asiento en la silla de antes. Sin embargo se encarga de darle la vuelta para quedar al frente de Vanitas y toma puesto en ella. Abre sus piernas, recargando su cabeza en una de sus manos, para observar la obra de arte que es su humano. Saborea la vista.

Lo deleita bajo esas ropas elegantes, con esas mangas largas, con ese cabello brillante y medio suelto, con ese rostro de porcelana y esos ojos de princesa. Mantiene su sonrisa, pensando en que no pudo encontrar mejor tesoro y perdición en su larga vida.

Ve cómo Vanitas cierra un par de veces su boca, como parece absorto en sus palabras, quizás buscándole un mejor sentido y después, cómo lo mira con sus cejas fruncidas. Sus labios tiemblan y para su sorpresa, se acerca contoneando esas dulces caderas suyas. Noé no sabe qué sentir, le sudan las manos cuando su humano acaba al frente. Deja caer una pequeña capa que cubre sus hombros y de la que no había advertido antes.

De una forma lenta, de una forma y se atreve a admitir... sensual.

No sabe cómo reaccionar, tomándolo por sorpresa, cuando de pronto Vanitas muerde sus labios para agarrarle de sus hebras blancas y tirarlas hacia atrás con fuerza. Es un toque íntimo, demasiado, como esos que tiene con Louis en privado pero, al mismo tiempo, muy diferente.

Noé se encuentra a sí mismo a la espera, expectante por las acciones de su humano. Lleno de un deseo ardiente, intenso, y del que disfruta experimentar.

Y por supuesto que lo asusta cuándo, sin pena alguna, sin miedo o asco, Vanitas se sienta sobre su regazo. No parece horrorizado al sentirlo tan de cerca. En cambio, se deja caer ahí, tan cerca, negándose a soltar su cabello. Noé lo mira, sin ninguna muestra de rechazo aunque le molesta un poco el cuello al ser tirado tan bruscamente hacia atrás. Aunque sirve de mucha distracción la forma en la que sus cuerpos parecen unirse por pura magia, con necesidad, como dos imanes hechos a la perfección para el otro.

Pum. Pum. Pum.

Los latidos del corazón vivo y caliente de su humano, laten desenfrenados a una velocidad vertiginosa y tan... próxima. Noé relame sus labios, siendo observado por aquellos ojos brumosos y azules que no consiguen salir de su mente. Vanitas está caliente, su rostro está sonrojado y, oh diosa de la luna, la forma en la que dobla sus labios es tan repentinamente tentadora, que Noé no puede evitar alzar sus enormes manos para apoderarse de la estrecha cintura de su humano.

Es tan pequeña, delicada y tentadora como siempre ha soñado sentir en su poder. La aprieta suavemente y disfruta con la sensación de cómo sus dedos parecen casi tocarse, es perfecto. Es realmente perfecto para un monstruo como él.

Vanitas salta sobre su cuerpo ante el toque. Suelta pequeños hipidos, expectante y su humano suelta un suspiro exasperado y tirando todavía más de su cabello, apresando sus mechones con intensidad. Noé suelta un bajo quejido, mientras su humano utiliza su otra mano cubierta por esos guantes con garras para acariciar los botones de su camisa, sobre su pecho. Con delicadeza, con persuasión.

Y entonces, los labios de Noé se abren para preguntar: —Va-Vanitas, ¿vos que sentís al verme?

Y su humano, como respuesta, arranca los botones de un golpe de su camisa. Noé da un respingo, sorprendido ante el movimiento del otro. No se espera cuándo comienza a desabrochar su camisa hasta su ombligo con esas garras que le dejan cosquillas en su piel desnuda. Pronto suelta su cabello para prestarle la atención con sus dos manos y abrirle la camisa totalmente. Delicadamente, suavemente va abriéndola. Noé se siente al descubierto, su tatuaje comienza a arder bajo su nuca. Más fuerte, más fuerte. Comienza a molestarle; más que nunca, pero no puede apartar la mirada de su humano.

Vanitas lo observa, relamiéndose los labios y con expresión hambrienta. A Noé se le hunde el estómago e igual de excitado, deja escapar un suspiro. Necesita saber la respuesta de su humano, su conciencia necesita saberlo.

Y entonces, la aterciopelada voz de Vanitas se deja escuchar por toda la sala.

—Deseo. Cuando os miro, siento deseo. —Sus garras arañan su vientre—. Deseo por conoceros, por saber quién sois realmente, por teneros completamente para mí. Odio cuando os alejáis de mí, odio cuándo os marcháis para venir dejándome más preguntas que antes. Lo detesto —termina para repetir sus acciones, y sujetar su barbilla con fuerza.

La levanta, se inclina más en su cuerpo y acomodándose, sonríe. Dios, se siente tan bien de repente caer en el poder de un ángel. Siempre ha sabido que no eran buenos, porque ahora mismo, su humano disfrazado lo está tentado a caer al infierno.

Noé suspira, afianzando sus manos todavía más sobre la cintura de Vanitas.

—¿Qué más? ¿Qué más detestáis de mí, Vanitas?

Y por supuesto, dirige su mano libre hacia su cuello, aquel en donde se puede notar expresamente su tensión. Se inclina todavía más, y a suspiros de sus labios, dice:

—Vuestro cabello. Vuestra voz. Vuestro cuerpo. Vuestra manera de ser. Y, sobre todo —Un poco más cerca—, vuestros labios, niño del arca. Lo perfecto que sois.

Y sin más, Noé con un ligero movimiento de cabeza, termina por unir sus bocas. Esa era la señal para continuar, para superar sus más arraigados sueños.

Sus respiraciones entrecortadas y cargadas de excitación, llenan el espacio. La distancia se rompe y cuándo Noé siente sus labios tocarse, recibe un primer roce eléctrico que parece encenderlo todo. Abrasarlo todo. Derretirlo hasta los huesos.

Oh dios, cuanto había esperado por esto.

Vanitas suspira sobre su boca y Noé araña su cintura todavía cubierta sobre la ropa, con necesidad. Mucha más que antes. Siente que sus largas uñas crecen, aunque en realidad sean una capa oculta. Aunque en realidad sea una ilusión, porque se controla. Sabe que no están ahí en realidad. Pero de repente no teme que lo vea, ahora mismo, solo le interesa sentirlo todo.

Y entonces, ese beso que Noé sin darse cuenta lleva tanto esperando, crece por momentos.

Comienza suave y luego rompe en una explosión de deseo. Los labios de su humano se mueven con urgencia, con experiencia y, por supuesto, Noé es un experto también en ese tema, pero deja que lo guía. Le concede esa oportunidad. Parece de repente que Vanitas intenta desesperadamente absorber todo lo que es, y sus manos, ascienden hasta su cuello y espalda, arrancando con violencia esa molesta camisa para trazar caminos ardientes bajo esa tela de ropa. La misma baja por sus hombros, el calor aumenta. Ahora la camisa descansa en su espalda.

Esas garras continúan arañándolo, Noé gruñe bajo sus toques cálidos. También siente cómo su humano salta de repente cuándo mete sus propias manos bajo su camisa, por su cuerpo helado. Frío. Eso es todo lo que siempre ha sido. El tatuaje comienza a escocerle. Suelta más quejidos.

Ambos respiran en la boca del otro, Vanitas relame sus labios y deja toda su esencia en ella. Noé aprieta esa cintura con más fuerza; y es su turno de liderar el beso.

Comienza a aumentar el movimiento de sus bocas, vorazmente, mientras escucha con gusto los susurros y gemidos ahogados de su humano. El chico de cabellos blancos empuja a Vanitas más contra su regazo, ambos saltan ante la fricción y entonces Noé desciende sus labios por el cuello excitante que tanto ha añorado. Baja, muerde y besa con tanta intensidad que su humano se estremece bajo bajo sus toques especiales.

—N-Noé... —escucha de los labios de su humano.

Y como le gusta eso; sin embargo, ese tatuaje comienza a quemarle. Teme que Vanitas se dé cuenta, teme que aquello aumente y a pesar de sus verdaderos deseos, sostiene los hombros de su humano y con toda su fuerza de voluntad, lo aparta de su lado. Sus labios se buscan otro segundo para darse un beso mucho más suave pero igual de necesitado, y aún así, Noé vuelve a separarlo de su lado.

Sus pechos se agitan de parte a parte, la misión tan sencilla de respirar se hace realmente difícil. Y Noé observa los labios rojizos de Vanitas, tan deseables pero... Un dolor de cabeza la da un latigazo en un lateral y cierra sus ojos, adolorido. El tatuaje amenaza con arrancarle la piel y, por supuesto, su humano se da cuenta.

Controla su respiración y agarrándolo de la barbilla, le pregunta: —¿Estáis bien? De repente pareceis agitado, Noé. ¿He hecho algo mal?

Sin embargo, Noé de inmediato niega con la cabeza.

—No... No habéis hecho nada mal, de verdad. Pero... pero ahora mismo me encuentro inestable, me duele la cabeza. Lo siento, Vanitas, lo siento. Yo quería hacer esto, pero... —Pero la amabilidad ataca a su humano y rápidamente, comienza a colocarle la camisa.

La sube por sus hombros, la abotona por su cintura hasta su cuello, aunque deja un espacio abierto para que no lo ahogue demasiado. Después de baja de su regazo y aunque todavía tiene la respiración agitada, mantiene una suave sonrisa.

—Ahora mismo, mi querido Noé, lo único que importa es que estéis bien. Voy a por unas pastillas para las posibles migrañas que tienes. —Aunque antes de irse, le dedica una mirada por encima del hombro y agrega—: Además, esto no quiere decir que no podamos retomarlo más tarde.

Y Noé siente un retortijón en su corazón y en su vientre.

Lo observa irse, contoneando esas dulces caderas y Noé se acaricia la nuca. Sus dedos hormiguean bajo su toque y le duelen. Sin embargo, muerde sus labios, no puede creer ni por un segundo lo que acaba de pasar y, de repente, cierra sus ojos ante otro latigazo.

Una mala y oscura sensación le crece por la espalda y sabe que tiene que alejarse. Que tiene que alejarse de su humano, antes de que las cosas se salgan de control. Observa sus manos y se da cuenta de que en realidad no era ninguna ilusión; uñas largas y afiladas ocupan sus dedos, se estaba transformando hace unos momentos sin darse cuenta.

Maldita sea.









El resto de la mañana y la tarde, ambos no retomaron sus quehaceres anteriores.

Murr pareció empeorar en medio de la noche y Vanitas tuvo que prestar total y completa atención a su gato. Se sintió mal, quiso ayudar pero el doctor en regla no le dejó ni acercarse. Noé por lo tanto, se limitó a descansar.

Después de todo, el dolor de cabeza no se le había pasado.

Las horas pasaban, Dante y Johann advirtieron a Vanitas que no llegarían hasta el día siguiente y cuando la luna pisó el cielo, era la hora de dormir.

—Entonces, ¿estáis cansado?

Vanitas lo avisa, que ahora viste un jugoso y abierto camisón. Noé sigue con la misma ropa de hace horas pero tiene en sus manos la ropa de dormir de la misma noche anterior.

Su humano sujeta su ropajes de forma interesada, como si intentase averiguar qué iba a pasar ahora. El dolor de cabeza persiste pero le ha hecho creer a su humano que se encuentra bien; aunque no sea verdad. Remueve su lengua y vista, moviéndola y estrechándola por todo el cuerpo de su humano, con ganas de repetir la misma escena de antes.

No obstante, no puede hacerlo. Sabe que tiene qué hacer.

Lo sabe mejor que nadie.

—Sí, creo... creo que lo mejor es descansar por hoy. Muchas, muchas —carraspea—, hm, muchas emociones por hoy. —Vanitas se carcajea en su cara.

—Bueno, haré caso al paciente pero... espero que desee tomar su medicina pronto, no es bueno hacer esperar las cosas. —Y ambos se acuestan.

Luego se acuestan, acurrucados al lado del otro como la noche anterior. Vanitas descansa sobre su pecho, su respiración acompasada y suave lo arrulla. Se siente tan acomodado a su lado, que ese persistente dolor de cabeza y molestia, no lo deja en paz. Su tatuaje brilla, nota como se ilumina tras su nuca; lo sabe mejor que nadie.

Por lo que no espera a qué la noche provista todo su manto negro, para vestirse con las ropas prestadas de antes regaladas por su humano. Deja su pijama doblado y sobre el mesón de la habitación; le da unas leves caricias a su gato y se queda observando a su humano que parece descubrir la falta de él. Se remueve en la cama, cohibido, y parece que tiene frío.

Por lo que acaricia esas hebras negras y dándole un beso leve en la frente, sube su manta caliente sobre su cuerpo para que ya no sienta más frío. De repente piensa en que la culpa es suya, por su condición de vampiro. Muerde sus labios mientras se deleita con la pureza que rodea a Vanitas. Por último detalle, intercambia los pendientes y lo que es la razón por la que se conocieron. Con mucho cuidado y detalle, le pone a Vanitas su pendiente original y él se coloca el falso. Siente incomodidad de inmediato, nunca pensó hacer este tipo de cosas.

Con una última lastimera, sabe que su gato también debe de quedarse con su humano. No hay mejor lugar para su animal.

No lo piensa dos veces antes de desaparecer en una ráfaga morada.

Un rato más tarde, aparece delante de la mansión de su maestro, de su casa. Se le borra la sonrisa y vuelve a sentirse como antes; un escalofrío sube por su espalda. Los recuerdos de su figura paterna más cercana de los últimos días no son de lo más agradables. 

Pero aguanta la sazón que comienza a nacerle, y atraviesa esos fríos muros. Sabe que tiene que charlar con su maestro cuanto antes, porque después de lo de hoy, no piensa por nada del mundo ceder ante su misión. No quiere dejarse caer y matar a la única persona que lo ha recogido con ambos brazos.

No puede matar a Vanitas, simplemente no puede.

No puede repetir la misma historia.








Sin embargo, Noé se lleva un enorme chasco.

Ya que al entrar en la mansión, no hay nadie. Ni Dominique, ni Louis, ni su maestro..., No había encontrado a nadie en el interior de su casa. Lastimosamente.

Recorre los lares de su casa, de aquel refugio al que siempre había recurrido después de tanto tiempo. Al que se había mantenido escondido y considerado su refugio durante tanto tiempo; sin embargo ahora solo le resulta fría, vacía... insondable.

Tiene miedo, porque nunca había estado solo allí dentro. Y encima su tatuaje arde más que nunca.

Sin embargo, siente curiosidad al mismo tiempo. Se acerca a la sala este, a la de su maestro, y no hay nada que lo detenga. Tiene recuerdos de sí mismo, de pequeño, huyendo de los monstruos que creía ver en cada esquina, que creía ver en cada rincón tras cada maldición echada por sus familiares. Domi siempre trataba de echarle a malas de ese sitio, aunque Louis siempre tenía pase libre para estar por aquí.

Remueve sus manos de un lado a otro, todavía sintiendo los toques de Vanitas en su cuerpo; y entonces se detiene en la oficina de su maestro. De aquel que respeta y teme al mismo tiempo. Toca varias veces, pero tampoco hay respuesta, por lo que abre la puerta sin forzarla demasiado.

Allí dentro no es muy diferente de cómo ha visto siempre las cosas en su imaginación. Una mesa de tareas, estantes de libros y más libros, nada más realmente interesante. Noé se pasea por todas esa habitación buscando algo, no sabe qué exactamente..., pero por alguna razón, su tatuaje se ha calmado de pronto y eso solo le hace pensar, repentinamente, que tiene que ver con algo de ese cuarto.

—Esto es una pérdida de tiempo. Lo mejor que puedo hacer es quedarme en mi habitación, a esperas de que llegue —anuncia en alto, casi queriendo que su maestro no aparezca hasta el día siguiente.

Y es justo cuándo se va a dedicar a apagar la luz de la habitación, que su dedo índice se resbala y pulsa sin querer otro interruptor. Ni siquiera se había dado cuenta de que estaba ahí, porque andaba oculta por los colores de la habitación. Asustado, se da la vuelta cuándo un estruendo se escucha a su espalda.

Sus ojos se agrandan cuando uno de los estantes se mueve y se abre; hay otra habitación, hay otra oculta y que su maestro por seguro no pensaba contarle de su existencia a nadie de la casa. Tampoco tenía ninguna responsabilidad, pero... Eran familia, ¿no?

Algo inseguro, se acerca a paso lento y allí dentro, tras cruzar la pequeña entrada, es que su boca se abre de par en par sin creer lo que ve. Es increíble, casi parece un sueño. Se restriega un par de veces los ojos, pensando que esto es irreal, que es una completa imaginación de su cabeza... porque no puede creer que aquí dentro, en esta habitación, está lo que tanto han buscado en los últimos días Vanitas y él. Lo que tanto necesita para irse.

Su corazón se remueve intranquilo, da varios pasos al frente y cubriéndose la boca con el dorso de su mano, observa todo ese campo de flores azules. Esas que tanto buscó su compañero Vanitas, esas que busca sin descanso.

Una de ssu rodillas toca el suelo, cerca de unas primeras y con delicados movimientos, agarra tres con la mano derecha. Ya no brillan tanto cuando las arranca, pero está seguro de que sirven todavía; y es tan hermoso, la imagen de cómo le recuerda tanto a los ojos que hoy vio tan de cerca a su querido humano.

Sin pensar demasiado las cosas, se las guarda bajo el dobladillo de la camisa y se levanta, temblando, con infinidad de preguntas en su cabeza.

¿Cómo era posible que su maestro tuviera tantas? ¿Para qué las quería? ¿Para qué les servirían? Piensa de inmediato que es necesario dárselas a Vanitas, porque así se quita de encima la misión de ultimátum de tres días para matar a su humano. No quiere hacerlo y esta es la solución inmediata a su problema.

Sin embargo, cuando se levanta de aquel campo mágico, es que escucha una voz a su espalda.

—Mi querido, Noé... ¿Qué os trae por aquí? —Y su voz suena tan cerca, tan oscura, que su cuerpo no se mueve ni un músculo al sentirlo a su espalda.

Muerde sus labios, sintiendo que todo el mundo se le viene encima; sus dedos tiemblan bajo aquella enorme sombra de su maestro, bajo aquel manto de poder que durante tanto tiempo lo ha subyugado y Noé se pregunta porqué siempre quiso ser perfecto para él. Quiere decir, si su maestro en realidad es una figura paterna, más o menos, ¿por qué motivo le teme tanto?

Eso no es normal; por supuesto que no. Su familia no lo es, después de todo, todos allí son vampiros. Viven en un pueblo de vampiros en donde la jerarquía de poder siempre anda enemistada, por cual sea la razón. Y en ese momento, Noé se da cuenta de que nunca había comprendido lo mucho que odiaba esta casa, este pueblo y a su maestro.

Cuándo siente una mano en su nuca, rasgándole esta, con esas largas uñas moradas y azules en su piel, se da cuenta de que lo odia con todo su corazón. Su tatuaje está en calma, pero nada más sentir ese toque frío encima, se ve a sí mismo de pequeño.

De rodillas, vomitado, mientras su maestro lo golpea una y otra vez con ese estúpido bastón que siempre lleva encima. Recuerda esos abrazos helados que le daba cuándo lo mordía a la fuerza para enseñarle cómo debía hacerlo bajo la luna azul, y entonces, se ve a sí mismo, de mayor, perdido en la lujuria del caos de la luna azul y cómo su maestro está a su lado.

Obviamente está inconsciente de alguna manera, perdido y embargado en el poder del cristal azul, pero la forma en la que su maestro sonríe de forma desquiciada a su lado, le hacen regresar las ganas de vomitar. Se siente mal, muy mal de repente de pensar en cómo solía adorarlo, idolatrarlo. Incluso antes de conocer a Vanitas, cuándo a Dominique la iban a castigar, él observó con placer como la obligó a matar a su amiga. Como justificó en su mente que lo que hacía, lo que la obligaba a hacer, estaba bien.

No lo piensa dos veces cuándo aparta de un manotazo la mano de su maestro, a pesar de que ya le sale sangre de la nariz. Siente que la rabia le nace por dentro, porque cómo dio la orden hace siglos, ahora quiere que repita la misma historia de Gilbert con Vanitas. Quiere verlo sufrir, porque disfruta con ello. Porque es un vampiro antiguo, desquiciado y que se aburre.

Dando varios traspiés hacia atrás, sacude su cabeza cuándo al mirar hacia su maestro, se encuentra esa expresión hambrienta, esa sonrisa de oreja a oreja que deja plena vista de colmillos y que tanto se ha negado a ver durante tantos años. Que durante tanto tiempo ha hecho de ciego.  

Ver aquel rostro retorcido, de pronto le hace recordar.

Él ha matado por seguro a todas esas personas, a esas personas que las bañaba una luna blanca. Se ha descontrolado, lo que quería su maestro desde hace años. Ahora es totalmente un monstruo sin control alguno sobre su cuerpo, solo cuando está con Vanitas es que parece recuperarse un poco.

—Noé, ¿qué os ocurre? ¿Por qué ese rostro de espanto? —Se divierte, su tono burlón lo demuestra.

Se limpia el goteo de la sangre de su nariz, mientras se incorpora con pequeños estremecimientos. Se incorpora en todo su tamaño, para cruzar mirada con su maestro.

—No... No pienso hacer más lo que decís, maestro. No pienso cumplir vuestra misión, no pienso matar a Vanitas. —Su maestro tuerce su rostro, la habitación parece agitarse.

Golpea tres veces el bastón contra el asfalto y Noé trata de mantener el equilibrio entre los temblores de la sala. Su maestro parece intacto.

—Tal parece que ahora mantenéis un contacto más directo con vuestro cabo suelto —pronuncia para no dejar de sonreír. Noé trata de mantenerse firme—. Entonces, ¿pensáis desobedecerme? ¿Me fallareis como en vuestra primera lección?

Noé no se pierde en sus memorias, aprieta sus puños a los lados de sus caderas y asiente.

Y nada más hacerlo, es arrastrado por todo el campo floral azulado por su maestro. Lo ha golpeado bajo la barbilla y se ha llevado por encima unas cuantas plantas; no importan. Nada de eso importa, ni siquiera la fractura de sus costillas. Intenta levantarse cómo puede, intenta salir de ahí, pero su maestro coloca uno de sus lustrosos zapatos sobre su pecho y siente que le corta el aire. Que no puede respirar y Noé, escupe sangre cuando baja su zapato para golpearle bajo las costillas. Ambos escuchan sus fracturas y duele.

Noé grita, siendo golpeado en los labios por el bastón de su maestro.

—Shh, mi querido pupilo. ¿Cuántas veces te he enseñado a no hablar sin que te lo digan? —Sin mediar más palabra, su maestro niega con la cabeza.

Parece tan decepcionado, tan triste, que por unos momentos tiene el extraño deseo de arrodillarse. De rogar por su perdón y volver a convertirse en ese pupilo sin sentimientos, sin remordimientos. Pero... Recuerda los inocentes ojos de su humano, y escupe la sangre en el suelo. Se ríe bajo su maestro a quien pronto le cambia el rostro por una nacida de la repulsión, de la rabia. Siente que sus ojos cambian a naranjas, correspondientes a su condición de vampiro y que sus colmillos crecen con rapidez.

—¡No pienso dejar que hagas daño a Vanitas! ¡Él es diferente, puedo...! —Pero su maestro lo interrumpe.

—¡¿Crees que puedes confiar en los humanos?! ¡¿Crees que no te tratará como un monstruo cuándo sepa lo que en realidad eres?! ¡¿Cómo habría hecho Gilbert?! —Cubre sus oídos de inmediato, para no envenenarse con sus contaminadas palabras.

Piensa en Vanitas, en la excitación de su nuca, y girando sus caderas, patea a su maestro en el vientre y este sale despedido hacia el umbral de la otra habitación. Su espalda se golpea contra la pared, se revienta y Noé no cree lo que acaba de hacer. Su vientre tiembla de la emoción, y sin pensarlo dos veces, desaparece de la habitación.

Quizás por el miedo, quizás por la sorpresa, no está seguro, pero acaba en el portal de su mansión y cae justamente encima de Louis. Su expresión, su humor, su voz no parece interesarle a su familiar, porque de inmediato lo recibe con un beso y Noé se congela.

Se siente mal al recordar los jugosos labios de Vanitas en comparación con estos.

—¡Quítate, Louis! ¡No tengo tiempo ahora!

Se aparta de su amigo de la infancia a trompicones, no viendo a Dominique a la vista y perdido en la bruma del caos y del terror, no escucha ni la mitad de lo que responde el de ojos dorados. Solo alza sus manos, se limpia la boca y desaparece en otra ráfaga. En el viaje revisa que las flores sigan en su poder y mientras llega al centro del pueblo de Córcega, encuentra volando por el cielo que Dante y Johann van en camino hacia la casa. Tiene que ser más rápido que ellos, tiene que advertir a Vanitas, a que se largue de inmediato por mucho que le duela.

Sobre todo, porque ahora sabe lo especial que es para él, en su vida, y aunque en el fondo lo menos que quiere es separarse de Vanitas, es lo justo.

Es lo que debe hacerse.

Unos segundos más tarde arriba en la casa temporal de su humano, sin embargo, el clima está frío, amenaza llover nuevamente. La noche es oscura y no está seguro de qué horas sean, pero llama de forma inquietante a la puerta al escuchar con claridad esos latidos de corazón, apesadumbrados, aterrorizados.

Lo peor pasa por su cabeza cuándo nadie contesta, cuando nadie viene a recibirlo. Al contrario, esos latidos se hacen más vertiginosos y no lo piensa dos veces antes de abrir la puerta de una patada. La arranca de cuajo y sin importarle hacer ruido a la madrugada, se lanza a la habitación de Vanitas, pensando lo peor.

Sus manos tiemblan al apartar el pomo de golpe y echar la puerta hacia delante.

Y allí, recibe otra sorpresa.

—¡Noé!

En una esquina, se encuentra Vanitas con Murr en brazos y tratando de escapar de dos personajes que, haciendo memoria, recuerda perfectamente. Son una chica pequeña, de cabellos claros y el otro, de cabello oscuro que oculta su mirada, ocupa un hueco detrás de ella, protegiéndola. A Noé solo le hace falta dar una olisqueada en el aire para confirmar que también son vampiros.

—¡Eres el de la otra vez! ¡Jean-Jaques, ocupate! ¡Necesito llevarme a este humano... ! —Pero ni bien ha terminado su frase, que Noé, con rápidos movimientos a separado en dos la cabeza de su compañero y ahora la tiene sujeta del cuello contra una de las paredes de la habitación.

Escucha los gritos de Vanitas a su espalda, probablemente por el asesinato que acaba de hacer sin miramientos, pero ahora mismo solo le interesa que esté a salvo. Siente que sus ojos tornan un color más oscuro cuándo aquella chica le sisea con sus colmillos.

—¡¿Qué queréis de Vanitas?! ¡¿Qué es lo que os ha hecho creer que podéis atravesar mis dominios, bruja?! —Pero ella se ríe, a pesar de estar en desventaja.

Dedica una mirada lastimera a su compañero y aún sonriendo, le dice: —Su sangre, estúpido niño. Y creedme, nunca estará a salvo, no mientras tu maestro siga con vida.

No necesita escuchar más antes de agarrar su cabeza para aplastarla con una sola mano. Su sangre mancha por todas partes, incluyendo su rostro, pero ignorando los gritos de Vanitas, saca las flores de su ropaje y se acerca a su humano. Sigue aplastado contra la pared, pero Murr no aparece ante la vista. Lo mira con sorpresa, con realización, con miedo, con horror. Todo lo que esperaba desde un principio.

Noé siente un retortijón en su estómago y a pesar de que espera más gritos, quizás algún golpe, se asusta cuándo las manos cálidas de Vanitas —ya que no lleva guantes— agarran sus mejillas probablemente machadas de la sangre de la otra vampiresa muerta en la habitación. El silencio los envuelve y tras varias respiraciones agitadas, no se espera para nada las palabras dulces de su humano.

—Me... Me habéis salvado la vida, Noé. Gracias —dice y Noé no se lo cree ni por un segundo.

Siente su boca sangrante, que la cabeza le da vueltas para observar a Vanitas con el rostro perlado de lágrimas. Otra comezón en su nuca, más fuerte.

Todavía sostiene las flores en sus manos.

—No... No me toquéis, por favor, Vanitas. Soy un monstruo, no me merezco... No me merezco este trato. —Se repudia a su mismo, se odia con todo su corazón... si es que llega a tener.

Pero lo confunde tanto los calmados latidos del corazón de su humano, como si de alguna manera no le temiese. Como si no le viera por lo que es.

Las palabras de su maestro se van a hacer realidad y Noé trata de hacerle entender.

—No puedo controlar a la bestia, ni siquiera por ti —admite, con la dura sensación de lo mucho que detesta de repente tener esos colmillos colgando de sus labios—. Después de todo, yo he cometido todos esos asesinatos, yo he matado a toda esa gente inocente todo este tiempo, yo he causado terror en las ciudad próximas... Yo te ataqué, yo te ataqué cuando... —No sé reconoce a sí mismo cuando llora.

Lágrimas negras caen de sus ojos, delante de su preciado e inocente humano.

No puede más, no puede más.

—Lo supe desde el principio.

✮ ; ; Dear, vampires ;

:: MUCHAS GRACIAS POR LEER y de verdad, pensé en hacer este mucho más largo, pero mejor para el siguiente que será el final del primer acto, van a llorar. pensaba acabarlo en este, pero no me ha dado tiempo. el siguiente sí que será.

un capitulo bien largo y que se lo dedico a mi bestie.

ahora, no se olviden de votar, comentar y compartir para que esta historia llegue a más gente, los quiero mucho.

Se despide xElsyLight.

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