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「  ᴇs ʜᴏʀᴀ ᴅᴇ ɪʀɴᴏs 」












Han pasado tres meses desde los segundos juegos.

Tres meses desde que abandoné una arena en la que bailaba continuamente en una danza de sangre y de fuego. Tres meses en donde mi vida había dado un revés de golpe y en donde debía aprender qué nada volvería a ser lo mismo nunca más, al menos lo que había conocido desde siempre.

Ahora estaba en el Distrito 13; un distrito que para mucha gente, incluyéndome, no debía de existir. Un lugar que se suponía que había caído en sombras y que había sucumbido hacía muchos años en cenizas, olvidado en el tiempo según nos decían.

Pero ahora resulta que sí lo hacía, qué sí era real, y que ahora yo me veía obligado a formar parte de una revolución activa y que parecía estar alerta a cualquiera de mis movimientos. Por supuesto, en este nuevo tablero de juego, tampoco tenía ni voz ni voto para cambiar mi destino.

Menos teniendo en cuenta que en los tres primeros meses de mi estadía en las instalaciones de los rebeldes, ellos se habían dedicado a cuidar de mí. Porque sí, en ese tiempo no era capaz de valerme por mi mismo y después de eso, ya no podía darles la espalda. No después de lo lejos que habíamos llegado, todos en realidad.

Si me rendía ahora, todos los sacrificios del camino habrían sido para nada, y no podía cargar con eso.

Hablando un poco de mi tiempo allí encerrado, tengo que admitir que el primer mes me la pasé metido en una habitación personal y privada para mí; dijeron: «Es para el Sinsajo». Según ellos me merecía esos lujos pero, yo pensaba para mis adentros, en ese momento, que solo querían deshacerse de mí. Algo irónico en realidad, porque no dejaban de decirme lo mucho que me necesitaban y lo importante que era para ellos.

El caso, se supone que mi estadía en ese lugar era para acostumbrarme a la pierna ortopédica; a rehabilitarme, en otras palabras. Pero no cumplí sus expectativas, de nadie, por los menos el primer mes. Me quedé la mayor parte del tiempo acostado en la única cama de la habitación sin realmente ganas de nada; nadie podía culparme. Había superado mi límite con todo el mundo, necesitaba tiempo para mí, y encima cuándo uno de mis doctores personales me insistía en al menos probar a caminar varias horas, para adelantar las cosas, lo mandaba al cuerno.

Estaba cansado para todo y ya no era el que había liderado la mayor parte de los tributos de los juegos hacia la victoria. Ese tiempo para mí me hizo darme cuenta de lo mal que estaba. Además, no tenía nada para animarme en aquel tiempo, porque no recibía ninguna visita de las personas que quería, que había salvado. Puede que no se les estuviera permitido hacerlas, no estoy seguro, pero el caso es que no vi a nadie en ese primer mes.

Tampoco pude ver a mis padres, otra vez según ellos, para darme tiempo. Me pareció extraño que ellos no insistieran en verme, pero tras esperarlos por una semana, me dije que no iban a venir. Eso sí, hasta eso pude soportarlo, pero lo peor (y lo que mayormente me dejaba mal casi todos los días) era el hecho de que no me dejaron tener contacto con el resto de mi gente, de mis amigos, de mi hermana..., o de Tommy. Lo echaba mucho de menos.

No pude hablar con nadie y, por supuesto, nadie me decía si estaban bien, si seguían vivos por lo menos. Solo recibía silencio por su parte y bueno, muchas preguntas rutinarias sobre mi estado mental o sobre mi perdida física. Qué sí me dolía la pierna, qué como estaba..., Ese tipo de cosas.

Normalmente, solo recibían otro silencio por mi parte.

Después de todo, perder parte de mi mismo no era fácil de asimilar. Perder parte de mi pierna izquierda para el resto de mi vida, fue un golpe muy duro. Sinceramente, odié la pierna ortopédica desde el primer momento en el que me desperté con ella. Muchas veces quise cerrar los ojos, olvidarme de ella, dejar de llorar, también tratar de despertarme de esta pesadilla y aparecer en mi vieja casa..., Pero eso no era posible. Nada lo era. Sobre todo porque mi antigua casa y el primer lugar en el que pensaba para escapar, el Distrito 12, había sido bombardeado y ya no existía. Otra cosa que me ponía, normalmente, de mal humor.

Sí, otra cosa que había descubierto de mí mismo en aquel confinamiento, es que podía tener un humor del demonio. Los doctores solían dejarme solo cuándo comenzaba a portarme mal, que era muy seguido. Aunque nunca me castigaron por ello.

Estoy seguro de que Minho se habría burlado de mí, o lo que es más seguro, me habría hecho levantarme de esa cama a golpes. Pero tampoco podía ser, porque ya no estaba conmigo. Ahora permanecía cautivo en el interior del Capitolio, atrapado como prisionero en las garras de Snow y de Ava y, claro que sí, de la maldita traidora de Teresa. En otras palabras, lo había perdido para siempre.

Sin embargo, para adelantar las cosas, el siguiente mes fue completamente diferente; empecé a practicar más con la pierna incapaz de quedarme más en la cama. La ansiedad no me dejaba, tampoco el hecho de que dependía de ayuda todo el rato. Me comenzaba a cansar de todas esas miradas compasivas y también de solo ver entrar por esa maldita puerta a los mismos doctores, médicos y psiquiatras.

Ninguno de ellos ofrecía una ayuda realmente, porque nadie podía entender mi dolor, nadie podía entender lo que pasaba por mi cabeza, ponerse en mi lugar, o comprender lo mucho que me odiaba por haber fallado tanto, y a tantas personas. Tampoco dormía bien del todo, aunque ya me estaba acostumbrando a esta última parte con mayor facilidad a la que uno cabría esperar.

Las pesadillas eran pan de todos los días, y siempre en ellas aparecían las personas que había perdido en el camino, o que había matado por mi propia mano. Muchas noches decidía simplemente no cerrar los ojos por miedo a ver sus rostros de nuevo. Era una tortura mental.

El caso, para no entrar mucho en detalles, empecé las rehabilitaciones y no fue hasta el tercer mes y medio, que logré acostumbrarme del todo a la pierna ortopédica. Ayudó mucho qué fuera de muy buen material, ya que según mis padres (a quienes permitieron verme a principios del tercer mes) tenían en gran parte bastante de la tecnología parecida del Capitolio. La pierna era una ganga, vamos.

Mis padres se negaban a decirme algo de mis amigos o de mi hermana, de nuevo, porque se los habían recomendado los del distrito trece. No insistía demasiado porque siempre acababa discutiendo, sobre todo, con mi padre. Odiaba hacerlo. Después de todo, Rick Grey me había salvado la vida incontables veces y ahora estaba en deuda con él; nunca dejaría de estarlo.

Mi padre me explicó que gracias a la ayuda de Jeanne Trinket, la hermana pequeña de Effie Trinket ―con quien había hablado de este mismo tema mucho antes― fue que pudo meter a Luna en los Juegos; el lobo con el que me encontré en la arena de los primeros juegos y además, tener constante comunicación con mi viaje en esa arena sangrienta.

Yo recuerdo las palabras de mi padre el día de mi cosecha, recuerdo que me dijo que me haría volver a casa a cualquier coste. Y en parte lo había hecho, había que darle el mérito porque ahora estaba con ellos..., Pero no era lo mismo sin Minho, teniendo en cuenta que cada día allí dentro, solo podía pensar en las atrocidades que debería de estar viviendo mi mejor amigo.

Y luego estaba mi hermana; porque si estaba en lo cierto, todavía querrá matarme, y no sé que era mejor. La sola idea de encontrarme con ella nuevamente y ver sus ojos febriles de odio hacia mí, me destrozaba más que cualquier otra cosa.

A unos días de que me dieran el alta oficialmente al cumplir mi tercer mes de rehabilitación con enormes éxitos, me visitó Thomas. Y fue... muy, muy, impactante.

Había cambiado, de pies a cabeza; había que darle solo una mirada de soslayo para darse cuenta de que no era para nada ese mismo pingajo que me seguía como un polluelo en los primeros juegos. Ahora había cogido mucho más musculo que antes, también algo de altura, y odiaba admitir que me había superado por unos cuántos centímetros. Sus hombros estaban más anchos y su mirada era bastante adusta que antes; en otras palabras, no tenía el mismo brillo inocente de antes, pero por alguna razón, eso solo me resultaba solamente más atractivo.

Su cabello también había crecido un poco y claramente lo llevaba más descolocado que antes. Pero eso sí, su sonrisa de oreja a oreja, de ligeros hoyuelos y la forma de dirigirse hacia mí, seguía siendo la misma. Quizás por eso no le tomé mucha importancia; tampoco cuándo al abrazarnos necesitadamente, tuve que elevarme un poco de puntillas. Al tocarlo, no pude evitar notar cómo su espalda se encorvaba hacia mí. Además, esta era más tersa que antes; más gruesa, ancha y confiada.

En pocas palabras, parecía mucho más seguro de sí mismo que nunca.

También olía diferente; seguía manteniendo esa esencia a ceniza y a seguridad que me encantaba, pero ahora irradiaba algo más... Una plena y clara determinación que, obviamente, antes no tenía. Eso me hizo sentirme en ese momento, orgulloso de él, porque no solo yo había madurado en este viaje y había llegado lejos. Todos lo habíamos hecho, todos habíamos cambiado.

Nosotros juntos éramos muy diferentes a los rivales de los primeros juegos.

Sus labios contra los míos lo demostraban; esa enorme necesidad de sentirlo a profundidad contra mi piel, lo dejaba muy claro. Lo había echado mucho de menos, sobre todo en ese tiempo sin saber sí seguía con vida, sin saber si seguía amándome..., Aunque ese beso me lo dio la respuesta que llevaba temiendo durante tres meses. Todo quedó olvidado en el momento en el que lo sentí conmigo; allí, sentí que podía volver a tomar las riendas de mi vida y lo hice.

Thomas me ayudó a recuperarme del todo.

Recuerdo que no hablamos mucho ese día; nos dedicamos a estar juntos en completo silencio acostados en mi cama. A mantener nuestras manos unidas, incapaces de estar lejos del otro. Le conté sobre mi pierna y fue bastante adorable ver a ese chico más grande que yo, romper en lágrimas. Seguía siendo el mismo; eso sí, le hice prometer que no le diría nada a nuestros amigos (gracias al cielo alguien por fin me dijo que, aparte de Minho, todos estaban bien) sobre el estado de mi pierna. De alguna manera sentía que ese detalle debía hacerlo yo mismo.

Ese día también recibí un regalo de su parte, como si tener su amor no fuera suficiente para mí. Era una pequeña perla, brillante y delicada; de color negro además.

Me gustó nada más sostenerla entre mis dedos, como me sucedió con Thomas desde el principio y tuve que volver a los juegos una segunda vez, para darme cuenta de lo profundo que este maldito larcho se había metido en mi corazón.

Si algo sabía con seguridad, era de que Thomas era mi salvavidas y de qué si lo hubiera perdido aquel día como a Minho, estoy seguro de que no podría haberme levantado nunca de esa cama mullida y algo reclinada. Recuerdo acariciar la perla entre mis manos, recuerdo tener mi otra mano entrelazada a su cabello revoltoso y castaño, y recuerdo cómo después lo sacaron casi que a patadas de la habitación para dejarme descansar. Me prometió visitarme al día siguiente, pero nunca apareció.

Suponía que las reglas en este Distrito eran más estrictas que en cualquier otro lugar. De todas maneras, no me importó mucho por dos razones; una, esa perla me indicaba que él se quedaría conmigo haya donde fuera, y dos, en días me daban el alta y finalmente saldría de aquella alcantarilla de residencia médica. Finalmente, podría asociarme con todos los demás y a su nueva vida social.

Y aunque muchos de los doctores me habían aconsejado tomarme otro mes de descanso para acomodarme a mi nueva pierna, les dije que no. Porque no podía perder más tiempo allí dentro; no me lo perdonaría. Todos esperaban por mí, y no podía dejarles. No ahora cuándo un solo error haría volar en pedazos todos nuestros progresos.

Ciertamente, todavía en el fondo no me sentía para nada seguro de poder liderar una revolución, pero no podía quedarme más atrás. No después de ver todos los esfuerzos que había hecho Thomas por mejorar, y seguramente todos los demás también.

No podía fallarles de nuevo, no ahora que estábamos tan cerca de conseguir nuestra libertad; eso es lo que me repetía mentalmente cada día en mi cabeza, mientras los barrotes de mi habitación se hacían cada vez más pequeños y asfixiantes, esperando porque esa maldita puerta se abriese para dejarme salir de una vez.














Hoy es mi día de salida.

Actualmente, es el primer día en el que estoy fuera de esa angustiante habitación y que tan malos recuerdos me trae. Y puede que haya sido precipitado, de verdad que sí, pero mi primera acción fuera de esa cárcel personal ha sido embarcarme en un aerodeslizador del Distrito 13 para visitar mi antiguo barrio. Mi viejo Distrito 12.

Puede que no lo haya pensado lo suficiente, puede que fuera una malísima idea, pero sé de buena mano qué si no era capaz de ver lo que han hecho esos crueles presidentes, no sería capaz de hacer nada de lo que me pidieran en el futuro.

Dentro del vehículo volador solo me acompañan un número reducido de guardias y mis padres. No se negaron a dejarme ir solo; les dije que no hacía falta, sobre todo teniendo en cuenta que ellos mismos habían visto el mundo caérseles encima cuándo trajeron las bombas incendiarias y todo lo demás. No quería que reviviesen malas memorias, pero... Mi padre dijo que estarían bien.

Yo me mordí la lengua por petición de mi madre, pero yo veía cómo estaba. Ella no quería volver, la idea la aterrorizaba y realmente parecía que se iba a desmayar en cualquier momento, pero... Mi padre la sostuvo en todo momento, y lo deje estar.

No me preocupé por ninguno de ellos cuándo llegamos. La visión de todo mi antiguo hogar convertido en cenizas y arena, fue demasiado arrolladora como para poder pensar en otra cosa.

Rastros de múltiples cenizas me persiguen y me ensucian los zapatos con cada paso que doy. No puedo dejar de observar a mi alrededor, porque de todo aquello que creía conocer como la palma de mi mano, de todo ello ya no quedaba ni rastro. Era doloroso, muy doloroso.

Avanzo por todas las callejuelas y caminos que creía conocer a la palma de mi mano, aquellas en las que muchas veces había pasado al lado de Minho y ver que ahora eran aplacadas por restos de muros, por piedras mohosas y más y más ceniza, consiguen destruirme por dentro. No soy capaz de ponerme en la piel de mis padres, no me veo a mí mismo huyendo de todo este caos. No me veo capaz de imaginarme... es horrible, todo en general.

Incluso del puesto del Quemador, en donde había visto muchos días trabajando a Sae, a la amable de la señora Sae, de el no quedaba nada. También me dolió, ni siquiera sabía si ella seguía con vida. No sé qué es peor, de verdad.

Camino dejando atrás en dónde antes había estado el puesto, seguido muy de cerca de mis padres. Ellos se agarran de las manos, se niegan a soltarse y no apartan la mirada de mí; me supongo que no quieren mirar lo que les rodea. Que no quieren caer de nuevo en las dulces pesadillas de todos los días.

Finalmente, alcanzamos La Veta, o lo que queda de ella.

Sin más distracciones, me acerco a la que anexiono como mi vieja casa. No me intereso por los demás. Cubro mi boca con el dorso de mi mano derecha, sintiendo al mismo tiempo lo pesada qué me resulta ahora mismo la pierna ortopédica, mudo. Realmente mudo.

Camino a través de los escombros, recordando todo lo que había existido allí dentro una vez. Mis manos pasan por muros invisibles en los que recuerdos haberme golpeado de vez en cuándo, siendo perseguido por mis padres. Una sonrisa se me escapa al detenerme en el lugar dónde se suponía que debía estar la habitación.

Aquí es en donde recuerdo que estaba la cama que compartía con Lizzy, o más bien, a la que ella escapaba de vez en cuando. Por allí estaba la pequeña cocina y austera en la que recuerdo que muchas veces mi madre me dejaba comida escondida para desayunar con Minho. Pero no hay rastro intacto de todo lo que se proyecta en mi mente, porque ahora mismo solo estoy rodeado de un enorme y tormentoso mar gris. Del Distrito 12 ya no queda nada, por culpa de esas bombas del Capitolio que dejaron caer aquí hace tres meses. Arrasaron con todo, no tuvieron piedad. Borraron las pobres casas de la Veta, las tiendas de la ciudad, incluso con el Edificio de Justicia.

La visión me atormenta, sobre todo al ser consciente de que la única zona salvable, como una especie de burla, fue la Aldea de los Vencedores. Aquella zona en la que vivían los ganadores de los juegos, como Haymitch, o como en la que Brenda y yo deberíamos haber habitado tras los primeros juegos. Estaba intacta y eso dolía mucho.

Los presidentes lo habían hecho aposta, seguro. Para mofarse de los rebeldes, para mofarse de mí. Eso sí, dudo mucho que sepan que sigo con vida, de verdad. Mi existencia ha estado oculta de todo el mundo durante estos meses y aunque esta sea una visita corta, la seguridad es enorme. Por si las moscas, para que no me descubran. Es una ventaja enorme mantenerme oculto, eso es lo que quiero pensar.

Aunque claro, a las autoridades del Distrito 13 no les llamaba mucho la atención de que saltase en mi primer día a esta misión sobrecogedora, sobre todo teniendo en cuenta que me había pasado tanto tiempo encerrado, según ellos, con une enorme inestabilidad mental. Pero tras reunirme con el consejero del Distrito 13, que no era nadie más que un hombre llamado Jason Breef, bastante amable y sonriente, que pareció entender mi necesidad de salir de allí.

No habló con nadie más, me dio permiso y lo siguiente que sabía es que estaba siendo embarcado con destino al doce. Además, dijo que me vendría bien tomar un poco el aire. No sabía si estaba jugando conmigo, pero se suponía que estábamos ahora del mismo lado, por lo que no podía echarme atrás. Decidí confiar en él.

Pienso en el hecho de que ahora ya no estoy más solo, de que literalmente ahora tengo que responder a un montón de gente que ha estado esperando una oportunidad como esta desde hace siglos y un dolor apuñala mi pierna izquierda; presiono mi mano contra ella. Justo en el lugar donde uno de los últimos supervivientes había querido quitarme la vida. Podría haberlo conseguido, de verdad que sí. Continuamente me pregunto cómo demonios es que sigo con vida, parece un milagro. Un maldito milagro.

Los Juegos no salen nunca de mi cabeza; mucho menos las promesas rotas y lo que tuve que dejar atrás. Además, admito que estoy a base de pastillas. Las drogas que usan para controlar mi dolor y mi humor, algunas veces me trastornan más de lo que deberían. Creo. Pero no soy tan idiota cómo para fiarme de las visiones con las que trata de hacerme daño mi propia cabeza. Trato de no pensar en las múltiples veces que he visto pasar por mi lado a Minho. Supongo que influye mucho la tristeza de no tenerle, lo que claramente me hace ver cosas.

Mi padre me suele decir qué cuándo mi cabeza se va un poco, que me centre en las cosas que sé con seguridad. Muchas veces se vuelve una rutina cansina, pero ayuda mucho en realidad. Empiezo desde lo más fácil, y lo demás viene después.

Mientras atravieso los escombros en los que se ha convertido mi casa, mi hogar desde que nací, las palabras comienzan a pasarse una y otra vez por mi cabeza... Mi nombre es Newton Grey, aunque prefiero que me digan Newt, mil veces. Tengo diecisiete años. Mi hogar es el distrito 12, o mejor dicho, era. Estuve en los juegos de Hambre. Escapé por los pelos. Perdí la mitad de mi pierna izquierda. Mis padres están conmigo. Lizzy está loca y ahora se llama Sonya. Me gusta Thomas. No sé si somos novios realmente o amigos con derechos, tenemos que hablar sobre ello. No sé cuándo. El Capitolio me odia. CRUEL no es bueno. Minho es un prisionero. Formo parte de una revolución. Soy el Sinsajo. Soy... Yo soy quien tiene que... Tengo que salvar a Minho, a como dé lugar. Tengo que...

Doy un respingo cuándo mi padre me pone una mano encima, sobre mi hombro derecho. Todo desaparece y mi cabeza se queda en blanco.

―¿Estás bien, hijo? ―Su voz es como una suave marea, me ayuda a regresar.

Uno de los aerodeslizadores da vueltas sobre nosotros, por si surge algún problema. Pero ahora mismo, es la ayuda de mi padre lo que me hace darme cuenta de que estoy apostado contra un montón de escombros, con las manos sobre mi cabeza, agitado. Seguramente mis padres deben de creer que estoy apunto de tener otro ataque de pánico, pero me tranquilizo al instante.

Hace bastante que no tengo de esos, lo cuál es una enorme sorpresa.

Pero trato de recomponerme, sobre todo porque no tengo tiempo para auto-compadecerme cuándo literalmente el mundo me necesita. Cuando todos ellos esperan por un pilar irrompible. Aunque dudo mucho serlo, a veces.

—Estoy bien, no te preocupes. —Para reforzar esto, me aparto de su agarre y comienzo a alejarme para volver al pueblo.

Mis padres me siguen por detrás y no he podido evitar fijarme en los ojos llorosos de mi madre, Maggie Grey. Sabía que se pondría de esta manera desde el principio.

Esquivo su mirada para mantener mis ojos en lo que recuerdo como el antiguo camino, sobre todo porque la idea de tropezarme con algo que me abriera la cabeza, sería la gota que colmaría el vaso de mi paciencia. O lo que queda de ella, vamos.

Entonces me distraigo. Dirijo mi mirada hacia un costado y lo veo; una roca pequeña, pero no es una roca. Es un cráneo, de alguien que antes estuvo vivo. Me quedo mirándolo más de lo necesario y cuándo súbitas ganas de vomitar me invaden, sé que tengo que salir de allí. Porque pienso en qué es el cráneo de Madi, de Minho, de todos ellos que he perdido... La idea, de nuevo, es arrolladora.

Sin pensarlo dos veces salgo por un lateral en busca, o de encontrar otro atajo para llegar al aerodeslizador que me llevará de vuelta al Distrito 13, o de simplemente alejarme de esa cuenca vacía. Es una mala elección, por supuesto, incluso mis padres me llaman para que regrese. No les hago caso y eso es mi culpa.

Porque allí, al otro lado de todos esos escombros me espera una imagen todavía incluso más horrible. Allí se hacen reales todos mis tormentos, y sé que esa visión no me abandonará nunca. Por mucho que intente dejarla atrás.

Allí, veo cuerpos. Múltiples cuerpos de muchas personas con las que seguro me crucé en algún momento, de muchas personas qué me habían ayudado en algún momento, qué nos habían cubierto a Minho y a mí de alguna travesura. Viéndolos allí, a todos ellos, pienso simplemente que se merecían un final mejor. Hay algunos que están completamente incinerados, pero otros, ya se están descomponiendo por completo. Las moscas vuelan sobre ellos, siento que voy a vomitar otra vez.

Muchos de ellos están apilados unos sobre otros y esto me hace pensar que, o los han movido aquí, o simplemente no tuvieron a dónde más correr y se vieron atrapados como animales. Pienso en qué es mi culpa, otra vez, porque fue porque decidí destruir el campo de los segundos juegos, que esta fue la respuesta contundente a mi rebeldía.

A veces me pregunto si hago bien... Pero no tengo respuesta para eso. Me digo que debo seguir por mucho que no me guste, porque estas son las cosas que uno debe cambiar. Toda esta gente, mayormente más del noventa por ciento de la población del distrito, está muerta. Los restantes ochocientos o algo así están refugiados en el Distrito 13, lo cual, en lo que a mí respecta, es lo mismo que no tener nada. Es no tener nada, ya está.

Porque esto, este horror, no puede olvidarse, no puede superarse. Es traumático, es para siempre.

Y sé que no debería pensar eso; sé que debería estar agradecido por la manera en la que los rebeldes nos han aceptado con ellos, a todos sin excepción. Pero... es que siento que no puedo. Qué esto no ha hecho más que empezar y que lo que se viene, es todavía peor.

Todavía ni siquiera acepto a los del 13, porque no sé porqué nos ayudan; es decir, sí, porque yo iluminé su camino, pero... ¿realmente sus propósitos eran buenos, o solo querían venganza? ¿Y si solo querían alargar más este ciclo de violencia? Esas son las preguntas que me mantienen en vilo casi todos los días. Y ahora, sé que cuándo vuelva, voy a tener que conocer a mucha gente, que voy a reencontrarme con mis amigos, a liderar... Y tengo mucho miedo de lo que debo enfrentar. Porque ahora tengo que ayudarlos, quiera o no.

Siento que las lágrimas corren por mis mejillas de ver varios cadáveres pequeños, demasiado juntos como si se agarrasen de las manos... Mis piernas ceden y aunque me duele un poco el muslo de la pierna izquierda al golpear el suelo, me quedo allí. Temblando, con las manos en mi cabeza mientras siento que mi padre me abraza por la espalda.

Todos ellos han muerto por mi culpa, lo sé.

―Tranquilo, hijo... Tranquilo ―me dice y recuerdo lo que me dijo mi madre.

Qué gracias a mi padre fue que toda esa gente del 12 que está en el Distrito 13, que llegaron allí con vida, fue gracias a él; como siempre, siendo un héroe. Resulta que tras mis acciones, aquí en el 12, la electricidad fue cortada de golpe. Mi madre me dijo que las televisiones se pusieron negras, que la Veta se quedó muda y que según ella, se podían escuchar los latidos de todo el mundo. Mi madre me dijo que nadie celebró mi acción, que nadie dijo nada.

El miedo por la respuesta fue lo que les impidió hacerlo.

Luego me contó que quince minutos después, el cielo se llenó de aerodeslizadores con múltiples bombas que caían de los cielos. Mi padre, por supuesto, pensó en la Pradera; esa a la que muchas veces me había dicho que me llevaría de pequeño, o a la que me decía que se escapaba cuando las situaciones lo superaban. Nunca me hizo una invitación formal, Minho en cambio sí lo hizo. El caso, llevó a todos los que pudo allí, incluyendo al padre de Brenda.

En compañía de Jorge Brown (el padre de Brenda) y de mi madre, llevó a las personas dentro del bosque. Aprovechó, además, que tuvo mucho ayuda de Jorge. El hombre era un experto en todo, sin duda. Esperaron por días acompañados de gritos desde la lejanía, con la amenaza de las llamas que se acercaban a ellos, pero consiguieron mantenerse alejados hasta que llegó el aerodeslizador para evacuarlos a todos al Distrito 13,donde había más que suficientes compartimentos blancos y limpios para vivir, montones de ropa, y tres comidas al día.

Eso sí, todo esta bajo tierra. La ropa es idéntica, la comida insípida (según mis padres) y para los refugiados del doce, por supuesto, estas cosas se reducían al mínimo. Pero lo que importaba, era que estaban a salvo, que tenían cuidados y de que habían logrado sobrevivir a la crueldad del Capitolio. Que eran el recordatorio de lo que una vez fue mi hogar.

Por supuesto, mi padre me dijo que en parte los recibieron (y cómo sabía yo) por mí. Que como ya me habían dejado en claro, me necesitaban, y sí no hacían eso, estaba claro que yo nunca aceptaría hacer nada para ellos.

Aunque claro, mi madre me dijo que además les venía bien sumar números, porque hace un tiempo, hubo una especie de epidemia de varicela que mató a un montón de ellos y dejó infértiles a un montón más. Nueva ganada para procrear. Así es como nos ven, supongo.

Enseñan a los niños, les dan educación. A los mayores de catorce les han otorgado rangos de principiantes en el ejército y están siendo llamados como "Soldados"; y así todos eran aceptados como los demás. Pero no confío en ellos, no creo que lo haga después de mi aventura en el "Refugio Falso" de los segundos juegos. No puedo hacerlo.

He dejado de llorar, ya no puedo llorar más. Mi padre permanece arrodillado a mi lado, impasible hasta que se da la vuelta para ver a mi madre, y me dice:

―Nuestro deber era protegeros y hemos fallado irrefutablemente. Lo siento mucho, hijo, por no haber estado ahí. Por no haber... ―Y se calla.

Lo miro de soslayo y veo que se contiene para no llorar como yo. Su agarre se afianza todavía más en mi hombro, pero me ayuda mucho a mantenerme firme. Dejo de mirar los cuerpos, porque eso solo me haría sentir peor. Mucho peor.

Me levanto en silencio y seguido de mi padre, lo atrapo en mis brazos para su sorpresa. No dice nada, no me devuelve el abrazo, pero para mí es muy reconfortante.

―No ha sido culpa tuya, papá. De ninguno de los dos ―y eso lo añado, mirando directamente a mi madre.

En segundos se une a nuestro abrazo, entre lágrimas, y permanecemos allí juntos durante horas, pero en realidad son segundos. Simples segundos que se rompen cuándo mi padre me insta para seguir caminando. Yo lo hago, atravesando un nuevo atajo y alejándome de todos esos cuerpos que gritan y susurran dolores en mi cabeza.

La superficie bajo mis pies se endurece, y bajo la alfombra de cenizas, siento las piedras del pavimento de la plaza. Alrededor del perímetro está una poco profunda orilla de basura donde las tiendas, y demás cosas parecidas habían estado aquí; como el Edificio de Justicia.

Me alejo de la plaza en dirección a la Aldea de los Vencedores, que se levanta paciente y brillante, lejos de toda la destrucción del otro lado. Eso sí, el pasto ha sido quemado y la nieve gris cae aquí y allá, pero las doce finas casas de la Aldea de los Vencedores están ilesas. Nunca las había visto antes pero elijo una cualquiera, una que quiero pensar qué no es la de Haymitch porque no quiero tener nada que ver con él. No hemos hablado desde nuestro primer encuentro. No me arrepiento, no puedo verle ahora mismo.

Explotaría, eso seguro.

Entro a la casa y cierro la puerta de golpe. Mis padres se quedan afuera. Miro todo lo que me rodea, y me sorprende ver cómo el lugar parece intacto. Limpio. Espeluznantemente tranquilo y allí me pregunto qué demonios hago aquí. ¿Debería haberme tomado otro mes de descanso?

No respondo a mi mente, sigo caminando, acariciando las pulcras paredes. Pienso en ese distrito, en ese que no conozco y que solo sé pocas cosas por las palabras de mis padres. No es suficiente, pero sé que tengo que hacerme a la idea de que quieren que tomen el papel que me dan. Ese en el que me concederán ser el símbolo de la revolución. El sinsajo.

Debo ahora convertirme en el líder real, la cara, la voz, la personificación de la revolución. La persona con la que los distritos, la mayoría de los cuales están ahora abiertamente en guerra con el Capitolio, puedan contar para que abra el sendero hacia la victoria. No tendré que hacerlo solo. Según mis padres, ellos tienen un equipo entero de personas que me cambien, me vistan, escriban mis discursos, orquesten mis apariciones, como si eso no sonara horriblemente familiar, y todo lo que tengo que hacer es interpretar mi parte. Qué todavía no sé cuál es, todavía no estoy seguro de poder acomodarme a esta nueva parte de mi vida.

Todo ello me recuerda al Capitolio, a las entrevistas de los juegos. A ellos.

No mejora la situación, tampoco lo hace el hecho de que a partir de hoy voy a tener que fingir delante de mucha gente. Voy a tener que fingir una máscara de líder aún con todas las dudas sobre mi cabeza, aún con todos mis miedos y arrepentimientos. Porque cuentan conmigo.

Entonces, inexplicablemente, mis palmas comienzan a sudar. Siento un enorme frío colarse por debajo de mi camisa y dando varios pasos al centro de la casa, intento encontrar algo fuera de lugar. Voy al salón, en donde mi nariz se arruga. Huele a algo, algo empalagoso, molesto y artificial. 

Una pizca de blanco se asoma de un jarrón de flores secas en el centro de la única mesa de la sala. Me aproximo con cautela, buscando algo más, algo que me indique que algo no está bien y que debo salir de aquí. Pero solo es eso lo que hay de raro: una fresca rosa blanca. Perfecta.

Me produce escalofríos mirarla, porque sé de quién es. El Presidente Snow. Cuando empiezo a ahogarme con el hedor, que recuerdo haber sentido en mi mejilla cuándo hablamos una vez, retrocedo. Según mis padres, los rebeldes hicieron un recorrido de seguridad en la Aldea de los Vencedores antes de yo venir, buscando explosivos, micrófonos, algo inusual. Pero quizá la rosa no pareció notable para ellos, ya que al final de cuentas, solo yo sabía su verdadero significado.

Eventualmente, dejo la casa. Porque no hay nada que me llame más la atención que esa maldita rosa y porque encima, estar aquí dentro solo me hace pensar en qué si alguien hubiera sido más listo... Si alguien hubiera pensado en qué este sitio no se tocaría, a lo mejor... Y me detengo allí mismo cuándo escucho un pequeño ruido, como cubos de basura cayendo, cerca de aquí. Probablemente en una de las casas próximas, en algún callejón.

Mis padres me miran de forma extraña por mi comportamiento, pero los dejo atrás para perseguir ese sonido. No tengo la menor idea de porqué me causa tanto interés, pero supongo que busco algo a lo que atarme. Algo a lo que atenerme, que no sea del todo malo.

Ya que ahora mismo no tengo a Thomas a mi lado, eso es lo que quiero.

Me alejo de las voces de mi padre y casi corriendo, me aproximo a unas tres casas de la Aldea más allá. Allí, ya no escucho nada pero sé que está ahí... Lo que sea que haya oído.

Entonces, decido buscar algo en el suelo, algo que se haya caído... Y dando una rotonda a esa casa en la callejuela en donde se supone que hay apostados basureros para cada vivienda, allí, las veo.

Acurrucadas en la pared, tratando de pasar desapercibidas, me encuentro a una mujer adulta con una niña pequeña entre sus brazos. Ambas llevan ropas andrajosas y hechas un desastre. Pero lo que me destaca, sobre todo, es lo diferentes que son. La mujer es rubia, su cabello (puede que en el pasado brillante como el oro) ahora se cae a pedazos, tiene parte de su cabeza rapada y es por la quemadura que tiene desde la parte superior del cráneo y que recorre hasta sus clavículas. Es el lado derecho, y su ojo es ciego. Probablemente tenga esa herida por las bombas de hace meses, aún así, parece bastante entera.

La niña, en cambio, mantiene su cabeza oculta entre su pecho; aún así, me mira con curiosidad. Tiene la piel aceitunada, como la propia de una niña de La Veta; además, unos ojos grisáceos me observan de arriba a abajo. No tiene miedo, pero no puedo decir lo mismo de la madre. Ya está llorando y abraza a la pequeña que no debe de tener más de tres o cuatro años, con mucha más fuerza. Yo levanto mis manos de inmediato, no queriendo alarmarlas más todavía.

Estoy seguro de que han pasado por un calvario, pero no puedo evitar preguntarme cómo lograron ocultarse de los rebeldes que dieron el recorrido al barrio.

―Tranquilas... Me llamo Newt, vengo a ayudar. No voy a haceros ningún daño, ¿veis? ―Con movimientos algo relajados, me levanto la camisa gris y dando un par de vueltas dejo en claro que no llevo armas. Al menos, no encima.

Eso sí, el molesto pinganillo que tengo en la oreja derecha fue algo que me obligaron a ponerme para estar en contacto con los aerodeslizadores de arriba.

Manteniendo una postura calmada, me arrodillo ante la mujer, extendiendo mis manos. Momentos después aparecen mis padres, y entienden la situación de inmediato. Mi madre se acerca a prisas para revisar la quemadura de la mujer. Ella se deja estar al encontrarse cómoda y al ver que ninguno de nosotros tiene realmente intenciones de hacer daño.

A mí, en lo particular, verlas a ellas me da algo de esperanza; ha sido como un milagro, mío, porque las he encontrado y las voy a salvar.

La niña me sigue mirando y le saco la lengua. Ella se ríe y con suavidad, le pregunto a la madre su nombre y, claro, el de ella también.

Sin embargo, la mujer se acaricia la barriga con expresión perdida y entonces mi madre comparte una mirada con mi padre. Ambos parecen comprender lo que le pasa, y yo segundos después, al observar varias veces ese movimiento delicado, lo entiendo también.

―Estás embarazada... ¿Cómo... Cómo has sobrevivido aquí tu sola?

Ella sonríe, muestra unos dientes blancos decorados por labios bien hidratados. Señala con la cabeza la casa en la que se apoya y mi padre responde por ella.

―Es la casa adjudicada para Haymitch. Eres una chica lista, ¿no? ―Ella vuelve a sonreír con desgano, hundiéndose de hombros―. Sabías desde el principio que había comida dentro y lo necesario para sobrevivir.

La mujer asiente ante sus palabras, y mientras mi madre la ayuda a incorporarse, la niña se ve obligada a pararse por sus propios pies. Aún así, no suelta la mano de ella. La barriga de la mujer es bastante grande, probablemente no le quede mucho para dar a luz.

Quiero pensar que ahora se siente aliviada de no estar sola.

―Yo soy Maggie y él es mi esposo, Rick ―dedica una dulce mirada a la señora, y parece que ambas se ven cómodas juntas―. ¿Vosotras?

Mi padre, en cambio, observa a nuestros alrededores, alerta. Es hora de irnos, lo sé.

Entonces es cuándo noto que la mujer hace una mueca. Mira a la niña que mantiene sus ojos avispados y parece que habla en susurros, porque de repente me cuesta escucharla del todo bien.

―Yo me llamo Erica, y ella... Ella no tiene nombre. No es mi hija, me la encontré por casualidad antes de refugiarme aquí y decidí quedármela ―explica, antes de hundirse sobre su estómago en una mueca de dolor. Se toca brevemente la parte quemada de su rostro antes de reír por lo bajo―. No sé cómo he sobrevivido tanto, esto me está matando.

Mi madre señala la quemadura y entiendo que al no tener los cuidados necesarios, puede que haya sido fatal. En otras palabras, es un milagro que todavía se mantenga de pie; y además, ni siquiera sabemos si tiene alguna que otra dolencia. La perla de Thomas me pesa en el bolsillo del pantalón, la pierna también lo hace.

Aún así, ella sonríe con cansancio y la frente perlada de sudor. Mira a la niña.

―Aunque siempre reacciona cuándo la llamo bichito. ―La pequeña sonríe.

Entonces mi padre nos escolta hasta la salida del pueblo, a paso lento pero seguro. En el camino le explicamos a Erica y a la niña, que vamos al Distrito 13. Aunque dudo mucho que la cría lo entienda, la mujer adulta abre la boca sin decir palabra mientras ayudo a mi madre, sosteniéndola de un brazo y cargando en la otra a la pequeña. Por suerte, no pareció asustada cuándo la tuve entre mis brazos. La pierna tampoco me molestó.

La señora, que era bastante joven, ni siquiera se preocupó por ella. Supongo que ya confiaba en nosotros. En el camino, le resumimos todo el tema de la revolución y lo que debía saber, no más que eso. Bichito me mira, y me acaricia el cabello. Parece que le gusto, eso me hace sonreír.

Me distrae mi auricular, como a mis padres, en donde los guardias nos piden regresar. Tontos, pienso, ya estábamos yendo. Por supuesto, ya cerca del centro de la plaza, es que nos detenemos para hacer señas hacia un aerodeslizador de encima de nuestras cabezas. Erica tose, y entonces me doy cuenta por primera vez de lo pálida y demacrada que se ve.

No sé si sobrevivirá mucho tiempo, parece que los daños son mucho más graves de los que pensé en un principio. Eso me pone, repentinamente, muy mal. Espero que los rebeldes puedan hacer algo por ella y por el bebé que carga. Bichito se ha dormido sobre mi pecho.

Lo que arrolla mis pensamientos entonces, es ese aerodeslizador que se materializa y que deja caer una larga escalera. Pongo un pie en ella y la corriente me congela hasta que estoy a bordo. La niña no reacciona y parece bastante cómoda, eso me alivia. Un guardia me tiende una mano y aceptándola, espero a los demás.

Pronto mis padres y la mujer suben en fila. Erica parece más cansada, por lo que me acerco para dejar que se apoye en mi brazo. Agradezco que la pierna no me duela todavía, ha aguantado bastante.

—¿Estás bien? ―pregunto, con el ceño fruncido.

Porque a pesar de que no sea la verdadera madre de la niña que sigo cargando, se nota a leguas que ambas han formado un vínculo. Nadie puede decir lo contrario y no voy a negar, que ya me preocupo por ellas. Supongo que es lo que tiene encontrarse eslabones perdidos por el camino.

—Sí, muchas gracias —dice, limpiando el sudor de su cara con una de sus mangas deshiladas. Su expresión fruncida solo hace que me duela más el estómago―. Eres un buen chico, Newt.

Ella me sonríe y pienso de nueva en la rosa de la casa. Es como si me mandara un mensaje y este no dice nada bueno. Ciertamente se me pasa por la cabeza decírselo a mis padres, pero seguro que se preocuparían por mí y toda la diversión se acabaría. A lo mejor hasta me hacían regresar a la habitación de hospital subterráneo, solo para confirmar que no estuviese mal de la cabeza.

Pero sé que debería decírselo a alguien, porque es un mensaje para mí. Uno que habla de venganza, uno que habla de cabos sueltos. Susurra: «Voy a encontrarte, chico de oro. Voy a matarte. Te veo. Sabes que le hago».

Y, maldita sea, no lo dudo ni por un minuto.

🏹🧡... ELSYY AL HABLA (!)
muchas gracias por todo su apoyo, por leer desde principio a fin, por no rendirse con los bebés y querer saber de su historia.

ciertamente, el capítulo es más largo de lo que había previsto, pero pienso que tiene todo lo necesario. eso sí, aclaro que el principio del capítulo ( antes del hueco en blanco ) está narrado en pasado, porque pensé que así sería más fácil de entender. lo siguiente ya es contado desde primera persona presente, y es que la amo.

¿les gusta el nuevo separador?

los quiero mucho, no olviden dejarme todas sus opiniones y que les parece ver de vuelta a mis queridos bebés. prometo que en los siguientes habrá más interacción entre ellos.

¡nos vemos pronto, mis tributos!

🧡🏹

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