Prólogo

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Cuando abrió los ojos, se dio cuenta que la noche lo había alcanzado. Dentro del auto de su madre, el pequeño niño de 5 años descansaba mientras escuchaba una instrumental lenta. Se movió incomodo en los asientos traseros y arrugó el ceño al no ver a su madre en el asiento delantero. El auto estaba encendido al igual que aire acondicionado. Estaba solo.

Soltó un pequeño suspiro y se acomodó en los asientos de nuevo. Entonces, miró por la ventana, dándose cuenta que estaba muy lejos de casa. El auto se encontraba estacionado frente a un castillo algo raro, no, como un templo o una iglesia algo extraña. Era de color negro por afuera y tenías extrañas estatuas blancas de ángeles tocando trompetas. El pequeño niño pareció confundido en el lugar que se encontraba.

Abrió la puerta de los asientos traseros y salió del auto, puso sus pies en tierra observando la gran iglesia que tenía enfrente. Cerró la puerta y una brisa fría con olor a lluvia hizo mover su cabello rubio. Sintió su piel erizarse y cerró la puerta. Sus mejillas se hicieron un poco grandes al hacer un puchero por no ver su madre, así que caminó por la tierra mojada y piedras. Avanzó algunos pasos y miró a todos lados sin ver a nadie. Estaba oscuro, pero una lámpara de luz opaca lo acompañaba.

La madera crujió bajo sus zapatos cuando piso en ella habia un corto camino que daba hacia las grandes puertas de color negro. Eran tan gigantescas y altas. El niño, pudo ver como estaba abierta, un pequeño rayo de luz iluminaba una parte del suelo de piedra. Corrió y alcanzó la puerta. Agarró la madera y tiró de ella hacia atrás para entrar. Se lamió los abultados labios y puso un pie dentro.

Todo estaba en un silencio terrorífico. El niño quedó espantado al ver tantas sillas de color rojo frente a un lujoso altar dorado. A sus pies,  se encontraba un tapete rojo largo que llegaba hasta unas pequeñas escaleras para subir al altar. Ahí dentro, estaba todo iluminado, pero con grandes velas. El pequeño, caminó por el tapete rojo llegando a las escaleras del altar, subió los dos escalones observando con curiosidad las estatuas que estaban en ese extraño lugar. Entonces, escuchó algunos quejidos en ecos. Se giró y miró a todos lados buscando los provenientes de aquellos sonidos.

—¿Mami? —llamó él, mientras bajaba las escaleras y volvía a tocar el tapete rojo. —¿Eres tú?

Los quejidos, ahora con algunas voces en eco, hicieron que el pequeño se acercara a un pasillo oscuro. Se sumergió en el, siguiendo los quejidos y voces de las personas que escuchaba,  en ese presiso instante, vio una puerta abierta de la cual salía una luz amarilla.

—¿Mami? —hacía mucho frío ahí dentro y su voz empezaba a temblar. Sus dientes castañeaban y su cuerpo temblaba.

Llegó a la puerta y asomó su cabeza por la ranura que había abierta. Se encontró observando a un señor adulto con la parte de abajo de su cuerpo desnuda, mientras penetraba a un joven chico por detrás. El pequeño niño abrió los ojos por completo, quedando atónito con aquella escena. Escuchó los fuertes quejidos del joven chico y los gemidos morbosos del señor que lo embestía con fuerza.

—¡JiMin! —escuchó la voz de su madre a sus espaldas.

El niño, pegó un brinco del susto, golpeándose la cabeza con la puerta,  atrayendo la atención del señor y el joven con el que tenía relaciones. El pequeño, salió corriendo por donde vino y se encontró con su madre, quien se arrodillaba ante él para abrazarlo.

—¿Qué hacías allí, pequeño? —le preguntó ella. —¿Por qué has bajado del auto?

—No te vi, mami. —sus mejillas volvieron a inflarse porque hizo otro puchero al sentir ganas de llorar. —Estaba solito.

—Oh, cariño. Nos quedaremos aquí. —sonrió la mujer rubia, de pantalones negros y blusa azul. —El auto se ha quedado sin gasolina y dormiremos aquí, mientras que en la mañana voy por gasolina, ¿De acuerdo?

—¿Ese es su hijo? —la voz gruesa de un hombre hizo que JiMin, se exaltara. Se giró y se encontró mirando al mismo hombre al lado del joven que había visto hace unos minutos manteniendo relaciones.

JiMin, abrazó la cadera de su madre cuando esta regresó a su postura habitual. Mantuvo la mirada alejada de los dos hombres que se encontraba frente a ellos, mientras recordaba la escena que había visto.

—¿Ha hablado con Agatha? —dijo el hombre.

—Sí, me ha enseñado la habitación. —dijo la mujer. —De verdad, padre. Muchas gracias por dejarnos pasar la noche aquí. —le acarició la cabeza a su pequeño hijo y le levantó la mirada con solo poner su mano debajo de su barbilla para que él la mirara.

—¿Cómo te llamas? —preguntó el hombre, al cual su madre lo llamaba padre a JiMin. El pequeño, volvió a bajar la mirada.

—JiMin. —respondió él y abrazó con fuerza las caderas de su madre.

—Oh, él es algo tímido. —sonrió ella.

El hombre se arrodillo frente a él para que su cara quedara a la altura del rostro de JiMin y así sonreírle.

—Hola JiMin, yo soy Thomas. —se presentó.

El hombre no pasaba de sus 45 años, tenía sus expresiones muy marcadas y los dientes algo amarillos. Su cabello negro ya tenía canas y ahora vestía de un pantalón negro con una camisa dentro del pantalón.

—Te presento a mi ayudante. —señaló al joven que se encontraba con la mirada baja. Este se vestía de una toga blanca y tenía un collar con un crucifijo de madera en el cuello. —Su nombre es Mingi. —su cabello negro relucía ante la luz de las velas y lo hacían brillar. Este, levantó la mano y saludo con una sonrisa forzada. —Él en unos años será así como yo. —sonrió el hombre. —¿Conoces la Biblia, hijo? —le preguntó el hombre y JiMin, asintió.

—Mamá me la lee. —comentó él, haciendo que el hombre soltara una pequeña carcajada.

Se levantó del suelo y miró a la madre del pequeño.

—Síganme por aquí, los llevaré a la habitación. —dijo el hombre, regresando por el pasillo del cual salió JiMin corriendo. —Espero y se sientan cómodos.

JiMin, pensó que lo llevarían a la habitación en donde había visto aquel acto, pero se equivocó. El hombre abrió una puerta la cual contenía escaleras que subían y bajaban. Él, junto al joven que lo acompañaba, JiMin miró a su madre quien lo seguía y le regaló una sonrisa. Se sumergieron por esa puerta bajando las escaleras adentrándose a la oscuridad.

—Lamento que todo este oscuro, no han arreglado la electricidad. —comentó el hombre, terminando de bajar las escaleras. —Hemos llegado. —dijo y cogió una vela que se encontraba en una pequeña mesa de madera. Sacó de su bolsillo un encendedor y la pequeña luz iluminó sus rostros. —Por aquí. —JiMin, le agarró la mano a su madre, mientras los dos seguían al hombre y a su acompañante.

JiMin, sintió pasos a sus espaldas y miró por encima del hombro dándose cuenta que había un niño de pie al final del pasillo. Sintió miedo y le apretó la mano a su madre. Apartó la mirada cuando escuchó el tintineó de un manojo de llaves. El hombre había sacado uno de su bolsillo y ponía la llave frente a una puerta cerrada.

—Creo que una cama es suficiente para los dos. —sonrió este y abrió la puerta dejando a la vista un cuarto oscuro con una pequeña ventana por la cual entraba la luz de la luna.

La madre de JiMin se adelantó para agradecer, mientras que JiMin entraba a la habitación y trataba de descifrar las figuras ahí dentro.

—Oh, ten. —el hombre le extendió la vela a la mujer. —Es para iluminar la habitación. —dijo. La mujer la cogió y la colocó en una mesa que encontró dentro de la haktacion.

El olor a quemado, se impregnó en las fosas nasales de JiMin cuando su madre colocó la vela de pié en la mesa de madera.

—He dejado el auto afuera, iré a estacionarlo bien. —dijo la mujer y miró a su hijo. —Quédate aquí, puedes ir acomodándote en la cama. Volveré en unos minutos. —le sonrió la mujer a su hijo.

El hombre la miró y asintió. El joven dio un paso a atrás para darle espacio.

—La acompañaremos. —dijo el padre.

—¿Estarás bien solo, hijo? —preguntó el padre, viendo a JiMin, quien se encontraba sentado en la cama. Él asintió. —Que tierno es, Dios te bendiga, hijo.

—Mamá volverá. —dijo la mujer y el hombre cerró la puerta dejando a JiMin solo.

Se escuchaba el sonido del viento aullar y la vela hacerse pequeña. Se subió en la cama y acomodó su cabeza en una almohada algo dura que encontró. Soltó un suspiro y esperó a su madre con los ojos abiertos unos minutos, pero el sueño lo venció cayendo profundamente dormido.

Minutos después, sintió el crujido de unos zapatos caminar frente a la puerta. JiMin, se movió incomodo en la cama y se sentó mirando a la puerta. Se frotó los ojos adormilado y soltó un bostezo. Esperó a que abrieran la puerta, pero no sucedió nada.

—¿Mamá? —gateó a la orilla de cama y se bajó de ella.

Se acercó a la puerta y pegó la oreja a ella para escuchar. Fue ahí, cuando unos leves golpes a la puerta lo hicieron apartar la cabeza. Con la respiración agitada, miró la perilla de la puerta y llevó su pequeña mano a ella, abrió la puerta de golpe, encontrándose con la oscuridad de nuevo. Asomó su cabeza por el corredor.

Su corazón dio un brinco al ver de nuevo al niño de pie al final de corredor. Pasó saliva asustado. Cerró y abrió los ojos, esperando a que desapareciera, pero no fue así. Él seguía ahí de pie mirándolo. JiMin, entró su cabeza lentamente, sin dejar de mirarlo, pero se percató de que el niño ahora corría hacia él. JiMin, cerró la puerta con fuerza asustado, mientras lloraba y se puso contra la puerta. Escuchó de nuevo los golpes en ella y soltó un sollozo.

—¿Podemos jugar? —escuchó la voz del niño hablarle detrás de la puerta. —No tengo a nadie... —JiMin, se tapó la boca asustado y se alejó de la puerta cuando sintió el ruido de la perilla moverse.

Gateó por el piso de madera y se arrastró debajo de la cama aterrorizado. Se escondió debajo de ella y volvió a tapar su boca. Miró hacia la puerta y esta se abrió. Escuchó de nuevo el crujido de la madera al caminar y luego aparecieron unos pies descalzos en su campo de vista. JiMin, se tapó los ojos y cruzó los dedos. Entonces escuchó la puerta cerrase con fuerza. Se mordió el labio inferior temblante y quitó sus manos de su rostro. Pero, cuando se sintió a salvo, lo vio frente a él sonriendo. JiMin, soltó un grito escalofriante y se golpeó con la parte de debajo de la cama y cayó desmayado al suelo, mientras que de su cabeza brotaba sangre.

Por las escaleras, arrastraban el cuerpo de la mujer dejando un gran rastro de sangre por el pasillo. El joven Mingi, llevaba el cuerpo sin vida de la mujer a la parte de abajo. Se acercó a una puerta que se encontraba al final del pasillo y la abrió. Lanzó el cuerpo sin vida de la mujer dentro y cerró la puerta con llave. Se giró y se exaltó al ver al niño frente a él.

—Oh, Jesús. —dijo el chico asustado.

—¿Por qué la has matado? —preguntó el niño.

—No he sido yo. —dijo el chico.

—¿Ha sido el padre? —preguntó el niño, haciendo asentir a Mingi. —El otro niño no quiso jugar conmigo.

—Estás muerto. No querrá jugar contigo. —el niño hizo un puchero y asintió.

—Cuando le diga que estoy muerto y que el padre mató a su mamá, ¿Querrá jugar conmigo cuando despierte?

—No puedes decirle eso.

—¿Por qué? Así hice con los demás.

—Y hiciste que padre los matara. —dijo el joven.

—Pero, yo no soy mentiroso.

—¿Quieres jugar con él? —preguntó el joven y el niño asintió. —Entonces no le digas.

—Pero, ¿Vivirá con nosotros? —el joven asintió.

—Esto será pronto un convento para chicos. Aquellos que se porten mal con sus padres o pequen de manera indebida serán traídos aquí.

—Él me da miedo, Mingi. —le dijo el niño. —Tiene los ojos extraños. —comentó.

—¿Por qué lo dices?

—Cuando lo vi, tenía los ojos cafés. Luego antes de su cabeza sangrara, sus ojos eran verdes.

El joven arrugó el ceño.

—¿Hiciste que sangrara? —el niño asintió.

—Sigue en el suelo.

El joven Mingi, soltó un suspiro y corrió hacia la habitación que mantenía la puerta abierta y buscó a JiMin entre la luz opaca. Lo encontró debajo de la cama, lo sacó y lo cargó. Lo llevó en sus brazos, mientras salía de la habitación y caminaba por el pasillo.

—Mírale los ojos. —dijo el niño muerto. —Debe tenerlos cafés ahora.

Mingi, lo pensó y sostuvo a JiMin con fuerza, para que con su otra mano poder abrirle el ojo izquierdo. Acercó su mano al rostro del menor, la dirigió al parpado cerrado y lo abrió dándose cuenta de algo extraño.

—¿Dijiste que tenía los ojos cafés y verdes?

—Sí.

—Los tiene azules. —recordando algo que el padre había dicho.

El joven se asustó y volvió a cargar con las dos manos a JiMin. Subió corriendo las escaleras y buscando al padre.

—¡Padre! —lo llamó. —¡Padre! —corrió al altar donde este se encontraba leyendo algunos pergaminos. —¡Es él! —exclamó, dejando el cuerpo inconsciente de JiMin en el suelo del altar. —¡Es la bestia! Los ojos de colores. Tres personalidades, café, verde y azul. ¡Es él!



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