━━𝟒𝟔

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Xōma.

Las runas habían cambiado otra vez. Y ahora, la que sustituía a la runa negra era Xōma. La runa amarilla, la que simbolizaba peligro.

Sha'sycc no era buen presagio, pero Xōma lo era aún menos.

Lamentablemente, ni siquiera ella misma podría atravesar la niebla sin sufrir algún tipo de mal. No llegaría a pisar cualquiera de los tres reinos antes de que la bruma pudiese con ella. Ya ni siquiera era lo suficientemente fuerte físicamente como para soportarlo. La estrella era la mejor opción para caminar por Oz, ya que llevaba luz consigo. La niebla se mostraría hostil con ella, aunque no tanto como con cualquier otra criatura.

Pese a eso, la runa indicaba que la pequeña estrella tendría contratiempos. Ankra no sabía si ya había logrado avanzar bastante por la Montaña de Fuego. Lo único que podía saber con certeza era que había despertado al segundo Coloso. El resto, solo eran suposiciones.

Estaba muy inquieta, comida por la impotencia. No podía hacer absolutamente nada por ella. No podía siquiera cumplir su palabra de ayudarla en nada más. ¿Dónde estaría? ¿Qué estaría pasando? Si estaba en la montaña, ¿los acechadores le habrían puesto la mano encima?

A Ankra se le vino a la mente su figura, su envergadura.

Pobrecita, pensó.

Quizás aquello fuese demasiado para ella. Tan pequeña... Tan joven... Temía que le viniese muy grande y que estuviesen pidiéndole demasiado para ser su primera misión.

Y ahora que las runas de contratiempo y peligro estaban saliendo, no podía evitar preocuparse. Esa era la peor de las sensaciones. La de saber que algo estaba pasando, en alguna parte, pero no saber exactamente el qué.

La niebla estaba aún más hostil que antes de aparecer ella.

La pequeña estrella estaba sola, y lo único que podía hacer, como ya pensó cuando se marchó al abismo, era confiar en ella.

 Mentalmente le deseó suerte. Deseó que fuese fuerte para superar lo que fuera, concentrada en la bailarina luz del fuego de la chimenea.

Una mano áspera y callosa la sujetó firmemente por el brazo. Durante unos segundos, Altair casi lo agradeció. No se sentía con fuerzas de volver a hacer ese mismo recorrido desde el principio, y había estado a punto de caer.

Por otra parte, en cuanto sintió ese tacto y le pareció familiar, su alivio desapareció tan rápido como había llegado.

Alzó la cabeza y vio a otro de esos humanos que habitaban en la montaña. Si cabía, tenía incluso peor aspecto que los que vio más abajo. Su piel estaba aún más cubierta de quemaduras, hasta el punto de hacerla irreconocible.

Aún así, pese a todo lo que esa persona tenía aspecto de haber sufrido, tenía la misma fuerza que todos los anteriores. Con una sola mano, fue capaz de levantarla. Altair se sobrecogió y trató de proteger a Lai como pudo.

El humano no parecía muy interesado en la manta, o mejor dicho, no parecía interesado solamente en ella.

La estrella se quedó allí, colgando de su mano, a merced de aquella persona que ni siquiera podía descifrar si era un hombre o una mujer. Pese a su dura vida, era más fuerte que ella, y más aún en ese momento. Altair estaba fatigada, con poca energía, y profundamente desanimada. Su luz parpadeaba de cuando en cuando, y no acertó a reunir fuerzas para atacarle.

Trató de revolverse, como pudo, y no le sirvió de nada. El acechador la sostenía tan fuerte que era como haberse quedado enganchada en un poste de metal macizo. Ni con los movimientos más bruscos se movía.

Pensó, dejando progresivamente de moverse, que era cuestión de tiempo que eso sucediese. No había querido hacerle caso a eso. Ya se había librado dos veces, que supiera. Una de ellas de casualidad. No quería creer que fuese a pasarle eso justamente ahora, tan cerca de la cima.

Se sentía tan frágil en manos de un mortal...

Tanto, que ni siquiera temió lo que pudiese pasar a continuación.

El habitante de la montaña la observó de arriba a abajo, con una mirada indescifrable. Dijo algo, pero Altair no lo entendió. Parecían gruñidos animales. Acto seguido, el acechador le dio un golpe, seco y rápido, que Altair sintió como una sacudida. Su vista no tardó en nublarse y su luz parpadeó otra vez.

El acechador la observó desfallecer antes de cargarla sobre su hombro. Lai, pegada a ella como una ventosa, no se despertó.

 Ahora, las dos estaban igual de indefensas.

Antes de cruzar, Altair no dejaba de pensar en Alnilam. Le hubiese gustado tener más tiempo para despedirse.

Sin nombre se detuvo, a una distancia prudencial de la entrada al agujero de gusano. Estiró el brazo y abrió sus manos, dejando que la pequeña flotase en el cosmos, directa hacia su destino.

Recordó muchas de las cosas que Sin nombre le contó acerca del lugar al que iría, a la par que le dio un último vistazo. Sin nombre no le dijo nada, pero se despidió de ella con la mano y una amable mueca de sonrisa, como siempre.

La vio desvanecerse mientras cruzaba el agujero de gusano. Poco a poco, su figura se fue distorsionando, hasta convertirse en una mera nebulosa lejana.

Lejos, en la ciudadela, la lucha continuaba.

Ni siquiera había tenido suficiente tiempo para despedirse. Alnilam también lo pensaba. Trató de apaciguar su tristeza mientras peleaba. Debió de ser ella quién la llevara a Oz, pensó por un momento. Debieron disponer de más tiempo. Sin embargo, ella no sabía tan bien el camino ni la entrada como Sin nombre. Le quedó pensar, sencillamente, que había dejado a Altair en las mejores manos posibles.

Los asteroides atacaban la ciudadela, destruyendo mucho más de lo quelas estrellas habían estado dispuestas a sacrificar. Eran un número demasiado grande, e incluso algunas estrellas menores se habían llegado a unir a la lucha.

El distrito de estrellas menores estaba siendo cruelmente diezmado.

Alnilam estaba agradecida de cada estrella pequeña que se les unía. Incluso las estrellas más pequeñas podían cambiar el curso de las cosas y, gracias a su colaboración, lograron vencer a un gran número de ellos.

A Scuti, por otra parte, no le alegraba tanto la idea. Las dejó hacer, sin prestarles mucha atención y sin darles las gracias tan siquiera. A Alnilam, el gesto de la líder le causó repulsión.

La estrella líder ya había reparado en la ausencia de Sin nombre. No dijo nada, pero lo guardaba de manera férrea en su mente. La lucha continuaba y en cuanto lograsen deshacerse de la flota, al fin tendría la excusa que tanto estuvo esperando. Sin nombre y Alnilam serían expulsadas del Consejo de Estrellas Ancianas y además, de la ciudadela.

Mientras tanto, varios grupos enemigos aprovecharon para atacar la ciudadela por puntos más vulnerables. El distrito de estrellas menores no dejaba de recibir las peores ofensivas. Alnilam observó a Scuti. En efecto, estaba dando la talla, incluso más de lo normal. Era la primera vez que la veía como una líder digna, aunque únicamente fuera en ese sentido. Quizás se desharían de la flota más gracias a ella que a ninguna otra estrella.

Por lo demás, seguía sin serlo en lo más mínimo.

Ni siquiera dio a entender que las estrellas menores caídas le importaran lo más mínimo.

Una fuerte explosión se escuchó en a lo lejos. Alnilam miró rápidamente y vio, horrorizada, como una parte del distrito se desprendía y caía hacía el vacío del firmamento.

 A ese paso, destruirían la ciudadela por completo.

Altair empezó a recobrar el conocimiento en el momento en el que escuchó el crepitar de la madera y un calor familiar. Poco a poco, su mente se fue despejando, hasta que fue capaz de identificar los sonidos que había a su alrededor. Podía escuchar un sinfín de gruñidos extraños, que recordó inmediatamente. Eran los habitantes de la montaña. Acechadores.

No obstante, los chasquidos de la madera fueron lo que más la animaron. Esos sonidos... Los humanos habían hecho fuego. Era el mismo sonido que escuchó al despertar en casa de la bruja. Podría recargarse, al menos un poco.

Los acechadores no tenían ni idea de cómo funcionaban las estrellas. Y esa podría ser su mejor baza.

No obstante, según fue recuperando la consciencia, se dio cuenta de que estaba aprisionada de una forma extraña. Sentía las manos a la espalda, pero no podía moverlas. Había algo alrededor de ellas, algo molesto y más áspero que las manos de aquella gente.

Altair abrió los ojos despacio y buscó a Lai en cuanto fue capaz de ver con claridad. La encontró un poco más allá, sobre unas piedras. No le habían hecho nada, pero aún no daba indicios de despertarse.

Y aunque no le hubieran hecho daño, Altair se negaba a no tenerla junto a ella, por lo que tendría que encontrar una forma de liberarse de eso que la aprisionaba.

 Y rápido.

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