━━𝟒𝟗

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Subió con el último impulso y cayó de lado al suelo, sin soltar a Lai. Tomó aliento despacio y observó el hhel'ir que estaba perdiendo. Se estaba empezando a sentir adormilada y temió lo peor. Se tenía que incorporar como fuera. Al menos ya el camino era llano, aunque le fuese a costar un horror recorrerlo. Por otra parte, si no se movía, perdería el conocimiento y perdería su luz por completo. Y, a ese punto, ya no habría salvación posible.

Altair trató de ponerse en pie como pudo. Se dio un momento para alegrarse de haber llegado hasta allí.

Lo había hecho, ella sola.

Altair empezó a caminar. El cráter del volcán estaba bordeado por una fina capa de tierra por un lado, y otra más gruesa por otro. No se fijó mucho en los detalles. Solo buscó el barquito, hasta que logró encontrarlo al fin.

Por suerte, no estaba muy lejos.

Altair fue dando pasos pesados y tambaleantes. Cada paso se sentía como si cargara con un peso imposible de llevar para ella.

Ya ni siquiera era capaz de transmitirle la pobre luz que tenía a Lai, y había empezado a parpadear de una forma muy continuada. Era como si cargarse no sirviese para nada. Como si el fuego o la lava no fuesen nada para ella. Se sintió mareada, como si la cabeza le pesara más que todo el cuerpo. Se le nubló la vista cuando estuvo cerca del barco, pero aún así lo vio. Allí estaba, al fin lo habían encontrado.

Coronando el volcán, había una enorme efigie de piedras negruzcas y ardientes. Estaba postrada sobre una de sus rodillas. Su figura se percibía animal, y Altair se dio cuenta de que era muy similar a uno de los animales que Alnilam le enseñó en los libros.

Parecía un enorme león de piedra.

Avanzó despacio hasta el Coloso, y llegó desfallecida, dejando un rastro de hhel'ir. Con su mano herida, tocó la efigie, pero nada ocurrió. Altair, extrañada, lo volvió a intentar. Nada sucedió tampoco esa vez.

Miró hacia arriba. Después se miró a sí misma. Su luz era un parpadeo constante y preocupante. No le quedaba luz ni para sí misma, y el Coloso aún sin consciencia, parecía saber que si bebía de ella, acabaría con sus últimas existencias.

Se quedó pensativa. Lai aún no había despertado. Pero ella sí podía recargarse lo suficiente como para salvarla y despertar al Coloso. Allí no accedería ningún humano, pensó, dejando a la manta a los pies del Coloso.

Se despidió de Lai, pesarosa, deseando que saliese bien.

Era su último recurso. Si eso salía mal...

No quiso ni pensarlo, y dio media vuelta, hacia el cráter.

Con el mismo paso con el que llegó, se dirigió al borde. Se quedó observando a la lava del interior durante unos segundos, de una forma indescifrable. Casi parecía triste y, en el fondo, poco segura de lo que estaba a punto de hacer.

Una nueva bocanada de lava salió disparada hacia arriba. Altair ladeó la cabeza e inspiró profundamente.

Esperaba que funcionase, sobre todo por Lai.

 Cerró los ojos y abandonó su cuerpo dejándose caer hacia las fauces de la Montaña de Fuego.

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