━━𝟔𝟎

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Incluso a las Estrellas Ancianas les impactó el sonido de aquello que se aproximaba. Ni siquiera Scuti, con toda su corpulencia, era capaz de hacer temblar la ciudadela de semejante forma. Habían logrado que los asteroides empezaran a retirarse, pero la historia aún no había escrito su último capítulo.

Había estrellas que sabían quién era pero Scuti, ajena siempre a todo, no podía ni distinguir quién o qué producía semejante estruendo.

Alnilam no pudo evitar sonreír, pensando en lo que ocurriría.

«Sagrado vacío. Gracias. Gracias por brindarnos la oportunidad que estábamos esperando.» Pensó.

El que una estrella menor acudiera al Palacio de Estrellas Ancianas solo podía significar dos cosas: por un lado, que buscase una mentora, como fue el caso de Altair y de Vega. Y por otro, que estuviera tan segura de sus propias capacidades, que estuviera dispuesta a demostrarlo de la forma más osada posible.

Y teniendo en cuenta la proporción con la que sonaban aquellos pasos, estaba claro que no era precisamente una maestra lo que había ido a buscar.

Scuti miró en todas direcciones, buscando con la mirada alguna respuesta en sus compañeras, quizás algo de apoyo. No encontró más que miradas de asombro, mezcladas con miradas de satisfacción.

Ni siquiera encontró ayuda en las hermanas Polaris o en Betelgeuse.

Lo que se aproximaba no venía a ver a ninguna de ellas. Venía a por Scuti. Y ella, muy en sus adentros, lo sabía.

 Una estrella, además de ella, quería el título de líder.

La niebla se sentía ceder bajo las enormes manos de los Colosos, pero muy poco. Desde luego, no lo suficiente como para lograr acceder al fin a la torre.

Ankra continuó con su hechizo, reforzando su protección. Efectivamente, ya no era una jovencita. Y su resistencia, cargando con dos poderosos hechizos al mismo tiempo, se lo estaba dejando muy claro. La anciana ya se sentía exhausta, respirando de forma entrecortada, tosiendo, al mismo tiempo que trataba de sostener el fuego por todos los medios.

El incendio en los alrededores amenazaba cada vez más cerca, crujiendo y lanzando rugidos al aire. El Coloso de Madera tenía pocos suministros de agua dentro, muy pocos para evitar salir ardiendo. Los otros dos lo notaron y trataron de colocarle en una posición en la que pudiesen protegerle de algún modo. Aún le quedaba parte de la humedad del cenagal del bosque, pero no era sencillo mantenerla con ese calor a su alrededor. Era cuestión de tiempo que se le agotara y, en cuanto pasara, cualquier chispa sería fatal. En esa situación, ninguno salvo Ankra podrían hacer nada para ayudarle.

Además, ella tampoco podría abastecerle lo necesario.

El Coloso de Madera pisó fuerte para extender sus raíces por el suelo. La tierra estaba seca, por lo que tuvo que ahondar más de lo esperado para encontrar agua. Al menos, por poco que fuera, esperó encontrar algo que le permitiera no salir ardiendo como una antorcha.

 La bruja miró hacia arriba y vio a Altair resplandeciendo más por momentos. No tenía ni idea de qué era lo que se disponía a hacer, pero esperaba, ante todo, que fuese rápida.

Los pasos cesaron y llegó un silencio sepulcral, lleno de preguntas.

Una vez los cometas y asteroides se retiraron completamente, creyeron que la lucha había terminado.

Estaban equivocadas.

Aquella fue la primera vez que Scuti tuvo que alzar la cabeza para mirar a alguien a los ojos. La primera vez que otra estrella la dejó sin palabras.

No podía ser. Scuti estaba desconcertada.

No, no, no.

Ella era la estrella más grande. Ella.

¿Quién era esa? Y lo más importante... ¿Por qué era más grande que ella una estrella venida desde el distrito de estrellas menores...?

Sus ojos se abrieron como platos. No podía ser. Lo pasó por alto...

Era roja como la sangre humana. No llevaba ropa, pero se distinguía un enorme cuerpo de ballena azul sobre su cabeza. Su silueta resplandecía de forma amenazante, intensa, humeando vapor esescarlatas. Media máscara con el ojo pintado tapaba su cara, dejando a la vista un único ojo que miraba a Scuti sin perder detalle.

Scuti no hizo nada, y al principio la colosal estrella tampoco.

Era la estrella desaparecida hacía tanto tiempo atrás. La estrella que ella ni siquiera se molestó en buscar. No cabía duda. Pero, ¿por qué? ¿Por qué esa envergadura?

Scuti no podía dejar de preguntarse cómo había podido reaparecer siendo más grande incluso que ella misma.

Alnilam, a lo lejos, no podía evitar sonreír por debajo de la barba.

A su espalda, Sin nombre regresó. Se encontró los restos de un campo de batalla, y un sinfín de destrozos por reconstruir. Nada de eso importó en comparación a la escena que tenían delante.

Sin nombre avanzó sin mover los ojos de las dos gigantescas estrellas. Se acercó a Alnilam, y ella solo le devolvió una sonrisa de satisfacción. Recordaban las veces que habían hablado sobre derrocar a Scuti, pero no sabían cómo llevar a cabo tal locura. No podían hacerlo siendo más pequeñas.

Era irónico.

A veces el destino tiene formas curiosas de actuar.

No tendrían que hacer nada ellas mismas.

Y era irónico que esa estrella viniera del distrito de estrellas menores, a las que Scuti tanto repudiaba.

La estrella recién llegada era, ni más ni menos, dos veces más grande que Scuti. La envergadura no solo de una digna líder de las Estrellas Ancianas, sino de una reina del cosmos en toda regla. No sólo podía quitarle el trono a Scuti, sino el nombre de la estrella más grande hasta el momento.

Un séquito de rémoras la seguían. Eran peces alargados y finos, que nadaban en el aire como serpentinas, más grandes incluso que muchas estrellas menores.

Cuando las rémoras se colocaron alrededor de Scuti, la que no salía de su asombro, la actual líder se giró y miró a cada una de ellas con inquietud. Trató de usar su cetro, de defenderse, de escapar. Nada funcionaría, y todas las estrellas lo sabían.

Por primera vez, Scuti se vio patética en tamaño y en actitud.

La gigantesca estrella color sangre podría hacer lo que quisiera con Scuti si se lo propusiera. Y tenía una palabra grabada a fuego candente en la cabeza. Negligencia. Negligencia que no iba a perdonarle.

Podría jactarse de su tamaño, tanto como la líder lo hizo hasta el momento, pero no lo hizo.

Tenía prevista una entrada limpia, lo más limpia posible.

La gran estrella roja brilló como ninguna otra, lanzando pulsos al aire. A lo lejos, Sin nombre y Alnilam vieron hacerse realidad uno de sus deseos.

 Scuti se dio cuenta de su desventaja, tarde. Las rémoras absorbieron parte de la luz de su estrella, y se convirtieron en alargadas lanzas rubíes, apuntando directamente hacia ella.

Lo habían intentado muchas veces, pero nunca salió bien. Lai aún hacía poco que despertó, y temía hacerle daño. Temía que ocurriera lo mismo que en la habitación de Alnilam.

Aunque lo sabía, la manta estaba muy segura de querer intentarlo. Altair no dudó de ella, aunque se negó varias veces. Lai insistió e insistió, hasta que logró convencerla del todo.

Los Colosos no iban a poder solos, no en esas circunstancias. El Coloso de Madera terminaría estallando en llamas por completo, y tenían que hacer algo antes de que sucediese.

La luz de una estrella era mucho más potente que la de un incendio.

Inspiró hondo.

Lai se colocó frente a ella, a cierta distancia, tal como Alnilam les enseñó.

Reunió toda la luzen su pecho, y se concentró. Inspiró y expiró. Se dijo a sí misma que no sería como antes. Ahora había logrado controlarlo todo mucho mejor que en la ciudadela.

Se concentró en sentir toda la energía fluyendo, desde sus pies hasta la cabeza. Lai, desde el otro lado de la torre, esperaba pacientemente, dispuesta a recibirlo.

La silueta de la pequeña estrella empezó a desdibujarse en el cielo. Su figura se convirtió en un haz de luz, como un sol muy lejano.

 Y cuando se perdió su forma casi por completo, Altair logró partir su luz en dos.

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