𝐨𝐜𝐡𝐨

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𝟏𝟓 𝐝𝐞 𝐣𝐮𝐧𝐢𝐨 𝐝𝐞 𝟐𝟎𝟎𝟒

Emma suspiró con temor mientras veía la nota en el examen de recuperación en su mesa. Cuando escuchó voces fuera de su habitación guardó la hoja en un cajón con rapidez.

No había aprobado la última recuperación del curso, y ahora tenía que ir a la de verano, al llegar a clase en septiembre. A ella le daba igual, porque no le importaba estudiar los últimos días de verano, pero sus padres se lo iban a tomar muy, muy mal.

No quería imaginarse sus reacciones después de ver que aunque habían insistido en que debía esforzarse, ella no había hecho nada y que era una irresponsable.

Su diez en literatura no tenía valor cuando en matemáticas había un tres impreso.

Se levantó y simuló que se miraba al espejo cuando su madre entró a la habitación, y Emma hizo su mejor actuación como chica que estaba preocupada por cómo se veía antes que por la horrible nota que había dentro de aquel cajón.

—Estás preciosa —le dijo su madre con una sonrisa.

Emma se sintió terrible por no decirle lo que la preocupaba, pero ese día era la graduación de Ben, y ella quería que ese día fuese especial y alegre. No quería que sus padres estuviesen enfadados; ya podrían regañarle al día siguiente.

Emma miró lo que llevaba puesto. Su vestido era largo y negro, de tirantes y un cuello curvado. Era simple, con una abertura en la parte derecha de la falda para dejar ver un poco de su pierna. Esa vez se había atrevido a ponerse unas plataformas, pero sin tacón.

El cabello lo recogió en un moño un poco despeinado y se colocó unos pendientes de plata largos.

—Me gusta el maquillaje que llevas —le dijo Tricia.

Sus sombras oscuras coincidían con el color de su vestido, y ya que a ella no le gustaba cómo le quedaban los pintalabios, había optado por un gloss.

—Gracias -Emma le dio un casto beso en la mejilla a su madre, con cariño.—Aún no me creo que Ben vaya a ser universitario.

—Crecéis muy rápido -Tricia abrazó a su hija por detrás, mirándose al espejo-. No me da tiempo a reaccionar. El año que viene tú también terminas el instituto, Jack lo ha empezado este año... Todo pasa como en un suspiro.

—Pero somos los mismos.

—Sí –su madre sonrió–. Tengo unos niños increíbles.

Emma miró a su madre con mucho cariño. Era una mujer maravillosa, estaba orgullosa de ser su hija. No se habría imaginado mujer mejor en su vida para guiarla, cuidarla y aconsejarle. Era fuerte y luchadora, pero a la vez dulce y amigable. Tenia todas las buenas características.

Claro; menos una. Todos tenían el mismo defecto: el orgullo. Todos eran muy orgullosos. Y tercos.

—Vámonos —Tricia agarró a su hija de la mano y las dos salieron de allí cuando Emma escogió un bolso y metió en él sus pertenencias.

El móvil de Emma era un Samsung E310, que para entonces era un gran móvil, y en él mandó un SMS a Anna, diciéndole a Daisy que ella ya se dirigía a la graduación. Era la única del grupo que tenía hermanos que se graduaban, aparte de Emma, así que pasaría la noche junto a ella.

Entraron en el coche mientras Emma se rociaba con su perfume con olor a vainilla. Ben la miró con cara de asco.

—Deja de echarte eso, qué asco —se quejó haciendo aspavientos.

—Huele bien -respondió Thomas, sentándose en el asiento copiloto.

Emma le sacó la lengua a su hermano, que solo intentó revolverle el cabello, sabiendo que eso sería lo que más le molestaría a ella. Emma le gritó todo lo que pudo y al final acabaron riendo. Sus padres se miraron sin entender nada, mientras que Jack pasaba de ellos en los asientos traseros, jugando a la Nintendo.

Emma les obligó a poner en el coche el CD de Avril Lavigne.

—¡No, otra vez no! —exclamó Jack con molestia.

Emma amaba a Avril Lavigne y siempre trataba de ser la primera en elegir la música que escuchar en un viaje.

Comenzó a sonar la canción My Happy Ending y Emma soltó un grito de emoción.

—¡Sí! –gritó Ben. En el fondo también le gustaba esa cantante, aunque no lo dijese–. Oh, oh.

Los dos hermanos se miraban mientras cantaban, señalándose y haciendo un extraño baile que les hacía parecer idiotas. Jack les grababa con la Nintendo sin que ellos se percatasen.

Vamos a hablar sobre esto. No es como si estuviésemos muertos. ¿Fue algo que hice? ¿Fue algo que dijiste? —Emma miraba a Ben mientras hacía de su puño un micrófono y le cantaba con dramatismo.

No me dejes en una ciudad tan muerta. Me sujeté muy alto en un hilo rompible—Ben la miraba igual y parecía vivir aquello como nunca. Sus padres reían—. Eras todas las cosas que pensaba que conocía y que pensaba que seríamos.

Entonces Jack no lo pudo resistir y comenzó a cantar también a pleno pulmón.

Tú lo eras todo, todo lo que yo quería. Estábamos destinados, pero lo perdimos. Y todos los recuerdos cercanos a mi desaparecieron.

Los tres cantaron a la vez con una gran sonrisa.

Todo este tiempo estabas fingiendo. Demasiado para mi final feliz. ¡Demasiado para mi final feliz!

Emma parecía muy contenta; había conseguido transmitir su amor por ese álbum a sus hermanos.

Para cuando llegaron, la familia estaba de muy buen humor, y todos parecían felices. Emma había olvidado por completo su suspenso en matemáticas.

Entraron en el instituto, mientras Tricia le ordenaba a su hija que anduviese más recta. Nada más entrar se encontraron con los Keynes. Sus padres se llamaban Randal y Zelfa. Su familia era de mucho prestigio, todos tenían grandes logros, y tenían relación con personajes históricos como Charles Darwin (era su tatara-tara-abuelo) o la reina Isabel primera.

Por esa razón, la familia Keynes  le intimidaba mucho a Emma.

—Hola —les saludó su madre.

Iban acompañados de Soumaya, la hermana mayor de Skandar. Por lo que Emma sabía, conocía a Laura, la hermana mayor de Georgie y Rachael.

—¿Qué tal? -Les preguntó Thomas con una gran sonrisa.

Skandar miraba nervioso a sus padres y a los de Ben. Se notaba que estaba contento por graduarse.

—Muy contentos —Randal palmeó la espalda de su hijo—. Skandar ha sacado muy buenas notas.

—Sí —Tricia asintió sonriendo-. Ya nos contó que estudiará en Pembroke.

—¡Hola! –escucharon a alguien saludarlos.

Miraron hacia aquel lado. Eran los Moseley. Daisy iba vestida con un vestido azul, que hacía destacar sus ojos. Juliette llevaba otro vestido rojo. Peter y William llevaban puesto un esmoquin. William estaba guapísimo. A pesar de que él no se graduaba, iba el más atractivo.

A Emma comenzó a latirle el corazón con rapidez al verlo. William no parecía muy contento.

—¿Pasamos? -les dijo Thomas, posando su mano en el hombro de Peter. Sus padres tenían muy buena relación con los padres de sus amigos.

Todos decidieron pasar, y antes de ponerse a andar, a Emma le sorprendió ver que William la miraba. Al pillarle, William miró a otro lado con rapidez.

—¿Estáis contentos? —le preguntó el rubio a sus amigos, pasando sus brazos por los hombros de los dos, poniéndose en medio.—Yo muchísimo, voy a estar aguantando a Emma un año más.

—A ver si piensas que yo estoy dando palmadas -contestó ella cruzándose de brazos.

—Deberías —dicho esto le guiñó un ojo, y arrastró a sus amigos al interior del auditorio donde se celebraría la graduación.

Daisy y ella vieron cómo los chicos reían y hablaban mientras entraban. Jack y Benjamin hacían trastadas por ahí. Daisy le dio un golpe en el hombro a Emma mientras sonreía. La castaña la miró con el ceño fruncido.

—¿A qué ha venido eso?—le preguntó la rubia.

—¿El qué? ¿Discutir, como siempre?

—Estabais tonteando.

Emma comenzó a reír como una loca. Daisy la agarró para entrar al auditorio mientras ella seguía riendo.

—Estás muy graciosa hoy, Daisy.

Entraron al auditorio y buscaron a sus padres. Finalmente, se sentaron junto a ellos para ver todo el espectáculo. William se había sentado en las primeras filas junto a los graduados, y Emma tuvo que grabar y hacer fotos cada vez que Ben salía en algún punto de la ceremonia.

La verdad es que estuvo riéndose de lo que llevaban puesto los graduados la mayor parte del tiempo con Benjamin, Jack y Daisy. Iban horribles. Y los momentos que para los demás eran de melancolía, para ellos eran de risa.

—¿Has visto como le tiembla la mano? —llegó a preguntarle Benjamin cuando una chica subió para leer su discurso de fin de curso.

Gracias al cielo solo habían cuatro discursos, porque todos decían básicamente lo mismo y Emma creía que se dormiría en cualquier momento.

Finalmente, llegó la hora de terminar aquel espectáculo aburrido y todos los graduados subieron al escenario para hacer la foto grupal. Emma se sorprendió al ver que William se quedaba sentado en su silla.

Un profesor anduvo hasta a él y pareció decirle un par de cosas. El rubio se levantó y se dirigió hacia el grupo para colocarse en la foto, todos lo acogieron con calidez y lo abrazaron para que no se sintiese excluido.

Emma no pudo evitar sonreír ante ese gesto. Se sentía mal por él a pesar de todo, debía ser duro ver que tú te quedabas un año atrás mientras tus compañeros de toda la vida salían del colegio y pasaban a la universidad.

—¿Qué sonríes tanto? —le preguntó Juliette. Miró a su lado, donde ella, su madre y Daisy la miraban con una sonrisa traviesa.

—Es emotivo -respondió Emma con obviedad.

—Llevas riéndote de todos toda la tarde, y solo sonreías cuando ha salido Will—Daisy parecía muy contenta, pero a la vez divertida.

Juliette y Tricia parecían estar de la misma manera. Emma no lo podía creer, ¿ellas también? Puso los ojos en blanco.

—Oh, callaos.

[...]

Más tarde, todos celebraban la graduación en el gimnasio; donde ya no estaban ni profesores, ni padres. Si algo bueno tenía su instituto, es que el día de graduación les dejaban tiempo solos para pasarlo bien y aprovechar su última noche todos juntos.

En ese momento sonaba una canción de OutKast y todos bailaban como locos. Louis Partridge y sus amigos habían interceptado alcohol en el instituto y ahora repartían a todos. Daisy no se atrevía a beber de él, pero Emma lo hacía.

En ese momento tenía en su vaso un asqueroso vodka con limón, que a Emma le parecía que estaba buenísimo de todo lo que había bebido ya.

Miró hacia un lado, donde Skandar se encontraba sentado con unas gafas de sol y un ordenador en el que tenía escrito en grande en vista de todos «SEXUALMENTE ME IDENTIFICO COMO UN ERROR.» y Ben parecía sollozar en un rincón.

—Ben —Daisy y Emma fueron a ver qué le pasaba—. ¿Estás bien?

—Totalmente —respondió antes de soltar un sollozo y beberse su bebida de un trago.

—Vamos, levanta -Daisy trató de levantarlo del suelo.

—¡Todo va a cambiar! -chilló con dramatismo, asustando a las dos chicas.

—Ya ves, tío—otro chico de su clase se abrazó a él mientras sollozaban, borrachos.

Daisy y Emma decidieron que era mejor dejarlo allí antes de que se levantase e hiciese algo de lo que se pudiese arrepentir al día siguiente.

William pasó por su lado gritando:

—¡La vida es una fiesta y yo soy la piñata!

Emma no pudo evitar reír, pero miró mal a Daisy y la empujó cuando se dio cuenta de que la rubia la miraba con una sonrisa.

—Ey —dijo alguien a su lado. Era Louis—. Me alegro de que hayas venido.

—Yo también.

Daisy miró a Louis con desconfianza.

—Había pensado... -comentó a decir Louis tambaleándose un poco, y aprovechó para apoyarse en Emma. –Que podríamos dar un paseo en el jardín, fuera. ¿Qué te parece?

Louis Partridge no era el típico chico malo, ni chulo. Pero a Daisy no le gustaba que intentase ligar con Emma. Louis era atento y era bastante afable, pero simplemente no lo quería con Emma.

Emma miró a un lado, donde estaba William lanzándose encima de la gente. En el fondo había esperado que el rubio le prestase algo de atención esa noche; aunque fuese para reírse de ella como normalmente. Pero nada. Así que miró a Louis y sonrió.

Agarró la mano del chico y miró a Daisy.

—Nos vemos en un rato.

Louis y Emma salieron del gimnasio y Daisy frunció los labios. Se dirigió a paso rápido hacia William, que reía encima de Skandar y Ben.

—Tío deja de comer tanto que pesas un huevo -murmuraba Skandar debajo de su amigo.

William solo reía y Ben sollozaba.

—¡William! —chilló Daisy, levantando a su hermano.

—¡Daisy! —él parecía más contento, y abrazó a su hermana—. ¿Qué haces que no estás durmiendo en casa?

—Llevo aquí una hora, idiota -Daisy puso los ojos en blanco-. ¿Quieres dejar de hacer el imbécil? Te aconsejaría salir al jardín a tomar el aire.

—¿Para qué?— William frunció el ceño—Os tengo a vosotros aquí.

—William, realmente deberías salir.

Mientras, Emma y Louis andaban por el jardín del instituto contando historias al otro mientras reían.

Pero lo que Louis contaba no tenía sentido, porque estaba borracho; y como Emma lo estaba también, la conversación no tenía sentido.

Entonces notaron cómo alguien reía y pasaba sus brazos por los hombros de los dos. Emma miró con terror y se encontró con William entre los dos.

—¿Sabéis? —les dijo entre risas—. En la naturaleza, no hay cuidados médicos. En la naturaleza, los cuidados médicos son: «Ay, me he roto la pierna —puso una extraña voz—, no puedo correr, un león me come y estoy muerto». Bueno, yo no estoy muerto, yo soy el león —entonces se paró en seco y con ello paró a los dos, que lo miraban con confusión. William señaló a Louis—. Tú estás muerto.

Louis parecía muy confundido, no entendía nada.

—William, no sé lo que dices, pero estaba hablando con Emma.

—Ahora habláis conmigo -se encogió de hombros.

Emma no entendía qué hacía allí William, ya estaba molestando. Ella quería hablar con él ese día, pero no de esa manera.

—Dime, Louis, ¿qué estudiarás el año que viene? -le preguntó el rubio al chico, mientras se apoyaba en Emma.

—Había pensado en irme a Cambridge para estudiar periodismo.

—Oh, sí... Muy buena idea —William asintió frenéticamente, de manera cómica—. Entonces pensabas liarte con Emma y luego dejarla aquí tirada en Londres. ¿No? Muy bonito de tu parte.

Los ojos de Louis y Emma se abrieron con mucha amplitud. ¿De verdad acababa de decir eso? No se lo podían creer. Tenía la cara muy dura.

—William, tío —Louis trataba de no perder la paciencia—. Creo que te estás pasando. Además, lo que Emma y yo hagamos no es de tu incumbencia.

—Claro que lo es, es la hermana de mi mejor amigo.

Emma empujó a William, apartándolo de su lado, haciendo que él se tambalease.

—Y aún así, no te da derecho a meterte en lo que yo hago. No necesito que me protejas.

William miró con enfado a Emma, y luego la señaló, cayéndose hacia un lado. No le dio tiempo a hablar porque se había caído encima de unos matorrales.

Emma puso los ojos en blanco para después subir de nuevo a William con ayuda de Louis. Se estaba comportando como un bebé, no como un chico de su edad.

—Creo que será mejor que lo dejemos para otro momento -se disculpó Emma.

Los dos agarraban a William de cada lado de su cuerpo. Louis miró a Emma con pesar.

—Sí, creo que será mejor.

Entraron de nuevo en el instituto llevando a William en brazos. No sabían que el rubio sonreía para sus adentros en ese mismo momento. Su plan funcionaba.

Louis entró de nuevo en el gimnasio mientras Emma sentaba al rubio en un banco del interior del instituto. Se agachó a la altura del rostro de William, que tenía los ojos cerrados, y acarició la mejilla del chico. William abrió lentamente los ojos, sorprendido ante ese tacto.

Emma aprovechó y le golpeó la mejilla.

William la miró con los ojos muy abiertos.

—No estoy a favor de la violencia —dijo ella rápidamente para hacerse oír—. Pero me he visto obligada a despertarte de alguna manera.

Aunque ella sabía perfectamente que no era por eso.

—Podrías haberlo hecho de otra manera -se quejó el frotando su mejilla, levantándose.

Entonces comenzó a andar hacia otro lado, lejos del gimnasio. Emma frunció el ceño.

—¿A dónde vas?

William no respondió, y Emma se vio obligada a seguirle.

Entonces el chico comenzó a subir las escaleras, un poco desestabilizado. Emma bufó y pasó el brazo del chico por sus hombros para ayudarle. William acercó su nariz al cuello de la chica y la olió. Emma lo miró sorpresa a la vez que la piel se le ponía de gallina.

—Hueles muy bien—susurró en el oído de la chica.

Se miraron de cerca a la vez que William le sonreía. Emma pensaba que se desmayaría ahí mismo, las piernas le temblaban. Estaban muy, muy cerca.

Llegaron al final de las escaleras y Emma dio gracias a todos los ángeles del cielo, porque William centró su atención en la puerta de la sala de música.

—Entremos -agarró la mano de Emma y la guió al interior de aquella sala de música.

Encendieron las luces, puesto que se encontraba vacía, y William corrió hacia una guitarra que había posada sobre una pared para después comenzar a tocar una bonita melodía.

—Lo haces bien -Dijo Emma con sorpresa.

—No sé de qué te sorprendes, yo lo hago todo bien.

—Sobre todo ser humilde -Emma rió.

—¿Me admites en tu gran banda musical? Puedo hacer los coros —bromeó apoyando la guitarra donde estaba antes.

Emma lo miró con seriedad. Entre los dos nunca habían hablado de la banda que ella tenía con sus amigas. Mejor dicho, nunca habían tenido una conversación de más de cinco minutos sin discutir o insultarse. Al parecer, los estragos del alcohol los hacía menos violentos.

—Primero deberías sacar adelante el último curso del instituto, y después hablamos.

Él puso los ojos en blanco y se levantó, para después sentarse en la silla del piano de cola de color negro. Emma se acercó a él y se colocó para mirarlo de frente.

—¿Cómo te puede dar igual repetir?

—Así —se encogió de hombros.

Emma lo miró severamente mientras se cruzaba de brazos, y se sentó a su lado, mirándolo sin saber qué decir.

—No me da igual, ¿vale? —dijo finalmente, en un suspiro. Su voz ya no sonaba tan divertida—. Pero, ¿qué queréis que haga? ¿Arrastrarme por los suelos y llorar? Obviamente me jode, y mucho. No era así como me esperaba este fin de curso. Pero lo último que haré será ponerme a lamentarme y hacer que la graduación de mis mejores amigos consista en llorar por mi.

Emma estaba en shock. Si nunca había tenido una conversación de más de cinco minutos sin discutir con él, aquello era otro nivel. Entre los dos nunca habían tenido una conversación profunda o habían hablado de sus sentimientos. Pero ver que William podía pensar así, y que realmente podía sentirse así, hizo que una ráfaga de afecto hacia él le recorriese a Emma.

No lo pudo evitar, y posó su mano en el hombro del chico.

—No pasa nada. Todo irá bien—y le sonrió.

William también sonrió un poco, y se dio la vuelta para mirar sentado al piano. Emma hizo lo mismo.

Los dos miraron las teclas, a la vez que William comenzaba a tocarlas con delicadeza. Él no sabía tocarla el piano, eso estaba claro, porque no acertaba ni una.

Emma rió un poco y colocó los dedos de William en el lugar correcto, a la vez que lo ayudaba a tocar la melodía con más soltura. Luego, ella comenzó a tocar Clair de Lune con concentración, y William la miró a la cara, mientras ella trataba de tocar la canción completa con el ceño fruncido. Él sonrió un poco, sin dejar de analizar el rostro de la chica.

Cuando terminó, Emma suspiró y miró de nuevo a William. Pero se sorprendió cuando él se dirigió lentamente hacia ella.

Podría haber sido el alcohol, o toda la tensión acumulada de todos esos años, pero Emma dejó que se acercase. Entonces los labios de William rozaron los suyos, y no pudieron aguantar más, porque ambos acortaron toda la distancia entre los dos.

William acercó a Emma posando sus manos en la cintura de la chica, y ella las suyas en el cabello de William. Abrió la boca y el beso comenzó a pasar a un beso pasional. Era como si liberasen toda la tensión de todos esos años. Esos en los que, aunque no lo admitiesen, se gustaban. En los que se burlaban del otro para camuflar el hecho de que se querían.

Pero no lo querían admitir. Y era más fácil con ese beso.

Se separaron y los dos se miraron con sorpresa.

Entonces alguien llamó a la puerta de la sala y se abrió de golpe.

Ambos se distanciaron y se quedaron en cada extremo de la butaca del piano.

Ben entró y los miró con sorpresa.

—¿Qué hacéis aquí? —preguntó con dificultad. Tenía a una chica de su clase agarrada de la mano.

Emma pensó que a Anna aquello no le iba a gustar. Y por primera vez en su vida prefirió que Anna estuviese con su hermano.

—Tocar el piano –respondió Emma con rapidez.—Ya nos íbamos.

Se levantó y salió con rapidez de la sala, dejando a William desconcertado en la butaca. Entonces su hermano la miró con desconcierto. William salió también y le palmeó la espalda de su amigo en señal de apoyo, por la chica que Ben había conseguido ligarse.

Aunque Emma le quería pegar, porque en el fondo sabía que Anna era la mejor opción para él.

Cuando bajaron de nuevo al gimnasio, William y Emma estaban en silencio. Ella tenía ganas de besarle de nuevo; pero no sabía cómo reaccionaría él.

Llegaron al gimnasio, donde Daisy corrió hacia ellos.

—No encontraba a nadie por ninguna parte —dijo con nerviosismo—. Me teníais preocupada. —tenía la respiración agitada—. Ben no estaba, Skandar no estaba... vosotros... —entonces frunció el ceño—. ¿Qué hacíais vosotros?

William y Emma se miraron a la vez, y luego apartaron la mirada de nuevo, algo sonrojados.

—Estábamos... —comenzó a decir Emma.

—¿Os habéis enrollado? -preguntó Daisy.

—¡No! —gritaron los dos a la vez.

Daisy puso cara de decepción y después le dijo a William que debía volver a casa, porque estaba muy borracho. Él afirmó que así se sentía, así que ambos se fueron después de que Emma se negase a irse con ellos. No podía dejar allí a su hermano.

Lo que hizo fue sentarse en una de las colchonetas en una esquina del gimnasio mientras veía a los demás bailar y beber, aunque muchos se habían ido ya para entonces. No podía parar de pensar en el beso con William.

Y lo peor era que le había encantado. Le había gustado la manera en que William la acercó a ella, la manera en la que la besó. En cómo olía su perfume de vainilla y afirmaba que le gustaba.

Pero todo lo había hecho por el alcohol, si no, nunca se le habría pasado por la cabeza besarla.

Debía olvidarlo. Pero no podía.

A veces uno es consciente de cuando están produciéndose los grandes momentos de su vida, y a veces los descubre al mirar al pasado.

One Day

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