𝐬𝐞𝐬𝐞𝐧𝐭𝐚 𝐲 𝐭𝐫𝐞𝐬

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6 de febrero de 2008

Emma se miró al espejo y sonrió sin poder evitarlo. Sabía que ese vestido no era el que le gustaba, pero se sentía feliz de poder verse con alguno. Jamás en su vida se habría imaginado en un probador de vestidos de novia, y mucho menos que el causante de fuese William.

Dio una vuelta mirándose al espejo, girando el vuelo de la falda para sentirse como aquellas princesas de cuento que llevaban vestidos parecidos. Rio silenciosamente y después decidió que era momento de salir a que las demás lo viesen.

El vestido no era como a ella le gustaban, pero su madre había insistido en que debía al menos probárselo, porque según ella había prendas que podían parecer peor de lo que realmente luego te podían quedar.

Se trataba de un vestido con corte de princesa, con la falda muy pomposa, y la parte de arriba estaba hecha de encaje blanco. Las mangas eran de encaje también, muy finas, y eran largas. Además, su escote no le gustaba. No se sentía tan guapa en ese vestido.

Salió del probador y llegó a la preciosa sala con espejos enormes, decoración dorada y paredes con estampados de colores rojos, dorados y verdes oscuro. Había muchas velas y lámparas por todas partes, no era como las típicas tiendas de vestidos de novias donde resaltaba el rosa y el blanco en el lugar. Este era más oscuro pero acogedor.

—¡Estás increíble!—Tricia aplaudió cuando vio a su hija.— ¡Me encanta!

—Preciosa —Asintió Juliette.

Emma sonrió negando con la cabeza. Sabía que no elegiría ese vestido.

—Es bonito —admitió Anna, y ladeó la cabeza mientras lo miraba—. Pero no se siente como un vestido que llevaría Emma, no es tu estilo.

—Totalmente —Rachael estaba de acuerdo—. No parece tu estilo, Ems.

—Pienso igual —dijo Emma, Tricia abrió la boca a punto de decir algo en contra de eso—. Mamá, no me compraré este.

—Personalmente —comenzó a decir una de las chicas que trabajaban allí—, creo que hay otro tipo de vestidos que podrían sacarte más partido. Eres una chica con cintura estrecha, pero la espalda un poco más ancha. Además... déjame que te mire...

Dio vueltas a lo largo del cuerpo de Emma, observándola de arriba a abajo con detenimiento, y después asintió mientras posaba sus dedos en su barbilla.

—Sí, creo que un vestido con corte de sirena te iría bien. Como decía, al tener la cintura estrecha, la espalda un poco más ancha y las caderas anchas pero las piernas más delgadas, te quedarían muy bien algo que resalte más esto —dijo señalando con sus manos el torso de Emma y su cintura y caderas— que esto —ahí señaló sus piernas.

Emma se encogió de hombros, sin entender mucho de lo que le acababa de decir.

—Me probaré todos los vestidos que hagan falta.

Entonces le dieron otro vestido, este con corte de sirena, y ella se lo probó mientras trataba de no caerse por todas capas de seda que tenía en él. Cualquiera que la hubiera visto dentro del probador habría querido grabarlo para echarse unas risas.

Se miró de nuevo y negó con la cabeza, no muy convencida con lo que veía. No quería elegir cualquier vestido, o el primero en probarse, quería elegir un vestido que al verlo pensara «Es ese, ese es mi vestido». Pero no era fácil.

Salió otra vez a la luz y todas asintieron levemente.

—Es bonito, pero no me convence —Juliette chasqueó la lengua.

—Pienso igual —Asintió Tricia.

Menos mal, pensó Emma. No tenía ganas de tener que escuchar las quejas de su madre por no elegir un vestido que a ella sí que le gustaba, aunque no fuera la que se iba a casar.

—Elegir un vestido será más difícil de lo que pensaba —Suspiró ella, sentándose en una butaca.

—No te desesperes —Le dijo Anna, tratando de calmarla—. Solo llevas cuatro vestidos.

Emma suspiró y echó atrás su cabeza.

—Mi niña se hace mayor —comentó Tricia con melancolía, sonriendo levemente.

—No se hace mayor —le corrigió Daisy—, se casa pronto, que es diferente.

Tricia soltó un jadeo que hizo reír a las demás, hasta a Emma.

—Da gracias a que no tendrá un hijo como mi hermana —respondió Rachael poniendo los ojos en blanco.

Emma abrió mucho los ojos al escuchar eso, lo que le faltaba ya era eso.

—Dime que no vas a tener un hijo todavía —le suplicó Tricia.

Emma rió levemente.

—Tengo la regla.

—Pues menudo día has escogido para probarte vestidos blancos, entonces —Dijo Anna.

—Espero que de verdad esperéis un poco con eso de los hijos —asintió Juliette.— Me encantan los niños, pero no quiero ser abuela todavía. ¡Soy joven!

—¡Me estáis desesperando y aún no nos hemos casado!— exclamó Emma, exasperada.

Se levantó y comenzó a caminar por la sala mientras las demás hablaban entre ellas. Anna afirmaba que le encantaría ser tía pero Daisy le decía que eso lo decía porque no era ella la que tenía que dar a luz con diecinueve años.

Emma, mientras, miraba a un punto exacto. Se había quedado estática.

Abrió la boca con sorpresa y sintió cómo sus ojos se convertían en dos corazones enormes y rojos que se palpitaban, mostrando su atracción hacia ese vestido tan bonito.

Dejó caer sus brazos y parpadeó.

Era ese, era su vestido.

—Callad —dijo en voz alta. Todas callaron en ese instante y Emma sonrió ampliamente para después señalar a ese punto—. Quiero ese.

—¡Qué bonito!— exclamó Daisy levantándose también y mirándolo más de cerca—. ¿Cómo no lo habíamos visto todavía?

—Es ese —Dijo Emma, embelesada.

—Es el más caro que tenemos, salió en una pasarela del otoño pasado en la semana de la moda en París —les explicó la dependienta con una mueca.

Emma alzó una ceja al escuchar eso, segura de que ese era el vestido que quería. Pensó que ella nunca se permitía caprichos ni que solía gastar el dinero que ganaba como cantante en cosas muy grandes, excepto el viaje a Grecia, así que pensó que eso podría permitírselo.

—Lo quiero —dijo muy segura.


[...]
1 de marzo de 2008

Emma pitó en la carretera sin parar. Anna simplemente se sujetaba mientras cerraba los ojos a cualquier parte del coche para no salir disparada en cualquier momento.

—¡Emma! ¡Cálmate de una vez!— le pedía Daisy chillando.

Anna no podía ni hablar del terror que sentía en ese momento.

Pero Emma parecía empeñada en que debía hacer lo posible por salir de ese atasco. Era un primer día de marzo muy lluvioso y al parecer ese día también era ajetreado porque había un tráfico de los mil demonios y el grupo de las cuatro amigas llevaba media hora en carretera.

—Recordadme no volver a montarme en el coche con Emma conduciendo —les pidió Rachael, que estaba montada en los asientos de atrás junto con Anna.

—¡Vamos, joder!— gritaba Emma pitando el volante.— ¿Esta gente qué piensa?

Emma se podía poner bastante nerviosa cuando la gente era lenta o cuando no podía avanzar con el coche. También le pasaba andando por la calle, pero en coche era más difícil del manejar. Mike Oldfield sonaba de fondo en el vehículo y Rachael tarareaba la canción en voz baja para evadirse del caos que había a su alrededor.

Un hombre pasó al lado en su coche y le pitó a Emma para después sacarle el dedo corazón. Emma abrió la boca, ofendida, y soltó una de sus manos del volante para repetir el gesto hacia ese hombre.

—¡Qué maleducada es la gente en Londres!— se quejó.

—¡Quizá los estás enfadando por tanto claxon! –intentó hacerle ver Daisy, apoyando su mano en el claxon antes de que Emma le diese de nuevo.

Emma cogió aire y suspiró, intentando calmarse.

—Voy a pensar en el riff de la canción —murmuró echando hacia atrás su cabeza.

—Todas estamos alteradas por la situación, pero cálmate —le pidió Anna, posando su mano en su pecho—. Llevas en el coche a personas que quieren vivir.

—Además, se supone que yo debería estar así, no tú —dijo Rachael, dejando de cantar—. Es mi hermana la que está dando a luz, no la tuya.

—No tengo hermana.

—Ya entiendes mi punto, igualmente.

En efecto, Laura estaba en ese instante en el hospital, dando a luz a un bebé del cual aún no sabían su sexo. Eso era porque Laura había decidido que no lo quería saber hasta que naciera, y, por ende, el resto tampoco lo sabían.

—Están todos allí —se lamentó Emma.

—Bueno, llegaremos igual —Rachael se encogió de hombros.

—¿Cómo puedes estar tan tranquila?— se extrañó Emma.—Vas a ser tía.

—¿Por qué me iba a poner nerviosa? Está naciendo un bebé, ¡oh, qué maravilla! Como si no nacieran miles de bebés en una hora por todo el mundo.

—Pensaba que estabas emocionada por ser tía —Anna la miró frunciendo el ceño, olvidando su miedo a Emma en carretera.

—Y lo estoy, pero no tiene sentido ponerme como Emma ahora mismo.

Emma soltó un grito de alegría cuando el tráfico comenzó a dispersarse al comenzar a moverse los coches. Emma comenzó a pits el claxon con felicidad por la emoción, razón por la que todas le gritaron que parara.

—¡Venga que sólo quedan diez minutos para llegar!—Exclamó contenta.

La canción cambió a una de Kate Bush y todas comenzaron a cantarla, sintiéndose repentinamente más contentas al ver que podían llegar a tiempo al hospital.

Cuando quedaban unos metros para llegar, Emma le gritó a todas que se sujetasen fuerte y entonces ellas gritaron histéricas, temerosas de la castaña. Emma soltó una carcajada a la vez que pisaba el acelerador, sintiendo mucha adrenalina en ese instante. Los gritos eran ensordecedores en el vehículo. Muchos coches pasaron por su lado e incluso por delante. También hicieron que algún coche tuviese que parar en seco y se saltaron un semáforo en rojo.

Emma aparcó de manera torpe, parando de una manera que hizo que las cuatro se echaran hacia atrás.

Daisy comenzó a llorar desconsoladamente y salió del coche temblando. Anna tenía los ojos cerrados con fuerza y apretaba su mano con fuerza al cinturón, intentando que se mantuviese donde estaba. Rachael tenía los ojos muy abiertos.

—Venga ya, tampoco ha sido para tanto. —se quejó Emma saliendo del vehículo mientras rodaba los ojos y sujetaba las llaves del coche—Hay que salir, el bebé nos espera.

Anna salió del coche y miró a Emma con los ojos entornados. Parecía estar a punto de echar humo por las orejas, pero a la vez se sentían inestable.

—No vuelvo a montarme contigo... ¡en mi vida! —le espetó con furia, y después se dirigió al hospital a paso rápido.

Daisy limpiaba sus lágrimas sin siquiera mirar a Emma y siguió a Anna. Rachael suspiró y trató de tranquilizarse cuando se puso al lado de Emma.

—¿Tan mal lo habéis pasado? —Preguntó sorprendida.

—Sí —respondió Rachael con tono obvio, frunciendo el ceño—. Estás como una maldita cabra.

Las dos decidieron que debían subir a la habitación con Laura cuanto antes, por lo que entraron y vieron que Daisy y Anna ya hablaban con la recepcionista para que les dijera en qué habitación estaba Laura.

Las cuatro se dirigieron con mucha rapidez al ascensor y entraron sin más dilación. Emma se moría de las ganas de conocer al bebé de Laura.

—Perdón, Daisy. No lo volveré a hacer —le murmuraba Emma a la rubia mientras la abrazaba y acariciaba su cabello con cuidado.

Daisy asintió sin decir nada. Emma miró a Rachael con una expresión que claramente decía «¡Qué dramática!». Pero el ascensor se abrió y todos los males de Daisy desaparecieron porque vieron frente a ellos a William, Ben y Benjamin con unos vasos de café en sus manos. Las miraron con sorpresa, ya que el panorama que tenían frente a ellos era:

Anna con una expresión de enfado, cruzada de brazos y con el ceño fruncido.

Rachael con el cabello despeinado debido a que había tenido la ventanilla abierta cuando Emma decidió acelerar el coche como si tuviese ganas de matarse.

Y Emma abrazaba y consolaba a una Daisy que lloraba sin parar.

—¿Qué...? —Comenzó a preguntar Ben.

Anna fue la primera en salir del ascensor y se lanzó a los brazos de su novio.

—No quiero volver a entrar en un coche que conduzca tu hermana —le dijo con pesar.

Ben miró con molestia a Emma a la vez que Daisy se separaba de ella. Ben pasó su brazo los hombros de Anna, protegiéndola de su hermana.

—¿Qué has hecho ahora? -le preguntó William con cansancio.

—Lo mismo que tú —respondió Emma con el ceño fruncido. Rachael y Daisy se fueron hacia la habitación junto con Benjamin mientras—. Simplemente me divertía un poco.

—Yo nunca he hecho llorar a nadie conduciendo —comentó William, sintiéndose molesto ante lo que su prometida le decía—. Y mucho menos he conducido de manera que me pueda matar. ¿Quieres que me preocupe cada vez que sepa que estás al volante y que yo ni siquiera estoy delante?

—Qué exagerados sois todos —se quejó Emma saliendo del ascensor, y Ben simplemente negó con la cabeza yéndose con Anna mientras murmuraba que tenía que madurar.

Emma se sorprendió ante lo mal que se lo habían tomado todos.

—¿Qué demonios os pasa conmigo?

William la miró con severidad. Ahora estaban ellos dos solos. Los demás estaban al lado de la puerta, al parecer Laura ya había dado a luz y primero habían entrado sus padres.

—¿Que qué me pasa? Que conduces como una loca. Antes te daba miedo y mira ahora. ¿Es que quieres cancelar la boda de alguna manera y crees que la muerte es la mejor salida?

—¿Pero qué dices? ¡Tengo muchas ganas de casarme contigo!

—Pues no lo parece —Respondió el rubio—. Siempre que alguien se monta en el coche contigo acaba traumatizado.

Emma puso los ojos en blanco, cruzándose de brazos.

—De acuerdo, no me volveré a comportar así cuando haya gente en en el coche.

—Claro que no lo harás, pero no sólo cuando haya más gente. No quiero que lo hagas cuando estés sola.

—Sí, papá —respondió Emma sarcásticamente.

—Habló en serio, Emma —William trató de tranquilizarse, pero le daba mucho miedo que algún día le pudiera pasar algo. Se acercó a ella, dejando el café en una mesa, y agarró sus manos.—Mírame.

Emma, que llevaba muy mal que alguien que no fuera sus padres le regañase por algo, miró al suelo torciendo la boca.

—Mírame, cariño —le pidió con voz más dulce.

Ahí Emma no pudo evitar hacer lo que él le pedía, y alzó su mirada sintiendo que su expresión se aliviaba un poco. La manera tan bonita en que le acababa de hablar y la manera en que le había llamado le sorprendieron.

—Me moriría si te pasa algo —Le explicó William—. Quiero que tengas cuidado porque algún día podrías tener mala suerte y acabaría ocurriendo algo horrible.

—Lo siento —dijo ella, murmurándolo mientras bajaba la cabeza—. Es que quería llegar pronto, y ahora se me da muy bien ir al volante.

William sonrió de lado y posó sus dedos en la barbilla de la muchacha para alzar su rostro, y después depositó un beso en sus labios.

—Si te mueres antes de la boda podría acabar casándome con otra después -bromeó.

Emma abrió mucho los ojos.

—Oh, no, no. Eso no puede pasar. Te juro que no volveré a hacerlo.

William rió al ver que ella parecía asustada de algo así de verdad.

—Perfecto, entonces.

—Vayamos a ver a Laura —propuso ella, y agarró la mano de William para llevarlo hacia esa puerta.

Para cuando les dejaron entrar, las chicas estaban más calmadas, así que todos pasaron a visitar a Laura, y sobre todo, conocer a esa persona recién nacida.

Sonrieron al ver que Laura sujetaba al bebé y sonreía con los ojos cerrados. Parecía cansada, pero a la vez resplandecía. Emma pensó que seguramente estaba aliviada de haber pasado por el parto por fin.

—Oh, Laura —dijo Georgie mirando con los ojos cristalizados a su hermana.

Se acercó a ella y la abrazó para después besar la cabeza de su sobrino. Resultaba extraño pensar que esa niña de doce años era ya tía de un bebé inocente y pequeño. Ella era inocente y pequeña todavía.

—Es precioso —le dijo Rachael, sonriendo con mucha alegría, y acercó su rostro al del bebé—. ¿Es...?

—Es un chico —asintió Laura, a punto de llorar.—Y sí, es hermoso.

Emma miró al resto con una gran sonrisa y las manos temblando. Parecía mentira que Laura fuese madre. Era una madre. Ahí estaba su hijo. Era difícil de creer.

Todos se pasaron al bebé para poder mirarlo y conocerle. Emma pensó que ella no debía tener a un bebé en brazos.

Después de que Anna, Rachael, Daisy y Ben cargasen al bebé en sus brazos, William fue el siguiente.

Parecía muy serio porque quería tener el mayor cuidado posible al cargar al bebé. Emma miró con curiosidad al rubio, que parecía concentrarse en que aquella personita estuviese cómodo en sus brazos. William lo meció levemente sin apartar su mirada del diminuto y dulce rostro de aquel niño.

Emma sintió que su corazón latía con rapidez y que ella entera se derretía al ver cómo William parecía tan ensimismado en el bebé, y lo dulce que estaba siendo con él para asegurarse de que nada le ocurriese.

—¿Quieres probar?— le dijo William.

Ella salió de sus pensamientos al ver que le decía que si quería cargar al bebé. Ella abrió mucho los ojos y negó lentamente con la cabeza.

—No sé si es una buena idea...

—No lo es —Dijeron Ben y Daisy a la vez, con mucha rapidez.

—Sí lo es —les sorprendió Laura desde la cama del hospital— Will, déjaselo a Emma. Confío en ella.

Emma, sintiendo que temblaba, sabiendo que tenía una gran responsabilidad en sus brazos en el momento en el que ella fuese quien lo agarrase, se acercó a William y dejó al bebé en sus propios brazos.

Al principio se sintió muy nerviosa y temerosa de que el bebé se quedara en una mala postura o que se sintiera incómodo en sus brazos. Pero pronto consiguió sentirse más segura, y por ende, el bebé también lo hizo.

Comenzó a mecerle y sonrió enternecida. Nunca antes le habían llamado la atención los bebés, en especial los recién nacidos, pues para ella solían tener el aspecto de una pasa. Pero ese bebé era hermoso y no podía dejar de mirarlo. Sintió mucho amor hacia él a pesar de no conocerle mucho aún. Se preguntó el amor que debía sentir Laura por él, entonces, ya que ella era su madre.

— Bienvenido — le dijo Emma, para después besar con delicadeza su frente.

William sonreía levemente con la boca cerrada, embelesado por la imagen ante él. Emma se veía demasiado bien con el bebé en sus brazos y comportándose de esa manera tan protectora. Nunca pensó que necesitaba ver una escena así en su vida hasta ese momento.

— ¿Cuál es su nombre? – Le preguntó Helen, la madre de la reciente madre.

Laura los miró sonriendo.

—Se llamará Liam.

—Es un nombre bonito, y común —se quejó Rachael.

Emma le entregó a Liam de nuevo a su madre.

—Pues a mi me parece un nombre perfecto —dijo la castaña. Y después se dirigió hacia su prometido.

William, que seguía embelesado, –aunque ella también lo estaba– la abrazó sin poder evitarlo y la besó de manera efímera aunque dulce.

—Te quiero mucho —no pudo evitar susurrarle, aunque estuviesen delante de todos.

—Will, eres muy cursi —se quejó ella, riendo levemente. Después se puso seria—. Pero yo también te quiero mucho.



Mañana tengo examen so... deseadme suerte.

Por cierto, me preguntaba algo: ¿En qué casa de Hogwarts pondríais a los personajes de esta novela? Me da mucha curiosidad.

Espero que os haya gustado el capítulo, nos vemos en el siguiente. <3

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