𝐯𝐞𝐢𝐧𝐭𝐞

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𝟓 𝐝𝐞 𝐦𝐚𝐲𝐨 𝐝𝐞 𝟐𝟎𝟎𝟓


Emma lloraba y sollozaba en un cubículo del baño del colegio. Sabía que estaba siendo una dramática, pero se sentía como si la vida se fuese a romper en pedazos, como si estuviera con el pie de aquí librado en el borde de un acantilado, como si su problema actual no tuviese salida y jamás pudiera resolverse.

Estaba sentada en la tapa cerrada del inodoro, con su cabello cayendo por encima, ya que tenía su cabeza inclinada hacia abajo. Limpiaba sus lágrimas con una mano y con su mano evitaba que los sollozos se escuchasen en voz alta, por lo que su espalda se movía de arriba a abajo por la manera en que lloraba.

Se sentía totalmente desesperada, no tenía esperanzas en lo que al curso se refería. La gente de su curso no cesaba de hablar sobre las universidades a las que iban a entrar, sobre las carreras que iban a estudiar, sobre las notas que estaban sacando.

Pero lo que ella sentía era horrible, comparando sus pensamientos y acciones con las de sus compañeros. Si Flora tenía una media de nueve y medio en sus exámenes, iba a entrar en la universidad de Cambridge, e iba a estudiar medicina; Emma no tenía ni idea de lo que quería estudiar, tenía una media de siete en sus calificaciones, y no tenía ni idea de qué universidad sería la elegida, o en la que la elegirían.

Se sentía inútil, porque no quería estudiar ninguna carrera de las que había visto en las infinitas listas que habían repartido de las universidades nacionales durante todo el curso.

Hasta ahora había querido dejar el tema apartado, no quería hablar mucho de sus futuro, pero estaba en Mayo, y los exámenes finales estaban ahí, tenía su primer examen final al día siguiente.
No sabría qué hacer si sacaba mala nota, o si no conseguía absolutamente nada de provecho.

—¿Emma? —preguntó una voz al otro lado de la puerta del cubículo.

Emma reconoció esa voz al instante. Era la voz de Harper Fox. Emma trató de no hacer ningún ruido, así que mordió su mano, evitando sollozar o gemir.

Pero Harper sabía que la muchacha estaba allí, y llamó de nuevo a la puerta.

—Emma, abre. Sé que estás ahí.

—Déjame en paz.

Realmente no tenía ni fuerzas ni ganas de aguantar las burlas de Harper, sabía que no podría soportarlo. Deseaba con todas sus fuerzas que la morena se marchase de allí. Estaba muy mal como para hablar con nadie, y menos aún con ella.

—Quiero hablar contigo, en son de paz.

Emma frunció el ceño y sorbió su nariz. Pasó sus manos por su rostro, en un nuevo intento de calmarse y limpiar su cara.

—¿Por qué?

—Porque creo que ahora mismo eres la única persona que puede entenderme.

Aquello sonó muy raro viniendo de aquella muchacha, realmente extraño. ¿Qué trampa había? ¿La estaba esperando con aceite hirviendo en un cubo que le lanzaría nada más abrir la puerta? ¿Qué truco había?

Emma no abrió la puerta, aunque estaba levantada y apoyaba su cabeza en la puerta, tratando de escuchar cualquier palabra que la delatase. Pero Harper no decía nada, solo escuchaba su respiración.

—Anda, Emma.

—Voy a salir, pero porque quiero yo.

Seguro que tenía planeada una venganza por la jugarreta de dos semanas antes, cuando Emma destrozó con su granizado la pancarta que Harper había preparado.

Emma abrió la puerta, echándose el cabello despeinado hacia atrás. Tenía los ojos rojos, la nariz roja, los labios rojos, la piel enrojecida. Todo por llorar. En especial los ojos y la nariz. Harper puso una mueca al ver la cara de la chica. Emma miró por todo el aseo, esperando encontrar indicios de que no estaban solas.

— Estamos solas — dijo Harper como si le hubiese leído el pensamiento.

—¿Qué quieres? —Emma puso los ojos en blanco a la vez que se dirigía hacia el lavabo para comenzar a lavar sus manos.

—Te he visto salir de clase de esa manera... y yo... me he sentido mal por ti.

—¡Oh! —Emma fingió sorpresa—. Tienes sentimientos.

—Emma, ya —Le avisó Harper—. Creo que esto, nuestras estúpidas discusiones, tienen que acabar.

Emma se dio la vuelta para mirar a Harper, algo ofendida.

—¿Me lo dices a mi? Que yo recuerde, eres tú la que siempre va detrás de mi para burlarte. Yo ni te miro si puedo evitarlo.

—Lo sé— Harper suspiró y se dirigió a la pared, para después sentarse en el suelo y apoyarse en ella. Palmeó el lugar a su lado, invitando a Emma a sentarse. Emma se quedó donde estaba, cruzándose de brazos.— Joder, qué testaruda.

Emma siguió sin mediar palabra. No entendía que de repente Harper se comportara así, no le cabía en el esquema mental que tenía sobre ella.

—Quiero hablar las cosas.

—¿Dónde está la trampa?

—¿Qué?

—Que dónde está la trampa —repitió Emma sin una pizca de amabilidad—. No me creo que estés así de repente conmigo, como si nada. Creo que te quieres vengar por lo de la pancarta.

Harper suspiró y cerró los ojos, tratando de guardar la poca paciencia que había reunido para hablar con Emma. Por momentos se arrepentía de haber ido hasta allí para hablar con ella, pues la castaña no cooperaba. Pero ya estaba allí, y debía decir lo que había venido a decir.

—Escúchame -abrió sus ojos verdes-. Sé que he sido una capulla contigo en estos últimos años...

—¿Estos últimos años? Dirás desde que llegué.

—Bueno, vale. Sí, lo siento— ella bufó— Sé que me he portado muy mal contigo, y aunque me enfadé muchísimo cuando me destrozaste la pancarta, después lo pensé durante bastante tiempo y creo que es lo que me merecía. De hecho, es la mínima parte de lo que me merecía.

Emma dudó, pero no pudo evitar creer un poco en lo que decía. La manera en que lo decía denotaba arrepentimiento de verdad, y eso la tomó por sorpresa. Realmente nunca se habría imaginado a Harper disculpándose por nada de lo que le había hecho. Aunque no le llegó a amargar la vida, sí que sabía que en cuanto cruzasen miradas Harper diría algo hiriente o incluso llegaría a la pelea física. Por eso, ver que realmente lo sentía hizo que Emma se cuestionase muchas cosas que llevaba pensando toda su infancia.

—Se va a acabar el curso, nos hacemos mayores... Me he vuelto muy filosófica, ¿sabes? —Harper rió un poco con tristeza.

Emma suspiró. Se pegó a sí misma mentalmente, pero se sentó al lado de Harper de mala gana. Si era una trampa o una broma para reírse de ella, estaba claro que ella no había actuado con inteligencia y se había ablandado demasiado rápido.

—Verás, desde que llegaste me sentí intimidada por ti.

Emma abrió los ojos con sorpresa, alzando las cejas. No daba crédito a lo que escuchaba.

—¿Por mi?

Si Emma recordaba bien, nunca fue una niña intimidante. Era menuda y delgada, con voz aguda y sueños imposibles, era quizá incluso hasta repelente en algunas ocasiones, pero nunca se consideraría ruda o violenta como para intimidar a nadie.

—Pero no me refiero a que me dieses miedo -Aclaró la morena-. Me refiero a que llegaste así, de otro lugar, tan rebosante de energía... parecía que no necesitabas a nadie. Eso me hizo sentir extraña, porque yo siempre tenía gente a mi lado que me hacía caso, y pensaba que eso era necesario. Entonces decidí que debía enfrentarme a ti para saber si eras inmune a todos, o algo así. Tenía siete años, ¿vale?

Emma escuchó con atención, sin poder creer aún lo que Harper le contaba. Nunca había intercambiado más de dos palabras con ella sin acabar peleando e insultándose, así que se le hacía raro hablar con tanta profundidad de repente.

—Y entonces llegó Anna para ayudarte, y me enteré de que tu hermano era amigo de William y Skandar... y sentí mucha envidia de ti —Harper resopló mirando al suelo, evitando la mirada de Emma. Se notaba que le estaba costando contarle aquello a la castaña—. Me enfadaba que fueses nueva y la gente te apoyase, aunque yo hubiese obrado mal... Y nuestras peleas se convirtieron en la única manera de conseguir que tú me prestases atención de alguna manera, porque no soportaba que hubiese alguien que fuese indiferente a mi.

—Te lo tomaste muy en serio. Hasta te presentaste a las audiciones de teatro —Emma y Harper rieron.

—Sí, soy una persona muy persistente.

Emma entendía a la perfección lo que Harper le quería hacer entender. Harper solo quería ser su amiga, y al ver que Emma pasaba de ella y no trataba de arreglar las cosas –como estaba Harper acostumbrada– la trataba de esa manera para conseguir que Emma dejase de ignorarla.

—El otro día, cuando al final me pagaste con la misma moneda... Lo pensé bien y me di cuenta de que yo no había sido la víctima. Nunca te había visto reaccionar y hacerme lo mismo.

Emma sonrió un poco; de repente todas las dudas sobre el comportamiento de su "archi-enemiga" parecieron desaparecer, y le creyó. Podría parecer demasiado blanda, o demasiado ingenua, pero creyó las palabras que Harper le decía. Normalmente sabía cuando alguien mentía, y Harper no lo hacía.

Harper la miró.

—Me gustaría arreglar las cosas antes de que acabe el curso.

Emma asintió lentamente, seria, sin decir nada.

—Creo que dejar atrás nuestra rivalidad podría venirnos bien para madurar, para dar el siguiente paso. Cuando lleguemos a la universidad debemos olvidarnos de tonterías infantiles. -siguió diciendo la morena.

—Pienso lo mismo.

Durante los siguientes minutos, Harper y Emma comenzaron a hablar de todo, de lo que querían hacer y lo que querían estudiar. Resultaba ser que Harper no quería estudiar Derecho como sus padres querían, pues ellos eran abogados, su sueño era ser bióloga marina, pero no encontraba la manera de contarles lo que de verdad quería hacer. Le daba igual en la universidad en la que entrar, solo quería estudiar esa carrera.

El sabio consejo de Emma fue que debía inscribirse en todas las universidades posibles para entrar en esa carrera, fuera donde fuese. Y cuando le diesen la plaza, sus padres no podían negarse a que entrara, pues debía empezar la universidad sí o sí. Aunque era arriesgado, era del futuro de la chica del que hablaban, no del futuro de sus padres. No podían obligarla a dedicar su vida a un trabajo que no la hiciese feliz.

Emma le contó sus sueños imposibles a Harper, y la chica pareció muy convencida de que Emma y Anna podían llegar lejos. También le habló sobre el tema de la discusión con Rachael –con la que llevaban sin hablar desde el día en que pelearon–, y Harper quiso hacerle entender que Rachael era diferente a ellas y que no quería dedicar su vida a la música por completo, si no una pequeña parte. Emma comprendía eso, pero aún esperaba las disculpas por parte de su amiga, pues se había pasado muchos pueblos al decirles que no eran tan buenas en lo que a la banda se refería.

Las dos chicas salieron del cuarto de baño con una expresión diferente a la que tenían cuando entraron. De hecho, se sentían hasta liberadas. Como si un nudo en su cuerpo se hubiera desecho y por fin pudieran respirar con más normalidad.

A eso se le llamaba solucionar asuntos pendientes. No merecía la pena vivir en una rivalidad y odio constante.

[...]

—De acuerdo —dijo Peter, asintiendo, y reajustó sus gafas—. ¿Y William Blake?

—Se llama como yo— murmuró William.

William y Emma se encontraban en el despacho de Peter estudiando literatura. Tenía en el examen final en dos días y el padre del rubio disfrutaba ayudándoles a repasar.

—Es uno de los pioneros en Inglaterra de las  teorías románticas —memorizó Emma, lentamente—. Publicó en  mil setecientos noventa y cuatro Songs of Innocence and Experience. Unos poemas eran encaminados a representar la inocencia, y otros son dobles utilizando la inocencia y la experiencia.

—¿Y...?

—Tiene un poema llamado London en el que se describe cómo viven en condiciones pésimas estos trabajadores que llegan buscando su porvenir —se adelantó a decir a William, ganándose una mala mirada por parte de Emma— y cómo la ciudad de Londres es un ejemplo de cómo era, cómo olía, cómo eran los  colores de estas nuevas ciudades industriales.

—Muy bien chicos —Peter se quitó las gafas y levantó el dedo pulgar en señal de aprobación—. Veo que os lo sabéis muy bien.

—¿Ya está? —frunció el ceño la chica. Peter asintió, y se levantó de su asiento—. Pero no me lo sé bien todavía, ¡necesito repasar más!

Peter rió un poco ante la desesperación de la muchacha.

—Te lo sabes perfectamente, chiquilla. —se acercó a la pareja, que estaban sentados frente al escritorio— Sacaréis muy buenas notas, estoy seguro. Ahora, a descansar.

—¿A dónde vas? —preguntó William.

—Voy a tomarme unas cervezas con tu padre —Peter miró a Emma. Ella asintió y el hombre se despidió de ellos.

Emma miró de nuevo al escritorio y comenzó a mirar los apuntes con nerviosismo, y volvió a repasar los esquemas que habían hecho de los apuntes. William negó con la cabeza, rodando los ojos, y apartó los apuntes de su vista. Emma se giró para mirarlo con enfado y trató de conseguir sus apuntes de nuevo.

—¡William! Para, no hace gracia.

—No lo estoy haciendo como una broma— Emma alzó una ceja, a punto de lanzarse contra él. William sujetaba los apuntes en su mano, alzada, para que ella no pudiese alcanzarlos.—Deberíamos ir al sofá o a la cama para descansar.

—No hace falta descansar en época de exámenes.

—Sí hace falta. Descansar es lo que te mantiene guapa.

—Como Rory Gilmore diría, «¿A quién le importa que sea guapa si suspendo mis exámenes?».

—¿Quién es esa?

Pero Emma no contestó, si no que se levantó y se acercó a William para agarrar sus apuntes. Así, consiguió estar encima de él y tener su rostro muy cerca del de él. Su nariz rozó la frente del chico, que poco a poco dejó caer los apuntes en el escritorio, y una vez con las manos libres, las posó sobre la cintura de la chica para acercarla a él.

Emma frunció el ceño nerviosa por la acción del chico. La miraba de una manera que solo le había visto unas cuantas veces, en especial cuando estaban solos.

—¿Por qué no te calmas un poco y disfrutas de que estamos solos? —susurró él. Emma fue bajando hasta quedar sentada encima de él.

—¿Solos?

William asintió.

—Mi madre esta con Benjamin, creo que han ido a clases particulares de francés. Y Daisy ha salido con sus amigas de clase.

Emma no pudo evitar sonreír de lado, pensando en que estaban realmente solos. A William le gusto su reacción. La abrazó desde la cintura y acercó su rostro al de ella. Emma suspiró.

—¿Subimos? —preguntó él en voz baja, ella asintió.

La agarró de la mano y los dos subieron a la planta de arriba, donde estaba el salón y la cocina. Pero William siguió subiendo las escaleras, donde llegaron a la planta donde se encontraban las habitaciones. Emma se puso un poco nerviosa, pero a la vez quería ir hasta allí.

William acariciaba con su pulgar la mano de ella que agarraba. Abrió la puerta de su habitación y Emma miró el interior. A pesar de estar juntos desde principios de curso, pocas veces había entrado en esa habitación. Pero estaba igual que antes.

Un trueno resonó en ese momento, e iluminó la habitación.

—Va a llover —Emma recalcó lo obvio.

William asintió sin decir nada, y la acercó a él. Desde que se había enterado de que estaban solos, parecía más cariñoso, solía hacer eso. Pero ahora la miraba con otros ojos, de manera más íntima. Y a Emma no le desagradaba en absoluto.

Entonces comenzó a acariciar sus brazos, lenta y suavemente. La miraba de una manera que la hacía querer derretirse, y ella se dejó llevar. Dejó que el chico la acariciase, dejó que rozase la piel de su cuello con sus labios, y dejó que la tumbase con cuidado en la cama.

—Tienes una manera increíble de hacer feliz a mi corazón —le susurró él, acercándose al oído de la chica.

Ella respiraba con dificultad, pue se sentía nerviosa, pero a la vez segura de lo que quería hacer.

Emma pensó que la mejor relación era en la que los dos podían actuar como mejores amigos, pero también como enamorados. Cuando tienen más momentos divertidos y entretenidos que momentos serios. Cuando se puede bromear, dar abrazos inesperados, y besar sin preguntar. Es cuando ambos se dan una mirada a la vez y sonríen. Cuando prefería quedarse en casa viendo películas junto a él, comer comida basura y dormir juntos antes que salir de fiesta. Cuando podía actuar como ella misma y él podía aceptarla y quererla tal y cómo era.

De solo pensar en no estar así con él, o no estar directamente con él, hacía que le doliese el pecho.

William besó sus labios con ternura, tumbándose encima de ella, pero apoyando sus codos a cada lado del colchón para no aplastarla. Emma colocó sus manos en el cabello rubio de William y tiró más de él hacia ella.

A pesar de que apenas podía respirar del tiempo que llevaban besándose, ella realmente no quería terminar ese beso. Era también lo que necesitaba después de tantos días de estrés, de incertidumbre y de enfados. Necesitaba un momento así, y William era el único que podía hacerla sentir en el cielo mientras su alrededor era un caos absoluto.

La cosa se volvió más seria y pasional cuando William comenzó a desabrochar los botones de la camisa de Emma. Ella se puso un poco rígida, pues era algo nuevo para ella, pero al pensar que era William, se dejó llevar. Dejó que el chico le quitase la camisa, y también dejó que bajara su falda. Dejó que le quitase los calcetines del uniforme mientras daba rápidos besos a sus piernas.

Emma pensó en cómo William tenía dieciocho años ya, y cómo ella no los cumplía hasta el año siguiente. Pensó que aquello podía ser considerado "ilegal", pero era William. Y era tan solo un año. ¿Por qué debería preocuparse por algo así?

Quitó esa idea de su mente a la vez que veía cómo William se quitaba la camisa, de pie frente a ella. Emma lo contempló, y William no dejó de mirarla ningún segundo. Quería captar todas sus expresiones en todos los segundos de ese instante.

Emma necesitaba acortar esa distancia entre ellos, pero William tardaba mucho. Así que ella se incorporó y le ayudó a desvestirse. Pero antes de que ambos se quedaran despojados de su ropa interior, William se agachó a la altura de ella y le besó rápidamente en los labios. Después, acarició su mejilla.

—¿Estás segura de esto? —le susurró.

—Más que segura —Emma le besó los labios, y después la barbilla. Así, bajó hasta su cuello, dejando un rastro desde su cabeza hasta su pecho.

William cerró los ojos y echó la cabeza hacia atrás.

Emma tiró de él para que se tumbase encima de ella de nuevo, y volvieron a besarse, pero con más pasión que nunca. El cuerpo de Emma le pedía algo que había sentido en otras ocasiones, pero con menos intensidad. En esos momentos era algo urgente, era una necesidad que debía satisfacer cuanto antes.

—Si estás segura, entonces yo también.

—Lo estoy.

William le dio una última mirada, intensa y llena de amor, antes de volver a besarla.

—Te quiero. —le dijo él, después tragó saliva con nerviosismo.

—Te quiero. —repitió ella con sinceridad.

[...]

Emma abrazaba a William. Ella tenía su cabeza en la almohada, y William estaba encima de ella, con su cabeza en el pecho de la chica. Abarcaba el cuerpo de la muchacha con sus brazos, y ella abrazaba al chico desde el cuello.

Se habían puesto el pijama, y Juliette dejó que Emma se quedase allí a dormir por la tormenta que había en esos momentos. A Tricia no le importó, puesto que cuando Juliette llegó, los encontró en pijama, durmiendo.

Lo que no sabía era que una hora antes, ambos habían vivido una experiencia nueva completamente para ambos, y que la habían experimentado juntos.

Estaban tan cansados del largo día que habían tenido, que cuando se vistieron de nuevo no pudieron evitar quedar dormidos a los pocos segundos. La lluvia se escuchaba en el exterior, las gotas golpeaban el cristal de la ventana con fuerza, y Emma soñaba con algo bonito. No lo recordaría al levantar, pues se encontraría con el rostro de William a su lado y la trama del sueño se le olvidaría. Pero aún dormida acariciaba el cabello de su chico con dulzura, con una pequeña sonrisa. Hacia semanas que no dormía tan profundamente.

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