• CAPÍTULO 19 •

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Su espalda se apoyaba en los grandes almohadones que se posaban en la marquesa de la cama. Mientras que sus dedos jugaban nerviosos entre si procurando tranquilizarse y no pensar demasiado.

¿Pero como podría?

No es como si tuviese miedo del chico. No.

Más bien era su corazón el que no deseaba ser lastimado una vez más.

Y dolía. Era consciente de eso.

Y aunque Taehyung le explicó que la naturaleza omega del castaño, le hizo actuar de ese modo. Ella no podía evitar sentirse dolida.

¿Por qué?

Y es que sellando su pecho había guardado todos sus sentimientos que durante años iban hacia el rubio. Ocultando su fiel anhelo de tenerlo para si.

Por siempre. Para siempre.

Y no era que ya no le amase. Lo continuaba haciendo incluso con más fervor que antes.

Pero no podía. Aún cuando su egoísmo luchaba contra lo que su razón le indicaba que era lo correcto de hacer. Aun cuando pagaría al cielo, despojandose de todos sus bienes, solo por nacer de nuevo saludable y fuerte.

Pero la realidad era diferente, ella estaba enferma y Taehyung debía ser feliz.

El no le amaba. No del modo que ella quisiese.

Él amaba a alguien más.

Y esa persona muy a su pesar, era noble y gentil, tanto que prendaba de calidez a todos quienes se le acercaran. Y aquello era extraño y sorprendente, sobretodo al pensar del impedimento natural que Jungkook poseía para comunicarse con los demás.

Era mágico. Tanto que ella dudaba que de haber sido otra su vida, habría impedido que el Alfa se fijase en él.

Por supuesto que no, pues era como aquello llamado destino.

Tan poco humano. Tan alejado de lo tangible.

El omega era realmente magnético y Seulgi no podía negar lo celosa que se sintió de aquello en un principio.

Y tal vez aún lo sentía.

¿Pero como no hacerlo?

Si el chico era todo lo que ella no era y alguna vez le habría gustado ser.

Jungkook era alegre y su carisma le brotaba en la piel. Siendo desmesuradamente impulsivo y espontáneo, cosa que le hacía atrayente y radiante. Como si la vida se agolpara contra él, no deseando jamás abandonarle.

Como si hubiese nacido para Taehyung.

Tan diferente a ella.

Y es que en la mayoría de sus recuerdos solo había oscuridad y dolor. ¿Sería demasiado pedir un poco de la luz del castaño para ella? Que aquello le ayudase con su soledad y su miedo.

Solo un poco.

A veces no sabía a que le temía mas. Si al abandono o a la misma muerte. Pues sabía que esta era inevitable, avanzando rápida hacia ella y sin vacilaciones. Un diagnóstico certero que cargaba desde que apenas era una niña.

Pero ¿por que habría de aferrarse a ella?

No tenía nada. Ni a nadie.

Pues Taehyung ya no le pertenecía. Y quizás nunca lo hizo. Aquel niño de cabello rubio que siendo tan pequeño fue su defensor, aún cuando ella no permitiera que le protegieran. Haciendole conocer la compasión, la gentileza y el amor.

Amor. Y es que debía serlo si su estómago sufría de ansiedad cada vez que el joven alfa avisaba su visita. O sus mirada iban a parar a otro lado, cuando este le observaba con sus bonitos ojos miel. O cuando sus labios fueron tiernos en aquel primer beso a escondidas.

Mi dulce Tae.

Es que el alfa siendo tan noble había prometido cuidarle y amarle devotamente. Y aunque ella quiso creer que el chico realmente le amaba, en su interior sabía que Taehyung solo sentía un cariño inmenso a su compañía. Tal vez necesitando de ella del mismo modo, cobijados ambos de una fantasía que les protegía de aquella solitaria infancia.

Pero pensó en ella misma una vez mas. Y tal vez sosteniendose de la añoranza de que el alfa pudiese ser feliz algún día a su lado, permitió que este prometiera a ella y su padre acompañarla en lo que restara de su vida.

Su padre.

Aquel hombre que fue su más cercana imagen de afecto, la que se plasmaba en los mas puros recuerdos de su corazón. Pero habiendose marchado antes y pese su único anhelo de hacerlo antes que ella.

Mi preciosa niña.

Y es que toda su vida se la dedicó a ella, deseando entregarle todo el júbilo que su cuerpo le había negado. Mas su personalidad firme característica de un militar, no le permitio nunca mostrarse vulnerable.

Jamás viéndole llorar, jamás observandole débil. Pero si habiéndose marcado en su rostro el dolor de su hija y el suyo propio, endureciendo su mirada y hasta tal vez su corazón.

Seulgi solía pensar aquello.

Pues cada vez que caía y lloraba, producto de la frustración de tener que hacerlo reiteradas veces solo para avanzar algunos pasos. Su padre le.ñ instaba a levantarse. No acercándose a recogerle, mostrándose duro para que ella no exhibiera debilidad.

Y ella lo agradeció. Pues su carácter fuerte y resuelto se lo debía a él. No sintiéndose jamás avasallada por todos quienes quisieron hacerle sentir de ese modo alguna vez.

Aun así, siempre persistió en ella el espejismo de su madre. Dibujandose en cuadros borrosos de una persona que más nunca llegaría a conocer.

Y suspiró con su garganta apretada, donde una aguja le clavaba y hería.

¿Por qué debía ser así? ¿Por qué su vida no podría ser de otro modo?

Sin miedo, sin dolor.

Donde no le mirasen con lástima, ni le hiciesen sentir diferente.

Miro sus manos que traslucian sus venas a través de su blanca piel, apretando fuerte las mantas que le cubrían. Poniéndose luego en alerta, cuando escuchó como la puerta de su habitación se abría lento y con sigilo.

Una cabellera castaña se asomó, dando paso a aquellos ojos redondos y azules del curioso omega. Quien afirmaba su mano por el borde de la puerta.

¿Puedo pasar?

Aquella pregunta se deslizó en el aire, silenciosa y volátil. Pero tan entendible para la chica, que asintiendo le dejó ingresar.

Jungkook cerró la puerta tras de él, mirando sus propios pies descalzos como si fuesen lo más interesante del universo. Intentando opacar la vergüenza que sentía el tener que enfrentar a la chica.

Seulgi le regaló una pequeña sonrisa, mientras palmeaba su cama, invitando al castaño a sentarse frente a ella.

Y rió. Pues le causó ternura el modo en que el omega tambaleaba sus dedos sobre su vientre, inquieto y sin saber que hacer. Estando muy segura de que nunca le había visto de esa forma.

Por eso de forma segura e inclinandose un poco, estiró su mano para tomar la de él. Percibiendo de inmediato la tibieza del castaño, quién levantó su mirada y abrió sus ojos como si ella le hubiese sorprendido. Apreciando como este llevaba manchada la punta de su nariz, con algo muy similar a tinta.

Cálido.

La chica vió como Jungkook buscaba con su otra mano bajo su camisa, descubriendo un arrugado papel que le entregó un tanto dudoso. Y ella soltando su agarre lo tomó entre sus manos.

No le sorprendió encontrarse con aquella caligrafía que tan bien conocía, habiendola ayudado a reforzar cuando ambos repasaban sus ejercicios en el palacio.

Seulgi:

Jungkook no sabe como empezar esto, Taehyung escribe por él.

Ella sonrió.

Pero Jungkook sabe que se ha equivocado.

Seulgi no ha tenido culpa y Jungkook la ha lastimado. Eso hace triste a Jungkook, porque ella buena con Jungkook.

Seulgi por favor perdonar a Jungkook. Perdonar a su tonto lobo que no ha sabido controlar. Y perdonar por hacerla llorar, eso duele a Jungkook.

Seulgi bonita como el sol de la mañana, no debes nunca triste.

Si Seulgi perdona, Jungkook promete ser su amigo siempre. Jungkook y su cachorro le cuidaran siempre. Nunca le dejaran.

Por favor perdona a Jungkook linda Seulgi.

Aquí promesa de Jungkook.

Y la pelinegra no pudo ocultar su risa, al ver la mancha al final de la hoja, evidentemente registro de una de las yemas del castaño. La que se encontraba aún cubierta de tinta negra y con la que claramente había ensuciado su nariz.

O tal vez alguien más. Pues no descartaba que Taehyung lo hubiese hecho a propósito sin que él se percatara.

De pronto la chica sintió como el omega levantaba una de sus manos y la pasaba sobre su rostro.

"Seulgi no debe llorar"

Y es que sin siquiera anticiparlo, había comenzado a llorar, estando muy segura que en sus lagrimas no corría la tristeza. Habiendo algo más.

Algo más sincero.

Por lo que respondiendo al castaño, tomó su mano y la besó en agradecimiento. Pues buscó tanto por aquello, pensando incluso tal vez jamás encontrarlo.

"Gracias"

Pero él estaba siendo natural, no mirándole ni con compasión, ni lástima. Estaba siendo real y transparentandola ante él.

"¿Puedo?"

La pelinegra le miró, deseando sólo un poco de aquello que se le fue negado cuando tanto lo necesitó. Viendo como el castaño asentía y ella arrastraba un poco su cuerpo, para posar su cabeza sobre sus piernas y frente al estómago del castaño.

Un arrullo.

Permitiendose cobijarse en el omega, enrrollando sus piernas y empuñando sus manos. A lo que Jungkook instintivamente le acarició el cabello, comenzando a reproducir con su boca, las vibraciones que tanta veces le repitió Hyejin.

Estoy aquí.

Seulgi cerró sus ojos, pensando en todo lo que su padre había relatado de ella. De su temperamento arrebatado que se contradecía a su suave voz. De su piel pálida y cabello tan rojizo como sus labios. Y de su suave aroma, tan dulce como lo era el de cualquier omega en aquel entonces.

Pero ¿a que olía un omega?

A contención, cariño y apego. Condiciones naturales para envolver a un niño y aliviar su angustia. Lo que les hacía cantar cada noche y recitar cuentos antes de dormir. Soplar sus heridas y besar sus sienes. O simplemente dejarles entrar en su cama cada vez que sintiesen miedo.

Me llevaré el miedo.

Y la joven beta sonrió, pues ella siempre había tenido la curiosidad de aquello. La sensación de un abrazo generoso, una caricia cálida que solo un omega podría entregar a su cachorro. Y deseó con todas la fuerzas volver a ser uno y ser arropado por Jungkook cada vez que su corazón doliese.

Ya se irá.

Porqué sabía que Yeoreum siendo un reino poderoso, carecía de algo tan esencial como eso. La sola calma que obtenía de la fragancia del castaño le hizo entenderlo. Y su pecho se llenó de algo muy similar a un agradable ardor, que le cubrió por completo hasta hacerle dormir apacible por primera vez en su vida aquella tarde.

Sintiendose segura de que el aroma de su madre debió parecerse al de Jungkook.

Ya se fue cariño, ya se fue.







Los días caían rápidos y fríos, como si la gris estación se apresurara en llegar y cargarse sobre el reino. Más para él parecía que las horas se hubiesen detenido, dejandole bajo aquel sitio oscuro y hostil.

Y es que a medida que ellos continuaban las visitas, su mente despejaba recuerdos que creyó perdidos y que forzaban a salir a la luz.

Viéndole a ella, su largo cabello castaño cubriendole los hombros. Allí donde una mordida superficial declaraba el no poder hacerla nunca suya. Aun así perteneciendose ambos sin la necesidad natural de un lazo. Y sólo bajo la fina promesa de un amor que tardó demasiado en llegar.

Porqué si, su deseo jamás fue causarle daño a ella.

A ellos.

Quienes siendo tan jóvenes habían sellado un acuerdo recíproco y solo basado en lo que la sociedad les exigía.

No había amor. No el tipo que luego de años de convivencia, le atravesó los huesos y en brazos de otra persona.

Tan perfecto y tan innevitable.

Sin ser buscado y solo apareciendo ante él, como si hubiese todos esos mismos años ansiado por su lobo.

Aquella omega era hermosa. Aquella era su omega.

Lo supo en el momento que le vio, pues su lobo reaccionó voraz y ansioso. Como si aullara desesperado por poner su aroma en ella.

Tan dulce y extasiante, que parecía querer llevarse con ella toda su respiración.

Todo su aliento.

Y deseó ignorarlo. Logrando hacerlo por un tiempo, donde evadió cada uno de sus encuentros inventando reuniones inexistentes. Solo con la intención de no verle.

De no tocarla.

Pues ni ella, ni ellos se lo merecían.

Porque a pesar de que por años había vivido en un matrimonio sin amor, ella se los había dedicado a él. Regalandole no tan solo su juventud, si no que también un pequeño fruto de aquella convivencia.

Y él le amaba con la vida. Y le agradecía por aquello.

Pequeño.

Su hijo se había convertido en su principal devoción, dedicando cada una de sus acciones a su mera felicidad.

Por eso le resultaba tan difícil. Por eso no quería fallar y sucumbir a eso que en un principio pensó era simple antojo de su lobo.

Vulgar placer.

Mas no pudo sentirse más equivocado, cuando su primer encuentro había sido intoxicante y magnético. Trayendo consigo el inicio de una relación oculta y prohibida.

Maldito.

Y ella era tan joven, quizá siendo aún niña al lado de él. Y estaba entregandole todo. Sin miedo y sin esperar nada a cambio.

Mas él era un cobarde.

Que cegado de su egoísmo no le importó llevarse consigo su inocencia, sus años, su vida. Teniendo muy claro que la chica podría encontrar a un alfa joven que le hiciese feliz, que le entregara todo lo que él no podía darle.

Pero le quería con él, pues le amaba. Tanto que haría lo que fuese por ella. Y aun con mas razón cuando con temor le había dicho que estaba encinta. Que un cachorro había en ella y siendo resultado de su poderoso amor.

No.

Y sintió tanto miedo. Por ella. Por él.

Por ambos.

Estando al tanto del futuro incierto que le deparaba a ella y aquel cachorro.

Debes irte.

Pero muy seguro que allí en Yeoreum no sería un lugar seguro.

¿Es una broma cierto?

Y dolió. Tan fuerte que le carcomió las entrañas. Pues no quería dejarle allí, tan sola.

Tan sin él.

Sabes lo difícil que es que ella sobreviva al parto. Es joven, primeriza y no tiene un lazo que le ayude a sobrellevar eso.

Aquel día la anciana había sido clara, por lo que él decidido le prometió volver. Solo debía resolver todo con ella una vez llegase a Yeoreum, buscar un lugar donde estuviese a salvo.

Pero aquello nunca sucedió.

Siendo encerrado en aquel lugar apenas pisó el reino. Sumergiendole en la penumbra y locura de saber que era el principal causante de aquello.

Del sufrimiento de todos ellos.

Y sintiendo como su cuerpo moría también, una vez que la percibió irse de esta vida. Lo que le desgarró y dañó irremediablemente.

Confío en ti amor mío.

Pero él no había cumplido.

Él había roto su promesa.

Cachorro.

Tan solo esperaba que las estrellas hubiesen salvaguardado a su pequeño cachorro, no llevandoselo con ellas.

Algo que había comprobado al verle entrar aquel día por primera vez en ese frío lugar.

Tan frágil.

Con sus ojos azules indicándole la duda y aquel pequeño lunar que hubo besado tantas veces en ella, señalandole que se trataba de él. Aún cuando su dulce aroma de flores, cabello y manos, le hiciesen verla una vez más.

Su lobo le reconoció de inmediato. Aunque su cuerpo no reaccionase ante su presencia.

Jungkook.

Él le había dicho su nombre, aquel que tanto nombró cuando se escondía bajo el vientre de su madre y hubo besado miles de veces para susurrarle lo mucho que le amaba.

Tanto, tanto.

Un sonido parecido a un gemido salió desde su boca, mientras sus manos sostenían firmes la camisa del omega.

Su cachorro.

Sus lágrimas acompañadas de un doloroso sollozo que explotó desde su garganta. Aferrandose a él, a su aroma, su vida.

Su pequeña vida.

-Ey, cuidado- una voz a su lado le intentaba calmar, mientras él no dejaba de sujetar al chico.

Lo siento.

Jungkook le miró confundido, pero a la vez sintiendo sobre su pecho el burbujeo de una herida abierta. Pareciendole horrible la sensación de sentir aquello y volviéndose necesario abrazar al hombre.

Tranquilo.

-"No llores"- le dijo alguien a su lado en el gesto, más el omega poco podía hacer para controlar su llanto. Y sin entender mucho la razón de este. Solo angustiado por la necesidad de querer contener al hombre.

Respira.

El castaño tomó su rostro entre sus manos, aún hipando por la tristeza que le había generado aquella reunión.

Y es que durante esos meses jamás el hombre se había mostrado así con él. Tan expuesto. Como si implorara porque le entendiera.

No me iré.

Y Jungkook sintió un pesar tan grande, al no saber como explicarle que todo estaba bien. Sin sonidos.

Sin palabras.

Y sin lograr comprender porque tanto deseaba eso. Su lobo sin embargo, siendo conocedor privilegiado de lo que allí ocurría.

No temas.

El omega barrió sus dedos por sobre las marcadas arrugas del hombre, suavizando sus yemas en donde las cicatrices se profundizaban. Observando como este giraba su rostro para encontrar su mano y besarle la palma.

Perdóname.

Y Jungkook aun con sus mejillas húmedas, acomodó su rostro frente al de él, sonriendole gentil para luego dejar un suave beso en su frente. Sin ser demasiado consciente de lo que hacía.

Lo hago.

Y luego de aquello le abrazó. Minutos en los que ambos respiraron la esencia del otro y se reconocieron entre la tenue luz que ingresaba en aquel lugar.

Jungkook sintió como que su piel formase parte de él, de forma extraña y llamativa. Carne de su carne.

-Creo que ya es hora de que Jungkook se vaya- habló el hombre a su lado- Está anocheciendo y pronto comenzará a helar- el hombre mayor se alejó del joven omega, mientras le quitaba los mechones que querían cubrirle el rostro.

No te vayas.

El hombre vio como el chico movía sus manos, indicando al otro algo que no pudo comprender.

-El quiere que te abrigues. Te ha sentido frío las últimas visitas y le preocupa que vayas a enfermar.

Frío. Era irónico, pues estaba tan acostumbrado a el que parecía ya no lo sentía y más bien era el calor lo que le causaba irritación sentir.

- Él se quiere despedir- la voz se sentía desvanecer al apreciar como el chico le señalaba algo con sus manos- Dice que volverá mañana y que te alimentes bien. Y que traerá más puré de manzanas- rió- Ha notado que te gusta.

Pero él no pudo asentir, cuando el omega le sujetó el rostro y le besó la mejilla. Tan terso y profundo, que se quedó sobre su pecho.

Y se alejó. Caminando hacia la pequeña puerta por donde se asomaba la tarde. Para luego girarse y mostrar su abultado vientre una vez más, regalando unas últimas palabras que el hombre explicó para él.

- Ha dicho que te quiere. Así que debes cuidarte porqué sino te reprenderá- el hombre hizo el esfuerzo de sonreír, expresión que terminó en una mueca poco definida sobre su rostro- ¿Es sorprendente no es así? No pensé que fuese a ser de esta manera cuando lo vi por primera vez. Y él está ya cerca de sus siete meses, por lo que la enfermedad no le ha afectado.

La enfermedad. Aquella horrible peste había dañado tanto, robando toda la vida que el reino necesitaba.

Y se sintió avergonzado, pues sabía que podría haberlo evitado. Mas su cobardía había roto con él, cumpliendo con todo lo que se lo ordenaba.

Le habría salvado.

A todos.

- Yo te he perdonado sabes- las palabras de aquel hombre le hicieron buscarle con la mirada - No ha sido fácil, he tardado años en hacerlo. Porqué te necesité, sobre todo cuando me he quedado solo - aquella voz se quebró y pudo observar como aquellos ojos se humedecian.

Y se maldijo por aquello. Por haberle lastimado tanto.

Por no haber podido cuidarle como debió.

A él. A su madre.

- Debes saber que te he aprendido a entender. Nuestro corazón es algo que no podemos manejar y es inevitable cuando éste solo pide a una persona a tu lado- el hombre quiso levantarse, mas las cadenas habían herido demasiado sus tobillos y inmovilizándole debido al dolor- Tan solo siempre deseé verte de nuevo...n-nunca quise sentirme solo.

Y él bajo hacia su cuerpo, sacudiendo sus hombros mientras este intentaba abrazarle. Siendo ahora más pequeño que él. Su cachorro habiéndose convertido en un hombre durante todos esos años.

Lo lamento.

-He extrañado t-tu olor... te he e-extrañado tanto a ti papá- y fue el tiempo detenido el que había parecido desear avanzar, calentándole el pecho y haciéndole sostener mas fuerte al hombre frente a él, su cachorro. Quién tiraba de él para sacarle de la oscuridad, a través de esa simple pero tan significativa palabra.

Sólo esperaba que no fuese demasiado tarde.

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