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𝑯𝑬𝑨𝑹𝑻𝑳𝑬𝑺𝑺 .  ¨. ☄︎ ͎۪۫
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𝐅𝐀𝐋𝐓𝐀𝐁𝐀𝐍 𝐓𝐑𝐄𝐒 𝐇𝐎𝐑𝐀𝐒 𝐏𝐀𝐑𝐀 𝐄𝐋 partido contra Marruecos.

Nora apenas había visto a Pedri en todo el día.

En principio, aquello no la había extrañado. Sabía bien que el equipo se sentía presionado; las últimas dos derrotas—combinadas con las críticas de los medios españoles—habían sido un golpe duro para toda la plantilla y, aunque la determinación de ganar se hallaba más presente que nunca, Nora no estaba ciega.

Por supuesto que pudo detectar el cambio en la expresión de los chicos.

Los veteranos lucían más tranquilos, tratando de transmitirle confianza a los jóvenes, pero era evidente que incluso jugadores experimentados como Sergio Busquets eran plenamente conscientes de la responsabilidad con la que debían cargar, así como de las críticas y la importancia de ganar. Por otro lado, aquellos que participaban por primera vez en un Mundial no podían quedarse quietos—estaban colmados de adrenalina, empapados de nervios, y ciertamente desesperados por demostrar que eran más que un "equipo de niños", como injustamente los había calificado la prensa.

Lo notó en Pedri durante el desayuno, y también a la hora de la comida: el canario emanaba rigidez. Claro que intentaba disimularlo, palmeando el muslo de Nora por debajo de la mesa cuando los ojos de la morena analizaban su rostro por más tiempo del habitual; aun así, ella sabía que estaba más callado de lo normal, y que su carácter vacilón había sido opacado por una nube de seriedad que tan solo le permitía sonreír cuando alguno de sus compañeros encontraba las fuerzas necesarias para soltar algún comentario gracioso, mas no participar activamente.

Había ido a suficientes partidos del Barça como para conocer perfectamente la faceta futbolística de Pedri; la concentración, la determinación, el semblante serio y la mirada enfocada que aparecían un par de horas antes de que saliera al campo.

Aquel día, sin embargo, era diferente.

Tomando en cuenta la naturaleza templada del canario, así como la confianza nata que solía desprender con cada uno de sus movimientos, jamás creyó que llegaría a verlo tan... tenso. La morena no había hecho otra cosa más que pensar en el tema mientras los chicos asistían a la última sesión de entrenamiento antes del partido, y es que sentía una latente necesidad de apoyarlo, pero ni siquiera sabía cómo empezar.

Vera, por su parte, la había leído como a un libro. Ni siquiera tuvo que preguntar: su hermana descubrió de inmediato lo que la estaba molestando, y lo primero que le había aconsejado era dejarle al chico un poco de espacio para que aclarara su mente y se concentrara antes del partido.

Nora tan solo pudo hacerle caso. Después de todo, no sabía cómo actuar en situaciones como aquella—no sabía consolar, ni acompañar, ni decir las palabras correctas, así que optó por la opción más segura.

Se percató, sin embargo, de que no sería capaz de aguantar mucho más tiempo sin poder verlo.

Varada frente a la puerta, mordisqueó el interior de su mejilla, observando la copia de la llave que Pedri le había pedido al personal del hotel hacía ya unos días, para que ella pudiera entrar y salir libremente de su habitación; lo único que tenía que hacer era colocar la tarjeta sobre el lector, esperar que la puerta emitiera un conocido 'click' y entrar como si fuera cualquier otro día, sin siquiera tener que avisar. No obstante, Nora sintió que su estómago se revolvía con solo valorar la posibilidad de que él no quisiera hablar en ese momento, de que su presencia fuera una carga antes que una ayuda.

Solo podía pensar en el artículo que había leído esa misma tarde, donde su novio falso era el protagonista. Ya tenía suficiente experiencia dentro de aquel mundillo como para saber que lo correcto era alejarse de las opiniones de la prensa, pero la curiosidad le había jugado una mala pasada y había acabado perdiéndose en el titular que el maldito algoritmo de sus redes sociales le había recomendado. Críticas sobre el desempeño del canario en el Mundial, expectativas demasiado elevadas; que si su reputación era humo, que si los premios que había ganado no valían nada...

Ni siquiera sabía si el propio Pedri ya se había topado con opiniones como aquella; solía mantenerse firme ante las críticas, pero Nora no podía evitar preguntarse si alguna vez llegaban a afectarle. Ella, por su parte, no fue capaz de ignorar lo mucho que le había hervido la sangre mientras leía el artículo.

No podía reconocer exactamente cuándo fue que empezó a importarle lo que Pedri pensara, lo que sintiera, lo que hiciera. Aun así, no era un secreto que los finos hilos de los cuales pendía su relación con el canario habían empezado a enredarse desde hacía ya un buen tiempo. Era una realidad silenciosa—un hecho que no había admitido en voz alta, que latía salvaje en su pecho mientras se preparaba para abrir la puerta, pero asumirlo era complicado, y mucho más sabiendo que, por mucho que confiara en la Selección, el riesgo de que España quedara descalificada esa misma noche era inequívocamente real.

Quizás la parte más aterradora de todas era que el Mundial no sería lo único que llegaría a su fin si eso pasaba.

Ahogó los pensamientos como mejor pudo, y sus dedos se aferraron a la tarjeta de plástico, como si aquello fuera suficiente para llenarse de coraje. La llevó al lector de manera impulsiva y, en cuanto la pequeña luz del sensor se pintó de un color verde, posó su mano libre sobre el pomo, abriendo la puerta.

Se lo encontró allí, con el pantalón del traje de la Selección puesto y la camisa blanca colgándole de los hombros, todavía abierta. El canario giró la cabeza en su dirección tan pronto como la escuchó entrar, saludándola con un intento de sonrisa antes de volver a centrar la mirada en la televisión. Reflejado en la pantalla, Nora reconoció uno de los primeros partidos que Marruecos había jugado en el Mundial, y no tardó en comprender que Pedri estaba estudiando los movimientos de los jugadores; se encontraba plenamente enfocado en aquella tarea, tanto así que ni siquiera pareció percatarse de que, completamente ensimismado, estaba introduciendo uno de los botones de la camisa en el agujero incorrecto.

La morena no pudo aguantar más. Seguir manteniéndose al margen resultó ser una tarea imposible, así que soltó todo el aire que había estado aguantando, acercándose al chico. Tiró del borde inferior de su camisa sin decir nada, obligándolo a voltear hacia ella para soltar el par de botones que Pedri había colocado erróneamente.

, por supuesto que sentía el calor de sus ojos quemándole el rostro.

Cuando por fin levantó la mirada, habiendo terminado con su tarea, notó la manera en la que Pedri ladeaba lentamente su cabeza, acompañado de una expresión de curiosidad pura; pupilas calculando su siguiente movimiento, comisuras estiradas en la tenue sombra de una sonrisa divertida, pero también sincera.

—Quítate esto y siéntate ahí —murmuró la morena con convicción, tirando una última vez de la tela de la camisa. Seguidamente, señaló la cama con un ligero movimiento de su mentón. Pedri enarcó una ceja, cuestionándola; ella lo ignoró, limitándose a empujar su pecho con su dedo índice—. Hazlo antes de que me arrepienta.

El chico soltó una ronca carcajada, sacudiendo la cabeza con lo que Nora pudo reconocer como incredulidad; aun así, no la cuestionó, siguiendo sus indicaciones. Ella, por su parte, pudo echarle una mejor ojeada a la tensión acumulada en su espalda mientras lo veía caminar hacia el borde de la cama, donde finalmente tomó asiento.

Reparar en la rigidez de los músculos de su novio falso no hizo más que avivar su determinación.

Así pues, Nora no quiso perder ni un solo segundo más: se dirigió directamente al baño, rebuscando en los cajones hasta encontrar un recipiente de un tamaño decente, el cual llenó de agua fría; cogió también una toalla pequeña, salió de la estancia, bajó el volumen de la televisión y, tras descalzarse con rapidez, se subió a la cama, incorporándose de rodillas justo detrás del canario.

Titubeó. Por supuesto que titubeó. Jamás había tenido que hacer algo por alguien—jamás había querido hacer algo por alguien, y ni siquiera sabía si sería lo correcto, si aquello lo ayudaría a relajarse, o si quizás debería haber seguido el consejo de Vera en lugar de invadir su espacio. A pesar de las dudas, se forzó a apagar sus pensamientos, flexionando los dedos en un intento por preparase antes de empezar.

Y es que Pedri merecía relajarse.

Después de todo el trabajo duro, de entrenar sin descanso y darlo todo por el equipo, no era justo que estuviera allí, estudiando un partido que seguramente Luis Enrique ya le había enseñado a la plantilla en más de una ocasión. El fútbol le corría por las venas; era lo que más disfrutaba, lo que más amaba, y... y Nora no podía soportar la idea de que alguien como él, tan jodidamente dedicado, tuviera que comerse la cabeza por culpa de medios de comunicación viles y baratos que no sabían hacer más que hundir, hundir y seguir hundiendo.

Iba a ayudarlo como pudiese, sin importar las dudas.

Apostó por no decir nada, presintiendo que acabaría con la lengua enredada si intentaba abrir la boca—simplemente introdujo los dedos en el recipiente que había llenado y, poco a poco, empezó a pasear sus manos mojadas por la nuca del castaño. Siguió por su cuello y bajó lentamente por sus hombros, dejando que las gotas de agua se deslizaran por su espalda.

Lo escuchó suspirar, como si por fin pudiese respirar con tranquilidad. Notó que sus hombros caían, sucumbiendo ante la frescura del agua. El silencio era cómodo, ameno, y no pudo evitar sonreír para sí misma al ver cómo Pedri echaba la cabeza ligeramente hacia atrás, con los ojos cerrados y el entrecejo relajado.

Se hallaba tan sumida en aquella imagen que apenas pudo escuchar su voz.

—¿Qué intentas, Nora?

Parpadeó un par de veces, deteniendo sus movimientos al percatarse de que el canario había hablado. Lo vio entreabrir un ojo, espiándola sin una pizca de prudencia. Las comisuras de Pedri se estiraron mientras esperaba su respuesta, mostrándole un vestigio de aquella luz especial, vacilona y genuina, que normalmente le iluminaba el rostro.

—Que te relajes —murmuró. Sumergió sus manos en el agua una vez más, volviendo a centrarse en el cuello del chico—. Llevas todo el día tenso.

El canario exhaló con pesadez. Se acomodó en su lugar, y miró hacia adelante una vez más antes de continuar: —¿Tanto se nota?

Bastante. —Le dio un ligero apretón a la curvatura entre sus hombros y su cuello, tratando de calmarlo. Él reaccionó al instante, soltándose bajo su tacto; aun así, su columna seguía tan recta como una tabla de madera—. Avísame si te hago daño, ¿vale? Voy a tratar de hacer algo que me enseñaron los fisios cuando...

—Cuando llegaste al Barça. —La morena detectó la diversión en su voz, el deje sutil pero sugerente—. Lo sé.

Pedri no tuvo que decir nada más para que el aire se volviera pesado.

La electricidad se extendió por el cuerpo de Nora, desde las yemas de sus dedos hasta el centro de su pecho. Tuvo que aclararse la garganta para intentar despejarse cuando un recuerdo le vino a la mente: la primera vez que durmieron juntos en su casa de Barcelona, cuando intentó hacerle un masaje para aliviar una de sus contracturas. La forma en la que el canario le susurró al oído, diciéndole que la necesitaba lejos para evitar perder la razón, seguía tatuada en su cabeza, como el comienzo de un torbellino de emociones que no había hecho más que crecer con el paso de los días.

—¿Lo recuerdas?

Ni siquiera le hacía falta escuchar la respuesta, pero Nora preguntó de todas maneras.

Era evidente que Pedri estaba pensando en lo mismo que ella.

—¿Cómo no recordarlo? —contraatacó él.

—Espero que también recuerdes que ese día ni siquiera me dejaste empezar. —Tragó con fuerzas, como una excusa para hacer una pausa. Intentó hablar con firmeza, aprovechando el hecho de que Pedri no podía verle a la cara; sus piernas, sin embargo, amenazaban con temblar ante el recuerdo—. Más te vale que hoy sea diferente.

—Era apartarte de mí o comerte la boca ahí mismo —explicó con obviedad. Su voz sonó más ronca, más grave—. No tenía otra opción.

—Pues... —Nora volvió a mojarse las manos, sacudiéndolas sin previo aviso para que el agua helada le salpicara en la espalda. El canario se sorprendió, y lo cierto era que lucía listo para vengarse, pero Nora continuó antes de que pudiera actuar—. Ahora te toca aguantarte.

Aburrida. —Pedri bufó; ella, sin embargo, sabía que estaba bromeando.

Ni siquiera tuvo que verlo a la cara para saber que estaba sonriendo.

—¿Y lo del agua? —El canario volvió a hablar tras unos segundos. Nora enarcó una ceja en confusión, esperando a que el castaño elaborara—. ¿Para qué sirve lo del agua fría? Que yo sepa, no es algo que usen los fisios.

Oh. —Detuvo sus manos sobre los hombros de Pedri—. Em... Trabajé sirviendo copas en una discoteca durante unos meses, después de cumplir los dieciocho. —Hizo una necesitada pausa; no le gustaba rememorar los detalles específicos sobre sus antiguos trabajos, pero no pudo contener una sonrisa al recordar aquella anécdota en particular—. Mi jefa me decía que siempre estaba estresada, así que, antes de que abriera el local, llenaba un cubo con agua y hielo de la barra, me acompañaba al baño y me la echaba en el cuello —rio por lo bajo, tamborileando sus dedos contra la piel del canario—. Era una tontería, pero me hacía sentir mejor. Pensé que a ti también te ayudaría, así que...

No supo cómo continuar, completamente sumergida en el recuerdo. Fueron meses duros: meses en los que debía ir al instituto por las mañanas, dormir por la tardes y trabajar por las noches. Eran aquellos momentos, con el agua helada cayendo por su cuello, los únicos en los que podía respirar de verdad.

Despertó entonces, con un nuevo manto de calidez trayéndola de vuelta a la realidad; Pedri había levando su brazo, alcanzando la mano derecha de Nora—la cual seguía posada sobre su hombro—y cubriéndola con la suya. Los dedos del canario se envolvieron alrededor de su muñeca, en un íntimo agarre que le dio seguridad: la garantía de que estaba haciendo lo correcto, de que quizás él la quería ahí.

—Nora —murmuró su nombre antes de que pudiera seguir divagando—. Hagas lo que hagas, me va a gustar. —Acompañó sus palabras con una leve caricia de su pulgar, justo en el punto donde palpitaba el pulso de la chica—. Esta no es la excepción.

Se le escapó un suspiro tembloroso, un latido exaltado en el centro de su pecho. Le costó recuperarse, pero finalmente fue capaz de reaccionar; mordisqueó su labio inferior casi sin pensarlo, en un intento por tragarse una sonrisa. Tendría que haber supuesto que aquello no serviría de nada—y no, no sirvió—, pero Pedri no podía verla desde su posición, por lo que al menos no tenía que preocuparse por camuflar su expresión.

Deshacerse del agarre que el chico mantenía en su muñeca le tomó unos cuantos segundos más. Su cuerpo no estaba dispuesto a soltarlo; lo quería cerca, muy cerca, más cerca que nunca, sobre todo después de lo que había pasado en esa misma habitación hacía tan solo un par de días atrás, cuando la tocó como nunca nadie lo había hecho. No obstante, se las arregló para recuperar la cordura, repasando mentalmente algunas de las técnicas de relajación muscular que los fisioterapeutas del Barça le habían enseñado antes que le asignasen un puesto oficial como parte del departamento de redes sociales.

Nora masajeó los hombros de Pedri, su espalda, su cuello, prestándole especial atención a aquellas zonas donde podía palpar la tensión almacenada. Poco a poco, los nudos fueron desapareciendo, su postura se relajó, y la rigidez que antes gobernaba sobre su columna vertebral empezó a desvanecerse. Los minutos pasaban en silencio, y ella no podía hacer otra cosa más que fijarse en sus pequeños gestos, en sus reacciones, en cualquier señal que le asegurara que su trabajo estaba sirviendo de algo.

Cuando lo vio apoyar los codos sobre sus rodillas, pasándose una mano por el cabello en un gesto que denotaba estrés puro, supo que tendría que esforzarse más si realmente quería cumplir su objetivo.

—¿Te cuento un secreto? —comenzó sin pensarlo; adoptó un tono ligero, divertido, tratando de aliviar el ambiente. No esperó a que Pedri respondiera, acercando su rostro al del canario para poder susurrarle al oído—. Eres el mejor centrocampista de todo el jodido Mundial.

Los labios de Nora se curvaron en una sonrisa orgullosa cuando lo escuchó reír. Pedri no dijo nada durante unos cuantos segundos, limitándose a sacudir la cabeza con lo que parecía ser diversión. Al menos sus hombros cayeron, drenando gran parte de la presión que habían estado aguantando.

—¿Y tú cómo estás tan segura de eso? —habló al fin, recuperando un vestigio de su típico tono vacilón.

—Es que ninguno se ve tan guapo como tú cuando juegas. —Nora le siguió el juego. Se acercó nuevamente a su oreja, rozándole el lóbulo con los labios—. Eso tiene que significar algo, ¿no?

Otra carcajada, otro suspiro ligero de parte del canario. Llevó uno de sus brazos hacia atrás, posando su mano en la nuca de Nora para atraerla más hacia él. Ella ni siquiera pensó en oponerse, enterrando el rostro en su cuello.

—Sigue así y verás que me acabo quedando aquí contigo en vez de ir al partido.

La morena tan solo escondió una sonrisa contra la piel del muchacho.

Permaneció allí, con la mano de Pedri enredada en su pelo, la cual acariciaba suavemente su cabeza. Movió sus brazos de manera tentativa, saboreando el momento y envolviéndolos alrededor de los hombros del chico, hasta abrazarlo desde atrás. Sus sentidos fueron conquistados por la calidez que emanaba el canario, por sus respiraciones sincronizadas, por aquella colonia masculina que tanto le gustaba; supo entonces que sería capaz de quedarse así durante horas, y que no le importaría que Pedri cumpliera sus palabras.

Aun así, se forzó a volver a la realidad. Su intención era alejarse por completo, pero sus instintos de negaron; tuvo que conformarse con apartar el rostro del cuello del castaño, apoyando la barbilla en su hombro.

Fue ella quien volvió a romper el silencio.

—Lo vas a hacer increíble.

La tentación le ganó ante la falta de respuesta, por lo que acabó echándole un vistazo de reojo al perfil del canario. Trató de codificar su expresión, encontrar algún atisbo lo suficientemente evidente como para asegurarse de que había dicho lo correcto. No podía ver demasiado desde su posición, pero sí notó que las comisuras de Pedri permanecían inamovibles, que su manzana de Adán subía y bajaba con brusquedad mientras tragaba, y que su mandíbula permanecía presa bajo un grueso manto de tensión.

Empezó a pensar que quizás debía apartarse por completo, que tal vez se había acercado demasiado. No obstante—y como si le hubiera leído la mente—, el castaño la detuvo antes de que pudiera hacer nada; posó sus manos sobre las de Nora, las cuales seguían rodeando su cuello, y entonces habló.

—Estoy acojonado, Nora. —Aunque habló con firmeza, sin titubear ni dudar, Pedri mantuvo la mirada fija en el suelo. Rio con amargura antes de continuar—. Me siento como si no hubiera jugado un puto partido en mi vida. Es todo o nada; no podemos cometer errores.

Nora jamás creyó que escucharía al mismísimo Pedri González admitir algo como aquello, y sentía una... una inexplicable impotencia al verlo así, tan serio, dudando de sus propios méritos cuando lo único que hacía era esforzarse y esforzarse y seguir esforzándose para marcar la diferencia

—Pedri... Todos confían en ti —sentenció tras unos segundos—. Luis Enrique, en el equipo, tu familia... yo. —Trastabilló en la última palabra; fue aquello, sin embargo, lo que finalmente captó la atención del canario, quien giró a verla—. Jugareis tan bien como siempre, porque lo hacéis con el corazón en la mano. Y pasará lo que tenga que pasar, porque así es el fútbol y nadie puede controlarlo.

Tan pronto como sus ojos cayeron sobre la ligera curvatura que formaban los labios del chico, sintió que un manto de alivio caía sobre sus hombros.

—Antes no soportabas el fútbol —Pedri habló en un murmullo, un susurro que solo ella podría escuchar. Su mirada se paseaba lentamente por las facciones de Nora, por cada línea y cada detalle—. ¿Qué ha cambiado?

—¿De verdad me vas a hacer decirlo? —El castaño asintió; ni siquiera se molestó en ocultar la diversión en su semblante, observándola de manera expectante. Ella tan solo bufó, poniendo los ojos en blanco con fingida molestia—. Pues que te vi jugar —dijo entonces, con una tonta sonrisa pegada a los labios—. Ya te he dicho que haces magia.

La respuesta era tan sencilla que parecía absurda, y no fue capaz de contener una carcajada al ver que las comisuras del canario se estiraban aún más, y que las diminutas arrugas que le enmarcaban los ojos cada vez que sonreía de verdad se hacían más prominentes.

—Para —murmuró él.

Nora rio una vez más. Sintió que Pedri sujetaba sus manos con más fuerza, que su mirada bajaba momentáneamente hacia sus labios, mas no le prestó atención, distraída por sus propias carcajadas.

—Venga ya, no finjas que no te gusta que te infle el ego porque ambos sabemos que...

—Lo digo en serio —la interrumpió. Su sonrisa cayó poco a poco, adquiriendo un matiz diferente, ilegible—. Para o me...

El chico no terminó. Sus palabras quedaron en el aire, vagas e incompletas.

Y entonces Nora la vio.

Aquella chispa que a veces, sin motivo alguno, eclipsaba a sus pupilas.

Parecía que sus ojos brillaban, que el mismo tono marrón que tan bien conocía se convertía en oro puro. Y sintió que la boca de le secaba, que su pecho se encogía mientras trataba de descifrar el mensaje que ocultaba aquel destello—sin siquiera saber si el propio Pedri sabía de su existencia, si tan solo era un espejismo.

—¿O qué?

Se le escapó la voz en un susurro. Sentía que el pulso le latía al ras de los tímpanos, que el aire era tan denso que apenas podía respirar.

—Nada. No es nada. —Pedri sacudió la cabeza, restándole importancia al asunto. Tras verlo suspirar, Nora pensó en la posibilidad de insistir, de seguir indagando hasta obtener una verdadera respuesta, pero, cuando el canario dejó un pico tranquilizador en sus labios, optó por creerle—. Gracias por venir, —continuó con sinceridad, dedicándole un suave apretón a las manos de Nora. En menos de un parpadeo, recuperó una expresión burlona—, y por tratar de relajarme en vez de sacarme de quicio.

—¿Qué te puedo decir? —la morena bromeó de vuelta—. Hoy me apetecía darte una tregua.

Procedió a levantarse de la cama, soltándose del agarre de Pedri cuando el peso de su mirada se volvió insoportable. Se percató entonces de que el corazón le latía más rápido de lo normal mientras se acercaba a la silla donde el canario había dejado la camisa y el blazer del traje de la Selección, dispuesta a ayudarlo a ponérselo.

Prefería buscar distracciones antes que pensar en el hecho de que estaba allí por él.

De que había demostrado que... que le importaba.

—¿Y si perdemos?

Al escuchar la voz de Pedri, Nora detuvo sus pasos. Se dio la vuelta, enfrentándolo, y sintió que su estómago daba un saltito de advertencia en cuanto se percató de que el semblante del chico se había tornado serio.

—No vais a perder.

—Pero podríamos —insistió el muchacho—. Tú misma lo dijiste. "Pasará lo que tenga que pasar".

Nora no dijo nada.

Pedri había usado sus propias palabras en su contra, y lo cierto era que tenía razón; aunque dejaran el alma en el campo, la realidad era que tenían un cincuenta por ciento de probabilidades de quedar descalificados.

Se negaba a averiguar por dónde iban los tiros. No quería descubrir cuál era el motivo detrás de la pregunta del chico, ni la razón detrás de la severidad de su expresión.

Tenía sospechas, por supuesto. Su conciencia ya sabía la respuesta, mas prefería evadirla.

Pedri, sin embargo, estaba claramente determinado a sacar el tema.

—El Mundial no es lo único que tiene fecha de caducidad, Nora.

Sonaba frustrado, casi enfadado. Sus palabras eran amargas, pero también había una extraña suavidad en sus ojos, un detalle casi imperceptible en el que ella no quiso reparar.

Apartó la mirada, dándose la vuelta para retomar su tarea.

Cogió la camisa del traje, la estiró con sus dedos, contó los botones en un intento por despejar su mente.

«Céntrate, Pedri», quería gritarle; no obstante, optó por encerrar aquellas palabras en su cabeza. «Por favor... Céntrate».

Y es que, si él no lo hacía, presentía que ella también acabaría perdiendo la cabeza—y no, no podía descarrilarse, pasara lo que pasara.

—Venga, levántate —murmuró finalmente. Se aclaró la garganta al notar que su voz sonaba ahogada. Evitó mirar la pulsera de cuero que le rodeaba la muñeca, la cual irónicamente no hacía más que resaltar estando tan cerca de la tela blanca de la camisa—. Te ayudo a ponerte el traje.

Pedri no volvió a sacar el tema.

Nora se repitió una y otra vez que aquello era lo mejor para ambos.

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Rosy fue la primera en notar sus nervios.

Su pie llevaba dando golpecitos contra el suelo de la grada desde que encontró su asiento en el estadio, haciendo que su pierna subiera y bajara en un ritmo errático al que la madre se Pedri le puso fin, posando una mano sobre su rodilla. Ni siquiera se habría percatado de ello de no ser por el tacto de Rosy, quien la miraba con una sonrisa conocedora.

—Perdón —soltó por lo bajo, poniendo todas sus fuerzas en quedarse quieta. Optó por clavarse las uñas en el pantalón, rogando que aquello fuera suficiente para drenar la ansiedad que corría por su sistema.

—No te disculpes, cielo. Todo va a estar bien. —La mirada de Rosy era cálida, tanto como la de su hijo, pero además relucía con esa chispa maternal que tanto la caracterizaba—. Tienes que calmarte, por él.

Nora asintió en silencio, tomando una profunda bocanada de aire. Inhaló, exhaló—volvió a inhalar, repitiendo el proceso de manera metódica. Se repitió a sí misma que no tenía motivos para estar tan nerviosa; al fin y al cabo, ni siquiera era ella quien saldría al campo a jugar.

Además, no podía quedar como un manojo de estrés delante de la familia del canario.

Por alguna razón que todavía no lograba descifrar, la necesidad de causar una buena impresión ante los González permanecía latente en su pecho. Pedri le había pedido que se sentara junto a ellos durante el partido y ella, como supuesta novia oficial, no había podido negarse. Lo cierto era que realmente le gustaba estar con ellos; la hacían sentir... cómoda, como en casa—como en un hogar que nunca llegó a tener. No quería hacer un papelón delante de ellos, ni mucho menos transmitirles sus nervios.

La verdad, sin embargo, era que tenía unas inmensas ganas de morderse las uñas—de salir corriendo del estadio y volver cuando el partido acabara.

—Cualquiera pensaría que eres tú quien va a salir al campo —bromeó Fer, quien se hallaba sentado a su otro lado—. Tranquila, que Pepi lo tiene todo controlado. —Nora por fin dejó escapar una pequeña carcajada ante el apodo que el chico usaba para su hermano menor. Seguidamente, Fer se acercó, hablando en voz baja para evitar que sus padres escucharan—. Ya lo celebraréis a lo grande.

No tardó en identificar el matiz sugerente en las palabras de Fer.

Avergonzada, la morena apretó los labios en una fina línea, volteando rápidamente hacia adelante mientras el chico se reía de su rostro sonrojado. Incluso Fernando—el padre de Pedri—llegó a preguntarle a su hijo el motivo de sus carcajadas, pero Fer se hizo el inocente, asegurando que no había pasado nada.

Nora se percató de que la madre de Pedri trataba de contener una sonrisa, dejando un par de palmaditas en su rodilla antes de entablar una nueva conversación con su marido.

Supo entonces que Rosy había escuchado a su hijo, y el tono rojizo de sus mejillas no hizo más que aumentar ante aquello.

Los últimos minutos de espera fueron un absoluto calvario.

La morena tuvo que emplear todas sus fuerzas para evitar que su pie volviera a botar contra el suelo mientras veía a los jugadores entrando al campo. Sus ojos se adhirieron a la silueta de Pedri desde el primer momento, como imanes atraídos por el metal, y, aunque lucía aparentemente tranquilo y concentrado, Nora no pudo evitar pensar en la conversación que habían tenido en su habitación horas atrás.

El partido comenzó, y Nora juró que nunca había visto a la afición tan estresada.

El equipo de Marruecos optaba por una estrategia claramente defensiva, y la plantilla de Luis Enrique parecía no tener un plan de contraataque adecuado para aquello. Los jugadores de la Roja no hacían más que pasarse el balón una y otra y otra vez, tratando de buscar un hueco en la barrera de sus oponentes, pero no obtenían resultados. El público español chillaba desde sus asientos, exigiendo movimiento al equipo, pero los chicos lucían totalmente perdidos. La derrota de hacía unos días contra Japón los perseguía como un fantasma; sus baterías se estaban agotando, chutaban con frustración en lugar de precisión y, por primera vez desde que Nora los había visto jugar, lucían... descoordinados.

La angustia la carcomía de dentro hacia afuera, cerrándole la garganta cada vez que veía a Pedri controlando el balón desde el centro del campo y tratando de dirigirlo en vano, pues sus compañeros no eran capaces de terminar la jugada.

Estaban dispersos, divididos, exasperados.

Los primeros cuarenta y cinco minutos fueron una tortura, pero los siguientes fueron incluso peores.

Nora veía a Gavi lanzándose a por el balón como un animal salvaje, a Marcos Asensio perdiendo una ocasión clara, a Carvajal y Azpilicueta luchando por defender la banda derecha.

Fue entonces cuando uno de los jugadores de Marruecos impactó contra Pedri sin ningún tipo de cuidado.

Cayó al suelo, dibujando una expresión de dolor que la morena pudo notar desde su lugar en las gradas. Nora se levantó de su asiento de manera instintiva, preparada para reclamar al menos una mísera tarjeta amarilla por encima del barullo de la multitud; no obstante, Fer atrapó su muñeca antes de que pudiera hacer nada, captando su atención.

—Ey, relájate. Estas cosas son normales —insistió el mayor—. Pedri está bien.

La chica frunció el ceño: —Joder, Fer, ¿pero no has visto cómo lo han tirado? ¡Que se podría haber lesionado!

—Lo sé, pero así es el fútbol, y los médicos ya habrían salido al campo si verdad le hubiera pasado algo. Además, Pedri es un toro, ha pasado por peores caídas; no tienes de qué preocuparte.

El semblante de Fer derrochaba orgullo mientras hablaba de su hermano; aun así, Nora pudo notar que le echaba una última mirada al campo, asegurándose de que Pedri estuviera bien antes de continuar. Posteriormente, sus ojos de detuvieron en un punto fijo de las gradas, justo detrás de la morena, y su expresión se tornó repentinamente seria.

—Será mejor que te sientes, Nora —continuó el mayor, adoptando un tono de voz más bajo—. Te están grabando.

La chica tensó la mandíbula. Giró la cabeza con la mayor discreción posible, y entonces se topó con un grupo de chicas jóvenes apuntando sus móviles en su dirección.

Apartó la mirada con rapidez, maldiciéndose a sí misma por haberse descuidado. Sabía bien que debía ser precavida en sus acciones, que tener una relación con Pedri la convertía en una figura pública, pero todavía le costaba acostumbrarse a la idea de que alguien podía reconocerla en cualquier momento. Se sentó en silencio, como un perro con la cola entre las patas. No le gustaba llamar la atención, y jamás había pillado a nadie grabándola cuando estaba a solas, sin el canario a la vista; comprendía, sin embargo, que ya no había nada que hacer.

Cuando volvió a fijar la vista en el campo, se encontró con un Pedri enfadado, quien parecía discutir con el árbitro. El canario acabó bufando, alejándose con una expresión de pocos amigos. La morena tan solo pudo morder el interior de su mejilla, rogando que lo que fuera que hubiera pasado no lo afectara durante el resto del partido.

El olor a prórroga era cada vez más fuerte. España seguía dominando en posesión, pero, ante rivales tan cerrados a nivel defensivo, las ocasiones no aparecían.

El temido minuto noventa llegó finalmente y, con el marcador empatado a cero, la prórroga dio comienzo.

Treinta minutos más—tendrían que jugar treinta minutos más, y Nora no tenía ni la más mínima idea de cómo cojones iban a arreglárselas para mantener el ritmo; después de todo, nunca había visto un partido que requiriera de prórroga. Tan solo pudo suponer que Luis Enrique haría los cambios necesarios para que los jugadores no se fatigaran, o para al menos buscar una nueva estrategia que les diera la victoria antes de llegar a una posible fase de penaltis.

Quiso pensar que Pedri sería uno de ellos. En sus ojos, el canario ya se había dejado la piel en el campo y, después de la caída que había sufrido—aquella que lo había llevado a cojear en un par de ocasiones, cuando creía que nadie lo estaba viendo—, quizás necesitaba descansar. Era consciente de que el seleccionador defendía a su novio falso como uno de los más resistentes del equipo, pero había muchos jugadores maravillosos en la plantilla. Luis Enrique debía tener un plan 'B', ¿no?

Y lo tuvo, , pero cambiando a otros jugadores.

Pedri permaneció en el campo durante la totalidad de la prórroga, y Nora en el borde de su asiento.

—Madre mía... que al final sí que vamos a penales —habló Fernando, ajustándose las gafas tras soltar un suspiro pesado.

Faltaban tan solo un par de minutos para que el árbitro pitara, dando comienzo a la tanda de penaltis. El ambiente hedía a tensión, miedo y estrés, a adrenalina calentando la sangre de todos los presentes. El marcador no cambió, la prórroga llegó a su fin, y el estadio entero se sumió en un silencio sepulcral cuando Unai Simón, portero de España, se puso en posición.

Fue entonces cuando comenzó el espectáculo.

Unai solamente consiguió parar uno de los primeros tres penaltis que tiró Marruecos. Pablo Sarabia falló el primer balón para España. Los siguientes en chutar fueron Carlos Soler y Busquets, quienes tuvieron que ver al portero de Marruecos atajando sus lanzamientos.

Nora sentía que el pecho iba a estallarle—que no era capaz de quedarse quieta, y que lo único que podía hacer al respecto era crujirse los dedos en un intento por canalizar sus nervios. Había llegado el momento del penalti decisivo; con los fallos que había tenido España, Marruecos tan solo tenía que marcar un gol más para ganar. Mientras se levantaba de su asiento junto a la familia González, la morena luchó por aferrarse al último rastro de esperanza que quedaba en sus venas.

El siguiente jugador marroquí se preparó para chutar y...

Y lo hizo.

Lo hizo, y la Roja se tiñó de azul cuando el equipo de Marruecos comenzó a celebrar la victoria.

Así de fácil, España había quedado descalificada del Mundial.

Sintió que el aire se le escapaba. Podía escuchar sus propios latidos al ras de sus tímpanos—un repiqueteo insoportable entrelazado con el eco de los gritos que resonaban en el estadio. La morena solo podía pensar en las horas de entrenamiento, en las charlas de estrategia protagonizadas por Luis Enrique a las que alguna vez se había colado junto a Vera, en la charla que había tenido con Pedri horas antes del partido... Intentó sacudir la cabeza, parpadear, forzarse a reaccionar, pero apenas pudo volver a la realidad cuando sintió la mano de Rosy aferrándose a la suya.

La mujer le dedicó una sonrisa apenada. Nora tan solo pudo copiar su gesto, dándose la vuelta en cuanto vio el primer rastro de lágrimas acumuladas en los ojos de Rosy. Tal vez fue un gesto egoísta, pero prefería fingir que no había visto nada en lugar de verla llorar.

Cuando su mirada volvió al campo, se encontró con un panorama desolador.

La mayor parte de los jugadores españoles se encontraban sentados en el suelo: callados, pensativos, con las manos enterradas en el pelo o el rostro tapado. Algunos se abrazaban, consolándose en silencio mientras el equipo de Marruecos se acercaba a apoyarlos con lo que parecía ser una breve y cortés despedida. Notó que los hombros de algunos se sacudían, por lo que pudo intuir que estaban llorando; vio a Balde desplomándose sobre uno de los banquillos donde se sentaban los miembros suplentes de la plantilla durante el partido, a Gavi mirando al cielo con una expresión de rabia pura, a Morata y Laporte limpiando sus lágrimas.

Y luego vio a Pedri.

Allí, sentado en el césped, abrazándose las rodillas. Desde su posición, la morena tan solo podía notar que tenía el rostro en blanco, cubierto por una fachada ilegible. De repente, Nora se percató de que los pies le picaban—incluso le ardían—, desesperados por arrastrarla hacia el canario.

—Ve. —Fue la voz de Fer lo que finalmente captó su atención. Lo miró confundida, sin saber qué decir; sus pulmones, sin embargo, dejaron de funcionar por un instante, intuyendo a qué se refería—. Ve con él. Necesita a alguien —explicó el mayor.

Sacudió la cabeza, ignorando el rápido aleteo de su corazón: —No creo que sea una buena idea.

—Yo creo que sí.

—Ni de coña me van a dejar entrar al campo —insistió la morena—. El acceso está restringido y...

—Nora, deja de poner excusas y hazlo —la interrumpió el chico. Le dedicó una sonrisa divertida, como si supiera perfectamente que ella se estaba muriendo de ganas por ir con su hermano—. No pierdes nada con intentarlo.

Agachó la cabeza, cerró los ojos durante unos segundos. Mordisqueó el interior de su mejilla mientras valoraba las palabras de Fer. El chico tenía razón: estaba poniendo excusas—motivos para mantenerse al margen, para evitar demostrar la impotencia que sentía al ver a Pedri tan derrotado. No tardó en escuchar la jodida alarma que estallaba en su cabeza casa vez que estaba a punto de cometer una estupidez, advirtiéndole que el campo estaba lleno de cámaras, que ese no era su lugar.

Fue entonces cuando sus ojos cayeron sobre cuatro figuras conocidas, sentadas un par de filas más arriba. Vio a Vera, a Sira, a Marcos, y entonces se topó con la mirada de Ana.

Como si hubiera escuchado la conversación que había tenido con Fer, la rubia señaló el campo con su mentón.

Aquello fue todo lo que Nora necesitó para mandar su sentido común a la mierda.

Salió disparada hacia el campo, agradeciendo mentalmente a los representantes de Pedri por haber reservado las butacas de la familia González en una de las primeras filas. Sus piernas se movían por sí solas, su cuerpo actuaba de manera instintiva, y ni siquiera le dio tiempo a pensar mientras se colaba en el túnel de entrada y salida de los jugadores, evadiendo a los seguratas por pura suerte. Avanzó con la cabeza gacha, tratando de pasar desapercibida ante cualquier posible periodista o miembro del equipo de seguridad.

El final del túnel estaba cada vez más cerca. Su paso se aceleraba a medida que se aproximaba; el camino se hacía más corto, pero la paciencia no estaba de su lado.

Tentó a la suerte, sin embargo, pues su fortuna se acabó cuando un grupo de cinco seguratas formaron una barrera en la salida del túnel, bloqueando completamente su paso.

—Dejadme pasar, por favor —pidió, casi sin aliento por la pequeña maratón que había corrido.

Al ver que no la comprendían, lo repitió en inglés, agradeciendo mentalmente a su padre por uno de los pocos favores que le había hecho en su vida: inscribirla en un colegio bilingüe cuando todavía era una niña, antes de que se marchara a Barcelona. Los seguratas—quienes aparentemente solo hablaban árabe y un poco de inglés—apenas la entendieron, pero sus palabras fueron más que suficientes para que uno de ellos se acercara, cogiéndola bruscamente del brazo.

—Que es importante, joder —gruñó entonces, tratando de zafarse del agarre. Empezaba a estresarse, soltando palabras en español al aire, sin importarle que nadie la entendiera—. Solo serán unos minutos...

Su estómago dio un vuelco cuando el segundo segurata empezó a acercarse, exclamando frases en inglés que ella ni siquiera se molestó en escuchar—tan solo pudo fijarse en la expresión lívida que llevaba en el rostro, así como en la mano del primer segurata, la cual sujetaba su brazo con más fuerza.

Justo cuando comenzaba a creer que no lograría entrar al campo, distinguió la figura de Luis Enrique.

Los ojos del seleccionador se toparon con los suyos y, aunque ninguno de los dos dijo nada, Luis pareció comprender exactamente cuáles eran sus intenciones. Nora soltó un suspiro aliviado cuando el hombre se dirigió a los seguratas, conversando con ellos hasta que finalmente la dejaron en libertad. Se sobó la zona del brazo donde la habían sujetado al notar que tenía una marca roja a causa del brusco agarre, y entonces Luis Enrique puso una mano en su espalda, disponiéndose a guiarla.

El seleccionador no le puso ninguna traba. Ni siquiera le preguntó el porqué de su presencia, y tampoco mencionó nada sobre el partido. Simplemente caminó a su lado, sin hablar ni cuestionar.

Finalmente, el hombre rompió el silencio, justo antes de que pusieran el primer pie en el exterior.

—No deberías estar aquí.

—Tienes razón —respondió Nora tras aclararse la garganta—, pero lo estoy.

Trató de sonar firme, segura de sus acciones, elevando el mentón para finiquitar su fachada. Era difícil, sin embargo, pues ni siquiera sabía qué estaba haciendo, ni mucho menos cómo cojones se había atrevido a llegar hasta allí.

Los labios de Luis Enrique se estiraron en una pequeña sonrisa. Cualquiera podría haberse dado cuenta de que tenía la mirada rota, de que nada podía tapar la frustración y la amargura de la derrota, pero siguió adelante, cubriendo la herida como el magnífico entrenador que Nora había aprendido que era.

—Menos mal que has sido tú la de las fotos.

El seleccionador le dio un par de palmaditas en la espalda, observándola con complicidad. Nora no tardó en comprender que se refería a las imágenes que lo empezaron todo, a la noche en la que la prensa la pilló junto a Pedri en aquella discoteca.

—Venga —continuó Luis Enrique—, haz lo que tengas que hacer.

Nora tan solo pudo asentir en señal de agradecimiento, con la boca seca y el corazón en la mano. Hesitó durante un par de segundos, pero el seleccionador acabó dándole un ligero empujón, forzándola a avanzar.

Entró el campo con un nudo en la garganta.

Intentó avanzar poco a poco, pero sus pies tenían vida propia. La guiaba un cordón invisible, o quizás uno de los hilos que había usado para tejer la pulsera que solo Pedri y ella llevaban en la muñeca.

Apenas tenía la claridad mental suficiente para apoyar a aquellos miembros de la Selección que se topaba en su camino, sin saber realmente qué decirles. Quería hablar con muchos de ellos, sobre todo con aquellos que conocía desde que empezó a trabajar para el Barça, pero lo cierto era que primero necesitaba encontrar al canario.

La espera se le antojó eterna, pero finalmente lo logró.

Se quedó ahí, estancada en el césped, viendo la forma en la que el chico parpadeaba, como si se estuviese asegurando de que no estaba soñando. Marrón con marrón chocaron en un baile de miradas: la suya apagada, la de la Nora apenada. Una vocecita imaginaria le susurraba al oído, pidiéndole que hiciera algo—lo que fuera—, que se moviera de una vez por todas.

No supo quién de los dos se acercó primero; no le importó.

Lo abrazó, lo abrazó con todas sus fuerzas. Lo envolvió entre sus brazos, sintiendo cómo el canario se aferraba a su cuerpo: sus manos en su espalda, enterrándose en su camiseta como si creyera que iba a desaparecer en cualquier momento; su cabeza escondida en el hueco entre su hombro y su cuello, la firmeza con la que la sujetaba. Nora no supo cómo fue que se las arregló para no tambalearse ante la intensidad del primer impacto de sus cuerpos, pero no quería hacer preguntas—solo podía enfocarse en él, y en el suspiro tembloroso que escapó de sus labios mientras la abrazaba con más ganas.

Sentía la pesadez que machacaba al cuerpo de Pedri, el peso que le hundía los hombros. Sentía la rabia contenida, su enfado, y no pudo hacer más que cerrar los ojos para evitar enfrentar a la multitud que seguramente los estaba observando, acariciando la nuca del chico en un intento por calmarlo.

—Es injusto —murmuró el canario contra su hombro.

La impotencia que escuchó en sus palabras la llevó a enterrar sus manos en el cabello de Pedri, acercándolo más.

—Lo sé. —Se le quebró la voz; quizás por la cólera acumulada, tal vez por el simple hecho de verlo en aquel estado—. Lo sé, cariño.

El apodo escapó de sus labios sin previo aviso. Mientras enterraba la nariz en el pelo del canario, ni siquiera pudo pensar en arrepentirse; en aquel momento, esa era la última de sus prioridades.

—Es que tendría que haber hecho más —sentenció el canario, derrochando frustración. Fue entonces cuando levantó la cabeza, alejándose ligeramente de Nora. No la soltó, ni siquiera aflojó su agarre, pero centró la vista en un punto muerto, indefinido—. Tendría que haberle pasado el balón a Morata cuando...

—Pedri, basta.

No le quedó más opción que interrumpirlo.

El canario finalmente encontró su mirada. Nora, por su parte, tuvo que hacer una pausa al percatarse de que tenía los ojos rojos, como si hubiera estado aguantando las ganas de quebrarse en llanto.

La imagen la tomó por sorpresa, la dejó sin palabras y con la garganta cerrada, pues nunca creyó que lo vería en aquel estado. No obstante, se forzó a reaccionar, posando sus manos en cada una de las mejillas de Pedri para captar su completa atención.

—Te has dejado la piel en el campo —continuó entonces. Se aseguró de enfatizar cada sílaba, cada palabra, tratando de grabarlo en su cabeza—. No podías hacer más.

Aquello pareció despertarlo, pues poco a poco fue reemplazando la ira por un semblante más suave. Era evidente que al canario le estaba costando responder—incluso apartó la mirada durante unos cuantos segundos, pensando en algo que ella no podía descifrar. Finalmente, acabó enfrentándola una vez más; apoyó su frente contra la de Nora, aflojó ligeramente su agarre, y exhaló con pesadez antes de continuar.

—Joder... —Pedri cerró los ojos, con la mandíbula tensa y los párpados apretados—. Lo siento.

—No, es que no tienes que pedir perdón. Ni a mí ni a ningún gilipollas que se atreva a criticaros por lo que habéis hecho hoy sin siquiera haber tocado un balón en su vida. —Las palabras salieron a borbotones, guiadas por una determinación que Nora no sabía que poseía hasta entonces—. No sabes lo orgullosa que estoy de ti. Y perdóname a mí, porque ya sabes que se me dan mal las palabras, pero que sepas que estoy completamente segura de que algún día vas a levantar esa copa y muchas más y...

Pedri no respondió.

No respondió porque no le hizo falta.

Y es que no la dejó terminar, enterrando sus dedos en el cabello de la nuca de Nora para poder atraerla a sus labios, con un ímpetu que le impidió corresponderlo durante unos cuantos segundos.

A la mierda el público, las cámaras y los ojos ajenos; nada de eso importaba.

Tampoco le importó ver a su padre por encima del hombro del canario, cuando el beso finalmente acabó. No le importó que la amenazara con la mirada, ni la posibilidad de que el hombre estuviera preparándose para sacarla del campo a rastras.

No, de ahí no iba a moverla. Y es que, si de verdad había llegado el final, quizás al menos podía permitirse ser egoísta por un día y hacer lo que su instinto—y el molesto órgano palpitante de su pecho—tanto le pedían.

Nora decidió que volvería a abrir los ojos cuando pisara España. Mientras tanto, seguiría siendo la loca que se coló en un campo de fútbol para abrazar a su novio falso.

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oo. ▇  ‧‧ . ༉‧₊˚  𝒂𝒖𝒕𝒉𝒐𝒓'𝒔 𝒏𝒐𝒕𝒆  ... ❜

bienvenidos una vez más a un nuevo capítulo ¡!

aquí vengo con una montaña de emociones para Pedri y Nora, y especialmente con el final del Mundial. ha sido una etapa muy bonita que me ha encantado escribir, pero ahora toca seguir con la historia de estos dos. no desesperen, que todo saldrá bien entre ambos a pesar de todo; recuerden tenerle paciencia a estos dos, que es parte de la esencia de esta historia. ♡

aprovecho para pedir perdón por la demora en publicar esta parte, pero es que el verano me ha tenido bastante ocupada y no había encontrado huecos para escribir a pesar de tener las ideas claras con este capítulo.

otra de las cosas que quería comentarles es que esta historia ha sido nominada a unos premios de Wattpad como mejor historia de futbolista ¡!
ya estamos en la etapa final de votaciones, y les invito a apoyar esta historia a ver si tenemos la suerte de ganar. solo tienen que visitar el libro de premios que compartí en mi tablero (bajen unos cuantos mensajes y lo encontrarán ahí) y sobre todo seguir las reglas que están mencionadas en la primera parte; seguir las reglas es muy importante, pues de lo contrario los votos no van a contar.
agradezco de antemano a los que ya han votado. solo asegúrense de comprobar que han cumplido los requisitos para que el voto sea válido.

por otro lado, me gustaría que me dieran su opinión de este capítulo y de la conexión que cada día crece más y más entre Nora y Pedri. espero que les siga gustando, a pesar de que este capítulo no fue para nada spicy comparado con el anterior jsjsjs, no se preocupen que retomaré ese tipo de escenas en un futuro cercano.

por último, quiero mencionar que he usado una pequeña referencia a un libro de la escritora Elisabeth Benavent llamado 'Un cuento perfecto' porque recientemente me he visto la serie de Netflix y me ha encantado ¡! a ver si alguno de ustedes ha reconocido a qué me refiero; si no, les recomiendo que vean la serie o lean el libro 100%.
solo soltaré esta pregunta: ¿qué querría decir Pedri cuando le dijo a Nora que "parase", pero sin terminar de admitir el porqué? (;

ya estaría por hoy. les mando un beso enorme. espero con ansias sus comentarios ¡!

¡dejen un comentario, voten y compartan!

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