𝟎𝟏𝟕. a little death

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𝟎𝟏𝟕. a little death
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𝐒𝐔 𝐏𝐈𝐄 𝐁𝐎𝐓𝐀𝐁𝐀 𝐔𝐍𝐀 𝐘 𝐎𝐓𝐑𝐀 𝐕𝐄𝐙 contra el suelo del Mini Cooper.

La cabeza de Ana—quien había caído dormida tan solo un par de minutos después de que subieran al coche—descansaba plácidamente sobre su regazo. Cada pocos segundos, Nora le dirigía una mirada, comprobando que todo estuviera bien. No sabía exactamente cuánto había bebido la rubia tras haberla perdido de vista en la fiesta, y aquella era la primera vez que la veía en aquel estado.

Para rematar, apenas podía contener sus nervios, pues la imagen de Ana se transformaba cada tanto en una de su madre—siempre inconsciente en el sofá, tras haber arrasado con su reserva de vino barato y un paquete y medio de tabaco.

Y es que Nora solía vivir en un estado de duda constante, con la misma incógnita burbujeando día tras día en su pecho: si Carolina Crespo despertaría a la mañana siguiente, o si la mezcla de alcohol y pastillas para la depresión acabaría con su vida antes de que amaneciera. Pasó años ejerciendo el rol de espectadora dentro de una infinita partida de la ruleta rusa; nunca sabía cómo iba a terminar aquel juego, y, a pesar de que poco a poco su madre dejaba de importarle, el estómago se le revolvía cada vez que la veía allí, derrotada, acercándose lo justo y suficiente para asegurarse de que siguiera respirando.

, finalmente se había ido de casa, llevándose consigo los últimos rastros de empatía que Nora sentía por ella, pero su silueta todavía la perseguía, como una sombra cosida a sus tobillos.

Tuvo que repetirse en más de una ocasión que Ana no era su madre, que tan solo se había pasado de copas y que, al día siguiente, lo único que tendría que hacer era lidiar con una molesta resaca.

Irónicamente—y a pesar de todo lo que había pasado en las últimas horas—, el coche de Pedri actuaba como una excelente distracción. Ni siquiera sabía cómo era posible, pero el característico olor de su colonia se hallaba adherido a los asientos, arrullando sus sentidos. Ver el rostro del canario reflejado en el espejo retrovisor le recordaba que no estaba sola; no obstante, cuando sus ojos se encontraban a través del cristal, se forzaba a apartar la mirada, fijando la vista en la carretera.

El silencio pesaba más que cualquier palabra.

Se sentía diminuta, vulnerable, con el peso de su propia confesión clavado en sus hombros. Los dos sabían que no era momento de discutir el tema, pero la confrontación era inminente, y lo único que Nora quería era seguir escapando: alejarse primero para poder evitar la más mínima posibilidad de rechazo, protegerse a sí misma ante cualquier escenario que pudiera acabar lastimándola.

Sabía, sin embargo, que la prioridad en aquel momento era Ana, y nada ni nadie iba a sacarle eso de la cabeza hasta que llegaran al piso de los Espinosa.

Le echó otro vistazo a su amiga, asegurándose una vez más de que todo estuviera en orden. Los golpecitos de su pie eran cada vez más rápidos, más persistentes; su cuerpo entero emanaba ansiedad y, aunque mantenía un intento de expresión ilegible, empleando todos y cada uno de sus mecanismos de defensa, supo que Pedri había visto más allá de su fachada cuando lo escuchó llamar su nombre.

—Respira, Nora —le dijo entonces, cuando sus miradas volvieron a cruzarse en el retrovisor.

Aunque trató de evitarlo, la voz del castaño se coló en su sistema.

Actuó como un bálsamo calmante, subiendo poco a poco por sus músculos; los alivió con eficacia, y detuvo el incesante repiqueteo del tacón de sus botas contra el suelo del coche. Todavía observándola a través del retrovisor, le dedicó un discreto asentimiento de cabeza al verla inhalar y exhalar a un ritmo más lento, y ella no pudo hacer otra cosa más que responder con el mismo gesto, agradeciéndole en silencio.

Los ojos del chico volvieron a la carretera cuando el Google Maps le indicó que girara a la izquierda. Nora, en cambio, se enfocó en reproducir una y otra vez sus palabras, tomando otra profunda bocanada de aire.

No supo cuánto tiempo había pasado cuando las notificaciones de su móvil empezaron a dispararse.

Esperaba quizás un mensaje de Vera, a quien no habían podido encontrar después de todo el alboroto; de todas maneras, Pedri le había asegurado que su hermana se había quedado con Ansu, Eric y Balde y sabía que ellos no iban a perderla de vista, así que eso no la preocupaba. No obstante, cuando se topó con el nombre de Pablo Gavi en la parte superior de la pantalla, tuvo que soltar un suspiro pesado.

—Me ha escrito Gavi —anunció en voz alta, echándole una rápida ojeada a los mensajes. Empezó a teclear una respuesta antes de continuar—. Está preguntando por Ana.

Pedri bufó desde el asiento del piloto, sacudiendo la cabeza con incredulidad: —Por lo menos sabe que la ha cagado.

—Le he dicho que nos estás llevando a casa —continuó la morena. Esbozó una mueca al leer el siguiente mensaje de Pablo, quien había respondido al instante—. Dice que quiere que lo llamemos.

El canario pareció pensárselo durante un par de segundos, como si se estuviera planteando si realmente era una buena idea echarle la bronca a su amigo mientras estaba conduciendo. Aun así, después de pedirle a Nora que comprobara que Ana siguiera dormida, terminó marcando el número de su amigo, reproduciendo la llamada en los altavoces del coche.

¿Cómo está?

Pablo no perdió ni un solo segundo en comenzar.

Sonaba tenso, como si estuviera luchando por mantener un tono indiferente; aun así, Nora fue capaz de detectar un claro deje de preocupación en sus palabras.

—Ha bebido de más, pero está bien. —Pedri fue el primero en contestar. No parecía contento con lo que había hecho Pablo, mas mantuvo un tono serio, maduro, como el de un hermano mayor—. Y dormida. No tiene pinta de que vaya a despertar pronto —añadió, echándole un vistazo a la rubia.

Joder, menos mal... —El sevillano suspiró aliviado—. Es que todo fue muy rápido. De repente abrió la puerta, la vi ahí y... y ni siquiera me dejó hablar.

—A lo mejor porque estabas muy ocupado comiéndole la boca a otra chica, ¿no crees? —espetó la morena, incapaz de contener su enfado. Se acomodó en su asiento, inclinando el torso ligeramente hacia adelante para acercarse al móvil, pues quería asegurarse de que el muchacho estuviera escuchándola—. Venga ya, Gavi... Que eres mi amigo y te adoro, pero también eres gilipollas.

Pablo no respondió, el Mini Cooper se sumió en un incómodo silencio durante los próximos segundos, y Nora pudo sentir la mirada de Pedri clavada en su perfil. La observaba con una ceja enarcada, sorprendido ante su súbito arranque; ella tan solo se limitó a encoger los hombros, notando que sus mejillas se encendían bajo la atención del canario.

Seguidamente, lo escuchó reír por lo bajo. Estuvo tentada a buscar una manera de callarlo, pero la voz de Gavi los trajo de vuelta a la realidad.

Traté de seguirla, pero me pidió que no lo hiciera —admitió con pesadez, como si no quisiera hablar del tema—. Me dijo que sabía dónde estabas, Nora; que iría a buscarte. Te escribí justo después para saber si ya estabas con ella y no me respondiste.

«Estaba ocupada», trató de decir. Aun así, las palabras no salieron, pues la culpa había cerrado su garganta.

Ocupada huyendo de Pedri—tan inmersa en sus propios sentimientos que ni siquiera había podido responder al mensaje de Gavi antes de toparse a su amiga llorando en la cocina. Había optado por ignorar su teléfono, todo con tal de evadir las llamadas del canario.

Sí, ocupada, pero en comportarse como una cobarde.

—Bueno, como mínimo has tenido la decencia de hacer eso.

Finalmente, fue Pedri quien respondió, zanjando el tema con maestría.

Sus palabras derrochaban una mezcla de severidad y sarcasmo, pero sus ojos, cálidos y suaves, cayeron sobre Nora. La barrió con la mirada, como si se estuviese asegurando de que se encontraba bien.

Comprendiendo que había intervenido por ella, la chica asintió, farfullando un "gracias" casi imperceptible. Su corazón se ablandó, sintió que se derretía mientras trataba de fijarse en algo—lo que fuera—con tal de esconderse de la intensidad de sus iris. Solo entonces, el canario continuó.

—¿Qué te pasa, hermano? —Pedri frunció el ceño, dirigiéndose a su amigo con un claro deje de decepción—. Si es que miras a Ana como si hubiera puesto todas las putas estrellas en el cielo... ¿Por qué vas y te lías a otra? Pensaba que ya te habías dejado de juegos.

Y es verdad, no más juegos —insistió Gavi—. Estoy hablando con alguien, ha venido de visita desde Sevilla y esta vez va en serio.

—¿Con quién? ¿Con la que te estabas liando, o es que esa solo era una distracción?

El sevillano intentó refutar el comentario de Nora, pero acabó desistiendo. Se tomó unos cuantos segundos, como si estuviera organizando sus siguientes palabras, y ella no pudo evitar preguntarse dónde había quedado el chico de mecha corta que tanto conocía, el que reaccionaba sin pensar—si realmente lo que pasaba entre él y Ana era tan complicado, tan enrevesado, que incluso el mismísimo Pablo Gavi trataba de proceder con cuidado.

Ana merece algo serio, algo que valga la pena —sentenció entonces, y Nora pudo imaginarlo apretando labios en aquella mueca a la que solía recurrir cuando se veía obligado a controlar sus emociones. Escucharlo hablar con tanta seriedad no era algo a lo que estuviera acostumbrada, y, a juzgar por la expresión de Pedri, él también pensaba lo mismo—. No puedo cagarla con ella, y punto. Además, Pedri... Tú has visto cómo tratan a Nora por estar contigo; paso de que Ana viva lo mismo, no es justo.

«Golpe bajo», pensó la chica con amargura.

Bajo, pero también cierto.

Su conciencia la acusó de hipócrita, una y otra y otra vez. Solo entonces, cayó en cuenta de que se había dedicado a reñir a Gavi por la misma razón que la mantenía con las manos atadas: el miedo a correr riesgos.

Perdida en sus pensamientos, apenas logró reaccionar cuando notó la manera en la que Pedri sujetaba el volante; nudillos blancos por la fuerza de su agarre, mandíbula firmemente apretada.

—Te estás pasando, Pablo —espetó el muchacho entre dientes.

En cuanto Nora lo escuchó llamar al sevillano por su nombre en lugar de su apodo, posó una mano en su brazo de manera instintiva.

Ejerció una ligera presión, mas no se atrevió a enfrentarlo directamente, mirándolo en cambio a través del retrovisor. Sintió que, poco a poco, los músculos de Pedri se relajaban bajo su tacto, y, cuando notó que la presión acumulada en su entrecejo finalmente se aliviaba, finalmente dejó caer su mano, posándola en cambio sobre el respaldo de su asiento.

Sus dedos picaron con la necesidad de tocarlo una vez más. A pesar de ello, se forzó a continuar la conversación.

—Gavi...

No, Nora. No empieces —la interrumpió Pablo, claramente alterado—. Ni siquiera le gusto, ella misma me lo dijo en Catar por todo el tema de Marcos. A lo mejor antes sí, cuando éramos niños, pero las cosas han cambiado y ahora solo estará confundida. Por Dios, que está borracha... —enfatizó la última palabra, aferrándose a ella como si fuera una excusa—. Se va a arrepentir, creedme.

La morena bufó por lo bajo, sin saber cómo continuar. Lo cierto era que, aunque la reacción de Ana en la fiesta insinuaba totalmente lo contrario, la rubia le había dicho que estaba superando a Gavi—que lo que sentía por él había quedado en el pasado, por más que una inevitable pizca de atracción siguiera presente.

No quiso opinar más, dejando que los chicos siguieran conversando.

Mientras Pedri se encargaba de ponerle fin a la conversación, colgando la llamada tras compartir unas últimas palabras con su amigo, Nora no se quedó satisfecha, dándole vueltas a la cabeza.

Incluso sin conocer exactamente lo que Pablo tenía en el corazón o en la cabeza, era evidente que Ana le importaba; había algo entre ambos, fuera lo que fuera. Si de verdad era así, ¿por qué no lo aprovechaba?

Tampoco podía negar que las intenciones del chico eran sensatas, pero... no quería volver a ver a su amiga derramando ni una sola lágrima, así de simple.

—No lo entiendo —murmuró la morena. Ya habían pasado unos cuantos minutos desde que Pedri colgó la llamada, pero ella no fue capaz de de seguir reteniendo sus pensamientos; las palabras surgieron solas, antes de que siquiera pudiera analizarlas—. Es obvio que Ana le importa... ¿Por qué cojones querría alejarse de ella?

La carcajada seca que salió de los labios de Pedri fue lo que llamó su atención.

Sus ojos cayeron sobre las manos del chico, las cuales volvían a sujetar el volante con más fuerza de la necesaria. Seguidamente, subió hasta su rostro, topándose con una expresión cuyo significado no pudo codificar.

El castaño no dijo nada. Simplemente le dedicó una mirada—una mirada cargada de intensidad, más... más pesada y significativa que cualquier otra respuesta.

No tardó en comprender que Pedri la estaba invitando a hacerse la misma pregunta, que no pensaba olvidar la manera en la que había huido de él después de haber admitido sus sentimientos.

Sin motivo aparente, el concepto de autosabotaje nubló su mente mientras pensaba en cada una de las ocasiones en las que había escapado de las manos del canario. Su tendencia a correr tan solo había atrasado la caída y, en aquel instante, ya al borde del precipicio, se percató de que jamás había sentido tantas ganas de saltar al vacío.

Se dejó caer sobre el respaldo de su asiento, apartando la mirada. Rozó la pulsera de cuero que reposaba en su muñeca con la punta de sus dedos, sintiendo que el cuerpo entero le pesaba.

De pronto, sentía una inmensa necesidad de rascarse la piel, hacerlo durante horas hasta dejar de verse reflejada en Pablo. Quiso insistir en que sus métodos eran buenos, que lo único que quería era proteger la carrera de Pedri y, siendo egoísta, también a su propio corazón.

Sintió que su estómago se retorcía—que algo en su alma gritaba que no, que no era lo correcto.

Que quizás tan solo tenía que saltar, cerrar los ojos, dejarse atrapar.

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Tuvo que reconocer que llevar a Ana hasta su cama habría sido una tarea imposible de no haber sido por la ayuda de Pedri.

La intención de Nora era despedirse del canario, guiar a Ana por su cuenta y, una vez se asegurara de que su amiga estaba bien, enterrarse en sus sábanas hasta olvidar todo lo que había sucedido en las últimas horas. No obstante, se percató de que, aunque la rubia había recobrado medianamente la conciencia al final del trayecto, caminar con ella colgada de su hombro no era sencillo; apenas podía mantenerse en pie, y Nora—cuya capacidad para cargar peso dejaba mucho que desear—no tardó en entender que arribar hasta su destino no iba a ser tan sencillo.

Pedri salió del coche antes de que ella siquiera pudiera pensar en pedirle ayuda.

El chico no la dejó rechistar—simplemente pasó el brazo de Ana por detrás de sus hombros, la sujetó de la cintura con cuidado, y le indicó a Nora que abriera la puerta con nada más que un ligero movimiento de cabeza.

Tragándose el orgullo, la morena lo guio en silencio hasta el piso de los Espinosa.

A partir de ahí, ella se encargó del resto. Mientras Pedri esperaba en el salón, ayudó a su amiga a ponerse el pijama y a quitarse el maquillaje; seguidamente, sacó un ibuprofeno del cajón donde Ana solía guardarlos y, acompañándolo con un vaso con agua, lo dejó sobre su mesilla de noche, en caso de que lo necesitara por la mañana. Tuvo que hacer hasta lo imposible para evitar que la chica hiciera un alboroto al chocarse contra los muebles, pues sus padres dormían en la habitación contigua, pero finalmente se las arregló para dejarla arropada en su cama.

Por suerte, Ana cayó dormida en cuestión de segundos, tras darle las gracias en un murmullo casi inteligible.

Nora creyó que por fin podría relajar los músculos, que ya había hecho lo que tenía que hacer. Sus latidos, sin embargo, seguían acelerados, recordándole que cierto futbolista todavía se encontraba en el salón.

Sabía bien que era momento de enfrentarlo a solas. Aun así, la mera idea de hacerlo era suficiente para ponerle la piel de gallina, por lo que acabó cambiando de rumbo a mitad de camino, dirigiéndose al baño.

Quizás lavarse la cara con el agua más fría que saliera del grifo podría darle la claridad que necesitaba.

No obstante, en cuanto se topó cara a cara con su reflejo, decorado por el circo de marcas rojas y violetas que manchaban su cuello, sintió que su rostro iba a estallar en llamas.

Un chupetón en el costado izquierdo, justo debajo del lóbulo de su oreja; otros dos más pequeños al lado derecho, cerca de la columna de su garganta, y uno último justo encima de la clavícula. Apretó la mandíbula, resistiendo las ganas de maldecir en voz alta mientras trazaba el recorrido de las manchas con las yemas de sus dedos.

Los recuerdos la empaparon sin previo aviso: el rostro de Pedri enterrado en su hombro, la sensación de sus labios en contacto con su piel, su aliento erizándole los vellos de la nuca y...

Abrió el grifo con rabia, interrumpiendo sus pensamientos. Sumergió su mano bajo el chorro y no perdió ni un segundo en llevársela al cuello, dándole la bienvenida a la gélida temperatura del agua. Tal vez, solo tal vez, si frotaba su piel con la fuerza suficiente acabaría apagando el fuego que el canario había encendido; a lo mejor la ayudaría a volver a respirar con normalidad, a borrar las marcas y volver el tiempo atrás.

Justo en aquel momento, notó una nueva presencia.

Supo que se trataba de Pedri incluso antes de distinguir su silueta por el rabillo del ojo.

Lo vio allí, apoyado en el umbral de la puerta, y no fue capaz de ocultar una risita incrédula al notar que el chico enarcaba una ceja, paseando la mirada por su cuello.

—Te dije que nada de chupetones —murmuró entonces.

Quiso sonar enfadada, pero el remolino de emociones que había arrasado con ella a lo largo de aquella noche la había dejado sin fuerzas.

Estaba agotada, los párpados le pesaban, y... y lo cierto era que, tras siete días sin verlo, no podía evitar ablandarse ante sus ojos. Pedri tenía ese poder sobre ella, la capacidad de bajar sus defensas con una sola mirada. Nora ya había resistido demasiado y, mientras el canario se acercaba poco a poco, hasta detenerse justo delante de ella, supo que él había vuelto a desarmarla.

El chico se encogió de hombros, como si no fuera nada; el vestigio de una sonrisa ladeada escondido en sus comisuras.

—No me arrepiento.

Tuvo que recordarse a sí misma cómo respirar cuando Pedri le apartó el cabello de los hombros, echándole un mejor vistazo a las marcas de su cuello. Su tacto era delicado: completamente diferente a la desesperación con la que la había tocado hacía apenas un par de horas, pero igual de poderoso.

Tras unos cuantos segundos, el castaño levantó la vista. Sus iris volvieron a encontrarse, esta vez sin el cristal del retrovisor de por medio.

—Deja de esconderte —susurró él, con aquella voz que le debilitaba las rodillas.

Incapaz de aguantarle la mirada, la morena bajó la cabeza, esbozando una sonrisa amarga: —Es más fácil decirlo que hacerlo.

Hubo una pausa más larga.

Latidos compaginados, respiraciones sincronizadas. Nora no quería fijarse en otra cosa que no fueran sus zapatos; creía que, si lo hacía, acabaría cayendo entre sus brazos.

Él, sin embargo, tenía otros planes. Sujetó su mentón con cuidado, levantando su cabeza. Solo entonces, volvió a hablar.

—Quédate conmigo esta noche.

—Pedri...

—Para hablar. Solo hablar —enfatizó tras notar su preocupación. Sacudió ligeramente la cabeza, dedicándole una mirada cargada de determinación—. No pienso actuar como si no hubiera pasado nada, Nora.

Sintió que mente y corazón colisionaban en su interior mientras trataba de maquinar una respuesta. La conversación que habían tenido con Gavi botaba como un eco lejano entre las paredes de su cabeza; el autosabotaje, la negación, los límites absurdos. Entreabrió los labios, todavía en busca de las palabras correctas, pero su voz se hallaba atascada, atrapada en el fondo de su garganta.

No supo exactamente cómo fue que acabó asintiendo.

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Si ya de por sí el trayecto hasta casa de Ana había sido tenso, estar a solas junto a Pedri fue incluso más abrumador.

El Mini Cooper guardaba demasiados recuerdos.

Pensó en la primera vez que el canario la había llevado a casa desde las instalaciones del Barça, cuando ella apenas podía soportarlo; pensó en la forma en la que calmaba sus nervios cuando los fanáticos los rodeaban, siempre sabiendo qué hacer: un ligero apretón en su muslo, una mirada reconfortante a través del espejo, las palabras correctas. Se evocó también a sí misma apoyada contra el capó del coche, tras salir junto a él de la maldita discoteca que lo había empezado todo.

Sentía que el tiempo había pasado demasiado rápido. Era incapaz de identificar el momento exacto en el que empezó a disfrutar de los paseos en coche junto a su novio falso—el día en el que su pulso comenzó a acelerarse cada vez que Pedri desviaba los ojos de la carretera para dedicarle una sonrisa ladeada, o cuando reía como un niño al escucharla gritar las canciones que ponían en la radio.

Tuvo que abrazarse a sí misma a mitad del camino, tratando de apaciguar los molestos escalofríos que repentinamente le recorrían la espalda. El invierno estaba en pleno auge, la ilusión de calidez que antes le había brindado el alcohol había abandonado su sistema, y la ropa que llevaba puesta tampoco cubría lo suficiente; para rematar, el estrés y la adrenalina se habían desvanecido tras haber dejado a Ana en casa, enfriando su sangre y forzándola a temblar. Decidió entonces que era momento de ponerse la americana que había llevado consigo a la fiesta y... y entonces se percató de que la había dejado en casa del cumpleañero.

—Mierda —masculló por lo bajo, dejando caer la cabeza contra el respaldo del asiento. Al sentir la mirada confundida de Pedri clavada en su rostro, se percató de que había hablado en voz alta—. Me he dejado la americana —explicó con amargura.

El canario no respondió con palabras. Estiró su brazo hacia atrás, lo justo y suficiente para poder coger algo del asiento trasero. Una vez obtuvo lo que buscaba, depositó la prenda en el regazo de Nora, volviendo a centrarse en la carretera.

Era una chaqueta—la misma chaqueta que le había prestado aquella noche en la discoteca, antes de siquiera saber lo que les esperaba en el futuro.

No sabía si el destino se estaba riendo de ella, o si quizás trataba de mandarle una señal. De cualquier manera, acabó poniéndosela, forzándose a enterrar sus pensamientos en el fondo más oscuro de su mente.

Le costó admitirse a sí misma que, por alguna extraña razón, la tela se sentía incluso más cómoda que antes.

Y así pasaron los minutos, cada uno más largo que el anterior, hasta que finalmente arribaron al hogar que el canario compartía con su hermano. Los restos de colonia que permanecían impregnados en la chaqueta le acariciaban la nariz cada vez que intentaba distraerse, pero al menos logró mantener la cabeza alta mientras ingresaban a la casa, apretando la mandíbula en un desesperado intento por mantener una expresión ilegible.

Tras dejar el pequeño bolso en el que había empacado algunos objetos esenciales para pasar la noche sobre el sofá de la sala—tal y como Pedri le había indicado—, lo siguió callada hasta la cocina.

—¿Quieres algo? —le preguntó el canario mientras abría la nevera, hablando por primera vez desde que abandonaron el piso de los Espinosa.

—Agua, por favor.

Las pocas palabras que compartieron se sintieron casi robóticas.

Mientras el chico llenaba dos vasos de agua, Nora se preguntó si quizás Pedri estaba esperando a que ella tomara las riendas; si le estaba dando la oportunidad de comenzar la conversación que ambos sabían que debían tener cuando se sintiera preparada, o si simplemente estaba tratando de hacerla perder la paciencia.

Fuera lo que fuera, la presión en su pecho no hacía más que aumentar conforme pasaban los segundos. Apenas podía beber de su vaso sin sentir que se asfixiaba—el agua no le hacía ningún favor a su garganta, desplomándose como un saco de rocas en el fondo de su estómago. La luz que iluminaba la estancia era cálida y tenue, ya que el chico no las había encendido todas. Llegó a pensar que quizás lo había hecho aposta, con la intención de torturarla, pues empezaba a creer que aquella bombilla había sido específicamente fabricada para bendecir las facciones del canario.

Quería mantener la vista fija en el contenido de su vaso, pretender que no sentía unas insoportables ganas de recorrer cada pequeña parte del rostro de Pedri con la punta de sus dedos. No obstante, y a diferencia de ella, el chico no se molestaba en disimular; parecía haberlo mandado todo a la mierda desde su primera interacción en la fiesta y, ahora que no tenía que conducir, Nora apenas podía soportar su escrutinio, sospechando que acabaría derritiéndose bajo el peso de sus ojos.

Al final, fue él quien rompió el silencio.

—Yo también creía que ibas a ser una distracción.

Lo escuchó suspirar con pesadez, depositar su vaso sobre la encimera de mármol. Los separaban unos cuantos metros de distancia, pero ella lo sentía más cerca que nunca. Su corazón, por otro lado, comenzó a bombear adrenalina en estado puro, pues era incapaz de anticipar cuál sería el rumbo que tomaría el canario.

—Llevábamos menos de media hora conociéndonos y ya me habías visto como si quisieras matarme. —Nora distinguió la silueta de una sonrisa divertida en sus labios, como si estuviera recordando aquella noche. La mente de la morena también viajó al momento exacto en el que descubrió su verdadera identidad, la furia que invadió a su cuerpo cuando se percató de que había terminando enredada con un futbolista que, para rematar, había ocultado quién era—. Y entonces apareciste en el club al día siguiente, usando mi chaqueta... Pensé que no podía ser una coincidencia. —Pedri recuperó la seriedad, apoyando las manos sobre la encimera—. Luego Luis nos propuso lo de la relación falsa, aceptamos, y no tardé en descubrir que debía tener cuidado contigo.

—¿Cuidado? —cuestionó ella en un hilo de voz.

—Sí, cuidado. —El canario hizo una pausa—. Porque sabía que podría pillarme de ti.

Nora trató de exhalar, expulsar la nube de aire caliente que de repente quemaba a sus pulmones, pero se había quedado atascado en su pecho. Sus pies se hallaban adheridos al suelo, manos envueltas alrededor de su vaso vacío con más fuerza de la necesaria, y ni siquiera pudo moverse cuando él empezó a acortar la distancia. Pedri avanzó de forma lenta y deliberada, hasta que la morena tuvo que inclinar la cabeza hacia arriba para poder mirarlo a los ojos.

No sabía cómo proseguir, qué contestar ni qué esperar. Él, sin embargo, parecía tener las ideas más claras.

—No te voy a mentir: leer las críticas ha sido una mierda. Haría lo que fuera con tal de que ni la prensa ni los fans pudieran hablar de ti. —Una chispa de lo que ella pudo identificar como rabia saltó en las pupilas del chico—. Pero, ¿sabes qué? —Dio otro paso hacia adelante—. Se me ha hecho más difícil estar lejos de ti.

Su mirada se suavizó. Acercó una mano a la mejilla de la chica, rozándola con nada más que los nudillos. El tacto fue leve, casi imperceptible, y se esfumó antes de lo que a sus instintos les hubiera gustado; la dejó con los labios entreabiertos, y unas inmensas ganas de besar cada curva y detalle de su cara.

—¿No sientes lo mismo?

El canario volvió a hablar en un susurro, bajo e íntimo, y Nora sospechó que él ya conocía la respuesta—que solo preguntaba para forzarla a recordar cómo usar sus cuerdas vocales.

—¿Si te digo que sí vas a dejar que me vaya? —murmuró entonces, haciendo todo lo posible por mantenerse firme y distante; sabía, sin embargo, que no estaba haciendo un buen trabajo.

—¿Tú qué crees?

Enfatizó su respuesta al escurrir su otra mano por debajo de la tela de su chaqueta, hasta posarla en su espalda baja.

La sujetaba con ligereza, sin hacer ningún movimiento para acercarla directamente a él. Aun así, el brillo en su mirada le hizo saber que no iba a dejarla escapar otra vez—al menos no mientras supiera que ella también quería estar ahí, cerca de él, a pesar del centenar de alarmas que resonaban en su cabeza.

—Resulta que al final no has sido una distracción —continuó el castaño, retomando sus primeras palabras—. Es más, juego mejor cuando estás en la grada... Joder, creo que tampoco me importaría que me vieras desde la tele con tal de saber que te tengo conmigo. —Pedri soltó una carcajada ronca, y entonces elevó su brazo libre, enseñándole la pulsera de cuero que rodeaba su muñeca. Nora aguantó la respiración, bajando la mirada ante los súbitos nervios que empezaban a carcomerla por dentro; él, sin embargo, no le permitió esconderse, levantándole el mentón con su mano libre—. Entiendes que todo esto dejó de ser falso hace tiempo, ¿no?

Seguidamente, sus dedos escalaron por su mandíbula, hasta llegar a la mejilla de Nora. Esta vez, acunó su rostro de verdad, acariciándole el pómulo con la yema del pulgar.

Ella solo podía pensar en lo injusto que era que alguien pudiera hacerla sentir de aquella manera.

En lo injusto que era que la mirara así, con los ojos más bonitos que había visto en su vida, tentándola a creer que quizás podía llegar a importarle a alguien—importarle de verdad. Por un extraño motivo que todavía le aterraba descubrir, Pedri siempre había tenido el poder de acariciarle el alma con las pupilas, de derrumbar su fachada ladrillo por ladrillo.

Nadie nunca se había tomado el tiempo de hacerlo.

Nadie, hasta que llegó él.

Y es que ya había perdido la cuenta de los días que había pasado tratando de convencerse a sí misma de que aquello no era lo que deseaba, que no lo necesitaba, pero lo cierto era que jamás se había sentido tan llena como en aquel momento: arropada, incluso sin siquiera tener los brazos de Pedri a su alrededor; cuidada, protegida del mar de peligros con el que había lidiado a solas durante la mayor parte de su vida.

—Me dijiste que no tendría por qué pasar nada entre nosotros —optó por recordarle, con la voz rota y un irracional miedo a abrir más la boca.

Temía que, si lo hacía, su corazón terminaría escapando.

—Pues parece que me equivoqué —respondió él con simpleza, sin una pizca de pudor ni vergüenza—, y me alegro de haberlo hecho.

La distancia se acortó aún más, pues el castaño decidió apoyar su frente contra la de Nora.

Pedri había cerrado los ojos, pero, con el vaso todavía entre sus manos, actuando como un ancla, Nora no era capaz de hacer lo mismo. Sentía una latente necesidad de observarlo, de barrer su rostro con la mirada y absorber cada parte—desde el afilado ángulo de sus cejas hasta la silueta curvada de su nariz.

Sus facciones siempre le habían parecido hipnotizantes; aprendió, sin embargo, que de cerca era incluso más despampanante. Aunque su orgullo no le permitía admitirlo en voz alta—y mucho menos antes, cuando todavía trataba de convencerse a sí misma de que el canario no le atraía en lo más mínimo—, sabía reconocer que sus rasgos eran sencillamente perfectos. Estaban bañados de una mezcla de masculinidad y elegancia, un aura particular que lo hacía lucir más como una escultura griega que como un simple muchacho de veinte años.

No era difícil entender el motivo por el cual tantas chicas suspiraban al verlo jugar, y sintió una extraña satisfacción latiendo en la boca de su estómago al pensar en que ellas no tenían la oportunidad de verlo así, bajo la cálida y tenue luz de su cocina, con su aliento acariciándoles la piel.

Fue entonces, mientras tomaba una profunda bocanada de aire, cuando el canario volvió a abrir los ojos.

—Esto no me ha pasado con nadie, Nora. Y, créeme, tampoco lo estaba buscando —susurró, tan cerca de su boca que dolía. Tener que resistirse al impulso de buscar sus labios por segunda vez aquella noche se sintió como una tarea imposible, pero Pedri volvió a hablar antes de que pudiera caer en la tentación—. Me has vuelto loco.

Una chispa de diversión saltó en las comisuras del chico, mas desapareció con rapidez, dando paso a una expresión más firme—una expresión que ella no fue capaz de codificar, que la dejó completamente congelada mientras él se disponía a continuar.

—Sé que necesitabas tiempo, que esto no es fácil para ti... pero no aguanto más. —Sonaba casi desesperado, como si llevara años aguantando aquellas palabras—. No solo me pillé de ti. —La determinación teñía su rostro, vibrante y casi abrumadora—. Estoy jodidamente enamorado.

Para ella, fue como si el tiempo se detuviera.

La anticipación que antes taladraba sus costillas estalló en una explosión de emociones, rebelde y confusa y desconocida. Repitió las palabras de Pedri una y otra vez en su cabeza—trató de buscar el engaño, la mentira, una señal que le dijera que tan solo lo había imaginado, pero la cruda sinceridad en los ojos del canario era absolutamente real.

Su voz se evaporó en un suspiro tembloroso. Sacudió ligeramente la cabeza, con la boca entreabierta y los pulmones atados en nudos.

Si antes le asustaba que su corazón escapara, ahora sabía que él lo había tenido en sus manos desde el principio.

Los sentimientos parecían tan grandes—tan hermosos que dolían. Le llenaron el pecho de algodón y nubes de azúcar, sellando todos aquellos agujeros que el tiempo y las circunstancias habían abierto en su interior. Y... y, por un momento, el miedo se esfumó; la sorpresa inicial se fue disipando poco a poco, y allí, en aquella cocina, las voces de la prensa se redujeron a un murmullo imperceptible, inexistente, opacado por la promesa secreta que encontró oculta en la mirada del canario.

—Te quiero —volvió a hablar el chico, rozando su nariz con la de Nora—. Te quiero —repitió aún más firme, más convencido, como si se estuviera asegurando de que aquellas palabras quedaran tatuadas en la mente de la morena—. Y ni de coña pienso dejarte ir sabiendo que tú también sientes lo mismo.

Nora ardía. Ardía como nunca antes.

El fuego se extendió desde la punta de sus pies, subió por sus piernas, escaló por su torso y se asentó en su garganta.

—Bésame —susurró entonces, arrastrada por aquella primitiva necesidad de estar cerca suya—. Bésame ahora o te juro que...

Pedri ni siquiera se tomó la molestia de escuchar su amenaza.

La atrajo hacia él, pegándola completamente a su cuerpo. La mano que antes había apoyado en su espalda baja escaló hasta la piel descubierta de su cintura; al mismo tiempo, la que había posado en su mejilla seguía sujetándole el rostro como si fuera a desvanecerse en cualquier momento.

A partir de ahí, sus instintos actuaron por sí solos.

Nora intentaba acercarse más y más al canario, aún cuando era físicamente imposible. No sabía exactamente cómo ni cuándo había pasado, pero Pedri terminó apoyado contra la encimera, con ella acorralándolo; a pesar de ello, el chico llevó ambas manos a su trasero, retomando el control. En algún punto, la chaqueta que Nora llevaba puesta acabó en el suelo, y él comenzó a quitarse las zapatillas con la ayuda de sus propios pies, sin interrumpir la fogosidad del beso en ningún momento.

De repente, cuando los brazos de la chica intentaron subir de manera instintiva hasta su cuello, el vaso que todavía seguía sujetando acabó estrellándose contra suelo.

Con los labios de Pedri acaparando toda su atención, ni siquiera se había percatado de que todavía lo tenía en la mano.

—Mierda —siseó la morena, dando un pequeño salto ante la sorpresa del impacto. Sin darse cuenta, se había aferrado a los hombros del chico, y solo entonces, cuando vio las zapatillas de Pedri desparramadas en medio del desastre de cristales rotos, notó que el canario ya se había descalzado—. Ten cuidado con...

Él ni siquiera la dejó terminar.

Sus manos se posaron en la parte trasera de los muslos de Nora, cargándola sin esfuerzo. Ella jadeó en respuesta, ahogando un gritito sobresaltado; aun así, sus piernas se anclaron instintivamente a la cadera del canario, quien calló sus siguientes palabras con otro de sus adictivos besos.

El plan de Pedri funcionó, pues la mente de la chica quedó completamente en blanco mientras la depositaba sobre la isla central de la cocina, alejándose de los trozos de vidrio.

Con los dedos enterrados en la nuca del chico, la morena luchó por seguirle el ritmo, pero acabó sonriendo contra su boca, incapaz de contener una carcajada ante lo absurda que era aquella situación. No tardó en sentir las comisuras de Pedri copiando a las suyas, elevándose por pura inercia; aun así, fue él quien finalmente la forzó a callar, atrapando su labio inferior entre sus dientes y dándole un suave tirón.

Las risas se transformaron en un jadeo involuntario. Un apretón firme en sus muslos, el cuerpo del canario entre sus piernas, sangre convertida en lava.

—¿Y Fer? —preguntó Nora, con la respiración entrecortada y el corazón en la garganta.

Pedri le había dado una tregua a sus labios, deslizando sus besos por su mandíbula. No respondió al instante, demasiado ocupado en trazar un camino por el cuello de la chica para finalmente llegar a su escote.

—No está en casa —murmuró contra su piel. Seguidamente, el muchacho llevó una mano a la parte trasera del cuello de Nora, plantando un beso en el punto sensible que había descubierto hacía tan solo un par de horas, justo detrás de su oreja. Logró arrancarle un gemido sin apenas esforzarse; satisfecho con su trabajo, susurró en su oído—. Puedes hacer todo el ruido que quieras.

La chica pudo sentir cómo sonreía, orgulloso y confiado contra su cuello.

Tiró ligeramente de su pelo, tratando de vengarse; sabía, sin embargo, que no era capaz de hacerle daño: —Imbécil...

Aquello no detuvo las ansias del canario, quien siguió repartiendo besos por cada parte de su piel. Tanteó cada esquina, cada lunar. Llegó peligrosamente cerca de sus pechos, todavía cubiertos por la tela de su top, y fue bajando más y más.

Mientras él seguía explorando, Nora ancló sus manos al borde de la isla en un desesperado intento por mantener la compostura. Los labios de Pedri seguían su recorrido por sus costillas, su estómago, la franja de piel ubicada justo encima de la parte superior de su falda. El maldito nudo que crecía en la parte baja de su estómago se apretó aún más cuando lo vio arrodillarse en el suelo, deslizando sus manos por sus muslos hasta llegar un par de centímetros más abajo de sus rodillas, donde comenzaban sus botas.

El chico no desatendió a sus piernas—más bien, les dedicó especial cuidado, adorándolas como si estuvieran hechas de oro. Trazó líneas abstractas con su lengua y plantó besos húmedos, masajeó la piel del interior de sus muslos y acarició de arriba a abajo con sus uñas, despertando escalofríos en su espalda. A un ritmo lento y tortuoso, Pedri comenzó a bajar la cremallera de una de sus botas, quitándosela con cuidado.

La respiración de Nora era cada vez más rápida, más pesada. Su pecho subía y bajaba sin control, y no podía evitar retorcerse en su lugar, sintiendo unas inmensas ganas de llegar más allá. Sus mejillas se tintaron de rojo mientras mordisqueaba su labio inferior, buscando la manera correcta para transmitirle a Pedri sus deseos; no obstante, los nervios—combinados con una buena dosis de inexperiencia—estaban ganando la batalla.

—¿Qué pasa? —El tono vacilón del canario la sacó de sus pensamientos; por la manera en la que la observaba, era evidente que había notado su inquietud—. ¿Mi cocina no es lo suficientemente cómoda para la princesa?

Pedri le sonrió desde abajo, enarcando una ceja con un claro deje de burla mientras plantaba un beso en su pantorrilla. La morena tan solo pudo soltar un bufido, pensando que quizás aquello la ayudaría a disimular su sonrojo.

—No lo sé, —Tomó una profunda bocanada de aire, en busca de la valentía necesaria para soltar su siguiente comentario—, solo creo que la cama de un futbolista debe ser más cómoda.

Sus palabras fluyeron con menos fuerza de la que le hubiera gustado, como si estuviera contando un secreto. Aun así, fueron suficientes para despertar una nueva llama en los ojos del chico.

El efecto fue instantáneo.

De pronto, Pedri le quitó la segunda bota con una maestría que la dejó boquiabierta; posteriormente, tiró de sus piernas, forzándola a bajar de la encimera. El chico se incorporó en menos de un parpadeo, palmeando la parte trasera de los muslos de Nora para indicarle que diera un pequeño salto y entonces, como si no pesara nada, la volvió a cargar de la misma manera que antes, buscando su boca y atrapándola en un beso incluso más intenso.

El trayecto desde la cocina hasta la habitación del canario transcurrió en imágenes borrosas. Nora ni siquiera podía concentrarse en sus alrededores, pues todos sus sentidos giraban alrededor del canario que la llevaba en brazos por las escaleras. Los dedos de Pedri se aferraban a su piel como anclas, cada beso era más fogoso que el anterior; ella perdía el control de su mente, de su propio cuerpo, y no podía evitar reír como una niña mientras el chico luchaba por abrir la puerta de su cuarto, pues se negaba a separarse de sus labios.

Cuando finalmente sus pies tocaron el suelo de la habitación, se dio cuenta que la promesa de "solo hablar" había quedado en el olvido tan pronto como puso el primer pie dentro de aquella casa.

Pedri se sentó en uno de los bordes de la cama, llamándola con voz ronca: —Ven.

El castaño hizo un discreto movimiento con su mentón, indicándole que se acercara.

La mirada que le dedicó, escaneándola de arriba a abajo mientras se relamía los labios, fue suficiente para estremecerla. La respiración de Pedri era tan rápida como la suya, tenía el cabello hecho un desastre y la camiseta arrugada, y Nora juró que no podía lucir más guapo que en aquel instante, con la discreta sombra de su barba y las pupilas dilatadas. Le costó reaccionar, creyendo que las rodillas iban a fallarle si intentaba caminar; sus pies, sin embargo, acabaron moviéndose por cuenta propia.

Acabó subida a su regazo, con una pierna a cada uno de sus costados.

Pedri, por su parte, tomó un rumbo diferente al que había estado llevando.

Sus fuertes manos le quitaron protagonismo a sus labios cuando empezaron a pasearse por el cuerpo de la morena. Comenzó por su cintura, envolviéndola con firmeza antes de bajar a sus caderas; continuó por su espalda, dibujando un camino invisible a lo largo de todo su columna, hasta llegar a sus hombros. Para cuando se dispuso a acariciar los costados de su cuello, Nora ya había cerrado los ojos, tirando la cabeza hacia atrás mientras disfrutaba de cada tacto, cada roce, de los pequeños surcos de fuego que los dedos del canario despertaban en su piel, de la nube de intimidad que intoxicaba a sus pulmones.

Sabía que él la estaba observando—sentía su mirada quemándole el rostro, tan poderosa como el tacto de sus manos. También podía sentirlo debajo de ella: la creciente erección del canario rozando contra su centro, a través de la ropa. La fricción era cada vez más asfixiante, más insoportable, y entonces sintió que Pedri comenzaba a jugar con la tela roja de su top.

—¿Puedo?

Lo escuchó murmurar al ras de su oído, mientras colaba sus manos por debajo de la prenda.

No tardó en entender lo que le estaba pidiendo.

Nora levantó finalmente los párpados, buscando la mirada de Pedri. Se topó con un juramento oculto, la promesa de parar tan pronto como ella lo decidiera. , habían tenido episodios acalorados en Catar, pero ni siquiera se habían visto totalmente desnudos y... y ella jamás le había enseñado su cuerpo a nadie.

En aquel momento, sin embargo, supo que no le importaría compartir hasta su más íntimo secreto con él.

Así que asintió, sintiendo que su corazón taladraba sus costillas cuando el canario empezó a quitarle la prenda poco a poco, con una delicadeza que la dejó extasiada. Tuvo que resistirse al instinto de cubrirse a sí misma cuando sus pechos quedaron descubiertos—cuando las pupilas de Pedri se deslizaron por la totalidad de su torso, saboreándola con nada más que una mirada.

Las manos del castaño volvieron a trepar por su espalda, esta vez sin ningún tipo de barrera. Encontró sus ojos una vez más, y el café de sus iris centelleó con una mezcla de deseo y ternura, de fuego y cariño y miles de cosas más que, con la boca seca y estómago revuelto, Nora no era capaz de descifrar.

—Me ha tocado la chica más perfecta de todo el puto mundo —murmuró el chico, dedicándole una de esas sonrisas radiantes y sinceras que solo él sabía esbozar.

Los nervios se disiparon al instante.

Esta vez, fue Nora quien se lanzó a sus labios, abrazándose a su cuello con puro ímpetu. El impacto causó que Pedri acabara tumbado en la cama, atrayéndola a él para posicionarla sobre su cuerpo.

No recordaba exactamente cuándo fue que acabó con Pedri encima suya. Tampoco supo cómo fue que el canario se había quitado la camiseta, ni mucho menos cómo se las arregló para deshacerse de su falda sin apenas separarse de ella.

Los dedos de Nora examinaban la dura superficie del torso de Pedri mientras él se disponía a dejar un par de marcas más en su cuello. Bajaban lentamente, inexpertos pero curiosos, y no podía evitar admirar la manera en la que los músculos de su abdomen se tensaban incluso cuando apenas lo tocara. Sintió, sin embargo, que el chico recuperaba la delantera en cuanto empezó a masajear el interior de sus muslos—tan pronto como elevó una de sus piernas hasta el nivel de su cadera, logrando que sus centros quedaran peligrosamente alineados.

Se derritió entre sus manos al sentir los dedos de Pedri rozando vagamente la tela de sus bragas. El contacto fue breve, tan breve que parecía accidental, pero ella lo conocía a la perfección: todo lo que Pedri hacía era intencional, sabía exactamente cómo volverla la loca. Soltó un gemido necesitado; elevó la pelvis de manera inconsciente, en busca de su tacto, pero Pedri empujó sus caderas hacia abajo, pegándola al colchón.

—Nora...

La llamó con aquel tono bajo, grave y aterciopelado—como si estuviera advirtiéndole que parara, como si intentara poner los frenos. Por la manera en la que la sujetaba, era evidente que se estaba conteniendo; aun así, ella hizo caso omiso, escurriendo sus manos hasta la parte más baja de su abdomen para rozar la cremallera de su pantalón.

No obstante, su plan no funcionó, pues Pedri atrapó sus muñecas antes de que pudiera continuar.

—Cariño, escúchame. —Subió una de sus manos hasta la mandíbula de Nora, guio ligeramente su cabeza hasta que pudo mirarla a los ojos—. Tú marcas los límites, ¿vale? Llegaremos hasta donde tú quieras.

Habló con absoluta firmeza, con sinceridad.

No había ni un solo rastro de duda en su semblante.

Una vez más, y esta vez con palabras, Pedri le estaba dando vía libre para marcar las reglas, tal y como lo había hecho al principio de su relación falsa.

Pero Nora no quería parar.

No quería más barreras, ni pausas, ni excusas para escapar. Estaba allí porque quería, porque tenía el pecho tan lleno de él que no podía imaginar un escenario en el que pudiera volver a decirle que no, que aquello no era lo correcto. Pedri la había desarmado pieza por pieza, como a un rompecabezas, y estaba dispuesta a dejar que lo volviera a hacer una y otra y otra vez.

Lo necesitaba cerca de ella, con ella, en ella. No había vuelta atrás, y tampoco deseaba que la hubiera.

—No más límites —murmuró contra sus labios, rozando su nariz con la del canario. Se abrazó a sus hombros, atrayéndolo más a su cuerpo—. Te quiero a ti.

Y Pedri cumplió sus deseos, poniéndole el mundo patas arriba.

Era magnetismo en estado puro, dopamina inyectada en vena. El chico actuó con maestría, deslizando la última prenda por las piernas de Nora hasta dejarla completamente desnuda.

La veneró como aquella vez en Catar, tocándola donde más lo necesitaba.

Parecía que conocía su cuerpo a la perfección, sus puntos débiles, el ritmo que la hacía gemir y la presión exacta para sacudirla de pies a cabeza, con dos de sus dedos enterrados en su interior. Murmuraba palabras de aliento en el oído de Nora mientras se aseguraba de mantener sus piernas abiertas, dulces e íntimas y envueltas de una pasión y una carga emocional que no hacía más que aumentar el calor y la humedad entre sus piernas.

—¿Sigues conmigo? —lo escuchó preguntar con diversión.

Llevaba ya un tiempo incapaz de reaccionar, subordinada completamente a su tacto. No pudo hacer otra cosa más que clavarle las uñas en la espalda como respuesta. Al levantar los párpados por primera vez en varios minutos, se topó con su sonrisa ladeada y los mechones de cabello castaño que caían por su frente. Justo entonces, cuando Nora pensaba que no podía sentirse mejor, Pedri presionó su mano libre contra la parte baja de su abdomen, mientras sus dedos se curvaban en su interior.

Ella juró que podía tocar las estrellas.

Pedri.

Gimió su nombre, con la mente totalmente en blanco y la espalda arqueada.

—Dilo otra vez.

—¿Qué? —preguntó confundida, empleando todo su esfuerzo para mantener los ojos abiertos.

Notó un brillo diferente en la expresión del canario—un ligero cambio que lo hacía lucir incluso más masculino, más atractivo.

Aquella imagen fue suficiente para volverla a dejar sin aliento.

—Mi nombre —explicó escuetamente—. Dilo otra vez.

Al terminar de hablar, el chico rozó el punto más sensible de su centro con la yema de su pulgar. Ese simple le arrancó otro jadeo, dejándola boquiabierta.

—Joder...

—Ese no es mi nombre, Nora.

No supo exactamente qué fue lo que se apoderó de ella en aquel instante.

Quizás fue su orgullo, o su terquedad, u otro de esos juegos de dominio que nunca podía ganar contra Pedri. Fuera lo que fuera, se atrevió a bajar una sus manos hasta la erección del canario, acariciándolo por encima de la tela.

Sintió que el cuerpo de Pedri se tensaba, escuchó el bajo gruñido que escapó de su garganta, notó la tensión acumulada en su mandíbula. La morena no fue capaz de aguantar una sonrisa al verlo reaccionar de aquella manera, contenta de saber que ella también podía afectarlo.

—Tendrás que esforzarte más si quieres que lo haga —susurró, empleando aquel tono travieso que había aprendido de él.

Lo vio reír, y creyó que aquello era mejor que cualquier otra cosa.

—Cada vez estoy más seguro de que quieres matarme.

Pedri ni siquiera la dejó responder.

Actuó rápido, levantándose de la cama para poder quitarse los pantalones y los calzoncillos sin dificultades. Le dedicó otra sonrisa gatuna mientras abría el cajón de su mesilla de noche para sacar un pequeño paquete plateado.

Nora se incorporó sobre sus codos, barriendo a Pedri con la mirada mientras se deshacía del envoltorio del condón. No pudo evitar admirarlo—pasear sus ojos por la anchura de sus hombros, su cadera estrecha, sus piernas trabajadas por el fútbol, la bonita forma de "V" que terminaba en su miembro.

Era la definición de un buen atleta, el ejemplo de una obra de arte. Le costaba reconocer cómo es que se las había arreglado para terminar allí, junto a alguien como él.

Si el canario había notado la manera en la que lo estaba ojeando, al menos no dijo nada. Nora pudo identificar el vestigio de una expresión vacilona, pero no tardó en ser reemplazada por una más seria, más íntima y suave, mientras volvía a colocarse sobre ella.

Su corazón palpitaba al ras de sus tímpanos, cargado de anticipación, y entonces el miembro de Pedri rozó la entrada de su centro.

Los nervios la atacaron de repente, sin previo aviso, colándose en cada uno de sus músculos; los sentía en la boca de su estómago, en su pecho, en su garganta.

Después de todo, jamás había tenido relaciones con nadie—era una novata, y sabía bien que Pedri era todo lo contrario. Las dudas plagaron su mente mientras anclaba las uñas en las sábanas, tensa hasta la médula.

Le aterraba cagarla, y sobre todo le aterraba pensar que estaba a punto de darle una de las partes más privadas de su ser a otra persona. Confiar no era un término al que estuviese acostumbrada, y lo cierto era que nunca se había imaginado a sí misma llegando hasta allí, con el corazón en la manga, preparada para dejarlo ir.

—Ey, mírame. —Fue el tacto de Pedri lo que la trajo de vuelta a la realidad. El chico acarició su ceño con la yema de su pulgar, aliviando la tensión acumulada entre sus cejas—. Tranquila... Solo soy yo. —Plantó un pequeño pico en sus labios, deslizando su mano hasta su mejilla antes de continuar—. Necesito que te relajes.

Tras soltar un suspiro, y sabiendo que aquel era el único método que conocía para desconectar, a Nora no se le ocurrió otra cosa más que besarlo.

Fue... tierno, íntimo y dulce—igual de bueno que el resto de besos que habían compartido, pero infinitamente más personal. Pedri supo exactamente qué hacer para calmarla, hasta que la ansiedad se disipó por completo y el deseo volvió a apoderarse de su cuerpo.

Finalmente, tras un par de minutos, Nora se separó de los labios del canario. Plantó unos últimos picos desde su comisura hasta su mandíbula, antes de buscar sus ojos.

Tan solo asintió, dándole a entender que estaba lista, que quería hacerlo.

Él la entendió sin necesidad de palabras, devolviéndole el gesto en silencio.

El chico se dispuso a posicionar su miembro al ras de su entrada y, con un último ajuste a las caderas de la morena, encontró la postura correcta. Nora se percató de que fricción y el roce eran ciertamente agradables, y entonces tomó una última bocanada de aire, anclando sus brazos en la parte trasera del cuello de Pedri.

—Si necesitas parar, dímelo —le recordó él, esperando a que Nora le diera el visto bueno antes de actuar. Ella volvió a asentir; aquello, sin embargo, no fue suficiente para Pedri, quien sacudió la cabeza—. En voz alta, amor.

La morena suspiró una vez más, enterrando los dedos en el cabello de su nuca: —Vale.

Una vez obtuvo la respuesta que quería, el chico volvió a ajustar su posición.

La espera la estaba matando, tenía la boca seca y el pulso desbocado, y entonces lo sintió entrar paso a paso, sin brusquedad, como si tuviera miedo a quebrarla.

Nora no se dio cuenta de que había estado aguantando la respiración hasta que sintió el miembro de Pedri completamente enterrado en ella. Echó la cabeza hacia atrás, apretando los párpados con fuerza mientras trataba de disimular una mueca de dolor. La sensación de estar llena por primera vez en su vida era... extraña, nueva y completamente desconocida, acompañada de un leve pero molesto escozor al que le costó acostumbrarse. Aunque el canario había hecho todo lo posible por prepararla antes de llegar a aquel punto, no podía negar que la presión que ejercía en su vientre fue inicialmente abrumadora.

—¿Estás bien?

La voz de Pedri sonaba como un eco lejano, pero arrullador. Sonaba tenso; sus manos sujetaban su cintura con más firmeza, como si estuviera empleando todo el esfuerzo del mundo para evitar moverse. La preocupación, sin embargo, era lo más evidente en su tono.

Y entonces, como por arte de magia, el ardor empezó a transformarse en placer.

De pronto, sintió mariposas en su ombligo, una sensación placentera que la obligó a expulsar un jadeo tembloroso. Aquella posición le permitía sentirlo entero, como si fuera parte de ella, y finalmente logró identificar un conocido hormigueo escalando por sus venas—aquel que le pedía más, el que se instalaba en cada centímetro de su cuerpo cuando Pedri estaba cerca.

—Muévete, por favor —le pidió en un suspiro.

Aquel fue todo el permiso que Pedri necesitó.

Echando sus caderas ligeramente hacia atrás, el canario salió de ella para después volver a entrar de una sola estocada. Marcó un ritmo estable, ni muy lento ni muy rápido, y cada caricia de su miembro contra las paredes de su interior se sentía mejor que la anterior. Comenzó como una mezcla de deseo y dolor, de la forma más carnalmente satisfactoria, y de repente solo quedaba el deleite—su boca se llenó de gemidos ahogados, sus ojos rodaron hasta la parte trasera de su cabeza por obra del placer.

El nudo entre sus piernas crecía más y más, al compás de las embestidas de Pedri, y ella sentía que tocaba el cielo cada vez que lo escuchaba jadear, cada vez que enterraba su rostro en el hueco entre su hombro y su cuello.

Ya ni siquiera sabía dónde terminaba él y dónde empezaba ella.

—Pedri...

Trató de hablar, de decirle lo bien que se sentía, pero había olvidado cómo formular sus palabras.

No era capaz de hacer otra cosa más que aferrarse a su cuerpo como si fuera un salvavidas.

—Lo sé —respondió él a mitad de un gruñido, pasando a sujetar sus caderas en un férreo agarre—. Lo sé, yo también lo siento.

En cuanto Pedri volvió a esconder el rostro en su cuello, Nora actuó de manera instintiva, pegando su frente a la sien del canario.

Lo necesitaba cerca, tan cerca como fuera posible, y, cuando el muchacho cambió de posición, rodando sobre el colchón y llevándola consigo para colocarla encima suya, comprendió que él también quería lo mismo.

Pedri se incorporó, apoyando la espalda contra el cabecero de la cama. La atrajo hacia su cuerpo, tanto como era posible, y siguió embistiéndola a un ritmo más rápido, guiando firmemente su cintura para enseñarle cómo moverse sobre él.

Eran un desastre de piernas entrelazadas, vaivén de caderas, aire caliente y piel de gallina. Nora no podía pensar, no podía hablar, no podía concentrarse en otra cosa que no fuera él—él y la mano que había posado en su nuca para mantener sus rostros cerca, muy cerca; él y el marrón de sus ojos, como caramelo derretido alrededor de sus oscuras pupilas.

Sabía bien que estaba al borde del colapso.

La explosión era inminente. Podía rozarla con la punta de los dedos le arrebataba el aliento, y la manera en la que sus piernas temblaban delataba la intensidad arrasadora de aquel futuro orgasmo. Escuchaba a Pedri hablar, murmurar más palabras de apoyo contra sus labios, y sabía bien que iba a romperse, que no podía retroceder el tiempo, y que tampoco lo cambiaría por nada.

Y entonces el chico escurrió una mano hasta su centro, dibujando pequeños círculos en su clítoris sin detener sus movimientos y... y el nudo finalmente se deshizo.

Para Nora, el clímax se sintió como una pequeña muerte.

Petite mort—un término francés que había leído en alguna parte, sin razón ni motivo, cuando menos lo buscaba. La "pequeña muerte" hacía referencia a un estado de desvanecimiento que se experimenta en ocasiones, al alcanzar un orgasmo intenso.

Recordaba haber escuchado que se trataba de un mito, que solo era una manera más dulce para referirse a aquel momento durante el sexo. Era casi romántico; dos palabras que incluso se había planteado usar en alguna de sus canciones, a pesar de no haberlo experimentado jamás.

En aquel instante, entre los brazos de Pedri, comprendió que era real.

Porque el mundo se tiñó de negro durante unos segundos—porque sintió que levitaba, que viajaba a otro plano donde solo existían ella y él. Y de repente aparecieron los colores, la calidez en el pecho, la euforia.

Supo que Pedri también lo había alcanzado cuando sintió que sus brazos se envolvían alrededor de su torso, aprisionándola contra su cuerpo.

En medio de su embriaguez, llegó a creer que los dedos del canario acabarían dejando marcas en su piel. Lo cierto, sin embargo, era que no le importaba.

—Te quiero.

Las palabras de la chica salieron como un murmullo imperceptible, un mero balbuceo opacado por obra del cansancio. Aun así, comprendió que Pedri la había escuchado cuando plantó un pequeño beso en la piel desnuda de su hombro, respondiendo en silencio.

En ese preciso instante, Nora Crespo juró que sería capaz de morir mil y una veces más con tal de volver a llegar a aquel paraíso.

𓆩 ♡ 𓆪





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oo. ▇ ‧‧ . ༉‧₊˚ 𝒂𝒖𝒕𝒉𝒐𝒓'𝒔 𝒏𝒐𝒕𝒆 ... ❜

bueno... espero que la lectura haya sido amena, porque escribir esto ha sido todo un reto JAJAJAJAJAJ

btw, escuchen la canción "a little death" de the neighbourhood si quieren sentir el mood de este capítulo. es la canción que más escuché mientras lo escribía. (;

aunque también vimos un poco de los sentimientos de Gavi en la primera parte del capítulo (me gustaría leer sus opiniones al respecto jiji), está claro que lo más relevante de este capítulo es la confesión de Pedri y su primera vez con Nora. fue extremadamente difícil escribir esta parte del capítulo, e incluso llegué a pensar que tenía un bloqueo, pero finalmente pude llegar al final y espero haber hecho un buen trabajo. esta es la primera vez que escribo una escena de sexo completa y, aunque evidentemente es explícita, traté de mantener algo de intimidad y delicadeza en cuanto a los sentimientos de Nora, pues fue un momento muy significativo tanto para ella como para Pedri.

hablando de Pedri, estoy pensando en volver a escribir otro capítulo desde su punto de vista. ¿qué opinan? ¿les gustó el que hice una vez?

por otro lado, quería comentarles que tenía pensado que esta fuera la única escena de sexo extensas (o una de las únicas) en esta historia, así que quisiera saber qué piensan al respecto. mi idea es seguir escribiendo varias escenas subidas de tono a lo largo de los siguientes capítulos, pero no quiero que se hagan repetitivas y mucho menos incomodar a nadie.

en otras noticias, aviso también que la historia de Pablo y Ana ya está publicada en mi perfil bajo el nombre de «HEARTBURN», por si quieren echarle un vistazo. (;
«HEARTLESS» seguirá siendo mi prioridad hasta que la termine, por lo que no tengo pensado actualizar muy seguido la fic de Gavi; aun así, me gustaría que se pasaran por ella si están interesadas. ♡

para terminar, me gustaría pedirles recomendaciones sobre escenas que quieren ver entre Pedri y Nora ahora que por fin han expresado sus sentimientos. tengo un drama planeado para más adelante, sí, pero tenía pensado escribir algunas escenas más entre ambos, para que por fin puedan ser felices JAJAJAJAJ

en fin, eso es todo. muchísimas gracias por la espera y por las 120k lecturas. les juro que todavía me cuesta creer el apoyo que le dan a esta historia y no saben lo mucho que agradezco sus interacciones.

¡dejen un comentario, voten y compartan!

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