๑ O2 ┊ ❝ Pasado ❞

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     Corre. Escóndete. Guarda silencio. Cubre tu boca y no emitas sonido alguno. ¡Vamos! ¡Defiéndete, maldita sea! Yun está enojado. Ríe por favor. Cuídame. Esquiva la silla. ¡Muévete! Abraza a tu peluche. Date la vuelta. Te quiero, hermano...

    Las distintas voces se mezclaron en su cabeza, combinadas entre llantos llenos de amargura, carcajadas que rayaban la locura y gritos que deseaba callar en ese instante. La mujer apretó los ojos y golpeó los costados de su cabeza mientras suplicaba que el ruido cesara.

    « Él lanzó la silla. No. Yo estaba en mi habitación jugando. Tampoco. Me escondí bajo la mesa. Eso ni siquiera estaba cerca. ¿Qué es qué? ¿Acaso sucedió de esa manera? En lo absoluto. »

     Aquellas carcajadas aumentaron el volumen, podía sentir las vibraciones en su cuerpo con cada retumbar en la habitación, donde sentía que estaba encerrada sin escapatoria. Todo a su alrededor comenzó a dar vueltas, las paredes parecían reducir el espacio con el pasar de los minutos, así que dedujo que moriría aplastada en su propia casa. Entonces decidió levantarse de la cama y escapar aunque sus piernas temblaran y todo se encontrara al revés.

     Al salir de la habitación pudo aspirar aire fresco y la oscuridad le pareció menos horrible afuera que en su habitación. Inhaló y exhaló para acompasar su respiración nuevamente y caminó el largo pasillo que daba hacia el salón. Las paredes llenas de rayones, cuadros con fotografías de ella y su hermano, individuales o juntos, le hicieron preguntarse el contexto de cada una, y la sensación de vacío volvió a llenarla.

     Las pesadillas hacían bien su trabajo. Mientras preparaba una taza de té en la cocina, apoyó sus manos sobre la barra, ocultando la cabeza entre sus brazos para recobrar su tranquilidad y la poca cordura que se esforzaba por mantener con ella. Tenía presentes ciertas pesadillas de cuando era pequeña, y también la manera en que su hermano actuaba para consolarla después de estas. Seguramente en este momento ya estaría haciéndole compañía, incluso ofreciéndose para dormir con ella y velar por su sueño, y pensarlo hizo brotar un par de lágrimas de sus ojos al reafirmar que no tenía a nadie con ella que la hubiera amado tanto como Yun.

     El vapor a presión comenzó a salir por la boquilla de la tetera y Lian apagó el fuego inmediatamente realizando las siguientes acciones como un robot programado que no siente y carece de una vida que tenga sentido. Sentirse así la obligaba a plantearse la posibilidad de darse en la cabeza con algo para desmayarse un par de horas, o bien, no despertar. Lo último era drástico pero no evitaba pensar en la posibilidad. Se maldijo mentalmente y luego se dirigió al sofá con la taza humeante entre sus manos.

    Su sofá era cómodo, apenas y tenía tiempo para sentarse ahí. La rutina constaba de ir y venir a su departamento, básicamente solo para dormir, comía y se duchaba en comisaría todos los días y lo único que lo hacía llevadero era la convivencia con los demás agentes. A decir verdad, Lian nunca tuvo la oportunidad de formar sus propias relaciones interpersonales, y en el CNP parecía fluir como un río, sin dificultad alguna, como si siempre hubiese estado ahí; lo cuál le dejaba una sensación extraña.

     Mientras pensaba en ello, los retratos de su hermano parecían hablarle, los ignoró y exploró con la mirada el lugar. Si prestabas atención se trataba de un departamento amplio para estar en uno de los pocos edificios de la ciudad que aún no eran renovados, era viejo, requería bastantes reparaciones pero cumplía su función de acogerla aunque se sintiera extraña en medio de todo eso. Suspiró y subió los pies al sofá, abrazando sus piernas para intentar darse consuelo de alguna manera. La pregunta era ¿por qué lo necesitaría?

    Estaba segura de que se debía un par de disculpas respecto a varias cosas. Una de ellas constaba en su apego a todas las pertenencias de su hermano. A lo largo de ese año se planteó la posibilidad de hacer un proceso de depuración; idea que deshechó en cuánto lo pensó. La voz al fondo de su cabeza se lo reprochó, diciéndole que podría encontrar algunas respuestas que necesitaba, y claro que Lian le dio la razón, después de todo era una parte de ella más coherente.

[...]

     Los seres humanos se ven refrenados por sus propios pensamientos, como Horacio aquella noche pensando en la conversación que tuvo con Lian por la tarde en comisaría respecto a sus inquietudes. Ese innombrable día en la iglesia había dejado estragos en todos, en especial en ella, comprendía su necesidad por saber y consideró la posibilidad de desobedecer las órdenes de sus superiores para ayudarla como Lian lo hizo hacía tiempo. Seguramente no lo recordaba si le preguntara, y eso le hizo sonreír con amargura mientras miraba hacia el techo.

     Gustabo le dijo que ignorara aquello, que tarde o temprano Lian lo dejaría pasar y podrían seguir con sus vidas como si nada, pero Horacio sabía que no sería así. Yun Kalahari sabía cómo penetrarse en la vida de sus subordinados y víctimas, y aunque un tiempo estuvieron infiltrados en su mafia, sin duda fue un tormento para él. «Ver cómo tu hermano prefiere traicionar a la justicia, haciéndote a un lado, teniendo contigo a la chica que se suponía tenía un único objetivo que debías detener. ¿Qué cambió en ella? ¿Por qué Lian decidió ayudarme mientras estuve en The Union aunque todos supieran que yo no estaba hecho para pertenecer ahí?»
   
     Se dio pequeños golpes en las mejillas buscando espabilar, esparciendo todas las ideas locas que se le vinieron a la mente. Si lo pensaba mejor, Lian seguía siendo un misterio, ¿y quién podría descubrirlo? Una pregunta interesante, sin respuesta. Espacio en blanco.

     Lo que sí tenía claro era que debía ayudarla de una manera u otra. Yun nunca entró en la definición de amabilidad cuando se trataba de su amada mafia, la que con tanto esfuerzo asentó e hizo crecer. En más de una ocasión escuchó a los hermanos Kalahari pelear en la cocina, gritos, golpes y lloriqueos nunca faltaban en esa oscura casa, y le parecía imposible que la Lian de ese entonces fuera la misma que ahora. De alguna manera le recordaba a él mismo, era como ver su misma historia proyectada en otra persona; Gustabo, o mejor dicho Pogo, hizo algunas cosas que lo hirieron, alegando que eran por su bien, justo como Kalahari lo hizo con su hermana en ese entonces.

     Pensarlo le hizo experimentar impotencia, eclipsada en el hubiera. «Si hubiera ayudado a Lian, si le hubiera devuelto el favor, si la hubiera apoyado para escapar... »

     Era por esa razón que ahora tenía un combate interno, reflexionando si lo mejor era decirle la verdad o enterrarla para no hacerle daño. Cubrió su rostro con la sábana y pataleó al aire, frustrado por la encrucijada de no saber qué hacer o cómo actuar, las lágrimas inundaban sus ojos por el debate que tenía frente a él. Sabía que no todas las personas corren con la suerte de tener una vida estable libre de peligros, y ahora solo deseaba reparar un daño que no hizo.

     Así que dormir fue más tortuoso de lo que pensó. Al día siguiente que se levantó para ir al trabajo, pudo sentir un peso invisible sobre sus hombros que le hacía temblar las piernas, la punzada en su frente tampoco era buena señal y las tenues ojeras sembrarían preguntas en su amigo y todo aquel que le viera. Horacio no sabía mentir u ocultar cosas, posiblemente era una virtud o su mayor defecto en ciertas ocasiones, y bien sabía que ahora mismo odiaba aquella característica. Gustabo no tardó mucho en llegar para recogerlo, el rubio solía darse cuenta de todo a su alrededor, a veces preguntaba y otras prefería guardar silencio, por lo que el de cresta rogó mentalmente que esta ocasión fuera de esa manera.

     Terminó de vestirse rápidamente al oír el claxón del audi repetidas veces, dándose un último vistazo en el espejo del baño para asegurarse de que se veía medianamente normal. Al abrir la puerta y subir del lado del copiloto, el hombre a su lado resopló sonoramente y luego cerró los ojos, ordenando sus ideas antes de pronunciar palabra alguna. Horacio sintió cómo si le presionaran el cuello para matarlo lentamente.

—Volkov acaba de hablarme, dice que debemos acudir a su ubicación de inmediato –Si bien es cierto que el rubio era un tanto melodramático, esta vez parecía hablar en serio. Horacio parpadeó varias veces, asimilando lo que le acababa de decir e imaginando un sinfín de posibilidades detrás de la solicitud del comisario.

—¿ Y qué estamos esperando? ¡Venga ya, acelera! –Demandó, un poco exaltado logrando transmitir esa sensación de inseguridad a su amigo, quién obedeció y puso en marcha el vehículo.

     El tiempo parecía transcurrir verdaderamente lento aunque la realidad fuera que iban a un exceso de velocidad lo suficientemente alto como para una multa, así que esperaban no encontrarse con algún parquimetro andante. La primera razón, no llevaban un auto oficial, y la segunda porque no estaban de servicio y por ende, no llevaban uniforme o su reglamentaria. Era más como una emergencia a la que deben acudir amigos y no policías, eso fue lo que interpretó Gustabo por el tono de voz con el que lo llamó Volkov. Ahora mismo se debatía algo similar a Horacio: ¿Era correcto seguir ocultando la verdad? Apretó el volante entre sus dedos, aferrándose a este como si tuviera las respuestas que necesitaba para resolver el conflicto que de alguna manera le concernía a un par de personas, sobretodo a la asiática que, sin admitirlo, se ganó su cariño.

     Lian era la segunda persona después de Horacio que nunca se atrevió a juzgarlo, quizás porque su vida era un manicomio también, solo que distinto al de Gustabo.

—Hemos llegado, baja rápido mientras yo aparco el coche –sugirió y Horacio obedeció. Lo observó cruzar la calle hasta esa cafetería donde se encontraban Volkov y Lian. Por la distancia no podía ver lo que sucedía, pero supuso que era relacionado a la mujer, así que dejó el auto ahí mismo y bajó de inmediato. Era policía, podría procesar la denuncia él mismo y así no tendría consecuencias, qué más daba.

     Dentro del establecimiento pareció que se armó un espectáculo. Los civiles miraban preocupados a Lian y a los dos oficiales, y con su llegada las miradas recayeron sobre él, instó a que todos siguieran en lo suyo y se acercó a un lado de la pelirroja, preguntando sobre lo sucedido.

     No hizo falta responder, lo vio por él mismo. La mujer hiperventilaba con su mirada perdida en algún punto del piso, apretaba las manos del comisario y su amigo en un intento por no caer a algo desconocido. Lian veía delante de ella un abismo, oscuro, sin un fondo visible que le asegurara que la caída no era muy larga y dolorosa. Los tres entendían y dispuestos a ayudarla intentaron moverla pero ella se negó. 

—Lian reacciona por favor –Horacio la llamó en un murmuro y acarició su cabello. No fue suficiente, estaba inmersa en su cabeza, en algo que la hacía mantenerse temblorosa y con dificultad para respirar. Lejos de encontrar tranquilidad, Lian escuchó una voz grave que le hablaba con energía, retumbaba en sus oídos y la sensación era familiar, solo que no sabía relacionar de dónde o cuándo. Todo a su alrededor se esfumó, sólo era ella y el hombre de pie sin rostro que la llamaba por su nombre.

—¡Lian, vamos! Debemos hacer algo más –exclamó Gustabo con notable preocupación mirando fijamente la expresión vacía en el rostro de Lian.

—Se ha tranquilizado un poco –La respiración de la pelirroja se hizo más acompasada conforme aquel hombre en su mente acariciaba sus mejillas, justo como un deja vu. Volkov sintió alivio y dirigió su mirada hacia los dos subinspectores–. Necesito que se queden con ella, yo los cubriré el día de hoy.

—Pero Volkov, hay muy pocos agentes como para darnos el lujo y...

—No se preocupe Gustabo, nos encargaremos de alguna manera, por favor, no la pierdan de vista –Lejos de una orden, sonó a amenaza, una que no estaban dispuestos a aceptar.

     Volkov se dirigió a pagar la cuenta de la cafetería y Gustabo y Horacio se encargaron de apoyar a Lian para que se levantara y dirigirla con cuidado al auto pata llevarla a descansar o dar la vuelta para despejarse. Se miraron mutuamente, sorprendidos por el actuar de la policía, desde un punto de vista ficticio podría parecer que ella era el títere que se dejaba manejar, aunque no estaba muy lejos de la realidad. Si por Lian fuera, se tiraría ahí mismo a dormir, pero lograba reconocer que en ese instante no se encontraba en todas sus facultades físicas y que debía ser apoyada, lo que le trajo tenues recuerdos con su hermano. De algún modo todo giraba alrededor de él y de experiencias vívidas que daba gracias por no recordar del todo aunque fuera lo único que quedara de Yun: el recuerdo.

     Yun le enseñó a su corta edad a hacer todo por sí misma. Debió ser autodependiente cuando Yun la dejaba sola por horas en casa, incluso cuándo él se encontraba ahí. Tuvo que forjar su carácter ante una amenaza constante como lo era su hermano.

     «Entonces, esa noche emití una risa por la aparente incompetencia de mi hermano, quién ha asegurado siempre que tiene a toda la ciudad en la palma de su mano, cuando me di cuenta de que no solo lo pensé, ya tenía la diestra de Kalahari apretando mis mejillas con la brusquedad suficiente para lastimarme, haciéndome callar de inmediato. Podía sentir sus dedos enterrarse en mi piel, como si quisiera romper mis muelas también. Él sabía lo mucho que odiaba ese tipo de enfrentamientos donde limitan mis posibilidades para escapar; no me gustaba acudir a los arañazos pero Yun sacaba ese deseo aunque terminara reprimiendolo. No debía caer tan bajo como él. Una extraña sonrisa se dibujó en sus labios, soltando mi rostro al instante en que chasqueó la lengua y eso solo podía significar una cosa: el infeliz tenía una idea con la que seguramente yo no estaría de acuerdo. »

     Su memoria pareció dar un portazo después de ese pequeño fragmento, algo así como "por el momento no entrarás más, hasta aquí puedes ver", y eso le hizo salir de sus cavilaciones para darse cuenta de que se encontraba en el auto de sus dos amigos. Los dos hombres la miraron por el retrovisor y apartó la vista con incomodidad hacia sus piernas, notando cómo sus manos temblaban aún. Escuchó a Horacio carraspear y a Gustabo tamborilear los dedos sobre el volante, dejando que el silencio entre los tres congelara el tiempo para hacerlo pasar más lento.

—Deberíamos dar la vuelta –Propuso Gustabo con entusiasmo. La idea de descansar le venía como anillo al dedo, se sentía agobiado por la cantidad de trabajo que tenían en los últimos meses.

—Tenemos que trabajar –respondió Lian en un hilo de voz, como si no quisiera que la escucharan porque en realidad tampoco quería trabajar, lo dijo meramente para descubrir qué tanto le insistían para terminar cediendo. Después de todo, ella era una simple alumna y ellos los subinspectores, cualquier cosa que hiciera era con su autorización.

—Volkov nos ha dado el día –Repentinamente la tensión del acontecimiento pasado desapareció. Ahora se trataba de tres personas buscando cómo divertirse en la ciudad, olvidando sus preocupaciones. A Gustabo le recordó a los viejos tiempos cuando hacían el tonto con Segismundo, y mientras Horacio hablaba suspiró con algo de tristeza.

—¿Están seguros de eso?

—Hombre, que sí –Gustabo respondió al encender el coche. Estaba dispuesto a revivir sus primeros días en la ciudad, el recuerdo era algo como su época dorada, y claro que se vio emocionado, podía sentir cómo su corazón palpitaba con rapidez y una amplia sonrisa se le dibujaba en los labios, acompañada de un brillo que iluminó sus ojos oceánicos. A su lado, el de cresta cerró los ojos y apretó los puños intentando canalizar su creciente felicidad y entusiasmo, soltando un "¡sí!" casi como un chillido. Y en los asientos traseros, Lian solo fue capaz de poner una expresión relajada para ignorar las inquietudes que llevaba encima.

       Si lo pensaba mejor, nunca experimentó en su totalidad la diversión. Su niñez se basó en obedecer a su hermano, al igual que su adolescencia, con la única diferencia de que llevó a cabo arduos entrenamientos físicos para mejorar su resistencia y ser de utilidad en el negocio. Así que no se iba a permitir amargarse el rato, intentó relajar sus hombros y cerró los ojos, dejándose llevar por el viento golpeando su rostro a la alta velocidad que llevaban. Horacio gritaba por la ventanilla y Gustabo reía a carcajadas, eso le ayudó a darse cuenta que Yun jamás sería la mitad de amigo y hermano que eran ellos dos.

[...]

     Víktor se estremeció al recordar el sonido de las ambulancias inundando el lugar al igual que sus latidos golpeando en sus oídos con una fuerza ensordecedora. Fue similar a la explosión que Gustabo provocó, pero meditaba en qué, de no ser por Michelle, habría sido peor. El edificio se desplomó con tal rapidez que en el momento se sintió como una pesadilla. A menudo le sucedía que era solo un espectador dentro de sus sueños, viendo cómo le sucedían un sinfín de cosas a sí mismo, y ese acontecimiento resultó ser algo como eso, solo que el daño no fue a él sino a personas que quería y apreciaba.

     Supuso que todo fue como una torre de naipes que es derribada con una simple corriente de aire.

     Dejó los papeles desperdigados sobre su escritorio y se recostó en la silla, meciéndose lentamente mientras miraba al techo como si este fuera a ofrecerle consuelo por la triste situación que estaban pasando. No sólo era problema de Lian, era de todos sus allegados, tal como una telaraña entretejida que se conecta de un lado a otro; una persona implicada llevaba a otra fuera de un modo bueno o malo. Necesitaba un urgente descanso, unas vacaciones para ser más exacto, no en la ciudad sino en su país natal.

     Extrañaba mucho el clima y todo lo que se le venía a la mente cuando pensaba en su país. Sin embargo, si pudiera regresar en el tiempo que su hermana estaba viva iría sin pensarlo. Las ambulancias en el día de la explosión no eran muy distintas a las que vio en aquella carretera cuando habló por última vez con Aleksandra. Esa opresión en el pecho sería la misma que sentía Lian cuando pensaba en su hermano mayor; entendió y consideró que podrían ser más compasivos con ella, después de todo él supo cómo y cuándo murió su hermana, y Lian no tenía idea alguna.

     Quería mucho a Lian, solo que Michelle Evans le dejó en claro que no era asunto suyo decidir qué información dar. Según la superior todo viene a su tiempo, pero ¿cuándo era tiempo de que Lian obtuviera sus respuestas? Eso le llevó a considerar la remota posibilidad de que intentara investigar si es que no lo estaba haciendo ya, y si fuera el caso no la detendría, si era la manera de ayudarla lo haría.

     Sus manos se dirigieron a su cabello y pasó los dedos varias veces por este para peinarlo e intentar disminuir la creciente punzada en su cabeza. Soltó un suspiro, dejando libre todo el aire que tenía dentro y se sintió más ligero, como en las nubes. El teléfono vibró e inmediatamente revisó el mensaje. Horacio se encontraba en el remitente, enviando una tierna imagen de la pelirroja divirtiéndose como nunca la había visto.

     Sonrió y su cuerpo fue invadido por una calidez que no tenía desde hacía tiempo. Sintió alivio por verla a salvo, ignoró el hecho de que la mente de la mujer estaba hecha añicos. Así que deseó que Lian decidiera seguir adelante sin indagar porque de esa manera se veía más feliz que nunca.

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