25.

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—No pensé que podría comer tanta pizza. —Jennie se tiró en la cama, riendo, y después sintió a Rosé acostarse a su lado, viéndola.

Sí, el día había llegado. La menor se acercó a besarla y después suspiró, apoyándose en el pecho de la otra. Hizo un puchero.

—Me iré a bañar, sólo me enjuagaré el cuerpo. —Jennie asintió nerviosa mientras dejaba ir a la castaña al baño, y ella suspiró nerviosa. Cerró sus ojos, respiró dos veces, y después vio sus figuras en el estante, parpadeando varias veces.

¿Las debería esconder? No sabía si Rosé se iba a sentir insegura si los funkos de DeadPool las veía fijo, si ese peluche, o todo, en su habitación. Tragó saliva nerviosa mientras carraspeaba, mentalizándose.

Sabía lo que iban a hacer, así que sólo respiró, exhaló, y vio la puerta del baño, donde había salido Rosé envuelta en una toalla. No era una imagen sana para ella, porque aunque ya tenía cierta y pequeña experiencia, el cuerpo de Rosé, Dios.

Abrió su boca ante la pequeña cintura, que se notaba por la apretada toalla, sus pechos, la forma en que la toalla dejaba ver el cuerpo de la otra, ese cuerpo.
Pero también su rostro, uno sonriente, lindo, esas mejillas, y Dios, volvió a bajar a esos muslos. Definitivamente, quería que esos muslos la asfixiaran.

Se levantó, carraspeando nerviosa, y se acercó a ella, temblando un poco. Volvió a respirar.

—¿Te sientes bien?

—Me siento perfecta, Jennie. —y también amada. La manera en que la menor la miró sólo con una toalla en su cuerpo la hizo sentir admirada, amada, apreciada. Rosé acunó su mejilla mientras se acercaba a besarla, sintiendo los tímidos labios de la otra corresponderla.

Dejó su capa tímida, para volver a su naturaleza dominante. La misma Jennie, esa que se sonrojó apenas al verla, la tumbó en la cama mientras deshacía el nudo de la toalla que cubría su cuerpo, y apenas la abrió, tragó saliva.

Podría hacer todo un libro de la maravilla de cuerpo que tiene Roseanne, esa piel suave, pálida, aterciopelada que se dejaba moldear cuando la apretaba, como lo hacía en ese momento con su cintura. Se acercó a besar su vientre, dejando un beso húmedo, y después comenzó a bajar poco a poco hasta su centro.

No iba a mentir, Rosé estaba más mojada que Jesús bautizado en el Río Jordán, la humedad de su coño haría un río que varios podrían nadar, que iba a combatir la sed del mundo e iba a eliminar la sequía de México.
Y justo, que Jennie le esté haciendo el mejor oral de su vida, no ayudaba mucho a hacerlo seco.

Si la primera vez lo hizo excelente, ahora con práctica, Rosé enredó sus piernas en la cabeza de Jennie y comenzó a gemir un poco más fuerte, casi felicitándola por el excelente trabajo que le estaba haciendo porque de verdad, esa lengua, estaba bendecida.

La forma en la que acariciaba el clítoris de una forma tersa, pero después suave, cómo lo chupaba, cómo llevaba esa lengua a sus labios, cómo, podía chupar casi todos sus fluidos. Esa boca hacía maravillas, demasiado.

Más caricias que aumentaban el calor, cómo sentía que poco a poco le faltaba el aire y se le apretaba el vientre, y justo, esos dedos que comenzaron a acariciar su clítoris fue lo que la hicieron gemir más alto, alzar su pecho, y dar pequeñas convulsiones mientras sus manos apretaban la cobija de una forma fuerte.

Había sido delicioso, exquisito, todo lo del mundo, de verdad, esa chica que ahora le sonreía tierna mientras acariciaba su cintura, le había dado ese orgasmo tan fuerte que se sintió levantar de la cama por un rato al recibirlo. Le sonrió, acariciando su cabeza.

—Te amo mucho, Jennie. —la otra se acercó a besarla, y sintiendo su propio sabor en su boca, la abrió más, comenzando a dejar que sus lenguas se acaricien al mismo tiempo que sus pieles.
Oh, si, su piel, esos centímetros ahora se estaban frotando contra su coño y estaba gimiendo, como si para entrar tuviera que sufrir un infierno.

Cuando el verdadero infierno era que aún no lo había metido, que todavía no lo estaba sintiendo.

Se separó un poco para verla a los ojos, después de quitarle su camisa y bralette, para besar sus pechos de forma suave, haciendo a la rubia gemir. Después habló.

—Lo voy a meter, ¿está bien? —Rosé asintió repetidas veces, pero la otra la vio— Necesito que me lo digas, Rosie.

La otra sólo sonrió.— Puedes meterlo, Nini. —dijo, abriendo más sus piernas, pero no hubo necesidad porque la pelinaranja ya las había separado, estaba apretando sus muslo y antes de entrar, llevó una pierna a su hombro, donde comenzó a lamer esa piel, besar.

La castaña se sonrojó, sonriendo, pero el sentir cómo poco a poco Jennie iba entrando, achicó un ojo. Esa polla, la que tenía dentro, era un 10 de 10. Rosé mordió su labio pero falló al sentir que la otra metió todo de una, y Dios, era todo, era todo lo que quería, lo que había pedido y lo que deseaba, a la chica y a su carga.

Las venas, palpitante, cálido, grueso, grande, que ocupaba espacio y podía apretarlo entre sus paredes, haciendo a la rubia gemir por el movimiento de la otra. Sí, era excelente, para ambas.

Porque Jennie llevó su cabeza atrás, cerrando sus ojos y respirando con fuerza para aguantar más... No era tan fuerte, no era el soldado más fuerte de Dios, esas paredes cálidas, húmedas que la recibían eran demasiado, Jennie era demasiado para ella, pero ahí estaba. Jennie sólo la miró fija, acercándose. Carraspeó, tembló un poco, pero después habló, un poco segura.

Nayeon dijo, estaba a plena Rosé, iba seria con ella, y habían pasado mucho tiempo ya juntas, de esa forma.
Pero sintió que volvió a temblar a ver a la otra a los ojos, tan preocupada. La menor se acercó a ella.

—Nini, amor, sabes que si no te sientes cómoda podemos-

—Rosie, ¿quieres ser mi novia? —ahora la menor abrió su boca, arqueó sus cejas, y sin dudarlo ningún segundo se acercó a besar a la otra, riendo.

—Claro que sí, Jen, si quiero, obvio que quiero, yo. -—fue interrumpida por un beso, uno lindo. Unos brazos se entrelazaron en la nuca de la mayor, besos en su mejilla, y esta suspiró, aliviada. Ahora ella llevó sus labios a su frente, sonrió, pero volvió a tumbar a la menor en la cama.

Ahora, venía la buena parte. Rosé relamió sus labios al saber eso, así que sólo entrelazó sus piernas en la cintura de la mayor.

—Ahora fóllame, que tanto tú y yo hemos esperado esto por tanto tiempo... —la otra relamió sus labios, asintiendo, y Rosé se echó de nuevo, arqueando su espalda al sentir suaves estocadas.

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