8.

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Jennie no dijo nada más y sólo jugó Minecraft mientras Rosé la veía confundida, frunciendo su ceño.

Bien, no iban a coger ese día, por lo menos podría seguir tocando sus pechos y puede que un roce con ropas, pero, ¿REALMENTE IBA A DEJAR ESCAPAR ESA OPORTUNIDAD?
La menor la miró fija mientras esperaba que la otra la viera, y cuando lo hizo, ésta ladeó su cabeza.

—¿Quieres jugar Minecraft? —Rosé vio el control.

En sus tiempos libres jugaba ese videojuego con su hermanito menor, así que vio a Jennie.

—¿Puedo? No quiero destruir tu mundo... soy algo mala jugando. —en realidad, Rosé jugaba tal videojuego desde su lanzamiento y jamás se perdía alguna actualización para seguir 'en onda con su hermano', por lo que, en realidad, era una veterana del juego.
Sólo que, puede que, p-u-e-d-e, que quería que la mayor la sentara en sus piernas para enseñarle el juego.

La miró con los ojos más tiernos y controladores que podía poner.

Y realmente Jennie se estaba cuestionando si la chica frente a ella no tenía alguna especie de bipolaridad que hacía que fuera una ninfómana por un buen rato a ser una inocente. Sólo la miró, sonriendo nerviosa.

—Si quieres te enseño, ¿Jugaste ésta actualización?

—¡Wow, ¿el juego se actualiza?! —Jennie pensó que realmente Rosé no sabía nada, pero absolutamente nada del juego y en su mente creó otro escenario pervertido, pero lo borró al instante.— ¡Debes una maestra en el juego!

—Algo así...

Pero cuando la menor vio el mundo de Jennie, cerró sus ojos, frunció su ceño, y pensó.

Dios, me envolví completamente con una virgen.

Hasta un maldito castillo construido tenía la pelinaranja. Bien, sabía, Jennie se lo acababa de decir. Pasaba casi todo el día jugando videjouegos, leyendo cosas sucias, y literalmente gastando su tiempo, pero no esperaba que hasta ese punto. Mordió su labio nerviosa mientras escuchaba las instrucciones de la menor pero sólo podía pensar.

Una otaku. Estaba sentada en el regazo de una otaku. Suspiró mientras intentaba buscar algún olor malo en esa habitación pero hasta en eso la menor era malditamente tierna. Olía a gomitas rojas, y distinguió dos aromatizantes en puntos estratégicos de la habitación. Jennie no olía mal, ni su cuarto estaba desorganizado. ¿Qué clase de persona era?

Había recordado tanto la vez que había ido a la casa de un chico con las mismas apasiones que la rubia. Jugar videojuegos todo el día, leer mangas, y su comida favorita es la pizza.
Pero al momento de ver el entorno en que vivía el chico, las ganas de vomitar aumentaron tanto en ella que no pudo pasar un segundo más en esa habitación con cajas de pizza tiradas por ahí.

Así, que pensó. Debía dejar de pensar en forma negativa de la menor porque, por lo menos, se veía alguien consciente del espacio y cuidado personal. Se alivió, y por fin, pudo respirar con normalidad. Sólo siguió jugando videojuegos con la chica que trataba de platicar normal con ella, que contaba algunos chistes tontos, y bueno, Rosé puede que se sentía cómoda.

Aunque prefería totalmente que Jennie subiera y tocara, apretara y moldeara esos pechos a su gusto, que meta sus manos bajo su camisa y bralette y que hiciera lo que quisiera, pero al ver que estaba levemente nerviosa por tener sus manos en sus piernas, Rosé hizo un puchero.

Sólo se bajó de su regazo, sonrió, y besó su mejilla.

—Eres tan tierna, Nini, eres todo lo que una mujer quiere. —y el rostro sonrojado de la menor se le hizo mil veces más tierno, que chilló levemente.— ¡Dios, me encantas tanto!

Y Rosé sólo se quedó mirando ese rostro sonrojado, sus cejas arqueadas y sus mejillas abultadas. No era de juzgar; Jennie la mayoría de las veces tenía un rostro neutro que podía llegar a ser intimidante pero cuando sonreía se volvía en un osito que Rosé tenía tantas ganas de apretar entre sus pechos, que los acariciara con su boca y que con sus manos los tomara, lamerlos, morderlos, todo. Bueno, tal vez sus tiernas fantasías no lo eran del todo.

Sólo se imaginó ese rostro sonrojado cuando la estuviera montando, su rostro dócil lleno de placer, y sonrió. Se acercó, volviendo a apretar sus mejillas, mordiendo una pero volviendo a besarla, haciendo a la otra quejarse pero suspirar cuando sintió caricias en su cuello, uno de sus puntos débiles. Sólo se apoyo más en la cama, suspiró, y dejó salir un pequeño quejido que hizo a Rosé reír.

—Tengo tantas ganas de follarte en este momento, eres tan tierna.

—¿Po-por qué mi ternura te excita? —preguntó, riendo, pero titubeando y sonrojada. En ese momento, una gota de sudor bajó por su frente hasta su mejilla, cayendo en sus clavículas.
Rosé llevó sus labios a ese cuello y lo besó, haciéndola gemir.

Y ese gemido hizo que la diosa dentro de Roseanne igual gimiera, se retorciera, y gritara.

''¡Hasta sus gemidos son tiernos! ¡Tengo que sacarle más!''

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