𝐩𝐫𝐨𝐥𝐨𝐠𝐮𝐞

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  LOST HISTORY   ‧₊
00. ፧  ❝ SAD LOVE STORY ❞

— I choose myself.

ANTIGUOS MITOS CUENTAN que las hadas son producto de la primera risa de un bebé. Desde el mundo mortal, está viaja a través de pétalos, rayos de sol, gotas de agua, el pelo de algún animal, hojas o una simple cipsela, y con ayuda del viento estas logran llegar a su hogar, el reino de las hadas, ubicado en uno de los rincones del país de Nunca Jamas, un mundo mágico donde el tiempo no pasa y la magia se puede sentir en el aire.

Más las hadas pueden ser lo más importante que puedes encontrar en tal maravilloso lugar, puesto que son las encargadas de llevar a cabo las estaciones del año. Inician su travesía viajando a tierra firme donde cambian su forma natural por una apariencia humana, pero aún así evitan toparse con estos últimos a toda costa, ya que, la belleza y resplandor de un hada no es algo para lo que el iris de un individuo cualquiera esté preparado.

Sin embargo, esto cambió en la primavera de 1891 en Londres.

No hace mucho las hadas del invierno se habían retirado y regresado al bosque del invierno en Nunca Jamas, acelerando a las hadas de la primavera en su labor de terminar los preparativos para su partida a tierra firme mientras comían ansias esperando a que el capullo floreciera.

La que más resaltaba entre todas las criaturas mágicas aladas era la rebelde princesa Clarion, apenas del tamaño de un pequeño pulgar, con unos potentes ojos azules y cabello resplandeciente cuál hilos de oro, su presencia era luz por su delicada piel que ante cualquier rayo de sol lucia como si tuviera pequeños diamantes incrustados en ella, resaltando sobre todo su preciosa corona y vestido lucido, que parecía casi como agua delineando su cuerpo.

La entonces reina de las hadas, Branwen, había permitido que su más grande tesoro finalmente viajara a tierra firme para admirar y supervisar el proceso de llevar la primavera al mundo detrás de la segunda estrella, lo cual, no pudo hacer más feliz a la princesa Clarion.

Esta, solo debía seguir una regla, la más importante para todo ser mágico: no hablar con humanos. Cosa que cumplió en su estancia en la tierra desconocida, hasta que su camino se cruzó con el de Vincent Llewelyn, un noble de una de las casas más importantes de Londres.

Una noche después de una leve lluvia que ayudaría a germinar algunas plantas, la princesa logró burlar a sus cuidadores infiltrándose en las húmedas calles de la ciudad y siendo el Big Ben lo primero que sus ojos captaron no pudo evitar quedar hipnotizada ante su imponente figura.

Pudo quedarse quieta toda la noche o hasta que las manecillas dieran cien vueltas enteras admirando la increíble estructura de no ser porque un carruaje se dirigía a ella a una velocidad moderada y apenas por suerte el cochero logró frenar a sus caballos. Clarion ni se inmutó, solo miró aquel escenario con curiosidad hasta que un apuesto hombre de gran altura se bajó de aquella caja jalada por corceles con evidente molestia, la cual desapareció al chocar miradas con la rubia.

Sin duda, fue amor a primera vista, el masculino se sintió maravillado ante tanta magnificencia, de no ser porque había rechazado todos los tragos que se le ofrecieron en la gala de esa noche juraría que estaba alucinaba con un ángel. Como si estuviera dentro de un hechizo se acercó galante y cauteloso ante la misteriosa belleza, tomó su mano como si se tratara del cristal más frágil y depositó un beso en el dorso de su mano, presentándose con su encanto varonil que despertó aún más la curiosidad en la hada.

La rubia de ahora vestido blanco intentó imitar sus palabras y pronunciar su propio nombre, pero no lo logró a la primera, fueron varios intentos que sonaron como leves campanillas antes de poder decir...

— C...Clari...

— ¿Clarisse? — Preguntó con tono elegante el castaño claro aún sin soltar su mano.

La princesa al sentir un fuerte dolor en su garganta dejó de intentar y solo asintió aún con desconfianza, pero igual que él no podía evitar sentir cierta atracción por su atractivo. Siempre estuvo rodeada de elfos, tritones y demás pero ninguno le pareció tan galante como el humano frente a ella.

» — ¿No puede hablar? — La ojiazul negó, no podía hablar su idioma aún al no estar familiarizada. — Pobrecilla... — Murmuró — Puedo ayudarla, llevarla a su casa quizá...

Clarion sintió pánico, no podía ser descubierta. Se soltó de su agarre y retrocedió varios pasos encogiéndose de hombros.

» — ¿No lo recuerda? — Preguntó cauteloso — Tranquila, no la voy a dañar.

Ante sus palabras, la princesa sintió como si abrazaran su corazón, fue más bien la forma en que lo dijo, como una promesa que no buscaba romper y le brindó la seguridad necesaria para volver a tomar la mano de aquel hombre.

Él, ante su acto, sonrió amable acercándola a su cuerpo.

Pudiendo ver el final antes del comienzo, solo las estrellas fueron testigo de cómo el amor prohibido entre un humano y un hada se inmortalizaría en las hojas de un gran libro escrito por un autor desconocido.

Los días y semanas fueron pasando rápidamente. Clarion, o cómo fue conocida en Tierra Firme, Clarisse, ya era toda una dama inglesa, pese a que en un inicio fue torpe y dificultoso acostumbrarse, con la ayuda de Lord Lewellyn logró adaptarse.

A los días de su primer encuentro, sus aladas amigas descubrieron su secreto al encontrarla con ropa humana en un picnic a las afueras de Londres, pero al ser esta su princesa prefirieron no desafiar su autoridad y guardar el secreto, dejándola vivir su curioso romance con aquel humano.

A este punto de su existencia sabía que ya nada podía ayudarla ni hacerla aterrizar de lo alto que voló en compañía de Vincent. Estaba terriblemente encariñada que no pensó en lo ardiente que sería dejarlo, peor era que este sentimiento era mutuo, sabía que lo lastimaría y eso dolía más que escuchar a alguien decir que no creía en las hadas.

Le había mostrado su mundo, compartieron aventuras fantásticas aunque la mayoría con raros desenlaces por la inocencia de Clarion al enfrentarlos, como su primer comida con cubiertos, los paseos en canoa, paseos a caballo, bailes junto a su enamorado mientras su cabeza reposaba en su pecho oyendo claramente como sus latidos se sincronizaban.

Pero nada dura para siempre.

El mes de junio llegó y junto a el, el fin de la primavera y fecha de su partida.

Una noche antes de que esta tomara vuelvo de vuelta a su hogar a Nunca Jamas lo disfrutó como si fuese la primera vez, ni siquiera se quiso separar de Vincent, cosa que el no comprendía y cuando pidió una explicación por su apego, ella no tuvo el valor de revelarle la cruel verdad.

En su última cena, a la luz de las velas, Clarion acercó su mano a la del ingles justo como él la sostuvo en su primer encuentro y musitó escondiendo su dolor...

— Si un día desaparezco... ¿Me extrañarías? — El castaño, sin soltar su mano se puso de pie haciendo que ella igual se levantara de la silla y se acercó a ella pegando ambas anatomías y acunando su rostro entre sus manos.

— No pasaría un segundo sin tenerte en mi cabeza.

— ¿Y cómo me recordarías? — Una lagrima rebelde resbaló por su mejilla e inmediatamente fue limpiada por él.

— Como lo más hermoso que me paso en la vida.

Después de haber dicho las palabras indicadas el calor de la nostalgia los envolvió fundiéndolos en un beso, el primero y más significativo que tendrían en sus vidas. Ella lo amaba con locura, muchas veces debía esconderse en otra habitación lejos de él ya que brillaba ante tanta felicidad a su lado, en tanto él ni siquiera podía esconderlo, lucia como un hombre serio frente a los demás pero con ella tenía ese brillo indescriptible en sus ojos que la hacía aferrarse y nunca querer soltarse.

Mientras el roce contacto de sus labios la hacía volar sin abrir sus alas se debatía internamente, quería quedarse a su lado y vivir la vida común en Tierra Firme, pese a que eso signifique sacrificar sus alas y toda su magia, era lo que menos le importaba, pero, el recuerdo de su madre, la mirada de orgullo que mostraba cada que le hablaban de cómo sería su reinado y cuidado con su pueblo, no podía darle la espalda a lo que era ni lo que significaba su existencia. Quería a Vincent, pero tenía miedo, temía estar tomando el camino erróneo y quitarse toda responsabilidad por la cual siempre estuvo muy entusiasta, pues, ella anhelaba reinar a las hadas con la paz y armonía que la caracterizaban, temía pensar que sería de todo si ella simplemente se escondía.

Su mente dio tantas vueltas ante sus miedos que ni siquiera se dio cuenta que el beso nunca se rompió y que varias prendas iban desapareciendo, haciendo que sus inseguridades se encerraran en aquel cuarto y sabanas blancas con toda la verdad dentro de ella.
















La típica tonada de iglesia retumbó haciendo eco por la bella catedral. Vincent tomó una profunda respiración girando a paso lento para encontrarse con su futuro, una despampanante rubia con vestido de novia.

Trago duró, creyó que podría, la noche anterior se lo repitió frente al espejo hasta quedarse dormido, pero ver a una mujer que no era Clarisse caminar hacia él en una iglesia fue curioso.

No sabía porque esa intranquilidad no lo dejaba en paz. Clarisse lo había abandonado después de haberle regalado los mejores momentos de su vida sin explicación alguna. Su mayordomo teorizó qué tal vez había recordado su vida pasada y vuelto a ella, intentó buscarla durante meses pero no encontró a nadie con ese nombre que se le pareciera en lo más mínimo y finalmente se rindió al poco tiempo cuando su madre cruzaba su puerta con cuánta doncella se encontrase. Uno de esos tantos días cuando estaba por pedirle que dejara su papel de casamentera conoció a la mujer que la acompañaba esa vez, su futura esposa Emily, y aún no supo si fue por la nostalgia por la pérdida de Clarisse, pero, aquella mirada esmeralda llena de vergüenza y dulzura lo cautivo lo suficiente como para aceptar conocerla, concluyendo que era la mujer perfecta.

Miró rápidamente sus pies y regresó la vista hacia su prometida devolviendo la sonrisa que ella le brindaba a pesar de todo. Se sintió pésimo con ella y consigo mismo, se suponía que debía alegrarse de haber encontrado una buena persona, pero igual estaba frustrado. Era un maldito egoísta por querer pasar el trago amargo de su pasado con otra mujer, pero en su mundo el tiempo no era algo que podías dejar pasar como si nada y mucho menos elegir.

Emily finalmente llegó a su lado y el padre inició con su discurso. Pensó en detener la boda en ese instante, pero no tendría sentido alguno. Él merecía ser feliz y quería serlo, sabía que con Emily lo sería, sin embargo, le pesaba no poder regresarle todo el amor que ella le brindó sin dudar, la quería, pero no la amaba.

Sin poder evitarlo volvió a pensar en Clarisse.

¿Lo quiso en verdad? ¿Pensará en él? ¿Estará con alguien más?

De ser así, al menos esperaba que fuera feliz, donde sea que esté, ella igual merecía ser amada como merecía, tal vez él no fue suficiente.

Cuando la conoció, pese a quedar encantado, se negó miles de veces a enamorarse de ella, de su belleza, ternura y autenticidad, pero se fue metiendo poco a poco y antes de que se diera cuenta, la quería junto a él y nunca soltarla.

Entonces, cuando aquel hombre mayor le preguntó si aceptaba compartir su vida junto a la mujer a su lado hasta la muerte, aceptó que que amaba a Clarisse y qué tal vez ese amor no se iría nunca, porque perderla fue como estar en el mismo infierno, pero, ya no hay nada que pueda hacer, el capítulo de su historia concluyó, esperaba y se empeñaría en ser feliz aún cuando su felicidad estuviera con la rubia de ojos azules.

















No hubo día en el que se lamentara, dentro de ella estaba el recuerdo de la peor decisión de su vida. Sufría en silencio puesto que no podía arrepentirse de haber escogido su deber antes que su felicidad. Tuvo muy claras sus ideas cuando regresó a Nunca Jamas, evitaba pensar en Vincent y todo lo que sintió a su lado, pero a los tres meses cuando su barriga comenzó a crecer le sería imposible no hacerlo.

Con su corazón en mano le reveló a su madre la verdad y tuvo que cargar con esos ojos decepcionados hasta la muerte de su progenitora. Odiaba que el linaje real fuera el único capaz de concebir de manera natural y no fuera como el resto de las hadas. Y odio más haberlo olvidado cundo se entregó al ingles aquella noche estrellada.

Lo único que logró sobrellevar aquel duelo fue que las hadas del otoño al haber hecho su labor en Tierra Firme, le informaron sobre la boda de ensueño que se celebró a nombre del humano que les encargó espiar antes de su partida.

Eso la destrozo y aunque el odio pudo apoderarse de ella, su bondad siempre fue más fuerte y se mantuvo neutra ante todo pronóstico.

Creyó entonces, que para él solo fue un juego, y que ella algo del que ni siquiera tuvo que molestarse en desechar para buscar a otra. Repetía todos sus recuerdos juntos como una película que no podía pausar y cada vez ardían más. Quería pararse frente a él y odiarlo con todas sus fuerzas pero sabía que caería rendida de rodillas al momento de mirarlo.

El resentimiento duró varias semanas hasta que cierta situación la hizo recapacitar en sus sentimientos. Tal vez el dolor jugaba malas pasadas en su mente, puede que Vincent si haya sentido amor por ella pero ella lo dejó, Clarion escogió a su familia y su deber, no estaba en posición de reclamar o incluso sentir celos, así que lo reprimió, igual que el amor que pudo sentir por el heredero en su vientre.

Tuvo que cargar con demasiado peso por un error, el más bello de todos.

Antes de que su barriga se notara aún más y hubiera un escándalo entre las hadas de las estaciones, su madre arregló un matrimonio con el señor del invierno, cosa que Clarion agradecía infinitamente, pues serían pareja pero el contacto sería mínimo ante la poca resistencia de ambos en el ambiente del otro. Realmente, la idea de un matrimonio estaba en los planes de ambas pero mucho tiempo después, más por las circunstancias esto se adelantó, ya que, al quedar descubierto su desliz crearía opiniones sobre un buen reinado, y su familia siempre tuvo una reputación intachable, fue la vergüenza de una generación de cientos de años. El estar atada a Lord Milori no le molestó tanto como creyó en un principio, era educado y centrado, un caballero, pero su tonto corazón no podía evitar comprarlo con Vincent y este último tenía un espacio mayor en el.

Se llevó a cabo una gran ceremonia con las hadas de todas las estaciones donde el brillo natural de su piel — que apenas y resplandecía — logró cubrir las millones de lágrimas que atravesaban por su rostro, él único en notarlo fue el hada de cabello blanco, su futuro compañero, pero logró convencerlo de que estas eran de felicidad pese a que su tono expresaba todo lo contrario, más tarde entendió que esté solo se hizo de la vista gorda. Después de esta estuvo en confinamiento extremo.

Fueron los nueve meses más largos y odiosos de su pequeña existencia. Los nervios sobre la naturaleza de su bebé la carcomían incluso en sueños pues estaba consciente que fue un embarazo mestizo y que su hijo podía ser como Vincent, aunque aún tenía la esperanza de que su retoño tuviera mayor porcentaje en sangre de hada.

Entonces, llego febrero y con el también su parto y fue cuando algo confuso paso, pues, fue en el momento más inoportuno, tomaba el rocío de flor junto a su madre cuando un fuerte dolor se instaló en su vientre y un líquido viscoso y brillante salía de entre sus piernas. La reina se encargó de todo procurando que sus gritos de dolor no llamaran la atención de nadie y mantener todo en secreto hasta saber que era lo que venía en camino realmente. Horas — lo que para ella fueron años — de contracciones irregulares y dolorosas pasaron, cuando repentinamente sintió un desgarre junto con un vacío, se aferró a lo que tenía a su alrededor negándose ver a su bebé, pero cuando este comenzó a llorar no pudo evitar que su instinto maternal se apoderara de ella para calmarlo.

Cuando lo tomó en brazos solo estaba en su mente callarlo pero cuando esa pequeña personita anuló su llanto y abrió sus pequeños ojos fue como caer de golpe desde la punta del árbol del polvillo y fue entonces cuando realmente conoció el amor a primera vista. Con solo mirar sus facciones supo que era una niña, una hermosamente igual a ella, portaba unos potentes ojos azules — casi grises — hipnotizantes junto con la delicada piel que las caracterizaba y una cabellera apenas visible rubia platinada, toda una perfecta anomalía en un mundo común. En ese momento poco o nada le importo quien fuera el padre, era suya y de nadie más. Su miedo aumentó cuando la voz de su madre la presionaba a revisarla, lo cual hizo apenas y sus manos temblorosas lograron girarla un poco haciendo que cualquier esperanza de que fuera aceptada como descendiente al trono se desvaneció tal cual humo al ver que su niña nació sin alas.

Y supo entonces que sería la segunda vez que debería obligar a su corazón a dejar de amar.

Pensando extasiada mente cual sería el futuro de su hija más problemas vinieron con el paso de los días, pues, la niña a la que decidió nombrar Faith, nunca dejó de crecer, pasando a tener el tamaño de una semilla al de una manzana madura en lo que consideraron un parpadeo y esto obligó a Clarion a dejarla por un tiempo en la tribu de los indios casi al otro lado de Nunca Jamas antes de no poder cargarla, más sabía que ese no sería un hogar para su gran hada sin alas.

Por lo que, la siguiente primavera que debería viajar a Tierra Firme, tomó otra terrible y desgarradora decisión, pero que al final, sería lo mejor para todos.













No entendía que salía mal, no sabía si porque se esforzaba demasiado en ser feliz el mundo se encargaba de alejarlo de su meta.

Después de su boda con Emily, rápidamente ambos fueron presionados a procrear, cosa que él inútilmente creyó sería una buena idea, pero pese a tantos intentos simplemente no podían concebir, por lo que se decidieron en ir al doctor, el cual, les informó que para Emily sería imposible quedar embarazada por un defecto en sus óvulos, noticia que dejó a la rubia desolada y con una terrible depresión al sentirse inútil como mujer.

Vincent intento de todo para animarla pero con nada parecía ceder, hasta el veinte de marzo, el inicio de la primavera alguien tocó a su puerta a altas horas de la madrugada en la que se lamentaba frente a la chimenea sin saber a qué rumbo llevar su vida. Al abrirla no se encontró con nadie al otro lado mas que una canasta de hoja y caña. El castaño observó aquel objeto con curiosidad hasta que de esta comenzó a emanar un llanto. Preocupado, rápidamente la revisó encontrándose con una infante que le parecía extrañamente familiar con una carta con pésima caligrafía entre sus cobijas.

Rápidamente la leyó como pudo pese a las faltas de ortografía pareciendo de oxigeno desde la primera palabra, sus piernas temblaron y su vista falló por breves instantes en los que su mente no encontraba respuesta ni concentración hasta leer los últimos renglones.

"Siempre te amare, Clarisse."

El hombre dejó caer el papel abrumado ignorando la mala redacción y sequedad de la carta. Tal parecía que aquella hermosa niña había logrado el mismo efecto que en la madre, todo mal por el que habían pasado desapareció en el instante en el que la cargo y abrió lentamente sus pequeños ojos, curiosa observó el tamaño descomunal de la persona que tenía ante ella, pues estaba acostumbrada a la estatura minimalista de las hadas y el brusco cambio fue algo desorbitante. Pero pese a ello, la pequeña niña de alguna manera reconoció a su padre y soltó su primera risa mientras extendía su manitas hacia él.

Clarion, que observaba todo desde una ventana sonreía ante la escena mientras lágrimas caían cuál cascadas por sus mejillas, dejó su más grande tesoro en otras manos, pero estaba segura de que su pequeña estaría a salvo. Y cuando está río por primera vez su llanto se intensificó cuando notó una cipsela, producto de un diente de león que había entre las plantas de aquella ventana volaba por los aires en dirección a la segunda estrella en lo alto del cielo.

La princesa, limpió el resto de lágrimas y volvió a su hogar dándole el último adiós a su hija para darle la bienvenida a una nueva hada.

En el árbol del polvillo, la cipsela cayó en medio de varias hadas que miraban curiosas la escena hasta que la presencia de ambas hadas reales las hicieron controlar su emoción. Clarion tomó un poco de polvillo rociándolo sobre la recién llegada, que tomó rápidamente la forma de un hada rubia y ojos azules.

La nueva hada se irguió algo desorientada conectando miradas con Clarion logrando que nuevamente a este se le genere un nudo en la garganta al notar el parecido con su hija.

— ¿Hola?










Uno de sus autores favoritos insistía en que la felicidad absoluta era una meta imposible de alcanzar, pero después de recibir aquella canasta en la puerta de su casa se encargó de quemar cada libro de ese charlatan.

Su pequeña desde el instante en que la vio fue la luz de sus ojos y aunque Clarisse no se lo hubiera pedido explícitamente, él la cuidaría y protegería de cualquier peligro.

Al principio quiso esconderla de Emily al no saber cómo está reaccionaría ante la noticia pero falló terriblemente la primera noche en que la niña lloró exigiendo comida y el no supo cómo dársela.

El llanto obviamente alertó a la rubia mayor, que, aunque tenía la ligera sospecha de estar volviéndose loca, acudió al llamado del bebé casi por instinto. Cuando encontró a su esposo con un bebé en brazos en el cuarto que tenían planeado sería para su hijo no pudo evitar soltar en llanto.

Vincent sintió terror al no saber identificar su llanto pese al escucharla haciéndolo día y noche desde que les dieron la noticia de que no podrían tender hijos propios. Trago duro cuando está se acercó a ambos y miró por largos segundos a la pequeña rubia, soltó un suspiro y sin más la cargo cuidadosamente y la pequeña rubia al sentirse nuevamente en esos brazos maternales su chillidos disminuyeron considerablemente.

Al instante una mirada de ternura se instaló en la cara de la ojiverde y fue cuando finalmente se asomó esa felicidad por la que Vincent luchaba.

Por un instante, Emily lo ignoro completamente dirigiéndose a uno de los sillones del cuarto donde se descubrió parte de su pecho mientras acunaba tiernamente a su hija intentando amamantarla y al lograr dicha tarea, miró al castaño con ojos llorosos y con una felicidad inexplicable.

— ¿Es mía? — Susurró con voz rota y un intento de sonrisa.

— Nuestra. — Sonrió enternecido.

La ojiverde ni siquiera preguntó de dónde salió aquella niña, solo necesitaba sentirla suya y criarla como su propia hija. Ya quería nombrarla y comprarle ropa, juguetes y todo lo que ella quisiera.

— Giselle. — El hombre miró a su esposa interrogante — Se llamará Giselle.

— ¿Cómo se te ocurrió?

— Siempre estuvo en mi mente ese nombre... — Evitó soltar un sollozo y en cambio agrandó su sonrisa — Ella me salvó y me trajo felicidad, ahora todo estará bien, Vincent.

El anterior nombrado, enternecido por aquellas palabras abrazo a ambas, ninguno pudo dormir aquella noche, se desvelaron charlando horas sobre los planes que tendrían para la nueva integrante de su familia y prometiéndose criarla con todo el amor y cariño que esté a su alcance.

Y así fue como los años pasaron y pese a que en un inicio fue difícil acostumbrarse a la inesperada llegada la infante, pusieron todo su esfuerzo en ello y lograron un trabajo bastante decente criando a una niña educada y bien portada. Bueno, al menos así se sintió hasta que esta cumplió los nueve años.

Su extraño comportamiento cuando una noche después de salir del teatro, la pequeña rubia se extravió por una noche entera y que regresó por la mañana de manera inexplicable con un montón de historias fantásticas pareciendo sacadas de un cuento de hadas, cosa que llamó la atención de un escritor que vivía en su misma calle y por lo mismo buscaba tomar el té con Giselle en busca de inspiración para su nueva obra.

Una noche dentro de la mansión Llewelyn, los amorosos padres estaban enfrascados en sus respectivas tareas, el joven castaño revisaba un par de papeles mientras que Emily tejía una nueva prenda para su hija cuando en ese momento se escuchó un fuerte golpe en una de las habitaciones de arriba, más específicamente en la de Giselle. Ambos padres se miraron con preocupación y corrieron escaleras arriba en dirección a una puerta en específico.

Emily se le adelantó por varios pasos abriendo primero la puerta encontrándose a una pequeña rubia de ojos azules a lado del gran librero que ahora se encontraba en el piso con montones de cuentos regados en el suelo.

La rubia mayor se cruzó de brazos mientras que Vincent cubría su rostro con la palma de su mano, cansado. Ninguno sabía que ocurría con su hija, desde aquella noche en que la perdieron de vista en las calles de Londres había estado más traviesa de lo normal.

— ¡Giselle! ¿Qué hiciste? — Exclamó la mujer aún mirando aquel gran desastre sin creerlo.

— Yo no fui. — Hablo simple con aquel tono angelical — Fue Peter Pan.







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