𝟎𝟎𝟒. 𝐚𝐭𝐭𝐫𝐚𝐜𝐭𝐢𝐧𝐠 𝐧𝐞𝐰 𝐚𝐭𝐭𝐞𝐧𝐭𝐢𝐨𝐧.

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🎨🦋 ꣠ ⊹ WELCOME TO 𝐋𝐎𝐕𝐄 𝐒𝐓𝐎𝐑𝐘 ₊˚.
✧️ ━━ ❨Benedict & Diana's story❩ a
bridgerton fanfiction written by Isi! 👗
I PRESENT YOU THE CHAPTER FOUR:
❛ 𝐚𝐭𝐭𝐫𝐚𝐜𝐭𝐢𝐧𝐠 𝐧𝐞𝐰 𝐚𝐭𝐭𝐞𝐧𝐭𝐢𝐨𝐧 ❜ 。゚

EL MATRIMONIO ENTRE LORD BERBROOKE Y Daphne estaba oficialmente acabado. Resultaba ser que el honorable lord Berbrooke en realidad no era un hombre con tanto honor y había dejado, en su cuidad de nacimiento, a una criada embarazada de cuyo hijo negaba a hacerse cargo. Actualmente lord Berbrooke no estaba en la ciudad, pues la había abandonado sospechosamente rápido y se desconocía si planeaba volver.

Daphne daba vueltas sobre la alfombra del salón. Sus zapatos color crema estaban tan perfectamente limpios que ni una mota de tierra manchaba el hermoso estampado. La joven estaba consternada, agobiada por el baile de esta noche, sus pretendientes, por el duque que aún no le había propuesto matrimonio... Y también por el sueño que tuvo anoche, pero nadie más que Diana sabía sobre eso.

Diana era alguien confiable y, puesto que sabía todo lo ocurrido con lord Berbrooke en el jardín y no había dicho ni una palabra de ello, Daphne sabía que podía contar con ella. Así que, temprano esa mañana, le contó el pacto que el duque y ella habían formado para conseguirle una pareja presentable y buena, y mencionó también las complicaciones con las que se estaba encontrando: sentimientos raros con el duque.

A la vista de Diana, que había leído muchos libros a lo largo de sus veinticinco años, lo que Daphne sentía y el significado de que el duque de Hastings saliera en sus sueños de formas comprometedoras, solo significaba que ella se sentía atraída por el duque. Pero la mayor de las Bridgerton negó rotundamente su suposición aunque la atracción física fuera algo completamente normal.

—Daphne, ¿ya has pensado con quién bailarás en el baile de esta noche? —preguntó Violet a su hija. La mujer estaba sentada en uno de los sillones tomándose una taza de té verde con canela.

—Tengo varias ideas —indicó ella, deteniendo por fin su larga caminata. Sopesó las opciones de donde sentarse y finalmente se acercó a Diana, que tuvo que echarse un poco hacia la izquierda para hacerle sitio, y se sentó junto a ella —. Lord Weaver es un buen bailarín.

—Lord Hardy me preguntó por ti en White's anoche —informó Anthony desde su lugar. Un gran periódico abierto tapaba su rostro.

—¿Qué hay del duque? —se atrevió a preguntar Diana. Daphne giró la cabeza y la miró.

—El duque no ha hecho ninguna propuesta, Diana. Estoy considerando mi mejor rumbo. Y lord Hardy es una buena opción, aunque un poco fanfarrón —replicó con la mirada puesta sobre Anthony.

—Querida, ¿por qué haces las cosas tan complicadas? Debes casarte con el hombre que te parezca tu mejor amigo —. Nadie dijo nada durante varios segundos, pero ante el carraspeo avergonzado de Diana, Violet reaccionó —. Por supuesto, eso no se aplica a ciertos casos. Aunque el matrimonio se forje a partir de la amistad, debes estar segura de amar a esa persona más allá de eso.

—Porque eso es muy simple, mamá —Daphne acotó con sarcasmo.

—Sí, lo es.

─── ✧️ ───

EL BAILE DIO COMIENZO. LA ÚNICA E INNOVADORA diferencia de este baile era que la reina presentaría a sus dos sobrinos a la sociedad para buscar a sus dos princesas. Sin embargo, la mera idea de poder conseguir a un príncipe hizo que las jóvenes y sus mamás, estuvieran preparadas junto a la puerta esperando impacientes para cautivar a sus majestades con sus vestidos, abanicos y demás rasgos que eran considerados importantes. A Diana no le sorprendería si a alguna de ellas le daba un repentino desmayo.

Nuestra querida Diana, por cierto, se encontraba en un rincón del salón, disfrutando de sus propios comentarios acerca de los buitres que se iban acercando a la puerta de entrada cuando la reina y uno de sus sobrinos se hicieron paso entre sus criados. Ella no tenía ningún interés en acercarse a presentarse, y además estaba bastante segura que la reina no permitiría que sus queridos sobrinos se casaran con alguien como ella.

—¿Crees que alguna de ellas finja un desmayo?

Diana se giró sobre sus talones para darse cuenta de que la persona que había preguntado aquello no era otra que Benedict Bridgerton. Sin poder evitarlo, esbozó una sonrisa y miró al grupo de señoritas.

—No lo creo, lo sé.

—En otras circunstancias diría que es probable, sin embargo creo que es muy temprano. Resultaría demasiado falso y sospechoso sufrir un desmayo en el primer baile del príncipe.

—Nunca dudes de las estrategias de una señorita, Benedict Bridgerton. ¿Quieres apostar algo? —Diana inquirió, sonriéndole. Benedict enarcó una ceja.

—¿Qué sugieres?

—Si ninguna de ellas se desmaya, bailaré con lord Frickle.

—Muy valiente de su parte, señorita Halloway —se mofó Benedict. Lord Frickle era el hombre más torpe y patoso de toda Inglaterra y, aún así, tenía la decencia de hacer sufrir a señoritas invitándolas a bailar. Diana había sufrido sus pisotones infernales en dos bailes durante su primera temporada y se prometió a sí misma que no volvería a hacerlo. Además, resultaba ser un dolor de cabeza cuando se ponía a parlotear, con todos esos adverbios y palabras largas innecesarias que utilizaba para adornar sus oraciones. Mas Diana estaba segura de que alguna señorita se desmayaría delante del príncipe durante la velada, así que estaba dispuesta a arriesgarse a sufrir —. ¿Y si alguna se desmaya? ¿Qué propones?

—Que me enseñes tus bocetos —dijo ella. Al ver la renuencia de Benedict reflejada en su rostro, Diana insistió —: Por favor, Benedict. Me encanta dibujar y Anthony ha mencionado incontables veces lo buenos que son tus bocetos. ¿Por favor?

Diana vio como sus hombros caían y suspiraba, rendido.

—Está bien.

—¡Sí!

—Pero solo ocurrirá si alguien se desmaya esta noche.

—¿Se me considera cruel por querer que alguien sufra un desmayo? —preguntó Diana, ladeando la cabeza pero sin dejar de mirarlo.

—Oh, sí. Mucho. Va a ir usted al infierno, señorita Halloway —bromeó él —. Ahora, si me disculpa, debo alejarme de las malas personas como usted. Creo que Anthony me va a arrastrar de la oreja si no saco a bailar a Daphne en los próximos diez segundos.

—En ese caso, te veré más tarde.

Diana lo vio alejarse en dirección a la pareja más pintoresca y famosa de la temporada y vio a Benedict pedir permiso al duque para llevarse a su hermana a la pista de baile junto al resto de parejas que ignoraban que estaban a punto de entrar por la puerta la reina y su célebre sobrino.

—¡Ay!

La muchacha se giró de inmediato cuando escuchó un ruido tras ella, pero nada más que unos preciosos jarrones de cerámica de los que sobresalían claveles se encontraban allí. La cortina de seda se movió entonces y la curiosidad de Diana provocó que se alzara sobre las puntas de sus zapatos.

Había un hombre, detrás de la columna de mármol que había junto a los jarrones, de cabello rizado y dorado como el propio oro. Estaba agarrado a la cortina que Diana había visto moverse varios segundos antes y miraba fijamente con sus ojos intensamente azules a la joven, mientras el dedo índice de su mano rozaba sus labios pidiéndole silencio. Seguidamente, hizo un ademán con la cabeza a Diana para que lo acompañara.

Ella miró atrás, asegurándose que los ojos curiosos de alguien no estuvieran sobre ella en ese momento, y pasó junto a los jarrones con cuidado para llegar junto al misterioso hombre. Guardó la distancia, no obstante, pues no lo conocía de nada. Aunque, si sus intenciones eran malas, siempre le quedaba la opción de darle un puñetazo al estilo Daphne Bridgerton.

—¿Está la reina por ahí? —preguntó el joven en un susurro. Diana asintió con la cabeza. Estaba confundida, pero era de mala educación bombardear a alguien con preguntas. El joven cerró los ojos y dejó caer su cabeza contra la columna de mármol —. Mierda. ¡Lo lamento! No debería maldecir delante de usted. Le ruego que me disculpe.

—No se preocupe, suelo maldecir muy a menudo —Diana le sonrió —. No delante de nadie, por supuesto, pero si me estuviera permitido lo haría una y otra vez. ¿Puedo preguntarle, señor, por qué está usted escondiéndose de la reina? ¿Está en problemas?

—Algo así —confesó. Dio varios pasos al frente, llegó frente a la cortina y la tanteó con desesperación —. ¿Sabe dónde se encuentra la ventana? Necesito salir de aquí ahora mismo.

Diana frunció el ceño, pero ayudó al joven a encontrar la abertura de la ventana y levantó la cortina de seda para que pudiera salir por ella. La ventana desembocaba en el jardín trasero, por lo que pudo salir con facilidad y sano y salvo. Antes de marchar, esbozó una sonrisa y agachó la cabeza frente a Diana.

—Gracias por su ayuda, señorita...

—Halloway, por favor, Diana Halloway —le respondió —. ¿Puedo preguntarle por su nombre, señor? Quisiera saber quién es la única persona que ha despertado mi interés en toda la noche.

—No le gustan este tipo de cosas, ¿verdad? No debe preocuparse por decir que no, comparto su misma opinión —aseguró el joven rubio, viendo la clara abstinencia de Diana para expresar su verdadera opinión —. Estos eventos son tan ridículos como el cabello de la reina esta noche. ¡Por dios! Perdóneme otra vez, por favor, soy muy suelto de lengua.

Pero Diana no pudo hacer otra cosa más que reír a carcajadas, sacando una sonrisa de los pálidos labios del hombre frente a ella.

—Ha sido un total honor conocerla, señorita Halloway, pero debo irme si quiero llegar a casa de una pieza.

—¿Podría decirme su nombre antes de marchar? —interrogó Diana.

—Jonathan, Jonathan Grellington —contestó.

—Me gustaría verlo por aquí otra noche, señor Grellington —. Diana estaba totalmente cautivada por aquel joven —. Tengo curiosidad por saber más de sus pensamientos. Y presiento que mi gran amiga Eloise Bridgerton también estaría encantada de conocerle.

—Si espera justo donde está varios minutos —le dijo —, le aseguro que volverá a verme y que podremos hablar sobre todo lo que usted desee. Solo espere y mire hacia la puerta de entrada.

Diana quiso preguntar, pues quería saciar su curiosidad, pero el señor Grellington ya había desaparecido cuando ella abrió la boca. No le quedó más remedio que hacer lo que se le dijo y esperó pacientemente a que un hombre, cuyos cabellos asemejaban al oro y sus ojos al calmo océano, entrara por la puerta por la que la reina lo había hecho anteriormente. El suspiro de Diana fue acompañado del cesar de la música y del sonido de unas trompetas. El salón quedó en completo silencio.

Diana no se había fijado hasta ese momento que las mamás y sus hijas no se habían movido de la puerta, así como tampoco lo había hecho el príncipe Friederich, quién a pesar de estar bajo las garras de las Cowper no podía dejar de mirar a Daphne Bridgerton.

Las ensordecedoras trompetas dejaron de sonar y un hombre bajo, con las patillas tan largas que casi parecían sus labios, habló:

—Con ustedes, el príncipe Jonathan Grellington II. Hijo de su majestad Alfred Grellington IV e hijastro de Isabelle Grellington I de Prusia.

Diana casi pierde el equilibrio. Un príncipe. Había estado hablando con un príncipe, lo había ayudado a escapar de la reina y había conspirado en contra de ella. Si la reina se enteraba, su enemistad sería aún más grande de lo que ya se percibía. Prestó atención a la avalancha de mujeres que se acercaban al príncipe y miró a todos los lados que le fueron posibles para encontrar un lugar donde ocultarse. Quizá así el príncipe se olvidaría de que había mantenido una conversación con ella.

Más no fue así, y cuando Jonathan Grellington consiguió deshacerse de Cressida Cowper y su madre, quienes al parecer no habían tenido suficiente con tratar de embaucar al príncipe Friederich, se acercó a Diana Halloway siendo consciente de que todas las miradas estaban sobre él. Se colocó frente a ella y trató de mantener la risa ante su expresión avergonzada.

—Veo que no sabía usted acerca de mi identidad, señorita Halloway.

—Debe disculparme —pidió Diana. No era capaz de levantar la vista de la pomposa falda de su vestido —. Nunca he escuchado nada sobre usted, ni siquiera sobre su hermano...

—Hermanastro —corrigió —. Y no se preocupe por eso, era de mi preferencia que nadie supiera de mi título, pero la reina y Friederich se han encargado de que no fuera así. También trataron de esconder mi verdadero origen. Sin embargo, no se lo permití.

—Me ha sorprendido el hecho de que todas esas mamás y sus hijas se acercaran a usted cuando escucharon que era el hijastro de la reina de Prusia —confesó Diana, sincera —. Al no ser el heredero de la corona y ser el hijo bastardo, esperaba que lo rechazaran. Tienden a hacerlo muy a menudo. Supongo que como proviene de la realeza y tiene una corona vacía que debe llenar no les importa que sea bastardo.

—¿Es usted...?

—¿Bastarda? Sí —se colocó junto al príncipe y saludó amablemente con la mano a Penelope, quién le devolvió el saludo con una dulce sonrisa —. ¿Ve a esa muchacha que estoy saludando, a las dos señoritas a su lado y a la mujer que las escolta? Son mis hermanastras y mi madrastra. Si se fija en sus expresiones puede ver que no me aguantan y que no soportan verme hablando con usted.

Portia, Prudence y Philippa no estaban muy contentas de que el príncipe Jonathan se acercara a la bella Diana. Ella sabía que si el príncipe decidía cortejarla o las simples charlas que estaban manteniendo durante el baile le causaban tanta curiosidad que deseaba visitarla algún día, eso no sería posible. Diana solo tenía permitido hablar con sus pretendientes en los bailes y no en el salón de la casa Featherington.

De todas formas, nunca había llegado al punto de tener a uno de sus pretendientes llamando a la puerta de casa para visitarla, ya se encargaba de asustarlos antes.

—Debe saber que, si se da el caso y desea visitarme, va a tener que esperar al próximo baile —informó Diana. Jonathan dejó de mirar a sus hermanastras y le prestó atención, curioso —. No se me está permitido en casa recibir visitas. Ni siquiera puedo estar en el salón cuando mi madrastra está presente.

—¿Vive en una casa o en una cárcel? —inquirió el joven, alzando las cejas.

—Digamos que solo piso la casa de los Featherington para dormir, coser mis vestidos y vestirlos. El resto del tiempo lo paso en la casa de los Bridgerton, ellos son como mi verdadera familia —explicó —. Así que, aunque dudo que se dé el caso, si desea visitarme alguna vez, hágalo en la casa de los Bridgerton y por favor pregunte por Diana Halloway. Nada de Diana Featherington, mi difunta madre merece que alguien lleve su apellido.

—¿Por qué duda que quiera visitarle? —preguntó Jonathan con el ceño fruncido —. Yo la encuentro de lo más interesante y creo que podríamos mantener largas conversaciones si encontramos el tema adecuado. Además, muero por conocer a la señorita Eloise Bridgerton que ha nombrado hace unos minutos.

—Bueno, gracias —dijo Diana, un tanto avergonzada —. Pero lo que usted encuentra como interesante, los demás lo definen como extraño. Los señores que se acercan a hablar conmigo suelen huir cuando comparto mis pensamientos con ellos. Esa es la respuesta a su pregunta, alteza.

—Llámeme Jonathan, por favor.

—Cierto, no le gusta que le conozcan por su título. Discúlpeme.

—Estoy impresionado —sonrió Jonathan —. Es usted la primera persona que conozco que se interesa por mis preferencias, señorita Halloway. Agradezco mucho su gesto.

—Yo también estoy impresionada de que siga aquí y no haya salido corriendo a buscar otra señorita a la que cortejar, Jonathan —. Los ojos avellana de Diana abandonaron los azules del príncipe y recorrieron el salón. Una sonrisa traviesa se posó en su rostro al girarse y darse cuenta de que Cressida y su madre no podían dejar de mirarlos. Volvió a mirar al príncipe —. De hecho, creo que los invitados también están sorprendidos, todos los ojos están sobre nosotros.

—Ya veo —dijo él, imitando la acción de Diana. Jonathan extendió la mano derecha y le regaló una sonrisa a la muchacha —. ¿Le parece si le damos algo de que hablar a los invitados, señorita Halloway?

Diana se agachó frente a él y le regaló su mano enguantada.

—Por supuesto que sí, Jonathan.

Bailar con el príncipe fue todo un gusto. Diana había tenido el placer de bailar con los Bridgerton en varias ocasiones y siempre había dicho que eran los mejores bailarines que Londres tenía el placer de tener, pero eso fue antes de bailar con Jonathan. Le resultaba increíble la forma en la que combinaba la elegancia, la destreza y la postura y a la vez conseguía mantener una conversación. Ella se consideraba una buena bailarina, sin embargo al lado del príncipe parecía un pato chapoteando en un charco de agua.

Después de bailar dos vals y una cuadrilla con él, Jonathan y Diana decidieron que ya habían escandalizado lo suficiente al público, y a la reina, que no había quitado los ojos de ellos ni un segundo y se acercaron entre risas a la mesa de refrescos a por un vaso de limonada.

Un carraspeo llamó la atención de la pareja y ambos se giraron para ver a Benedict Bridgerton junto a ellos.

—¡Benedict! —exclamó Diana —. Me alegro de verte. ¿Conoces a Jonathan?

—Creo que todo el salón lo hace —él contestó, tratando de sonar amable —, es decir ha entrado por la puerta anunciado a la par de las trompetas.

—Para mi disgusto —Jonathan dijo. Extendió una mano al frente y Benedict se la estrechó —. Jonathan Grellington. Encantado de conocerle, ¿señor...?

—Bridgerton.

—Conque es usted un Bridgerton. La señorita Halloway me ha estado hablando de su familia toda la noche. Parece quererlos mucho.

—Bueno, así es —aseguró Diana, esbozando una sonrisa en dirección al segundo hijo de los Bridgerton. Diana enfocó su atención en la pista de baile cuando la anfitriona de la fiesta, la mismísima reina, anunció que sería el último baile de la noche. Y eso le recordó... —. Oh, no.

La noche había llegado prácticamente a su fin y ninguna muchacha se había desvanecido a los pies del príncipe Friederich. Eso significaba... que debía bailar con lord Frickle.

—Empezaba a pensar que lo habías olvidado —Benedict se rió, robándole el vaso de limonada de las manos —. Por suerte para ti, ya me he encargado de decirle a lord Frickle que mi queridísima amiga Diana Halloway estaba deseando bailar con él.

—Que Dios esté de tu lado, Benedict Bridgerton, porque acabas de ganarte una enemiga —Diana le dijo, queriendo sonar amenazante pero fallando en el intento. Desde la otra punta de la pista de baile, tropezando con sus propios pies y moviendo el cuerpo en un vaivén irregular, se dirigía hacia ellos un señor de treinta y ocho años cuyos ojos eran extremadamente grandes a causa de sus gafas y cuyos zapatos asemejaban al mismísimo infierno para Diana: Arthur Rudolph Frickle.

—¿Me he perdido algo? —Jonathan, confundido, preguntó.

Desafortunadamente, antes de que Diana pudiera decir algo, Arthur llegó ante ellos con tanto ímpetu que casi choca con Benedict.

—¿Está usted bien, lord Frickle? —cuestionó Benedict, aguantando una risa.

—Total y perfectamente bien, señor Bridgerton. Estoy exquisitamente bien hoy —y entonces su mirada se posó en Diana —. Bellísima y maravillosa señorita Featherington, me preguntaba si sería tan increíblemente amable y bondadosa de ofrecerme su encantadora mano para este último y, sin duda mi favorito, baile de esta exquisita velada. Me haría extremadamente feliz y afortunado.

Por el rabillo del ojo, Diana observó que Jonathan escondía su rostro tras el vaso de limonada. Ambos se estaban divirtiendo demasiado con la situación.

—Sería un placer para mí, lord Frickle —contestó Diana, disimulando su desagrado lo mejor que pudo. Antes de ser colocada en el centro del salón para bailar el último vals, Diana miró a Benedict desde allí y éste le alzó el vaso de limonada en el aire.

Maldito Benedict Bridgerton.

ISI'S NOTE. . .

well, well, well tenemos nuevo personaje y solo
voy a decir que se viene fuerte. el siguiente
capítulo va a estar completito porque
(pequeño spoiler) Anthony va a conocer a
Jonathan. solo puede acabar o
muy bien o catastróficamente, ya lo
veréis.

os adora,

𝓘𝓼𝓲

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