𝟎𝟎𝟕. 𝐚𝐫𝐭 𝐞𝐱𝐢𝐛𝐢𝐭𝐢𝐨𝐧.

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🎨🦋 ꣠ ⊹ WELCOME TO 𝐋𝐎𝐕𝐄 𝐒𝐓𝐎𝐑𝐘 ₊˚.
✧️ ━━ ❨Benedict & Diana's story❩ a
bridgerton fanfiction written by Isi! 👗
I PRESENT YOU THE CHAPTER SEVEN:
❛ 𝐚𝐫𝐭 𝐞𝐱𝐢𝐛𝐢𝐭𝐢𝐨𝐧 ❜ 。゚

LA MAÑANA SIGUIENTE AL COMBATE, VIOLET sentía que estaba a punto de desmayarse sobre la alfombra de su salón. Las mujeres hablaban, los hombres también y, si no, estaba Lady Whistledown para hacerlo. Si bien Lady Whistledown no había comentado nada acerca del combate de boxeo que había tenido lugar la tarde de antes y Violet no había obtenido la información de la cotilla más cotizada de Inglaterra, sin duda la había conseguido de cualquier otro cotilla. El caso era que se había enterado de la asistencia de su hija y de Diana al combate, y no le había hecho gracia.

—Estuvo vigilando todo el tiempo, mamá —aseguró Daphne a su madre mientras tocaba el pianoforte.

—No importa. Un combate de boxeo no es lugar para unas damas como vosotras.

—¿Y para los príncipes? —preguntó Hyacinth, que iba de persona en persona intentando sacar conversación a quién pudiera —. ¿Ellos también estaban allí?

Daphne sonrió.

—Así es.

—Es una entretenimiento detestable —repuso Violet. Diana asintió con la cabeza.

—Estoy de acuerdo. Será mejor que Anthony consiga otra mejor amiga para el próximo combate porque yo estaré ocupada.

—¿Cómo te encuentras?

La pregunta provino de la persona que estaba sentada en la silla individual junto al sofá en el que Diana garabateaba en una libreta en blanco. Diana miró a Benedict un momento y luego continuó con su triste intento de dibujo.

—¿A qué te refieres?

—Ayer te marchaste indispuesta con el príncipe.

—Oh, sí, es verdad —asintió, como si acabara de recordarlo —. Estoy mejor, gracias. Jonathan se encargó de que llegara bien a casa.

—Me alegra que el príncipe sí sea digno de tu atención.

Diana agradeció que Daphne estuviera tocando el pianoforte y que Hyacinth estuviera intentando descubrir qué estaba escribiendo Eloise en su sagrado cuaderno, porque lo último que deseaba era que la familia escuchara el tono hostil con el que Benedict había pronunciado aquellas palabras —aunque ella no se percató de que la progenitora de tan pintoresca familia sí había escuchado parte de la conversación—. Hyacinth haría preguntas al respecto y Diana no estaba segura de saber responderlas.

Sabía que tenía que disculparse con él. Había pasado toda la noche en vela pensando en lo ocurrido durante el combate: en su toque en su cintura, en su voz, en sus labios rozando su oreja, en su preocupación... Y luego en la hostilidad con la que ella lo había tratado, ignorando su preocupación y el ofrecimiento de su ayuda como si no fuera más que una piedra en el camino.

—Benedict...

Una voz interrumpió lo que Diana iba a decir. Clara, una de las criadas de los Bridgerton, colocó un juego de porcelana, que consistía en una taza, una cucharilla y un platillo, delante de ella.

—Su té, señorita Halloway.

Diana arrugó el entrecejo.

—No he pedido ningún té.

Benedict se puso de pie y se marchó de la estancia.

—El señor Bridgerton lo ordenó por usted —contestó Clara —. Dijo que se sentía indispuesta.

—¿El señor Bridgerton?

—Benedict, señorita.

Diana aceptó el té, pero sus ojos estaban fijos en la puerta por la que acababa de salir Benedict.

—Gracias, Clara.

—Madre, Daph —Anthony entró en el salón, apresurado y, Diana se atrevía a decir, feliz. Ella se puso de pie, dándole un sorbo al té.

—¿De verdad has llevado a tu hermana y a Diana a un combate? —inquirió Violet con los brazos cruzados.

—Eso puede esperar. Traigo noticias. —Anthony miró a su hermana —. El príncipe Friederich me ha pedido tu mano.

La música cesó de golpe. El salón se quedó en súbito silencio durante unos segundos.

—¿Tan pronto? —cuestionó Daphne sin poder creerlo.

—¿Qué le has dicho? —Violet preguntó a su hijo.

—Que no debo responder por ella.

Diana no sabía si aplaudir o llorar. Ahora que por fin Anthony había aprendido a escuchar a su hermana, la situación se complicaba. Daphne había estado esperando la proposición del príncipe, pero no tan temprano. Quería que Simon recapacitara, que volviera a por ella. Quería, secretamente, que Simon fuera el que le propusiera matrimonio. Porque su corazón pertenecía a él, no al príncipe.

—No tengo nada que objetar. La gente habla bien de él. Decidas lo que decidas, Daph, tendrás mi apoyo.

Daphne miró a su madre y luego a Diana en busca de ayuda. La muchacha titubeó, tartamudeando y sin saber qué decir exactamente.

—No necesitas decidirlo ahora —su madre le dijo —. Acabas de conocerlo.

—Avísame cuando lo decidas y lo comunicaré.

─── ✧️ ───

UN DUELO.

El vizconde Bridgerton y el duque de Hastings. Sólo uno podía salir vivo. El otro debía morir. Y si bien Diana tenía claro quién quería que saliera con vida de allí, Daphne no. No podía elegir. No quería hacerlo.

Diana estaba dispuesta a seguir los pasos de Daphne. Iban a interrumpir el duelo, a salvar la vida de dos idiotas que creían que solucionar un escándalo a balazos de pistola era la mejor solución. Así que por la mañana temprano, cuando el sol estaba al borde del horizonte rogando por salir, se subieron al primer caballo que tuvieron delante y comenzaron a cabalgar hacia el valle que Colin les había dicho. Le habían sacado la dirección a gritos y a él no le había quedado más remedio que responder, en parte porque tampoco quería que algo le pasara a su hermano.

Cuando Daphne corrió a ella y le pidió su ayuda nada más entrar en casa de los Bridgerton después del baile de lady Trowbridge, Diana recibió pocas explicaciones de lo que estaba pasando, tan solo estaba al tanto de que Anthony se iba a someter a un duelo por el honor de su familia y el de su hermana. Mientras cabalgaban hacia allí, veían los árboles y escuchaban las pezuñas del radiante caballo blanco chocar una y otra vez con el suelo, la tensión era tanta que se podía cortar. Y como Daphne no había contado a Diana ningún detalle de lo que había pasado para llegar a tal punto, decidió hacerlo en ese momento. Que menos que hacerlo. Prácticamente la había arrastrado con ella a interrumpir un duelo en el que alguien podría morir.

La charla dio como resultado un nuevo y peligroso problema: Cressida Cowper. Había visto y escuchado todo lo ocurrido en el jardín durante el baile —sobre todo había prestado especial atención al momento de pasión compartido entre Daphne y el duque —. Y cualquiera sabía que Cressida y su madre eran capaces de esparcir un escándalo con tal de librarse de algo de competencia. ¿Y qué había mejor que librarse del diamante de la temporada?

Diana se agachó y Daphne imitó el gesto. A pocos metros, entre los frondosos árboles, veían las armas. Una dispuesta a disparar hacia arriba para no herir a nadie, otra apuntando directamente al pecho de su rival. Silencio. Absoluto y desesperante silencio. Y de repente, cuando el caballo blanco se interpuso entre los dos hombres, el abrupto sonido de un disparo cortó el aire.

El relinche del caballo y el impulso al echarse atrás tiró a ambas jóvenes de su lomo. Diana no escuchaba lo que pasaba a su alrededor, solo un intenso pitido que la estaba volviendo loca, pero cuando sintió los zarandeos de alguien se puso en pie tan rápido como pudo. Nada. Veía a Anthony asustado, moviendo la boca, mas ella no le escuchaba. Y eso la asustó.

Se llevó las manos a los oídos rápidamente y los tanteó una y otra vez, tratando de que cualquier sonido se hiciera presente. Afortunadamente solo había sido un susto, pues poco a poco consiguió volver a escuchar las voces de los presentes. La voz de Daphne llamó su atención.

—Estoy perfectamente bien, no gracias a vosotros, idiotas.

—¿A qué jugáis? —cuestionó Anthony, enfurecido.

—¡Dice el hombre que nos disparó!

—Os cruzasteis en mitad de un duelo —replicó.

—Requiero un momento con el duque —Daphne exigió. Anthony denegó su petición, pero ella estaba más que harta de tener que seguir las órdenes de su hermano —. Requiero un momento con el duque.

—Que sea breve —pidió Benedict. Diana no se había fijado hasta ese momento que él también estaba presente. Faltaban solo unos pocos miembros de la familia para que el duelo se convirtiera en un espectáculo familiar.

Simon se acercó a Daphne, aunque manteniendo la distancia, y se apartaron para hablar lejos de los oídos curiosos. Anthony agarró a Diana del brazo suavemente y se la llevó a un lado.

—¿En qué estabas pensando?

—¿En ti, quizá? —Diana le respondió, arreglándose el vestido con fuerza. Agradeció no haber roto la tela de la falda ni que la caída ocasionara daños graves, pues la tela era bastante delicada y, si se rompía, no podría volver a coserla. Tendría que tirar el vestido entero —. Ayer fui al salón a recoger la cesta para volver a mi casa ¿y con qué sorpresa me encuentro? Que mi mejor amigo había arreglado un duelo para matarse o matar a alguien. ¿De verdad creías que iba a dejarte hacer esta estupidez?

—Debes dejarme hacerlo, Hastings ha mancillado a mi hermana y ahora se niega a casarse con ella —le contestó él. Diana se indignó. Para Anthony todo era honor, honor y más honor. No pensaba en nada más. En parte lo entendía, es decir, era el hijo mayor de la conocida y buena familia Bridgerton y al no estar presente el señor Bridgerton él debía encargarse de todo, mas a veces tanto trabajo parecía que le nublaba el juicio.

—Podrían haberte metido en la cárcel de haberlo matado, Anthony. O peor, podrías haber muerto.

El dueño de la parcela, al que habían pagado para guardar el duelo en secreto, se acercó a ellos para indicarles que el sol estaba a punto de salir. Anthony dejó atrás su conversación con Diana y se acercó al duque y a Daphne.

—Debemos acabar con esto ahora.

—Eso no será necesario —. Las palabras de Daphne llamaron la atención de todos y cada uno de los presentes, quienes esperaban que continuara hablando —. El duque y yo nos casaremos.

─── ✧️ ───

LA BODA FUE BIEN ACEPTADA POR LA REINA. Y ESO significaba que era oficial: Daphne Bridgerton y Simon Basset, duque de Hastings, se casarían.

Al principio nadie pensó que la reina aceptaría tal unión, pues bien se sabía que su sobrino Friederich estaba interesado en Daphne y ella le había dado la atención que reclamaba, por no mencionar que había pedido su mano en matrimonio y ella lo habían rechazado, mas las palabras de Simon frente a Su Majestad fueron suficientes para que su corazón se ablandara y decidiera darles dicho capricho.

En pocos días la boda fue organizada y, antes de que la familia pudiera asimilarlo, Daphne iba agarrada del brazo de su hermano camino al altar. Diana fue invitada, por su puesto, y Violet le dejó invitar; incluso aunque ella no lo hubiera pedido, a Jonathan. Él aceptó encantado y no puso ninguna objeción a pesar de detestar las bodas. Su hermanastro y él no se llevaban tan bien como los Bridgerton, pero seguían siendo hermanos. Además, Jonathan nunca diría que no a pasar el día con los Bridgerton.

La celebración se llevó a cabo a manos de la reina y se reunieron allí cientos de personas. Diana estaba entre esos cientos, dando vueltas por el lugar y los preciosos jardines en busca de algo con lo que entretenerse. Su principal opción había sido el príncipe, pero desafortunadamente para ella, él estaba enfrascado con Eloise en tratar de desenmascarar a la querida, y odiada por algunos, Lady Whistledown. Diana disfrutaba, sin embargo, que le contaran sus alocadas teorías y que los dos se entretuvieran juntos.

—¡Oh, Diana! Cuánto tiempo sin verte, querida.

La voz masculina del hombre llamó la atención de la muchacha, que caminaba por el gran salón de baile sin hacer específicamente nada. Aunque no supo reconocer la voz al instante, al girarse sonrió con alegría.

Lucy y Henry Granville le sonreían. Diana conoció a Henry a raíz del arte, de sus cuadros y bocetos. Él criticó una de sus pinturas, alegando que era oscura y carecía de sentimiento, y comenzaron a hablar a partir de ello. En realidad, Henry había hecho tal comentario porque se sentía superado por su talento. Desde ese momento se habían convertido en grandes amigos, aunque, por supuesto, a Diana no les estaba permitido asistir a las reuniones que Henry organizaba en su club a no ser que estuviera dispuesta a desnudarse y posar frente a los hombres como musa. Así que no asistía.

No obstante, sus obras estaban en casi todos los salones de baile de la ciudad, pero eso sí, bajo el nombre de Henry Granville.

—Henry, Lucy —se inclinó frente a ellos —. Me alegra veros de nuevo. ¿Has vendido algún cuadro más de la colección, Henry?

—Me temo que no. He estado un tanto ocupado últimamente. ¿Conoces al señor Bridgerton, Diana? —preguntó él. La joven no se había percatado hasta el momento de que otra persona les acompañaba. Benedict Bridgerton, el artista de la familia.

Diana giró la cabeza, le sonrió y se inclinó levemente frente a él. El pobre estaba asustado, escondido tras su copa de vino tinto para disimularlo. La muchacha supuso que sabía sobre la escandalosa aventura de Henry.

—Por supuesto. Aunque no he visto ninguna de sus obras, desafortunadamente.

—Es una pena, es un excelente artista —halagó Henry. Benedict sonrió incómodo —. Debéis disculparnos, mi esposa y yo estamos algo apurados. Hemos de hablar con el señor Grandford. Disfrutad de la velada.

—Ha sido un placer verte, Henry. Lucy, me encantaría hablar contigo algún día. Pasad una buena tarde. Asumo que por tu reacción lo sabes todo, ¿no es así? —preguntó Diana a Benedict cuando la pareja estuvo lo suficientemente alejada como para no escucharles. El muchacho dejó por fin de lado la copa de vino y fue capaz de respirar de nuevo.

—Sin duda. Fue una sorpresa visual impactante —. Diana aguantó una carcajada. Tampoco resultó muy bonito para ella la vez que lo descubrió —. ¿Puedo preguntar de qué conoces al señor y la señora Granville?

—Bueno, debes saber que algunas de las obras colgadas en las paredes de este edificio están pintadas por mí —contestó. Diana comenzó a caminar entre los invitados, flanqueada por Benedict —. Como probablemente sepas, una dama debe tener conocimientos sobre arte y pintura, pero se le está absolutamente prohibido dedicarse a ello profesionalmente. Es por eso que todas mis obras están bajo el nombre del señor Granville.

—¿Es un fraude, entonces?

—No, por supuesto que no —Diana negó. A pesar del alto volumen de la música y los muchos murmullos de los invitados, Diana era capaz de escuchar sus propios pasos y los del chico a su espalda —. Tiene infinidad de obras propias, muchas de ellas han sido vendidas a grandes inversores. Pero, discúlpame por presumir de tal manera, sus obras no son tan buenas como las mías. Acompañame.

Diana se detuvo un momento frente a una gran puerta de madera de caoba, miró a ambos lados del largo pasillo y luego, de un empujón, entreabrió la pesada puerta y entró al interior del salón. Benedict, confundido porque Diana acababa de entrar a un salón cerrado a los invitados, dudó al entrar, mas acabó siguiendo sus pasos y adentrándose en el salón vacío.

—Diana, ¿estás segura de que deberíamos estar aquí? Es decir, estamos los dos solos. Sin carabina.

—Estoy dispuesta a arriesgarme —dijo ella con simpleza.

El lugar era amplio, iluminado gracias a la claridad de los enormes ventanales tapados con preciosas cortinas de seda rosa, con un pianoforte en la esquina derecha del salón y decenas de cuadros colgados en las largas y anchas paredes rosa pálido. Y aunque para algunos pudiera resultar un salón más, elegante como cualquier otro, para ambos jóvenes era un pozo de maravillas en el que querían hundirse de por vida.

—¿Has pintado todo esto? —preguntó Benedict sin poder apartar los ojos de las paredes del salón. Estaba maravillado. Diana, frente a un cuadro en el que estaba pintado un precioso atardecer anaranjado, le respondió.

—La mayoría. Algunos son de hombres que desconozco —. Benedict se colocó junto a ella y observó el mismo cuadro. Era enorme, tanto que casi ocupaba la pared entera —. ¿No es precioso? Siempre me ha encantado dibujar paisajes, sobre todo los que son claros y bonitos. Siento que las gamas de colores son más extensas y más útiles. Los bosques tenebrosos y las montañas puntiagudas no son lo mío. Mucho menos las tormentas.

—¿Te asustan las tormentas? —inquirió él, una sonrisa burlona decoraba sus pálidos labios. Diana asintió con la cabeza pasando por alto el tono de burla —. Eso sí que es una sorpresa. No esperaba que pudieras tener miedo a algo, pareces una persona muy segura y siempre sabes cómo reaccionar ante todo. Daphne, Eloise y Hyacinth siempre acuden a ti por ello.

—Me halagas, pero creo que ya me estoy quedando atrás —Diana se retiró de su lugar y caminó por el silencioso salón. Solo el vago sonido de la música proveniente del salón de baile era capaz de escucharse —. Daphne acaba de casarse y ahora es duquesa, Eloise tiene un increíble intelecto y siento que algún día llegará a ser brillante aunque intenten opacarla y Hyacinth... En realidad no creo estar preparada para que ella crezca. No obstante, no dudo en que cuando lo haga será igual de maravillosa que sus hermanas y hermanos.

Francesca no estaba mucho en casa, solía marcharse largas temporadas y Diana y ella no tenían muchas conversaciones, pero debía admitir que las pocas que habían tenido habían sido verdaderamente entretenidas y de su agrado. La familia Bridgerton en sí era excepcional.

—De verdad adoras a mi familia, ¿no es así? —Benedict le preguntó. Él, a diferencia de ella, seguía parado frente al enorme cuadro del amanecer. Sin embargo, miraba desde allí el perfecto porte y perfil de la muchacha. 

—Sí, así es. Es maravilloso ver a una preciosa familia como la tuya apoyarse mutuamente en vuestras decisiones y llevaros bien. Desearía tener tal cosa —murmuró Diana. Escuchó pasos cercanos a la puerta y aquello la alarmó —. Debemos irnos. He dicho estar dispuesta a arriesgarme, pero no estoy segura de querer averiguar que ocurrirá si nos encuentran a los dos solos aquí dentro.

Benedict asintió con la cabeza y se dispuso a seguir a Diana a las afueras del salón. La puerta de caoba se cerró tras él y se adelantó para acompañar a Diana.

—¿No deseas formar tu propia familia?

—Claro que sí —contestó ella. Saludó brevemente a una joven vestida de morado y al hombre, visiblemente mucho mayor que ella, del que iba agarrado y continuó hablando —. ¿Esa pareja? Eran George Harrison y su esposa Emily Harrison. Él es amigo de su padre y tiene sesenta y dos años. Ella, veintiuno. Emily se casó con él por obligación de su padre y ahora están esperando un hijo.

Una desgracia que ocurría a muchas muchachas más de la sociedad. Funcionaba así. Y no se podía hacer nada.

—¿Puedes imaginarte como sería vivir de esa forma? ¿Casado con alguien a quien no amas y formar una familia con ella? Debe ser espantoso —exclamó, arrugando la nariz —. Es por eso mismo por lo que, si alguna vez se da el caso y decido casarme con alguien, será por amor. Me rehuso rotundamente a otorgar mi cuerpo a culaquier persona que me hable bonito o tenga interés en el dinero de los Featherington. Enamorarme es todo lo que necesito para decir que sí.

—¿Y el príncipe?

—¿Qué ocurre con el príncipe?

—¿No estás enamorada de él?

—Voy a creer que en el pícnic estabas demasiado ocupado comiendo como para prestar atención —dijo ella —. El príncipe no tiene intención ninguna de pedir mi mano y mucho menos de casarse solo porque sus padres se lo dicen. Compartimos muchas opiniones y la visita de hace unos días fue en parte por eso, para hablar sobre ellas. Por otro lado, él deseaba conocer a tu familia, a Eloise sobre todo. Está con ella ahora mismo, de hecho. Tratan de descubrir quién es Lady Whistledown.

—No me agrada que el príncipe esté tan cerca de mi hermana —dijo él con desagrado.

—¡Benedict Bridgerton! —exclamó Diana mirándole con sorpresa —. ¿Te preocupa que despierte en Eloise algún sentimiento por Jonathan?

—Eloise siempre está diciendo que no quiere casarse y que nunca se enamorará, pero solamente lo dice porque nunca ha hablado con otro hombre que no sea de su familia —explicó Benedict. La pareja salió al jardín y se quedaron junto a la barandilla de piedra de mármol, observando desde allí a Eloise y Jonathan leyendo y señalando cosas que les llamaban la atención de los folletos de Lady Whitledown —. Tal vez el año que viene, cuando mamá la presente a la sociedad, se vea obligada a hablar con hombres de todo tipo, pero me atrevo a pensar que ninguno de ellos le llamará la atención.

—Porque ninguno de ellos piensa como ella —musitó Diana, sin apartar la mirada de la pareja.

—Exacto. El príncipe no tiene prioridad por casarse, piensa que Lady Whitledown es una escritora admirable, admira tu forma de pensar y la de mi hermana y defiende la idea de que las mujeres deben asistir a la universidad. Al final del día, cuando Eloise conozca todas estas formas de pensar del príncipe, estará completamente perdida por él —dijo.

—¿Y Jonathan?

—¿Qué ocurre con él?

—¿Crees que él pueda llegar a enamorarse de Eloise? —preguntó Diana, esta vez girando la cabeza para mirar a Benedict, solo para encontrarse con que él ya la estaba mirando.

—Por ahora no. Nadie es capaz de enamorarse tan rápido y tampoco sabemos cuáles son las intenciones del príncipe —añadió —. Quizá deje el país antes de la siguiente temporada y nunca volvamos a verlo, quizá la reina lo envíe de vuelta cuando vea que su sobrino se está relacionando con dos de las señoritas más revolucionarias de la sociedad o quizá él se enamore de otra muchacha durante esta temporada y le pida su mano.

—¿De qué muchacha hablas? Él... —Diana dejó de hablar cuando vio a Benedict alzar las cejas. Un simple gesto le sirvió para darse cuenta de que Benedict hablaba de ella —. Eso no va a pasar, Benedict. Jonathan no está enamorado de mí y yo no estoy enamorada de él. Te lo aseguro.

—Se te olvida que el tiempo aún no se acaba —dijo. Diana apartó los ojos de los suyos, incapaz de seguir mirándole —. Tal vez no esté enamorado ahora, pero podrá estarlo más tarde. No eres consciente del efecto que causas en los demás, Diana.

Ella soltó un suspiro y cerró los ojos. Era bastante consciente del efecto que causaba en las personas. Las alejaba, los repelía, los ahuyentaba. Nadie quería acercarse a ella porque al final terminaban descubriendo que la rosa perfecta y bonita no era más que un engaño cubierto de espinas, una muchacha que buscaba el amor que nunca había recibido. Un amor que asustaba a la mayoría de personas, un amor que no todos estaban dispuestos a dar. Puede que ella no conociera lo suficientemente bien al príncipe como para saber si él estaba dispuesto o no a aportar ese amor, no sabía si él estaría allí para ella o saldría corriendo. Lo que sí sabía era que no quería espantar a Jonathan de su vida.

—Tal vez no lo sé. Pero tampoco sé si quiero descubrirlo, Benedict.

Él no contestó, sino que optó por quedarse allí, sumidos en silencio, observando nada más que su perfil y escuchando nada más que el compás de su respiración. Benedict se había encontrado a sí mismo en más de una ocasión tratando de representar a la muchacha en dibujos y pinturas, pero siempre había algo que le faltaba. Tal vez eran un par de decenas de pecas más, de esas que le manchaban las mejillas y la nariz y descendían un camino por su cuello; o tal vez eran sus largas y finas pestañas, que parecían que fueran a caerse con un leve soplo. Tal vez es que Diana era imposible de dibujar o tal vez su cabeza le jugaba una mala pasada y se distraía cuando se trataba de dibujarla.

Diana se giró de repente, topándose con la mirada de él, quién tras un vago intento de apartarla se percató de que había sido atrapado con las manos en la masa.

—Te debo una disculpa —dijo —. Me comporté muy mal contigo aquel día. Entre los golpes que se estaban dando aquellos hombres y los gritos de la gente, me empecé a encontrar mal. Siento mucho haberte hecho sentir insultado o menospreciado. Valoro mucho tu amistad, Benedict.

—Disculpa aceptada —él le sonrió —. Pero debo preguntar: te veías consternada, ¿estás segura de que no sucedió nada más?

Diana dejó de mirarlo y se mordió el interior de la mejilla. ¿Hasta qué punto podía confiar en Benedict para contarle lo que había visto aquel día? Sin duda, era un tema que le preocupaba. No había podido hablar de ello con Anthony ni con Jonathan, y era fiel creyente de que hablar sobre lo que le preocupaba siempre podía mejorar las cosas.

—Vi a mi padre aquel día —confesó. Benedict se apoyó en la baranda de mármol, una línea de confusión surcando su entrecejo —. Tenía un papel en la mano y... Tal vez me equivoque, pero creo saber que esos papeles son apuestas. Estaba preocupado. Intentaba no parecerlo, pero sé que lo estaba. El papel se arrugaba cada vez más y más.

—¿Los Featherington tienen problemas de dinero? —inquirió Benedict.

—Pensaba que no. Ya sabes que Portia siempre está presumiendo de los nuevos vestidos de sus hijas, pero escuché a mi padre decirle a Portia que quizá Philippa no podría casarse con el señor Filch y ahí empecé a sospechar.

—Pero no lo sabes de seguro, ¿cierto? —Diana negó con la cabeza —. Entonces quizá no debas preocuparte por ello. No sabemos si ese papel era una apuesta. Si lo era, tampoco sabemos cuánto dinero apostó lord Featherington. Y tal vez expresó su desagrado por el pretendiente de Philippa por otra razón. Quiero decir, Albion Filch es un obseso del queso, quizá el aliento le apeste.

Diana se rió levemente, pero la preocupación siguió presente. Aquello olía mal y, aunque apreciaba que Benedict estuviera tratando de ayudarla a deshacerse de sus ideas disparatadas, no estaba ayudando. Diana era tozuda. Cuando una cosa se le metía en la cabeza, no salía hasta que se probara lo contrario. Y hasta que no supiera si de verdad los Featherington no estaban quedándose sin dinero, no conseguiría dejar de pensar en ello.

Aquella noche, sin embargo, no era el mejor momento para preocuparse por eso. Era una noche feliz. Daphne había contraído matrimonio con el hombre que amaba, se había convertido en duquesa y le esperaba una vida llena de felicidad. Además, no podría averiguar nada nuevo respecto al tema.

—¿Te apetece...?

—¿Te gustaría...?

Sus ojos se encontraron, brillantes, y sus risas se mezclaron como una melodía perfecta. Benedict extendió una mano hacia ella y se dispuso a repetir su pregunta:

—¿Te gustaría bailar, Diana?

—Sería un placer.

ISI'S NOTE.    .    .

que monos ellos, hablando como si todo
estuviera bien. si supieran lo que tengo
preparado para el próximo capítulo...

espero que os haya gustado.

os adora,

𝓘𝓼𝓲

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