19 | El día que entendí que Toni no era para mí

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Virginia tenía razón, pero yo no lo admitiría.

Pasé cuatro años de mi vida fingiendo que había sido la mejor decisión de mi vida cuando, poco a poco, mi castillo de ilusiones se deshacía como hecho de arena.

Incluso Colton, en cuanto supo que Linda se iría a estudiar a la University of South Wales, le prometió que la esperaría. Mi hermano le prometió a una chica con diecisiete años que la esperaría, y para quien no se lo espere, sí lo cumplió. ¿Cómo podía mi hermano haber sido amigo tantos años de Toni y no haberle enseñado nada?

Cuando Colton nos presentó a Linda, lo hizo de la manera más respetuosa posible, y yo jamás había visto a Colton tan serio.

La invitó un domingo a cenar a casa, antes de que ella se fuera a Gales. Linda medía casi lo mismo que Colton y usaba un vestido rosa de invierno, de mangas largas, además del cabello rubio, lacio sobre los hombros. Estudiaría Derecho porque soñaba con convertirse en abogada mientras que Colton no pensaba dejar el taller mecánico con el que tenía contrato el concesionario donde trabajaba Hunter.

Frente a nosotros, Colton le entregó una cajita a Linda que ni ella ni nosotros esperábamos. Casi sufrí un microinfarto pensando que era un anillo de compromiso, pero descarté la idea cuando permitió que ella misma la abriera.

Le estaba regalando un collar de oro con la palabra courage uniendo ambos extremos. Pasmada, pestañeé. Lo vi sacarse otro colgante del interior de su fina sudadera verdosa, también de oro, donde se leía love. Solo ellos (y yo, que lo deduje tras poco esfuerzo mental) entendían que las iniciales de los collares les recordarían que habían cerrado sus corazones con llave hasta reencontrarse.

—No importa cuánto tardemos —le dijo, como si Linda fuese la única persona en la habitación—, te esperaré hasta que volvamos a vernos.

Yo, que nunca había visto a mi hermano con esa actitud hacia ninguna chica, empezaba a sentirme alejada.

Es decir, siempre había tenido la atención de Colton. Él se preocupaba por mí, me cuidaba de lejos y se interesaba por todo lo que yo hacía. ¿Qué se suponía que debía sentir ahora que alguien más había llegado?

No dudaba de que Linda fuese una persona amable, pero probablemente no nos convertiríamos en amigas. Si nuestra vida hubiese sido una novela de fantasía, ella sería la princesa; y yo, la sirvienta que soñaba despierta con casarse con el príncipe. A menos que me escapara, fuese libre y, en mi libertad, encontrase a otro renegado como yo. Esa versión sonaba mejor.

Después de la cena y de que Colton llevase a Linda a su casa, los Barrett hablaron con él. Yo, parada en el pasillo, cerca de la sala, los escuché decirle que creían que Linda era buena persona.

—Cuando regrese —dijo entonces mi hermano—, nos casaremos.

Mis padres no dijeron nada. Probablemente estaban tratando de procesar que Colton solo había pasado seis años en casa, que cumpliría dieciocho en unas semanas y que empezaba a moldear su propia vida.

Colton quería ahorrar lo suficiente como para rentar su propio apartamento cerca del taller donde trabajaba y, aunque los dos sabíamos que los Barrett siempre nos apoyarían, de repente empecé a ser consciente de que nosotros también nos iríamos.

Mi hermano se iría. No enseguida, pero eventualmente saldría de casa. Si a mí me estaba costando procesarlo, no tenía ni idea de cómo se sentían ellos.

Damon apenas hablaba, sino que lloraba. Recuerdo que esa noche lo abrazó en el pasillo como si no pudiera decirle cuánto le quería, y yo lo vi desde la esquina.

A Colton le había crecido el cabello castaño, tanto que ya pasaba de sus hombros, planchado porque lo tenía rizado por naturaleza; había conseguido que lo llevasen a perforarse la oreja como quería, de modo que siempre traía un trozo de una de las cadenitas que Damon le había regalado unido desde el lóbulo hasta el hélix.

Y Damon, que lo sostuvo por los hombros, le dijo que siempre podía regresar a casa.

Creí que Colton no le daría importancia, pues habíamos crecido, pero se abrazó a su cintura y, por un fugaz segundo, me dio la sensación de que volvía a tener catorce años.

No se fue de casa ese año, ni al siguiente, sino cuando cumplió veinte años y yo había iniciado una relación de noviazgo oficialmente con Toni.

Se suponía que ya estábamos saliendo, porque Toni se quedó en Londres esos dos años, hasta que fui mayor de edad. Había decidido tomarse un año de descanso antes de meterse al ejército. No era mi sueño casarme con un militar, pero él decía que cumpliría servicio durante dos o tres años, y regresaría por mí.

Era mi último año de Bachillerato.

Los viernes, me quedaba a dormir en casa de Elyssa porque los Barrett me daban permiso. Cuando Damon me llevaba, me besaba la cabeza antes de que me bajara; Virginia, por el contrario, me entregaba un tupper con fruta cortada por si me daba un ataque de ansiedad frente a la comida. La fruta era mi lugar seguro.

En su dormitorio, sentadas sobre el suelo alfombrado, Elyssa me arreglaba las uñas mientras yo le hablaba de Toni. Ella todavía no tenía novio ni quería.

—Dice que me presentará a su familia cuando cumplamos un año —le dije.

—¿Y es lo que quieres?

—Sí, me parece bien.

Una parte de mí sentía que no quería presentarme antes porque no creía que fuéramos en serio. Él no quería casarse, ni tener hijos, ni ningún tipo de compromiso. Podría adaptarme si quisiera, me dije, aunque mi otra mitad soñaba con un romance como el que había leído en mis novelas de fantasía. Tal vez fantaseaba demasiado.

—La realidad no es como un libro —expliqué—. Tengo que dejar de leer.

Leer me decepcionaba. No podía esperar nada de nadie o terminaría resentida.

Toni era buena persona, en realidad. Me escribía todos los días, hablábamos de diferentes temas que nos gustaban, me invitaba a comer, pasaba en coche por mí y nos íbamos de vacaciones.

Aunque tenía diecisiete años y él diecinueve, mis padres me dejaron ir a la playa con él, después de darme toda una charla sobre la importancia de la protección (por parte de Virginia).

—Llámame si en algún momento quieres irte —me dijo Damon— o si pasa cualquier cosa. No hagas nada que no quieras. Y no te conformes con algo bueno cuando puedes tener lo mejor.

Se suponía que ese verano yo me había apuntado a un programa de voluntariado de dos semanas en Madagascar, donde enseñaríamos inglés a niños de primaria.

Pero tuve que llamar para cancelar mi inscripción porque decidí ir a la playa con Toni. Mi corazón dolía, porque luchaba entre aceptarlo como él era o no conformarme.

Una de las primeras cosas que me molestó fue que Toni no usaba ropa interior y, cuando yo le rodeaba la cintura, movía mi mano para que la metiese dentro de sus jeans. En lo personal, por situaciones que he vivido antes, no me resultaba higiénico ni romántico, sino invasivo.

A él le gustaba; a mí no.

Tampoco me gustaban algunos de los temas de conversación que sacaba. Cada vez que mencionaba el tema de hacerlo por primera vez, lo evadía diciendo que estaba menstruando. Siempre funcionaba.

Nunca he tenido un periodo regular por mi anemia, así que ni siquiera yo sabía cuánto duraría o cuándo empezaría. No sabía cómo explicarle las cosas que había vivido ni estaba segura de querer que él lo supiera.

Es decir, quería contárselo a alguien que, después de saberlo, cuidase de mí como habían hecho los Barrett. Pero me daba la impresión de que, si Toni se enteraba, se compadecería de mí solo un momento para luego decirme que él lo haría mejor, o sería tan estúpido de preguntarme:

—¿Entonces no eres virgen?

Y eso me mataría, así que protegí mi corazón durante todo nuestro noviazgo.

Tal vez estaba siendo demasiado exigente. Poco a poco, la lista de decepciones empezaba a crecer y no sabía si podía imaginar una vida a su lado. Virginia me había dicho que ella decidió casarse con Damon cuando pudo visualizar el resto de su vida con él. Pero yo todavía no podía decir lo mismo: Toni solo saludaba a los Barrett cuando venía a recogerme y yo no conocí a su familia hasta que cumplí los dieciocho.

Lo primero que Toni le dijo a su madre cuando llegué a su casa fue:

—Te presento a tu futura nuera.

Y se me llenó el estómago de mariposas. ¿Sí quería casarse conmigo, al final de todo? ¿De verdad existía una posibilidad?

Pero después de que hube saludado a su madre y ella se marchase a la sala para ayudar a la abuela de Toni a alcanzar el comedor, pues la señora ya era muy mayor y la cuidaban entre los dos, él se giró hacia mí con su preciosa sonrisa y soltó:

—No lo pienses mucho, es broma.

Se me quebró el corazón, pero mantuve la sonrisa a pesar de todo.

Él no tenía ni idea de lo mucho que significaba eso para mí.

Si discutíamos porque su madre se metía en todas nuestras decisiones al futuro, dejaba de hablarme y decía que era lo mejor, porque el tiempo nos daba espacio de calmarnos.

Después de conocer a su madre y a su abuela, entendí que él no tomaba decisiones por sí mismo. Empecé a ir a su casa casi todos los días durante las vacaciones porque Toni quería que pasara más tiempo con ellas.

Su madre era muy amable, no mentiré, y su abuela siempre me consentía y cortaba fruta para mí. Pero también lo consentían a él.

Toni no sabía lo que quería en la vida: era su madre la que le sugirió meterse al ejército o estudiar biología en la universidad. También le había sugerido visitar otros países para hacer diferentes programas y encontrar lo que le gustaba.

Era la que le preparaba de comer, la que le decía cómo cuidarse, la que le había comprado un coche, le daba dinero, lavaba su ropa, fregaba sus platos, hacía su cama, limpiaba su cuarto y yo, después de ver que Toni ni siquiera ayudaba a su madre a recoger la mesa, entendí que jamás lo haría por mí.

Se suponía que seríamos un equipo. Si esperaba que fuese su segunda madre, le defraudaría una y mil veces. Yo quería un compañero de aventuras, un amigo del que enamorarme, una persona con la que entrelazar proyectos y formar un solo futuro.

Pero Toni parecía un niño de siete años y no de veinte cuando estaba en casa.

Recuerdo que Anne y sus hijos, y Elyssa con sus padres, asistieron a mi graduación. Bajé del graderío con mi diploma de Bachillerato, después de la ceremonia, y me encontré a mis padres en el jardín del instituto, fuera del aula magna donde se celebraba, una vez se disolvió al multitud lo suficiente como para que yo pudiera verlos.

—¿Ya has decidido lo que vas a hacer? —me había preguntado Anne, y recuerdo que toda la ilusión que había sentido al frente del escenario desapareció de mis ojos.

Toni no había venido, aun sabiendo lo importante que era para mí este día. Quise llorar cuando Anne me lo preguntó, porque mi primer pensamiento había regresado a él.

—Supongo que casarme.

Mis padres no dijeron nada.

Sabían que Toni me había pedido matrimonio en los asientos de su coche, hacía un par de noches. Me dio una cajita que abrí y allí se encontraba el anillo de oro. Lo miré, sin saber qué decir. Él tampoco parecía seguro de saber lo que estaba haciendo.

—¿Qué significa esto?

—Te estoy pidiendo matrimonio.

Se me encogió el corazón.

—¿Aquí? ¿Así?

—¿Sabes cuánto me ha costado, Anja? —replicó entonces—. No seas desagradecida. Costó setecientas libras, y eso es más de lo que gasto siquiera en mí.

Discutimos, le devolví el anillo y me bajé de su coche. Por eso no había venido a mi graduación: me estaba castigando con su silencio, y me lo merecía.

—¿Quieres casarte?

La voz de Edén rompió entonces mis pensamientos. Sentía a Virginia y a Damon, que medía uno noventa y cinco, detrás de mí, y por un breve instante, supe que estaba protegida. Ellos me protegían.

—Sí.

Era mentira.

—Pero pensé que te irías este verano a hacer un voluntariado —me dijo entonces Anne.

Había aplicado para programas de voluntariado a corto plazo con distintos enfoques. Trabajaban con niños, con mujeres, con personas que sufrían discriminación o injusticia social, y buscaban la igualdad, la enseñanza, el empoderamiento y la igualdad. También había servicios de construcción y apoyo para desastres naturales, pero uno de mis deseos era ayudar en el sector sanitario, como mi madre.

Así que había estado investigando viajes a Nepal, Tailandia y Ghana para enseñar a los niños y a las mujeres a leer y a escribir en inglés, repartir alimentos y ayudar en lo básico de la salud, como tomando la presión y entregando medicamentos.

Aunque quería empezar con voluntariados a corto plazo, mi intención era apuntarme a una pasantía, que duraba entre uno y tres meses.

—Supongo que eso será después —les dije, aunque no quería que fuese así—. Tal vez cuando me case, iremos juntos.

Recuerdo que Anne me miró como si supiera que eso no pasaría, pero no me lo dijo así porque estaban sus hijos allí. Tal solo me abrazó y entonces, donde solo yo podría oírla, me dijo que mi autoestima no dependía de nadie.

—Es algo que generas internamente —murmuró—. Sé que sería más bonito hacerlo en pareja, pero a veces la persona que escoges no tiene ese mismo deseo. Pero si sigues tu camino, y tu camino es bueno, encontrarás a alguien con la misma visión en el trayecto.

Pero no podía echarme atrás.

Había llamado a Toni esa misma mañana para disculparme y decirle que sí me casaría con él, que simplemente esperaba una propuesta diferente. No me regresó la llamada hasta el día siguiente, cuando me pidió que lo visitara en su casa.

Para variar, su madre nos ayudaría a planear la boda. Ella se sentó conmigo y me preguntó si tenía algún lugar de eventos en mente, colores, código de vestimenta, un vestido en mente y flores. También me sugirió varios destinos para la luna de miel y, cuando Toni oyó el tema de conversación, me recordó desde su cuarto que su madre iría con nosotros.

Y yo aguantaba en silencio porque me daba miedo echarme hacia atrás. Los planes avanzaban y yo no sabía negarme, aunque, en parte, creo que tenía miedo de la reacción de Toni, de que su familia me odiase, de decepcionar a todo el mundo.

Hasta un estúpido jueves por la noche, después de una salida al cine en el centro comercial. Por supuesto, la madre de Toni vino con nosotros porque él no quería dejarla sola en casa. Si pudiera, se traería a su abuela también, pero la señora apenas podía moverse sin ayuda de un andador o un bastón.

Abandonamos el cine alrededor de la medianoche, y por azares del destino, de camino al estacionamiento, pasamos por una tienda en el centro comercial que seguía abierta; en el escaparate, había una bandeja de donuts y me enamoré de uno con glaseado azul celeste. Casi por inercia, le pedí a Toni que esperase mientras entraba a comprármelo, pero él frunció el ceño.

—¿No le vas a preguntar a mi madre si quiere el mismo?

Parpadeé, estática. Nunca me había pasado algo así. Ni siquiera mi padre, o mi madre, me habían hecho preguntarle a Colton si quería la misma manzana que yo, sino que nos compraban una a cada uno, si se nos antojaba.

—No.

Perplejo, Toni dejó caer la mandíbula.

—¿Qué problema tienes? —me regañó entonces—. Quiero que le preguntes.

—Es para mí, no para ella.

—Toni, no importa... —empezó a decir su madre, pero él la interrumpió:

—¿Y si ella lo quisiera? ¿O quisiera otro?

—¿No puedo elegir lo que yo quiera? —inquirí entonces, incapaz de comprender su lógica.

—No, en esta relación elegimos los tres.

Sentí un puñal atravesarme el pecho. Porque no se refería a nosotros tres, sino a él, su madre y su abuela. Lo que quería decir era: "Nosotros tres, sin ti, elegimos esta relación." Él no me había elegido, sino que tomó la decisión por consenso mayor.

Y casi al instante, me pareció escuchar a Damon repetirme que yo era la mejor elección que ellos habían tomado. Mis padres me habían elegido. Mi novio no. Y yo no quería ser una opción, sino la única elección.

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