― 𝐏𝐑𝐎𝐋𝐎𝐆𝐔𝐄

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❛ 𝑩𝑨𝑳𝑨𝑵𝑪𝑬 ❜

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· ⭒.         ⭒ • .

 . ⭒. ☆   

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DESDE EL INICIO DE LOS TIEMPOS, siete formas de vida pisaron por primera vez el mundo que ahora todos conocen y fueron llamados erróneamente Dioses. Seres a cuya característica que representaban, le eran atribuidos los fenómenos que la humanidad no lograba explicar, predominando una mezcla de imaginación e ignorancia por parte de ellos, incluso antes de que la humanidad misma fuese consciente del verdadero significado de los hechos.

Ellos eran los Eternos.

Pero, el inicio del verdadero inicio, estuvo en manos del caos. Una extraña y única forma de vida sin nombre, rostro o cuerpo físico. En resumen, la nada misma. Por lo que de esa nada, surgieron dos hermanos, Caos y Discordia. Emanando como una representación simbólica y literal de todo lo que la humanidad pensaba que estaba mal. Ambos dependían el uno del otro, dándole marcha continúa al universo, o al equilibrio como tal, pero independientes en cuanto a conducta.

Y eso al universo no le agradó. Magnánimo como egoísta, pensó en destruir a uno de los gemelos, con ello, la perspectiva del mundo se veía prometedora, bajo su propio criterio. Pero era algo que el sobreviviente jamás olvidaría.

Los separaron, siendo una parte del mismo arrebatado, hasta que después de la nada, solo quedó el caos nuevamente, el cual tomó en su poder a la discordia convirtiéndose en un solo ente. Una larga vida fue finalmente escrita solo para ella.

Una eternidad por delante.

Fue arrojada, empujada por su creador, hasta las desoladas llanuras terrestres. Cayó como un ínfimo rayo de luz entre las espesas tinieblas y los húmedos suelos. Le tomó un día y una noche emerger de entre el lodo, con miembros largos y pálidos, temblorosas piernas y pequeños pies. Arañó, para dar por fin con la luz de las estrellas en la superficie, como una indefensa criatura de misteriosa procedencia, le tomó tal vez solo unos segundos ser tomada por la lucidez ante su cuerpo metafísico. 

Se irguió, a la luz de la luna, dando un vistazo a su alrededor. Hizo su camino a través de la niebla, paso a paso como un ser de carne y hueso. Los blanquecinos cabellos tomaron el color de la roca volcánica por la que era rodeada y sus ojos, el ardiente fulgor del magma que se esparcía bajo sus pies, sin recibir daño alguno.

La nada yació desde ese mismo instante en un palacio de sombras y luces, como monarca, donde convergían las tinieblas y la claridad conjuntamente. 

Y lo haría para toda la eternidad.



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UNA SUAVE Y HÚMEDA BRISA logró colarse por entre sus oscuros cabellos, acariciando su nuca y trayéndola de vuelta de su ensoñación abriendo los ojos de golpe. Sus pies sintieron el calor del agua, comenzando a subir por sus piernas, casi burbujeando, llevando vapor a su rostro. El lago brillaba con profunda intensidad aquella noche, reflejando el estrellado firmamento nocturno solo para ella.

Los opacos y curiosos ojos de la mamba negra observaban desde la orilla con total atención los inexistentes movimientos provenientes de su ama. Siendo una noche serena, se tomó el momento de salir y sumergirse en las cálidas aguas, entre los murmullos de las sirenas que podían oírse a la lejanía, esperando a alguien para poder jugar. Oyendo sus más grandes y profundas penas a través de melodiosos canticos y prosas.

Levantó de pronto su cabeza hacia el cielo, retrocediendo un par de pasos, salpicando a su alrededor. Con un bajo resoplido y dando media vuelta salió completamente del agua, dejando sus pisadas marcadas en la fría arena. Su compañero se arrastró hasta llegar a ella y la observó en silencio, notando como el fulgor carmesí salía del collar que reposaba en su pecho.

Estaba siendo llamada.

La joya brilló con intensidad. Alguien en el mundo de la Vigilia se encontraba causando desmanes y avanzando hacia el Camino sin Retorno. Un rostro masculino de aproximadamente treinta años destelló en su mente, mientras blandía una vieja navaja nerviosamente entre sus manos sucias y temblorosas.

Se agachó a la altura de la serpiente y estiró la palma de su mano con una sonrisa.

— Parece que tenemos trabajo que hacer, Percival.

La criatura siseó y se arrastró, enroscándose por su muñeca, tomando la forma de un brazalete plateado y reluciente alrededor de ella.

A medida que avanzaba, fue siendo rodeada entre una neblina gris que subió por su cuerpo, cambiando su austera vestimenta por algo más apto. Dejando atrás la ligera bata de seda blanca por una capa de terciopelo oscuro.

Invocó un portal a metros de la orilla, apareciendo con un soplo de aire frío desde el otro lado, por el cual visualizó aquel lugar del cual estaba siendo llamada. Dando un firme paso dentro, se transportó directamente a las ensombrecidas calles de Berlín.

Soltando un apesadumbrado suspiro, observó a su alrededor, sus dorados y fulgentes ojos buscando al responsable. Una suave melodía llegó a sus oídos, delicada y armoniosa, desde una casa aledaña. Mientras que, en algún oscuro callejón, el caos estaba siendo atraído voluntariamente, o más bien, invocado a la fuerza, por una asquerosa alimaña de la noche. Una pesadilla errante.

Caminó, adentrándose por uno de los callejones, siguiendo el putrefacto hedor de las acciones de esa pesadilla. Al llegar al final de este, se encontró al hombre que había divisado y sentido dentro de su cabeza. Acuclillándose a su altura lo examinó con detenimiento, tomando de su inerte mano aquella navaja. Una imagen de él, cortando la garganta de otro sujeto llegó a su mente. La idea irracional de estar siendo engañado por su esposa lo consumió por completo, hundiéndolo y llevándolo a cometer tal acto. 

Así como ella había visto. Sin ser la primera vez que experimentaba el mismo acontecimiento con los humanos.

Su trabajo era equilibrar aquellos pensamientos, de forma que la balanza entre el caos y el control se mantuvieran en total proporción, para dar paso a una acción nueva. El caos sabía elegir a quienes debían caer en el y quienes no, o aún no. Muchos debían tener un futuro que estuviese destinado a suceder, al menos ese era el caso con aquel individuo mortal. Pero alguien se adelantó e hizo el trabajo de la forma más sucia posible, empujando intencional y abruptamente su actuar.

El Corintio.

Sus ojos habían desaparecido de sus cuencas, dejando solo los oscuros huecos desprovistos de cualquier indicio de ellos, con nada más que gotas de sangre escurriendo por sus mejillas.

Se colocó rápidamente de pie, alisando los pliegues de su larga falda bajo la mullida capa y siguió caminando, sin nada más que hacer por el pobre diablo. Sus zapatos hicieron eco entre los muros del angosto callejón, saliendo al fin hacia otra intersección, encontrándose con el responsable de tal carnicería.

Él se volteó a mirarla con una enorme sonrisa en su rostro, a la vez que dejaba caer el cuerpo sin vida de otro desdichado.

— Pero si es la arpía del Érebo— escupió con petulancia—. Linda noche, ¿No crees?

— Pero si es la infame pesadilla descarriada. El olor te delata a kilómetros. ¿No crees que es algo tarde para salir a jugar?

— Jamás es tarde para jugar, tesoro.

— Morfeo debería atar una correa en tu cuello, si sigues escapando de la Ensoñación y jugando a tus anchas aquí.

— Me gusta creer que gracias a mi tienes trabajo, dulzura.

Ilenna sintió un leve pálpito instalarse en su párpado ante el arsenal de apodos que siempre tenía preparados para soltar ante ella.

— Me halaga que pienses en mí, Corintio—agradeció con fingida satisfacción—. Pero la noche está por terminar... para ti, al menos.

La expresión de Corintio cambió enseguida, desfigurando totalmente su semblante de victoria. Ilenna no necesitaba girarse para saber que Sueño de los Eternos se encontraba a espaldas suyas, buscando a su pesadilla desquiciada. 

Retrocedió un paso, quedando ambos lado a lado. Él, portando su ya bien conocido yelmo, por lo que no pudo ver la expresión en su pálido rostro. Pero su cabeza apuntó en dirección a ella por un momento y devuelta a la pesadilla.

— Mis creaciones pertenecen a la Ensoñación, Corintio...—musitó con voz plana y ronca.

— Pero mi señor... 

— Sé un buen chico y ve con papi—dijo ella a modo de despedida, mientras él apretaba los dientes con claro disgusto—. Y trata de no regresar en un buen tiempo...

— ¿Qué no tienes mentes que infectar?—manifestó a través de su evidente ira.

— Las tendría, si no hubieses interferido... tesoro.

Sonrió para él una última vez y se volteó completamente a Morfeo. 

— No quiero volver a verlo por aquí—expresó en orden hacia el Eterno—. Es malo para el negocio.

— Tendré en cuenta tu consejo—respondió a través de la estructura, con un ligero asentimiento.

A Ilenna le agradaba en demasía apretar sus botones. Había cierta satisfacción en saber que de alguna u otra forma, sus comentarios tocaban un nervio sensible. Porque es lo que ella solía hacer.

Es lo que solía ser, la mayor parte del tiempo. Después de todo, tiempo es algo que les sobraba a los Eternos.

Invocó nuevamente un portal a su reino a pasos de Sueño, no sin antes dejarle una sonrisa de sus rojos labios al despedirse y cruzó sin mirar atrás.

El gran salón del piso inferior la esperaba, vacío, lúgubre. A excepción de los halos plateados de la luna entrando a raudales por las ventanas, desprovistas de persianas.

Ante sus ojos destellaron las estrellas, dándole la bienvenida, como siempre. Enmarcadas como si una pintura fuese, a través del ventanal, percibiendo de pronto el peso de la soledad caer sobre sus hombros, abrumándola de sobre manera.

Solían llamarlos Eternos, los todopoderosos Eternos. Pero... ¿Qué tan eternos podían ser realmente? considerando su más grande pérdida, eones atrás. Aquel hecho no hizo más que cuestionarse día tras día su existencia en el mundo, y el vacío que había dejado su hermano en el... y en el de ella.

Subió los escalones, dirigiéndose a la habitación principal donde se encontraban sus pinturas, lugar donde pasaba la mayor parte del tiempo. Al llegar se deshizo de la capa, desapareciendo en una nube gris, junto a todo el atuendo, volviendo a la cómoda seda, relajándose ante la textura contra su piel.

Su muñeca picó y Percival se desenroscó de ella, subiendo al alféizar de la ventana.

— ¿Se encuentra bien, mi señora?—cuestionó suavemente, presintiendo su inquietud.

— Por supuesto—respondió, aunque no se sentía como si lo estuviese.

Hizo su camino hacia la ventana, colocando sus manos sobre el marco, pero una extraña sensación ardiente se instaló en sus palmas, obligándola a soltarlo. Como si estuviese en llamas, saltó hacia atrás, creyendo que era la causa. Con un quejido, trató de estirar su mano, observando fijamente como no había nada fuera de lo normal en ella al girarla de una dirección a la otra, a pesar de sentir como si hormigas caminaran bajo su piel.

—¿Mi señora?—volvió a llamar Percival, elevando un poco más la voz.

La corriente subió por su muñeca, tomando toda la extensión de su brazo. Retrocedió aún más, asustada, sin saber en definitiva el origen de la causa.

Con una brusca exhalación tropezó, cayendo sobre sus manos y rodillas, viendo como el rubí de su collar comenzaba a brillar con intensidad. Su vista comenzaba a nublarse a la vez que sus párpados se sentían pesados y amenazaban con cerrarse.

—¡Lady Ilenna!

La voz provino esta vez de Vesta, la hermosa criatura casi élfica que solía rondar y cuidar de cada detalle en el palacio, la cual jamás envejecía un día de sus tantos siglos sirviendo fielmente a su lado, a pesar de sus plateados cabellos. Se agachó junto a ella, colocando una mano sobre su espalda.

—Lady Ilenna... ¿Qué está sucediendo? —urgió—. ¿Cómo puedo ayudarla?

Arqueó su cuerpo, sintiendo la extraña corriente fundirse con su espina dorsal, causando que soltara un gemido ahogado de dolor. Sus piernas y manos perdieron fuerza, debilitándose, hasta ceder totalmente. Vesta retiró el cabello de su rostro y la preocupación estaba reflejada en sus facciones.

— ¡Mi señora, por favor! —suplicó Percival, serpenteando cerca de ella—. Díganos como ayudarla...

Ilenna apretó los puños sobre su estómago, luego en su pecho. Un nudo parecía formarse en cada parte distinta de su cuerpo, consumiendo su fuerza e incluso su poder...

Tragó con dificultad, al dolor desaparecer abruptamente de su ser. Por unos segundos la sensación delirante huyó...

Pero...

Otra más se estaba apoderando silenciosamente de ella, aturdiendo sus sentidos. Aunque por supuesto que eso no era ni remotamente posible.

Y eso la asustó.

Ilenna tomó con firmeza la mano de Vesta, haciendo que la joven se exaltara y apretando los dientes con cólera, tomó una profunda respiración.

—Busca a Morfeo—ordenó—. Y tráelo hasta aquí...

Ella asintió enérgicamente, aún asustada, hasta que Ilenna ya no pudo sostener por más tiempos sus párpados.

Su cuerpo cedió totalmente al sueño, apagándose al igual que el brillo del rubí en su pecho.

Mientras que, en la lejanía, más allá de las llanuras neblinosas y los espesos bosques, el sol debía hacer su aparición, trayendo consigo el amanecer.

El cual jamás llegó.

Por casi más de un siglo, dejando el reino envuelto en la total oscuridad, esperando a que la Reina finalmente abriese sus ojos.





finalmente me convenció el prólogo, denle amor, 

así sé que les gusta lo que leen. 🥺💙

no quise sobrecargarlo de tantos detalles, para dar 

continuidad a lo que prosigue a la captura de Sueño

y entrar en esos "detalles importantes"

Sin más que agregar, desaparezco hasta la 

próxima actualización.

voten, comenten, es gratis 💬❤️‍🔥




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