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Siento que la primavera llegó, por primera vez, a mi vacío corazón.
Una flor encontró su camino y floreció justo en el centro.
Si crees que soy muy intenso, lo siento
Pero soy de esta manera porque tengo miedo de no poder tenerte nunca más una vez que este día termine.

—Close.

—¿Leyendo romance? —La voz de su hermano sobresaltó a Jisung. Tomó el libro entre sus manos para luego tirarlo de nuevo al escritorio—. Que femenino de tu parte, hermanito.

—¿Qué quieres, MiSoo?

—Quería pedirte si podrías cuidar a mi hijo, voy a salir con mi mujer y no hay nadie en casa.

El menor rodó los ojos y suspiró pesado.

—Yaa, Jisung, hazlo por tu sobrino. Y no le diré al papá que estabas escribiendo en ese diario —indicó el pequeño cuaderno negro sobre el escritorio del chico.

—¿Qué?

—Te ví anoche. Parecías una chica. —Se echó a reír frente al rostro serio de su hermano. No sabía que le parecía tan gracioso—. A propósito de chica, ¿a quién le escribes tanto? ¿La conozco?

—No le escribo a ninguna chica. Sé como Byeol y no preguntes cosas que no son de tu asunto.

—Por qué tanto misterio, hermanito. Solo quiero conocer a mi cuñada. Además no me compares con Byeol, ella ni siquiera vive en esta casa.

—Si como digas. Ya sal, yo me quedo con tu hijo.

MiSoo pegó un grito de alegría y agradeció a su hermano con palmaditas en la espalda.

Jisung suspiró y guardó el diario en el primer cajón de su escritorio. Amaba cuidar a su sobrino, pero no pudo evitar pensar en el tiempo que perdería haciéndolo dormir antes de poder arreglarse para recibir el nuevo año en la gran cafetería del pueblo.
Salió hacia la habitación de su otra hermana dónde estaba el bebé. Según MiSoo la habitación de Byeol era la más cómoda.

La casa estuvo en completo silencio hasta que el bebé rompió en llanto.
No tenía idea de cómo cuidar un bebé, ni mucho menos entendía porqué su hermano lo usaba a él como cuidador teniendo a la familia de su esposa para ello.
Tomó en brazos a su sobrino y se puso de pie para pasearse por la habitación. Si existiera un manual de como cuidar niños todo sería mucho más fácil.

Logró hacerlo dormir luego de varios minutos y lo recostó en la cuna. Se quedó allí, mirándolo tan sereno, tan pacífico envuelto en su manta azul. Recordó que cuando nació Misoo, su padre tenía dieciocho. No pudo evitar sentirse presionado e irremediablemente intranquilo sabiendo que él no podría con un bebé. Siquiera un matrimonio estaba seguro sería difícil de soportar.

Según lo que Jisung conocía y creía saber, el matrimonio no era más que una prisión sin rejas. Una condena ilimitada destinada a años monótonos, a una historia que se repetía una y otra vez en su familia, en el mundo.
Si matrimonio significaba sentarse en el escritorio a revisar papeles de un mismo trabajo, mientras su esposa preparaba la comida, cuidaba a sus futuros hijos o le planchaba la ropa, definitivamente no quería eso para su vida.
Había pasado años soñando con algo diferente que sería un crimen vivir una vida que no le pertenecía, una vida ya escrita reproducida cientos de veces. Su madre no quería eso para él.

Ella sólo quería ver feliz a su niño con cara de ardilla que siempre tocaba a escondidas una guitarra de juguete.

Suspiró y volvió a la realidad. Debía cambiarse ropa o se haría tarde.

Caminó hasta la puerta y se detuvo antes de salir. Había labiales y sombras de ojos desparramadas en el tocador de su hermana.
Devolvió todo a su lugar en medio de una confusión por tratar de diferenciar el rubor de una sombra rosa claro.
Guardó las brochas en un cajón y antes de salir se devolvió para mirarse al espejo.

Sus labios lucían resecos, con ciertas marcas rojas por haberlos mordido antes.
Recorrió con la punta del dedo la fila de labiales y se detuvo sobre lo que parecía ser un bálsamo.
Dudo un momento antes de abrirlo y lo aplicó con cuidado. No pudo evitar sentir el sabor a fresa.

Sus labios parecían más suaves.
Volvió su atención a la fila de labiales y uno rosa claro apareció de repente. Lo eligió y comenzó a aplicarlo sobre el labio inferior para luego esparcirlo por lo demás. Había elegido el color perfecto porque casi no se notaba.
Sonrió y devolvió todo a su lugar. De alguna manera se sentía más guapo y eso le agradaba.

(...)

Horas más tarde, MiSoo regresó a casa, dando espacio a Jisung para poder arreglarse.
El reloj marcaba las ocho y media cuando Jisung regresó al cuarto de Byeol en silencio para sacar el mismo labial y aplicarlo igual que antes.
Lo guardó en el bolsillo del traje y salió camino a la cafetería.

Al llegar, vio a su padre y su hermana en una mesa. Bastó una seña para que se acercara y pidieran un chocolate caliente.

Unos hombres en otra mesa escuchaban en la radio noticias acerca del nuevo año, predicciones y una que otra frase alentadora por el futuro.

En el mesón principal, el tocadiscos reproducía una canción que Jisung no conocía.
Comenzó a extrañar en ese momento a Minho. Lo buscó con la mirada mientras deseaba que estuviera en ese momento para preguntarle el nombre de la canción. Era su estantería de vinilos personal.

Dió un sorbo a su chocolate caliente al no verlo por ningún lado hasta que apareció. Cómo si hubiera estado llamándolo con el pensamiento, Minho entró con su esposa del brazo, luciendo ambos atuendos azules que como siempre resaltaba su elegancia frente al resto.

Se levantó a saludarlo sin importarle la mirada de su padre. Saludó a Hyori y los invitó a la mesa.
Para ese entonces nunca habían estado todos juntos.

La conversación se extendió mientras Minho contaba de sus viajes por toda Corea. Su esposa interrumpía de vez en cuando con uno que otro comentario y Jisung sintió envidia de todo lo que habían hecho. Él también quería vivir de sus viajes, sin estancarse en un lugar.

No despegó la mirada de Minho durante toda la conversación y este pareció notarlo. No fue hasta que el tema pasó a ser la música que Jisung finalmente habló.
Sus ojos se iluminaban cada que decía algo. Lo emocionado que lo tenía el tema hizo que las horas pasaran volando, luego de un sándwich como última cena del año, varias copas de vino y rollos de canela de postre.

La voz de la radio anunció las once y media y todos parecían eufóricos.

La cafetería comenzó a llenarse y las mesas vacías se acabaron.

Todos se pusieron de pie faltando quince minutos para medianoche.
El señor Han y Hyori se alejaron hacia el mesón para buscar más vino, y fue cuando Minho aprovechó el momento para sacar a Jisung de la cafetería.

—¿Qué haces? Ya casi son las doce, debemos volver con todos para-

—Shh —lo hizo callar con el índice y entrelazó ambas manos sintiendo una rápida corriente recorrer su cuerpo entero—. No tardaremos mucho.

Comenzaron a correr hacia el callejón de Jisung. Su pecho subiendo y bajando con fuerza recuperando el aire.
Minho vio la hora en su reloj de pulsera y suspiró aliviado. Aún faltaban siete minutos.

El viento helado envolvió a ambos en el solitario lugar. Gritos se oían desde la cafetería en la que el señor Han buscaba a su hijo sin éxito. Hyori supuso que Minho estaba en el baño y no le dió mucha importancia mientras seguía bebiendo.

—Querías que te diera tu regalo de navidad. Aquí estoy —tres minutos para medianoche y su estómago se revolvía ante la emoción del nuevo año—. Cierra los ojos —pidió y el menor obedeció ansioso.

Estiró una mano por inercia esperando alguna caja o bolsa de regalo en ella. En cambio sintió una mano en su cintura y otra apenas acariciándole la barbilla. Se le revolvió el estómago y otra vez ese cosquilleo adueñándose de cada espacio de su cuerpo que ahora Minho parecía tener bajo su total control. Aún así no despegó los párpados.

La cuenta regresiva se escuchó desde donde estaban. Todo el pueblo parecía haberse reunido en la cafetería.

¡Tres!

¡Dos!

Minho dió un paso más cerca.

¡Uno!

De pronto el espacio entre ambos ya no existía.
Bajo la tenue luz del farol sobre sus cabezas se besaron. Un beso tan delicado e inocente que podría fácilmente confundirse con adolescentes experimentando por primera vez esa nueva sensación.
Quiso alejarse pero Jisung lo detuvo rodeando su cuello con los brazos.

Los fuegos artificiales que parecieron explotar en su interior se elevaron también al cielo, sobre sus cabezas los primeros segundos de ese año que habían iniciado juntos.
Bajo el espectáculo nocturno del primer minuto de 1958, Minho colocó sus manos en la cintura del menor, juntando aún más sus cuerpos.

Jisung no tenía idea de cómo besar, pero allí estaba, queriendo más de ese hombre. Deseando abrazarlo toda la noche bajo la luz y el sonido de fuegos artificiales.

El mayor se separó solo para mirarlo aún con los ojos cerrados.

—Puedes abrirlos —indicó.

Jisung podría haberle gritado en ese momento por tocar sus labios sin permiso. Podría haberle golpeado el pecho para hacerlo entrar en razón y decirle que todo eso no era más que un acto inmoral. Que desde el cielo, todo ese tiempo Dios había clavado su mirada en ellos con furia, habían firmado su ida al infierno sin una pizca de decoro a nada, a nadie. Podría fácilmente haber salido corriendo para no verlo más, pero todas esas ideas parecían incluso peores en su cabeza.

Por alguna razón sus labios se entreabrieron sin lograr decir una palabra, cuando por dentro una voz gritaba rogando porque Minho se acercara una vez más.

Si así se sentía besar a una chica entonces si quería tener novia.

Pero aún así, en todos los escenarios posibles en su mente no aparecía nadie más que Minho. Un hombre.
Siendo él otro hombre aquello no se sintió horrible. No surgió fuego de la tierra ni se desató la ira, no cayó el cielo, no sé detuvo el tiempo.
Todo seguía normal. Ellos seguían iguales.

—No te muerdas el labio que luego no podrás ponerte labial.

Jisung sintió su rostro arder al pensar que Minho lo había notado. Si fue así seguramente su padre también lo había hecho y eso solo causaría una discusión al llegar a casa.

Se tranquilizó al sentir los brazos del mayor rodeando su cuerpo que temblaba por el frío y la mezcla de emociones del momento.

—No quería incomodarte, lo siento.

—No lo sientas, no quiero que lo sientas, yo no lo hago —murmuró en su oído. Los fuegos artificiales elevándose sobre sus cuerpos.

Apretó su cuerpo con fuerza y allí se quedó por un largo rato. Habían perdido la noción del tiempo desde que el reloj marcó las doce, por lo que no pudieron evitar sentir el tiempo detenerse ante el mínimo roce de ambos cuerpos.

Jisung se alejó solo para mirarlo.

—Oye, Minho, puedes… lo de antes, ya sabes, repetirlo.

Pidió eso último con cierta vergüenza, agradeciendo al cielo porque estuviera oscuro.

Se besaron nuevamente. Una, dos, tres veces, como dos adolescentes robándose besos a escondidas.

Jisung no supo explicarlo, pero en ese momento su corazón había encontrado la llave que lo liberaría de cientos de cadenas a las que estaba atado.

Si besar a una chica se sentiría así, no quería dejar de experimentarlo.

(...)

—¿Dónde estabas? —preguntó el señor Han con los brazos cruzados sobre el pecho, de pie cerca de la entrada. No fue hasta que vio a Minho llegar que su mente se sumió en cientos de pensamientos que ignoró al tomarlo del brazo sin esperar una respuesta.

—Papá, yo… me lastima, suelteme —pidió entre dientes intentando librarse del agarre.

—Nos vamos. Buenas noches, feliz año —anunció a los presentes ignorando los constantes reclamos de su hijo.

Jisung miró a Minho por última vez y sus ojos cristalinos acabaron derramando una lágrima.

***

Cuando Jisung volvió a su habitación esa misma noche luego de un regaño de parte de su padre, cuatro hojas de su diario fueron llenadas. Pensamientos aleatorios, descripciones del momento y una página entera sobre como lo que había hecho no podía ser más que un acto ofensivo, para Dios, para su padre, para el matrimonio de Minho, para él mismo. 

Pero a pesar de todo no se sentía mal, y eso lo carcomió por dentro toda la noche hasta que acabó irremediablemente conciliando el sueño.

Despertó con una intensa lluvia que azotaba al país esa mañana.
Eran las ocho y media por lo que no le sorprendió ver a su padre abajo desayunando solo. MiSoo probablemente aún dormía. Su bebé había despertado varias veces en medio de la noche, llorando sin causa aparente.

—Buenos días, papá —saludó animoso mientras se sentaba a la mesa. Una de las empleadas partió a la cocina para prepararle el desayuno.

No entendió porqué su padre no le devolvió el saludo hasta que vio en sus manos el pequeño tubo de labial. Un repentino nudo se formó en su estómago. Se mordió con fuerza el labio.

—¿Qué es esto? —levantó la pintura hasta la altura de sus ojos.

—Un labial.

—¿Y qué hacía en tu traje?

Pensó cientos de explicaciones que acabaron sonando ilógicas en su cabeza. Apretó la tela de sus pantalones bajo la mesa.

—Es de Byeol. Lo encontré en el baño ayer. Debo haber olvidado ponerlo en su lugar.

—¿Y por qué Byeol lo dejaría en el baño? No se queda en casa desde hace días.

—No lo sé, papá, se le debe haber olvidado, ella siempre pierde todo.
Puedo llevarlo a su habitación si quiere para-

—No te preocupes se quedará conmigo. Yo sé lo entregaré personalmente cuando venga.

La empleada acabó de servirle el desayuno cuando el hombre se levantó de su puesto. Otra de las empleadas recogió las cartas. Y las dejó sobre la mesa de la sala de estar. Jisung las revisaría más tarde.

***

05 de enero, 1958.

Jisung le había contado a Minho en medio encuentros y besos a escondidas sobre la audición en la academia. Este último accedió a acompañarlo sabiendo que Hyori no sería un problema, podía inventar cualquier excusa para su ausencia un día entero. Después de todo ella casi nunca estaba en casa.

Guardó su diario, el cuaderno de canciones y una bufanda extra por si hacía demasiado frío durante el viaje.

Mentiría si dijera que no estaba nervioso. Practicó cada tarde junto a Minho en el callejón. Cantar frente a él se había vuelto menos vergonzoso, aprendió a agarrar confianza y le mostró más de sus últimas composiciones. El mayor lo llenó de halagos y ánimos que de alguna manera sirvieron para no estresarse tanto. Si no fuera por él estaba seguro habría dejado todo de lado por los nervios prematuros, incluso si ese fuera su más preciado sueño.

Se sobresaltó al oír la llamada entrante desde el despacho de su padre pero corrió al teléfono cuidando que nadie en la casa lo viera contestar.

—Buenas tardes, ¿con el joven Jisung?

—Sí, soy yo —se mordió el labio esperando a que le dieran la confirmación de asistencia para el día siguiente.

—Llamamos de la academia para informarle de una reciente cancelación de su audición.

Su corazón pareció dejar de latir unos segundos.

—Agradeceríamos que para la próxima cancele con días de anticipación para no afectar el orden de presentación.

No entendía nada.

—¿Cancelación? ¿A qué se refiere? No estoy entendiendo.

—¿No fue usted quien canceló?

Negó ante la pregunta y la voz de una mujer salió confundida como la del chico.

—Bueno, ayer recibimos una llamada pidiendo cancelar la audición de Han Jisung.

—¿Podría preguntar quién llamó?

—Espere un segundo —la voz del otro lado se detuvo mientras parecía cambiar las páginas de algún cuaderno—. Han KyuMin.

Colgó en ese momento la llamada.
Sus ojos llenos de lágrimas no podían estar más decepcionados de ese hombre que decía llamarse padre. Un padre que le cortaba las alas a su hijo y rompía de la manera más cruel todas sus ilusiones cada vez que se permitía ser feliz.

Lo buscó por todos lados de la casa para enfrentarlo y acabar rompiendo en llanto. Supo que se enteró mediante la carta de Claire y maldijo al cartero, a la empleada que salió a buscarlas, a si mismo por no haberla encontrado antes. En ese momento y siempre volvió a necesitar a su madre. Ella lo habría apoyado, estaba seguro que incluso viajaría con él a la capital para verlo y estar allí, en primera fila con sus ojos de almendra y sonrisa de corazón animando ante cualquier error.

Guardó su diario y el cuaderno de canciones en un cajón con llave. Tomó el abrigo y salió corriendo de casa, con las manos vacías y el corazón que latía cómo loco en su pecho.
No supo muy bien que hacía pero se detuvo dónde sus piernas lo guiaron. Golpeó la puerta y una mujer lo recibió en la entrada.

Preguntó por Minho y decidió esperarlo en la sala al enterarse de que no estaba. No tardó mucho en volver y corrió a abrazarlo, sin importarle mucho la presencia de la mujer.

—Se acabó, es inútil.

—¿A qué te refieres?

—Lo de mañana, la audición. Mi padre se enteró y llamó para que la cancelaran. Ahora mismo lo estoy odiando como no te imaginas. Me costó tanto que aceptaran una audición en alguna academia y tenía que aparecer él a arruinar todo como siempre.

Minho guardó silencio y lo abrazó por un largo rato. Jisung admitió que no quería volver a ver a su padre por mucho tiempo, y que si eso significaba irse de casa sin pensarlo lo haría.
El mayor ofreció su casa sin importarle mucho lo que diría su esposa. Debía entenderlo.

Minho por su parte no podía estar más feliz de tenerlo con él. Haría lo que estuviera a su alcance para ayudarlo a cumplir su sueño como artista.

(…)

Pasaron dos meses desde la discusión con su padre y Jisung no volvió a casa. Hyori no tuvo problema con que se quedara, después de todo no pasaba mucho tiempo allí.
Minho aprovechaba cada segundo a solas para robarle uno que otro beso que no llegaba más allá que una larga sesión de besos en el sofá.

Jisung usaba la habitación de alojados, pero esa noche, sin saber cómo, llegó a la habitación que Minho compartía con su esposa.
Se besaron por un largo rato, Minho abajo abrazando a Jisung de la cintura.
Este nunca había llegado tan lejos con nadie y por obvias razones se sintió asustado.
Todo era nuevo para él. El cosquilleo en el estómago cada que lo veía, las sonrisas nerviosas que se le escapaban cuando cruzaban miradas discretas en público. Los besos o cualquier otra cosa que pudiera hacer o sentir. Nunca lo había experimentado antes.

Minho en cambio parecía haber vivido toda una vida, y aún así no podía evitar sentirse como un niño que por primera vez conocía de cerca al amor.

Repartió besos por todo el rostro del menor para acabar bajando hasta su cuello. Pequeños jadeos escaparon de sus labios rojos que ya no parecían resecos.
No notó en qué momento la ropa comenzó a estorbar y acabó tirado sobre la cama, con la camisa desabotonada y Minho dejando un camino de besos sobre su abdomen.

Hacía frío afuera pero ellos no lo sabían, o al menos no pudieron sentirlo.
La habitación se sentía cálida, al igual que sus respiraciones que se encontraban cada tanto.

Minho quitó la camisa de Jisung y con ayuda de este desabotonó la suya también.
Sus manos parecían tener vida propia mientras desabrochaba el pantalón del menor en medio de un beso.
Jisung tragó pesado ante la sorpresa y se quitó el pantalón ante una corta orden.

—Minho…

El susurro llevó al nombrado a alejarse solo para mirarlo los ojos almendrados que desbordaban un miedo inminente.

—Si no quieres dejamos todo hasta acá, no voy a forzarte a nada, lo sabes, ¿cierto?

—No es eso. No sé cómo se hace —acabó confesando en un susurro con cierta vergüenza

Minho le dió un beso en los labios y devolvió el susurro.

—Yo tampoco. Aprenderemos juntos.

El menor asintió y ayudó a Minho a quitarse el pantalón, quedando solo en ropa interior.
Todo era tan lento y delicado, los besos, los cortos gemidos ahogados en la garganta de Jisung, las caricias.
Minho sacó lubricante del cajón. Estaba casi lleno. No recordaba siquiera la última vez que lo usó.
Advirtió al menor lo extraño que podía sentirse todo al principio mientras le quitaba el boxer y así fue. Se cubrió la boca al sentir un líquido frío en su entrada. Tomó un rato acostumbrarse hasta que Minho finalmente decidió que estaba listo.

Se posicionó en la entrada y una corta queja escapó de los labios del menor. Fue más lento para no lastimarlo hasta que tocó fondo y Jisung se cubrió el rostro, no daba más de la vergüenza y sus pensamientos no paraban de decirle que lo único que hacía era quedar como un imbécil.

Minho en cambio besó su frente y apagó la luz como si pudiera leerle los pensamientos.

Sonidos obscenos de fondo mientras la cama rechinaba con cada vaivén. 

Cambiaron de posición quedando Minho bajo Jisung. Este último hundió su rostro entre el hueco del cuello y el hombro contrario.
Minho lo besó y por inercia comenzó a mover las caderas, sintiendo su cintura ser apretada por los manos del mayor.

Esa noche decidió que todo estaba bien.
Besarlo, desearlo, tocarlo.
JiSung se sintió libre, totalmente expuesto ante Minho, con el corazón en la mano y el miedo latente a cometer cualquier error, sin saber que ese hombre que ante sus ojos era perfecto tenía los mismos miedos.

Esa noche Jisung acepto que si estar con Lee Minho significaba ir al infierno, estaba dispuesto a quemarse y arder en llamas por su pecado que estaba seguro no lo era. De otra forma no podía explicar porqué cuando estaba con él todo se sentía tan bien.

(...)

Regresó a casa días más tarde luego de una gran insistencia por parte de Minho.
Sabía que no ganaba nada simplemente alejándose por lo que le dejó en claro a su padre que seguiría intentado de todas formas dedicarse a la música, y que si no lo apoyaba no regresaría a casa.

No le creyó nada y acabó discutiendo solo.
Y es que según su padre, Jisung no era más que un joven inmaduro, incapaz de conseguir novia y con mayor razón un trabajo de verdad.

No mentía cuando dijo que no volvería a casa.

Los días siguientes acompañó a Minho a buscar un trabajo. No había tenido éxito y dada las reducidas opciones no le quedó de otra que trabajar de cajero en la cafetería luego de que el anterior renunciara.

—Un pastel de canela y un chocolate caliente, por favor. —Jisung irrumpió en su trabajo desconcentrandolo durante todo lo que iba del turno—. Te ves guapo de uniforme —susurró mientras pagaba y aprovechando que no había nadie mirando le robó un corto beso.

Si hubiesen sabido de esos ojos que miraban a lo lejos todos sus pasos, se habrían aguantado un poco más hasta llegar a casa.

—Tú te ves guapo siempre, guitarrista.

Sonrió y caminó hasta la mesa más cercana mientras le preparaban su pedido.
Jisung pasó la tarde acompañándolo y volvieron juntos a casa.

(...)

Tres golpes fueron depositados en la puerta de la casa de los señores Lee, los que bastaron para que Minho abriera sin anticipar que era el padre de Jisung quien estaba del otro lado.

—Tú de nuevo, qué sorpresa.

—Si, bueno, es mi casa.

Una sonrisa falsa en los labios del mayor mientras esperaba que su hijo se dignara a aparecer y saludarlo al menos.
Llegó con la excusa de tener que hablar algo importante con él y acabó llevándolo a su propia casa.

Jisung corrió a su habitación a ver qué todo estuviera en orden. El señor Han lo siguió hasta allá mismo.

—Para que veas que soy un buen padre no te revisé nada.

—Lo normal, ¿no? También merezco mi priv-

—¿Qué tan cercano eres con el tipo ese?

—¿Qué? ¿Por qué me pregunta eso?

—Responde.

—Somos amigos, papá.

—¿Acaso crees que no sé que tú y ese tipo tienen una relación?

Los sentidos de Jisung se nublaron por un momento. Desvió la mirada como si eso fuera a ocultar por más tiempo la mentira y borrara la furia en los ojos de su padre.

—¿De qué está hablando?

—¿De qué estoy hablando? —Se aproximó hacia Jisung quien apenas lo miraba, sentado sobre la cama mientras jugaba nervioso con la tela de su pantalón—. Me doy cuenta de lo que ese enfermo quiere hacer contigo, pero tú tienes que ser fuerte, hijo, no tienes que seguir el camino que él está llevando porque tú no eres así.

—Y qué sabe usted cómo soy yo, papá.

—Te conozco desde que naciste, te acabé de criar yo solo cuando falleció tu madre, te acompañé a cada cumpleaños, cada viaje, te escuché siempre que tenías un problema ¿Me vas a decir a mí, tu padre, que no te conozco?

—Podrá saber todo eso, pero nunca pensó en mí, papá. A usted solo le gusta imponer todo, a todo el mundo, y yo solo le pedí libertad para vivir mi vida como siempre he querido, con la persona que quiero.

—Reza para que Dios te perdone. Tú dices eso porque estás enfermo, hijo, necesitas ayuda yo… voy a hablar con alguien en Seúl tengo algunos contactos que podrían ayudarte, podrías manejar el negocio que tengo allá, creo que eso es lo mejor.

—Yo no quiero irme.

—No te estoy preguntando. Soy tu padre y puedo hacer contigo lo que quiera. No voy a permitir que ese enfermo te lleve por el mal camino. —En ese momento la rabia en su mirada parecía haberse esfumado, pero su interior rebasaba la ira. Se acercó a su hijo y posó ambas manos en cada hombro del jóven—. Jisung, eres mi niño, mi príncipe, un joven de bien con valores.

—No, papá, yo hace mucho tiempo que dejé de ser un niño —Retrocedió unos pasos. Las manos de su padre cayeron a ambos lados—. Soy un hombre adulto, y lo amo. Yo amo a Lee Minho.

Las palabras salieron de su boca sin pensarlo. Se aproximó el silencio al cual podía jurar le temía más que al escándalo que podría armar su padre aunque no dejaba de aterrarle cualquier idea.

—Enamorado de un hombre, ¿te estás escuchando?

—¿No tengo derecho a enamorarme?

—¡Pero no de un hombre carajo!

El grito sobresaltó a Jisung mas nunca se mostró inferior. El hecho de que su padre quisiera mandar a todo el mundo a veces lo asustaba de una manera que no podía explicar. Estaba siendo juzgado por su propio padre, bajo el mismo techo que compartía con su madre en vida. Se sentía horrible, pero el peso de seguir soportando algo que se supone debía expresar libremente estaba matandolo más que la evidente reacción del hombre frente a él.

—¿Por qué? ¿Porque su Dios me lo prohíbe? —la firmeza en su voz no demostraba ni un atisbo del miedo que sentía por dentro. Su respuesta llevó al señor Han a pasearse por la habitación con una mano en la frente, derramando rabia por dónde se le mire. El joven lo siguió con la mirada manteniendo su compostura inicial—. El Dios que yo conozco entendería que luego de años de mentiras, de pensar que soy un raro, que no merezco ser amado he encontrado el amor, papá.

—Pero es que estás enfermo, Jisung, como no te das cuenta.

—¿Usted cree que no me cuesta reconocerle la verdad? —se acercó lentamente al hombre buscando un poco de tranquilidad en medio de la irremediable irá que había desatado en él. Posó sus manos en el brazo de su padre—. Yo no quería mentirle más, me cansé de-

—¡Suéltame mierda! —El grito hizo eco en las paredes de la habitación, así mismo en el corazón de su hijo que se sobresaltó y empezó a latir a una velocidad impresionante—. Sinceramente habría preferido que me mintieras.

Lágrimas se acumularon en los ojos de Jisung luego de largos minutos fingiendo ser fuerte.
Nunca se había enfrentado a su padre por lo que nunca había recibido un grito así de él.

—Todo esto es mi culpa. El señor sabe que un hombre solo no puede criar a tres niños. Tu madre tendría que haber estado aquí conmigo.

—No, papá. No se culpe. Usted ha sido un padre increíble, yo lo admiro mucho y me duele, me duele tanto que esté siendo tan cruel conmigo. Podría haberlo seguido negando pero estoy confiando en usted, estoy siendo sincero. —Secó con rapidez una lágrima antes de que cayera—. No le pido que me entienda ni mucho menos que me apoye, aunque si lo hiciera me haría el hijo más feliz.

—¿Tú te volviste loco? Yo jamás voy a aceptar un hijo como tú, grábatelo bien en la cabeza, jamás.

—Papá, yo lo amo, y se lo digo mirándolo a la cara y por la memoria de mi mamá, amo a Lee Minho.

—¡Cállate mierda! —La rabia en su interior no podía ser contenida solo en palabras luego de la primera bofetada. Nunca había golpeado a su hijo, nunca había tenido un motivo para hacerlo, aún así no se sintió mal. Sus sentidos se bloquearon y en su mirada no había una pizca de arrepentimiento.

—¡Yo amo a ese hombre!

Recibió un segundo golpe chocando con el escritorio a sus espaldas por el impacto. Se cubrió el rostro con una mano, la otra afirmándose de la madera.
Secó la sangre en su nariz con la manga de la camisa y volvió a ver a su padre.

—¿Me quiere pegar de nuevo? Hágalo, pégueme, si eso lo hace sentir más hombre adelante.

El hombre cayó a la cama recargándose en las rodillas.

—Tú no puedes hacerme esto. Necesitas ayuda, si es necesario te enviaré a un internado en Busan para solucionar esto.

—Papá. —Se acercó a su padre y sujetó incrédulo sus manos—. Para que haya una solución debe existir un problema, y para mí no es un problema amar a Minho. Yo de verdad que lo entiendo a usted porque nunca nadie habló de esto con tanta fuerza, con tanto... orgullo. —El corazón le latía con fuerza en el pecho. Nunca había tenido tanto miedo. Nunca había enfrentado a su padre esa manera y le dolía como nunca que la persona que más quería lo tratara de esa forma. Apretó las manos de su padre entre las suyas y como pudo volvió a hablar—. Usted me puede pegar todas las veces que quiera, pero a mí nunca me van a gustar las mujeres.

—Tú dices eso porque estás enfermo, Jisung, pero juntos vamos a salir de esto yo te voy a ayudar.

—No, papá, no estoy enfermo, ¿no entiende que lo amo? Así como Byeol ama a su esposo, así como usted amó a la mamá…

—No vuelvas a mencionar a tu madre en esto. El Jisung que yo crié es un joven decente, no un maricón. —Se levantó y caminó hasta la puerta que permanecía cerrada—. Ve preparando tu maleta para la luna de miel. En dos semanas te casas.

—¿Así se solucionan las cosas para usted cierto? Controlando al resto, ocultando todo tras una farsa.

—Créeme que en estos casos cualquier medida desesperada es útil. —Abrió la puerta y volteó una última vez hacia su hijo—. Ni una palabra de esto a nadie. Por lo demás, me voy a encargar de que en tu vida vuelvas a ver a ese enfermo.

Y salió dejando vacía la habitación y el corazón de su hijo.

Sintió como las palabras se le incrustaron en la mente cual daga en su piedra. El mundo se le cayó a pedazos por el hecho de ganarse el odio de su padre, por haber perdido desde ese momento su respeto, su confianza. Por haber quebrantado toda ética o moral con su banal pensamiento que para el mundo no era más que impuro. Por haber pecado.

Debo verlo.

Salió desesperado de su habitación intentando ocultarse de todos en esa casa. Su padre debía estar afuera y no imaginaba lo que podía hacer con tal de salirse con la suya.
Pensó en Minho, en lo que podía hacerle y con solo imaginarlo se le detenía el corazón unos segundos. Llevaba la respiración agitada, no tenía siquiera noción de cuánto había corrido para llegar a la casa que Minho compartía con su esposa. No sentía las piernas.

Depósito tres golpes en la puerta, los que bastaron para que el mayor saliera a recibirlo.

—Jisung, que sucede, podrías haber llamado estoy con-

—Ya lo sabe. Lo sabe todo tengo miedo, por favor ayúdame no sé qué hacer. Quiere mandarme lejos, quiere que no nos veamos más y yo no quiero, no puedo...

—Jisunggie, cálmate, mírame. Necesito que te tranquilices y me expliques con más calma que pasa, ven. —Salieron de la casa y lo guió hasta un rincón en el patio trasero. La mujer debía estar en la habitación por lo que no iba a escucharlos—. Bien, ¿qué pasa?

—Es mi padre, lo sabe todo.

—¿A qué te refieres con todo?

—Todo, que tú y yo... Ya sabes. Le confesé también que no me gustan las mujeres. ¿Entiendes? Acabo de cagar mi propia vida, acabo de cagarnos la vida y de mandar todo a la mierda, Minho, perdóname, no podía ocultarlo más, no puedo mentirme a mí mismo tampoco. —confesó en medio de un pánico evidente. El corazón le latía con fuerza en el pecho y apenas se le normalizaba la respiración cuando vio a Minho llevar una mano hasta su cabeza. Parecía inquieto Jisung se tensó al verlo—. ¿Hice mal cierto? Lo mejor era negar todo claro, soy un imbécil. Perdóname por favor, Minho, perdóname.

Los ojitos de Jisung se inundaron en lágrimas.

—No, Jisunggie, hiciste bien. Fuiste muy valiente.

Un corto beso fue depositado en la frente de Jisung, la porción de paz que necesitaba en ese momento.

—Tengo miedo, Minho. No quiero alejarme de tí.

—Y no lo harás, no voy a permitirlo.

Se acercó a Jisung que lucía tan indefenso y rodeó su cuerpo en un cálido abrazo. El temor que sentía podía notarlo a lo lejos. No podía siquiera hacerse el fuerte, estaba temblando.

—Vámonos. —Se separó solo para mirarlo a los ojos—. Huyamos juntos, lejos de este pueblo de mierda, de mi padre.

—Jisung, sabes que las cosas no son tan fáciles. Estoy casado, no puedo llegar e irme un día así de repente.

—Pero no tienes hijos. —recordó de pronto—. Nada te ata a ella a menos que... ¿O aún la amas?

Su corazón se detuvo un momento ante tal idea. Olvidaba que Minho estaba casado, que la persona que más quería ya le pertenecía a alguien más y el no hacía más que entrometerse en una familia que según el nunca debió existir. Todo habría sido mucho más fácil de otro modo.

—No, no es eso de verdad, pero huir no es la solución ahora. El padre de Hyori tiene muchos contactos. Si se entera de que dejé a su hija me va a buscar por todos lados, y sí sabe que fue por un hombre probablemente me mate.

Una lágrima escapó finalmente por los ojos de Jisung.

—¿Por qué todo tiene que ser tan difícil?

—No lo sé, pero yo no te voy a dejar solo, estamos juntos en esto, ¿sí?

Volvió a abrazarlo en medio de las lágrimas que caían por las mejillas del menor.

—¡Minho!

La voz de su esposa los sobresaltó en un momento.

—Debo volver. —En un ademán de alejarse se vio retenido por los brazos del menor y musitó un corto no te vayas en su oido. Quiso quedarse pero los gritos de la mujer se hicieron más constantes en medio del silencioso pueblo y las paredes que lo separaban de un rincón afuera y la sala de estar.

Tomó rostro de Jisung en ambas manos y rozó sus labios apenas para luego secar sus lágrimas.

—Te veo a la noche, en el callejón. Te amo.

Se alejó y el llanto de Jisung se acabó desatando, en el mismo rincón del hogar que compartían Minho y su mujer.
Su esposa.

Después de todo ella era su familia.

***

Dos semanas pasaron y a Jisung no le fue permitido salir de casa hasta que su prometida llegó al pueblo.
Una de las empleadas abrió la puerta y entraron.

—Jisung, ella es Dae, tu futura esposa

Estrecharon sus manos antes de que Jisung pudiera huir a su habitación. Apenas miró a la joven notando el cabello castaño hasta los hombros. Estuvo apunto de gritarle que saliera de casa porque no se casaría.

Eso hasta que se encontró el día siguiente vistiendo un traje de novio, otra vez preso gracias a su padre y esta vez ni su madre ni negarse podrían salvarlo. 

Se escapó en un descuido hacia la casa de Minho. No lo veía hace tiempo por lo que acabó abrazándolo largos segundos antes de hablar.

—No quiero casarme.

—Jisung…

—Tú lo sabes mejor que nadie, no quiero, no puedo casarme —lo miró a los ojos llenos de lágrimas—. Pídeme que no me case y no lo hago. Pídeme que me quede contigo y renuncio a todo. Solo quiero irme de aquí.

La repentina súplica pilló por sorpresa a Minho, quien recién se estaba arreglando para ir a la iglesia. Había comenzado a aceptar la idea de ver a Jisung frente al altar dando el sí a alguien más, aunque sabía que si de él dependiera habrían huido hace tiempo.
El padre Hyori lo había amenazado muchas veces en caso de que llegara a dejar a su hija, y no iba a permitir que siquiera se atreviera a dañar a Jisung por su culpa. Tenía contactos en todos lados y no tardarían ni una semana en traerlos de vuelta al pueblo si por alguna razón deseaban escapar.

Negó con la cabeza. Sus ojos se llenaron de lágrimas.

—Lo siento, Jisunggie. Lo siento tanto en serio —lo abrazó en medio de un llanto inminente y se separó de nuevo solo para mirarlo—. No podemos huir, al menos no ahora no es lo mejor.

—¿Entonces? No veo otra solución mejor para-

—Cásate.

—¿Ah?

—Cásate con esa mujer, nosotros podremos seguir viéndonos, nadie sospechará nada.

El ceño de Jisung acabó por fruncirse y sus labios se entreabrieron.

—Pero yo no quiero eso. No quiero esconderme más. Quiero poder tomarte de la mano en la calle, besarte delante de todos, quiero… ¿O no es eso lo que tú quieres?

—Lo que yo quiero no importa ahora, Jisung. Sabes que si no te casas tu padre podría mandarte lejos y es lo último que deseo, tú tampoco quieres irte.

—Entonces irás a la iglesia como un invitado más mientras mi padre me amarra a esa mujer. A la vida de la que tanto quise escapar.

—No lo veas así, piénsalo más como una libertad. Tu padre dejará de vigilar todo lo que hagas de ahora en adelante —se acercó para tomar su rostro pero Jisung retrocedió dos pasos.

—Bien. Si así lo quieres perfecto, entonces me caso. Pero esto no va a acabar nada bien, estoy seguro.

—Yo voy a estar contigo siempre.

Le dió un último beso antes de que pudiera correr de nuevo hasta la iglesia. Ignoró las preguntas de su padre y caminó hasta el fondo mientras esperaba pacientemente por una chica de quién ni siquiera recordaba el apellido.

Los invitados comenzaron a llegar. Minho apareció entre ellos vistiendo un terno oscuro y con su esposa al lado. Sintió un nudo en su estómago. Quiso correr.
Aún quedaba tiempo para escapar. Se alejó para ir al baño pero fue detenido por su padre antes de poder poner un pie fuera de la iglesia. 

Maldijo para sus adentros hasta que aplausos se comenzaron a oír. Vio entrar a la que sería su esposa con el traje de novia, luciendo tan contenta que nadie pensaría que ese matrimonio se convertiría en la mayor mentira de ese pueblo.

El padre dió inicio a la ceremonia y las piernas de Jisung no dejaron de temblar en ningún momento. Casi podía sentir la mirada de Minho sobre su cuerpo y volteó a verlo por encima del hombro sin disimulo.

Finalmente cuando había decidido que no aceptaría, se quedó paralizado al escuchar su nombre.
Dae lo tomó de las manos obligándolo a mirarla.

—Han Jisung; aceptas a Yoong Dae cómo tú esposa para amarla, respetarla, y serle fiel por el resto de tus días, hasta que la muerte los separe.

Se quedó inmóvil. Sus labios se abrieron pero nada salía de ellos. Dae lo miró preocupada y le acarició la mejilla buscando calmarlo.

—Yo… —sus piernas aún temblaban, todo su cuerpo la hacía. Volteó a ver a su padre y a Minho por última vez—. A-acepto.

—Yoong Dae; aceptas a Han Jisung cómo tu esposo para amarlo, respetarlo y serle fiel por el resto de tus días, hasta que la muerte los separe.

—Sí, acepto.

—Por el poder que me es concedido, los declaro marido y mujer.

Se colocaron los anillos y Jisung levantó el velo de la mujer solo para que ella fuera la primera en besarlo.

Cayó la noche luego de una larga celebración en la cafetería, y en la cual el señor Han no permitió a su hijo despegarse de su esposa.

Luego de la fiesta salieron y un vehículo estaba esperándolos.

Se ausentaron dos semanas por su luna de miel.
Dos semanas en las que no entendió cómo sobrevivió. Dae parecía ser tan buena con él que no pudo odiarla. Era solo una chica más siendo obligada a casarse, aún así no entendió porqué parecía siempre tan alegre.

Se entregó a ella la primera noche. Sintió que se volvería loco si seguía pensando en Minho.

Ahí entendió que con una mujer no se sentía igual. No aparecía ese cosquilleo ni deseaba estar siempre a su lado. Besarla no era más que costumbre y terminadas las dos semanas se escapó apenas pudo al llegar al pueblo para ver a Minho.

Lo abrazó por largos segundos hasta que entraron y tomaron asiento en uno de los sillones de la sala.

—Te extrañé tanto. Hyori no está así que si quieres podemos ir a la habitación.

—No tengo mucho tiempo, mi padre debe estar esperándome —suspiró.

—Ya, tranquilo. ¿Qué tal la luna de miel? ¿Salieron? Dos semanas alcanzan para muchas cosas.

—Sí, bueno. En realidad me quedé casi todo el día en el hotel. Dae salía sola.

Sintió la necesidad en ese momento de confesarle que había pasado la noche junto a esa mujer, pero al solo intentar abrir la boca la vergüenza lo invadía.
De todos modos Minho ya imaginaba lo obvio y no le quedó otra opción que guardar silencio.
Al igual que el señor Han, él lo había obligado a casarse, y tenía claro que no estaba en posición de reclamarle nada.

***

14 de septiembre, 1958.

Jisung despertó muy temprano esa madrugada en que Minho estaba esperándolo en la entrada de su casa. Lo había invitado por su cumpleaños y decidieron que lo mejor era salir mientras todos dormían. No tardarían mucho.

Subieron al auto de Minho y se perdieron por un camino del que se elevaban árboles a los costados. Manejó por entre unos arbustos y del otro lado un río los recibió.

Jisung bajó emocionado. La última vez que visitó el río fue a principios del año anterior y casi olvidaba que ese espacio era su escapatoria durante la adolescencia.

—No creí que conocieras este lugar.

—Lo ví un día mientras manejaba y pensé en traerte. Es hermoso, ¿no crees?

—Lo es.

Se acercó sólo para abrazarlo e impregnarse de ese perfume que tanto conocía.

—Te extrañé tanto.

—Yo también, cariño —se separó solo para mirarlo a los ojos y buscar en sus bolsillos una pequeña cajita.

Le cantó el cumpleaños torpemente, con esa voz grave que Jisung amaba oír desde tan cerca. Depositó un beso en sus labios y le entregó la cajita atada con una cinta color rojo que acabó en el suelo una vez lo abrió.

—Es precioso.

Minho tomó la cadena dentro de la caja y lo ayudó a ponérsela.
El menor agradeció con un corto beso y la escondió bajo el cuello de su camisa.

Luego de un rato volvieron al pueblo. Pasaron frente al cine que a esa hora comenzaba sus funciones. Ellos habían asistido allí un par de veces sin que el señor Han o alguna de sus esposas se diera cuenta.

Minho frenó el auto frente a la casa del menor, y antes de bajar lo retuvo de la cintura, besándolo una última vez. Jisung sonrió y se alejó finalmente.

Al entrar a la casa su cuerpo se sobresaltó al ver la figura de su padre de brazos cruzados sobre el sofá. No alcanzó a decir algo cuando la voz pesada del mayor lo detuvo.

—¿Dónde andabas?

—Fui a la iglesia —soltó sin pensarlo mucho. Últimamente iba a ese lugar más seguido gracias a su esposa.

—¿A esta hora? —Miró el reloj de pulsera en su muñeca—. ¿Solo?

—Sí, papá. Dae estaba durmiendo y no quise despertarla.

—Y tu crees que yo soy imbécil. En serio, ¿eso crees?

El corazón de Jisung se aceleró mientras su padre se acercaba.

—Mira, Jisung, yo ya te he aguantado todas tus mentiras pero esto ya está siendo demasiado. Tu esposa no tiene porqué soportar que su marido se acueste con otro hombre. Al menos búscate una mujer, como tan maricon.

Jisung no entendió por un momento lo que quería decir su padre. Sabía que su falta respeto con la gente no tenía límites, pero escucharlo decir esas palabras, frente a la fotografía de su madre en el mueble de la entrada, a su propio hijo ya era lo máximo que podía llegar a soportar de ese hombre.

No respondió y comenzó a subir las escaleras hacia su habitación.

—Ve despidiéndote de ese tipo, porque no lo volverás a ver en tu vida.

(...)

Al día siguiente a Jisung no se le permitió salir de casa.
Fue mediante una llamada de Minho que entendió lo que su padre pretendía hacer.

—Me amenazó. Tendré que dejar el pueblo, Jisung.

Luego de varias lágrimas supo la dirección de la casa en Seúl a la que se irían.

Hyori no entendió por qué la prisa pero solo siguió a su esposo sin preguntar más.

***

Jisung se encontraba en su escritorio desde hace unas horas, escribiendo la enésima carta en lo que iba desde que Minho dejó el pueblo.
No había recibido respuesta a ninguna y eso no hacía más que preocuparlo.

Salió esa tarde para enviarle una carta por su cumpleaños. Y así se repitió en cada fecha especial, o incluso si no había nada que decir.
Sentía su estómago apretarse ante la idea de que se había mudado o incluso de de que le hubiera pasado algo.

Nunca pensó aceptar la idea de que podía haberlo estado ignorando, aunque esa fuera la única opción que llegaba a su cabeza.

Pasaron meses.

Llegó 1959 en medio de una nostalgia y tristeza evidente.

Le contó a su esposa su sueño de ser músico y salieron del pueblo rumbo a la capital. Dae mintió diciendo que irían a ver a sus padres y el señor Han acabó accediendo. Jisung le agradeció siempre a la mujer ese favor.

Después de todo, finalmente podía hacer lo que tanto le gustaba sin estar escondiéndose. Compuso nuevas canciones y aprendió otros instrumentos que nunca en su vida imaginó poder tocar.
La gente que conoció fue tan buena con él, que se sintió mal consigo mismo por sentirse aún incompleto.
Nunca recibió alguna carta de Minho ni supo nada de él. Pensó ir a verlo pero ya era muy tarde.

La oscuridad baja y desaparece
dentro de este tiempo que se ha detenido.
Desaparece sin dejar rastro.
¿Por qué no puede detenerse?
Es mi último favor.

Su libreta fue llenada con frases, letras inconclusas, pensamientos borroso y uno que otro sentimiento que florecía desde el fondo de su corazón otra vez atado a cadenas de las que no podía liberarse.
Ya no tenía la llave.

Jisung aún era joven.
Cayó en cuenta que probablemente no tenía ni idea de lo que significaba amar. Quizá su padre tenía razón y el amor no era más que costumbre. Quizá el cosquilleo o la emoción que sentía no fueron más que ilusiones bañadas en una dosis de irrealidad que resultaba encantadora.
Después de todo era solo un chico inmaduro que vivía a través de sueños. Mentiras, engaños.

La flor de su corazón comenzó a marchitarse. Se deshojaba cada vez que pensaba en él y dolía. Cada pétalo perdido dolía como si una parte de su ser se desprendiera.
No era como si el mundo fuera a acabarse, lo tenía bastante claro, pero finalmente cuando no quedaban rastros de esa flor que creció en el centro de su corazón, acabo por romperse. Y Jisung no tuvo más opción que caer del puente mal construido, al que decidió por inexperiencia aventurarse.

Quizá dos hombres no estaban hechos para amarse.

O quizá ese era su destino.

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