𝟬𝟬𝟮. devilish little monsters

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CAPÍTULO DOS;
devilish little monsters

—¡RONALD WEASLEY!

Tilly dejó caer el libro que estaba leyendo cuando una voz estridente resonó en el Gran Comedor. Se tapó rápidamente los oídos al igual que algunos de los demás estudiantes. Tilly sabía que Ronald Weasley acababa de recibir un howler. Sin embargo, no culpó a quien lo había mandado, con todas las travesuras en las que se metían él y sus amigos, lo más seguro es que sus padres lo sacarían del colegio.

A Tilly ni se le ocurriría volar en coche hasta el colegio como hicieron él y Potter anoche, era una chiquillada y más aún, una idiotez.

Tilly vio cómo la cara del chico Weasley se ponía más roja que su pelo mientras se encogía en su asiento con nerviosismo. La gente que le rodeaba se aguantaba las risas para no herir sus sentimientos, mientras que a otros no les importaba y se reían. Tilly no se rió; ni siquiera le pareció gracioso. Ron Weasley había roto las reglas y ahora estaba siendo castigado.

Finalmente, pudo destaparse las orejas y seguir leyendo su libro hasta que llegó Flitwick, repartiendo los horarios. Sonrió felizmente al ver que tenía a primera hora Transformaciones con la profesora McGonagall, que casualmente era su profesora favorita.

Tilly se metió rápidamente el último bocado de tostada en la boca y metió sus provisiones en la mochila, recorriendo a toda prisa los pasillos de Hogwarts con un trozo de tostada aún colgando de su boca. Ni siquiera se despidió de Luna.

Como era de esperar, era la primera de la clase y tomó el asiento de delante con una sonrisa. El año pasado superó esta clase a toda velocidad y estaba dispuesta a ampliar su experiencia. Ya había leído la mayor parte del libro que requería McGonagall para la clase.

La profesora McGonagall era la profesora favorita de Tilly y la mayoría de los alumnos pensaban que sus clases eran difíciles, pero a Tilly le gustaba que la desafiaran y salir triunfante. Hoy les tocaba convertir escarabajos en botones y Tilly estaba contenta de haberlo conseguido en su segundo intento.

—Señorita Winters, me alegra ver que alguien se ha acordado de lo que estaba haciendo —dijo bruscamente la profesora McGonagall desde su espalda—. Diez puntos para Ravenclaw.

Tilly sonrió ampliamente mientras volvía a transformar el botón en un escarabajo. Le gustaba ser notada por hacer algo bien, y especialmente por la profesora McGonagall.

Después de que todos salieran ordenadamente de la clase, Tilly se apresuró a ir a su siguiente clase, que era Herbología. Su hermana Harper era buena en esa clase, así que Tilly sabía que no tenía nada de qué preocuparse. No es que piense que Harper es estúpida, es que sabe que es más inteligente que ella. A Harper se le dan bien los deportes y las actividades físicas, mientras que a Tilly se le da bien, bueno... todo lo demás.

La profesora Sprout enseñaba Herbología; siempre llevaba su sombrero raído sobre su pelo rizado. Además, su ropa estaba siempre sucia debido a la tierra en la que trabajaba todo el día. Sprout anunció que hoy trasplantarían mandrágoras y, como Tilly ya había leído todo sobre las pequeñas gritonas, asumió que estaría bien.

La mayoría de los estudiantes siguieron las instrucciones de Sprout, pero hubo algunos que no lo hicieron. Como Draco Malfoy...

Malfoy no había hecho otra cosa que provocar a la mandrágora que sujetaba, metiendo y sacando el dedo de su boca con rapidez, y cuando por fin lo mordió, Tilly ahogó una carcajada antes de continuar con su trabajo. Quería decirle algo, pero sabía que era inútil porque no podría oír su insulto por encima de todo el jaleo.

Cuando terminó la clase, todos recibieron instrucciones de ir a limpiarse por toda la tierra que tenían encima. Tilly se quitó el polvo y se lavó las manos rápidamente antes de dirigirse a Defensa contra las Artes Oscuras con el profesor Lockhart.

Como tuvo que lavarse, no fue la primera en llegar a la clase y no consiguió un asiento en primera fila porque Hermione Granger ya lo había ocupado. Junto con todas las demás chicas enamoradas de la clase.

Hermione Granger también es una chica muy inteligente, pero Tilly tiene la impresión de que no se toma sus estudios tan en serio como debería por las travesuras con las que se asocia. Tilly encontró con enfado un asiento en la parte de atrás, detrás de Malfoy y de la chica Morgenstern, que siempre lo seguía de cerca.

Cuando el resto de los estudiantes encontraron sus asientos, el profesor Lockhart repartió algunos folios para ver si los estudiantes habían estado leyendo sus libros. Tilly pensó que Lockhart era demasiado engreído y cabezón para dar una clase.

Cuando Tilly le dio la vuelta al folio se puso furiosa, ahora sabía lo que murmuraban sus compañeros. Esto no la va a ayudar en nada, y le da igual cuándo es el cumpleaños del profesor Lockhart.

—¡Esto no es más que un montón de mierda! —dijo Tilly para sí misma, pero el chico rubio que tenía delante la oyó.

Él se dio la vuelta con una sonrisa confiada en su rostro. A Tilly le encantaría desterrarlo al olvido.

—¿Qué, algo que Matilda Winters no sabe nada? —se rió burlonamente.

Daisey Morgenstern empezó a tirar de su bata, pero él la ignoró y siguió riéndose de Tilly.

—Puede, pero no es nada comparado con todas las cosas que no sabías tú el año pasado —replicó Tilly.

Tilly odiaba el modo en que trataba a los demás alumnos del colegio y pensaba que había que darle una lección, por lo que nunca dudaba a la hora de plantarle cara.

La chica Morgenstern se rió tan silenciosamente que Tilly apenas la oyó. Malfoy se limitó a enviarle una mirada fulminante y se dio la vuelta despacio. Tilly suspiró pesadamente mientras se ponía a trabajar en las preguntas que a nadie debería importarle lo suficiente como para saber las respuestas al chico Malfoy.

Cuando todos terminaron de responder las preguntas, Lockhart fue recogiendo uno por uno los folios y los hojeó delante de la clase, decepcionándos. Tilly sabía todas las respuestas porque había leído los libros, pero el profesor no le importaba, sino cómo defenderse de las artes oscuras. Si quisiera saber sobre Gilderoy Lockhart, tomaría una clase sobre él.

—Vaya, vaya. Muy pocos recordáis que mi color favorito es el lila... —suspiró, mirando por encima de la clase—. Sólo hubo dos estudiantes que acertaron todas las preguntas, y esas son la señorita Granger y la señorita Winters.

Ambas chicas se giraron para mirarse, en todas las clases que tenían juntas siempre las ponían en contra. Si Tilly se sentía amenazada por alguien aquí sería por Hermione, porque es brillante.

Sin embargo, no se odiaban, simplemente querían estar en lo más alto.

—Pero la señorita Granger fue más allá al enumerar mis dos ambiciones secretas, y yo sólo pedí una —anunció el profesor Lockhart, sonriendo con orgullo a Hermione.

Tilly puso los ojos en blanco y Hermione volvió a prestar atención al frente, agitando las pestañas tiernamente. Tilly, en cambio, quería gritar y dar un pisotón porque aquello era ridículo y aún no había aprendido nada.

Lockhart le dio diez puntos a Gryffindor por la obsesión de Granger con él. Tilly no podía estar más contenta cuando volvió a la pista y puso una jaula ampliamente cubierta en su escritorio. Tilly podía oír el traqueteo que salía de la jaula y estaba emocionada por ver lo que aprenderían hoy.

—Tengo que pediros que no gritéis —dijo Lockhart en voz baja—. Podrían enfurecerse.

Tilly no podía esperar más. Se retorcía de expectación y creía que iba a gritar porque estaba conteniendo la respiración.

Cuando Lockhart levantó la funda, a Tilly casi se le salen los ojos de la cabeza. Duendecillos de Cornualles. Y si estaban recién capturados, no serían nada mansos.

Tilly empezó a preguntarse si Lockhart sabía lo que estaba haciendo.

Seamus Finnigan, un chico de Gryffindor bajito y corpulento con cara pecosa, que se encontraba sentado al lado de Neville Longbottom, se rió.

—¿Sí? —Lockhart sonrió a Seamus.

—Bueno, es que no son... muy peligrosos, ¿verdad? —se explicó Seamus con dificultad.

Tilly puso los ojos en blanco, irritándose. Tilly sabía por su madre que los duendecillos de Cornualles no eran algo a lo que temer, pero son criaturas muy molestas.

—¡No estés tan seguro! —dijo Lockhart, apuntando a Seamus con un dedo acusador—. ¡Pueden ser unos seres endemoniadamente engañosos!

Si eran tan peligrosos, ¿por qué se arriesgaba a llevarlos a clase, sobre todo si no eran mansos? Podía decir que no le iba a gustar lo que él les haría hacer. Incluso si aún no sabía lo que era.

Los duendecillos eran de color azul eléctrico y medían unos veinte centímetros de altura, con rostros afilados y voces tan agudas y estridentes que era como oír a un montón de periquitos discutiendo. En el instante en que había levantado la funda, se habían puesto a parlotear y a moverse como locos, golpeando los barrotes para meter ruido y haciendo muecas a los que tenían más cerca. A Tilly no le gustaba cómo se veían.

—Está bien —dijo Lockhart en voz alta—. ¡Veamos qué hacéis con ellos! —Y abrió la jaula.

Los ojos de Tilly se abrieron de par en par.

—¡¿QUÉ?! —gritó con fuerza, alcanzando rápidamente su varita mientras los duendecillos salían disparados como cohetes en todas direcciones.

Toda la clase gritaba y se arrastraba bajo sus pupitres para intentar escapar de los duendecillos. Tilly agitaba los brazos tratando de alejar a los duendecillos de su cabeza, pues sabe que les gusta tirar del pelo.

Daisey Morgenstern estaba acurrucada en un ovillo bajo su pupitre y el de Malfoy, chillando cada vez que le tiraban del pelo, y Malfoy tenía un libro en la mano balanceándolo para darle un buen golpe a alguno.

—¡Oye! —gritó Tilly en voz alta, arrebatándole el libro de la mano.

Draco Malfoy se giró rápidamente, con una mirada fulminante en su cara.

—¿Qué crees que estás haciendo, Winters? —gritó él.

—¡Estamos tratando de detener a las malditas cosas Malfoy, no matarlas! —dice con dureza, tirando el libro a un lado.

Tilly levantó el brazo para lanzar un encantamiento congelador, pero justo cuando levantó la mano, uno de los diabólicos duendecillos le arrebató la varita.

—¡MI VARITA! —chilló Tilly con más rabia que todos los duendecillos juntos.

Malfoy empezó a reírse mientras Tilly saltaba tratando de recuperar su varita, sin éxito. Se subió a la mesa gritando y saltando mientras le tiraban del pelo y le lanzaban libros.

¡Immobulus! —gritó Tilly sin aliento, todavía buscando su varita—. ¡Que alguien haga el encantamiento Inmobulus! —suplicó.

Todo el mundo estaba demasiado ocupado gritando y chillando para escucharla. Un Malfoy que antes reía ahora era arrastrado por la sala, Morgenstern seguía bajo el pupitre y el profesor Lockhart había abandonado la clase.

—¡Por favor, por el bien de todos, que alguien diga Inmobulus y agite su maldita varita! —volvió a gritar Tilly, pero más fuerte.

Finalmente, ve que una chica de pelo enmarañado se levanta del suelo y levanta su varita.

¡Immobulus! —gritó Hermione Granger y los duendecillos de Cornualles se quedaron congelados.

Tilly siguió saltando por su varita y finalmente consiguió agarrarla y bajarse del pupitre. Levantó la vista para darle las gracias a Hermione, pero vio que los alumnos que la rodeaban ya le estaban dando las gracias, mientras el resto de los alumnos salía lentamente de debajo de sus pupitres.

Tilly estaba enfadada porque sabía el encantamiento, ella fue la que le dijo a Hermione el hechizo pero nadie le daba las gracias a ella. Empezó a recoger sus cosas con rabia y estaba lista para irse cuando Daisey Morgenstern la detuvo.

Tenía el pelo revuelto por los tirones de los Duendecillos y le iba a costar mucho pasar un cepillo por él.

—Buen trabajo —dijo ella con amabilidad—. Le dijiste el encantamiento que debía hacer, buen trabajo —luego se dirigió rápidamente hacia Draco Malfoy, quien le preguntó por qué estaba hablando con Matilda Winters.

Ese pequeño reconocimiento hizo que Tilly se sintiera un poco mejor mientras salía del aula de Lockhart y recorría los pasillos.


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