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「 ᴇɴ ᴍɪ ʜᴇ́ʀᴏᴇ 」




Desde que comenzaron los juegos, me he hecho creer durante mucho tiempo que mantengo las cosas bajo control. Pero no es cierto. Quizás todo mi mundo perfecto empezó a resquebrajarse cuándo me eligieron como tributo, o incluso después de eso, cuándo estaba en la arena y me vi en la cruzada de la enorme posibilidad de hacer daño a la gente.

Luego llegaron ellos a mi vida, esas personas que aunque no quise en un principio, han entrado tanto en mi corazón que ya no puedo imaginarme ni un sólo momento sin ellos. Minho, Brenda, Heather, Ethan, Teresa, Gally y, por supuesto, Thomas. Repito sus nombres en mi cabeza una y otra vez, con la esperanza y la promesa de no olvidarlos nunca.

Claro que, luego llegaron más, aunque fuese por culpa de las ideas locas de los presidentes, también me preocupo por ellos. Pero... y aunque me duela admitir, nunca serán como los primeros. Ellos han estado conmigo desde que era nada y ahora, cuándo me he convertido en todo para esta gente, tengo mucho miedo de fallarles; de no cumplir sus expectativas, de arrepentirme o de echarme para atrás. De dejarlos morir por nada.

Al principio, admito que tampoco tomaba en serio las alianzas. Mi idea era salvar a Brenda, devolverla con su padre y quizás morir con honor, pero..., Nada de eso pasó.

Me salvé, sí, junto a otros vencedores y volvimos a casa.

 Aunque en realidad jamás llegamos a pisar nuestras viejas aldeas o distritos, la esperanza de estar tan cerca resultó abrumadora, casi como si fuese un roce de un dulce ácido que quemaba al final. Pero de nuevo, resultó una falsa ilusión y nos vimos atrapados en esta ratonera una vez más.

Pero claro, nada aseguraba que esta vez saliéramos todos ilesos y hasta ahora, eso era lo que estaba pasando. Todos mis nuevos amigos estaban muriendo antes mis ojos, y yo, impotente e inútil no puedo hacer nada para evitarlo. Entonces, viendo ahora allí, a Thomas apunto de ser devorado por una bola de fuego, no puedo dejar de pensar en lo rarito que me parecía al principio.

Trayéndome papelitos de la nada, con esas miradas que nunca llegaban del todo a decirme nada, o con sus toques que antes me resultaban helados, extraños. Ahora, después de tanto tiempo juntos y de las experiencias vividas uno al lado del todo, las necesito. Necesito esos toques cálidos, seguros y que me dan fuerza. Son casi como una droga para mí ahora.

También me hizo darme cuenta de eso cuándo volví a ver a mi mejor amigo, a Minho; es decir, me alegraba de volver a tenerlo entres mis brazos, de verlo cerca, de tener a alguien en casa conmigo... Pero cuándo supe que se interponía en nuestra unión magnética, ahí supe, que algo en mí había cambiado.

Que... De alguna manera ya no lo veía cómo el chico del sombrero de copa burlón, que ya no lo veía cómo el chico que me había hecho creer que el Minho de las entrevistas era real, o cómo el chico que me seguía a todas partes como una lapa, no. Ya no lo odiaba, ya no me gustaba tenerlo lejos cómo antes. De sólo tener en mente todas nuestras conversaciones, ya fuera en el tren, en las pistas de baile de los distritos (por no olvidar las muchas veces en las que hemos estado más cerca de lo necesario), o incluso dentro de los juegos, me había hecho darme cuenta de que ya no éramos los chicos que apenas se conocían en los primeros juegos.

Qué ya no éramos esos chicos que solo estaban juntos por buscar nuestra propia supervivencia, si no que ahora queríamos encontrar una mutua. Después, comenzó todo a ser diferente. Velamos por el otro, da igual quién esté de por medio; siempre buscamos la mirada del otro a través de la niebla y de las mareas.

Y me gusta, no puedo mentir. Me gusta sentir a Thomas a mi lado, me gusta tenerlo como compañero, me gusta que cada vez que crucemos una mirada ya esté todo dicho; me gustan sus ojos achocolatados y sus imperceptibles pecas. Me gusta su torpeza, al igual que su impotencia o rabia cuándo algo lo destroza por dentro. Me gusta que sea sensible, que no oculte que tiene miedo, o cuándo algo lo pone triste; a diferencia de mí, por supuesto. Siempre oculto todo a todo el mundo, pero... con él no. Nunca.

Me ha visto llorar incontables veces, hemos dormido juntos y todo, porque rompe mis barreras sin permiso, no me pide perdón y me gusta que lo haga. Me hace sentirme humano y con él, no siempre tengo que ser el pilar o el líder de esta revolución que parece que ni siquiera ha empezado. Con él, parece que no caigo solo; su mano siempre sujeta la mía, o viceversa.

Y lo mejor de todo, es que no intenta ser otra persona conmigo. Sufre, llora y se abre, como un libro de esos de los que quiere escribir. Me contó lo de su madre y lo que le ocurrió el día en el que Enid le reveló que en realidad venía del 13; tuvo la valentía de confiar en alguien, y no se lo dijo a Teresa, si no a mí. Me elige a mí, a pesar de todo.

Y claro, no hay que obviar los golpes en el estómago que siento cuándo los veo juntos. Por ella, claro está; por ser la chica perfecta, de pelo perfecto y de mirada perfecta. No solo es inteligente, muchas veces me ha demostrado tener un buen corazón. Suele guiarse por lo que conviene correcto y no me parece mal, claro que no, porque también es mi amiga después de todo, pero..., Ahí está.

El dolor en mi corazón, cómo el que sentí la vez que se besaron.

Admito que perdí los papeles en aquel momento y que le pregunté sobre cosas que no tenían para nada sentido. Me enfadé con él, le hice sentirse un loco y lo aparté de mi lado. Todo por mi mal entendimiento, por no saber que en realidad estaba celoso de verlos juntos y lo pagué caro. Él de repente empezó a apartarse, a estar más cerca de los demás, pero... Yo ya no podía reprocharle nada, había sido culpa mía en primer lugar.

Luego llegó el derrumbamiento, cuándo pensé que no lo volvería a ver. Pero no fue así, otra vez.

Sin embargo y a pesar de volver a sentir que mi corazón recuperaba su fuego al verlo con vida, el refugio, después sólo pareció empeorar y revolver las aguas entre los dos. Él estaba centrado y obsesionado con encontrar a Teresa, y yo no daba pie a ello; entiendo que son amigos, cercanos, desde pequeños..., Pero me resultaba tan fastidioso que en un momento, hasta se me pasó la idea de dejarla allí sola. Sin embargo pronto me di cuenta de que ese era un pensamiento egoísta y me mordí la lengua.

Ni siquiera entiendo porqué escapando, salté sobre Gally de aquella manera. Es cierto que ambos nos hemos vuelto cercanos con el tiempo, ¿pero hasta el punto de abrazarlo? Me pasé; hablé de ello con Gally después, en un momento privado y le pedí disculpas por tomarme tantas confianzas. Él lo desechó, me dijo que no pasaba nada y que le gustó ver que ahora éramos amigos.

Amigos..., Eso era lo que éramos Thomas y yo; o al menos, solíamos serlo. Gente en quién confiar, apoyarse mutuamente, nada más que eso. No podía haber nada más que eso, era imposible, esa era la idea desde el principio; aunque claro, eso quise hacerme pensar, hasta que bueno... antes de escaparnos del refugio falso, llegó el beso.

Thomas me besó. Y yo sigo sin creérmelo del todo.

Claro que en ese momento, fue una locura. Todo en realidad. Tenía en mente que quizás estaban jugando con nosotros, que ese "lugar seguro" en realidad era todo una mentira y que tenía que ayudar a escaparlos a todos para protegerles de una muerte segura. Por supuesto que cuándo Thomas me vino con sus dudas, con sus sospechas, se me vino todo encima.

Me puse de mal humor y no veía nada con racionalidad, porque si lo hubiera hecho... Quizás habría reaccionado de otra forma.

«¡Quiero que me veas a mí, Newt!», eso fue la gota que colmó el vaso. No se lo impedí, sabía lo que venía, como muchas de las otras veces y... Dejé que me besara.

Pero, allí, los dos solos, me entró miedo. No sabía si estaba bien, no sabía si lo que estábamos haciendo en realidad era algo malo, o si sólo había sido una respuesta ante todas las presiones que nos aplastaban... y hui, como un cobarde. Como siempre hago cuándo la situación me supera.

Sin embargo, lejos de esa habitación y mientras echaba a correr como un loco, llorando y sufriendo un ataque de pánico, no podía dejar de pensar en... Sí, lo malditamente bien que se había sentido aquel pecado. Pero tenía miedo, porque, venga, ¿tenía tiempo para dejarme llevar por esas cosas cuándo tenía que salvarlos a todos?

Todavía no sé la respuesta.

Pero me gustó, porque... Después de que Minho me revelase sus sentimientos, me sentí confundido. Mi mejor amigo era mi mejor amigo; la amistad para mí con él siempre ha sido esencial en mi vida, y nunca sería capaz de verle de otro modo. Por eso le rechacé, aunque viese que su corazón de hierro se derretía entre mis manos, preferí darle una salida rápida porque, yo no podía recoger sus pedazos.

Eso actualmente me hace comparar mi "amistad" con Thomas, y me ayuda a ver que lo que tenemos es completamente distinto a lo que yo juraba que era. Mis pedazos, rotos y casi convertidos en cenizas, le pertenecen desde hace mucho; y ahora, cuándo veo lo cerca que está de ser engullido en las llamas, lo cerca que estoy de perderlo...

—¡Tommy, sal de ahí!

Ahora me doy cuenta de lo tragado que estoy por ese verducho.

—¡Atrás, atrás! —Ese es Minho.

Me agarra de las axilas cuándo Thomas cae sobre mí, y yo solo lo sostengo entre mis brazos al tenerlo conmigo. Veo con sorpresa a ese chico, desconocido para nosotros, ser la victima de la bola de fuego. Los tres vemos caer su cuerpo muerto casi a nuestros pies y aunque siento mi corazón latiendo a mil, el chico del Distrito 3 no tarda en revolverse para alcanzar al chico fallecido de seguro.

La situación ha sido tan bizarra que todavía no puedo creer que alguien que no conocemos haya decidido dar su vida por Thomas; aunque es obvio pensar que se trata de uno de los supervivientes de la Cornucopia. La gran pregunta ahora, era, ¿qué hacía tan lejos de la seguridad de ese sitio? ¿Por qué había decidido dar su vida por uno de los nuestros?

Cualquiera que fuese la razón, eso no detuvo a alentar el noble corazón de Thomas para sacar una muda de su mochila. Pronto se aleja de nuestro lado para sacudir con ella las pocas llamas del cuerpo y, mayormente, rostro del chico. 

—¡Ayudadme, vamos! —Eso es lo que pide mientras intenta arrastrar a ese chico a nuestro lado.

Oímos entonces otro chasquido en el aire y no lo pienso dos veces hasta acercarme a Thomas, para ayudarle a arrastrar al cuerpo pesado de la persona que le ha salvado la vida. 

—¡Vamos, yo os cubro! —Minho tampoco tiene miedo.

Salta delante de nosotros para hacer piruetas y correr de un lado a otro, sin alejarse demasiado, para intentar confundir la trayectoria de la siguiente bola de fuego. Tan valiente y estúpido, así es él. De todas maneras, no tardamos en levantar con cuidado al chico, que sorprendentemente, gime bajo nuestro toque. Todavía está vivo, pero no por mucho.

Con cuidado de no tocar las partes calientes de su cuerpo, cargamos con el los pocos metros que nos separan del desfiladero. Ya allí, me doy la vuelta para encarar a mi mejor amigo.

—¡Mueve el culo, Shank, y regresa aquí!

Eso es lo único que necesita Minho para dejar de hacer tonterías y correr hacia nosotros. Pronto los demás bajamos por esa pequeña colina hasta llegar con los demás.

Allí abajo, esperamos a que esas bolas de fuego nos sigan persiguiendo, dándonos caza, pero no lo hacen. Minho se tira sobre la hierba, respirando agitadamente. Su pecho se mueve arriba y abajo, sin descanso ni reparo. Estamos hechos un asco, todos.

Los demás están solo un poco abajo más de nosotros, intentando curarse sus propias heridas, las quemaduras; eso me hace pensar en mis dedos, que están rojos y bastante pelados. La piel se cae a pedazos, pero no me importa. Le salve la vida a Thomas, y eso era lo importante.

—¿Tommy?

Devuelvo la mirada hacia mi espalda, mientras me lo encuentro un poco más alejado y prestando total atención al chico que se interpuso en su muerte. Corta la tela de su pecho, quizás para darle más aire, con una pequeña daga de un bolsillo de su pantalón. No lleva chaqueta puesta, por lo que va en camisa corta sin mangas.

Recuerdo que tuvo que deshacerse de ella momentos antes, para alejarse del toque de la muerte. Sin embargo, dejo de pensar en ello cuándo noto que el chico que se sacrificó por él, respira muy lentamente. Mientras me acerco, Thomas se lo coloca sobre el regazo y parece no importarle para nada que todo su rostro esté hueco, resquebrajado y que realmente no quede ni recuerdo de lo que era.

Solo me dedica una mirada cuándo aparezco a un lado, pero después la regresa hacia el chico, que hace pequeños silbidos en lo que antes había una boca. Tiene la piel hundida y de un verde enfermizo. Sostengo una de sus manos sin poder evitarlo, que sufre espasmos, aunque no sé si es porque sabe que va a morir, o porqué sufre del dolor momentáneo. A nuestro alrededor se adueña un grave silencio, quizás nos observan los demás pero no puedo asegurar nada.

Y aunque no podemos hacer nada, como ha pasado con Madi, nada más que salvo quedarnos con él mientras se muere, Thomas no borra esa amable sonrisa. El chico de repente me aprieta la mano con tanta fuerza que tendría que abrirle los dedos, y no me quedan ánimos para ser tan cruel. Sólo sé que se muere y que debo permanecer como una estatua, porque no sé que planea el chico del tres.

Por lo que puedo ver, al menos una de sus orejas está intacta y no sé que es peor, que todavía pueda escucharnos, o qué se sienta intimidado ante la idea de no oír nada. A lo mejor hasta piensa qué ya ha muerto, no lo sé.

Me sorprende el movimiento rápido de Thomas, que le acaricia el pelo; o al menos, los pocos cabellos que le quedan. Cuando empieza a hablar con dulzura parece que ha perdido la cabeza, pero sus palabras no son para mí.

—En casa, suelo escribir sobre lo qué me gusta, ¿sabes? Lo que cruza por mi mente y de vez en cuándo, lo que se me permite imaginarme. Y aquí mismo, después de lo que has hecho, se me ocurren escenarios inimaginables de un héroe, que porta una espada de bronce divina y que hondea una capa larga y fastuosa de las metalurgias más caras que puedas pensar. Cabalga sobre un corcel blanco, más allá del horizonte y de estos muros, hacia un verde como la hierba en primavera, hacia un azul sin precedentes que reluce como el hielo en el agua. —Su voz se rompe un poco por el final, denotando un leve agudo.

Pero el chico mueve la cabeza, escuchando, mientras sigue aferrándose a mi mano. Y aunque duele, estoy demasiado absorto en las palabras de Tommy cómo para apartarla.

 —Ese eres tú, el que acaba de convertirse en mi héroe, porque me acabas de salvar la vida sin pedir nada a cambio. Y no podré hacer nunca nada para agradecértelo, solo puedo darte las gracias por darme otra oportunidad. —Hace una pequeña pausa, en la que se relame los labios. El agarre de su mano se debilita—. Así que gracias, de todo corazón, por haberme salvado.

Entonces el chico finalmente separa su mano de la mía, y la levanta temblorosa con el propósito de tocar el rostro de Thomas, de llegar hasta su sonrisa perlada de lágrimas y cuándo lo hace, sus dedos tamborilean sobre una de sus mejillas antes de sufrir un espasmo muscular.

Después su mano quemada vuelve al pecho, fría, y suena el cañonazo. Nos quedamos un rato mirando su cuerpo, ahora vacío y me da mucha pena. Estoy seguro que de haber sido otra situación, podríamos haber llegado a ser amigos. Los demás después de un rato tratan de seguir curando sus quemaduras, y entonces tiro de Thomas hacia atrás cuándo veo que se acerca por el cielo un aerodeslizador. Los mismos que se encargan de llevarse los cuerpos fallecidos para no estorbar, o quizás para llevárselos a sus familias. Nunca lo he sabido.

Todos entonces a una distancia prudente, vemos como suelta su pinza de cuatro dientes, le rodea y se lo lleva al cielo ahora de media tarde para siempre. Cuándo sobrevuela nuestras cabezas, levantando un poco de viento, solo puedo pensar en que Violet, Collete, Isabelle y ahora, Madi, también han sido recogidas por esa cosa fría y sin sentimientos.

Un puño se apodera de mi corazón, cuándo veo que a mi lado, a Thomas le tiemblan los labios. Una de mis manos se adelanta para agarrar sus dedos sensibles, pero me detengo a medio camino cuándo habla.

—Se ha sacrificado por mí, y ni siquiera sabía su nombre. —Lo dice de una forma tan apagada y apresurada, que me lastima por dentro.

Pero recabo en sus palabras, y me parece del todo extraño que, entendiendo los juegos, el propósito de estos era acercarnos a posibles enemigos para pelear a muerte; no para sacrificarnos unos por los otros. Aquí no existe ese tipo de compasión.

—¿Crees que se ha sacrificado por ti?

Thomas cruza mirada conmigo, y sus ojos se ven tan agitados y perdidos, que creo que le queda poco por colapsar. Y le entiendo, la presión ahoga y a este paso, no creo que aguantemos mucho más así.

—Eso parece, ¿no?

Pero yo sé que eso no es normal en el mundo en el que vivimos.

—No tiene ningún sentido. —Es lo único que digo.

Después observamos cómo nuestro alrededor parece recuperar el ambiente de antes, peligroso y mortuorio, pero sin ningún peligro aparente a la vista. A lo mejor tienen un poco de misericordia, y nos dan un par de horas libres.

Me estoy riendo de sólo pensar en qué eso es imposible, cuándo Minho vuelve con nosotros con un puño lleno de flechas, algunas humeantes. Las suelta a mi lado, en la brizna suave de la hierba.

—Pensé que las querrías. Cuando... —carraspea un poco, intercalando miradas entre Thomas y yo, aparentemente descubriendo algo que yo no. Pero después continúa, con una ligera sonrisa—, cuándo corríamos vi que este par se te habían caído.

—Gracias —respondo.

Cuando me agacho en aquella jungla para reunir algo de musgo con el que tratar de salvar sus lados no quemados, me doy cuenta de que todos sufren en bajo. Las heridas son graves y entro un poco en estrés, no quiero perder a más gente. Comparto una mirada con Minho, quién ahora está agachado enfrente de mí, limpiando sus hoces sobre la hierba.

Pero ahora tengo la mente en otro lado.

Pienso en el chico de ahora, en Madi, que ha muerto hace nada y... Me siento algo incómodo. No pude despedirme de la mejor forma de la pequeña que tanto me recuerda a Lizzy, y eso me reconcome, como si minúsculas arañas subieran por mi garganta. Veo entonces a Rose, llorando mientras sujeta su brazo dañado, aunque creo que esas lágrimas son más por la cría que no pudo salvar. Así que mordiendo con suavidad mis labios, dejo a un lado las flechas brindadas por Minho, quién no deja de brindarme miradas curiosas. Pero ignorándole por completo y a su terca sonrisa, doy una vista a mi alrededor.

Pronto, a unos pocos metros encuentro lo que busco: un matojo de orquídeas. Mientras me acerco, pienso en qué parece un chiste que estén allí, con su brillo natural y balaceándose con la fresca brisa del atardecer. Un poco de luz anaranjada baila sobre sus pétalos y en cada una de ellas, mientras las acaricio con las puntas de mis dedos, veo a todos los que he perdido.

A todas esas personas que no merecían morir, que merecían una segunda oportunidad.

Keisha. Chuck. Winston. Violet. Isabelle. Collete. Madi. Repito sus nombres una y otra vez, mientras arranco un puñado de esas flores pintadas de colores rosáceas, purpureas y algunas anaranjadas. Las sostengo sobre mi pecho, admirando sus dulces destellos, mientras rememoro sus muertes en mi cabeza y entonces, antes de llegar al hueco en el que había estado el chico fallecido de antes, mis piernas se detienen. Pesan como plomo cuándo doy como un loco miradas a todas partes, buscándole con desesperación. ¿Cómo me había olvidado de él?

Pero no le encuentro y algo me presiona con más fuerza, cuándo siento que mi pierna izquierda está a punto de reventar. Más culpa recae sobre mis hombros, y creo que estoy hiperventilando cuándo Heather se me acerca dando un pequeño trote.

—¿Qué ocurre, Newt? Respira, tranquilo, ¿qué pasa?

Y entonces, todo el mundo enmudece cuándo digo:

—¿Dónde está Aris?








Después de un buen rato tratando de asimilar la nueva información, de que nadie tiene pajolera idea de en dónde se había metido aquel chico, nos recuperamos del shock poco a poco. Luego las ideas comienzan a brotar, y sinceramente, la que suelta Vincent es la que mayor sentido tiene.

—Lo perdimos antes de que Snow diera el aviso de que estábamos de nuevo en los juegos, ¿no? Después de, eh... —Hace un pequeño carraspeo intentando encontrar su voz, mientras acobija en su pecho a la pelirroja Rose— de que muriera Winston. A lo mejor, ¿no era real? ¿Algún tipo de muto del Capitolio sólo para emocionar las cosas?

Todos comienzan a dar por entendido qué debió de ser algo así, y dejan de buscarle más pies al gato. Y sinceramente, es mejor así; incluso Thomas, que era el que estaba más relacionado con él, parece olvidarse de su amigo cuándo se fija en lo que llevo en las manos.

—¿Para qué son esas orquídeas? —Los demás vuelven a perderse un poco, y aunque realmente me impresiona la forma en la que ahora se disocian de todo, pienso en qué debo subirles el ánimo de alguna forma.

Cuando veo que Dayana afila unos nuevos cuchillos en sus manos y que después se seca un prominente sudor de su frente, comprendo el aspecto de todos. Sudorosos, con el cabello pegado a sus pieles casi como si fuese algún tipo de segunda piel, y creo que la mejor manera de traerlos de regreso conmigo, es encontrar alguna fuente de agua.

Entonces me digo qué después de hacer lo de las flores, trataré de encontrar esa agua para ellos.

—Son para ellos, Tommy. 

Al momento su rostro se frunce de dolor y de confusión, pero me deja hacer. Aunque antes de seguir con mi plan inicial, le recuerdo algo.

—¿Tú me lo dijiste, no? —Otra vez ese ceño arrugado—. Recuérdalo: «Desearía poder encontrar una forma de demostrarles que no les pertenezco, que soy algo más que una pieza de sus juegos». Eso me dijiste y aunque en ese momento no lo entendía del todo, ahora sé que significa.

—Newt...

Se me acerca con una mirada nerviosa, quizás temiendo qué empeore nuestra situación o que me vaya de la lengua. Pero en realidad, ¿podía empeorar todo esto todavía más? No lo dudo, pero allí, a pasos de juntar nuestras manos y siendo observados por todos los demás, descubro que no me importa.

Porque estoy decidido a hacer algo ahora mismo, aquí mismo, algo que los avergüence, que los haga responsables, que les demuestre que da igual lo que hagan o lo que nos obliguen a hacer, porque siempre habrá una parte de cada uno de nosotros que no será suya. Que nunca lo será por mucho esfuerzo que pongan. 

—Tienen que saber que los que se han ido no eran suyos, y que nosotros tampoco lo somos. —Esta vez los miro a todos, y cuándo me devuelven las suyas con la misma respuesta, sé que lo entienden.

Thomas no se mete de por medio cuándo regreso al hueco en dónde antes descansaba el cuerpo frío del chico sin nombre. No lo pienso dos veces, cuando, poco a poco, tallo a tallo, decoro ese hueco vacío y que todavía tiene la huella de su presencia allí con las flores.

Tendrán que emitirlo o, si deciden sacar otra cosa en este preciso momento, tendrán que volver aquí porque estamos nosotros, y así todos lo verán y sabrán que lo hice yo. Doy un paso atrás y miro a ese vacío oscuro, en el que recuerdo perfectamente a la niña que me pidió ganar, que me prometió hacerlo y a todos aquellos a los que les prometí salvarlos.

—Adiós, Keisha, Chuck, Winston, Violet, Collete, Isabelle y... Madi —susurro y aunque ahora mismo no puedo tocarles, no puedo verles, siento que están allí con nosotros.

Quizás dándonos las gracias, no lo sé, pero cuándo me doy la vuelta..., Todos mis amigos tienen la cabeza agachada, algunos lloran, otros no; Thomas se me acerca. Se agacha en mi tumba desierta y pretende dejar el colgante que ella le dio, la pequeña cría de doce o trece años; el que tiene la misma insignia que la mía pero en bronce. Mi mano se mueve sola cuándo tomo lugar a su lado, y le detengo.

Está llorando, por todos los que se han ido. Por esa niña, porque le recuerda a Chuck. Sus ojos achocolatados dejan caer cristales húmedos por ellas y eso me rompe por dentro. Porque todavía no soy capaz de evitar ese dolor en mi gente.

—Pero Madi... —Mi mano se mueve sola.

Limpio los rastros de lágrimas de sus ojos, sin pensar demasiado en la cercanía que tengo con él, y alto y claro le digo: —Ella te eligió, Thomas, y lo mejor que puedes hacer es honrar su último deseo. Ella quería que lo tuvieras, que lo cargaras contigo hasta el final... entonces solo hazlo.

Y aunque tarda, unos segundos más tarde asiente, colgándoselo sobre el cuello. Lo deja al lado del de su madre, y de manera que se pueda ver brillante como la mía para después sacar de su mochila una chaqueta nueva y marrón. Se la coloca sobre los hombros sin cerrarla y se limpia el pequeño rastro de lágrimas. Acaricia entre sus dedos el muñeco de Chuck y sinceramente, parece más seguro de si mismo que antes.

—¡Por todos los que se han ido y que no merecían morir! —grito sin pena alguna.

Entonces, elevándome sobre mi pierna buena, los miro a todos y hago lo que se merecen. Me llevo los tres dedos centrales de la mano izquierda a los labios y después la apunto con ellos. Luego todos me siguen el ejemplo y señalamos hacia el cielo, nunca habíamos estado unidos de esta manera. Permanecemos de aquella manera más del tiempo necesario, hasta que finalmente los sollozos terminan y el odio cicatriza nuestro dolor. Yo me alejo sin mirar de nuevo esa hermosa tumba de flores por todos los que han muerto injustamente.

Regreso a paso lento hacia las flechas que he dejado en la brizna, y dándome cuenta de que la mayor parte de ellas aún están en buen estado, no tardo en guardarlas en el carcaj de mi espalda. Aunque el número haya bajado un poco, todavía me quedan suficientes para los siete enemigos que nos esperan al otro lado de la Cornucopia.

Minho pronto se reúne conmigo, me codea el hombro cuando me incorporo y siento que me mira de una forma diferente, quizás ¿orgulloso? Paso de él, sintiendo que me suben un poco los colores cuándo Teresa y Thomas se me acercan al vuelo.

La chica perfecta ahora está un poco despelucada, pero aparte de eso, nada más destacable. Me habla mientras mueve una mano de un lado a otro, pensativa.

—Antes de que las bolas de fuego nos persiguieran, cayó algo del cielo, ¿no? Creo que lo cogiste, Newt. —Y ante las dos miradas expectantes de los chicos del 3, miro a Minho.

Este rápidamente se palmea la frente, rebuscando en su mochila que pudo coger antes de salir pitando de la niebla. No como yo, que se me olvidó por completo.

—Casi que se me olvida, larcha. Si no me lo recuerdas... 

Jace pasa por nuestro lado, en compañía de Luna. Alcanza a Gally, que hasta ahora después del respeto hacia la tumba, descansaba sobre la hierba, acariciando su hombro quemado. Con un solo par de miradas, descubro que le pide ver el mapa y tras una difícil misión en que el chico del uno trata de sacarlo de su petate de la espalda, finalmente se lo presta al otro.

Luna revolotea alrededor de Gally, dando algunos gimoteos. Pero no parece del todo herido.

Me llama la atención Minho, quién me tiende aquel paracaídas.

Thomas parece de mejor humor y lo señala con una sonrisa, mientras dice: —A lo mejor nos ayuda como en los primeros juegos, Newt.

Y recuerdo como con ayuda de Haymitch, me vendó una herida punzante por parte de Gally y de cómo, básicamente, cuidó de mí en mi inconsciencia. Siento que me vuelven a subir los colores, pero me centro en lo que sujetan mis dedos.

Al abrir el paracaídas, los cuatro vemos que se abre en dos partes; es decir, que muestra dos aparatos distintos. El primero es sin ninguna duda una crema.

Solo le doy una vuelta entre mis dedos, cuándo descubro una nota en su parte de abajo.

" Para las quemaduras, chicos.

Nadie quiere ver a jóvenes guapos como todos vosotros en tal mal estado. "

" Bellamy. "

Siento que una sonrisa se me cuela por los labios al recordar a mi amigo de cabellos azulados de siempre; aquel que me regaló la insignia que cargo sobre mi pecho. Al momento, la noticia alivia a todo mi grupo y se la paso a Teresa quién comienza de inmediato a repartirla por los demás.

Es una de las pocas que no recibió quemadura alguna; mientras ella se encarga de eso, Minho me insta a que abra la otra. Siento resequedad en la garganta cuándo pienso en la necesidad enorme que tengo de beberme un buen vaso de agua. 

La abro con un pequeño chasquido, y Thomas y Minho observan impacientes lo que sale de ella. Entonces, Tommy coge el pequeño papelito que muestra.

—De un trago, de parte de Haymitch —dice, pero no entendemos nada.

La memoria de mi mentor aún es una quemadura lenta en mi corazón, pero paso de ello, decidido a centrarme en lo que nos ha mandado.

—¿Qué es? —pregunta Minho, pero nadie lo sabe.

Entre que los demás del equipo son auxiliados por Teresa, ver sus rostros de alivio al rociarse sus quemaduras con esa crema, me quita un peso de encima. Y por supuesto, me permite centrarme en lo que tengo entre manos.

Nos lo pasamos de uno a otro, entre los tres, y nos turnamos para examinarlo. Es un tubo de metal hueco, acabado en una ligera punta. En el otro extremo tiene un pequeño labio que se curva hacia abajo. Thomas sopla por un extremo para ver si hace ruido, pero no. Minho le mete el dedo meñique para ver si sirve de arma; nada. Yo le aparto de un golpe para que deje de hacer tonterías y para que me lo devuelva.

—Es una mierda de esos juegos mentales, ¿verdad? Seguro que es algún tipo de joya de la más alta inquisición —Pronto Thomas y él se enzarzan en una pequeña disputa, negando esto y afirmando lo otro.

Yo sigo analizando aquella cosa. Me estiro, y lanzo una mirada herida al artilugio. Me resulta vagamente familiar, pero no sé de dónde será.

Entonces el sol finalmente desaparece dando lugar a la noche fría y me pregunto qué estará pasando en casa. Mi madre. Mi padre. Pienso en ellos, observándome desde nuestro distrito. Al menos, espero que estén allí, no cómo Lizzy que según Minho debe de estar jugando aquí también (la idea me hace sentir peor). Regreso a los recuerdos de mis padres, en donde también habita mi hermana y empiezo a echarlos de menos, a mi antigua vida, a mi distrito, al bosque que nunca llegué a conocer.  Me imagino allí dentro con Minho, en un bosque decente con robustos árboles de madera noble, comida abundante y presas sin pinta asquerosa.

Luego pienso en el rumor del agua en los arroyos. La brisa fresca. No, mejor vientos fríos que se lleven este calor sofocante. Me imagino un viento así y dejo que me refresque las mejillas, me entumezca los dedos y, de repente, la pieza metálica medio enterrada en la tierra negra por fin tiene nombre. Parece que Minho tiene la misma idea, porque lo decimos a la vez.

—¡Una espita! —exclamamos ambos, enderezándonos de golpe.

Minho aparta de un manotazo a Thomas, quién parece muy perdido.

—¿Qué? —pregunta el chico, sin entender ni media palabra.

Pero comparto una mirada astuta con mi mejor amigo y este literalmente me lo arrebata de las manos, para darle una mirada más afianzada.

—Es una espita, una especie de grifo. La metes en un árbol y sale la savia. —Su sonrisa se ensancha con cada palabra—. Le mencioné sobre esto varias veces a Newt, y hasta te hice un dibujo, ¿recuerdas?

Asiento de inmediato, notando que un pequeño cosquilleo me invade el estómago.

—Bastante malo, a decir verdad. —Me golpea un brazo entre risas, pero continuo—: Estaba pensando en eso justamente. —Ambos no tardamos en darle un vistazo a los nervudos troncos verdes que tenemos a nuestro alrededor.

Thomas parece entender la idea poco a poco.

—Entonces solo hay que buscar el árbol adecuado, ¿no? —También comienza a buscar con nosotros—. Seguro que estos árboles deben de tener otra cosa dentro —murmura, bastante emocionado.

Y aprovechando que los demás andan distraídos, señalamos un árbol que es bastante frondoso pero de apariencia delicada, hasta parece que nos llama con una voz susurrante. Nos aceramos en trote los tres juntos y cuándo Minho se dispone a clavar la espita en la corteza verde de un árbol enorme usando una roca, lo detengo.

—Espera, tú me decías que primero había que abrir un agujero, ¿no?

Se palmea la cabeza para pasarme la espita, Thomas revolotea a nuestro alrededor, ansioso.

No tarda mi mejor amigo en sacar una daga de punta afilada para abrir dicho agujero; denoto su pequeño temblor de manos y sé que está emocionado con la idea de recibir agua. Todos lo estamos. Entonces permanece apuñalando la corteza con movimientos seguidos pero precisos, hasta que hay un hueco lo bastante profundo para entrar la espita.

—Adelante, Newt —me dice Minho.

Comparto una mirada de soslayo con Thomas, y a sabiendas de qué todos nos miran por seguro desconcertados, me lanzo de lleno. La meto con cuidado y todos nos quedamos mirando, a la espera. Al principio no ocurre nada; después una gota de agua sale rodando por el borde y aterriza en la palma de Minho, que se la lame y vuelve a ponerla para mojársela de nuevo.

—¡Por fin algo bueno, foder! —Mi mejor amigo no cabe en su alegría.

Todos compartimos sonrisas y hasta Thomas me eleva sobre sus brazos, no creyendo que algo bueno por fin nos pase. Yo me río entre sus brazos para después centrarnos en la dichosa espita; admito que me he puesto algo nervioso, pero tras centrarme en el tubo metálico, solo puedo ver como después de mover y ajustar la espita, conseguimos que salga un fino chorro de agua.

Nos turnamos para poner la boca debajo del grifo y humedecernos las lenguas resecas. La noticia llega a los demás que sorpresivamente no se ven ya atacados por los efectos de las quemaduras; Rose es una de las primeras en acercarse para hacer la fila. Y me fijo en su brazo, me sorprende que de la quemadura solo quede una pequeña cicatriz. Ha recobrado su antiguo color y por eso, se la ve de tan buen humor. Los demás van llegando en cola.

Entonces nos la vamos pasando para beber con ganas, y después, todo un lujo, para lavarnos la cara. Como todo lo demás en este lugar, el agua está tirando a caliente, pero no es momento para ser delicados. Sin la distracción de la sed, somos conscientes de lo cansados que estamos, así que nos preparamos para pasar la noche. Cuándo ya he tenido suficiente, dejo a Ethan y a Heather jugar con el agua como niños pequeños.

Regreso con Gally, quién tiene la crema ahora en su poder. Tomo asiento a su lado, viendo de refilón como Teresa toma otro sorbo de agua para después mojarse la cara. Thomas está con Minho, y ahora ellos son perseguidos por Ethan y Heather que pretenden escupirles agua.

Me carcajeo un poco para pronto darme cuenta de que Gally tiene sus ojos en mí.

—Tú has hecho todo esto, ¿sabes? —Y pronto al ver mi confusión, me aclara—: Gracias a ti es que seguimos aguantando, eres increíble, chico del doce.

—Lo dice alguien que reventó a un guardia de un solo golpe. —Se ríe con más brío que antes y me fijo en su herida del hombro. Otra vez, casi no hay rastro.

Me la pasa cuándo se fija en mis dedos. Su mirada se pierde en mi mano pelada.

—¿Te duele?

Niego levemente. Ya que en realidad, después del agua, me siento renovado de alguna forma.

Pero él, sigue frunciendo el ceño y me señala más abajo de la mano, la pierna para ser exactos. Eso me hace morderme los labios, mientras pienso en qué no era tan bueno ocultando las cosas cómo pensaba.

—La pierna, sé que te duele.

Permanezco en silencio durante unos momentos, tratando de buscar una respuesta que lo tranquilice... Pero no la encuentro, por lo que decido cambiar de tema. Él parece respetarlo.

—La chica que te ayudó al principio, ¿cómo se llama? ¿Sabes de qué distrito es?

Sus hombros decaen un poco, y me distraigo por un rato cuándo veo cómo Jace y Brenda juegan con Luna. Ambos se ponen a hacerles cosquillas, hasta que este hacer caer a mi amiga y se ve atrapada por los brazos del chico del cuatro. Sus fuertes brazos la atrapan y aunque intenta mantenerse en pie lo mejor posible, pronto Luna cae sobre ellos y ambos se ríen. Eso me hace pensar en que hacen una buena pareja; aunque la expresión de Brenda, un poco molesta, o quizás dolida, me hace pensar en qué algo le pasa.

Sobre todo cuándo veo que se sujeta una pierna de manera inconsciente. Jace no se da cuenta y pronto su expresión vuelve a ser la de antes.

Gally me atrae de nuevo la atención, mientras muerde sus uñas. Yo entre tanto me reparto la crema sobre los dedos, notando un alivio de inmediato en ellos.

—Se llama Sonya, es del distrito 12, como tú. —Eso sí que me sorprende.

—¿Por qué crees que os separaron? —Rose y Vincent permanecen a un lado más alejados, de nuevo abrazados. Dayana está sola, pero mira hacia el cielo nocturno, y parece más en calma que antes.

—Supongo que para hacer interesantes las cosas... y ¿sabes? Cada vez que oigo un cañón, temo que su rostro aparezca en la pantalla. —Le acaricio la espalda.

—Conozco el sentimiento —digo, mientras veo que Minho le hace una zancadilla a Thomas y este cae para ser la presa de la pareja del cuatro.

—Lo sé, por eso hacemos esto. Por ti.

Y de nuevo, esa sensación extraña.

Después de un rato, le dejo solo para pasarle la crema a Jace para que la guarde. Él la atrapa al vuelo; después al ver lo oscura que está la noche y que sé que nos dejarán en paz por ahora, decidimos permanecer en este sitio. No avanzaremos hasta mañana temprano, después de todo nos merecemos un poco de descanso.

Por eso acomodo mis armas y me acerco hacia la espita, para sacarla del tronco y dejar de desperdiciar agua. Le quito las hojas a un tallo resistente, lo meto a través del hueco de la espita y me lo ato al cinturón con fuerza. Allí en esa nueva oscuridad, hacemos una pequeña piña en la que intentamos acomodarnos lo mejor posible.

Luego un poco más tarde, gran parte de los tributos comienzan a echar una cabezada después de mostrar en la pantalla los caídos, en donde vemos al chico de antes «Finn Grestor» y a Madi Wells. Todavía me parece escuchar los sollozos bajos de Rose.

El caso, Minho se ofrece a hacer la primera guardia, y yo se lo permito porque soy consciente de que tiene que ser uno de nosotros dos hasta que Gally haya descansado. Me tumbo al lado de mi amiga Brenda en el suelo y le digo a Minho que me despierte cuando se canse.

Pero no es fácil conciliar el sueño con esta chica, que me mira bajo la sombra de la luna con esos ojos caídos. No tardo en preguntarle qué le pasa, en bajo. Ambos estamos abrazados, como solíamos hacer en las cabinas del tren de distritos, mucho antes de conocer a Thomas y a los demás.

—¿Crees que mi padre se ha rendido?

Al momento, muevo la cabeza para intentar cruzar mirada con ella; es un poco difícil teniendo en cuenta que descansa sobre mi pecho. Pero de todas maneras, no dudo en mis palabras.

Conozco demasiado bien a Jorge, y sé que removería cielo y tierra por su hija.

—¿De esperarte? Jamás, estoy seguro de que ahora mismo estará haciendo hasta lo imposible para conseguirte una salida a todo esto. —Siento su respiración muy cerca—. ¿No recuerdas la vez que tardaste en venir a casa, y él ya estaba peleándose con los directores de la escuela?

Eso es suficiente para calmarla, se carcajea suavemente y de repente me da las gracias.

—¿Y eso por qué? ¿Por recordarte la tozudez de tu padre?

Pero ella niega, cerrando los ojos.

—Por quedarte aquí.

Después de eso, y aunque noto un golpeteo en mi pecho, me rindo y me dejo caer por el sueño, como ella.  Sin embargo, me despierto de golpe unas cuantas horas después, asustado cuándo oigo algo parecido a un: ¡tan, tan!

Todos permanecen dormidos, a excepción de Minho que está incorporado como un águila. A mi izquierda, Vincent parece más asustado que otra cosa, pero por sus ojos cruza un reflejo de reconocimiento. En el grave silencio, el ruido cesa de golpe.

—He contado doce —digo en voz baja, separándome de Brenda.

La dejo descansar suavemente sobre la hierba, acercándome a Minho. Vincent nos sigue por detrás y como yo, ha tratado de dejar a Rose lo más cómoda posible.

Y antes de poder decir algo, Minho me dice con un extraño tono:

—Yo las vi con Vincent antes, cuándo nos separamos la primera vez.

El chico rubio parece totalmente desconcertado, una mano descansa bajo su barbilla.

—Puede que se trate de alguna coincidencia, a lo mejor...

Pero los tres pegamos un respingo cuándo mucho más adelante, sobre un árbol alto, demasiado alto porque queda a plena vista, incluso a través de la frondosa jungla que tenemos delante, vemos que un enorme destello lo golpea: un rayo. No tarda en producirse una tormenta eléctrica. Observo los relámpagos durante un rato mientras calmo a Vicent, el cual parece ser que tiene miedo a estos.

—Allí debe de estar la Cornucopia. —Mi mejor amigo señala con su dedo índice.

Pienso entonces en lo dicho por Minho, en que los relámpagos empezaron justo después de que sonase ese ruido doce veces. En qué ambos ya lo han presenciado antes. En los cambios de pruebas, que justamente se han dado al anochecer para dar paso a la mañana, y de la mañana para dar paso al atardecer. Como si fuese... Y ahora los relámpagos.

—Tic, tac —dice una voz a nuestras espaldas.

Al darnos la vuelta con armas en mano, yo luciendo la daga de Minho (ahora mía) encontramos a un Thomas con el pelo desencajado pero paciente, se golpea la muñeca repetidas veces. Se ve lindo de esa manera, algo somnoliento.

Sin embargo me centro ante su insistencia y me levanto lentamente al ver ese extraño movimiento y examino la zona. Los relámpagos allí, en la Cornucopia. Las pruebas sangrientas.

Eso me lleva a pensar en que nosotros estaríamos en la tercera sección, a la derecha de ésa, cuando apareció la niebla. Y, en cuanto desapareció, las bolas de fuego empezaron a reunirse en la cuarta. Tic, tac. Vuelvo rápidamente la cabeza hacia el otro lado. Hace un par de horas, incluso el refugio tiene sentido. A mediodía. A medianoche. A mediodía.

—No me digas que esto es... —Le quito a Minho las palabras de la boca.

Entonces cesan los relámpagos y un poco lejos de nosotros escuchamos ruidos de monos, como los que atacaron a mi mejor amigo y a su grupo no hace mucho; justo a su derecha, aunque lejos y sus palabras empiezan a tener sentido.

—Oh, mierda —susurro—. Tic, tac. —Recorro con la mirada a Minho, Vincent y Thomas—. Tic, tac. Esto es un maldito reloj.

N/A → muchísimas gracias por la espera, realmente esperaba terminar este cap de otra manera pero mejor dejarlo para el siguiente. de todas maneras ha habido mucho avance, y tenemos más respuestas. no olviden dejar su amor, que esto ya se acaba.

¿opiniones del cap?

los quiero muchos, nos vemos pronto, tributos.

Se despide xElsyLight.

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