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「 ʏᴀ ɴᴏ ᴇxɪsᴛᴇ 」





El tiempo parece volar en cuestión de segundos cuándo tu vida pende de un hilo muy fino.

El mío está en la cuerda floja, es de esos que se deshilan poco a poco pero que, sorprendentemente, siempre logran mantenerse unido aunque sea con un último suspiro. Todavía no sé porqué continúo con vida después de todo lo que me ha pasado, en realidad.

A veces pienso que es por mi familia, por mis amigos, o porque simplemente soy parte de un juego muy cruel. Muchos me han dicho desde los primeros juegos, que ellos quieren matarme..., pero de alguna manera sigo con vida, dándoles un show nunca antes visto. Continúo ganándome el favor y el gusto del público, lo sé por la manera en la que esas minúsculas cámaras casi imperceptibles a la vista no se pierden nada de mí, en ningún momento.

Sigo siendo un juguete que sirve solo para entretener. ¿Pero a qué costo?, no puedo evitar preguntarme con todos aquellos que caen por mi causa. Todos ellos mueren por mi culpa, y sigo aquí, guiando a los supervivientes a un final incierto. Las dudas y el miedo bajan por mi garganta, con cada paso que doy.

Sus voces emocionadas que hablan de mi beso con Thomas se pierden entre los susurros de la jungla, porque no puedo dejar de pensar en a quién voy a perder ahora, en quién va a ser el siguiente. La fogosa arena nos atrapa entre sus brazos, nos asfixia.

El calor aumenta, estoy sudando a mares y mis amigos aun así se mantienen esperanzados; quizás esperan que al final de los juegos nos dejen a todos con vida. ¿Pero lo harán? Miro a Heather, a Dayana, a Vincent, a Jace y a Minho..., Y sé la respuesta.

Me sorprende realmente qué no me haya dado un ataque de pánico incluso después de ver a mi hermana perder la cabeza. No fui capaz de defenderme en su momento, porque ni siquiera había sido capaz de asimilar que por fin ella estuviese conmigo. Por supuesto, hacerme a la idea de qué no sabe ni pajolera idea de quién soy, o de que al menos me considera un monstruo, no mejora las cosas. Aún así verla viva me ayuda a seguir adelante.

No tengo ni idea de cómo voy a conseguir que recupere la cabeza, pero no me rendiré hasta conseguirlo. Minho tampoco; hemos compartido varias miradas significativas de camino a la Cornucopia, y sé que al final, estará conmigo dándome su apoyo como siempre.

El silencio nos envuelve, las preguntas sobre mi beso con Tommy finalmente han cedido sin obtener respuesta y la conclusión desgarradora de este juego se acerca. Minho observa el mapa digital que nos guía, estamos a unos pasos. Nuestros músculos se tensan, escucho que las respiraciones de muchos se cortan al ser conscientes de lo cerca que estamos.

Todos sujetan en alto sus armas, yo mantengo una flecha ajustada en el arco. Preparada para ser lanzada en cualquier momento. Todavía ninguno sabe qué enemigo se nos puede presentar al otro lado, si será mejor que nosotros... Pero nos mantenemos unidos hasta que, finalmente agazapados en arbustos, observamos esa Cornucopia de un gran cuerno dorado y con una pila de armas desperdigadas por todos lados. Luna comienza a gruñir, está listo para lanzarse sobre sus cuellos, pero lo tranquilizo con mimos en su cogote.

El plan principal es evitar la lucha por completo; dejar la bobina en la Cornucopia y mantener la esperanza de que nos pierdan de vista para que a medianoche, el rayo haga su trabajo y se lleve a los seis tributos enemigos de golpe.

Los cañones en su momento nos dejarán en claro si han muerto todos, o si hay que devolverse para acabar el trabajo. Todos esperamos no hacerlo.

—Será mejor que nos separemos porque en caso de que nos descubran, hay que evitar a cualquier coste que pillen la bobina —dice Dayana, señalando la misma que carga en su mano. En la otra sostiene una hoz.

Yo asiento lentamente, estando totalmente de acuerdo con ella. En caso de que algo salga mal, evitar que se concentren en nuestra arma final. Quedamos así: Dayana, Minho y yo iremos por delante con la bobina, mientras Jace, Vincent y Heather se encargan de hacer de distracciones como ruidos, para atraer la atención en caso de que nos descubran a nosotros, o estén bastante cerca.

Vincent asiente con la cabeza, dando una cabezada con Dayana, mientras Jace y Minho cruzan puños. Yo me despido con una sonrisa de Heather, la chica de cabello de ébano y suelto, que me devuelve la misma con hoyuelos en sus mejillas. Les deseo suerte en caso de que se tuerzan las cosas, pero algo oscuro se apodera de mi interior cuando me alejo de su lado. Luna se queda al lado de Heather, que le da caricias tras las orejas.

Los tres caminamos hacia la Cornucopia, temiendo cometer algún tipo de error que cause que miren en nuestra dirección o cualquier otra cosa. Me extraño cuando la suerte nos sonríe; una chica morena y de largas rastas da pasos hacia adelante, vigilante, y en su espalda descansa una escopeta. Estoy seguro de que será bastante buena con ella.

Mis piernas se sienten plomo cuándo Dayana coloca la bobina en un lateral de las esquinas doradas de la Cornucopia y la descubro sudando la gota gorda, cuándo al momento mira hacia los tributos enemigos. Nadie parece haberse dado cuenta y nos hemos encargado de dejarla a buen resguardo, en un lugar no muy visible pero qué al caer el rayo, se encargue de hacer que explote la maquinaria que compone la Cornucopia y que se lleve consigo a todos los que estén cerca.

Parece irreal todavía cuándo regresamos a las lindes de la jungla, ocultándonos entre sus hojas y cuándo Dayana da varias miradas hacia la bobina, sin creerse que haya salido todo a pedir de boca. Cuándo Minho nos golpea los brazos para devolvernos con los demás, sé que estamos más salados que nunca cuándo un chico alto, de hombros grandes y aspecto rudo, tira una lanza justo en el hueco en el que están mis amigos.

Agazapado, siento que me tiembla todo el cuerpo cuándo escucho un grito involuntario. Los han descubierto, ha sido tan deprisa que sé que hasta el más preparado, no podría haberlo esquivado si quiera. La voz grave y baja me hace darme cuenta de que no es Jace, y mucho menos Heather; así que echando cuentas, no tardo en darme cuenta de que es Vincent.

Dayana me da un vistazo lleno de angustia y corremos en su dirección, todavía ocultos entre la maleza. Sin embargo nos toma por sorpresa cuándo Vincent sale sujetando su hombro sangrante, en compañía de Jace, Luna y Heather. Entiendo qué de nada vale esconderse ahora; el plan se ha ido por completo al traste.

Comparto miradas con mis compañeros cuándo los veo enzarzarse en una pelea. Vincent parece arreglárselas con el mismo chico que le lanzó la daga a pesar de tener una herida sangrante en el hombro. Heather está enfrentándose a la chica morena y de rastas de antes. Luna da gruñidos altos y tenebrosos mientras muerde de aquí para allá en la chica enemiga. La morena no parece afectarse y le da una patada en el hocico, Luna se hecha hacia atrás y Heather y ella ahora se dan golpes sin depender todavía de las armas; Jace lanza tajos de espada a diestra y siniestra, lleno de rabia y precisión, con otra chica de cabellos anaranjados.

Sin embargo, cuándo se unen los otros tres y van hacia Heather, es qué sé que no puede hacerlo todo sola. Oigo sus voces estranguladas, sus respiraciones tensas mientras tratamos de alcanzar el hueco de antes para salir en ayuda; después de todo, no pueden vernos salir cerca de la Cornucopia o se pillarían de inmediato que hay gato encerrado. Las manos me tiemblan con fuerza.

Luna se ha lanzado hacia ellos con gruñidos rabiosos y detiene a los tres sin pensarlo de inmediato. Supongo que nadie ha visto un muto bajo nuestra protección; uno de ellos sonríe y no se espera cuándo Luna se lanza hacia su garganta, le ha arrancado un trozo de piel y me sorprende su reacción tan fría. No grita, no parece adolorido y no espera a sacar una pistola. Le lanza varias balas a Luna y este corre hacia los arbustos. Mi atención se la roba de inmediato mi amiga del 4.

Cuándo finalmente hemos llegado a nuestra posición anterior, en todo ese barullo descubro a una Heather en el suelo siendo pateada por cuatro de los enemigos. La está pasando mal y no espero a lanzar mi primera flecha hacia la chica morena de rastas. Cae al suelo con un golpe sordo, alerta a los otros tres y miran en mi dirección de inmediato. Un cañón suena.

No tardan en salir Minho y Dayana en su ayuda. Heather no se mueve del suelo, pero su pecho se eleva varias veces lo que me confirma que sigue con vida. Mi corazón late más aliviado al ver que no la han herido de gravedad; sin embargo, la atención sobre mi amiga se pierde cuándo el tercero de esos que habían golpeado a Heather, logra esquivar a Minho y Dayana.

Se acerca a mí y no pierdo tiempo en colocar otra flecha. Es grande, de cabello oscuro y de pecas saltarinas sobre sus hombros. Por su contextura apunto a que es del distrito uno, pero no pienso en nada realmente cuándo esquiva la flecha y me obliga a salir a pelear.

Salgo de mi escondite, con daga en mano. El muestra su espada, afilada y más amenazante que un simple cuchillo como el mío, pero aún así la sujeto con orgullo. Me ha salvado varias veces la vida, y no dudo de mis capacidades; de lo que sí dudo, es de mi pierna que se estremece con violencia, me duele como el demonio y me hace desestabilizar mi posición. Heather sigue en el suelo, la rabia me corroe al verla. Lo único que me alegra es que no la hayan matado de inmediato.

No me pregunto el porqué.

—¿Eres el líder de esta panda de debiluchos, no es cierto? —pregunta, como si ya no supiera la respuesta.

Yo no me distraigo en perder el aliento. Damos un par de vueltas, analizándonos y cuándo descubro su mirada bajar hacia la razón de mi tambaleo, me lanzo hacia él sin pensarlo dos veces. Este se carcajea sardónicamente y se relame sus labios, cuándo he conseguido darle un tajo en su mejilla izquierda.

Sangre roja cae de ella. Me patea el estómago y me lanza hacia atrás. La pierna izquierda se me dobla por el dolor, silbo en bajo pero no caigo del todo. Todavía aguanto. Mantengo mi pose erguida, moviendo de un lado a otro mi daga.

—Esto va a ser divertido —añade, mientras se echa el cabello hacia atrás y ahora es él, quien toma la iniciativa.

Nuestras armas se encuentran, saltan chispas entre ambos cuándo escuchamos otro cañonazo. Y en otro momento, quizás no teniendo un equipo detrás de mí, no me habría interesado por ello... pero ahora no estaba solo, y no puedo evitar buscar a ver quién ha caído. Temo porque sea de mi equipo; no obstante, la distracción solo le da un punto al chico. Una ventaja que me arrepiento de haberle dado, por supuesto.

Me da un golpe bajo la mandíbula que me hace trastabillar y mi pierna izquierda vuelve a doblarse. Esta vez consigue darme de bruces en la brizna húmeda. Mis rodillas tocan el suelo, y cuándo su espada baja hacia mi rostro se encuentra de nuevo con mi daga. Se impone sobre mí, ejerciendo todo su peso grave y mi pierna izquierda grita de dolor. El sudor baja por mi cuello mientras hago fuerza y muerdo mis labios, acallando mis gemidos de dolor. Es demasiado para soportar, la vista se me emborrona cuándo a pesar de todo, logro levantarme para hacer fuerza con mi pierna buena. El chico parece emocionado; excitado, tal vez.

—Me encanta tu olor a miedo, chico. —Su tono de voz es grave y agresivo—. Tu rostro, tú eres a quién esperábamos todos. Antes de lanzarnos a este maldito sitio, nos dijeron qué debíamos acabar con esta pequeña leyenda. Que era imbatible, invencible, pero... Creo que solo estaban exagerando. —No me interesa ni por un segundo nada de lo que dice.

Pero tampoco me muerdo la lengua.

—¿Aún sigo con vida, no? Tan inútil no debo ser, entonces.

El chico vuelve a alzar el arma para dejarla caer con más fuerza, cuando escucho los pasos de Luna acercándose. Sus zarpas golpean el suelo con garras tensas. Esta cerca y viene en mi ayuda. El chico, sin embargo, parece entrever que tengo algo entre manos, y me da una de esas sonrisas petulantes. Ambos hacemos nuestras jugadas y, por supuestos, ambos salimos perdiendo.

Justo en el momento en el que separamos nuestras armas, tomando centímetros de distancia, yo aprovecho para lanzarme y darle un tajo sobre el cuello. Me encargo de atravesar esas capas gruesas de piel mientras este, por su lado, me da una cortada en la pierna izquierda. No he podido evitar que descubriese mi punto débil, lo he permitido y cielos, duele como el infierno. Sobre todo porque no ha sido un corte superficial, no, antes de echarse hacia atrás para botar sangre por sus labios, se ha propuesto atravesarme con su espada mi carne hasta el fondo, y de alguna manera sé que me ha llegado hasta el hueso. El dolor es indescriptible.

Veo a una clara distancia a Jace, que lanza un codazo a la chica de cabellos anaranjados y que grita angustiado hacia mí: —¡Newt, no!

Yo solo me pregunto porqué se preocupa por mí, cuando su misma vida está en riesgo.

Después no puedo pensar en nada más que mi herida. El tormento me hace caer, gritar y desmayarme por breves segundos; me hace dudar de todo y nada en ese momento mientras todo a mi alrededor se ve rojo, de color de la sangre que cae por mi pierna herida. Es cálida, abundante. Grumosa. No quiero mirar, mis ojos se mantienen en el  chico que lanza palabras inentendibles, sujetándose el cuello, para que después Luna se lance por su espalda. Va a acabar el trabajo. Le atrapa la parte trasera del cuello con su mandíbula enorme y salivando. Antes ha lanzado un gruñido gutural; el chico cae entre gorgojos al suelo. Un cañón resuena después.

Me permito relajarme varios segundos, con todo temblando y notando que el calor me sube hasta la cabeza. Todo me da vueltas, los ruidos se agasajan en mi cabeza y no me doy cuenta de nada realmente; solo soy capaz de ver que una especie de misil cayendo sobre nosotros, y que después todo está en llamas y que todos salimos volando por los aires.

Luego helicópteros vuelan sobre nuestras cabezas, también me parece escuchar disparos. Varios cañones los acompañan, pero casi no los oigo. Me sangran los oídos. Estoy en el suelo, pendiendo otra vez de un hilo. Bailando sobre una fina línea. No siento la planta de mis dedos de la pierna izquierda, intento moverlos pero es más que claro. Aún así, el dolor todavía hace mella. Entre la humareda, las toses, los pequeños gimoteos de mi lobo que parece estar cerca, encuentro la silueta pequeña de Heather descansando a unos metros.

Extiendo mi mano hacia ella, sobre todo cuándo veo una figura sobre ella. Parece ser un chico, pero le da una larga mirada, intenta tocarla pero de pronto me mira en aquella oscuridad, en aquella masa de humo y crepitar del fuego que nos rodea. No estoy seguro de dónde ha caído el misil, pero cerca de la Cornucopia seguro; pienso en sí la bobina estará bien.

Después me impresiona todavía mantener en mi espalda el carcaj con flechas, y tener en mi poder la daga. Sigue en mi mano derecha, manchada de sangre del anterior tributo.

Es en lo único que mantengo en la mente cuando allí tirado en el suelo, me asusta de pronto sentir unas manos encima de mi cuello. Que aprietan con rabia, con descontrol. Es uno de los enemigos, al parecer algún superviviente. Bailo entre la inconciencia, pero eso no me detiene a clavarle la daga en uno de los ojos. Lo siento blandito, cuando lo atravieso, y aunque grita de dolor, no se aparta de mi lado hasta que la figura de antes lo patea lejos de mí.

Luego escucho los mordiscos de Luna (sabía que estaba cerca), más alaridos estruendosos y después un cañón. Ha muerto, otro enemigo menos. Voy recuperando el aliento cuándo mis ojos distinguen su figura: es Tommy, mi salvador. Me tiende su mano con una mirada brillosa y claramente, aliviada.

—Maldita sea, Newt... Pensé que te había perdido.

Niego con una sonrisa, con ese magnetismo trenzándose en nuestras miradas.

—Gracias, Tommy.

Me ayuda a levantar, me sostiene bajo sus manos mientras nos reunimos en un abrazo. Siento que todo me sube por la garganta, que voy a vomitar del dolor, aunque su presencia allí me ayuda bastante a no hacerlo. Ni siquiera me pregunto porqué me ha desobedecido, porque me alegro de tenerlo a mi lado.

En lo que estoy recuperando la audición por completo, su rostro se descompone cuándo a parte de verme con un aspecto del demonio, se fija en mi herida. No la siento, no me preocupa después de mucho tiempo y me sorprende todavía mantenerme en pie. «Será la adrenalina», es lo que tiene mayor sentido. Él, en cambio, muestra una mueca de completo horror, pero me dedico a sonreírle con cansancio. No hay tiempo para pensar en estas cosas porque cuándo todo comienza a esclarecerse a nuestro alrededor, la visión resulta arrolladora.

Cuerpos de nuestros enemigos muertos repartidos por todas partes, algunas partes voladas, otras desperdigadas y eso no es lo peor: nuestros amigos están siendo detenidos por guardias armados. Han salido de uno de los dos helicópteros que había escuchado antes. Los veo allí; a Minho, a Heather, a Jace y a Dayana, arrodillados en el suelo, sin armas y con las manos tras la cabeza. Varios guardias se acercan a nosotros dos ahora, y sé que con esta pierna no puedo hacer mucho. No hay rastro de Luna, parece haber escapado. Espero de verdad que no lo encuentren, porque no sé que podrían hacerle. Ya he perdido a Alec, no me lo perdonaría si también lo pierdo a el.

—Mierda —digo, con voz tensa.

Comparto una tensa mirada con el chico del tres, y cuándo se nos acercan, hacemos lo que nos piden. Uno de ellos se aparece por detrás de mi espalda y me apunta con la pistola cargada bajo mi esternón para que camine. A Thomas se le oscurece la mirada pero nos vemos obligados a tomar la misma posición que los demás, a pesar de no tener idea de lo que está pasando.

A mis amigos les pasan una cosa metálica tras sus cuellos, justo por debajo de donde deben estar nuestros tatuajes y luego llega nuestro turno. Todos compartimos miradas confusas, mucho más cuándo dicen en alto nuestras identificaciones; al menos todos mis amigos parecen haber sobrevivido. ¿Eso significa que hemos ganado los juegos?

Agachan la cabeza de Thomas y dicen: —A2. El que debe ser asesinado por el grupo B.

Y en ese momento, cuándo mi cabeza se va aclarando, siento que la presión se me baja cuándo Minho y básicamente, todos los del grupo B lo detallan. Por su mirada veo un claro entendimiento de que no revelase su tatuaje como los demás, al menos, no de una forma tan sincera. Sin embargo, el resto se limita a mantener el silencio; claramente a estas alturas, detalles como ese no importan ahora mismo. Después siento una mano enguantada buscando la mía, la de Thomas, mientras de soslayo veo que por los arbustos salen dos guardias empujando a Ethan y a Rose. No hay rastro de Gally ni de mi hermana, lo cual me relaja bastante. Tampoco veo a Brenda por ninguna parte.

Los obligan a tomar puesto con nosotros en la fila y siguen el mismo ritual de tomarle las identificaciones. La situación se vuelve precaria al estar bajo su poder y más sin tener idea de qué hacen aquí. Veo cómo Jace y Dayana comparten una larga mirada. Heather está llena de sangre, y Ethan la observa angustiado y enfadado. Su ceño fruncido lo demuestra, pero no puede hacer nada por ella. No con todos esos guardias delante que parecen querer dispararnos en cualquier momento.

Ella silba, sin importarle nada más y me recuerda a todas las veces que me ha salvado la vida. Parece bastante tranquila con todo el tema. Siento que algo cruza por su mente, pero soy incapaz de saberlo. Luego nuestra atención se la roba el segundo helicóptero que se abre y de él sale primero, Jason. La asquerosa rata que nos ha hecho la vida imposible desde los primeros juegos. La bilis me sube por la garganta, pues no saber qué demonios sucede, me pone bastante mal. Lo veo acercarse a nosotros, y noto que un aglomerado calor se apodera de mi pecho por verle y, además, por forzar la pierna izquierda. Ahora no siento mucho de la tobillera hacia arriba, pequeños escalofríos me recorren y siento un hormigueo; de esos que indican que algo va muy, pero que muy mal.

Janson no dice nada, se dedica a pasearse entre todos nosotros con esa estúpida sonrisa sardónica. La garganta la siento seca y rasposa al hablar.

—¿Qué significa todo esto? ¿Qué haces aquí? ¿Qué pasa con todos estos guardias?

Cruzamos miradas más de lo necesario hasta que levanta uno de sus dedos índices, negando.

—Yo no soy quién para darte respuestas, Newton. Aunque me alegra verte de una pieza —dice, para revisar cada parte de mi cuerpo hasta llegar a mi pierna que está torcida de una horrible manera, y eso quitando la abundante sangre— más o menos.

Nuestra duda se responde por sí sola cuando del mismo helicóptero vemos salir a la presidenta, a Ava Paige. A esa mujer que me da tormentos desde siempre, incluso en mis sueños. Sale con una gabardina blanca, con ese característico moño luciendo en lo alto de su cabellera y su expresión fría e indiferente. Los latidos de mi corazón aumentan con fuerza al verla tan de cerca. Sobre todo, porque ha sido la culpable de lavarle el cerebro a mi hermana pequeña, de eso estoy seguro.

Escuchamos alto y claro la conversación de ambos.

—¿Estos son todos?

El toma una cercanía angustiante con la mujer, quien no parece inmutarse porque solo mantiene su vista sobre nosotros, sobre mí.

—Tenemos noticia de que los otros se han escondido en los alrededores, pero daremos con ellos. —La noticia me cae como un balde de agua fría.

De solo pensar que volverán a ponerles las manos encima a mi hermana, me hierve la sangre.

—Tributos de la Segunda Fase, puede que estéis confundidos por esta noticia, pero los juegos se ven interrumpidos por una... clara situación que debe de tomarse como prioridad. —Solo dice eso, antes de dirigirse a Janson—. Id subiéndolos. Nos marchamos antes de que sea demasiado tarde.

Me zumban los oídos, pero puedo lograr identificar en su voz alguna especie de tono repleto de miedo, de duda. No logro descubrir qué puede causar esa emoción en una persona como ella, pero tampoco pregunto. Los guardias son en total unos siete, uno de ellos toma de los brazos a Ethan, luego a Heather y a Rose. Comienzan a levantarlos a pesar de sus forcejeos, a pesar de la resistencia.

La cabeza me da vueltas, me resisto a levantarme cuándo noto manos gruesas sobre mí, sobre todo porque la pierna no me escucha y nuestra atención se la roba ahora un guardia, que trae de un brazo a Teresa. Pienso que debería estar como nosotros, luchando y llena de preguntas, pero su expresión esquiva me demuestra todo lo contrario.

La forma entonces en la que Ava le toca el brazo, hace destrozos mi corazón. Todos observamos su intercambio tan cercano y siento que me vuelve a subir la bilis cuando escucho con la voz amable que le habla la presidenta de Panem. Muerdo mi mejilla interior, porque sabía desde el principio que esa chica no era del todo trigo limpio.

Thomas aparta la mirada y es la primera vez que le veo tocarse la parte superior de su vientre. Me pregunto qué puede pasarle, porque hace una mueca de dolor, pero por la oscuridad de la casi medianoche, casi la hora en la que salta el rayo, no puedo distinguirle del todo bien. Sin embargo, es obvia la forma en la que muestra que algo le duele, y no es solo emocional.

—Me alegro de que estés bien, Teresa. Sin tu aviso de antemano, no habríamos llegado a tiempo. —Eso lo empeora todo.

Todos mis amigos empiezan a preguntar qué demonios está ocurriendo, qué a que se refiere y es el propio Thomas quien da la respuesta. Es la primera vez que lo escucho tan rabioso y lleno de ira. Su expresión me brinda algo de temor, nunca lo había visto de esa manera.

—Es una de ellos, lo ha sido desde el principio. —Minho salta ante eso.

Teresa esquiva la mirada de todos, y se acobija bajo las alas de esa arpía rubia.

—¡¿De qué habla, Teresa?!

—¡Eres nuestra amiga! —Eso grita Heather, quien lucha en los brazos de su guardia asignado. Por suerte, todos nos hemos quedado quietos.

Janson se ríe para detener cualquier movimiento de los guardias por arrastrar con ellos a mis amigos. Permanecemos en nuestras posiciones mientras se dirige hacia nosotros y me nace la enorme necesidad de reventarle nuevamente su estúpida napia.

—Teresa siempre ha tenido un aprecio más desarrollado por el bien común. Siempre ha estado de nuestro lado. Se ha mantenido bajo nuestro mando, como espía, porque es fiel a su hogar —Luego mira a Thomas, con burla—. Como deberías de haber hecho tú, Thomas. Has traicionado a tu propia raza al elegir a estos alborotadores.

Thomas vuelve a colocarse una máscara inestable sobre el rostro, mientras toma distancia del guardia que intenta acercársele, y mantiene nuestras manos unidas. Me la aprieta con fuerza, hasta llegar a doler. Pero entiendo que ahora mismo, su corazón está hecho un desastre.

—Me equivoqué desde un primer momento al pensar en qué lo que hacíais era lo correcto. Me equivoqué contigo, Teresa. Tendría que haberlo visto antes. —Entrelaza sus dedos con los míos.

Ella parece echarse apunto de llorar. Mantiene una mano sobre su corazón e intenta explicarse.

—Lo siento —dice—. No tenía alternativa, esta es la única salida. Tenemos que encontrar una cura, por mucho que te cueste aceptarlo. La sociedad se mantiene en pie por nosotros.

Jace frunce su ceño, mientras pregunta de qué cura habla. Pero nadie le responde al pobre, porque Ava se dedica nuevamente a sonreírnos, para agregar: —Tiene razón, todo esto no es más que un medio para hallar un bien para todos.

—¿Un bien para todos, o en realidad sólo para vosotros? Son tan egoístas que no son capaces de ver el daño que le hacen al resto del mundo —replica Thomas, negando con la cabeza.

Ava parece decepcionada de alguna manera. Su mueca fingida lo demuestra.

—Eso antes parecías entenderlo, Thomas. En un momento, sé bien que... —carraspea entonces, para mirarme de una forma intensa. Se me revuelven las tripas.

Mi lengua bífida sale sin poder controlarlo. De solo recordar lo que le ha hecho a los padres de Minho, de todos los horrores que nos ha causado, aún me sorprende que mi mejor amigo no haya saltado sobre ella. Esta bastante manso, o a lo mejor, buscando una respuesta a todo esto.

—Nunca podremos entender a unos monstruos.

Ella cierra sus ojos pragmáticamente, haciendo el teatro de parecer afectada, incluso dolida y después me responde con un tono suave, y por supuesto falso. Alguien con dos dedos en frente sería capaz de darse cuenta.

—Joven Newton, sé que tú y yo nunca hemos congeniado del todo bien, pero a pesar de lo que pienses de mí, no soy un monstruo. —Y lo dice con un tono tan apacible, que me cuesta creer que esté hablando con la persona que le ha lavado la cabeza a Lizzy.

Yo me burlo en su cara, suelto un suspiro cansado para que sepa que tratar con ella y sus inútiles intentos de excusar sus actos, me resultan de lo más deplorables y que no habrá nada que me haga cambiar la opinión naciente que tengo sobre todos ellos. La misma que sin darme cuenta he tenido desde siempre.

—Intentamos hacer el bien, y si me dejaseis explicároslo, todo... —Pero se interrumpe por Janson.

Mira la hora en el reloj que reposa en su brazo, y mira a Ava.

—No tenemos tiempo para esto, si queréis, podéis hablarlo tomando un delicioso té fuera de este asqueroso lugar, pero hay que irse de inmediato. ¡Adelante, muchachos! —dicta a los guardias y se coloca delante de mí.

Me agarra de un brazo con brusquedad y me levanta de una forma agresiva. Thomas se queja pero otro guardia lo aparta de mi lado. La pierna me protesta y tambaleo cuando estoy de pie, pero antes de poder si quiera arrastrarme consigo, algo sucede. Justo cuándo varios guardias se ocupan de incorporar al resto de mi equipo, una bala sale volando de la nada y rasga el aire del lado de mi oreja. No me ha dado, porque yo no era el objetivo, pero sí Janson.

Un tiro justo en la frente. Su cuerpo cae frío al suelo, su sangre ha volado hasta mi rostro y después más disparos comienzan a volar por todas partes. Dando una vista hacia mi espalda, sé que provienen de un solo lugar: de Brenda. Sabía que estaba cerca.

Doy una mirada superficial al cuerpo de Janson y no puedo evitar escupirle encima. Lo odiaba y estoy seguro de que nadie le echará en falta.

Después todo vuelve a entrar en caos; los guardias restantes comienzan a disparar por todas partes, en dirección a Brenda. Mis amigos comienzan a pelear con ellos con sus manos desnudas, como pueden y mientras, veo cómo el guardia primero al mando, un hombre tosco y rubio, tira del brazo de Ava y de Teresa con la intención de llevárselas a un lugar seguro; al interior del helicóptero. No pueden perderlas, ni siquiera a esa traidora.

Escucho el grito de Thomas a través de los disparos, y los gritos. Ethan carga a una Heather inconsciente y se la lleva a través de la jungla, probablemente en busca de encontrarse con Brenda.

—¡Teresa, aún puedes volver con nosotros! —Eso dice, y me esfuerzo por pensar en qué le duele perder a su mejor amiga.

Yo mientras golpeo la nariz de un guardia que se me acercaba con muchos humos y entonces, las hélices del helicóptero elevan aire, sudor y llamas por todos lados. Las avivan, y hacen crecer también el furor de nuestros sentimientos. Sobre todo de Thomas, que veo que no puede todavía creer que Teresa haya elegido el otro bando.

Los que podemos la vemos al lado de Ava, que se eleva en esa maquinaria voladora y las últimas palabras que dice antes de que se cierren las puertas: —Cruel es bueno.

Y entonces, se escuchan trompetas por todo lo alto. Resuenan acústicas y nostálgicas; su canto es lastimero, como si llevasen arrastrando clamores eternos desde hace bastante tiempo. Veo el rostro de Ava, compungido en terror y me imagino lo peor. Luego más disparos que van directamente hacia el helicóptero de Ava, que logra esquivarlos como puede. No puede esquivarlos todos, mis amigos me piden que me aparte, pero veo cámaras revoloteando a nuestro alrededor. Snow está viendo el show, permanece sentado en su trono de oro y espinas mientras disfruta de nuestro programa de televisión.

—¡Tenemos que irnos, Newt! —Eso me dice Tommy, elevando su voz como puede sobre el ruido blanco y ensordecedor. Parece solo centrarse en mí, me gusta eso, pero... me doy cuenta de que no es suficiente ahora mismo.

Yo siento que el calor se apodera de mis venas, veo caer el helicóptero de Ava, veo que aparece uno nuevo, seguramente enemigo de la misma forma y pienso en Snow, en aquel hombre que me amenazó en las entrevistas, en aquel hombre que ha mantenido un ojo sobre nosotros desde los comienzos. Pienso en aquel hombre que nos destrozó la vida al decirnos que estábamos en los juegos y en que probablemente ninguno de mis amigos sobreviviría.

Agarro una de mis flechas, entre que la adrenalina mantiene con vida a mi pierna izquierda a pesar de estar abultada, con pus, y casi en las últimas. Comprendo con un fuerte temblor en mi pierna izquierda que la probabilidad de curarla es nula. Me distrae asustado en todo aquel caos, ese helicóptero oscuro y nuevo cuando lanza otro misil a nuestra arena, pero va en dirección hacia el aparataje de los guardias totalmente inservible ahora porque los hombres del Capitolio estaban muertos. Esa explosión me hace arrastrarme más lejos, y observo aquella arma que amenaza con llevarse a mis amigos de por medio. Estoy harto de que siempre se pongan en medio, todos.

Dando una vista por mi alrededor, busco cualquier cosa, la que sea, y me alegro de ver aquel hilo de alambre de la bobina. Muy probablemente se haya cortado de la cosa metálica pero si mis suposiciones son correctas, el rayo no tardará en caer y lo que es mejor, puedo usarla ahora a mi favor.

Muevo mi pierna dominante con cortos pasos y dolientes hasta ese cable, mientras puedo escuchar cómo Thomas grita mi nombre varias veces, buscando que me resguarde con él, quién sabe. Pero puedo pensar en nada más que en vengarme de mis enemigos. De hacerles ver que por mucho que te diviertas con arruinar la vida de una rata de laboratorio, esta al final termina por tomar una salida rápida a un interrumpible juego. Muchas veces es la muerte, la mía ahora es esta.

Me levanto con ímpetu, enredo aquel cable de alambre en la punta de la flecha sin detenerme a analizar la tremenda locura que estoy haciendo, y apunto hacia el helicóptero negro. Por un momento me da la sensación de que el copiloto se detiene a mirarme con curiosidad, pero no puedo mantener nada en mi mente y solo puedo prepararme a lanzarla cuando llegue la hora.

Entonces, a través del crepitar del fuego y la llamada de la muerte, escucho la voz del chico que amo.

—¡Newt, recuerda quién es el verdadero enemigo! —Lo dice tan claramente Thomas, que me resulta entrañable, porque esa frase lo es todo y nada para mí.

Además, del último consejo de Haymitch. Siempre he sabido quién es el enemigo, quién es el que nos mata de hambre, nos tortura y nos asesina en la arena, quién es el que pronto matará a todas las personas a las que amo. Suelto el arco al darme cuenta de lo que significa. Sí, sé quién es el verdadero enemigo, y no es ese helicóptero que aparentemente nos ha salvado varias veces.

Más reluciente y despierto que nunca, ato con un mejor nudo el alambre y cambio la dirección de lanzamiento. La pierna me hace sudar frío, pero de pensar en lo que estoy apunto de hacer, no me importa realmente nada más. Me vuelvo hacia el campo de fuerza, la cúpula que nos encierra en este maldito lugar, y apunto hacia ese cielo oscuro, sin estrellas y, por supuesto, programado. Una tormenta aparece de golpe, no queda nada. Los truenos suenan justo encima de mi cabeza.

—¡Newt, no lo hagas! ¡Apártate de ahí! —Suena desesperado, de verdad.

Pero en esos momentos, yo solo respiro profundamente. Dejo que toda mi ira, mi dolor, mis pérdidas, lamentos y tormentos se vayan justo en el momento en el que cae un rayo en el árbol de nuestra espalda, no muy lejos de nosotros. Siento que la cuerda de alambre tiembla, con mucha fuerza, que algo avanza por ella con rapidez para alcanzarme y en los pocos segundos que tengo, dejo volar la flecha con un último grito. El rayo me alcanza, y seguramente a todos los que estén cerca.

Me lanza por los aires, y aún así, puedo ver que da en su objetivo. Se desvanece en esas nubes oscuras y tormentosas, un chasquido y después todo empieza a caer. Solo puedo pensar entonces, cuándo caigo muchos metros más alejado e incapaz de moverme, en mis amigos, en mi hermana y en Thomas. En si habrán podido esconderse, huir de mi último golpe.

Veo cómo la cúpula se llena de una luz azul cegadora. Me caen cosas encima, trozos del material utilizado para hacer estos juegos pero no soy capaz de alejarme del peligro. Ahora no siento la piernas, sobre todo la izquierda. Tengo la cabeza embutida y siento que los oídos me han vuelto a sangras. Pienso en que no puedo llegar ahora hasta Thomas, que no puedo comprobar si está ileso y en lo lejos que debo estar de mi estrella. Al momentos imágenes comienzan a colarse por mi mente, de esas que uno solo ve cuándo esta apunto de morir.

Lo veo a él, con un gracioso sombrero de su distrito, lo veo a él intentando llevarse bien conmigo, hablándome de sus gustos, teniendo momentos completamente incómodos y después, nuestro primer beso. Ese dulce primer contacto que se llevó consigo todas nuestras tensiones y problemas. Ese beso que nos unió como nunca. Ese beso que me permitió ver una hermosa sonrisa en su rostro perlado de lágrimas, y que me hizo más feliz que cualquier otra cosa en mi vida.

Luego empiezan las explosiones, y todo parece entrar en erupción.

El suelo estalla, convirtiéndose en una lluvia de tierra y plantas rotas. Los árboles arden, e incluso el cielo se llena de brillantes flores de luz. Todo pasa demasiado deprisa.

Mis manos acarician la daga de Minho, que me guardé antes en el cinto. Me alegra verla todavía conmigo a pesar de todo. Me pregunto entonces si dejarán que sobreviva alguien, si habrá realmente después de todo un ganador de estos juegos. No tengo la respuesta a eso, me da miedo seguir preguntando y observo entonces cómo un aerodeslizador se materializa sobre mí sin previo aviso.

Extraño a Alec entonces, porque sé que me habría avisado de un peligro cerca. Pero ahora estoy solo, por completo, y nada me asegura que los del Capitolio me perdonen por este acto de pura rebeldía. Todo suena hueco para mí, y ni siquiera me da miedo esa pinza que baja desde la parte de abajo del vehículo para recogerme. Las garras metálicas me atrapan y no puedo escapar de ellas. Probablemente lo haría en mejores condiciones, pero ahora mismo, no soy capaz de hacer nada. Me dejo vencer por el cansancio y mientras aquella cosa metálica y fría me sube, atravesando las llamas y los destrozos de mi flecha, cierro los ojos para caer en la inconsciencia.








Resulta que ni en los sueños se me permite descansar en paz. Vuelvo allí a revivir todo lo vivido, todas las muertes bajo mi mando, la flecha que me ha sentenciado y aunque se cuela una imagen de Thomas frío en la brinza por mi culpa, muerto y sin moverse, doy las gracias cuándo regreso a la realidad de golpe.

Un latido fuerte, y me incorporo de golpe.

Me encuentro de inmediato con una luz blanca que me ilumina desde arriba. Mientras mis ojos se van acostumbrando a lo que me rodea, siento que mi cabeza está embutida. Me acaricio las orejas, descubriendo que ya no hay rastro de sangre. Chasqueo sobre ellas y me sorprende ver qué no he perdido la audición para nada.

Luego me fijo en donde estoy, en qué no he muerto todavía porque el destino siempre se interpone en mi camino. Estoy en una sala blanca, en donde realmente no hay nada más que la camilla en la que descansaba y una especie de aparato de plástico con tubos que se une a mi brazo, sobre una vena. Me encuentro después con una venda en mi mano dominante, la derecha y sobre el antebrazo, allí en donde si no recuerdo mal, en los primeros juegos nos colocaron un chip de rastreo. Me lo toco con suavidad y hago una mueca, porque se nota que el dolor es reciente.

De pronto me invade la idea de que estén apunto de experimentar conmigo, de torturarme o algo por el estilo. Comienzo a temblar poco a poco y abrazando mis hombros, trato de controlarme. Respiro varias veces, pero parece ir a peor de solo pensar en Thomas, en Lizzy, en Minho y el resto. No sé que ha pasado con ellos y no sé en dónde demonios estoy.

A lo mejor, me pienso, este es el castigo del Capitolio. Que de alguna manera me van a encerrar en esta sala por el resto de mi vida, hasta que pierda la cabeza como mi hermana o algo peor.

Comienzo a sentir la movilidad de mis dedos, de mis dos brazos y rápidamente me arranco aquella cosa del brazo que parece meterme algún tipo de suero. La cosa hace un pitido cuándo sale, y aunque espero que entren a la habitación un montón de guardias en busca de hacerme volver a caer en la inconciencia, nadie entra.

Eso me alivia por unos segundos. Dedico una larga vista al frente, en donde descansa una única puerta blanca y con un pomo para abrir de ambos lados. Siento un hormigueo por todo mi cuerpo de tener en mente levantarme y buscar si puedo salir de aquí. Por un momento no quiero hacerlo, por un momento se me ocurre la idea de rendirme y quedarme aquí acostado, pero luego pienso en mi equipo y eso me impulsa a apartar la sábana que me cubre de cintura para abajo.

Es justo en ese momento cuándo noto un golpe en el estómago y que se me viene el mundo encima. No puedo creerlo cuándo lo veo, pero está ahí, claro como el agua.

Mis dedos comienzan a temblar y mi respiración a acelerarse cuándo veo que en mi pierna izquierda, un poco por encima de la rodilla descansa una pierna metálica. Literalmente veo el muñón que tengo antes de que empiece la cosa metálica y que ahora se convierte en mi pierna ortopédica. Está fría, lo sé porque la toco.

Mis dedos acarician ese aparato que ayuda ahora a mi pierna y solo pienso que tenía razón. En que mi pierna estaba en las últimas y que después de haberla esforzado tanto, esto era lo que me merecía. Cubro mis labios con el dorso de mis manos, ya que comienzo a sollozar por lo bajo; porque aunque intentase asumir la idea de que mi pierna se iba a volver inservible y de que la posibilidad de perderla era enorme, la realidad es demasiado cruel para soportar.

No sé por cuánto tiempo permanezco allí sentado, agazapado e incapaz de moverme al sentir que me han arrebatado una parte de mí, una parte que jamás voy a recuperar. Me siento vacío de alguna manera y un agujero en mi pecho comienza a aparecer, causando estragos en mi interior. La cabeza la siento embutida, más que antes.

Un ruido aparece en ella y me duele después de llorar por un largo rato. No sé que me detiene de hacerlo, quizás de escuchar un golpe más adelante, o simplemente el cansancio que hace mella en mi cuerpo, pero me detiene de inmediato. Mi atención se la roba lo que puede haber al otro lado de la puerta y suspirando entrecortadamente, limpio los rastros que quedan por mis mejillas. Me digo entonces qué esto es lo que me toca y que debo afrontarlo para seguir adelante.

No puedo quedarme aquí sentado, llorando y echándome las culpas, cuándo es posible que mis amigos estén en peligro. Eso me da fuerzas, unas pocas, y agarrándome del borde de la camilla, apoyo mis piernas sobre el suelo. Me vuelve a dar un retortijón en las tripas cuándo solo puedo sentir por la derecha lo frío que está, pero trato de centrarme en lo positivo. Por ejemplo, en lo bien que está hecha la pierna metálica.

Me agarro de la camilla acolchada y trato de levantarme; de inmediato, un dolor me invade en la carne de mi muslo y caigo al suelo sin poder evitarlo. Evito hacerme mucho daño con las manos, pero observo mi nueva pierna y me cuesta entender y hacerme a la idea de cómo voy a vivir con esto ahora. Llevo encima un fino camisón, de esos de pacientes de enfermería y por lo demás, sé que estoy desnudo. Seguramente para facilitar la operación, no lo tengo mucho en mente.

Golpeo el suelo con fuerza, tratando de levantarme de nuevo.

—Tommy... —susurro. Recuerdo estar desesperado por protegerlo, y darme cuenta de que sigo estándolo, me impulsa a tomar más impulso.

Gran parte de la ayuda la tienen mis brazos y mi pierna dominante, después trato de caer sobre la pared blanquecina y aunque estoy sudando, celebro mi pequeña victoria. Luego se me cruza por la mente en qué es muy posible qué esté bajo el poder del Capitolio, de que Thomas y el resto deben de estar en peligro, y rebusco con la mirada algo que me sirva de ayuda. Ya que sí, no está por ningún lado mi arco y mucho menos la daga de Minho.

Descubro entonces a unos pasos delante de mí y agradeciendo que esté cerca de la pared, una pequeña mesa de urgencias en las que descansan unas cuantas jeringuillas selladas en plástico esterilizado. Perfecto, me sirve cualquier cosa.

Me arrastro hacia ella con bastante más lentitud que antes, pero aún así, voy tomando fuerza con cada paso. Cuando llego hasta ella, me lanzo sin previo aviso. Las jeringas rebotan bajo mi peso, pero consigo no tirar ninguna al suelo. Agarro una de ellas, liberándola del sello de plástico y la sostengo en mi mano derecha. Después vuelvo a caer sobre la pared y me remolco hasta la puerta. Unos largos y tensos momentos después, consigo llegar.

Y como pensaba, no tiene cerradura y parece no haber guardias a la redonda. Eso me parece extraño, por supuesto, pero aprovechando que tengo una salida, no espero. No me pongo a pensar en qué parte del Capitolio me deben de estar reteniendo, porque solo pienso en terminar mi trabajo. En terminar de proteger a mi equipo.

Al abrir la puerta con cuidado, avanzo en silencio por un estrecho pasillo hasta una puerta metálica que está entreabierta. Aunque me ha costado con una mano ocupada por la jeringa y la otra por servirme de apoyo en la puerta, no me he detenido en ningún momento. Y aunque estoy sudando la gota gorda por el esfuerzo, me alegro de haber resistido hasta aquí. Escucho entonces, sintiendo el corazón en la garganta, varias voces al otro lado.

—Verás cuando lo sepa... Se va a volver loco —dice una voz suave, algo tensa. La reconozco de inmediato.

Pero no estoy seguro de que me alivie mucho saber que es Ethan, mucho menos lo que dice porque solo me ha puesto todavía más nervioso. Aprieto la jeringuilla de mi mano derecha, hasta comenzar a ponerme los nudillos blancos. Mi pierna izquierda empieza a temblar, probablemente por el uso sorpresivo y sobreesfuerzo. Quizás me estoy sobrepasando con ella, pero ahora no puedo volver atrás.

Una voz ronca le hace una pregunta, y es la de una chica. No tardo en unir los puntos, es Brenda.

—Pero va a cooperar, es Newt. Él más que nadie se desvive por todos los que quiere. —Me alegro mucho de escucharla con vida y más de ver que no duda de mí.

—Eso es lo que dices tu, niña. —Ahora suena una voz más agraviada, la de una mujer.

Y puede que sea por mi cabeza tan revuelta, pero no puedo encontrarle ningún rostro, así que intento encontrar sentido a todo lo que dicen, pero ando bastante perdido y la verdad es que escozor que siento en mi muslo no ayuda mucho. Me distrae entonces escuchar otra voz, una que hasta ese momento, no pensé en volver a escuchar otra vez en mi vida.

—Sin él, no se sabe. Todos sabemos lo volátil que puede ser el chico —dice Haymitch. ¡Dice Haymitch!

Y entonces me digo que esto no es nada del Capitolio, no puede ser. Cuándo me acerco un poco más para escuchar mejor, la puerta resulta ser corrediza y me descubro ante ellos. Mi mano resbala de la pared pero logro mantenerme en pie después de dar unos pequeños traspiés. Realmente la pierna no resulta del todo pesada y es bastante ajustable. Puedo llegar a acostumbrarme, quizás, con el tiempo.

Todos se interrumpen al verme, abruptos, y me encuentro con Jeanne Trinket, la hermana pequeña de Effie, con un traje sencillo pero el mismo búho de la ultima vez sobre su hombro. Luego veo a Haymitch, con ese cabello desgarbado y una barba recién naciente; después mi atención se las roba una Brenda y un Ethan, algo descompuestos. Llevan ropas ligeras y tienen caras de enfermos. Y sobre todo, se ven muy asustados al verme.

Cuando sus vistas bajan hacia mi pierna ortopédica, sus rostros se vuelven más pálidos y veo la forma en la que fruncen sus labios. Veo una clara compasión en su mirada y me siento humillado, de alguna forma. Eso solo consigue que afiance mi agarre en la jeringa.

Me fijo en la sala, que es pequeña y austera, y que en realidad no tiene nada más que una pequeña mesa cuadrada. Es lo único sobresaliente, aparte de cuatro paredes del mismo tono gris y vacías, y otra puerta al otro lado. Cerrada, al parecer y para mi mala suerte.

No sé que es lo que siento al tener tan de cerca a Haymitch. Un montón de horribles agonías se me aglomeran muy por dentro de solo pensar en cómo sabía él desde el principio que ellos pensaban lanzarnos a los segundos juegos. Y aunque todo el tiempo que he estado en la arena, he tratado de convencerme de lo contrario, ahora mismo no puedo pensar en nada más cuando veo su sonrisa petulante bailando en su rostro jovial de veintitantos años.

—¿Qué tal con tu nueva pierna, chico? —me pregunta Haymitch, aunque no en un tono burlón. Suena más... preocupado, pero solo veo rojo ahora mismo—. No pudieron salvarla, lo lamento... Hicieron todo lo que... —Pero le interrumpo a medio acabar.

No lo pienso mucho cuándo, a pesar de las quejas de mi nueva pierna y del sobresfuerzo, me lanzo hacia adelante. Él no se lo espera porque lo tomo por sorpresa, nadie se lo espera. Me apoyo con mi pierna dominante antes de lanzarle un puñetazo a la mejilla. La jeringa ha caído en el suelo, rodando.

Nadie le ha prestado atención.

—¡Tú sabías que esto iba a pasar y no hiciste nada! ¡Dejaste que nos mandaran a ese agujero y rompiste todas las promesas que nos hicimos, maldito larcho! —El joven adulto se cae hacia atrás, trastabillando.

Aún así, no cae del todo y detiene a Jeanne que se acercaba amenazante en mi dirección. Haymitch se acaricia la mejilla con suavidad y después suelta un grave suspiro. Me dice: —No lo sabía del todo, ¿vale? Tenías mis sospechas, eso es cierto.

—No te creo nada. —Mi tono sale grave, ronco, probablemente por el tiempo que he permanecido inconsciente.

Él niega con la cabeza, hundiendo sus hombros.

—Puedes hacer lo que quieras, pero es la verdad. Hablé de esto con varios de tus amigos antes de que nos separaran, por si acaso. Pero créeme, desde que te mandaron a estos segundos juegos, desde que se convirtió en una realidad, no he hecho nada más que molerme a palos para sacarte de allí.

Parpadeo confuso, dudando de cada palabra. Luego Jeanne se une a su perorata, tratando de hacerme entender. La mujer habla con calma.

—No podíamos arriesgarnos a contarte de verdadero plan que se ponía en marcha, y aunque tus amigos sabían de esto por los rumores que se escuchaban por el Capitolio, procuramos que fuera un número reducido. Solo Ethan y Brenda, aquí presentes, además de Galliard y Heather eran los únicos que tenían idea de esto de tu grupo inicial. Por supuesto, de alguna manera Teresa también logró darse cuenta, y estábamos al tanto de ello, pero ella ya es historia. —Me alivia un poco bastante el hecho de que Minho y Thomas no estuviesen involucrados en esto. La memoria de Teresa todavía me hace arder las venas.

—También lo sabían Isabelle, Dayana y Jace, del otro grupo. Logramos ponernos en contacto con ellos a pesar de su encierro en las instalaciones del Capitolio, y antes de que fueran lanzados a los juegos. No dudaron en poner de su parte por ti y tus allegados, a pesar de no llegar a conocerte del todo —agrega mi mentor.

De todas maneras, mantengo silencio cuándo siguen explicándome las cosas, porque claramente la cosa no se detiene allí. Me dicen que todo había estado preparándose, porque yo era al que tenían que sacar de los juegos desde un primer momento. Me dicen que casi todos los distritos de Panem están al tanto de la plena rebelión que nace desde el final de los juegos.

Luego se mantienen en silencio, como para que digiera la información.

Son muchas cosas que asimilar, es un plan elaborado en el que yo no era más que una pieza del tablero, igual que era una pieza de los Juegos del Hambre. Me han usado sin mi consentimiento, sin yo saberlo y aunque también tenía mis sospechas, no me esperaba nada de esto. Me siento traicionado de golpe por los que decían ser mis amigos.

—No fuisteis capaces de decírmelo —protesto, encontrándome con miradas culpables en Brenda y en Ethan.

Pero de nuevo, ellos mantienen silencio mientras Haymitch es el que se dedica a responderme.

—No podían arriesgarse con Snow y Ava vigilándote —responde en un tono seco. Tiene parte de la mejilla derecha sonrosada—. Era lo mejor teniendo en cuenta, que de haberlo sabido, habrías sido el primero, junto con Thomas y Minho, de ser capturados por los del Capitolio.

—Era mejor así, Newt —agrega una Brenda, algo cohibida y por lo bajo.

Ahora es el turno de Ethan de hablar, y por lo menos, parece tomar un poco más de seguridad que antes.

—Aceptamos manteneros a Thomas, a Minho y a ti con vida desde el principio, porque sin vosotros, toda la causa estaría perdida —responde, aclarándome muchas dudas de golpe.

Miro mi brazo, en donde estaba el vendaje.

—Ya no tengo el chip de seguimiento, ¿verdad? —Haymitch asiente.

—Y esta es la de verdad. ¿No os apreció raro que en el refugio falso nadie hiciera la intención de quitaros los chips? Era porque nada de eso era real, y seguíais en los juegos. —Habla Jeanne con un suspiro, para acariciar brevemente las alas de su pequeño búho—. Pero ahora todo eso queda atrás, ahora el Capitolio no puede seguirnos.

Mi ceño se frunce ante eso, y Haymitch suelta la siguiente bomba.

—No estamos en el Capitolio, Newt, si no en el Distrito 13.

Aquella noticia casi hace que me desvanezca en el aire. Siento que me fallan las fuerzas, mientras la cabeza se me revuelve de solo pensar en la locura que está pasando ahora mismo. ¿Estamos en el viejo hogar de Thomas? ¿Aquel que había sido destruido cuándo era pequeño? Nada de esto tiene sentido, pero mientras siento que no puedo respirar, Jeanne vuelve a hablar.

 —Teníamos que salvarte porque tú eres el sinsajo, Newton —señala la mujer con seriedad—. Mientras sigas con vida, la revolución continuará.

Sus palabras resuenan como martillazos en mi mente. Alec, el broche, la gente que se sacrificaba por mí, Madi, Teresa y sus extrañas frases. Yo soy el sinsajo. El que sobrevivió a pesar de los planes del Capitolio, el símbolo de la rebelión.

—Thomas. Lizzy y Minho —susurro, notando que se me cae el alma a los pies—. ¿Dónde están? —siseo.

—Thomas y Elizabeth, tu hermana, descansan en otras habitaciones como la tuya. Están a salvo y seguros, a pesar de que la explosión de tu flecha los dejará inconscientes. Por suerte pudimos recuperarlos —responde Jeanne, con voz trémula.

Y aunque de verdad, de verdad que un enorme peso me abandona al saber que están bien, la ansiedad vuelve a recorrerme cuándo veo las esquivas miradas de Brenda y Ethan. No tengo respuestas de Minho, así que de inmediato miro a mi mentor, expectante.

—¿Dónde está Minho?

Y tras un silencio eterno, finalmente se digna a contestar.

—Lo tiene el Capitolio, todavía tiene su chip. Por eso lo sabemos —agrega Haymitch y, por fin, tiene la decencia de bajar la mirada. Quizás arrepentido, o molesto con la noticia.

Se me olvida en ese momento la molestia de mi pierna, el dolor, el escozor; se me olvida que también debe de estar dolido por haber perdido a un amigo, porque sí, ambos eran amigos antes de que yo conociera a Minho, y consumido por la completa decepción y rabia, me lanzo hacia él enfurecido. De solo pensar en lo mal que lo debe de estar pasando, me guío por la tristeza.

—¡Eres un maldito traidor, lo abandonaste! ¡Le dijiste que le protegerías como a mí, y lo abandonaste! —Me lanzo contra él.

Y solo soy consciente de golpearle varias veces en el rostro, preso de la ira, antes de sentir que alguien me pincha el brazo con una jeringuilla y me duele tanto la cabeza y la pierna, que dejo de luchar de inmediato. La medicina me seda, y mientras los brazos de mi mentor me acunan, solo pienso en que quiero es que vuelva, pero sé que eso ya no pasará. Siento que gruesas lágrimas escurren por mis mejillas de solo imaginarme los traumas que le deben estar haciendo vivir.

Porque aunque las fuerzas rebeldes logren derribar el Capitolio, seguro que el acto final del presidente Snow y de Ava será de torturarle hasta que Minho implore que lo maten. Odio a Haymitch, porque en un primer momento, me admitió haber apartado a Minho para protegerle y ahora lo abandonaba como si nada. Confiaba en él. Puse en sus manos todo lo que me importaba, y él me traiciona de esta manera. Lo odio.

Eso es en lo último que pienso, antes ver que la puerta se abre y que por ella entra Rose, desconcertada. Después todo se vuelve negro.









Cuando vuelvo a abrir los ojos para regresar a la realidad, siento que han pasado décadas. Entonces, aparte de encontrarme en una nueva habitación pero realmente parecida a la de antes, me sorprende ver a alguien de quien no puedo huir; alguien que no suplicará, ni explicará, ni pensará que puede hacerme cambiar de idea con ruegos, porque él es el único que sabe cómo funciono. Desde siempre lo ha hecho, con nuestras palabras secas y movimientos escasos. Me lee mejor que nadie.

—Papá —susurro.

Y allí está: Rick Grey, mi padre. Con su cabello dorado y suave, con su mirada anhelante pero con rastros de dolores y traumas de por medio, con esa sonrisa amable que me acobija consigo. Tiene un brazo en cabestrillo. Mi madre, Maggie, toma asiento a su lado y a pesar de tener varias vendas por el rostro, los veo enteros. Aunque algo me dice que algo horrible ha pasado, no puedo quitarme de la cabeza el alivio que siento de tenerles conmigo.

—Hola, pajarito —dice mi padre, con ese tono dulzón y familiar de siempre.

Me siento como un niño de nuevo bajo su ala, cuando comienza a darme caricias en mi cabello enrulado.

—¿Qué hacéis aquí? —pregunto, con voz ahogada—. ¿Por qué no estáis en el Distrito 12?

—Newt, escucha.

Mi padre se relame los labios, antes de comenzar a hablar. Su tono es pesado y reconozco ese lamento en su rostro y esa voz, es la misma que utiliza cuándo no quiere asustarme. Intento apartar la vista, pero no puedo moverme. Siento un nudo enorme en la garganta.

—No lo digas, por favor —pido. Pero mi padre no es de los que me tienen secretos.

Tampoco de los que me mienten en la cara.

—Newt, hijo, el Distrito 12 ya no existe.

N/A → muchísimas gracias por la espera, la verdad es que he tardado mucho pero ha valido la pena cada segundo. creo que ha quedado mejor de lo esperado, ahora solo queda ver lo que opinan ustedes. nos veremos pronto con el epilogo y el anuncio del ultimo libro.

gracias por leer, gracias por dejar vuestro apoyo. gracias por quedarse hasta el final, mis queridos tributos.

Se despide xElsyLight.

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