━ 𝐜𝐡𝐚𝐩𝐭𝐞𝐫 𝐬𝐞𝐯𝐞𝐧: sweet torture

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[ 𝐕𝐎𝐈𝐃 ]
🐍┊ 𝗖𝗔𝗣𝗜́𝗧𝗨𝗟𝗢 𝗦𝗜𝗘𝗧𝗘
«  𝔰𝔴𝔢𝔢𝔱  𝔱𝔬𝔯𝔱𝔲𝔯𝔢  »
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{ ⊱ ✠ ⊰ }

𝐄𝐗𝐈𝐒𝐓𝐄 𝐔𝐍𝐀 𝐃𝐄𝐋𝐆𝐀𝐃𝐀 𝐋𝐈́𝐍𝐄𝐀 𝐄𝐍𝐓𝐑𝐄 el dolor y la rabia. Un hilo débil, perecedero, estirado hasta el punto de quiebre.

Angelina Bellerose sabía bien lo que era transitar sobre aquella línea.

Después de su accidente, la cuerda se había enmarañado, mezclando el desconsuelo con la impotencia. Pasaron días, semanas, meses; lentos y tortuosos minutos en los que no supo decidir si lo que sentía era tristeza o enfado luego de comprender que había perdido la única parte que conocía de su alma, su pasión y su esencia. Había afrontado la pena con cólera, ahogando gritos contra su almohada cada vez que soñaba con zapatillas de ballet ensangrentadas y evitando a todo aquel que intentaba sacarla del hueco en el que la lesión de su rodilla derecha la había hundido. Tiempo después, habiendo tirado la toalla y con un mortífero letargo aferrado a los tobillos, reflexionó acerca del perverso poder que las emociones tenían sobre la mente.

En aquel momento, sabiendo perfectamente cómo lucía esa maquiavélica línea, podía identificarla allí, tras los ojos de Miguel, evaporándose rápidamente.

Un par de iris cristalizados por una tóxica combinación de alcohol y celos, cientos de preguntas talladas sobre una mandíbula férreamente apretada, el tenue temblor de sus labios, como si estuviera resistiendo las ganas de estallar. Angelina ni siquiera tenía que verle el rostro completo para saber que, en el silencio, el instinto y la lógica del moreno se estaban enfrentando en una ardua batalla, tratando de deliberar hacia qué lado de la raya iban a cruzar antes de actuar.

Conocía a Miguel—después de todo, solía observarlo más veces de las que estaba dispuesta a admitir: cuando le hablaba sin parar mientras ella solo escuchaba, cuando lo veía pelear, cuando compartían la misma clase, cuando le explicaba lo que pensaba sobre algún tema aleatorio. Angelina había aprendido que, a pesar de que era sumamente educado, Miguel era un muchacho expresivo, acostumbrado a vocalizar lo que le molestaba, y más aún después de haberse unido a Cobra Kai, donde poco a poco había ido ganando confianza.

Pero todavía dudaba.

Un día, en su habitación, mientras él se dedicaba a hacer abdominales junto a una expectante Angelina —quien luchaba por concentrarse en terminar su tarea—, el moreno había pausado de repente, mirándola desde el suelo con una expresión preocupada que la obligó a soltar el lápiz. Sin previo aviso, admitió que a veces se sentía inseguro, que tal vez Kyler había tenido razón al molestarlo, que solo quería satisfacer las expectativas del senséi y hacer feliz a Sam, y Angelina simplemente lo había abrazado, sin saber cómo decirle que para ella era perfecto.

A la par que el moreno miraba a Samantha y a Robby con una sonrisa falsa en el rostro, Angelina pensó en lo que le había dicho aquel día. Detectó el mismo deje de inseguridad tras sus facciones, oculto bajo una montaña de furia.

Y es que Miguel sentía pasión pura por todo lo que hacía, y tal vez era por eso que amaba demasiado fuerte.

Tan fuerte como el agarre que mantenía sobre la cintura de Angelina.

—Hey, Ángel, ¿qué haces aquí? —le preguntó con una tranquilidad discordante con respecto a la rabia que mostraba en el rostro, mirándola por primera vez desde que había llegado. Ella solo pudo observarlo en respuesta, confundida y con los labios ligeramente separados mientras intentaba ignorar el molesto cosquilleo que se instaló en su estómago ante el tacto del muchacho; no fue capaz de responder, pero Miguel no tardó en devolver su atención a Robby—. ¿Quién es este?

El muchacho extendió aún más sus comisuras, apretando el costado de Angelina—como un ancla, como si ella fuera lo único que lo mantenía a flote.

Ahí estaban, bailando en el fingido tono amigable de sus palabras: el dolor y la rabia, dos titiriteros, borrando la línea que los separaba.

Sam dejó escapar un suspiro pesado: —Oye, Miguel, yo...

—Espera, ¿este es... tu novio? —preguntó Robby antes de que ella acabara, analizándolo con evidente disgusto.

—Sí, sí. Um, Miguel, este es Robby. Trabaja con mi padre.

—¡Oh! Tu padre. Claro, eso tiene sentido —espetó Miguel de manera sarcástica.

—¿Eso qué quiere decir? Espera, ¿has bebido? —Los ojos de Sam se entrecerraron ante la falta de respuesta, encontrando los de la rubia de manera acusadora—. Angelina...

—Lo siento —murmuró rápidamente, sintiendo que la culpa se asentaba de golpe en la base de su garganta—. Le pedí que no lo hiciera, pero...

No fue capaz de terminar.

Tenía la boca seca, y la cabeza le daba mil vueltas; tal vez por lo que había bebido, tal vez por la intensidad de los grandes ojos de Sam, o tal vez por la colonia del moreno, la cual jugaba con sus sentidos. Aunque se sentía diminuta, la voz del senséi resonó en su cabeza, recordándole que no podía dejarse humillar, pero no logró recolectar la firmeza suficiente para hacer algo.

Miguel tampoco se lo estaba poniendo fácil.

La tenía sujeta de una forma que, desde el punto de vista de cualquier observador, no parecería precisamente amistosa. Su costado izquierdo estaba completamente adherido al del muchacho, cuyo brazo no aparentaba tener intenciones de soltar su cintura.

Angelina sabía que estaba borracho, que seguramente no era consciente de más de la mitad de cosas que estaba haciendo aquella noche. Sin embargo, eso no evitó que, repentinamente, las pupilas de Sam se dirigieran hasta el torso de Angelina, justo donde descansaba la mano de Miguel.

—Pero se supone que son mejores amigos, ¿no? —soltó Sam con una expresión de amargura—. Si de verdad fueran tan cercanos, entonces evitarías que hiciera estupideces como esta.

—No le hables así.

El agarre de Miguel se hizo más fuerte con cada palabra. La castaña, por su parte, pareció sorprenderse ante el tono defensivo de Miguel, y la rubia sintió que el aire escapaba de golpe de sus pulmones. Aunque no le hacía daño, el súbito aumento de presión la obligó a dibujar una mueca, pues pudo sentir todo el enfado del moreno a través del calor que emanaban sus dedos.

—Oye, amigo, suéltala —intervino Robby, escudriñando la mano que descansaba en la cintura de Angelina—. La estás lastimando, ¿no crees?

Por un instante, el color pareció drenarse de la tez del muchacho. Su expresión cambió en menos de un parpadeo, pasando de la furia al arrepentimiento. La soltó tan rápido que tanto él como Angelina se tambalearon levemente, y le dedicó una rápida mirada, un simple vistazo que gritaba una disculpa sincera. Sin embargo, no tardó en recuperarse, apretando los puños a sus costados hasta posicionarse frente a la chica, cubriéndola en un gesto protector.

—Jamás le haría daño —afirmó con severidad, sin una pizca de duda. Posteriormente, enarcó una ceja; rostro tenso, cuerpo en estado de alerta—. ¿Así que por qué lo dices? ¿Es que quieres tocarla tú?

Angelina tragó en seco, tratando de eliminar el mal sabor de boca que se había instalado en su lengua. De repente, se sintió usada, como un elemento más de la escenografía que acabaría siendo desechado al final del espectáculo. ¿Acaso ella era un objeto? ¿Acaso Miguel pensaba que iría de brazo en brazo, aceptando que cualquiera la manejara sin ningún tipo de límites? Para rematar, ¡ni siquiera confiaba en Robby!

Con un molesto pitido perforándole los tímpanos, tuvo que recordarse que aquél era el alcohol hablando por su amigo.

Suficiente.

Había sido suficiente.

Tenía que hacer algo; si estuviera ahí, el senséi Lawrence seguramente le diría que no podía quedarse de brazos cruzados. Se sentía culpable, habiendo visto a Miguel consumir vaso tras vaso de alcohol sin hacer nada al respecto debido al miedo que había tenido de enfrentarlo, y se dio cuenta de lo mucho que realmente le preocupaba que el muchacho de la sonrisa dulce empezara a sonar como un prototipo magullado de novio celoso y territorial, el mismísimo antónimo de lo que realmente era.

Miguel —advirtió entonces. Se colocó delante del chico, bloqueando a Robby de su campo de visión para intentar calmarlo. En un principio, se negó a verla, fulminando al castaño por sobre la cabeza de Angelina; no obstante, mientras ella luchaba por mantenerse firme, negándose a volver a mostrar debilidad, finalmente logró atrapar su mirada—. Se te está yendo de las manos —le susurró, buscando la chispa de pureza que normalmente danzaba tras sus iris.

Angelina pudo ver el momento exacto en el que su mente trabajaba, oculta tras los efectos del alcohol y una expresión dolorida. Todos sus músculos se aflojaron, y de pronto parecía que estaba a punto de retroceder, de cerrar la boca y dejar las cosas como estaban. Ya no había rastros de celos, ni de ira, solo quedaba el chico inseguro que Angelina vio aquel día, cuando le confesó que a veces creía no ser suficiente.

Justo cuando Angelina empezó a escuchar los erráticos latidos de su corazón contra sus oídos, sintiendo que el tiempo y el espacio se congelaban a su alrededor, la calma se esfumó.

—¿Esto es en serio? —La pregunta de Sam actuó como un detonante, pues los ojos de Miguel la buscaron inmediatamente, volviendo a incendiarse. Angelina solo pudo retroceder, tomando una profunda bocanada de aire mientras recuperaba su posición casi detrás del chico, intimidada por el tono de voz de Samantha—. ¿No has pensado que tal vez ese es uno de nuestros problemas, Miguel? ¿Que pasas más tiempo con ella que conmigo y encima la defiendes? ¡Ni siquiera hay nada por lo que defenderla!

Y, en ese instante, Angelina creyó que quizás Miguel le había transmitido toda su ira, pues la impotencia comenzó a burbujear en su propia piel.

—Podías habérmelo dicho, ¿sabes? —soltó antes de poder controlarse. Su voz era baja, calmada, monótona, pero, en su interior, una pequeña e insoportable vocecita comenzó a preguntarle en qué momento se había vuelto tan impulsiva; después de todo, estaba acostumbrada a callar y escuchar—. Que te molestaba, quiero decir. Yo no hubiera tenido problema en apartarme del camino, y a lo mejor nos hubiéramos ahorrado todo este... todo este desastre. —Tuvo que detenerse, reconociendo que la mera posibilidad de alejarse de Miguel parecía imposible. Sin embargo, lo que menos quería era estorbar, y no estaba dispuesta a causar más problemas—. Pero es que ni siquiera has querido mirarme a la cara, Sam, y...

Paró una vez más, dolida, y el torrente de furia que transitó momentáneamente por sus venas acabó apagándose. Sentía una molesta presión en el pecho, una punzada que no la dejaba continuar, porque no podía soportar el hecho de ver aquel recelo en los ojos de la misma chica con la que había pasado su infancia.

Sam era perfecta, Sam lo hacía todo bien. Todos la admiraban cuando eran pequeñas, todos querían estar con ella—era la niña popular, pero buena; la niña extrovertida, la que invitaba a Angelina a jugar cuando estaba demasiado callada.

¿Y si la castaña tenía razón? ¿Y si ella era el problema?

—No, no, nadie va a pedirte eso —negó Miguel, mirándola por encima de su hombro—. Y Angelina no tiene nada que ver aquí, ni entre nosotros —continuó, todavía viéndola, como si estuviera recordando la conversación que habían tenido minutos atrás, antes de que Sam y Robby llegaran. Angelina quiso decir algo, lo que fuera, sobre todo al notar la tremenda sinceridad en su expresión, pero él ya se había girado hacia la castaña—. Te llamé y te escribí todo el día, ¿y no pudiste responderme ni una sola vez?

—Miguel, literalmente no pude. Mi madre me quitó mi teléfono.

—Oh, vaya, ¡qué casualidad!

Robby dio un par de pasos hacia el moreno: —Escucha...

Pero Miguel hizo caso omiso.

—Lárgate de aquí.

Empujó a Robby en cuanto estuvo a su alcance, plantándole las manos en el pecho y empleando tan solo una fracción de su fuerza, pero lo suficiente para que el castaño cayera al suelo.

—Miggy, ya basta —murmuró Angelina a la par que Sam exclamaba algo parecido.

Su corazón se disparó ante la adrenalina.

No le gustaba verlo así. No a él.

No le gustaba el hecho de no haber podido hacer nada para evitarlo.

No le gustaba que Robby le recordara a ella misma, cuando acabó tirada en el cemento el día que la emboscaron en el aparcamiento de su academia de baile, y no le gustaba que Miguel fuera el responsable.

—¿Quieres intentar eso otra vez? —rugió el castaño después de reincorporarse rápidamente.

—¿Intentarlo otra vez?

Lo siguiente ocurrió en cámara lenta.

Miguel volvió a lanzarse hacia Robby, quien esta vez se había preparado en una posición de pelea. Sam, por su parte, había sido más rápida que la rubia, posicionándose entre ambos antes de que pudieran atacar. Angelina lo intentó—trató de decirle a Sam que se alejara, de detener a Miguel y exigirle a Robby que escondiera los puños, pero el vívido recuerdo de lo que había pasado en su accidente la había dejado congelada.

Y entonces Miguel acabó golpeando a su novia.

La chica terminó en el suelo, los invitados comenzaron a prestar mayor atención al intercambio, y el mundo recuperó su ritmo justo cuando la expresión de Miguel dio un giro de ciento ochenta grados. Estaba pálido, callado, pero solo necesitó cinco segundos para volver a la realidad.

—Sam —musitó, casi pasmado. Se acercó rápidamente a ella—. Lo siento...

Sam gruñó, levantándose sin aceptar la ayuda: —Imbécil. ¿Qué demonios fue eso?

Se apartó de él como si fuera la plaga, observándolo con una expresión asqueada.

—Papá tenía razón sobre Cobra Kai —siguió Sam, afligida—. Mucha suerte en el campeonato. Yo no iré, pero tú seguramente sí, ¿verdad, Angelina? —preguntó con ironía—. Después de todo, siempre estás detrás de él.

Y, así de fácil, Sam se dio la vuelta, subiendo la colina en dirección a su auto, y Robby la siguió, no sin antes dedicarle a Miguel una mirada de profundo desagrado.

—No sé qué haces con él —culminó, dirigiéndose exclusivamente a Angelina. Ella quiso refutar, pero dio la vuelta antes de que pudiese decir nada.

—Sam, por favor...

La voz de Miguel fue disminuyendo poco a poco, pendiendo de un hilo. La chica lo ignoró deliberadamente, y el moreno, luciendo como un cachorro regañado, ni siquiera hizo ademán de seguirla. Simplemente retrocedió, frustrado, apretando los puños una vez más a la par que mordía el interior de su mejilla, como si se estuviera conteniendo.

Y Angelina no supo si reír porque su plan había fracasado, gritar porque ni siquiera sabía qué hacer consigo misma luego de todo ese fiasco, o huir antes de que el corazón se le saliera del pecho.

Pero solo tuvo que echarle un vistazo a Miguel para comprender que debía —y quería— quedarse.

Estaba enfadada, decepcionada, luchando por registrar todo lo que había sucedido y, aunque las imágenes se mezclaban su cabeza, sabía bien que no le gustaba lo que había presenciado aquella noche. Desde el momento en el que vio el auto blanco de Samantha estacionando frente a la fiesta, tuvo el presentimiento de que algo malo iba a pasar, pero no planeaba acabar allí, en una situación enfermizamente familiar, con alguien en el suelo y un público expectante.

Ya tendría tiempo para pensar en cómo diablos regresaría a la residencia de los LaRusso sin sucumbir ante la pena; en cuanto a su relación con Sam... No quería pensar en ello. En ese instante, solo podía concentrarse en la mirada perdida de Miguel y en el ligero temblor que, sin darse cuenta, el muchacho llevaba en las manos.

Se dio cuenta de que no podía culparlo por lo que había hecho.

La ira era traicionera, sacaba lo peor de las personas, y alguna vez leyó que a veces el amor te obligaba a cometer idioteces. No era capaz de dejarlo allí, de irse a intentar solucionar sus propios problemas; así no funcionaban las cosas, no con él.

No sabía si aquello era puramente bueno o peligrosamente estúpido.

De cualquier forma, se acabó acercando a él. Dio el primero, el segundo y el tercer paso, apenas apoyando la planta de los pies en la tierra, como si estuviera acercándose a un animal herido. Luego lo tomó tímidamente del antebrazo, tratando de captar su atención.

Solo quería que despegara los ojos del suelo, que reaccionara, fuera como fuera.

—Hey —lo llamó con suavidad, buscando aquel color chocolate que tanto le gustaba hasta que finalmente el chico decidió verla. Su expresión era pesada, sus pies se tambaleaban, y estaba claro que el vodka seguía haciendo efecto en su cuerpo—. ¿Vamos a casa?

Él asintió lentamente, como si la cabeza le pesara.

Y Angelina suspiró, disponiéndose a llamar a Halcón para que pidiera un taxi por ella mientras sujetaba a Miguel para evitar que se tropezara.

No sabía por qué, pero ahí estaba de nuevo, varada en medio de una relación que no era suya, con un chico que nunca sería suyo.

{ ⊱ ✠ ⊰ }

—Ay, Miggy...

El halo de preocupación que rodeó al rostro de Carmen Díaz mientras veía a su hijo logró atravesar el pecho de Angelina. La mujer tapó su boca con la palma de su mano, repasando al muchacho —quien apenas tenía fuerzas para abrir los ojos— de arriba a abajo.

Llevarlo hasta Reseda había sido una odisea.

Para empezar, Halcón se había equivocado al indicarle la dirección de recogida al taxi —Eli decía que su aguante a la hora de beber era incomparable, pero la verdad era que estaba casi tan borracho como Miguel—, por lo que  Angelina se vio obligada a pedir otro, el cual tardó más de media hora en llegar al cañón.

Por otra parte, el moreno no podía quedarse quieto. Miguel pasó por tres etapas diferentes desde el momento en el que entraron al coche: habló sin parar en los primeros cinco minutos, escupiendo cosas que ni siquiera tenían sentido, y se quejó sobre Robby y le pidió perdón Sam durante los siguientes tres. No obstante, Angelina decidió que la peor faceta había sido, sin dudas, la tercera.

Cayó en una especie de estado vegetativo, como un muñeco de trapo, pero sus manos estaban inquietas. No dejaba de moverlas, y no tardó en tumbarse sobre el asiento, apoyando su cabeza en los muslos de Angelina sin decir ni una palabra. Acabó escurriendo sus dedos hasta envolver la muñeca de la chica, llevando su mano hasta su frente.

Con los párpados pesados, le murmuró que su madre solía hacer eso cuando estaba enfermo y, aunque el simple hecho de rozar a Miguel Díaz le recordaba a la forma en la que la había sujetado de la cintura, no fue capaz de decirle que no. A cambio, Angelina tuvo que lidiar con el arrítmico latido de su corazón durante todo el camino, con las mejillas cada vez más rojas y la piel encendida en llamas.

Nada se comparaba, sin embargo, con la vergüenza que supuso llamar a la madre de Miguel para informarle que su hijo se había pasado de copas y que ella no había podido hacer nada para evitarlo. Afortunadamente, Carmen era un ángel caído del cielo, por lo que, a pesar de que el chico —con la poca conciencia que le quedaba— se había negado a mostrarse así frente a su madre, Angelina sabía que lo mejor era ir con la verdad por delante.

—Lo siento mucho —habló en voz baja, tratando de no perturbar a Miguel—. Miguel no quería que lo viera así, pero...

Carmen suspiró, dedicándole a la chica una pequeña sonrisa por encima de su inquietud: —No tienes que darme explicaciones, cariño. Hiciste bien en traerlo. Pasa, pasa, esta es tu casa.

—Muchas gracias, señora Díaz.

—Ya te he dicho que puedes llamarme Carmen. —Le sonrió una vez más, disponiéndose a acariciar una de las mejillas de su hijo una vez ingresaron al salón—. ¿Dónde te has metido, cielo?

—En nada —balbuceó el muchacho. Ocultó su rostro en la coronilla de Angelina; ella no pudo hacer más que apretar los labios para evitar derretirse de los nervios—. No quiero que me veas así, mamá —murmuró una vez más, esta vez contra el cabello de la chica.

—Ya hablaremos sobre esto. Y no, no voy a regañarte. Supongo que ya era hora de que te metieras en estos líos... —Carmen sujetó la mano de su hijo. Todavía lucía preocupada, pero más calmada—. Anda, a la cama. Tienes que descansar. Luego te llevaré un vaso de agua, ¿sí? Y a ti también, Angelina.

—Oh, no, no hace falta. Tengo que volver a casa...

—¡Ni hablar! Te quedas aquí. No vas a ir hasta casa tú sola, y mucho menos a estas horas.

—Sí, quédate... —apoyó Miguel a su madre. Sus palabras eran casi imperceptibles, pero la presión que ejerció su cabeza sobre la de Angelina logró captar la atención de la rubia.

—No hace falta, de veras. Puedo pedir un taxi y...

—Y yo puedo llegar a ser tan terca como hijo, —Carmen enarcó las cejas con una pizca de diversión—, y no dejaré que te vayas.

La chica no pudo evitar soltar una pequeña risita, sintiendo cómo Miguel se quejaba contra el costado de su cabeza. A decir por su postura, la mujer tenía razón; si era igual que Miguel, entonces sería imposible que diera su brazo a torcer.

Angelina no pudo evitar comparar la cálida presencia de Carmen con el gélido porte de su tía.

Un pensamiento fugaz cruzó su mente; si ella estuviera en la posición de Miguel, volviendo a casa en ese estado y con la ayuda de un chico, seguramente acabaría con la ardiente marca de una bofetada en el rostro.

Pero en el Valle todo era diferente. En el Valle, eso no pasaba. Estaba a salvo, en casa de la familia Díaz, y al menos ahora sabía defenderse.

—Se lo agradezco de nuevo, señora... Carmen —se corrigió rápidamente, dibujando una sonrisa sincera—. Muchas gracias, Carmen.

—Gracias a ti. —La mujer posó su mano sobre el hombro libre de Angelina. Su rostro mostraba aprecio, honestidad, y un aire maternal al que Angelina no estaba acostumbrada, pero que le resultó reconfortante—. Por cuidar de mi Miguel. Siempre.

{ ⊱ ✠ ⊰ }

Angelina adoraba la habitación de Miguel.

Era un secreto que había guardado dentro de un pequeño baúl de acero, justo debajo de su corazón. Sin embargo, cada vez le era más difícil evitar que sus ojos se alumbraran al reparar en los pequeños detalles que todavía no había percibido en la estancia.

Los pósters y pegatinas desperdigados por las paredes reflejaban perfectamente la personalidad del muchacho. El lugar se hallaba bastante ordenado, a excepción del escritorio, donde residía un caos de libros y hojas rellenas por la mitad: Miguel no tenía que esforzarse para ser un buen estudiante, así que nunca le dedicaba demasiado trabajo a las tareas—de hecho, pasaba más tiempo practicando kárate que estudiando y, aun así, sus notas eran casi tan buenas como las de Demetri. Por último, una pila de casetes de distintas bandas de rock de los ochentas descansaba sobre su mesa de noche junto a un reproductor antiguo; Angelina sabía que Johnny se los había dado hacía un par de semanas, intentando introducir al muchacho en lo que él llamaba 'música para machos'.

Tal vez, pensó, le gustaba tanto porque era completamente diferente al cuarto donde dormía en Nueva York, el cuarto donde se había encerrado durante meses luego de su accidente. No obstante, sin importar la razón, la habitación de Miguel era tan... él.

No era impecable. Pero sí era natural, espontánea, transparente, como su dueño.

Simplemente se sentía cómoda. Aunque estuviera a solas con Miguel —la misma persona que había comenzado a revolverle el estómago con su mera presencia—, y a pesar de todo lo que había pasado aquella noche.

Separó la mirada de los casetes luego de un par de segundos y, ocultando una sonrisa, pasó a observar al muchacho, quien parecía dormir como un tronco. Había tardado menos de dos minutos en caer rendido luego de que Carmen la ayudara a tumbarlo sobre la cama, con la ropa todavía puesta —a excepción de los zapatos, que Angelina decidió quitarle—. Ella, por su parte, no se había percatado de lo ansiosa que se sentía hasta entonces, ni mucho menos de la intranquilidad que plagaba a su mente a causa de lo que había sucedido. Antes de darse cuenta, y luego de haberse cerciorado de que Miguel realmente tuviera los ojos cerrados, sacó su teléfono, dispuesta a reproducir aquella lista de canciones que guardaba específicamente para momentos como esos.

La tercera composición del Primer Acto del Cascacanueces de Tchaikovsky inundó el silencio, llenándola de la sensación de paz que tanto necesitaba. Cerró los ojos, inhaló con profundidad, y simplemente dejó que la música y el espacio la arrullaran.

Fue entonces cuando escuchó una risa.

Un sonido suave, casi imperceptible.

Un sonido que reconoció al instante.

—Esta no es la música que suelo escuchar... El senséi dice que el rock es mejor.

Angelina se dio la vuelta, enfrentando a un Miguel adormilado, quien la observaba con los ojos entrecerrados desde su posición en la cama.

En un principio, la chica pensó en detener la música, en esconder su teléfono rápidamente y fingir que no había estado varada en medio de la habitación, balanceándose con el ritmo de la melodía. No obstante, supo que mentir no tendría caso—había bajado sus murallas, y no tenía la energía suficiente para volver a construirlas.

Pero no le importaba.

—Es un clásico. Tercera composición del Primer Acto del Cascanueces —murmuró bajo su aliento.

Inconscientemente, acabó sonriendo para sí misma.

Había tantos recuerdos tras aquella melodía, tantos momentos inolvidables, una inmensa sensación de añoranza...

—Te gusta —afirmó el muchacho después de unos segundos.

La observaba con suma atención, como si de repente los efectos del alcohol hubieran desaparecido de su cuerpo. Había una chispa oculta tras su mirada, algo que crecía más y más conforme sus ojos bailaban sobre el rostro de Angelina. Sin embargo, ella no pudo identificarlo.

—Me encanta —admitió en un suspiro—. La música siempre ha sido un... —Rebuscó la palabra adecuada. La respuesta llegó a la punta de su lengua con facilidad, extendiendo sus comisuras y llenándola de calidez—... un consuelo.

—¿Sabías que tu cara se ilumina cuando hablas de las cosas que te gustan? —Angelina abrió los ojos de par en par en cuanto aquellas palabras salieron de la boca de Miguel. Apartó la mirada con las mejillas encandiladas y no dijo nada; tuvo que recordarse que estaba borracho, que probablemente no tenía ni idea de lo que estaba diciendo—. Cuéntame algo más —añadió, como si lo que acababa de decir no tuviera importancia—. ¿Bailaste alguna vez esa canción?

—Una vez. —Intentó ignorar el calor que se había concentrado en su estómago, pero resultó imposible con la mirada del chico todavía fija sobre ella—. Estaba tan asustada... Lo único que podía hacer era escuchar esta canción, repasando los pasos en mi cabeza.

—Seguro que los dejaste con la boca abierta. —Angelina rio, lista para refutar. Sin embargo, Miguel continuó antes de que pudiera negarse, frunciendo el ceño de manera exagerada—. ¿Por qué asustada?

Los recuerdos comenzaron a invadirla a la par que la pregunta jugueteaba con sus tímpanos.

Aunque a veces quería volver al pasado, no todo era color de rosas.

Las lágrimas derramadas, el sudor, el esfuerzo, las ocasiones en las que pensó que no podría lograrlo; las sensaciones la azotaron de golpe, empañándole la vista. A sus casi quince años, Angelina había obtenido el papel principal del recital navideño que iba a presentar su academia: el famoso ballet del Cascanueces. Si bien no era la primera vez que obtenía un protagónico, aquel año las exigencias estaban por las nubes—el director del Ballet Bolshoi asistiría a una de las presentaciones, y el Teatro de Ballet Estadounidense quería que todo fuese impecable.

Sí, Angelina obtuvo una beca para formar parte del Ballet Bolshoi una vez terminaron las presentaciones, pero acabó abandonando el ballet antes de siquiera poder mudarse a Rusia. Y sí, el espectáculo había sido perfecto; sin embargo, nunca antes se había sentido tan agotada.

Aquella fue la última vez que bailó frente al público.

—Me fracturé un dedo en esa temporada; dijeron que tenía que bailar de todas formas. Creo que esperaban demasiado de mí. —Sonrió de manera agridulce. Trató de fingir que no le afectaba, pegando los ojos al suelo—. Pero ver las sonrisas en el público, la sensación de salir del escenario luego de haber hecho los pasos sin cometer errores... —Soltó un suspiro, sintiendo que su pecho se hinchaba de ilusión—. Eso hacía que cada instante valiera la pena.

—Bueno, ahora tienes al senséi, y a los chicos —murmuró el muchacho—. Me tienes a mí —continuó, dedicándole una de sus típicas expresiones cargadas de dulzura—. Sé que no podremos reemplazar lo que eso significaba para ti... pero espero que al menos ayudemos en algo.

La música seguía sonando. La ventisca chocaba contra la ventana, la luna se asomaba tras el cristal, y el corazón de Angelina había sido plagado por una sensación extraña, pero tranquilizante. No pudo resistir el impulso de verlo allí, tumbado, abrazando la almohada como si fuera un tesoro mientras luchaba por mantener los ojos abiertos. Hasta entonces, Angelina había evitado pensar en el tema, pero es que era tan guapo, y tan bueno... No se había dado cuenta de lo mucho que había echado de menos su sonrisa en los últimos días, siempre plagados de tensión, hasta que vio a sus labios moldearse en aquella ligera y sincera curvatura que tanto lo caracterizaba.

«¿No se supone que tienes que estar enfadada? ¿No recuerdas que se comportó como un idiota?»

Sí, era cierto, pero estaba arrepentido, había pedido perdón al aire mil y una veces antes y después de entrar al taxi, y Angelina no podía encontrar la fuerza necesaria para culparlo.

Tan guapo y tan bueno. Tan bueno. Tan bueno...

Demasiado bueno para ella.

Pero lo que había dicho era cierto. Y, por primera vez, pensó que perder las zapatillas tampoco había sido tan malo. Tenía el dojo, tenía el kárate, tenía mucha ira que liberar, y lo tenía a él.

Darse cuenta de que tal vez estaba reconstruyendo su vida, de que ya no se sentía tan ahogada como antes, no hizo más que apretarle la garganta. Porque, ¿qué venía después?

Otra caída, otro vacío, y estaba segura de que no podría volver a soportarlo.

Inconscientemente, llevó una mano hasta su cuello, sobando, intentando aliviar el nudo que se había formado. «No pienses tanto», se repitió, pues el senséi ya se lo había ordenado varias veces; no quería arruinar el momento, no cuando Miguel lucía tan calmado y ella se sentía tan a gusto.

Así que se aclaró la garganta, y cambió de tema.

—¿Cuánto tiempo llevas despierto?

—Ni siquiera sé si me dormí realmente —rio el muchacho, parpadeando con lentitud. Para su buena suerte, pareció no darse cuenta de que la voz de Angelina había sonado ensayada—. Todo me da vueltas...

—Mañana estarás mejor. —Miguel la miró con una ceja enarcada, escéptico, pero con una pizca de esperanza—. Lo prometo.

—La peor parte de estar borracho es estar borracho y al mismo tiempo saber que estás borracho, ¿no? —arrastró sus palabras, esperando una respuesta. Sin embargo, Angelina estaba demasiado ocupada tratando de aguantar una carcajada ante su expresión desorientada; comenzó a relajarse y, de repente, sintió que la preocupación la abandonaba. Miguel suspiró finalmente, frunciendo la nariz—. Creo que lo que dije no tuvo sentido.

—Fue un poco... confuso. —Sintió que un molesto peso volvía instalarse en su estómago, y murmuró entonces bajo su aliento—. Esta noche ha sido confusa.

Ninguno de los dos dijo nada. La canción se detuvo, Angelina pudo volver a escuchar el ritmo de su propia respiración.

—Ven aquí.

Sin previo aviso, Miguel palmeó la cama. La miró, como un niño insistente, sin apartar los ojos en ningún momento. Mientras tanto, ella solo podía inhalar y exhalar, observar el espacio vacío que señalaba Miguel, y preguntarse si acercarse sería una buena idea; había aprendido que, la mayor parte de las veces que estaban tan próximos, Angelina acababa con una especie de taquicardia improvisada y un insesante picor en la piel.

No se movió.

—Ven —repitió Miguel, desplazándose hacia la pared contigua a la cama para darle más espacio.

Y no pudo resistirse más.

Acabó cediendo, mordiéndose el labio inferior en un intento por contener la cama a la par que se recostaba al lado del muchacho. En un principio, se negó a apoyar la cabeza en la almohada, con el cuello y los hombros tensos, pero la postura relajada de Miguel acabó contagiándola.

Quedaron cara a cara, sin decir nada por los primeros segundos. Angelina creyó que tal vez estaba loca, pero estaba casi segura de que sus respiraciones se habían sincronizado.

—¿Te puedo decir un secreto?

La rubia simplemente asintió.

—Creo que estaba celoso —Angelina arqueó una ceja, a punto de decirle que aquello había quedado más que claro, pero Miguel fue más rápido—. Oye, no me mires así. Déjame terminar —Empujó la frente de la chica con dos de sus dedos, juguetón, soltando un par de carcajadas perezosas y torpes—. No solo hablo de Sam. Me refiero a ti. Parecías tan feliz ese día en la cena, con otro chico. —Frunció el ceño, se acercó un poco más—. No me gustó.

En ese momento, Angelina creyó escuchar un trueno, pero solo tuvo que echarle un vistazo a la ventana para percatarse de que no estaba lloviendo—había sido producto de su mente, el impacto fue provocado por la confesión del moreno. De pronto, sentía que la distancia había disminuido demasiado rápido, que lo único que era capaz de percibir era a Miguel, Miguel y más Miguel. Pudo oír otro trueno imaginario cuando la miró por debajo de sus pestañas; pudo sentir el roce de las sábanas contra cada uno los vellos de su piel, todos erizados; pudo oler la menta en su aliento, mezclándose con los rastros de alcohol; pudo ver sus pupilas dilatándose aún más, a pesar de la oscuridad.

Soltó el aire de manera involuntaria. Fue un suspiro tembloroso, entrecortado.

—Miggy...

—Sé que suena estúpido, y raro, y tóxico. Sé que no debería. Pero contigo... contigo es imposible evitarlo.

» No la pasé muy bien cuando llegué al Valle, y entonces llegó el senséi, y llegaste tú... —Su sonrisa se expandió—. Nunca pensé que meses después estaría aquí, con la rubia de la cara de ángel.

Su interior se retorció. Una imagen de Sam se coló en su mente. Su labio inferior comenzó a sacudirse.

—Por favor, no digas nada más —le pidió en un hilo de voz.

—¿Por qué? Es que tienes cara de ángel. ¿Sabes? Lo supe desde que te vi.

—¿Qué su-supiste?

—Que eras uno.

—Por favor...

No necesitaba escuchar más. No podía dejar que su corazón latiera tan alto, ni que sus expectativas e ilusiones se elevaran tanto. Sabía que, inevitablemente, acabaría cayendo, más temprano que tarde, y no sería capaz de resistirse al impacto.

Fue entonces cuando la mano de Miguel se posó sobre su mejilla en un toque suave, pero seguro. No había ni un rastro de duda en su rostro, como si aquello fuera normal para él.

Para Angelina, era una tortura.

Una dulce tortura.

—Solo quiero que me escuches, porque leí una vez que el vodka te quita el filtro y creo que necesito decirte algo sin dudar porque no sé cuándo será la próxima vez que volverás a estar tan cerca sin huir de mí porque parece que te encanta escapar y yo no quiero eso... —balbuceó rápidamente, mezclando unas palabras con otras. Hizo una pausa, y entonces su pulgar comenzó a acariciarle la piel de la mejilla—. En fin, solo quiero que estés feliz. Quiero que estés feliz conmigo. —Suspiró, observando cada parte de su rostro como si fuera un enigma, como si estuviera tratando de resolver un acertijo—. ¿Quién te hizo tanto daño?

El labio inferior de Angelina se sacudió con más fuerza.

Nunca había hablado sobre la realidad de su accidente, nunca lo nombraba en voz alta, y estaba segura de que, con la respiración de Miguel rozándole el rostro, tampoco podría hacerlo. Pensó en su tía, en sus compañeras de academia, en el director de baile que le dijo que debía perder más peso si quería triunfar, en el chico que le robó su primer beso para después apuñalarla por la espalda; a veces creía que ninguno de ellos era responsable, que ella misma se lo había buscado.

Finalmente, negó con la cabeza.

No podía responder.

—Claro, caja fuerte —murmuró el moreno con un deje de diversión, pero con cierto toque de decepción. Angelina recordó inmediatamente lo que Miguel le había dicho hacía unos días; ya la había llamado así antes, ya le había dicho que solo quería abrirla. Sin embargo, no pudo reparar más en ello, pues el moreno pegó su frente a la suya—. Sam no quiere volver a verme. Lo entiendo, su padre odia Cobra Kai, pero somos diferentes, no hacemos daño a nadie... Solo intenté ser bueno con ella, ¿sabes? A lo mejor para Sam no fue suficiente.

—Eso no lo sabes...

—No quiere verme, ¿cómo va a perdonarme? En realidad no sé, no sé nada, ni siquiera sé qué está pasando, pero creo que voy a hacer algo muy estúpido si seguimos así...

Para cuando los ojos de Miguel bajaron hasta sus labios, una alerta se disparó en su cabeza. «Aléjate», gritaba la alarma, pero estaba congelada, y la parte traicionera de su conciencia no hacía más que tentarla, diciéndole que se dejara llevar, que disfrutara, que seguramente Miguel no lo recordaría en la mañana y entonces ella podría fingir que solo había sido uno de esos sueños bonitos que valía la pena recordar en silencio.

Pero no iba a hacer eso. Miguel estaba borracho, herido, y Angelina no se encontraba preparada para descubrir qué pasaría después.

Así que se apartó de golpe, incorporándose contra la cabecera de la cama. Miguel permaneció acostado, tieso, pero todos sus músculos cayeron con rapidez, al igual que sus párpados.

Por primera vez desde que habían llegado a su habitación, no la estaba mirando.

—No hagas algo que no quieres, por favor. —Aunque no confiaba en sus cuerdas vocales, Angelina sintió la necesidad de hablar; quizás para distraer al tornado de sensaciones confusas que la estaban invadiendo, quizás para lograr que el chico entrara en razón—. Has bebido, y te vas a arrepentir y-y...

—Creo que te quiero —la interrumpió repentinamente—. No, te quiero —afirmó con más convicción, subiendo el tono de voz y mirándola una vez más—. ¿Ya te lo había dicho? Porque es verdad, y tienes que saberlo. ¿Ahora lo sabes?

La quería.

Alguien la quería.

¿Cuándo había sido la última vez que le habían dicho eso?

Había escuchado cumplidos; le habían dicho que era una estrella, que cosas grandes la esperaban en el futuro. Después del accidente, sin embargo, los halagos desaparecieron, y solo la miraban con lástima. En ninguno de los casos, nadie la había visto más allá de una fachada.

Pero a Miguel... a Miguel jamas le había importado nada de eso. Él la veía, la veía de verdad.

Quizás era mentira. Quizás se estaba confundiendo; el vodka seguía presente tras su aliento. Era aburrida, ¿no? Al menos eso le habían dicho sus compañeros de baile, añadiendo que no era nada sin un tutú y unas zapatillas, y Collette Bellerose solo parecía tenerle fe en lo que al ballet se refería.

No obstante, aunque una parte de ella se negaba a creer que aquello fuera cierto, negar el hecho de que Miguel había estado siempre para ella desde que se habían conocido no sería más que un insulto hacia el muchacho.

—Yo también —murmuró, con el corazón en la mano y las mariposas trepándole por la garganta.

Y era cierto, aunque la veracidad en sus palabras la aterraba.

Fue entonces cuando Miguel le dedicó una sonrisa, de esas que tenían la capacidad de derretirla; sus ojos se achinaron ligeramente, el hoyuelo de su mejilla derecha se hizo más visible que antes. Era radiante, sincera, a pesar de que su expresión siguiera manchada de sueño.

Bostezó, sin ningún tipo de pudor, y a Angelina se le contagió la sonrisa.

—Sueño... —farfulló el chico—. Tengo sueño... Ven a dormir. —La tomó de la muñeca, tirando de ella con suavidad. Angelina intentó resistirse, pero él, tan borracho como estaba, solo dibujó un puchero—. No, sé lo que estás pensando y no vas a dormir en el suelo, ni en el sofá, y... coge unos pantalones y una sudadera de mi armario. La de Cobra Kai, preferiblemente; mi sudadera favorita para mi chica favorita.

La rubia se mordió la lengua. Lo pensó, lo pensó una vez más, e incluso sintió la necesidad de quedarse a revolverle el cabello mientras el muchacho se acomodaba mejor contra la almohada, pero sabía que tenía que ser prudente.

«A la mierda la prudencia».

Por una noche.

Una sola noche.

Comería ese trozo de chocolate que sabía que tenía prohibido. Lo disfrutaría, aunque el placer fuera momentáneo, y luego seguiría adelante, asumiendo que no podría volver a repetirse.

Solo quería estar cerca, nada más. Hacía frío, y Miguel siempre estaba caliente, y su cama era cómoda y...

Cuando se tumbó a su lado, abrazada por la sudadera de Cobra Kai que Johnny Lawrence le había regalado a sus alumnos y con un pantalón de pijama que le quedaba demasiado grande en la cintura, se encontró nuevamente con el café de sus iris.

—¿Te cuento un chiste? —le susurró Miguel, como si fuera un secreto.

Angelina contuvo una carcajada, asintiendo con la cabeza. Y un chiste —de esos que son tan malos que hacen gracia— acabó convirtiéndose en veinte, y rieron y rieron hasta perder el aire, hasta que sus mejillas y estómagos no pudieron soportarlo más.

Con los ojos cerrados, y con la respiración de un Miguel dormido acariciándole la nuca, se dio cuenta de que estaba pensando en él. Se preguntó cuánto tiempo lo había tenido en la mente, y entonces se dio cuenta de que, desde que lo conoció, no lo había podido sacar de su cabeza.

Eran las cuatro de la mañana, y comprendió que tal vez le gustaba, le gustaba demasiado, más que un simple mejor amigo.

Su último pensamiento antes de caer dormida fue que estaba completamente perdida.

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𝔫𝔬𝔱𝔞 𝔡𝔢 𝔞𝔲𝔱𝔬𝔯𝔞  ⊰

Miguel y Angelina son mis hijos, pero me siento tan mal por mi bebé bailarina ):
Miguel, aclara tu cabeza, gracias. no confundas más a la niña.

pero, ¿dónde estaría la diversión sin un poco de drama?

bueno, les doy la bienvenida una vez más. creo que podemos estar todos de acuerdo con que han pasado muchas cosas en este capítulo (;

Miggy comportándose como un idiota (no lo niego, en el final de la primera temporada es obvio que empieza a descontrolarse un poco, pero al menos el desarrollo de su personaje es impecable); celos, celos y más celos; tensión entre Sam y Angelina. ¡y el final! tenía muchas ganas de escribir una escena con Miguel y Angelina en la que no estuvieran precisamente peleando. es obvio que los sentimientos de Angelina están claros, y al fin admitió que le gusta Miguel, pero todavía no sabemos qué piensa él...

¿les gustaría algún capítulo que cuente un poco el punto de vista de Miggy? por ahora quiero mantenerlo un poco en duda, para que ustedes estén tan confundid@s como Angelina (jsjsjsjs), pero todavía me estoy planteando si quiero hacerlo en el futuro.

preguntas: ¿les ha gustado este capítulo? ¿están enfadad@s con Miguel? ¿ustedes hubieran hecho lo mismo si fueran Angelina?

me despido diciendo que se está acercando el final de este primer acto. el torneo viene dentro de muy poco y solo me queda pensar cómo voy a organizar la historia con respecto al último capítulo de la temporada uno de Cobra Kai. espero que sigan aquí y que puedan disfrutar de «VOID» por muchos capítulos más ¡!

les mando muchos besos y abrazos, dulzuras.

¡dejen un comentario, voten y compartan!

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