━ 𝐜𝐡𝐚𝐩𝐭𝐞𝐫 𝐭𝐰𝐨: angels and cobras

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[ 𝐕𝐎𝐈𝐃 ]
🐍┊ 𝗖𝗔𝗣𝗜́𝗧𝗨𝗟𝗢 𝗗𝗢𝗦
« 𝔞𝔫𝔤𝔢𝔩𝔰  𝔞𝔫𝔡  𝔠𝔬𝔟𝔯𝔞𝔰 »
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{ ⊱ ✠ ⊰ }

𝐀𝐐𝐔𝐄𝐋𝐋𝐀 𝐌𝐈𝐒𝐌𝐀 𝐌𝐀𝐍̃𝐀𝐍𝐀, 𝐌𝐈𝐆𝐔𝐄𝐋 𝐃𝐈́𝐀𝐙 le había asegurado que no era un monstruo.

Y, aunque Angelina tenía la certeza de que no había mentido, jamás imaginó que lo vería pelear contra cuatro chicos al mismo tiempo.

Tan solo había hablado con Miguel por un par de minutos durante la primera hora de la mañana. Las siguientes clases fueron más calladas: tanto Miguel como Eli —los únicos con quienes había entablado conversación— tenían un horario diferente al suyo, y no compartía asignaturas con Samantha hasta el final del día. Además, había llegado de Nueva York al Valle sin ningún tipo de contacto; la gente había cambiado, no recordaba ni a la mitad de los niños con los que solía relacionarse y nadie sabía quién era ella. Un par de chicos intentaron hablarle, un grupo de chicas se le acercaron durante el cambio de clase, pero, después de casi un año sin interactuar con nadie más que su tía y sus fisioterapeutas, Angelina no sabía cómo manejar la atención sin sentirse abrumada.

Si bien solía disfrutar de las compañías casuales, demasiado enfocada en su carrera como para ir un paso más allá del tipo de amistad superficial, había olvidado cómo desenvolverse alrededor de grupos grandes; sus atacantes, los mismos compañeros de baile a los que alguna vez llegó a apreciar, no solo se encargaron de jugar con su cuerpo, sino también con su mente.

Miguel, en cambio, le había prometido que sus intenciones eran buenas. Le sonrió, y no tuvo que decir mucho más para que Angelina comprendiera que no iba a apuñarla por la espalda. No sabía por qué, pero había algo en su presencia —tal vez en la colonia que emanaba de su sudadera, o la calidez que irradiaba su rostro— que la invitaba a dejarlo entrar, a bajar momentáneamente sus muros.

Sabía que no debía hacer eso.

Pero, mientras se dirigía a la cafetería para la hora del almuerzo, se sentía sola. Como una ínfima mota de polvo, invisible e insignificante, sin un rumbo fijo. Collette Bellerose, su tía, le había dicho que aquella necesidad de estar acompañada la hacía peligrosamente dependiente; sin embargo, ese era uno de los defectos que Angelina nunca había podido corregir.

Así que trató de olvidar a Miguel por el resto del día, decidiendo apegarse a la única persona que parecía segura: Samantha LaRusso.

Todo empezó cuando caminó hasta la fila con los ojos fijos en las baldosas del suelo. Samantha estaba a su lado, mirando sus alrededores con un aura de confusión. Angelina había decidido no prestarle demasiada atención a la preocupación en su expresión, negándose rotundamente a molestarla con preguntas, así que se limitó a seleccionar una manzana y una botella de agua del menú del día, tratando de convencerse de que la falta de apetito que había sentido en los últimos meses no debía impedirle comer algo.

Sam, sin embargo, no era muy amiga del silencio.

—Te sentarás conmigo, ¿verdad? —le preguntó una vez abandonaron la fila con sus respectivas bandejas de comida.

—Sam, no quiero incomodar.

La chica frunció el ceño: —¿Incomodar? No, no pienso dejar que te sientes sola.

—Esas son tus amigas, ¿no?

Angelina movió ligeramente la cabeza en dirección a la mesa central de la cafetería, donde un grupo de chicas escudriñaba a la castaña con la mirada. Dos de ellas, una rubia y una morena, barrían la figura de Samantha. La primera elevaba la cabeza con superioridad, observándola con asco, mientras que la otra apartaba el rostro en un intento por evitarla.

Pensó que tenía sentido que esas fueran sus amiga; Samantha LaRusso contaba con todas las papeletas para ser popular: belleza y dinero, acompañados de un sorprendente grado de amabilidad. Sin embargo, las chicas no parecían demasiado contentas con su presencia, y ciertamente había algo en aquella mesa que invitaba a Angelina a dirigirse al lado contrario.

La forma en la que analizaban la cafetería, la rectitud de sus espaldas, la arrogancia en sus expresiones.

Y ella solía estar rodeada de ese tipo de personas. Pero, con catorce años, decidió que estaba cansada de las sonrisas falsas; con quince, se aisló por completo, limitándose a entrenar en lugar de centrarse en construir la vida social que su tía esperaba de ella.

Ahora tenía dieciséis, y lo único que quería era escapar de ese tipo de gente.

Después de todo, eran enfermizamente parecidas a las chicas que habían provocado su accidente.

Sam suspiró con pesadez: —Bueno, —Pausó, viendo cómo la rubia ponía su bolso sobre la única silla vacía en la mesa para bloquearle la entrada—, lo eran hasta ayer. La rubia es Yasmine, la otra es Moon. Se supone que lo éramos, pero olvidé que ya no quieren verme...

—Tal vez puedan solucionarlo —murmuró, intentando tranquilizarla. Si bien quería evitar a aquellas chicas, podía ver que a Sam le afectaba su rechazo—. Ve con ellas, yo buscaré otro sitio.

—¿Estás segura?

«Sinceramente no».

—Segura.

La castaña se despidió con una pequeña sonrisa, y Angelina se quedó sin compañía.

Aferrándose con fuerza a la bandeja que tenía entre sus manos, le echó un vistazo a las mesas; aunque sonaba apetecible, sentarse sola no era una opción si quería pasar desapercibida. Los ojos de algunos alumnos se posaron sobre ella, inspeccionándola con expresiones indescifrables, y, mientras sus manos comenzaban a temblar, Angelina empezó a sentir que la bandeja se resbalaba de sus manos.

Justo cuando el pánico empezó a cerrar su garganta, notó que todos estaban repentinamente callados.

Giró hacia el centro de la atención, encontrándose con una Samantha enojada enfrentándose a Kyler.

—Oigan, ¿han visto el cartel con el pene gigante?  —preguntó Kyler en voz alta, mirando a Sam con una sonrisa burlona. Angelina recordó haber visto una valla publicitaria del concesionario del señor LaRusso en medio de la carretera, acompañado de un gran miembro pintado de color rojo; supo de inmediato a lo que se refería el muchacho—. Sam sigue el ejemplo de su padre.

El resto de los alumnos vitorearon. Los tres chicos que acompañaban a Kyler rieron con más fuerza, apoyándolo.

Y Angelina sintió que iba a vomitar. La bilis le trepó por el estómago, sofocándola, y tuvo que apartar la mirada para poder tragar con normalidad.

La escena era demasiado familiar. Había estado ahí, en el lugar de Sam, con los brazos y las piernas aprisionadas en medio del aparcamiento del mismo lugar que alguna vez la hizo sentir segura. Conocía la humillación y la vergüenza, la rabia, así como las ganas de huir sin tener dónde esconderse. Algo en la postura de Sam le decía que tal vez ella era más fuerte, pero Angelina no pudo evitar viajar al pasado mientras veía a gran parte del alumnado ponerse en su contra.

Tal vez no sabía nada de la nueva Samantha, pero era su amiga de la infancia, la niña con la que alguna vez jugó a las muñecas. No se merecía eso.

Fue entonces cuando escuchó una voz conocida.

—¡Oye, Kyler!

Sus ojos buscaron inmediatamente al muchacho.

Miguel Díaz lucía a punto de estallar.

—¿Por qué no te callas la boca y dejas de ser un imbécil?

Dejó su bandeja sobre una mesa, acercándose a Kyler con los puños apretados a sus costados.

—¿Quieres otra paliza, Rea? —Kyler lo empujó—. Estoy listo para tu kárate de mierda.

Volvió a arrojar sus manos contra el pecho de Miguel, alejándolo con más fuerza hasta hacerlo chocar contra una mesa. Mientras el chico se reincorporaba, Angelina observó la forma en la que apretaba los dientes. Todo él desprendía frustración, una impotencia oculta que parecía haber sido acumulada desde hacía mucho tiempo, pero que ahora estaba lista para ser liberada. Parecía una persona diferente a la que había conocido aquella mañana: confiado, listo para la acción.

«¿Qué demonios estás haciendo, Miguel?», se preguntó, mordisqueando su labio inferior ante los nervios.

—No es kárate de mierda —dijo el moreno, empleando un tono más serio y temerario. Sin previo aviso, Kyler lanzó un puño en dirección al rostro de Miguel, pero él lo detuvo sin dificultad, desviando su brazo en un agarre que incluso desde lejos parecía letal—. Es Cobra Kai.

El chico encestó un puñetazo en la nariz de Kyler, y entonces el caos se desató.

Sucedió demasiado rápido.

Los labios de Angelina cayeron entreabiertos mientras veía a los secuaces de Kyler atacar a Miguel. Movimientos despiadados, golpes, patadas y empujones; todo mezclado en una nube de exclamaciones por parte del público y decenas de teléfonos grabando la escena. Aunque eran cuatro contra uno, Miguel fue esquivándolos poco a poco, lanzando ataques en los momentos correctos y moviéndose con una precisión que Angelina solo había visto en el ballet, nunca en la vida real.

Kárate.

Estaba familiarizada con el término. Daniel LaRusso, el padre de Samantha, era un antiguo campeón de kárate en el Valle, donde aquel tipo de combate solía tener gran popularidad en los ochentas. Recordaba un par de ocasiones en las que el señor LaRusso la invitó a entrenar junto a Sam, pero Angelina siempre estuvo centrada en el ballet, y sus padres —ambos embajadores, siempre de viaje alrededor del mundo— le habían dado estrictas instrucciones, las cuales le impedían practicar cualquier actividad peligrosa mientras ellos no estuvieran presentes.

Era la primera vez que presenciaba una pelea de verdad, más allá de los combates ligeros entre Sam y su padre. No obstante, la mente de Angelina estaba programada para reconocer técnica en cualquier sitio.

Como bailarina, sus ojos se hallaban entrenados para identificar la incongruencia entre acciones descuidadas y pasos exactos, estudiados, por lo que no tardó en encontrar la diferencia entre Miguel y los otros chicos. Al contrario que los amigos de Kyler —quienes se dejaban llevar por la fuerza bruta—, el moreno aplicaba movimientos metódicos, ágiles, y cargados de naturalidad. Parecía recurrir a la ofensa, golpeando primero siempre que podía, por lo que Angelina supuso que la persona que le había enseñado a desplazarse de aquella manera basaba su táctica en la fuerza, pero también en el uso del ingenio; Miguel había sido lo suficientemente hábil para tomar una bandeja de una de las mesas y utilizarla contra sus enemigos.

Quizás no parecía el más fuerte, tal vez no era el más alto ni el más grande, pero se manejaba con una destreza incomparable. Como una cobra, reptando entre cuatro leones, reconociendo el momento perfecto para clavar sus colmillos.

Miguel Díaz no atacaba como un monstruo.

Luchaba con arte.

A pesar de que Angelina reconoció que la agresividad de una pelea era totalmente contraria a la delicadeza del ballet, quedó prendada ante la libertad desconocida en aquello que Miguel estaba haciendo. Una libertad atractiva, tentadora, que las mayas apretadas y la música clásica no le habían permitido conocer.

Quizás era un engaño de su mente, pero, cuando se topó con los ojos de Miguel, quien se elevaba triunfante sobre una mesa, sintió que algo ardía en el interior de su pecho.

⊱ ✠ ⊰

Había pasado un día desde la pelea en la cafetería, y la señora Miller decidió demostrarle a sus alumnos que la violencia tenía graves consecuencias al imponer uno de los proyectos más pesados que cualquier alumno podría imaginar: un exhaustivo trabajo de investigación de Literatura sobre la vida de los poetas más importantes de Estados Unidos, del cual dependería el sesenta por ciento de la nota final.

Un trabajo en grupo.

A Angelina le costaba a admitirlo, pero sabía que tenía cierta vena competitiva. Después de todo, aquello era lo que la había potenciado a alcanzar la cima en el ballet. Ahora que había aprendido a rendirse, sin embargo, sabía que aquello era algo que también debía hacer sola.

Trabajar con alguien más implicaría tener que acercarse, reunirse en bibliotecas o en la casa de alguno de los miembros, compartir números de teléfono, crear un vínculo.

No quería arrastrar a nadie a su vacío.

No obstante, como bien había dicho la señora Miller, su clase se basaba en la colaboración con otros compañeros, y las parejas que se habían establecido desde el principio de curso se mantendrían así para todos los trabajos. Al no ser pares, la señora Miller había dado el derecho a uno de los estudiantes de la clase a trabajar solo, pensando que tener un grupo de tres sería injusto para el resto; Eli Moskowitz, demasiado tímido para su propio bien, había levantado la mano antes de que Angelina siquiera pudiera abrir la boca para ofrecerse como la alumna sobrante.

Y así fue como acabó siendo la pareja de Miguel Díaz, quien por alguna razón solo había recibido una tarde de detención después del alboroto causado el día anterior.

Era irónico, pensó, que el destino estuviese tan empeñado en poner en su camino a la misma persona que estaba tratando de sacarse de la cabeza.

Y, tan impertinente como siempre, la mala suerte volvió a tenderle una trampa, pues lo primero que vio al cerrar su casillero fue el amable rostro de Miguel.

—Entonces... somos pareja, ¿no? —El moreno le sonrió, pero reemplazó el gesto por una mueca arrepentida en cuestión de segundos—. Eso sonó mal.

Angelina no pudo evitar soltar una risita ante la expresión del muchacho. Ignoró el calor que se acumuló en sus mejillas, y se concentró en morder su labio inferior para intentar ocultar una sonrisa.

—¿Así que sí puedes reír?

La pregunta de Miguel, combinada el brillo divertido tras sus ojos, cayó como un balde de agua fría sobre sus huesos.

Tensó la espalda, irguió el cuello. Tenía que corregirse.

Estaba bajando la guardia.

—Lo siento —murmuró, apartando la mirada con la mandíbula apretada.

—¿Que lo sientes? Hazlo las veces que quieras. —Angelina no dijo nada, y las comisuras del chico bajaron ante el repentino silencio. Aclaró su garganta, rascando su nuca con incomodidad—. Um, bueno, sobre el trabajo de la señora Miller...

Pero ella no lo estaba escuchando.

Una imagen de Miguel golpeando a Kyler pasó por su mente, y su boca se movió en un acto de reflejo.

—Lo que hiciste en la cafetería fue... —Apretó los labios en cuanto se percató de que lo había interrumpido. Suspiró, cerrando los ojos en un intento por recobrar el control—. Perdón, otra vez. No quería interrumpirte.

—Oye, —El rostro de Miguel recuperó la luz que tanto lo caracterizaba—, ahora no puedes dejarme con la duda.

Asombroso —respondió, sin siquiera tener que pensárselo dos veces—. Fue asombroso.

—¿Eso crees?

La sonrisa de Miguel adquirió un matiz de timidez, pero había un destello en su mirada que dejó a Angelina sin aliento. La chica trató de encontrar su voz, pero parecía haberse quedado atascada en su estómago.

Finalmente, encontró sus palabras.

—La manera de pelear. —Asintió de manera inconsciente; , era eso—. No fue... no fue una simple pelea.

Sus movimientos, la bruta elegancia en sus patadas, la manera en la que mantenía perfectamente el equilibrio cuando giraba sobre sus propios pies.

Le recordó a una coreografía, de esas que tanto le gustaba practicar en el estudio de baile. Y sabía que era irracional, que la agresividad tras los golpes de Miguel no se comparaba con la suavidad de una pirueta, pero el momento le había hecho sentir una especie de confort, de calidez, que había echado de menos en los últimos meses.

Era estúpido. Sabía que era estúpido.

Pero no podía evitar que su corazón latiera más rápido, emocionado, cuando se imaginó a sí misma en la posición de Miguel, volviendo a usar su cuerpo para algo más que simplemente sobrevivir.

—Es kárate. Mi senséi me enseñó todo lo que sé, pero lo de ayer tampoco fue la gran cosa... Ya sabes que Kyler es un imbécil, alguien tenía que ponerlo en su lugar.

—Defendiste a Sam —musitó—. Los otros solo lanzaban puñetazos al aire, pero tú sabías lo que estabas haciendo. —No pudo evitar sonreír—. fue la gran cosa.

Miguel le devolvió el gesto, pero luego pasó a analizarla de arriba a abajo. Por su parte,Angelina se sintió súbitamente nerviosa ante la inocente intensidad en la mirada del muchacho. Sin embargo, no se movió, demasiado tiesa como para permitir que sus músculos respiraran; ya era prácticamente una costumbre, pues aquella rigidez era lo que solían exigirle sus instructores en el Teatro de Ballet Estadounidense.

—Tú también podrías aprender a hacerlo. —Miguel volvió a enfocarse en el rostro de la chica con nueva chispa en sus pupilas, como si estuviera tramando algo conforme hablaba—. Senséi solía decirme que es mucho más fácil cuando ya tienes la costumbre de estar de pie de cierta manera. Estás muy recta, se nota que tienes equilibrio... Esas fueron algunas de mis primeras lecciones. —La señaló de arriba a abajo, enfatizando su punto—. Creo que eso no te haría falta, y senséi está buscando nuevos alumnos.

Angelina no pudo contener las ganas de bufar por lo bajo.

¿Ella? ¿Pelear? Imposible. Se caería antes de siquiera intentar dar una patada.

Su pierna no aguantaría. Sus brazos se habían vuelto demasiado débiles, pesaba menos de lo que debería, y vivía en un constante estado de cansancio que apenas le permitía levantarse de la cama. La tía Collette le había dicho que su cuerpo estaba fabricado para el ballet y nada más que el ballet.

Angelina se hallaba convencida de que aquello era cierto.

Su alma solo reclamaba un par de zapatillas, bailar al compás de la música.

—Me gustaba el ballet —se limitó a explicar. Trató de mantener sus ojos fijos en los de Miguel, pero la presión que se ejerció en su diafragma mientras pensaba en el pasado la obligó a mirar hacia abajo.

—¿Eras bailarina? Tuve que suponerlo. Las bailarinas siempre son... bueno, bonitas. —Cerró los ojos, sacudiendo la cabeza con vergüenza—. Mierda. Lo siento, lo siento. No dije nada —repitió, excusándose con rapidez—. Pero... ¿Te gustaba? ¿En pasado?

Me gustaba. —Asintió con lentitud, obligándose a tragar el amargo sabor en su boca—. Ya no es lo mío.

Una parte de ella quiso retractarse al notar lo cortante que había sonado su voz. Por otro lado, sabía que necesitaba cambiar el tema.

—Oh. —Miguel la observó con atención, carraspeando. La rubia no pudo leer exactamente la emoción oculta tras su expresión, pero creyó identificar confusión, arrepentimiento, y quizás, solo quizás, una pizca de curiosidad—. Bueno, la oferta sigue en pie.

—Gracias —susurró, y esta vez estaba siendo sincera.

Y es que era la primera vez que alguien la había invitado a participar de algo—sin saber quién era, sin conocer su talento, sin interés.

Pero no, aceptar aquella invitación no era una opción. Porque acabaría en el suelo, perdería, y aquello le aterraba.

Un suspiro ahogado escapó de sus labios, y entonces volvió a a enfrentar a Miguel: —¿Querías decirme algo sobre el trabajo de la señora Miller?

—Ah, sí, eso —murmuró, como si apenas acabara de recordarlo—. Pues estaba pensando en que empezáramos ya. Tenemos un mes para acabarlo, pero es bastante largo y... Digamos que estoy entrenando más últimamente, y no voy a dejar que lo termines haciendo todo tú sola. —Le dedicó otra de sus pequeña sonrisas, ligeramente apenado—. Solo si quieres, claro.

—De acuerdo —respondió después de un par de segundos; después de todo, cuanto antes terminaran, más fácil sería dejar de pensar en él—. Cuando quieras.

—¿Mañana mismo?

—Perfecto.

—Genial.

La sonrisa de Miguel se hizo más grande.

Y Angelina supo que estaba arruinada.

⊱ ✠ ⊰

Desde el preciso instante en el que puso un pie dentro del apartamento de la familia Díaz, un aroma exquisito se coló por sus fosas nasales.

—Bueno... bienvenida.

Intentó responderle al muchacho, pero sus sentidos habían caído víctimas de aquel olor a especias y carne asada, combinado con un toque dulce que no pudo identificar. Era su segundo día en la escuela y su tercer día en el Valle después de ocho años sin visitar su ciudad natal, pero también era la primera vez que iba a Reseda.

Se trataba de una zona bastante humilde de California, donde las familias menos adineradas encontraban refugio. Por naturaleza, tanto los Bellerose como los LaRusso habían vivido en las ricas calles de Encino desde que tenía memoria, y sus padres la encerraron en su propia burbuja hasta que se mudó a Nueva York junto a su tía, donde pasó a vivir en un barrio aún más caro. Angelina nunca sufrió de problemas enconómicos, jamás tuvo derecho a quejarse ni de comparar su situación con la de sus compañeros, que era prácticamente igual a la suya—a veces se sentía culpable, pensando en todo lo que tenía y que no necesitaba, pero siempre le habían recalcado que tenía suerte, que no podía quejarse de nada; para Collette, el dinero era la esencia de la vida. Sin embargo, cuando entró al complejo de departamentos donde se alojaban Miguel y su familia, se percató de que la casa de la familia Díaz, pequeña y adorable, era tan agradable como la gigante mansión de los LaRusso.

Reseda era extrañamente reconfortante.

El delicioso perfume a comida era lo más llamativo de la estancia. Angelina nunca tuvo uno de esos llamados platillos de consuelo de los que Samantha alguna vez le había hablado; a ella, por ejemplo, le gustaba comerse un buen plato de macarrones con queso cuando estaba triste, y lo mismo sucedía con la mayor parte de los niños que llegó a conocer cuando era pequeña. No obstante, durante las pocas veces que su padre estaba en casa, solía prepararle un plato propio de su país de origen: tartiflette, una delicia francesa, cargado de patatas, queso y tocino.

Aquellas fueron de las pocas ocasiones en las que pudo disfrutar de alimentos no considerados adecuados para una bailarina; cuando se mudó con la tía Collette para dedicarse a la danza profesionalmente, tuvo que despedirse de su querido tartiflette, así como del resto de comidas chatarras.

Desde entonces, apenas tenía apetito.

Fue entonces cuando se dio cuenta de que hacía mucho tiempo que no había sentido hambre, hambre de verdad. El olor en el departamento de Miguel, sin embargo, logró que se le hiciera agua la boca.

—Mamá está trabajando, así que estamos prácticamente solos. Espero que no te moleste... —añadió el muchacho, depositando su mochila sobre el sofá de la pequeña sala de estar.

Dijo un par de cosas más, pero Angelina realmente no lo estaba escuchando.

—Huele muy bien —murmuró la rubia, perdiéndose en la apariencia acogedora de la estancia.

—Oh, esa es...

El moreno no pudo acabar la frase.

Miggy, aleja a tus invitados de mi cocina. —Una mujer de unos sesenta años de edad entró a la sala con un delantal encima, hablando en un idioma que Angelina rápidamente identificó como español. En cuanto los ojos de la anciana la encontraron, se detuvo; su ceño se transformó en una enorme sonrisa—. Ay, Dios, mi nieto por fin trajo una chica. Parece una muñequita, ¡pero está muy flaca!

—... mi abuela —terminó Miguel, soltando un suspiro pesado. Sin embargo, aunque parecía avergonzado ante lo que había dicho la anciana, la miraba con un inconfundible toque de cariño—. Ella es Angelina.

—Es un placer conocerla —aportó la muchacha, elevando la cabeza en un intento por dar una buena impresión. No obstante, no podía negar el hecho de que la anciana, a pesar de su baja estatura, era sorprendentemente intimidante.

Tendré que decirle a tu madre que ya estás trayendo novias a casa.

Los ojos de Miguel se abrieron de par en par: —No es mi novia, yaya. Tenemos que hacer un trabajo para la escuela, eso es todo.

La rubia se removió disimuladamente, luchando por ocultar su incomodidad. De alguna manera, el simple hecho de no entender lo que estaban diciendo le recordaba que ella no pertenecía en ese lugar. Angelina era bilingüe, pues manejaba perfectamente el inglés y el francés; el español, por otra parte, no era uno de sus fuertes.

¿Y si la abuela de Miguel estaba diciendo que no la aceptada? ¿Y si había notado la cojera de su pierna? ¿La había disimulado correctamente, o le estaría diciendo a su nieto que su invitada tenía algo malo?

«No lo pienses tanto», le susurró la parte más fría de su conciencia. «Estarás aquí unas cuantas veces para trabajar y nada más. Enfócate».

Tu madre decía exactamente lo mismo cuando traía a alguno de sus imbéciles a la casa —continuó la mujer, elevando una ceja. Miguel tapó su rostro con una de sus manos a la par que soltaba un gruñido frustrado—. No, nada de trabajar ahora. Acaban de llegar de la escuela y primero van a comer algo, así que los quiero sentados ahora mismo. —Dejó la severidad de manera momentánea, dedicándole una sonrisa a Angelina—. Soy Rosa. Bienvenida a casa —se presentó, esta vez hablando en un inglés básico—. Más te vale cuidar a tu invitada, Miggy.

—Lo sé, yaya.

Rosa se retiró a la cocina, y Miguel y Angelina quedaron solos en la sala.

El muchacho bajó los hombros, como si estuviera descargando la tensión acumulada. Sus mejillas se habían tintado de un color rojo casi imperceptible sobre el tono moreno de su piel, pero estaba claramente avergonzado. No tardó en guiar a Angelina hasta la mesa del comedor, todavía sin decir nada.

—¿Miggy? —Angelina no pudo evitar preguntar, dedicándole una pequeña sonrisa.

—Apodo de familia. Lo sé, es tonto.

—Me gusta ese apodo, Miggy.

Miguel la miró con los ojos entrecerrados; sin embargo no escondió su sonrisa: —Oh, no, no empecemos...

—No he hecho nada, Miggy.

Antes de que Miguel pudiera contraatacar, Rosa puso un plato rebozando de comida frente a cada uno de ellos.

Angelina creyó que el olor no podía ser mejor, pero ahora que veía el platillo, cargado de algunos alimentos desconocidos que lucían increíblemente apetecibles, supo que estaba equivocada.

Eres un ángel. —De repente, la mujer la cogió ligeramente de las mejillas, palmeándolas con suavidad. Lejos de ser molesto, el toque era maternal, cálido—. Anda, come. Ya eres bonita, pero parece que el viento va a llevarte en cualquier momento. ¿Te alimentan bien en casa?

Angelina se sonrojó, avergonzada. Trató de explicarle a la anciana que no podía entenderla, pero no sabía cómo expresarlo.

—¡Yaya! —exclamó Miguel, aparentemente enojado.

No me faltes el respeto, muchacho. Yo diré lo que quiera.

Rosa se retiró nuevamente después de escudriñar a su nieto con la mirada. Miguel, por su parte, empezó a comer en silencio; mostraba una expresión ácida en el rostro, y Angelina comprendió que lo que fuese que había dicho la anciana no le había hecho demasiada gracia. Sin saber si debía decir algo o quedarse callada, se limitó a probar la comida y, en el instante en el que sus papilas gustativas hicieron contacto con el primer bocado, no pudo parar de comer.

Estaba delicioso.

Parecía hecho con cariño, con sumo detalle. Era simplemente mágico.

Angelina decidió que, quizás, acababa de encontrar su propio platillo de consuelo.

No se había percatado de que Miguel había estado observándome desde que empezó a comer, con una sonrisa indescifrable en el rostro.

—Tú me llamas "Miggy", yo te llamaré "Ángel".

Angelina levantó la cabeza de un salto, dejando el tenedor a un lado al darse cuenta de que iba demasiado rápido.

¿Ángel? —preguntó, en un intento fallido por replicar la pronunciación de Miguel. Estaba claro que se trataba de una palabra en español, pero sonaba extrañamente similar a su nombre—. ¿Lo que dijo tu abuela antes?

—Sí, eso. Significa literalmente ángel, pero pronunciado diferente. Como si fuera tu nombre en español... Um, mi familia es de Ecuador. —Angelina asintió, comprensiva, y con un ligero rubor en las mejillas al pensar en el significado del apodo que Miguel le había asignado. Quiso decir algo más, pero el deseo de comer ganó la batalla; el moreno rio al verla recoger el tenedor con ansias—. Tengo que ir al baño mientras tú intentas no atragantarte. Ya vengo.

Justo cuando Miguel desapareció de su vista, la abuela Díaz se sentó en el comedor con su propio plato.

—Todo ha ido tan bien para Miguel desde que empezó a hacer kárate, ¿sabes? —La mujer empezó a hablar con ímpetu, cometiendo un par de errores de pronunciación. Sin embargo, Angelina la entendió a la perfección—. Su madre lo mimó demasiado, siempre le faltó confianza. Pero ahora... Es como si hubiera descubierto su cara oculta. Oh, ¡y míralo! ¡Ahora hasta tiene novia!

» La mejor decisión de su vida, sin dudas. Ya era hora de que ese muchacho aprendiera a defenderse.

El término 'novia' escapó la boca de Rosa con extrema facilidad, pero Angelina no se atrevió a corregirla, demasiado distraída mientras analizaba las palabras de la anciana. Sintió que su corazón galopaba más fuerte, sin razón, como si estuviera tratando de mandarle una señal.

Pero no podía captarla.

—Miguel es un buen chico, y ha tenido una vida tan dura... —siguió Rosa—. Merece estar orgulloso de sí mismo.

Mientras acababan de comer, solo pudo pensar en que así era como se sentía ella cuando bailaba.

⊱ ✠ ⊰

Angelina Bellerose no recordaba lo que era que el tiempo volara.

Desde su accidente, los días se le hacían largos, interminables; como una tortura de la que, creía, no podría escapar nunca. Los meses le habían enseñado a soportarlo mejor, pues sabía que nunca podría escapar de aquello, pero, en ocasiones, cuando no podía cerrar los ojos sin ver la cicatriz que tenía en la rodilla tras sus párpado, llegaba a pensar que enloquecería en cualquier momento.

Aquella tarde, sin embargo, pasó en un abrir un cerrar de ojos.

La señora Miller se había encargado de orquestar uno de los peores trabajos a los que Angelina se había podido enfrentar; luego de años siendo educada por tutores privados, estaba acostumbrada a otro tipo de dinámicas. No obstante, Miguel había encontrado la forma de hacer la carga más amena.

Entre cada dato que buscaban, entre cada poema que analizaban y cada error que cometían, el muchacho le hacía una pregunta sobre sus gustos. En un principio, Angelina se había negado a responder con completa transparencia, escéptica ante el simple hecho de pensar en abrirle las puertas a su pequeño mundo, pero la tensión desapareció de un momento a otro, cuando menos lo esperaba. Incluso logró pensar en algunas preguntas para Miguel, y aprendió que su color favorito era el rojo, que solía ser malo en los deportes, que antes de empezar a practicar kárate tuvo asma, que realmente era un gran nerd, y que su senséi —un hombre al que parecía tenerle mucho respeto— se llamaba Johnny Lawrence.

Descubrió que eran muy diferentes, pero que también tenían muchas cosas en común.

—¿Has tenido novio? —la pregunta salió de los labios de Miguel con completa inocencia. Distraído, el muchacho seguía tecleando en su ordenador, sin percatarse de que Angelina se había quedado congelada ante la pregunta.

—No —murmuró después de un par de segundos, obligándose a continuar trabajando. Evitó la tentación de mirarlo cuando sintió sus ojos sobre su perfil, analizando la pantalla de su portátil sin realmente saber lo que estaba buscando—. Solo he dado un beso.

Un beso. Un beso con la misma persona que acabó triturando sus huesos al día siguiente.

La segunda parte de la historia tendría que quedarse como un secreto.

—Bueno, —Miguel soltó una risa baja—, en eso me has ganado. Yo no he hecho absolutamente nada. Demetri dice que es patético, y que ahora que estoy con Eli y él en el almuerzo no pasará hasta que cumpla los treinta...

—¿Demetri?

—No lo conoces todavía. Es el tercer miembro de mi pequeño club de perdedores.

—No digas eso...

—Kyler ya me molestaba antes de entrar a West Valley. —Se encogió de hombros, tratando de parecer indiferente. No obstante, Angelina detectó un cúmulo de frustración entre sus cejas—. Y senséi dice que tengo que besar una chica, pronto, pero...

—Mientras más lo busques, más tardará. O eso dicen, al menos —recitó, recordando aquella frase que su madre le había dicho por teléfono alguna vez. La curiosidad, sin embargo, comenzó a burbujear en su lengua cuando Miguel no dijo nada más—. ¿Te gusta alguien?

Se arrepintió de hablar casi al instante.

No supo por qué, pero su respiración se detuvo en cuanto vio cómo la expresión de Miguel cambiaba. Algo apareció en su rostro, algo que no pudo descifrar.

De pronto, comprendió que realmente no quería escuchar la respuesta.

—Samantha LaRusso. —El nombre se escurrió fuera de la boca de Miguel como un susurro. Sus ojos encontraron los de Angelina, y ella se vio incapaz de apartar la mirada—. Raro, ¿no? —rio ligeramente—. Gente como tú y como ella están completamente fuera de mi liga.

Gente como tú y como ella.

Pero a Miguel le gustaba Samantha.

Angelina sintió que algo en su estómago le molestaba. Se acomodó en su asiento, intentando ignorar la sensación, pero, con cada bocanada de aire, la molestia se hacía más fuerte.

—Yo... Vivo en casa de los LaRusso —se atrevió a hablar después de casi un minuto. Su voz, sin embargo, sonó más baja de lo que pretendía—. La conozco desde que éramos niñas. —Le sonrió, pero sus comisuras se sentían demasiado rígidas—. Es perfecta.

Un súbito silencio se instauró en la sala.

Y Miguel fue el primero en romperlo.

—¿Y tú? —cuestionó—. ¿Tú qué eres?

Angelina no dudó en su respuesta.

No lo sé.

—Pues lo descubriremos, Ángel. —El chico la miró con una sonrisa. Posteriormente, su rostro adquirió un matiz de diversión—. Solo si vienes conmigo a Cobra Kai, claro.

Una hora después, cuando Angelina llegó a casa de los LaRusso, se dio cuenta de que un trozo de papel arrugado había caído en su mochila. Se trataba del dibujo de una pequeña cobra; el boceto era descuidado, quizás un poco infantil, pero estaba acompañado de una corta frase, encerrada en una burbuja de diálogo que provenía de la boca de la serpiente y acompañada de una carita sonriente.

"¿Sabías que los ángeles también pueden ser cobras? Te dejo esto, solo por si finalmente decides venir".

Al lado, en letras más pequeñas, aparecía la dirección de aquel dojo al que cierto chico moreno no había dejado de invitarla.

Leyó el mensaje un par de veces, identificando la califrafía que había llegado a ver en una de sus libretas, y tuvo que aceptar que Miguel y ella serían inseparables.

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𝔫𝔬𝔱𝔞 𝔡𝔢 𝔞𝔲𝔱𝔬𝔯𝔞  ⊰

¡segundo capítulo de «𝐕𝐎𝐈𝐃»!

¡no saben cuánto he disfrutado de escribir este capítulo!

sí, el primer borrador que publiqué de esta parte de la historia era completamente diferente (por eso recomiendo leer todo el capítulo nuevamente, si es que llegaron a ver cómo era antes). me gustaba, y de hecho conservo prácticamente el mismo capítulo para la siguiente parte, pero quería incluir una primera interacción más profunda de Miguel y Angelina para sentar las bases de su amistad, así como la atracción que nuestra niña siente (y no quiere reconocer) hacia Miguelito.

los sentimientos no correspondidos entre futuros mejores amigos >>>

como habrán podido notar, estoy plasmando una relación de amistad ligeramente apresurada, más que nada porque quiero recalcar que Angelina y Miguel tienen una gran conexión desde el primer momento. espero de verdad que eso les agrade.

en cuanto a las preguntitas:
¿cuál fue su parte favorita de este capítulo (si es que la hay)? ¿disfrutan de este tipo de escenas entre los protagonistas?

y ahora sí, me despido.

¡dejen un comentario, voten y compartan!

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