𝟎𝟏🍭๑ El misterioso chocolatero

Màu nền
Font chữ
Font size
Chiều cao dòng

❄️𝓒𝐇𝐀𝐏𝐓𝐄𝐑 𝓞𝐍𝐄❄️
The mysterious chocolatier

➺🎄Los niños siempre dicen la
verdad y los adultos no son de fiar.

              𝐄𝐋 𝐀𝐓𝐀𝐑𝐃𝐄𝐂𝐄𝐑 𝐒𝐄 𝐀𝐏𝐎𝐃𝐄𝐑𝐀𝐃𝐀 𝐃𝐄𝐋 𝐃𝐈́𝐀 𝐂𝐎𝐌𝐎 𝐋𝐀 𝐍𝐈𝐄𝐕𝐄 𝐃𝐄 𝐋𝐀𝐒 𝐂𝐀𝐋𝐋𝐄𝐒.

Era magnífico ver cómo los transeúntes londinenses —en especial, los niños— salían del reconfortante hogar agazapados en el rincón de sus chimeneas para dar vida a sus aventuras imaginarias sobre hielo.

La mayoría iban a patinar al río Támesis bajo el Puente de Londres que se encontraba totalmente congelado. Otros, los enamorados, se vestían con sus mejores galas para pasear por las calles residenciales. La actividad comercial de los pequeños mercados bullía y con ello, las risas, los carruajes y las emociones.

Por no hablar de los ojos infantiles, amables y piadosos; tocados por la mano bendita de la Navidad, de los niños que iban y venían de un lugar a otro para componer villancicos por las calles.

En un mar de luces, farolillos y guirnaldas, también se encontraba el gran Big Ben que, con su imponente tamaño, nos daba la bienvenida a un nuevo día y la despedida de una jornada que ya pasó. El retumbar del campanario hacía que los tiempos remotos cobraran vida ante nuestros ojos porque... ¿qué era del tiempo sin su mayor aliado? La paciencia. Aquella que esclarece todo bajo el atento ruido de las campanadas de un reloj que aunque su campana había sido sustituida hace un tiempo por una más pequeña, todavía ofrecía la magia de su antecesor.

Desde mi estancia y a través de la gran ventana, se podía ver la cara que señalaba el cuarto del reloj con su famosa frase: "All through this hour, Lord be my guide, and by thy power, no foot shall slide". Lo que se traduciría como: "A lo largo de esta hora, Señor, sé mi guía y por tu poder, ningún pie se deslizará".

Pero, sin duda, la que más impresionaba era la frase en latín que estaba escrita en oro en cada de sus caras: "Domine salvam regiman nostran, victoriam primam" ¿Conocéis la famosa interpretación al español? "Señor, mantén a salvo a nuestra reina Victoria".

Cuando lo estudiaba, me daba cuenta de todo lo que había tenido que vivir; de todo lo que había observado e incluso, de todo por lo que sus paredes antiguas habían tenido que ser testigos a lo largo del transcurso de la historia.

Era un momento mágico cuando los cristales de nieve cubrían cada una de sus caras y los tejados de las casas, llenando de nieve todas sus calles; fieles testigos de todas las travesuras inocentes que hacían los niños cuando se tiraban copos entre ellos.

Pero otros jóvenes, otros como yo y como mi hermano Fritz, se quedaban en sus lugares.

Os preguntaréis: ¿Haciendo el qué? ¿Debe de ser aburrido, verdad?

Pero lo cierto es que no.

No era para nada aburrido.

Nos entreteníamos investigando cada causa física de algo que supuestamente se veía como un vestigio natural como la ley de la gravitación universal, que establece que todos los objetos en el universo ejercen una fuerza de atracción gravitacional entre sí. 

—Fritz, ahora quédate muy quieto —susurré atrapando entre mis manos una cerilla de fuego para prender la vela. Nuestros rostros absortos en el globo aerostático de juguete se iluminaron bajo la tenue luz anaranjada cuando el objeto comenzó a elevarse lentamente—. Con ciencia, mecánica y un poco de suerte lo conseguiremos.

Apagué la cerilla con un leve suspiro y me di cuenta que Fritz miraba emocionado cómo la vela hacía que el globo empezara a flotar por encima de nosotros.

La vela es la parte del globo que se hincha de aire y hace que se eleve. La habíamos hecho de nylon, un tejido delgado y de poco peso pero que garantiza una resistencia y durabilidad a lo largo de todo el trayecto del vuelo.

Aproveché que estaba en silencio para seguir explicándole.

—Primero, tenemos energía porque el calor de la vela hace que el globo se eleve. —Poco a poco, estaba más lejos de nosotros y la luz titubeante iluminaba la parte más oscura de la buhardilla. Su parte inferior era tan resistente que movió una manivela que habíamos puesto en nuestro circuito para dar comienzo a la rotación de los movimientos, lo que formaría el famoso efecto dominó—. La bola es impulsada y golpea al mono que pivota hacia el fuelle.

—El aire que expulsa el fuelle —explicó Fritz que contemplaba cada movimiento con ahínco—: hace avanzar al barco por la delicadeza de sus velas. —Cuando el barco cruzó la tabla de madera, tiró cada uno de los libros que habíamos colocado anteriormente. Uno sobre otro.

El último libro rozó la hilandera antigua que empezó a rodar con su peso. El movimiento de la ancha rueca hizo posible la marcha de un muñeco que usaba una bicicleta tipo Penny Farthing —también llamado biciclo— a través de un elástico fino.

—Y así queda demostrada la tercera ley de Newton, según la cual toda acción tiene una reacción igual y...

—¡Opuesta! —me interrumpió él con entusiasmo. El biciclo reaccionó en su última trayectoria tirando un bastón que, con su peso y el movimiento brusco de su naturaleza, rompió el elástico que mantenía la jaula en alto. Cayendo de golpe sobre una tableta de chocolate que habíamos puesto como cebo—. ¡Sí!

Fritz corrió hacia su premio pero justo cuando lo iba a atrapar entre sus manos, la entrada de la buhardilla se abrió y tiró la jaula. La tableta cayó hacia el lado opuesto.

Era nuestro tío Drosselmeyer, el mismo que se había hecho cargo de nosotros desde que nuestros padres fallecieron.

—Aquí estáis, granujillas —nos confesó con una media sonrisa que no disimulaba su cansancio al subir las escaleras—. Os he buscado de arriba abajo, estoy agotado.

—¡Estábamos aprendiendo ciencia para conseguir nuestro premio! —Fritz corrió hacia la tableta de chocolate y se lo enseñó a nuestro tío—. Es la única que tenemos y se nos ocurrió crear un reto con ella como si se tratara realmente de un premio a conseguir.

A diferencia de otras familias, nosotros éramos de clase baja. Conseguir chocolate era algo que muy pocos tenían el privilegio de obtener, de modo que siempre que conseguíamos una tableta, hacíamos este tipo de actividades para que durara más en casa.

Y así también, aprendíamos el valor de compartir.

Nuestro tío se precipitó a decir:

—He oído que vendrá un joven en estos días a Londres, un poco más mayor que tú, Violet —me señaló con cierto entusiasmo en su voz. Por un momento casi pensé que me había buscado un pretendiente, qué horror—: Escuchando hablar de chocolate, me ha sido inevitable no pensar en él ¡Puesto que es chocolatero! —Fritz ahogó un grito de emoción—. Ciertamente no sé qué pensar sobre ello. Ya sabéis que hay muchos cotilleos en la sociedad londinense: cotilleos de los cuales y la gran mayoría suelen acabar en falacias. Aún así, no pasa nada por creer en algo de esta gran noticia, ¿verdad?

Fritz se las arregló para aplaudir mientras dividía la tableta en tres partes.

—Entonces... ¡Entonces puede que sea verdad y nos dé mucho chocolate!

Miré a mi tío con el ceño fruncido. Además de la sociedad, él también era propenso a decir mentiras con tal de emocionar a Fritz.

Mentiras de las que después sufría con tal de hacerlas realidad.

—Los niños siempre dicen lo que piensan —confesé con sinceridad—: y los adultos no son de fiar.

—¡Pero Violet! —Fritz me dio un golpe suave como si yo fuera realmente la aburrida de esta historia—. ¡No pienses así! ¡Yo sí creo en que ese señor venga a Londres!

Se tomó su tiempo para darme la parte que me tocaba del chocolate.

—¿Señor? Nuestro tío ha dicho claramente que es un poco mayor que yo —le recordé mientras me llegaba el olor del cacao a mis fosas nasales al aceptar la pequeña limosna que me había dado—. ¿Acaso te parezco a una señora?

Sí, aprendíamos el valor a la hora de compartir la comida pero eso no era del todo ajustable cuando el alimento era precisamente el chocolate.

Y a mi hermano le encantaba el chocolate.

—No lo pareces, lo eres. —Fritz me guiñó un ojo para molestarme.

Drosselmeyer actuó antes de que empezáramos a discutir.

—Sea lo que sea —dijo a toda prisa—: lo discutiremos abajo. Dentro de poco, cenaremos.

Fritz se dirigió a él para darle la tercera parte de la tableta, si bien a regañadientes.

—¡Oh, no, no! Soy alérgico al chocolate pero gracias —respondió nuestro tío con agradecimiento—. La última vez que me comí una chocolatina, no paraba de... tirarme gases en el trabajo. Un momento de lo más vergonzoso que jamás olvidaré.

A eso se le llama la ley de los gases ideales, pensé.

—Pues es una maldición ser alérgico al chocolate —balbuceó Fritz por lo bajo y sin perder tiempo, se comió rápidamente la parte que le tocaba a Drosselmeyer—. Una completa maldición porque está buenísimo. —Era su forma de pedir disculpas.

Yo apenas les hacía caso porque mi mente estaba divagando en mi propia imaginación.

¿Realmente era verdad que existía ese chocolatero?

Miré el chocolate que aún reposaba en mi palma.

Si es así, a Fritz le haría mucha ilusión conocerlo.

—Tío —dije y casi diría que de forma inconsciente al divagar entre tantas ideas—. ¿Cómo se llama ese chico? Ese al que llaman el chocolatero.

Un atisbo de alegría se asomó en el rostro de Drosselmeyer. Se acarició la barba con patilla en un gesto que apremiaba a la curiosidad.

—Toma. —Sacó del bolsillo de su gabardina una pequeña tarjeta dorada—. Envíale una carta y si existe, estoy seguro de que te corresponderá debidamente.

Cuando atrapé la tarjeta entre mis manos, no se me pasó desapercibido el brillo en la mirada de mi tío. Estaba segura de que algo sabía.

—Está bien —le respondí y mis ojos se pasearon por toda la tarjeta; sus letras eran grandes y negras, de un carácter muy estrafalario. Sea quien sea, le gustaba todo lo extravagante—. Supuestamente su dirección es desconocida pero su nombre sí que aparece. Willy... Willy Wonka.

—¿Y qué decías de que los adultos no son de fiar? —se mofó mi tío pero lo ignoré.

Aunque sin querer, claro. La tarjeta había inundado mis pensamientos.

—Qué nombre más raro —se sinceró Fritz que no paraba de mirar la tarjeta con curiosidad—. Me gusta.

—Puede que su dirección sea desconocida porque no está solo en un lugar sino en varios —me contestó Drosselmeyer con cierto aire misterioso—. Pero, según dicen, basta con escribirla y dejarla en tu propio buzón para que él la reciba.

—¿Entonces es como El Ratoncito Pérez? —preguntó Fritz con emoción—. ¡Oh! ¡Deberíamos escribir la carta, Violet! ¡Porfa, please!

Me miró con esos ojos de gatito. Esa mirada que era imposible de rechazar.

—Querrás decir que yo la escribiré... —La verdad es que Fritz era más de ciencias que de letras. A mí me gustaban ambas ramas; como podéis comprobar, pero me decantaba mucho más por el mundo de las letras. El de las historias y la escritura. El de las palabras inconclusas y las verdades creativas, el de la imaginación y la ilusión—. Está bien, la haré pero... todo esto me parece muy irreal. Es imposible que la encuentre y mucho menos que la lea.

—Solo confía —me dijo Drosselmeyer dando varias palmadas en el aire—. ¡Venga, vamos! ¡Hoy haremos sopa!

—Pues en ese caso... —susurró Fritz y me quitó el chocolate de la mano—: me quedaré con ganas de más carbohidratos para cenar. ¿Me dejas tu parte? ¡Porfa, please!

Otra vez esa mirada...

Agh, a veces la odiaba.

—Está bien... —Cuando le di la parte de mi tableta, en menos de cinco segundos ya la estaba masticando pero la verdad es que no me importaba.

Mi curiosidad estaba en otra parte.

—¡Oh, señorito! —exclamó nuestro tío mientras nos ayudaba a bajar—. ¡Ya sabes que no es muy sano tomar carbohidratos para cenar!

A Fritz no le importaba porque se estaba lamiendo los dedos y sus labios estaban manchados de diminutos trozos de chocolate.

—¡Y es de mala educación lamerse los dedos! —Siguió Drosselmeyer con esa voz tan nostálgica que poseía cuando nos regañaba.

Aunque, ¿sabéis qué hice después de cenar? No había pensado en el chocolate que no había probado —bueno, a lo mejor sí, un poco—. Más bien, hice otra cosa: una acción muy fácil de llevar a cabo con tan solo una hoja, pluma y tinta.

Y, sobre todo, imaginación.

Escribir la carta a ese tal chocolatero.

A ese tal... ¿Willy Wonka?

Por extravagante que fuera la situación, soñar era gratis.

¡Pero el chocolate no!

Con tan solo pensar que había alguien que podía enseñarnos cada tipo de chocolate y que llevaba consigo kilos y kilos de enseñanza, no podía dejar de imaginar al mismo tiempo la cara ilusionada de Fritz.

Sea real o no, al menos tenía que intentarlo.

¿Qué pensáis vosotros, mis queridos lectores? ¿Cómo os lo imagináis realmente? ¿Con o sin sombrero? ¿Cuerdo o no cuerdo? ¡Oh! Tal vez, incluso... ¡tenía chocolate negro!

☃️🎄¡Espero que os haya gustado!🎄☃️

🍬🍭Muchas gracias por el apoyo,
los votos y los comentarios.🍭🍬

💕🍫Entre más interacción haya en los capítulos,
más seguidas serán las actualizaciones.🍫💕

💗No olvidéis que para encontrar más contenido
y obras literarias, podéis apoyar mi perfil de IG.💗

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen2U.Pro