🐝 ━ Capítulo 1

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2009

El sol comienza a ponerse detrás del castillo de Stortfold, y su sombra oscura se extiende colina abajo, como cera derretida. Es un día frío y el café tiene algunos clientes que han venido por algunos panecillos, como Nina y Cherie. El par de señoras que siempre pasan varios minutos frente al aparador haciendo una y otra vez la misma pregunta:

— ¿Tiene demasiadas calorías?

Y entonces tengo que fingir que lo pienso, aunque ya sepa la mayoría de respuestas de memoria, pero luego los suavizo con alguna frase.

— Tiene doscientas veinte, pero dicen que si las comes de pie son muchas menos.

Ellas parecen entusiastas, entonces pronto me están pidiendo poner los panecillos en una bolsa para llevar. Cuando se marchan, me acerco a la mesa donde la misma anciana de sonrisa adorable me está esperando con una tetera y la segunda porción de pie de mora. Sus ojos gastados me miran en pequeñas medialunas y ya sé lo que quiere.

— ¿Le parece si la pongo para llevar?

Un pequeño asentimiento de cabeza y pronto estoy manos a la obra otra vez. Envuelvo el postre en un paquetito y se llevo. Justo en eso, me topo por Frank, el dueño. Él está volteando el cartel de la puerta y le miro extrañada, todavía es temprano para cerrar.

Yo sigo mi turno hasta que el último cliente se marcha y mi jefe me llama al despacho. Él no dice mucho, solo toma del escritorio un sobre y me lo pasa con un gesto angustiado. Se rasca la barba colorada y me mira con pena.

— De verdad lo siento mucho.

No hay más plática, solo sé que estoy recogiendo mi abrigo y caminando a casa a paso bastante lento.
Hay ciento cincuenta y ocho pasos entre la parada del autobús y la casa, pero pueden llegar a ser ciento ochenta si se camina sin prisa, como al llevar zapatos de plataforma. Al doblar la esquina, puedo ver la fachada de casa y el auto de mi padre afuera, lo que significa una sola cosa. No fue a trabajar.

Empujo la cerca de madera, meto mis llaves y pronto estoy dentro. Me quiero el abrigo suavecito y lo cuelgo sobre un perchero tratando de que los demás no se caigan. Adentro el aire es cálido producto de la calefacción, puesto que mi madre detesta el frío.

Escucho su voz desde la cocina, y resulta que allí encuentro a todos. Mi padre, ella, mi hermana y Thomas, mi sobrino y...falta alguien. Lo busco en su silla habitual y allí está, el abuelo jugando sudoku junto a la ventana.

— Hola abuelo ¿Quieres algo para beber?

Él asiente y voy a la nevera con la intención de servirle jugo de manzana, pero entonces recuerdo que es demasiado caro y no hemos comprado. Busco algo más y termino por llevarle un vaso con agua.

Mamá está cocinando y yo me siento en la mesa para descansar un segundo.

— ¿Vas a salir? — me dice

— No.

— ¿Y por qué estás en casa tan temprano? ¿Vendrá a cenar Kade?

Mi silencio llama la atención de mi padre y pronto me está examinando, como si buscara algo.

—  Cariño ¿Pelearon? ¿Es por eso que estás así?

Pero yo niego y suelto un suspiro pesado, sacando de entre mis manos el sobre con el dinero. Mi padre alza una ceja y lo toma.

— Me quedé sin trabajo. Frank cerrará el café y me pagó por tres meses.

Entonces pienso en que la mañana comenzó normal como cualquier otra. Conmigo levantándome de buen humor la mañana de lunes para llegar temprano a The Buttered Bun, encenderla enorme tetera de la esquina, traer del patio las cajas de leche y pan y charlar con Frank mientras nos preparábamos para abrir.
Me gustaban la calidez y el recargado aroma a beicon de la cafetería. La radio tocando en una esquina. No era un lugar a la moda: las paredes estaban cubiertas de escenas del castillo en la colina, las mesas aún lucían tableros de formica y el menú no había variado desde que comencé a trabajar ahí, aparte de unos leves cambios en la selección de chocolates y la incorporación de brownies y muffins a la bandeja del aparador.
Pero, sobre todo, me gustaban los clientes.
Yo siempre hacía un esfuerzo por conversar con ellos. Ver a los turistas, colegiales chillones,

Y ahora. CERRADO.

Siento nostalgia y estoy procesando todo, preguntándome si otra vez coloqué por error sal en los azucareros o perdí la cuenta de los muffins. Pero no. Fue solo una mala suerte.
Entonces el grito de mi padre me hace volver. Tengo una mala cara mientras él estalla y se queja.

— ¡Tres meses! Vaya, qué generoso, teniendo encuenta que has trabajado como una esclava ahí durante seis años.

Mi madre le calla y le pide que se tranquilice.

— Tienen que cerrar amor, no tiene otra alternativa.

—¿ Y qué cree que va a hacer ahora? Amanda no puede trabajar más en la florería.

— Conseguirá otro empleo — refuta ella — Tiene mucho potencial.

— Aquí no hay empleos Josie ¿Qué no me ves?

— Su historial es bueno. Además, Frank le dará Referencias.

— Oh claro «Sarocha Clark es experta en untar tostadas y tiene buena mano con la tetera»

— Gracias, papá.

— Lo siento si. A lo que me refiero es que... lo necesitamos.

Y entiendo la ansiedad de mi padre. Amanda dejará la floristería porque su sueldo es casi nada, mamá no puede trabajar porque debe cuidar del abuelo, y papá ha quedado sin trabajo después de una frecuente amenaza de despidos. Mi sueldo al menos era suficiente para vivir semana a semana.

— Evitemos el pánico. Ella conseguirá un nuevo empleo ¿o no Saro?

Mamá me apoya las manos sobre los hombros y eso solo me hace tensarme más. Bien, tendré que visitar la oficina de empleo mañana mismo.

Estoy en la pista de atletismo puntualmente por la mañana. Sentada sobre una de las gradas, escucho al entrenador gritar y sonar el silbato.

— ¡Una vuelta más!

— ¡Corre conmigo linda! ¡Acompáñame! Sólo me quedan dos vueltas más.

Veo a Kade acercarse y tomarme de las manos mientras jadea con cansancio. Dudo por un momento, tras lo cual comienzo a correr junto a ella. Es la única manera en que vamos a poder mantener una conversación.
Ella se da la vuelta, corriendo hacia atrás, y su voz arrastra el aire frío y quieto.

—Sal a buscar trabajo, piensa en que quieres hacer. Agente de bienes raíces, agente de ventas.

— ¿Tenemos que discutir esto otra vez? — me quejo jadeando. Odio correr.

— No siempre puedes estar triste, todos los mejores empresarios se recuperan cuando tocan fondo ¡mira esto!

Kade se señala a sí misma. Ella había ganado el premio a la joven emprendedora del año hace dos años y todavía no se recuperaba de semejante honor. Sin contar que también se dedica a entrenar personas para correr kilómetros.

— Yo no soy tú, Kade. Yo horneo y preparo té.

Intento seguirle el ritmo, pero está siendo demasiado ejercicio para mí.

— Ve más despacio... Traigo el sostén equivocado — le pido y poco a poco me detengo. Ella sigue trotando en el lugar.

— Nada más te digo, puedes sonreír. Encontrarás otro empleo, y por las vacaciones no te preocupes, yo las pago.

Me lanza un beso y su voz retumba en el estadio vacío. Yo me quedo mirándola recuperar la marcha y decido quitarme de la pista antes de ser un estorbo para los demás.

Me marcho a la oficina de empleos y pronto estoy frente al escritorio del asesor que menciona la primera propuesta para mí.

— En las últimas dos semanas probamos en la fábrica de procesamiento de pollo...

— No por favor, todavía tengo pesadillas con mollejas.

— El salón de belleza — intenta otra vez, pero niego con la cabeza.

— Resulta que la cera y yo no nos llevamos bien.

— Se me acaban las opciones para ti, Sarocha.

Luce abatido.

— Syed, por favor tiene que haber algo para mí, aceptaré lo que sea.

Entrelazo mis manos sobre el escritorio y entonces lo veo volver la vista a la pantalla. Él navega en los archivos hasta que se muestra interesado en algo. Yo le pongo mayor atención.

— Aquí hay uno nuevo, y no está lejos de tu casa — tararea —.Pero tendrás que hacer algo con tu vestimenta para presentarte — afirma mientras me analiza. Yo bajo la mirada y analizo mi ropa, bien, si es algo llamativa. Pero así me gusta.

— Cuidado y compañía para un discapacitado — lee.

— ¿Y qué cuidados?

— Alguien que conduzca, cocine y ayude, contrato fijo de seis meses — está concentrado y entonces alza las cejas con sorpresa —. Oh, el salario es bueno. De hecho, es excelente.

Pronto estoy sonriendo.

— Es la quinta vez que intentan contratar, están desesperados. No dice nada de habilidades necesarias — ahora me mira —. Es perfecto para ti.

Suspiro y recojo mis cosas, lista para volver a casa, estoy emocionada por contar la noticia a mis padres. 

—Dios santo —dice mi padre—. ¿Te lo imaginas? Como si acabar en una
silla de ruedas no fuera ya castigo suficiente, luego aparece Saro para hacerte compañía.

—¡Bernard! —le regaña mi madre.

Detrás de mí, el abuelo se rie ante su taza de té.

— Muy gracioso papá, pero sé que lo haré bien.

Es más bien una afirmación para mí misma. Sé que no soy tonta, pero es muy difícil no sentir carencias en el Departamento de Neuronas Cerebrales al crecer junto a una hermana pequeña a quien no solo adelantaron un curso
para ponerla en mi clase, sino que encima avanzó al curso siguiente.

Amanda y yo somos muy distintas. Ella siempre está un paso más adelante en cuanto a libros, exámenes y noticias se trata, y a veces pienso que mis gustos exóticos por la ropa solo tienen que ver con que ella es una chica clásica de jeans y camisetas. Su concepto de elegancia es planchar un pantalón.
Pero a pesar de todo, hubo una breve etapa en la que no quise ser como mi hermana o las demás chicas, durante la adolescencia elegí la ropa de chico y pasar desapercibida, puesto que nunca me he sentido como alguien más del montón. No soy fea. Pero tampoco alguien más que mi novia me llamaría guapa.
Conozco a Kade desde hace casi siete años, y puedo decir que ya tengo una vida planeada. Casarnos, vivir cerca de mi hogar de toda la vida. Quizá adoptar un niño. Pero no estoy demasiado segura de sentir una enorme emoción por ello, pero me ha ido bien hasta el momento. Sólo siendo una chica común y corriente en un pequeño pueblo de Londres donde nada me diferencia de los demás a excepción de mis tacones de diversos estampados y medias largas de colores brillantes.

Por eso cuando le comenté a mamá acerca de lo que Syed dijo, insistió en que debo ir a la entrevista con un traje. Ella rescató algunas prendas y me entregó una camisa blanca, un saco de sastre con un estampado a cuadros blanco y negro y una falda que me hace sentir inútil para caminar.

— Sé muy bien que no te gusta vestirte así

— ¿A alguien le gusta vestirse así? — refuto mientras ella me ayuda a recogerme el cabello de una manera "más profesional".

— A mí me funcionó.

— ¡En 1983!

— Te ves bien, cielo. La moda cambia, pero la elegancia no.

Sé que no es buena idea discutir con mi madre. Y noto que mi padre está recibiendo instrucciones para no hacer comentarios acerca de mi ropa cuando salgo de casa, caminando con torpeza en esta falda demasiado ajustada.

— Buena suerte.

Lo bochornoso no es vestir un traje de mi madre, o que el peinado ya haya pasado de moda en los 80's, sino que la ropa me queda un poco pequeña y puedo sentir la cinturilla en el estómago, lo que me hace tirar de la chaqueta cruzada.

El corto trayecto en el autobús es incómodo ante mis pensamientos, creyendo que encontraré a un anciano al llegar y preguntándome si realmente puedo con este empleo o me echarán a patadas al primer día. Con Frank no era difícil, más bien fue una casualidad y me sentía cómoda. Es una lástima que tenga que cerrar. Voy a extrañar a las señoras conversadoras y los brownies de chocolate del aparador.

El autobús me deja en el sitio que marca el mapa. Granta House está al otro lado del castillo de Stortfold, cerca de las murallas medievales, en ese largo tramo sin asfaltar en el que solo
hay cuatro casas y la tienda del National Trust, justo en medio de la zona turística. He pasado ante esta casa millones de veces sin mirarla
de verdad. Ahora que estoy aquí, veo que es mucho más grande de lo que parece.

Camino por la larga entrada para coches, intentando no pensar en si alguien me estaría observando por la ventana. Recorrer una entrada tan larga te pone en desventaja; automáticamente te hace sentir inferior.
Mientras medito sin parar y trato de no tropezar, cruzo a una mujer no mucho mayor que yo que viste pantalones blancos y una chaqueta como de médico. Encima tiene un abrigo. Al pasar junto a mí me sonríe con educación.

Detrás está en la puerta una mujer de mediana edad, muy hermosa. Tiene el cabello rubio y corto con un peinado cuidado y un traje que seguro cuesta más que mi casa.

— Usted debe ser la señorita Clark. Mi nombre es Camila Armstrong, ahora por favor, sigame.

Su voz suena cansada, como si hubiese repetido las mismas palabras un millón de veces en lo que va del día.

Atravesamos la entrada directa al recibidor. La sala es enorme, con cristaleras que van desde el suelo al techo y tupidas cortinas que caen con elegancia. Las alfombras persas de decoración barroca cubren los suelos. Huele a madera y cera de abeja. Todas las mesillas alrededor están ocupadas por decoraciones ostentosas y me pregunto de repente dónde demonios dejarán sus tazas de té los Armstrong.

Me dejo caer en el sillón de gamuza verde oscuro.

Mientras ella ojea los papeles de una carpeta, yo echo un vistazo disimulado por la sala. Estoy nerviosa mientras la mujer repasa las páginas.

— ¿Tiene alguna experiencia con los cuidados?

— Nunca lo he hecho, pero estoy segura de que puedo aprender.

— ¿Tiene alguna experiencia con la cuadriplejia?

— Eh... No.

Ella se endereza y me mira con un semblante serio.

— Estamos hablando de la completa pérdida de las piernas, y un uso muy limitado de los brazos y las manos ¿Eso le molestaría?

— No tanto como a la persona, obviamente.

Y me doy cuenta que acabo de pensar en voz alta. Oh diablos.

— No, no, lo siento yo no quería decir eso...

Quiero cambiar de postura en el sofá y entonces lo escucho: el sonido inconfundible de costuras que se rasgan. Miro abajo y veo un desgarrón entre las dos piezas de tela que se
unían a un lado de la pierna derecha. Mi cara se ruboriza y la señora Armstrong me pregunta si estoy bien. Me excuso con que tengo calor y le pido permiso para quitarme la chaqueta, cubriendo así mi regazo y la rotura en la prenda. Estúpida falda.

—¿Sabe conducir, señorita Clark?

—Sí.

—¿Tiene el carné en regla?

Asiento.

Camilla Armstrong marca algo en la lista.

— Su jefe anterior dice que usted es una «cálida conversadora, y vivificadora presencia con mucho potencial»

— Sí, le pagué.

Estoy sonriendo, una broma ante la cual la señora Armstrong mantiene su frío semblante y se genera un silencio bravísimo antes de que ella decida continuar con las preguntas.

— ¿Y qué quiere hacer con su vida exactamente?

— ¿Disculpe?

— ¿Tiene aspiraciones para una carrera o un sueño profesional que desee perseguir?

La miro sin comprender.

¿Es una pregunta con trampa?

—Yo… En realidad, no he pensado en eso. Desde que perdí mi trabajo. Yo solo… —trago saliva—. Yo solo quiero trabajar de nuevo

Suena muy poco convincente. ¿Qué clase de persona viene a una entrevista sin ni siquiera saber a qué quería dedicarse? La expresión de la señora Armstrong sugiere que piensa lo mismo que yo. Deja el bolígrafo.

—Entonces, señorita Clark, ¿por qué debería contratarla a usted en lugar de, por ejemplo, a la candidata anterior?

— Yo, hem...

— ¿De verdad no puede pensar en una sola razón?

La cara de mi madre de repente aparece ante mí. Pensar en volver a casa con un traje echado a perder y otro fracaso en una entrevista me
resulta insoportable. Y en este trabajo pagan más de nueve libras por hora.
Me incorporo un poco.

— No, sí, señora Armstrong, yo aprendo rápido y ¡nunca me enfermo!... Y vivo al otro lado del castillo...Y-y soy más fuerte de lo que parezco.. Y hago una genial taza de té. Son pocas las cosas que no resuelve una buena taza de té.

Trato de explicar. Estoy nerviosa y cuando estoy nerviosa parloteo sin parar. Entonces no puedo cerrar la boca y estoy soltando una idiotez de nuevo.

— N-No es que esté diciendo que la cuadriplejia de su esposo pueda curarse con una taza de té...

— ¿Mi esposo? — ella pregunta y me detengo consternada — Es mi hija.

Hay algo extraño en la forma en que la señora Armstrong me mira. Yo parpadeo todavía sin creer lo que acabo de escuchar.

— ¿Su hija?

— Rebecca resultó herida en un accidente de tráfico hace casi dos años.

— Oh lo siento, cuando estoy nerviosa solo digo estupideces... — reconozco.

La puerta se abre. Escucho una voz masculina y me volteo. Es un hombre alto y canoso de brillantes ojos azules.

— Lo siento. Sólo me estoy asomando¿Otra para la entrevista?

Su esposa asiente.

— ¿Volverás esta moche?

— Haré lo mejor ¿por qué? ¿Me necesitas para algo?

— No querido, está bien.

Él se adentra en la estancia y entonces se gira con gesto amable. Extiende su mano y me dice su nombre.

— Hola, soy Steven, el padre de Rebecca.

Intento ponerme de pie para saludarlo y otra vez, el desgarro de la falda. Cierro los ojos ante la torpeza y apenas me inclino para sostener su mano y cubrirme la pierna con la otra.

— Sarocha Clark.

— Encantado de conocerte — sonríe.

— Igual, igual.

Con mi mejor sonrisa me siento en el sofá aterciopelado y le veo acercarse a su esposa para darle un suave beso sobre la cabeza.

— Te veo luego, querida.

Ella frunce los labios viendo mi ropa rota.

— Es de suma importancia que Becky tenga a alguien aquí que comprenda responsabilidad.

Su forma de recalcar las palabras y su mirada, me da la impresión de que estoy totalmente descartada gracias a mi impertinente boca suelta. Estoy comenzando a recoger mi bolso cuando le escucho murmurar.

— Entonces... ¿Acepta el trabajo?

Es tan inesperado que al principio pienso que no lo he oído bien. Pero si gesto sin pizca de broma me hace entender que de verdad ella me está ofreciendo el empleo.

— Si — contesto firme y tratando de no sonar demasiado desesperada.

— ¿Puede comenzar inmediatamente?

— Sí.

— Muy bien. Vamos a conocer a Becky.

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