Especial de Chris {Washington D.C.}

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                 -ˋˏ ༻❁༺ ˎˊ-
— Ni que fuera a matarle Capitán —


 La noche finalmente se cernía sobre ese larguísimo día que había dejado a nuestros principales protagonistas completamente agotados, sintiendo que habían pasado más una maldita semana ocupándose del endemoniado pendrive, pero bendito sea el cielo que ya habían acabado con aquella inagotable pesadilla.  Aunque no todo era felicidad, pues el sabor de aquella victoria tenía cierto gusto amargo en las bocas de Chris, Steve y Natasha. Los tres pensando en la eufórica pelinegro que habían dejado atrás hace unas horas, con la culpa retorciéndole las entrañas, impidiéndoles disfrutar.
   

Tampoco era como que Lechts pudiese siquiera disfrutar la victoria.  Ni siquiera le consideraba una.  Una de sus personas más importantes estaba en manos de Hydra, que era conocida por todo menos por cosas buenas, no, más bien todo lo contrario. Siendo lo impulsiva que es, siempre sin parecer entender el peso del peligro al que se exponía al soltar sus comentarios demasiado ingeniosos, no es como que ella podría mantenerse tranquila disfrutando de la idea de que el pendrive estaba a sus enteras disposiciones, sabiendo que Brooklyn estaba en manos de Hydra, aquella que forjó a aquel hombre que casi la mata en el búnker.

La situación era sencilla, y preocupante, Brooklyn provoca, los Agentes la golpean por graciosa, y ella los vuelve provocar por estar golpeándola por ser graciosa, porque es impulsiva. Era un círculo vicioso que haría que la azabache terminase con una costilla rota y un par de moretones como mínimo.  Tan sólo esperaba que hubiera logrado escapar como la había dicho o más bien prometido, que haría antes de todo ello, de lo contrario, ella misma le patearía el trasero, y le rompería la costilla.

    
—Tranquila, estará bien —la voz de Natasha inunda el auto, rompiendo el silencio casi sepulcral que todos mantenían como una regla no verbal, como si estuviesen de luto, lo cuál tampoco ayudaba para nada a los nervios de Christine — La entrenó un buen Agente —hace una mueca — sabe defenderse.

   
— No me preocupan sus habilidades físicas — habla Chris, mirando de nuevo el entorno que había fuera, cediendo a los susurros de su paranoia —  Brooklyn no sabe cuándo debe mantener la boca cerrada —hunde las cejas — y eso la ha metido en más de un problema.   — suspira, rememorando cierto recuerdos —   Solo espero que haya conseguido salir a tiempo del búnker —.
  

Por suerte para Christine, sus deseos estaban cumplidos, aunque a medias, y al más fiel estilo de Rápidos y Furiosos o Misión Imposible protagonizado por dos mercenarios súper soldados a merced de Hydra.

  
— Bueno, muerta no la vamos a encontrar — comentó Steve desde el asiento de piloto, entre reflexivo y obvio — Tal vez si golpeada —hace una mueca de incomodidad— pero no muerta — regresa su expresión de optimismo— Ellos la necesitan. — agrega, lleno de convicción.

Christine no cabía en su propia incredulidad, ¿en serio había dicho eso?

—Eso no me ayuda Rogers —espetó echándole una mala mirada al rubio— ella es importante para mí — Se exasperó la chica, nerviosa y preocupada al mismo tiempo.

  
—Pero dije que no estará muerta... —Murmuró el rubio, sin entender porque la chica se ponía así, en que había fallado su consuelo improvisado.
 

— Da igual que no esté muerta, si la hacen daño a ella, también me duele a mí, no quiero que la ocurra nada, es lógico — Musitó, perdiéndose cada vez más en sus perversos pensamientos mientras observaba el pen drive que estaba en sus manos. Cuánto lío por un aparato pensaba, dándole vueltas entre sus manos, sin embargo una parte de ella entendía todo lo que un simple aparato aparentemente inofensivo podía causar.

—Perdón — soltó el súper soldado, torciendo la boca. Lo aceptaba, se había pasado de insensible y realista a la situación, aunque serlo, de cierta manera, era la mejor opción.   Si Edwards fuera importante para él, no le gustaría verla herida por muy viva que de todas formas estuviese.   Tampoco le gustaría escucharlo de la boca de otra persona,  por muy lógico y real que fuera.  Así que por precaución mantuvo la boca cerrada, pues él no servía para consolar a la gente en momentos como esos.

  
Él mismo se sentía ansioso con el destino de la mujer de ojos exóticos. La recordaba mencionar a una familia, y no quería ser el culpable de las lágrimas de esa gente si es que algo malo le pasara a la muchacha. Prácticamente ella estaba bajo su protección, y como buen protector, nótese el sarcasmo, la había dejado tirada, escapando con el resto.       Sacudió la cabeza, tratando de alejar esos pensamientos autodestructivos que en nada le ayudarían.

—No pasa nada —suspiró la del pelo rizado, buscando relajarse un poco, obviando malos recuerdos — Lo entiendo, sé que no es tan importante para ustedes como lo es para mí —.

—No es una de mis prioridades —aceptó Natasha, ladeando la cabeza, medio pensativa. Chris y Steve voltearon a verla, incrédulos ante su cruda sinceridad— pero sí, hay que recuperarla  —endereza la cabeza— Tengo a gente que me colgaría en un árbol si dejo que la maten —hace un vaivén con las cejas— así que claramente tenemos que recuperarla —.

—¿Y cómo pretendes hacerlo?  —alza las cejas, mirando de manera mordaz el cristal al no poder ver a Romanoff— ¿Cómo pretendemos hacerlo?  —Steve apretó las manos sobre el volante— Ni siquiera sabemos a dónde se la llevaron, como entrar ahí, la seguridad que trae, el nivel de agentes... —Steve entra en lucidez—... Mi Dios, no sabemos absolutamente nada.  —se frota la cara rápido con una mano, buscando quitarse algo de frustración.
  

El auto se queda en silencio, cada uno pensando en los planes de rescate y continuación de aquella misión que tenían, buscándole soluciones desesperadas y rápidas a sus evidentes problemas pendientes.   Si, definitivamente la victoria del pendrive no era una victoria, era sólo una entrada a un lío de cables y mierdas mucho más grande, como cunado colocas los cascos perfectamente enrollados en tu bolsillo y al sacarlos son de nuevo un desastre.
  

—Eso... No es del todo cierto    —dice Chris, con una expresión de sorpresa y esperanza conquistando su bello rostro.       Agarra la mochila que tiene a sus pies, esa que había arrastrado en todo aquel loco viaje, y que le había dado tiempo a tomar del búnker. Saca su pequeño portátil, abriéndolo sobre sus piernas. 

Hubo una época en el reformatorio en el que las mantenían separadas para que no hicieran ninguna trastada juntas y Brooklyn se pudiese concentrar en su deber secreto en la Habitación Rosa, esos tiempos alejadas las mantenían en angustia y preocupación, pensando como podría estar la otra, y que podrían estar haciéndole. Todo hasta que Brooklyn desapareció durante semanas, causándole un insomnio terrible a Chris, y luego regresó con varias heridas y pesadillas recurrentes.

La mayor de las dos se hartó, del desespero, la angustia y el temor, por lo que se hicieron dos pulseras que se regalaron en navidad para disimular la existencia de la joya ante los superiores. Ambas tenían un microchip pequeño, desarrollado por ellas, que mantenía la ubicación de ambas siempre visible para la otra, aquella era su única función, localizar a la otra. Lo habían hecho con un funcionamiento complejo, únicamente hackeables por ellas para que nadie pudiese acceder a su pequeño artefacto, el problema sería, si Brooklyn llevaba o no aquel viejo accesorio.
  

Steve, por otro lado, miró a Chris por el espejo retrovisor, de pronto inquieto. Todo aquel embrollo de la tecnología, la infiltración, los agentes, y las hackers le hicieron temer a cualquier dispositivo conectado a la red, pues veía que nadie estaba realmente seguro en ese mundo virtual. Esa mini portátil era su nueva preocupación ¿y si los encontraban gracias al IP?  ¿y si los seguían? ¿y si los rastreaban en ese preciso momento?

— ¿Es seguro lo que sea que haces? — soltó lo que le quemaba la boca, fingiendo indiferencia, sin poder evitarlo.    Ya no confiaba en la tecnología, aunque siendo sinceros nunca lo había hecho del todo.

—Perfectamente —asintió, concentrada, abriendo y cerrando códigos en su portátil, pensando en que hacía mucho que no navegaba en esas concretas barreras — Con esto —alza su muñeca izquierda, mostrando una pulsera sencilla de plata— podremos encontrar a Brooklyn — Chris dirigió la mirada al espejo, viendo reflejados los hermosos iris azules del Capitán, que lucían inseguros—  Tranquilo,  la señal que ambos microchip emiten por su tipo de frecuencia está conectada directamente a un satélite, no hay procedimientos para hallarnos, a menos que hackees y violes los diversos protocolos del satélite lo que sí es verdaderamente difícil.  Además de que tengo más de cuatrocientas barreras de encriptado...

—En español, Lechts.

—... No pueden rastrearnos, si es lo que le preocupa, Rogers. —resumió, arqueando una ceja con una sonrisa, volviendo a mirar la pantalla.
   

Rogers fruncio el entrecejo, y miró al frente otra vez, centrándose en la carretera mientras avanzaba, pues el semáforo se había puesto en verde. ¿Es que acaso era tan fácil de leer por las otras personas?   Estaba harto de no poder reservarse las emociones que se quiere reservar a los demás, debería empezar a practicar aquello.  Natasha miró a Chris con interés desde el asiento de copiloto, mientras la morena tecleaba con velocidad, con los ojos fijos en la pantalla, buscando respuestas, moviendo los labios velozmente, pero sin emitir un mísero sonido.

— ¿Cómo planeas rastrearla? —.

— Secretos de hacker  — sonríe Chris, sin querer decirle más, a la vez que un mapa sobre la ciudad de DC aparecía en la pantalla, triangulando la posición exacta de su amiga— pero, en sí, lleva un rastreador camuflado, muy discreto, que solo puedo encontrar yo  —sonríe, con cierta suficiencia.

—¿Y cuándo fue que se puso ése rastreador? —Natasha frunce el ceño, no recordaba a las dos hacker haciendo algo más que teclear y tirarse pullas.  Lo sabía porque había estado vigilándolas por las cámaras de seguridad.    Le preocupaba, claro está.  No sólo porque Brooklyn había estado exponiendo a Clint y a su secreto a los ojos de otra persona, también por la clase de infancia que tuvieron que haber tenido aquellas dos mujeres para hacerse un rastreador siendo sólo unas adolescentes.   Cuando Edwards llegó a SHIELD muy dócil no era, no, la recordaba callada, perspicaz, indiferente y llena de irónico veneno al hablar.
Eso de por sí le había dado una pista a Natasha. Pero ahora...

El recuerdo de ésa noche, entre dulce y triste, enfadó un poco a Chris, tal vez porque lo sentía demasiado íntimo, demasiado personal, como para compartirlo. 
  

— No es asunto tuyo —soltó brusca, terminando de teclear unos parámetros.  No le gustaba nada que una ex asesina rusa ahora intentara meterse en sus vidas, o por lo menos, juzgarlas de esa manera.   Podía verlo en su mirada de lástima y pena, queriendo meterse, queriendo opinar, como si ella hubiera tenido una infancia ejemplar.
 

Natasha hundió las cejas, recelosa, sorprendida, y algo enfadada por la respuesta seca y cortante de la hacker hacia su pregunta.  El coche se sumió en una tensión fuerte, asfixiante, que incluso incomodó a Steve, que nada tuvo que ver en la pequeña y tensa conversación.      No tardó en encender la radio del coche, buscando algo que relaje el ambiente, o que al menos lo distraiga a él de la tensión. El súper soldado odiaba ésos momentos, el viaje que les espera es mas o menos largo, pues iban a la deriva, sin saber donde estacionar, y no es como que podía abrir la puerta e irse del momento incómodo hasta que se calmasen los humos. Le tocaba aguantarlo.

—¿Cuándo vais a querer saber lo que hay en el pendrive?  —Rompe el silencio la morena, a la que no le molestaba en absoluto esa tensión, aunque quizá le daba algo de pena el Capitán, que había terminado metido en el saco de alguna manera, pero más allá de eso, estaba igual de tranquila. Algo emocionada, incluso, pues estaba apunto de encontrar a  Brooklyn y eso la tranquilizaba.
  

—Hay que ir a un lugar seguro primero —murmuró el Capitán,  con voz increíblemente serena y suave, tal vez temiendo alterar a alguna de las dos mujeres que lo acompañaban y verse en medio de una discusión, mientras se detenía en otro semáforo en rojo— Tal vez sea conveniente encontrar primero a tú impulsiva amiga antes de abrir los archivos —.

—Como queráis —encogió los hombros— ya sé dónde está.     —Habla tranquilamente, feliz por tener la ubicación de su mejor amiga,  e incrédula al hecho de que quisieran primero recuperar a Brooklyn, que descubrir lo que había dentro del pendrive por el que tanto habían pasado.

—¿Puedo saber dónde está, o eso tampoco es asunto mío?   —cuestiona Natasha, alzando las cejas mientras veía por el espejo retrovisor a la hacker con expectación y cierta ironía.      Chris frunció el ceño.  Se la había devuelto bien la rusa, lo admitía, pero eso no le hacía ni una pizca de gracia. "Lo haces por Brook, por Brook" se repetía, respirando hondo pero suave e inaudible para no colgar todos los secretos de la gran Natasha Romanoff en internet.
    

La hacker se guardó sus pequeños recelos para luego, quiera o no, debía llevarse bien o al menos tolerable con Natasha mientras trabajasen juntas, y volvió a fijar la mirada en la pantalla, observando el punto que la flecha roja marcaba, confesando la ubicación de Brooklyn.

—Exactamente está... —hace una pausa, sintiendo la extrañez y confusión inundarla— ¿... En la puerta de un Burguer King...? —revisó los datos nuevamente y, sí, efectivamente, esa era la ubicación.   De repente, la imagen de Brooklyn compartiendo un whoper con los Agentes de Hydra, mirándolos fijamente mientras masticaba lento como la drama queen que era, mientras ellos le regresan la mirada, hizo que soltara una risa— De acuerdo —miró hacia el parabrisas—, hay dos opciones.    O está encerrada en un coche, o furgoneta. O les ha obligado a parar porque andaba con hambre — Chris consideraba perfectamente posible la segunda opción.

Steve no prestó atención a la broma de la morocha, rebobinando el momento el que la mujer les mencionó donde estaba la otra azabache.  ¿Un Burguer King? ¡¿Un maldito Burguer King?! Pensaba, indignado. Y él preocupándose por nada. No, debía estar equivocado, había visto a aquel hombre de negro con el que se había enfrentado en el Lemurian Star, si es que a lo que pasó se le podía llamar enfrentamiento,  dudaba mucho que Brooklyn pudiese librarse de él con facilidad. Es que no tenía sentido.

—¿Un qué? —exclamó Steve, con los ojos entrecerrados y las cejas bien fruncidas. Simplemente no daba crédito a lo que acababa de oír.   No quería creer que ella realmente... ¿Y cómo carajo había logrado escapar?

—En un Burguer King —repitió la morena, con una sonrisa divertida en la boca—.   De hecho, no está lejos.  —mira la pantalla—  A unos 5 minutos de aquí. —vuelve a mirarlo.

—¿Estás segura?   ¿No crees que tú método haya fallado?   ¿Existe la probabilidad de que haya fallado? —cuestionó steve.  Era incapaz de creer que Brooklyn realmente estaba en un maldito Burguer King—   Y no te ofendas, no pretendo que te ofendas, no estoy diciendo que eres mala en lo que haces o que yo sé más que tú porque es claro que no sé nada sobre tecnología —balbuceó, notando que sus anteriores palabras podían sonar demasiado groseras.

—Tranquilo, Steve —sonrió, agraciada, casi divertida por lo que había dicho — Sé que es poco creíble, pero sí, está en un Burguer King. —rió, mirando la adorable cara del rubio, casi entrando en pánico por el espejo retrovisor—  Cien por cien fiable.  ¿Mando la dirección al GPS del coche? —.

—Mejor no —detuvo Natasha, quitándose el cinturon de seguridad—.   Hay que ahorrar tiempo, —alza las cejas— que bastante valioso nos es; Ustedes vean el pendrive mientras yo voy a buscar a nuestra escurridiza aliada —.

—Claro... Aliada —susurró Steve, con cierta ironía en la voz imperceptible. O eso creía él—.  Espera ¿te vas?  —miró a Natasha sorprendido, algo cohibido, con los ojos traicionándole al ver de reojo a Chris, para que luego un brillo de pánico adornase sus iris cerúleas.

Ante todo el movimiento, Romanoff alzó una ceja.

— Ni que fuera a matarle Capitán —soltó con burla la única hacker del equipo, obviando el comentario sarcástico y desconfiado del hombre sobre su gran y vieja amiga.

   
—No estoy... —Steve ahoga el resto de palabras, decidiendo que de decirlas no lo dejarían en muy buena posición.  Suspira—... Vienes en quince minutos, no más —la señala con advertencia—. Estaremos en el restaurante italiano a unos metros. Ten mucho cuidado, Natasha, no te confíes —.

—No me des clases de espionaje, Rogers.  Sé lo que hago y cómo lo debo hacer —se burló, bajando del vehículo.  El viento agitó su cabello pelirrojo a todas partes, ella se alzó la capucha, sometiéndolo ligeramente, y cerró la puerta, luego, se puso de puntillas para asomarse por la ventana—.  No se diviertan demasiado.  —le guiña un ojo.

Rogers le sonríe falsamente, y Natasha se ríe.

    
Romanoff metió las manos en los bolsillos de su sudadera a rayas grises y bajó la cabeza, alejándose del auto, sin tardar en clamuflarse entre la gente como un peatón más, oculta por los cuerpos, acogida por las sombras. Chris, aprovechando la oportunidad y la ausencia de la pelirroja, pasó entre los dos asientos, teniendo cuidado, y se colocó en el asiento del copiloto, agarrando con un brazo su mochila para llevarla delante también, con ella, como siempre.   Luego, volvió a estirarse a por su portátil, trayéndole consigo.   Una vez acomodada, la azabache miro al rubio, exigiéndole en cierta forma con su mirada respuestas, y con su pose, que arrancara el coche hasta ese restaurante italiano del que tanto había hablando.
    

Rogers, por su parte, sólo obedece la última exigencia muda, arrancando el vehículo, dejando a la pelirroja aún más atrás, haciéndose el loco.    Mentalmente empezó a trazar el camino a aquel restaurante italiano que tanto le gustaba y descubrió hace tiempo.  Según recordaba, debía de estar a algunos cinco minutos del semáforo en el que estaba, tal vez un poco más.    La radio, la cuál pasaba un catalogo de canciones del siglo pasado, empezó a emitir “Strangers in the night” de Frank Sinatra, soltando sus dulces melodías para engatusar a sus receptores, y Steve apretó los labios.

Que oportuno, pensó, sarcásticamente.

—No sabía que salía con la Viuda Negra —habló Chris,  serena,   dejándose enganchar por la seductora voz de Sinatra, pero atenta, alerta a cualquier suceso.   Si no quería decirle porque desconfiaba tanto de ella y de Brooklyn después de esas semanas, al menos le pondría nervioso, era bastante adorable cuando se ponía así, y de paso se entretiene en lo que llegan al restaurante.

Steve la miró de reojo, serio, alerta a cualquier movimiento que ella pudiese hacer. Aunque por dentro estaba confundido, tenso, curioso e interesado en saber la razón por la que Chris había llegado a esa errónea conclusión sobre la relación entre él y Natasha.

—Tal vez porque no salgo con ella —Obvió, regresando la mirada al cristal, mirando las calles que poco a poco pasaban de ser tiendas, locales y cafeterías, a varias casas.  Se remueve en su asiento, inquieto, ansioso por la canción que sigue relatando la romántica historia de amor entre dos extraños en la noche — ¿Te importa si cambio la emisora?

—No, pero es un buen clásico, una lástima —la chica giró su mirada de la calle hacia él, en un artículo leyó que mirar a la gente fijamente hace que se sienta intranquila y continúen hablando para anular la tensión, además, había estudiado la carrera de psicología, por lo que de expresiones corporales sabía ella. Al fin y al cabo, siempre le había sido fácil leer a los demás por sus expresiones, atravesar las mentiras y las máscaras.
   

Aquél artículo tenía razón, en parte, pues en cuánto Chris enfocó su mirada en él, Steve se puso rígido, con la espalda tan recta que apenas se encontraba rozando el espadal del asiento.  El Súper Soldado cambió la emisora, aliviado de dejar de escuchar la romántica canción por lo menos, y volvió a concentrarse en la carretera, oyendo una melodía típica del regreso de infomerciales de un programa.   La voz entusiasta de un hombre dio la bienvenida al programa, haciendo un par de chistes joviales que le formaron una sonrisa al dúo, y hasta una risilla.   Sin embargo, la poca calma y alivio de Steve se extinguió en cuánto el hombre recordó el tema a tratar: Las Relaciones Sexuales y como esto afecta la relación formal cuando entre la pareja no existe ésa llama, o se le rehuye con habitualidad por el trabajo, los compromisos, la falta de deseo o responsabilidades.
   

Un hombre llamó al programa, exponiendo su problema:   Su esposa, de nombre Isabel, siempre estaba cansada.   El locutor expuso sus teorías con respecto a la situación para empezar por aclararla antes de resolverla,   Chris observó que sus teorías eran muy buenas, y apostaba a que era alguna de aquellas razones por la que Isabel se negaba a hacer el amor con su marido.    Steve, por otro lado, estaba acalorado, un poco avergonzando por lo que sus cohibidos oídos escuchaban.

"¡Por supuesto! Hay muchas formas de despertar el deseo sexual en tú pareja" decía el presentador, con entusiasmo, respondiendo una pregunta     "No importa si está cansada, la masturbación siempre..."

  
—¡Madre mía!  — exclamó Steve, llegando a su límite; llevó su mano temblorosa por los nervios para quitar finalmente aquella emisora. Estando tan rojo como el semáforo que los hacía detenerse —   Lo lamento, yo no sabía...

La de rizos azabaches estalló en una carcajada grande y entretenida. Aquello había sido demasiado para ella, el Capitán América, el que nunca temía a nada, enfrentando adversidades con valentía, estaba más rojo que un tomate a su lado, cohibido e intimidado por un simple programa de radio. ¡Aquello había sido espectacular! Con todas las letras de la palabra.

—¡Oh, por favor!  Tú cara ha sido épica —reía Chris, mirando a Rogers ruborizarse cada vez más con sus risas y oraciones.

El semáforo se puso en verde y Rogers retomó la velocidad del coche, fastidiado por las risitas de la hacker.

—No es gracioso, Lechts —espetó Rogers, acalorado, avergonzado por situaciones ajenas como si se hubiese expuesto así mismo en el programa.   Bajó el vidrio de las ventanas y recibió de buen agrado la brisa helada que chocó contra su caliente cara. Le hormigueaba todo el rostro y el estómago por el rápido correr de su sangre, no se podía creer realmente que había tenido que escuchar eso con la chica que...   Le agrada. Con la chica que le agrada.
Sí, eso.

   
— Rogers claro que sí, eres tan mono cuando te pones así —dijo la mujer, calmando su risa para proceder al bullyng— Vamos admítelo, ha sido algo divertido —.

—No voy a admitir nada —refunfuñó.  Para él no había sido divertido, no crean que de haberlo hecho tendría la cara tan roja.  Y hablando de eso, ¡que mierda con su cuerpo! ¿desde cuando se sonrojaba tan fácil, tan fuerte, por algo tan estúpido?

La chica aún con una sonrisa en su rostro se giró hacia él, Steve quería dejar ese tema, bien, lo respetaría, pero entonces buscaría respuestas a sus otras preguntas, esas que él había ignorado al principio, haciéndose el loco.  Aunque en su defensa, ella no las había pronunciado.

—¿Porque no te fías de nosotras?  — directa, serena y curiosa, quizá preguntando más por ella que por Brooklyn.  Lo cierto es que aquello le venía picando desde el búnker, ¿Por qué él gran Capitán América les traía tanta desconfianza injustificada?   Entendía que estuviese atento a sus movimientos, alerta a sus decisiones, y de hecho ella estaba de acuerdo al comportamiento pues mostraba cierta madurez, pero esa desconfianza excesiva que a veces manifestaba carecía de sentido, y más habiendo tenido que convivir ese tiempo con ellas.

—Nunca dije que no me fío de ustedes. —replicó, más sereno, con el sonrojo reducido gracias a la brisa fría, pero aún presente.   La radio finalmente había cooperado con la paz mental de Steve y un suave jazz sonaba, relajando el ambiente.

—No lo dices, pero así lo haces ver, con tus expresiones, movimiento de cabeza, de brazos. Es decir, no nos conocemos mucho o casi nada, pero te estoy ayudando, ¿por qué no me das un voto de confianza? —preguntó, para segundos más tarde darse cuenta que había pasado al singular, y ya no usaba el "nosotras", sino sólo ella.   Tal vez le indignaba un poco que actuaran de esa manera con ella, quizá.

Rogers apretó la mandíbula, parpadeó varias veces y volvió a su pose tensa y alerta. Como si en lugar de haber oído una pregunta hubiese escuchado el click de un arma, y luego el frío cañón en su nuca.  Su débil habilidad de precognición advirtiéndole de la llegada de una conversación tensa, incómoda y tal vez, y sólo tal vez, profunda.

—No desconfío —repitió, con cierta fuerza, pareciendo más gruñirse así mismo que a Chris— tan sólo estoy siendo... Precavido.  Aprecio tu ayuda, y encontraré la manera de págartela, pero... —respira—... No me puedes pedir que confíe ciegamente  —niega con la cabeza—  Literalmente no ha pasado más que unas semanas desde que me di cuenta que trabajaba con la organización que juré derrotar cuando era un símbolo patriótico.  Mis colegas, los Agentes que me agradaban, todos estuvieron viéndome la cara todo el tiempo —.

—Ya, lo entiendo  —suspiró, y giró su cabeza hacia la ventana, disfrutando la brisa —  Hay gente que odia quedarse sola, y tú rehuyes de la gente para que no vuelvas a estarlo y te duela —habló tranquila, sin tono de reproche. Rogers tenía razón en lo que decía, no se lo podía negar, pero si ella fuera una agente de Hydra podría matarlo fácilmente allí o poner una recompensa tan grande y falsa por su cabeza que jamás podría escapar de los mercenarios. En cierta forma, se sentía algo ofendida, ella era extrovertida, y sociable, podía ser amiga de quién quisiera y, a alguien al que le estaba demostrando que podía confiar, no quería.

Steve torció la boca, suspiró, y aceleró el auto en cuanto el semáforo se puso en verde, buscando huir de la conversación, como si fuese el sitio el que mantenía el peso de las palabras y no la mujer a su lado. El portador del emblemático escudo de líneas rojas giró a la izquierda y entraron en una especie de barrio, lleno de gente caminando, conversando, y niños jugando, alegres, ignorantes, inocentes.  Él estacionó el vehículo en una esquina, y apagó el motor de este.

—No le temo a la soledad, Christine —murmuró suavemente, siendo el silencio alguna especie de propio ambientador— Le temo a la traición.  La aborrezco. Ya he sufrido las suficiente apuñadas en la espalda éstos 95 años como para querer más, y acaban de atravesarme con una espada.

»Ya no sé en quién confiar —suspira, dejando salir su agobio por toda la situación—, ya no sé quien quiere ayudarme y quien solo está aparentando para asesinarme a traición en cuánto le de la espalda. Estoy jodido, y el mundo lo estará si no hago algo al respecto, entonces aparecen ustedes, tan perfectas y oportunas para la ocasión.  Yo no creo en las casualidades — la mira.

La de rizos lo escucha atentamente y fija su mirada en él, le comprende a cada palabra que dice, y cuando termina, se siente satisfecha de que se hubiera sincerado con ella.

—No puedo hablar por Brooklyn, debo decirlo, pero estoy segura de que sus afiliaciones no son Hydra —hace una pequeña pausa— Por mi parte, puedes hacerme todas las preguntas que quieras, o ponerme pruebas, pero, sinceramente Capitán, ha sido por una vez, una casualidad, y yo jamás habría venido si Brook no me lo hubiera pedido, no me fío al completo de ustedes, de lo que dicen por todos lados, pero ella sí y si ella lo hace entonces yo os daré mi confianza y si tú me das la tuya, nunca se va a romper. —le dió una media sonrisa al Capitán— Las traiciones nos vuelven desconfiados, y a veces por serlo demasiado nos perdemos a personas increíbles para nuestra vida — termina.

—¿Acabas de llamarte a ti misma increíble? —Steve ladeó una sonrisa, divertida. Sus ojos ahora estaban relajados, como su postura y su mentalidad.  Cediendo al impulso de confiar ciegamente en ambas mujeres azabaches que le prestaban ayuda. No había visto nada sospechoso, ellas no le habían dado razones para desconfiar... Bueno, Brooklyn no le había dado tantas razones, y las que les dio ni siquiera eran sólidas, así que podía intentarlo.

—Tú supusiste que era yo —sonrío a sus atrapantes ojos azules. Y otro sonrojo lo atacó.

La chica se acercó poco a poco al Capitán quedando a unos palmos de su cara, a lo que Rogers, cohibido, se sonroja aún más.

— ¿Podemos ir ya a comer? Tengo hambre  — habló inocente, riendo un poco al final.

— S...Si — carraspea, intentando recuperar la compostura — Vamos.

   
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¿Alguien más ve esa chispa? ¿Solo yo? Espero que no.

Jsjs, louismoraj se va a cansar de mi pero es que estos capítulos son su arte, con un simple lacito mío encima.

Brooklyn no ha aparecido mucho por aquí pero, ya debéis ir a Power, os lo ordeno, ir.

Darle love :3 💣❤️

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