ℙℝ𝕆𝕃𝕆𝔾𝕆

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24 𝔡𝔢 𝕸𝖆𝖗𝖟𝖔, 2020...

Estar encerrada en casa por tanto tiempo no era algo que me afectase demasiado. De hecho, poco o nada me habría importado si hubiera sido cualquier otro motivo, dado que, salvo la universidad o alguna ocasión fortuita, era lo que hacía prácticamente todos los días. Pero cada vez que prendía el televisor o sintonizaba las noticias en la radio, no podía evitar sentirse sofocada en muchos aspectos. Especialmente aquellos que me recordaban que el motivo de aquel aislamiento no era por voluntad propia, precisamente.

La cuarentena impuesta a, prácticamente, nivel mundial, había puesto muchas cosas de cabeza en muchos lugares; y para mi desgracia, la ciudad en la que vivía era uno de esos lugares. Obligada a cargar con mis pertenencias y salir en medio de una desbandada regional impulsada por el pánico y la desinformación que desgraciada e irónicamente era un mal difícil de controlar y fácil de prevenir, de un momento a otro había dejado mi —apenas acostumbrada— vida en la capital, y volviendo al pueblo que me había visto crecer desde antes de cumplir los 3 años hasta que ingresé a la universidad, dispuesta a pasar un confinamiento que, incluso sin saberlo a ciencia cierta, presentía que duraría mucho, mucho más tiempo del que todos decían.

Todo había sucedido demasiado rápido, tanto que no había tenido tiempo de procesar completamente los sucesos que rodeaban mi nueva realidad, no al menos hasta que estuve de vuelta en mi vieja habitación, escuchando los mensajes que sonaban desde mi vieja radio, desde la televisión en la habitación de mi padres... básicamente, en todos los canales de comunicación posibles.

Al parecer, no iba a poder salir de casa para nada, no hasta que la pandemia encontrase un cese, o los altos mandos tomaran la decisión de levantar el aislamiento obligatorio que llevarían junto a otros tantos países que ya habían tomado la misma decisión.
Después de eso, todo transcurrió de forma... sospechosamente natural. Al menos, en lo que cabía decirse.

El día cero podría haber parecido el mismísimo apocalipsis zombie —un poco menos que eso, si era realista—, con mis padres comprando víveres, creando nuevas reglas por si a alguien se le ocurría salir de casa —algo que de hecho mi madre prohibió excepto por los días en los que necesitasen hacer compras para renovar la despensa— y sintonizando las noticias a cada minuto para saber qué más estaba sucediendo en el resto del planeta. Pero en cuanto pasaron las primeras semanas, los cambios que tanto temía, y que al final se realizaron se resumieron en yo reorganizando mis itinerarios para llevarlos completamente en casa.

Clases en línea, trabajos virtuales, gritarle al cielo al menos tres veces al día por tener una señal de internet más inestable que —siendo un poquito dramática— mis deseos de vivir, armar una rutina de ejercicios en mi habitación, ver películas, leer bastante, no perder ningún hilo informativo y tratar de ignorar las reprimendas gratuitas que en ocasiones podría ganarme, a veces no tan gratuitas para ser honesta, y otras efectivamente sin saber por qué, además de rehuir los pensamientos que a veces llegaban cuando la noche caía y me quedaba sola, rodeada por el silencio y por sentimientos ingratos que me provocaban una sensación de amargura que llevaba años tratando de disipar.

Había sido algo complicado, y mis expectativas se veían algo mermadas por el lento paso del tiempo, pero finalmente parecía que las cosas comenzaban a tomar un rumbo normal, por así decirlo, hasta que aquel día llegó.

El 24 de marzo. Un día común y corriente, o al menos había aparentado ser así.

Después de terminar las tareas que tenía pendientes con sus respectivos cursos, y de haber completado sus labores cotidianas sorprendentemente temprano en comparación a otros días, me sorprendí a sí misma tratando de escapar del aburrimiento y del desagradable silencio de mi habitación. No podía permitirme el estar así. Si me aburría, dejaba de pensar, y si dejaba de pensar, entonces volvía a encontrarme sola con cosas que no quería enfrentar. Sin muchas ideas de lo que podía hacer en ese momento, la sugerencia, o mejor dicho, orden de mi madre para que ordenara mi habitación llegó y se le presentó como si fuera una criatura salvadora en ese momento.

Extraño. Casi tan extraño como el hecho de que le obedeciera sin rechistar o decir nada más.

Pero no tan extraño como el momento en el que lo encontré.
Pequeño, escondido en la parte inferior del mini armario anexado a mi cómoda, dentro de una bolsa oscura que a punto estuvo de pasar desapercibida.
Un viejo disfraz que me trajo recuerdos de aquellos días de colegio. Cuando los escenarios no me daban miedo y mi mente ilusa quería creer que una parte de mi vida se quedaría en los escenarios para siempre.

—¡Hey, mamá! —grité saliendo al pasillo, rogando en silencio para no haberla interrumpido mientras trabajaba en sus informes.— ¿Recuerdas la túnica que me ayudaste a hacer para el teatro de cuarto?

—¡No me digas que la tenías ahí escondida! —para mi buena suerte, no. No la había interrumpido, o eso parecía por su tono de voz.— Y tú insistiéndome que estaba en tu cuarto en la capital.

Oh... cierto.

La sangre se me subió al rostro de golpe y me encogí, llena de vergüenza. Claro que lo recordaba, ese día mi maldita necedad de mula me había hecho revolver y reordenar una y otra vez la pequeña habitación que alquilaba hasta hacía unos cuántos meses, en mi búsqueda del bendito traje que, según mi claramente fallida memoria, debía estar ahí, donde supuestamente lo había dejado luego de mi última salida.

—Vale, ya entendí. Lo siento. —respondí arrepentida, mientras en el fondo intentaba recordar cómo mi traje había parado en mi armario desde esa última vez, en aquella fiesta de halloween del 2018. Nota mental: definitivamente necesitaba hacer memoria si no quería arriesgarme a tomar agua de habas por el resto de su vida por desmemoriada.

Sonaba a amenaza infantil, pero para mí—y para otros niños, estaba segura de ello— aquella frase había sido una realidad no muy agradable precisamente. Un escalofrío me recorrió ante el solo recuerdo de la desagradable "bebida" —poción de bruja, más bien— que debía tomar cada vez que me portaba mal o no recordaba las cosas correctamente. Por un momento temí que mamá fuera a traer el tema a colación como solía hacer cada cierto tiempo. Pero afortunadamente, ella pareció olvidar el tema, probablemente por estar concentrada en su trabajo.

Entonces, una idea se me ocurrió, tan repentina como absolutamente sin sentido. Tan sinsentido como yo siendo movida por un extraño impulso de valor o estupidez, plantándome frente a la puerta como si fuera a abrirla, —aunque más que eso parecía estar preparada para enfrentar a una tenebrosa bestia lovecraftniana que se escondía en una madriguera sombría— respiré profundo... y tomó al dragón por los cuernos en cuanto abrí la boca.

Bueno, vale, estaba exagerando un poco. Estaba exagerando mucho a decir verdad.
Pero ¿qué sería de la vida sin un poco de drama para sazonarla? ¿No era como si alguien me estuviese mirando en ese momento... o sí?

Maldición, ver "The Truman's Show" ya me estaba jodiendo la psique. Y no era que la tuviera precisamente en buen estado antes de eso.

—¿Me lo puedo probar? Quiero saber si aún me queda.

—Anda y ya no molestes, por favor, que tengo que trabajar.

Si antes todo me pareció raro por un momento, ahora definitivamente se sentía irreal. La suerte me estaba sonriendo, definitivamente mi ya conocida racha de mala fortuna había parado al menos por ese día, y no planeaba desperdiciarla en absoluto. Sin decir nada más, me retiré a mi habitación, y después de batallar un poco con cremalleras y lazos sueltos, finalmente pude comprobar que el disfraz que le quedaba grande y recto a la niña de 13... ahora me quedaba un poco pequeño pero casi igual de recto.

"Well... damn."

—Es oficial Kovu, soy una tabla.— bromeé, mirando de reojo a mi conejo de pelaje blanco con manchas marrones, mismo que, por toda respuesta, e dirigió una mirada que no supo cómo interpretar.— Digo, creo que podrías ser más directo, ¿no? Con esa carita tuya no sé si interpretarte como un "no sé de qué rayos me estás hablando" o un "hasta ahora te das cuenta". —fingí reclamarle mientras volvía a dejar el disfraz en su bolsa y volvía a ponerme mi ropa normal, antes de tomarlo en brazos.— Aunque creo que es más un "deja de pensar pavadas y sácame a pasear".

Por toda respuesta, el conejo golpeó una de sus patitas y alzó las orejas, removiéndose sin ganas de estarse muy quieto. El mensaje era claro: basta de charla, es hora del paseo.

—Ay, qué carácter...— murmuré divertida, mientras abría la puerta de atrás para salir al patio y dejarlo jugar a su gusto. Lo hacía todas las veces que tenía tiempo, con tal de permitirle un momento de solaz, y siendo sincera, para permitírmelo a mí misma también.

Ver a la enorme bola peluda corretear con aquellas pequeñas patas, brincando de un lado a otro y sacudiéndose con gozo entre salto y salto siempre me hacía sentir mejor. Sin embargo, esta vez no me distraje viendo sus cabriolas y correteos, mucho más enérgicos de lo normal. No, esta vez algo me hacía pensar una y otra vez en el dichoso traje, que había pasado de ser un atuendo teatral a un disfraz de fantasía y que, de alguna manera, le recordaba mucho a... algo.

"¿Sería posible?"

Por un momento, cerré los ojos. Y como solía hacer casi todos los días, me dejé llevar, perdida en su imaginación.

Excepto que esta vez era diferente, porque entre mis quimeras, alcancé a vislumbrar a mi conejo, ahora ataviado con una curiosa capa bordada, cargando contra criaturas extravagantes. Sus cabriolas se volvieron ataques, su velocidad era estelar y mágica. El paisaje verdoso y amarillo del patio se convirtió en una gran planicie, el muro de mi casa ahora era una imponente cordillera, los pollos que picoteaban tranquilamente, ajenos a mis divagaciones, eran bestias de guerra que se erguían orgullosas y amenazantes...

Y luego yo, en medio de todo, vestida con aquel disfraz que por alguna razón lucía mucho más majestuoso y etéreo, haciendo parecer a la yo de mi imaginación como si fuera una heroína de fantástica ficción, dispuesta a saltar al desafío que aquel paraje enigmático y bello le presentaba.

No era ningún secreto que crear ese tipo de escenarios era algo común en mí. Desde niña había amado leer historias fantásticas y misteriosas, y mucho más el crearlas y dar vida, de alguna forma, a los seres que habitaban dentro de mi mente, creándose, destruyéndose y evolucionando a cada minuto. Entre los cuadernos empolvados que yacían en un estante, y los borradores que se habían acumulado en mi cuenta de Wattpad, era claro que escribir era una de las cosas que más amaba hacer.
Sin embargo, esta era la primera vez en mucho tiempo en el que la protagonista de mis fantasías volvía a ser yo, relegada desde hacía años a ser espectadora en vez de partícipe. No más, por favor, me había quedado en claro hacía mucho que era demasiado grande para desear serlo cuando muy bien sabía que eso no era ni siquiera una posibilidad en mis creaciones. Si lo intentaba, ¿no rayaría acaso en lo ridículo? ¿No era demasiado pretencioso tampoco?

No podía ser la creadora y la protagonista en mis historias. Diablos, no estaba ni siquiera segura de serlo al menos en mi vida real.

Y aun así... ahí estaba.

Comprendiendo como si fuera una revelación casi divina que, a pesar de todo lo que había pasado, especialmente durante los últimos meses, gracias a una realidad sorpresiva y dura, aquella parte de mí seguía presente, muy fuerte, y anhelando. Soñando en paisajes lejanos y llenos de aventuras que en el fondo, y pese a saber que no era tan siquiera posible, quería vivir también.

En el fondo, muy en el fondo —o tal vez no tanto—, yo era como Bilbo Bolsón. Y como él, quería partir a una aventura. Tal vez para salir de mi rutina. Tal vez para experimentar lo que tanto había leído y escrito —claro está, si ignoraba la enorme cantidad de contras que seguramente existirían y que arruinarían toda la magia de ser reales—. O tal vez, solo tal vez... para asegurarme que aquella niña soñadora que un día cambió sus sueños por pesadillas y noches de insomnio seguía ahí. Viviendo. Dormida profundamente, esperando al llamado que la traería de vuelta a la vida.

Algunas horas después, y con el cabello aún húmedo luego de un rápido baño, me estaba mordiendo las uñas mientras miraba la carga de los rohirrim en los campos del Pelennor, con las cortinas cerradas para no sofocarse dentro de mi habitación. El calor me había obligado a replegarse lo más pronto posible a la seguridad de mi hogar, y si bien tenía intenciones de adelantar los trabajos que me habían dejado esa mañana, los pensamientos constantes mezclados con los escenarios que no dejaron de invadir mi mente desde aquella pequeña salida, me hicieron desistir al comprender que no podría concentrarse aún si quisiera.

Algo resignada, pero mucho más emocionada, no tardé mucho en cambiar de plan, y ahora, parapetada con una botella de chicha, un plátano y unas galletas, Val me encontraba frente a la computadora, mirando con admiración aquella escena que ya conocía casi de memoria de tantas veces que la había visto, pero que podría ver muchas otras tantas veces más sin aburrirme, y que, de hecho, en estos momentos me provocaban sensaciones mucho más fuertes de la emoción siempre inquebrantable que la invadía al ver el glorioso fragmento, digno merecedor de todos los premios que esa película se había llevado.

—¡Avancen, sin ningún temor! ¡Valor, valor, jinetes de Théoden! —murmuré, sin apartar la vista de la pantalla de la laptop, incluso si lo que más quería hacer era gritar aquel discurso en voz alta. No tenía la intención de perderme un solo detalle. No quería que nada me impidiese perderse en el momento y disfrutarlo como si lo estuviera viviendo en carne viva. Ni la histórica carga, ni la feroz batalla de Samsagaz Gamyi contra la aterradora Ella-Laraña, mucho menos el momento en el que Aragorn avanzó hacia las puertas de Mordor en honor de un gran amigo y sin miedo a la sombra o a la muerte.

No fue hasta que, de repente, en la parte final de la película, algo se me ocurrió. Un pensamiento que nunca antes y hasta ahora me había tomado muy en serio, tal vez porque ahora se manifestaba de manera diferente, ya fuera por razones desconocidas, o porque toda la mañana me la había pasado fantaseando muy despreocupadamente.

"¿Cómo sería el poder estar en la Tierra Media?"

Antes de preguntarme el por qué del pensamiento, la voz de mi madre me llamó para que fuera a comer de inmediato. Pausé la película de inmediato y salí corriendo hacia el comedor, aún con la duda rondando en mi mente. Y tantas vueltas dio, que al final tuve que admitir que no había escuchado mucho de la conversación entre mis padres y explicar que no mesentía ni cansada ni sin apetito al ellos reparar que no había tocado mi comida sino unas pocas veces.

—¿Y se puede saber en qué estabas pensando, entonces? —preguntó mi madre, mirándome inquisitiva. No le gustaba nada que por culpa de sus divagaciones, su hija no le hubiera prestado atención, ni hubiera comido casi nada por estar "volando".

—Pues, nada importante... —5 segundos después, me mordí la lengua y quise golpearme la cabeza ante lo que había dicho. Otra cosa que ambos detestaban era que su hija dijera "nada", y sus expresiones claramente disgustadas me dejaban ver el error que había cometido.— Ya sabes, estaba viendo "El Señor de los Anillos"...

Buena idea, pésima ejecución, otra vez. Si quería romper mi récord de malas decisiones en un día, entonces estaba yendo con todo.

—¿En serio, Valerie? ¿Otra vez? ¿De verdad no tienes nada más que hacer? —la voz de la razón de mi madre volvía a darle una charla que ella conocía bien y que quería evitar a toda costa.

—Mamá, no... Es de noche, no tengo tareas, he ordenado mi cuarto, ¡tengo todo hecho! ¡Incluso estudié extra!

—Estás viendo esas películas por enésima vez, de verdad que no le veo el sentido a eso. —y ahí iba mi padre.— Debería bastarte con verlas solo una vez, no otra y otra y otra...

Sí. Ellos eran así. Del tipo de personas que preferían no ser repetitivas con cosas como esas. Del tipo de personas que, desde su punto de vista, no podían comprender por qué me gustaba regresar a los lugares que despertaban sus fugaces, imposibles deseos de salir de mi realidad por un momento y perderme en parajes que solo existían a través de mis ojos y dentro de mi mente...

—No es nada malo, y además no las veo tan seguido.

—Eso es obsesivo, Valerie. Eres obsesiva si lo haces tantas veces, y tú lo haces todo el tiempo. Voy a considerar quitarte tus películas si sigues perdiendo el tiempo así.

Y ahí estaba. La frase de siempre. La que no quería sacar pero que siempre terminaba saliendo a colación cada vez que se trataba de eso.

"Genial, Valerie. Eres una grandísima idiota."

Lo había hecho bastante bien, hasta ese momento. Y ahora me había ganado el lío diario gratis por una pregunta. De hecho, si me ponía a pensarlo detalladamente, habría descubierto que era muy probable que algo hubiera sucedido mientras yo miraba mi película tranquilamente, ahora se daba cuenta de ello. Además del hecho de que, de manera caricaturesca, probablemente mis dos padres parecían estar echando humo por encima de sus cabezas en ese instante, con expresiones claramente faltas de complacencia.

"Pero qué idiota..."

Si hubiera sido más observadora como tanto me reclamaban, me habría dado cuenta y habría podido hacerlo mejor. Habría podido preguntarles qué pasaba, o mejor, callarme la boca, terminar de comer, hacer algunos quehaceres extra y tratar de calmar los ánimos entre ambos. Pero no.

—En vez de perder el tiempo con esas tonterías del anillo y los vengadores deberías centrarte en avanzar tu tesis. No quiero que demores en sacar el título cuando termines la universidad, tienes que aprovechar tu tiempo en cosas útiles.

—Sí, mamá, tienes razón. —afirmé lo más serena que pude, aunque en el fondo estuviera tragándome las lágrimas. Ya fuera porque me sentía culpable de no haberme percatado de los problemas que seguramente mis padres habían tenido ese día. Ya fuera porque me dolía tener esa conversación con tanta frecuencia. No quería correr ningún riesgo de empeorar todo y ganarme un regaño que terminase con una serie de gritos poco agradables en el mejor de los casos.

Aunque, tal vez ya era demasiado tarde para eso.

—Entonces madura de una vez, ¿quieres? ¿De qué te sirve estar viendo esas películas todo el tiempo? ¿Te van a ayudar en la vida? ¿Van a servirte de algo que sí te sea útil para tu futuro? —las últimas palabras fueron pronunciadas en un tono más elevado del que ya tenía, uno claramente fastidiado.

—No...

"Claro que no".

Ellos tenían razón, y las pruebas para ello eran muchas. Una cosa era escribir, crear un personaje que tuviera al menos la idea de lo que estaba sucediendo en ese mundo, imaginar cómo podría ser tu vida en medio de aventuras épicas... pero no era la realidad. Para mis padres, esas historias que ni siquiera me ayudaban a ganar dinero solo eran un escape de mi vida y mis responsabilidades, y por ende, algo que nunca me ayudarían a crecer en la realidad que sí tenía en frente.

Y maldición, ¿cómo podría contradecirlos si estaban en lo cierto?

Los sueños pueden volverse realidad, sí. Pero ese tipo de fantasías... solo se quedan en eso, y en nada más. Y yo lo sabía perfectamente.
No quise insistir en la conversación, y después de un intento fallido para amenizar los pocos minutos que me quedaban en la mesa, me resigné a terminar mi cena y agradecer luego de aquel incómodo silencio, antes de recoger los trastes y lavarlos, para finalmente encerrarme en mi habitación, de nuevo.

Ahora no tenía ni ganas de terminar la película. Lástima, porque me quedaba solo la despedida en los Puertos Grises.

Aquello me hizo sentir incluso peor.

Con un sabor amargo en la boca, después de guardar el disco, y habiendo cerrado las pestañas donde tenía planeado escribir algunos capítulos más de la historia con la que más me había inspirado últimamente, opté por hacer caso a las palabras de mis padres. Preocuparme por mi futuro, trabajar en lo que sí me sería útil. Abrí la copia que tenía de Bioquímica de Lehninger para estudiar, pero no había caso. No me podía concentrar. Ya gruñendo un poco, me resigné a cambiar a Inmunología de Kuby, pero una vez más, volvió a pasar lo mismo. ¿Bacteriología de Rojas? Ni siquiera con los constantes recordatorios silenciosos de que aquel curso era el más exigente del semestre podía prestar la atención que en otro momento me habría tomado segundos adquirir.

Era por gusto. Mi mente, testaruda desde siempre, y ahora más por sentirse herida en su orgullo, había tomado una decisión, y rindiéndome luego de algunas maldiciones masculladas en voz baja, terminé por cerrar los libros y volver a encender la computadora para leer algunos fragmentos de "El retorno del Rey", antes de que fuera mi hora de dormir. Alternando la lectura con alguna que otra conversación con mis amigas, las horas restantes se me escurrieron como agua, y lo único que me hizo retomar la noción de la realidad fue la voz de mi madre en un tono de advertencia para que me fuera a dormir. Nota adicional, debía apagar absolutamente todo si no quería problemas cuando fuera a cerciorarse de ello.

Ni siquiera me molesté en explicarle de nuevo que no podía dormir sin música sonando aunque fuera en voz baja. No tenía sentido.

Y, en silencio, abrazada a uno de los conejos de peluche de mi pequeña colección, seguía pensando, dando vueltas, y pensando de nuevo, en cualquier cosa, en la conversación de la cena, en el futuro, en aquella pregunta que seguía dando vueltas dentro de mi mente... en todo, en nada... algún tiempo después, y finalmente, el sueño comenzó a hacer mella, mezclándose con mis pensamientos y dejando imágenes que presagiaban otro de los muchos sueños fantásticos que había tenido en el pasado y que, directa o indirectamente, me ayudaban a escribir, a imaginar, a perderse...

Un suave aroma comenzó a hacerse presente. No era tan raro, a veces mis anhelos por obtener algo se manifestaban en mi memoria mediante aromas que me permitían recordar aquellos deseos. Lo que lo caracterizaba esta vez era que, este aroma en particular, era una mezcla de fragancias suaves y nostálgicas. La hierba húmeda por el rocío, la tierra después de la lluvia. Flores que se abrían al mundo por vez primera. La brisa que traía a mis narices el peculiar aroma de la madera arbórea...

La pregunta se repitió dentro de mi mente.

"¿Cómo sería el poder estar en la Tierra Media...?"

La respuesta tenía mil caras. Ninguna era la mía y lo sabía.

Y en un bostezo, alcancé a atisbar la hora en mi pequeño reloj...

11:58. Pronto sería 25 de marzo.

Entonces me dormí.

Aquel sueño se me hizo bastante extraño. Tenía toda la apariencia de ser un sueño de bucle bastante realista, pero la sensación que me rodeaba le daba un aire de irrealidad. Algo que no había experimentado desde que era una niña pequeña.

Como si una fuerza mayor me controlase cual marioneta, me puse de pie, tomé a mi conejo de peluche y echando un último vistazo borroso, salí de mi habitación, ligera, casi flotando, tan inmaterial que sentí como si atravesara las paredes de mi casa, incapaz de experimentar alguna sensación de tacto, u olfato, o sabor...

Tenía que salir. Pero... ¿a dónde?

Y, sobre todo...

¿Por qué?

Ni bien estaba en la puerta, creí entender la razón, al escuchar gruñidos y ladridos mezclados con unos rasguños y un cacareo desenfrenado. Mi mente lo entendió de inmediato.
Mi conejo, al que no había visto cuando desperté. Las gallinas de mi madre. Los perros del vecino que saltaban la barda que dividía el patio todas las noches...

"No me jodas..."

—¡Mamá! —grité, sin poder evitar sentir miedo. Si algo le sucedía a esos animales...— ¡MAMÁ!

Presa del pánico abrí la puerta, sin preguntarme por qué mis padres no habían atendido a mi llamado para que salieran también. Sin pensar en cómo diablos se habían salido de su jaula y sus nidos, respectivamente. Sin considerar tomar una escoba o unas piedras para alejar a los canes. Solo salí y corrí...
Y no vi nada.

Y de la misma manera tan extraña que todo había iniciado, el sueño se volvió una pesadilla.

"¿Pero qué...?"

Primero fue un tropezón, uno relativamente normal.
Luego la caída al suelo, tan rápida como siempre.
El lugar donde iba a poner las manos antes de caer... se desvaneció.
El suelo se abrió, y caí al vacío, sintiéndome desgarrada por una sensación desagradable y familiar.
Quise gritar, pero no tenía voz. Quise despertar, pero parecía estar muy despierta.

"¡¿Qué carajo está pasando?!"

Como si fuera una broma de muy mal gusto, escuché una última voz antes de ser arrastrada a la oscuridad.

"Código de activación ¡¿QUÉ CARAJO ESTÁ PASANDO?! aceptado."

Y entonces choqué contra algo, de manera tan dura y repentina que no supe si me había desmayado, o si mis días habían terminado. Simplemente me desvanecí...

"¡Primer capítulo de este crack-fic!
Honestamente no sé cuál sea el resultado final de esta aventura loca, o si tenga sentido alguno, lo cuál dudo, pero de todas maneras ¡espero lo disfruten muchísimo!
Y ya saben, cualquier duda, crítica o comentario que quieran dejarme, pueden hacerlo con total libertad."

ValerieMN

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