♰・𝕮apítulo 𝐕: El nacimiento de una nueva dinastía

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➵ 𝕮𝐇𝐀𝐏𝐓𝐄𝐑 𝕱𝐈𝐕𝐄
ະ𓄹 The birth of a new dynasty

Pero es nuestra hermana.
Y debemos cuidarla para que un día sea
tan fuerte como lady madre

Palacio de Westminster, Londres, 11 de febrero de 1466
Elizabeth de York da la bienvenida al mundo.

🌹 Elizabeth Woodville 🌹

𝐄𝐋 𝐃𝐎𝐋𝐎𝐑 𝐌𝐄 𝐀𝐑𝐑𝐀𝐍𝐂𝐀𝐁𝐀 𝐄𝐋 𝐀𝐋𝐈𝐄𝐍𝐓𝐎, cada contracción era como una ola que golpeaba implacable mi cuerpo. Las sombras de la habitación danzaban bajo la luz de las velas, y a mi alrededor, el aire estaba espeso con el aroma de hierbas, sangre y sudor. Pero lo más importante, estaba mi madre, Jacquetta, fuerte y serena, como siempre. Se movía con una calma impresionante mientras ayudaba a las comadronas. Su presencia me reconfortaba.

—Respira, hija mía —me susurró, tomando mi mano con ternura—. Lo estás haciendo muy bien. Pronto estará aquí.

La escuché, tratando de centrarme en su voz, en su rostro que parecía flotar entre la neblina de mi dolor. Jacquetta había estado a mi lado en el parto de Thomas y Richard, su sola presencia me recordaba que el amor y la fortaleza corrían por mis venas, que no estaba sola. Sentí el cálido toque de sus manos en mi frente, limpiando las gotas de sudor que caían sin cesar.

—Este infante crecerá bajo el manto de la virtud y el honor, pues tuya es la sangre que corre corre por sus venas —añadió con una sonrisa que pretendía calmar mi ansiedad.

Sus palabras opacaban los murmullos de los asistentes que movían con urgencia las toallas y las palanganas llenas de agua caliente. Pero mi mirada buscaba una cara en particular. Allí, entre el humo y el caos, estaba mi hermana Eleonor, serena a pesar de lo que ocurría a su alrededor. Sus ojos me ofrecían consuelo, un faro en medio de la tormenta. Y en sus brazos, como dos ángeles observando desde la distancia, mis hijos, Thomas y Richard, aguardaban con el rostro lleno de inquietud.

—Todo está bien, mis pequeños —les dijo mi madre—. Pronto conoceréis a vuestro nuevo familiar. Sed fuertes.

Tienen que estar aquí, ellos deben conocer al que será su nuevo hermano, el futuro príncipe de Inglaterra.

Otro grito ahogó mis pensamientos, cortándome la respiración. Sentí las manos de las comadronas sobre mi abdomen, firmes, mientras trataban de guiar al bebé hacia la luz. Mis dedos se cerraron en puños sobre las sábanas de lino, aferrándome a cualquier vestigio de fuerza que aún quedaba dentro de mí.

—Está cerca, mi señora —dijo una de las comadronas, con la voz calmada pero decidida—. Pronto llegará.

«Edward».

Su nombre resonó en mi mente. ¿Dónde estaba? ¿Cómo reaccionaría si no le daba un hijo? Un príncipe. Todos esperaban un varón, incluido él. Sabía que el reino lo esperaba, y aunque me amaba, no podía ignorar la presión que recaía sobre mis hombros.

Pero más que eso, yo misma lo esperaba. Quería darle a Edward ese hijo, un heredero que asegurara el trono, que consolidara nuestra unión y mi lugar en la corte. Sin embargo, una parte de mí temía lo peor, como si algo en mi interior supiera lo que estaba por venir.

—Sigue empujando, mi señora —me instó la comadrona, y volví a gritar, más fuerte esta vez, como si con ese grito pudiera exorcizar todos mis miedos.

Los segundos se volvieron horas. Las luces de las velas danzaban, proyectando sombras que se movían al compás de los gritos. Sentí las lágrimas correr por mis mejillas, pero me negué a dejar que me dominaran. Tenía que ser fuerte. Por mí, por Edward, por este niño que estaba por llegar.

Eleonor permanecía cerca, sosteniendo la mano de Thomas y Richard, quien miraba con una mezcla de asombro y miedo. No quería que mis hijos vieran tanto dolor, pero tampoco quería que estuvieran lejos en este momento tan importante. Entonces, en medio del caos, una quietud extraña llenó la habitación. Un último esfuerzo, un último empujón, y sentí cómo el peso del bebé se liberaba de mi cuerpo.

—¡Ya está aquí! —exclamó mi madre, con una mezcla de alivio y alegría.

Finalmente, después de lo que parecieron horas, escuché el suave llanto de un bebé. Un llanto que llenó el aire y rompió el silencio tenso que había dominado la estancia. Las comadronas se movieron con rapidez, limpiando al bebé y envolviéndolo en mantas. Eleonor se adelantó para sostenerlo por un momento, sus ojos brillaban con una mezcla de emoción y sorpresa.

—A ver mi niño —murmuré, agotada pero ansiosa.

Eleonor lo sostuvo con suavidad. La luz de las velas proyectaba sombras sobre su rostro mientras miraba al pequeño cuerpo en sus manos. El silencio se extendió por unos largos segundos, y mis hijos, Thomas y Richard, se acercaron más, expectantes.

Mi hermana tardó en responder. Sus ojos se encontraron con los míos, y pude ver en ellos un destello de incertidumbre, de preocupación. Sentí que el aire me abandonaba.

—Es... —dudó, mirando de nuevo al bebé antes de pronunciar las palabras que cambiarían todo—. Es una niña.

«Una niña».

Un suspiro colectivo recorrió la habitación. Sentí que el peso de esas palabras caía sobre mí como una losa. Era una niña pero no el heredero que Edward, que el reino y que todos esperaban.

—Tráemela —dije, con un hilo de voz, alzando los brazos.

Eleonor me la entregó con delicadeza, y al tomarla en mis brazos, algo dentro de mí cambió. Sus pequeños ojos, aún cerrados, su piel suave, sus manos diminutas, todo era perfecto. Sentí una oleada de amor tan poderosa que casi me dejó sin aliento. No era el heredero que Edward y todo el reino esperaban pero no importaba, al verla supe qué era lo que verdaderamente importaba: era mi hija, mi pequeña princesa, y no importaba lo que el mundo esperara de mí, ella era todo lo que necesitaba. Mi madre, que no se había movido de mi lado, apretó mi mano con más fuerza, como si quisiera compartir su fortaleza conmigo.

—Es una niña, hija mía, pero es tuya —me dijo Jacquetta con un tono lleno de amor y sabiduría. Miré a mi madre, a esa mujer que había sobrevivido a tiempos agravios y guerras traicioneras. Una reina de corazón, aunque no en título—. Eso es lo único que importa.

Sus palabras la siguieron el crujido de la puerta al abrirse, y la imponente figura de Edward apareció en el umbral. Su mirada recorrió la habitación hasta posarse en mí y en el bulto que acunaba en mis brazos.

—Voy a entrar —dijo, su voz firme, pero cargada de ansiedad—. ¿Dónde está mi hijo?

Sentí un nudo en el estómago. Jacquetta me miró con calma, como si ya supiera lo que venía. Mi madre me había enseñado a ser fuerte, a enfrentar los desafíos con el corazón en alto. Y ahora, más que nunca, necesitaba esa fuerza.

—Edward... —murmuré, levantando la vista hacia él—. Es una niña.

Un silencio cayó sobre todos una vez más, más pesado que el anterior. Edward se quedó inmóvil durante un instante, observando a nuestra hija. Vi cómo sus ojos se suavizaban, cómo la tensión en su rostro se disipaba poco a poco. Finalmente, dejó escapar un suspiro.

—No importa —dijo, su voz más suave, más cálida—. Vendrán más, Elizabeth. Vendrán más.

Sentí alivio al escuchar sus palabras. Edward era un rey, pero también era un hombre. Un hombre que amaba a su esposa y que, en ese momento, amaba a su hija.

Mis ojos se llenaron de lágrimas, pero no de tristeza, sino de alivio.

«Edward me comprende».

—Es hermosa —dijo con ternura.

Jacquetta y Eloise sonrieron con orgullo. Era como si estuviera viendo en mi hija el legado de nuestras mujeres, de nuestra familia, y sabía que, aunque no hubiera sido un varón, esta niña traería consigo un futuro grandioso.

Entonces, la puerta se abrió de nuevo, y apareció Richard, mi padre. Su rostro, marcado por los años, se iluminó al vernos, y sin decir una palabra, caminó hasta mi lado. Puso una mano sobre mi cabeza, acariciándola suavemente, como hacía cuando era niña.

—Una nieta —dijo con una sonrisa cálida—. Elizabeth, has traído al mundo una joya.

Mi corazón se llenó de amor y gratitud. Estaba rodeada de aquellos a quienes más amaba. Mi pequeña hija, dormida en mis brazos, parecía ajena a todo, pero yo sabía que su vida estaría llena de amor por la familia que le aguardaba.

—Será fuerte, como su padre —dije, sonriendo a Edward.

Él se inclinó y me besó en la frente con ternura.

—Y como su madre —respondió.

—¡Aunque ahora es muy pequeña! —exclamó Richard, con los ojos abiertos de par en par.

—Pero es nuestra hermana —dijo Thomas, con la sabiduría de un joven que ya comenzaba a comprender las complejidades de la vida—. Y debemos cuidarla para que un día sea tan fuerte como lady madre.

—Sí —le contesté, con la presión de mi cuerpo más aliviada—. Vuestra hermana, la princesa Elizabeth, será tan fuerte como lo seréis vosotros cuando seáis mayores.

Mi madre acarició la cabeza de la niña con suavidad.

—Este es solo el comienzo, hija mía. Nuestra familia siempre ha sido fuerte —dijo Jacquetta.

—Y lo seguirá siendo —continuó mi padre.

Mis hermanos habían venido con él. Anthony, uno de mis hermanos varones más mayores, se acercó a mí y me depositó un suave beso en la frente. Su cabello castaño ondulado rozó mi piel con un toque etéreo, casi imperceptible, dejando un rastro de calidez.

—Felicidades, hermana. Has traído una nueva vida en este mundo, que no te quepa duda de que Elizabeth será igual de inteligente y afectuosa como lo has sido tú.

Sostuve a mi hija más cerca de mí mientras le dirigía una sonrisa. Pude sentir que el peso de las expectativas del mundo ya no importaba. Lo que importaba era que estábamos juntos, como la familia que siempre hemos sido.

🌹 ¡Muchas gracias por el apoyo, los votos y los comentarios! Ya sabéis que entre más interacción haya en los capítulos, más seguidas serán las actualizaciones. 🌹

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