vi. Salvando a la Reina del Drama

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Lo que menos esperaba Alysa aquella tarde era recibir un Mensaje Iris de Thalia Grace. La hija de Zeus y ella no tenían mucho trato, pero habían peleado juntas en la Batalla de Manhattan.

Desde que Alyssa había rechazado su propuesta de unirse a las Cazadoras de Artemisa, Thalia y ella no habían vuelto a verse. Pero según parecía, la hija de Zeus necesitaba su ayuda para evitar alguna tragedia.

Por eso, allí estaba ella, en el Salón del Trono del Olimpo, esperando a que algún Dios se dispusiera a desmaterializarla y enviarla a la Casa del Lobo, porque no, no podría llegar a California desde Nueva York en un abrir y cerrar de ojos.

— ¿Y por qué deberíamos ayudarte?— Zeus preguntó desde su trono.

— ¿Para evitar otra guerrá, quizás?— Alysa rodó los ojos, con los brazos cruzados bajo sus pechos, aún vestida con el traje típico de la Grecia antigua—. Además, es tu mujer, y por mucho que me extrañe decir esto, deberíamos salvarla.

— La semidiosa tiene razón, lo más sensato sería rescatar a Hera— Atenea apoyó la idea de Alysa después de meditarla por unos minutos.

— Veis, si la Diosa de la Sabiduría me apoya es que tengo razón.

Varios murmuros se extendieron por la sala, pero fueron acallados por el sonido de los tronos de Zeus. Parecía que la intervención de Atenea había hecho que la mayoría de la sala se pusiese a su favor.

— Bien, Alysa Stein, te concedemos permiso para salvar y traer de vuelta a Hera.

Alysa asintió, conforme con las palabras de Zeus, y cerró los ojos con fuerza. Una especie de calor se extendió por sus extremidades, propagando pequeñas corrientes eléctricas y elevándola del suelo. La muchacha mentiría si dijese que no le habían entrado naúseas por momentos, pero todo terminó cuando el calor abandonó su cuerpo y cayó de golpe al suelo. Sólo allí se permitió abrir los ojos, encontrándose cara a cara con los tres semidioses que iban de misión, un gigante y una Hera encarcelada.

— Ya era hora de que vinieras Stein, ayuda a estos semidioses a liberarme.

— Podría ser un poco más amable Hera, y un por favor y gracias no estarían mal, contando que tuve que convencer al consejo para que me dejaran ayudarla.

Alysa desenfundó su espada, acercándose a Jason Grace, que parecía estar dándole un discurso motivacional al gigante.

— Y bien hijo de Júpiter, ¿atacamos o prefieres seguir de charla?

— ¡Por Roma!

Tras aquel grito de guerra por parte del muchacho, Alysa corrió detrás suya, blandiendo su espada. Aquel gigante no parecía fácil de derrotar, y cuando intentó asestarle una estocada con su espada, el monstruo la golpeó, enviándola varios metros hacia atrás, contra un árbol.

Alysa se reincorporó lentamente, algo dolorida, y notó como algo caliente y con un sabor metálico le llegaba al labio. Al limpiárselo con la mano, observó que había sangre en ella, le había roto la nariz.

— Esto sí que no, querido, mi cara es sagrada.

Un aura de oscuridad rodeó el cuerpo de la semidiosa mientras se acercaba lentamente al gigante. Era uno de sus muchos poderes, y consistía en proyectar un aura de terror que paralizaba a sus oponentes, otorgándole ventaja.

— Arrodíllate ante mi semidiosa, jurale lealtad a Gea y te dejaré vivir— le gritó el gigante, mientras combatía a Jason Grace.

— Mi nombre es Alysa Stein y no me arrodillaré ante ti ni ante nadie.

La morena echó a correr y pegó un salto, elevándose en el aire y rasgando con el filo de su espada la piel del gigante.

El sonido de unas cadenas romperse se escuchó en la distancia, haciendo que la hija de Fobos cerrase los ojos y procurase soltarse del enorme gigante.

Una onda de luz, casi como la que la había transportado a aquel valle, acabó con todos los monstruos de los alrededores, aunque al gigante le dió tiempo a escapar.

Para cuando Alysa abrió los ojos de nuevo, todos estaban tendidos alrededor del cuerpo de Jason Grace, que parecía haber despertado de una pesadilla.

— ¿Qué me he perdido?

Los muchachos se giraron a mirarla, observando los desperfectos que tenía su aspecto físico. Tenía la nariz rota, chorreando sangre y algunos cuantos cortes en los brazos y piernas. Su vestido estaba rasgado, con una abertura que le llegaba a la cadera en uno de los laterales, y manchado de tierra.

— Nada demasiado importante...— Hera la observó atentamente—. Bueno semidoses, es hora de que volváis al Campamento Mestizo, creo que ya sabréis que hacer cuando lleguéis.

— Y usted y yo señora, debemos regresar al Olimpo.

La vista de Alysa se nublaba parcialmente, pues al usar los poderes que había heredado de su padre, sus reservas de energía se agotaban demasiado rápido.

— Pero esta vez tendrá que encargarse usted.

Alysa se tambaleó hacia atrás, perdiendo el equilibrio y cayendo al suelo con un sonoro golpe.

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