xxiii. Las verdades son dolorosas

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Cuando Quirón les hablaba sobre los lugares de la Antigüedad griega, como habían sido Esparta, Creta, Delos o Troya, solía tratarlos como algo místico. Algo fuera del alcance de los simples mortales.

Si cuatro años atrás le hubiesen dicho que estaría pisando el mismísimo césped de la isla de Delos, no sólo como una inmortal, sino también del brazo de mismísimo Dios Apolo; Alysa probablemente se hubiese reído, hubiese negado con su cabeza y hubiese preguntado que clase de drogas les hacían ver aquellas estupideces.

Aún así, toda el gozo que pudiese haber traído consigo aquel hecho, se desvanecía al descubrir el motivo verdadero.

Zeus había vuelto a expulsar a Artemisa y Apolo del Olimpo, en uno de sus arranques de furia, llevándose también por delante a Alysa. Y, por culpa de aquello, los tres dioses se encontraban en la isla natal de los mellizos.

Aquello aún hubiese sido aceptable, hasta cierto punto, si Alysa no se viese obligada a hacer lo que tenía que hacer. ¿Cómo podía decirle a un muchacho de dieciséis años que estaba destinado a morir?

Cuando Frank Zhang, Hazel Levesque y Leo Valdez pisaron la isla, alertando a sus ocupantes, Alysa supo que debía hacer, pero, primero debía dejar que hiciesen su trato con los mellizos.

Artemisa se llevó a Hazel y Frank, mientras que Apolo hablaba con Leo, haciéndose el idiota. Él no solía ser así, al menos no con ella, pero debía mantener su fachada de dios arrogante.

Alysa, por su parte, tomó asiento en unas rocas situadas al lado de una laguna formada por una cascada. Tenía el vestido rojo que llevaba puesto subido hasta las rodillas, para evitar mojarlo mientras tenía sus pies en el agua. En su cabello, a su vez, portaba una tiara con gemas rojas, que relucían cuando el sol impactaba en ellas.

Pasaron varios minutos hasta que unos pasos sonaron a sus espaldas, despertándola de su ensoñación.

— Lord Apolo dijo que solicitasteis hablar conmigo, Lady Alysa.

Se notaba que el muchacho se esforzaba por no parecer maleducado ante la nueva divinidad.

— No hace falta que hables así, Valdez— Alysa sonrió—. Al fin y al cabo, hasta hace poco era una de vosotros.

— Bien, eh... Alysa... ¿qué necesitabas de mí?

— Ven, siéntate a mi lado.

Poco a poco, Leo se acercó a la nueva Diosa, sentándose a su derecha, con las piernas cruzadas sobre la roca.

— Sé lo que pretendes hacer.

— ¿Y te parece estúpido?

— Es una locura— Leo la miró temeroso—, pero lo comprendo. Comprendo que quieres salvarlos a todos, yo también quise hacerlo con Nico.

— Entonces, si no es para hacerme desistir de mi idea, ¿qué necesitas?

Alysa cerró sus ojos, intentando ordenar las palabras en su mente antes de decirlas. No era fácil lo que tenía que hacer, pero debía decírselo claramente.

— Lo he visto.

— ¿Qué has visto?

— Te he visto a ti Leo Valdez, te he visto morir cientos de veces— Alysa abrió sus ojos, desviando su mirada hacia el semidiós—. Si vas a hacer eso debes conocer todos los riesgos Valdez, debes asumirlos y debes aceptarlos. Si tienes miedo huirás. Es pura supervivencia.

— ¿Cómo se qué cuando llegue el momento no seré un cobarde? ¿Cómo aceptaste tú tu muerte?

— No voy a decirte que es fácil, porque no lo es. Tendrás miedo. Sentirás cómo toda tu sangre se congela. Sentirás la necesidad de huir— llamas danzaban en la mirada de Alysa—. Debes mentalizarte de que una vez lo hagas, no hay vuelta atrás. Se acabó. Fin. Y debes considerar que la cura del médico no funcione, es una posibilidad— Alysa regresó su vista al agua, mientras sus ojos dejaban de refulgir— Eso es todo, puedes irte.

Leo se levantó de su lugar, emprendiendo el camino del vuelta hacia sus amigos.

— Mucha suerte Valdez, la necesitarás.

Había decisiones que eran complicadas de tomar. Decisiones que te marcaban de por vida. Aquella era una de ellas.

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