O13. deacon

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O13 | DEACON

     La luna deslumbrante se erguía sobre sus cabezas esa noche, todos en silencio alrededor de un lecho dónde yacía la gran Aibek, vestida con una elaborada ropa de color blanco, su cabello estaba trenzado y sus manos unidas descansaban sobre su pecho.

—Madre Luna, está noche nos presentamos ante ti para que con tu manto cubras el cuerpo terrenal de una de tus hijas, quién lucho a nuestro lado hasta su último suspiro —vocifero Seung—. Su alma descansa contigo y es hora de que su cuerpo también lo haga, madre Luna, recibela y arrullala en tu fase menguante.

Los hermanos Cullen observaron con atención como cada uno de los aldeanos se ponían de rodillas, extendiendo sus manos hacia el cielo. Y repitieron tal acción por respeto.

Liam, que estaba adelante de ellos, junto a los demás lobos, entraron en fase.

Aullando todos al unisono.

Ahora eres una estrella que acompaña a nuestra madre Luna, Gran Aibek.

Edward sintió su pecho cálido ante tal ceremonía, no dudaba que Alice se sintiera igual. Todo era tan mágico que se cuestiono como era que una tribu así fuera real.

El ambiente le hacía olvidar lo crudo que era el mundo, tanto el humano como el de su misma especie. Estaba seguro que si le hubieran dado escoger a cuál quería pertenecer, elegiría el mundo de Liam.

De pronto, una llamarada lo saco de su ensoñación, sus ojos se fijaron en la gran hoguera en dónde hace un momento descansaba la Gran Aibek. Las cenizas que surgieron fueron llevadas por el viento hasta perderse en la oscuridad de la noche.

—Ahora, en su nombre —continúo el padre de Liam—. June Willows pasará a tomar el cargo, protegiendo con su sabiduría y fuerza a esta aldea.

La susodicha, en su forma de lobo avanzó hasta quedar frente a Seung, quién se giro tomando con sus dedos un poco de las cenizas que habían quedado y mientras recitaba algunas palabras en un lenguaje que no supo descifrar, mancho la frente de la gran loba, dibujando unas runas.

—La nueva Gran Aibek —anuncio, reverenciando al mismo tiempo que los gritos y aplausos estallaron, celebrando.

Si, era un mundo nuevo para él.

Y le gustaba.



      Más tardar en la madrugada, toda la tribu se encontraba danzando y comiendo alrededor de la fogata central. Continuando con la celebración, que para su entendimiento, los Kane dejaban el dolor atrás para disfrutar de la alegría de lo nuevo.

—No le tememos a la muerte —dijo Liam a su lado, notando su curiosidad por lo que pasaba delante de sus ojos—. La muerte siempre está con nosotros, lo vemos como la hermana de nuestra madre Luna. Que tarde o temprano nos llevará con ella.

—¿Te he dicho que me encanta escucharte hablar sobre tu cultura? —le sonrió, recargando su cabeza en el hombro del cambiaformas.

Liam rio, pasando una de sus manos por la espalda del vampiro. Ambos estaban sentados sobre unas pieles alejados del disturbio animado de su gente y frente a ellos algunos platos llenos de bocadillos y alimentos.

—Dijiste que habías dejado de ser Romeo —se burló, paseando sus ojos verdes por las personas que bailaban al compas de los tambores y las arpas.

Visualizando a su hermana danzando junto a Alice, las dos parecían divertirse mucho.

—Si, bueno, soy tu Romeo —musito entre dientes, haciendo énfasis en el "tu".

El pelinegro se removió, dejando que su rostro se quedará a tan solo unos centímetros del de Edward, pasando sus ojos de los dorados de él hasta sus labios.

—Si, mío.

Acortó la distancia, colocando una de sus manos en la mejilla del vampiro. Moviendo sus labios al compás de los suyos.

Edward por su parte, ladeo la cabeza para un mejor acceso, subiendo sus manos al cuello de su lobo. Jadeando en medio del beso cuando la mano de Liam que se mantenía en su espalda lo cargó sin esfuerzo.

Estaban por marcharse hasta el hogar del cambiaformas pero una pequeña de seis años se abalanzó sobre las piernas de Liam, deteniendolo de escapar en medio de la ceremonía con su impronta.

—¡Liam! —la menor jaló de su pantalón.

—Maia, ¿qué sucede? —el chico sonrió al sentir al cobrizo esconder su rostro en su cuello, avergonzado por ser visto por una niña.

Y algo frustrado, debía de admitir.

—Papá dice que si le presentas a la linda chica que baila con Misuk —sonrió, dejando ver la ausencia de uno de sus dientes de leche.

—¡Maia! —regaño un hombre que iba llegando hasta ellos—. ¿Qué cosas raras andas diciendo?

—No son cosas raras, tu diji- —el moreno no la dejo terminar, tomando a su escurridiza y delatora hija en sus brazos.

—Liam está algo ocupado para tus bromas, Maia —tartamudeo ante la mirada de burla que se empezaba a formar en el rostro de Liam—. No me mires así.

—¿Así cómo?

—Basta, esfumate de mi vista —bufo el hombre.

—Qué cascarrabias —se rio—. Deja de aparentar que tienes como 40 años, Archie o te volverás un viejo decrépito muy rápido.

—¡Solo tengo 27! —exclamó desesperado, dándose vuelta y alejándose a grandes zancadas mientras su pequeña hija se despedia con la mano de la pareja.

Liam negó divertido, continuando con su andar aún con el vampiro en sus brazos. Que no hacía más que aferrarse a su cuerpo, ocultando todo tipo de timidez al escuchar algunos pensamientos que los mencionaban.

Hoy la pone. Quiso que la tierra lo tragara en ese momento.

—Estas actuando como un Koala para ser un vampiro —musitó contra su oído al poco tiempo en que lo recostaba sobre su cama—. ¿Estás tímido?

—Cállate —bufo.

—Lo estás, mi Zira —dejo un par de besos en su coronilla.

Edward se incorporó, quedando los dos sentados sobre la cama, mirándose a los ojos mientras sus manos dejaban caricias por las zonas en las que se escabullian.

—¿Qué significa Zira?

—Mi luz de luna —beso su mano al momento que está subió para acunar su mejilla—. Aqmar es como te dirán los demás, pero solo yo te puedo decir mi Zira.

Edward asintió, delineando cada detalle del rostro de su lobo con sus dedos.

—¿Y Aqmar Liam? —cuestiono al recordar que June lo llamó así cuando llegó aquí.

—Es una forma de decirle a los demás de quién eres, de dejarles saber quién fue el que dejó su huella en ti —sus ojos se oscurecieron.

—Son muy posesivos.

—Mirá quién habla —ironizó—. Pero es nuestra naturaleza, nadie puede tocar a un Aqmar. No sé cómo funcionan las cosas en otras tribus pero aquí una impronta es tan importante como lo es nuestra madre Luna.

—Lo entiendo —asintió, dejando que Liam removiera su ropa hasta deshacerse de ella.

—Eres mi rayo de luz, mi luz de luna, mi Zira —se acercó al rostro del cobrizo, sellando sus labios con los de él.

—¿Cómo te puedo llamar yo? —se animó a preguntar luego de separarse—. ¿Existe una forma de llamarte a ti o solo la impronta recibe apodos?

Liam sonrió, inclinándose sobre él. Rodeando su cuerpo con sus brazos y dejando un camino de besos que iba desde su cuello hasta su pecho desnudo.

Deacon —susurro contra su piel de porcelana—. Soy un hombre lobo, un guerrero, hijo de la luna. Pero para mi Zira soy un siervo, alguien que seguirá tus peticiones y deseos. De no ser así estaré pecando y mi único destino será una muerte tortuosa.

Edward sostuvo su rostro entre sus manos, clavando sus ojos dorados en los verdes de Liam.

—Mi Deacon.

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