OO5. do not leave me

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OO5 | NO ME DEJES



—¿Pudiste hablar con él?

—No mucho —la contraria sorbió su nariz después de haber llorado unos minutos antes—. Me dijo que ya no podíamos ser amigos, que era malo...¡por dios, Ian! Se hizo un tatuaje y se cortó el cabello.

—No sé qué decirte, al final Sam lo tiene en sus garras —el moreno miró hacía adelante.

Aunque, ambos pasaban más tiempo de lo normal con la compañía del otro, no dejaban de preocuparse por Jacob. Después de todo seguía siendo su amigo y no poder saber lo que le pasaba los dejaba con un mal sabor de boca.

—Tengo miedo.

—¿De qué? —dejó de observar las gotas de lluvia que chocaban contra el parabrisas de la camioneta, y se centró en el diminuto cuerpo de la fémina pegado a él en busca de calor.

Sus ropas mojadas y sus ojos levemente hinchados no hacían más que hacerlo enojar. Sin duda, Jacob se había vuelta un idiota de primera.

—De que tú también te alejes —confesó, ocultando su pálido rostro en el cuello del contrario—. Eres lo único que me queda, la única persona con la que me siento segura...

—Jamás —respondió, sin dejarla continuar y pasando su brazo por su cintura, atrayéndola aún más hacia su cuerpo—. Te lo dije, Bella, seré ese alguien que necesites. Siempre y cuando lo necesites, no te puedo obligar a mi compañía.

—Tu compañía es todo lo que necesito ahora —dijo, sin despegar su cara del cuello de él.

Su corazón no dejaba de latir rápidamente, como si hubiera corrido un maratón. Y sabía muy bien lo que eso significaba, pero no podía hacer nada, no quería hacer nada.

—Disculpame —dijo al notar que el timbre de su celular había roto su pequeño momento.

—Descuida —sonriendo, le indicó que contestará.

—¿Sí? —sin poder salir de la cabina para atender la llamada, se quedó ahí dejando que la castaña pudiera oír levemente la conversación—. Leah —ese nombre salió tan dulcemente de los labios del moreno que, fue capaz de que él apenas reparado corazón de Bella, doliera.

—¿Dónde estás? —cuestionó calmada—. Quería verte, pero cuando llegué a tu casa tu madre me dijo que no estabas.

—Lo siento, estaba solucionando algunos problemas —suspiró, dejando caer su cabeza en el volante—. Espera...¿Mi madre está en casa? —preguntó enderezandose.

—Llego unos minutos antes de que yo toque a la puerta.

—¿Dónde estás ahora? —preocupado, encendió el motor—. ¿Estás en mi casa?

—Ian —Bella lo llamó tratando de que se calmará—. ¿Qué ocurre?

—Sí, estoy en tu cuarto —fue el turno de la azabache de suspirar a través de la línea.

—¿Él está ahí ahora?

—No estoy segura, subí a tu cuarto antes de que notara si había alguien más en la casa.

—¡Maldición! —golpeó el volante, y se disculpó con la mirada ante el salto que la fémina a su lado dió—. Leah, tienes que salir de ahí, ahora.

—¿Pero tú madre...

—El problema es de ella y ese imbécil —algo más calmado, condujo hasta su casa—. No quiero que te veas involucrada en su pelea. Por favor Leah.

—Está bien —la nombrada asintió aún sabiendo que el contrario no la podía ver—. Saldré por la puerta trasera.

—Voy para allá —el chico alejó el teléfono de su oído y se concentró en el camino.

—¿Está todo bien? —se animó a preguntar la castaña.

—Quédate aquí —le dijo apenas Ian estacionó la camioneta aun lado del patio delantero de su casa—. No importa lo que pase, promete que no saldrás.

—¿Por qué? ¿Qué es lo que pasa? —la chica lo tomó de la mano antes de que él abriera la puerta—. ¿Qué ocurre? —cuestionó al borde de las lágrimas.

—Son solo problemas familiares —Ian se sintió mal al arrastrar sin intenciones a la castaña hasta ahí—. Y no quiero envolverte en ellos, así que por favor, no salgas de la camioneta.

—¿Volverás?

—Por supuesto.

—Te esperaré —Bella pasó sus brazos por la espalda del chico, atrayéndola hacia ella en un abrazo—. No me dejes.

—Nunca —correspondió, envolviendola en sus cálidos brazos.

Bella lo soltó luego de unos minutos que, para ambos, parecieron segundos. Sintiendo a su corazón casi salir de su pecho, miró como el moreno ingresaba a la casa para después escuchar un espantoso estruendo proveniente de su interior.

A punto de tomar la manija de la puerta y salir a ver qué era lo que pasaba, recordó el rostro herido de él y su pequeña promesa de no salir de la cabina por nada del mundo. Así que, con toda su voluntad, llevó sus manos hacia su pecho mientras aún mantenía sus ojos en la puerta de aquella casa.

Por su parte, Ian, mantenía a su progenitora detrás de él, en un intento de protegerla del hombre alcoholizado frente a ellos.

—¡Estoy harto! —vocífero tambaleante—. Siempre buscas una maldita oportunidad de huir, eres una zorra sin escrúpulos —balbuceo.

—No la llames así —Ian desvío la mirada hacia las escaleras que daban hacia su habitación, observando a la azabache descender de está cuidadosamente para no llamar la atención. Por lo que negó levemente, indicando que era mejor que se regresará—. Puedes ser muy su esposo, pero no tienes derecho a privarla de su libertad.

—¡Cierra la boca, estúpido mocoso! —la fémina ahogó un grito en cuanto su pareja se acercó peligrosamente a su hijo—. Tú eres igual a ella. Acaso olvidan que yo soy el hombre de está casa, todo lo que tienen que hacer es vivir bajo mis órdenes —lo tome del cuello de su camisa.

—Tu no eres mi padre —escupió con recelo el moreno, sosteniendo con fuerza la mano del contrario—. Y aún si lo fueras, jamás te consideraría uno.

—Tu y esa mujerzuela —el hombre lo soltó, estampándose contra la pared. Luego, se dirigió a la mujer que sollozaba con las manos cubriéndose la cara—. Pagarán por toda la burla que me han hecho pasar los últimos tres años, yo no soy el villano. Ustedes lo son, siempre recordando a un muerto y humillandome a mi —tiro de los cabellos castaños de la mujer, arrastrándose por los fragmentos de vidrio de un jarrón que el hombre había lanzado anteriormente.

—¡Sueltala! —Ian se levantó, sintiendo como todo su cuerpo ardía y un calor abrumador lo asfixiaba por dentro—. ¡No la toques!

—¡Ian! —la mujer lo llamaba entre lamentos al sentir como los cristales le cortaban la piel—. ¡Por favor, Ian! ¡Vete!

El susodicho apretó los puños hasta que sus nudillos se volvieron blancos. He ignorando las súplicas de su madre para que se fuera, él se abalanzó hacía el hombre que les había hecho tanto daño.

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