𝟬𝟬𝟮. 𝗧𝗛𝗘 𝗡𝗘𝗪 𝗚𝗜𝗥𝗟

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𝐂𝐀𝐏Í𝐓𝐔𝐋𝐎 𝐃𝐎𝐒
𝐋𝐀 𝐂𝐇𝐈𝐂𝐀 𝐍𝐔𝐄𝐕𝐀

—ESTE ES EL CEREBRO HUMANO.

Sarah y Stacey compartieron una mirada antes de girar la cabeza, sólo para ver a la tercera chica de su trío siguiendo la clase tentativamente. Pusieron los ojos en blanco y murmuraron colectivamente "empollona" en voz baja.

Sydney apoyó la cabeza en su mano, mirando el cerebro de plástico que el señor Clarke, el profesor de ciencias, había puesto en su escritorio en frente de la clase. Ella y los cuatro chicos que se sentaban en las dos filas delante del suyo eran los únicos que realmente prestaban atención.

—Lo sé, lo sé. No parece gran cosa —continuó el señor Clarke—. Incluso es un poco asqueroso. Pero pensad esto. Hay cien mil millones de células dentro de este milagro de la evolución y todas trabajan unidas.

Un papel se deslizó sobre su mesa y Sydney miró hacia donde un chico se lo había entregado. Él se encogió de hombros e hizo un gesto con la cabeza hacia donde se encontraba Stacey sentada a su lado, con una pequeña sonrisa escondida detrás de su mano. La chica de pelo rosa enarcó una ceja, pero la abrió lentamente, ocultándola detrás de la figura de Will para que el señor Clarke no viera la nota. Las palabras escritas en ella estaban en rojo, con una caligrafía muy clara:

«¿Fiesta en tu casa este finde?
¡He oído que tus padres no están en casa!»

Sydney gimió en silencio, dándole la vuelta para empezar a responder a la pregunta. Pero antes de que pudiera devolvérsela al mensajero, la puerta del aula se abrió de golpe. Una guapa pelirroja entró bruscamente, seguida por el director. Sydney se dio cuenta de que era la misma chica de aquella mañana con el hermano "guapísimo" que necesitaba un corte de pelo decente.

Sarah, que estaba sentada detrás de ella, le tocó el hombro con un sugerente movimiento de cejas. Obviamente, se refería a su conversación de esa mañana. Sydney suspiró antes de asentir con la cabeza, dándose la vuelta para mirar a los dos adultos y la adolescente que estaban delante de la clase.

—Ah, debe ser la nueva alumna —el profesor de ciencias sonrió al director, y su sonrisa no vaciló ni una sola vez cuando ella puso los ojos en blanco de forma grosera.

El director exhaló un resoplido.

—Desde luego. Toda suya.

La chica nueva había visto el asiento del fondo, convenientemente situado detrás de Stacey, y comenzó a dirigirse hacia él. Pero cuando el señor Clarke le tendió la mano, hizo una mueca.

—Vale, espera un momento. No te vas a librar. Ven aquí, no seas tímida —el hombre se rió antes de mirar al chico de la primera fila—. Dustin, redoble.

Dustin cerró su libro y empezó a hacer un rápido redoble de tambor con sus manos. Sarah soltó una risita y se inclinó hacia delante para susurrarle al oído a Sydney:

—Vaya perdedor, ¿verdad?

Forzó una sonrisa, asintiendo distraídamente.

—Sí...perdedor.

—Clase, dad la bienvenida, desde la soleada California, a la última pasajera en unirse a nuestro viaje a la curiosidad, ¡Maxine!

—Es Max —ella negó con la cabeza, evitando el contacto visual con todos, incluido él.

—¿Perdón? —el profesor frunció las cejas.

Ella apretó los labios.

—Nadie me llama Maxine. Es Max.

Dustin y Lucas murmuraron algo entre ellos con los ojos muy abiertos, mirándola con la boca abierta. La verdad es que eran unos chicos muy raros.

—Bueno, pues sube a bordo, Max.

Ella le lanzó una sonrisa incómoda antes de apresurarse a la silla al fondo de la clase, chocando con Sydney, que por accidente tiró el lápiz al suelo.

Ambas soltaron un"lo siento" cuando fueron a agarrar el lápiz al mismo tiempo y sus cabezas chocaron.

Max parecía querer morirse ahí mismo, pero cuando Sydney empezó a reírse, no de ella sino de la situación, sus hombros tensos se relajaron un poco y finalmente cogió el lápiz y se lo dio.

—Gracias, Max —Sydney le guiñó el ojo antes de volver a mirar al frente.

La pelirroja asintió y se sentó rápidamente en la silla detrás de una aburrida Stacey.

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—¡EH, MAX, ESPERA!

Se dio la vuelta para ver a Sydney trotando para alcanzarla. Una vez que vio que efectivamente se había detenido por ella, le sonrió ampliamente.

Max ladeó la cabeza, confundida por el motivo por el que le estaba hablando. Y al notar sus cejas fruncidas, la chica Harrington le tendió la mano.

—Oh, lo siento. Soy Sydney y, como soy parte del consejo estudiantil, me han confiado ser tu guía turística.

—No necesito una guía turística —miró mal su mano y Sydney la dejó caer—, prefiero estar sola.

Sydney apretó los labios, asintiendo lentamente con la cabeza.

—Entonces no pienses en mí como tu guía turística, piensa en mí como una amiga que te enseña los alrededores.

Se lo pensó un segundo antes de encogerse de hombros y continuar su camino hacia la entrada principal. Sydney se puso a su lado y la observó a través de su visión periférica.

—Así que, ¿puedo ver tu agenda? —cuando Max dudó, ella puso los ojos en blanco—. No voy a acosarte, maldita sea. Sólo quiero ver si tenemos alguna clase juntas.

La pelirroja sacó el papel arrugado de su bolsillo trasero, recordando a Sydney que aún tenía el del Niño Zombie en su propio bolsillo. Deslizó el horario de la mano de Max y lo abrió. Sus ojos recorrieron las clases menos importantes que no tenían juntas y jadeó cuando llegó a una.

—¡Tienes gimnasia a última hora!

—Ya...¿y?

—Por fin tendré a alguien en esa clase —dio una palmada, empujando la puerta para bajar los escalones de la entrada—. El único amigo que tengo en esa clase es Troy y lo odio.

Max ladeó la cabeza, observándola.

—Si lo odias, ¿por qué es tu amigo?

—Oh, no, no es mi amigo. Es el amigo de mi amiga —explicó Sydney riendo—. Es un capullo integral, así que yo en tu lugar no hablaría con él.

Ella se unió, dejando escapar un breve resoplido.

—Déjame adivinar, ¿es de alguna manera popular a pesar de ser un cretino misógino, racista y homófobo?

Sydney chasqueó los dedos y la señaló.

—¡Bingo! No tengo ni idea de cómo alguna de mis amigas lo tolera cuando los únicos que se ríen de sus chistes son sus estúpidos amigos. Pero basta de hablar de chicos idiotas, no he podido evitar fijarme en el monopatín tan llamativo que llevas en tu mano.

—Aww, esperaba que no lo hicieras —jadeó burlonamente, agarrando el monopatín con ambas manos mientras lo sostenía frente a ella—. Esta es Debbie.

—¿Debbie? —repitió Sydney con confusión, probando el nombre en su lengua—. ¿Le pusiste el nombre de una anciana contable a tu tabla?

Ella se burló, dándole un ligero golpe en el hombro.

—Le puse ese nombre cuando tenía como 8 años y estaba obsesionada con Debbie Does Dallas.

Los ojos de Sydney se abrieron de par en par, y giró rápido la cabeza para mirarla.

—¿Eso no es una película pornográfica?

—Mis padres estaban demasiado ocupados peleando en el dormitorio para prestar atención a la niña de 8 años que se había colado en las películas para adultos de papá —se encogió de hombros.

La chica pudo ver que, obviamente, no quería hablar de ello y que utilizaba el humor para sobrellevar el trauma. Así que, volvió a mirar el monopatín.

—Sabes, siempre he querido aprender a patinar.

—Hmmm, no sé si a Debbie le parece bien —entrecerró los ojos en broma, pero luego los amplió cómicamente—. ¿Qué es esto? ella no está totalmente en contra.

—Vaya, gracias, Debbie.

Las dos se levantaron, Max dejó que el monopatín cayera al suelo mientras ella se ponía a un lado y Sydney al otro. Le tendió una mano y esperó a que se agarrara a ella antes de ayudarla a subir a la tabla.

Retiró su mano y la miró fijamente.

—¿Alguien te ha dicho alguna vez que estás muy buena?

—Un par veces, pero me gusta más cuando la gente me llama hermosa. Es más significativo —Sydney se agarró a los dos hombros de Max mientras intentaba no caerse, pero eso resultó difícil cuando vio el humo casi imperceptible salir de su camiseta.

Sydney murmuró un "mierda" y retrocedió rápidamente, chillando cuando la tabla se deslizó por debajo de sus pies y tropezó con ella.

—¿Estás bien? —Max se precipitó a recoger la tabla rápidamente, un ligero matiz de preocupación brillaba en su rostro estoico—. ¿Estás segura de que no tienes fiebre? Estás prácticamente ardiendo.

—Sí, sí, estoy bien —respondió deprisa, mirando a su alrededor con ansiedad para asegurarse de que nadie había visto su error anterior—. Eh, tengo que ir al baño, ¡pero nos vemos en mi taquilla después del almuerzo!

Caminó apresuradamente hacia atrás antes de darse la vuelta y subir corriendo las escaleras, escuchando un débil llamado de su nombre mientras Max levantaba las manos.

—¡Ni siquiera sé dónde está tu taquilla!


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