𝔱𝔢𝔫

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CAPÍTULO DIEZ
COME HERE LITTLE CHILD
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        EN ESTE PUNTO de su vida Aida pensó que si la vida se trataba de sufrir y luchar, el arte de vivir bien consistiría en sobrellevar los sufrimientos, simplemente buscando entre desperdicios como sobrellevar nuestra propia misión regeneradora, su progreso como cualquier ser viviente. Buscando las virtudes de nuestros propios impulsos y deseos más oscuros, necesidades que no pueden llenar, con lo que estamos condenados a vivir hasta el día que dejemos de respirar. Una de las tantas etapas de desespero por prioridades básicas de la existencia terrenal por los ámbitos del universo.

Miro de forma borrosa a causa de las lágrimas en sus ojos sus manos ensangrentadas y la respiración entre cortada. Estaba hecho. Mantenía serenos sus sentimientos mientras su corazón se destrozaba, su ritmo cardíaco corría a mil por segundo, sus manos temblaban y observaba horrorizada la escena frente a ella.

Dominar la razón era la mejor forma de ganarse a sí mismo, sobre todo de las situaciones que se engendraron en goce de lo que fue un martirio. Evitaba la falta de aliento por inmensa que fuera la desgracia. Entonces noto ese brillo poco usual en los ojos de su acompañante, un dorado resplandeciente emanó de sus iris, esa mirada sádica y hambrienta en cierta forma le agradecían en tanto devoraba el manjar frente a él, pero todo fue un accidente, quería seguir convenciéndose de ello.

Eso no podía controlar el poco orgullo que crecía dentro de su ser por su creación, al final no pudo sucumbir a sus impulsos. Rió mientras tomaba un intestino y lo absorbía como si de un fideo se tratase.

Entonces Aida sintió como se removían sus tripas. A pesar de la distancia el olor que emanaba el cuerpo se infiltraba en sus fosas nasales y la estaba volviendo loca. Comenzó a babear en tanto miraba aún con los ojos llorosos la escena embobada; hambrienta.

— No lo rechaces. — Exclamó la criatura frente a ella con la boca llena. — Será peor si te resistes.

La de cabellos tal cual fuego gateó dudosa hacia él. Observó la situación con diferentes ojos, ya no había ningún rastro del asco que pudo llegar a sentir en el pasado, todo fue opacado por el deseo.

Era igual que cualquier animal hambriento, su instinto asesino estaba ardiendo, sus uñas se volvieron garras y juraría sentir sus dientes más filosos. Con lentitud y presa de cierto tipo de hipnosis propia acercó sus manos y tomó con fuerza un órgano interno de lo que alguna vez fue una persona frente a ella. No tenía idea de lo que era, pero lucia delicioso. De forma lenta y dudosa lo acercó hasta su boca y sin resistir un segundo más le dio una inmensa mordida manchando su blanquecino rostro de aquel líquido carmesí.

El hombre frente a ella sonrió malvadamente mostrando sus terroríficos colmillos sin que la pelirroja lo viera. Poco a poco iba cayendo.

Era un sentimiento horrible necesitar y desear algo que sabes que está mal. Siempre se encontrará mayor desgracia en tus actos, inconscientes grabamos en nuestra conciencia el cargo de pasar por el infortunio con resignación si se ha de llegar a la plenitud con gloria.

Al terminar ese trozo de carne Aida se aproximó a volver a arrancar otro del pequeño cuerpo y volver a llevarlo a su boca con desespero mientras mas lágrimas comenzaban a salir sintiéndose asquerosa.

— Perdóname, — sollozó — yo no quería...





un día antes...





Seguía empapada por su tonto intento de escapar de su nueva realidad. Caminaba entre los árboles titiritando de frío y se abrazaba a sí misma buscando calor.

Ya era más de entrada la noche y Edward se ofreció a acompañarla hasta su casa pero era el último lugar adonde quería ir, tampoco podía ir con su abuela; esta parecía temerle y la última vez que la vio no paro de gritarle cosas como "¡Demonio! ¡Condenada!" entre otros. No le quedaban muchas opciones.

Suspiro cuando estuvo frente a la puerta de madera y sin muchas ganas la abrió adentrándose al corral. Sintió un poco más de calor estando dentro de aquel chiquero y comenzó su ruta por el final de los espacios menos llenos de basura hasta llegar al último lugar.

Miro con odio y tristeza a la cosa que fingía ser humano acostado en la paja sucia con los ojos cerrados. Lucia agotado y eso la tranquilizó, al menos no tendría que escucharlo hablar, solo quería paz por un momento.

Se recostó en el otro extremo del lugar en la paja olvidada que sobró pero con el pequeño ruido que hizo logró despertar a su acompañante no deseado.

Eso al parpadear unas cuantas veces y darse cuenta de quien estaba frente a él inmediatamente la miro molesto.

— Eres una idiota. — Dijo con voz dura y ella simplemente dejó salir el aire que retenían sus pulmones tratando de evitarlo — No solo casi te matas a ti, sino que yo también pude morir. — Se intentó acercar a ella furioso pero la cadena en su brazo y el fuerte dolor de columna se lo impidió.

— ¡Solo...! — Lo interrumpió antes de que siguiera, no quería oírlo — ¡Cállate!

El bajo la mirada cansado. Estuvo a punto de morir y llevárselo a él también, ¿cómo esperaba que no reaccionara de esa forma?


Quedaron en silencio por largos minutos en los que ninguno dijo nada, cada uno estaba sumido en sus pensamientos ajenos a su alrededor. Ambos estaban débiles tanto física con mentalmente.

Eso se sentía pésimo, había desperdiciando su último grado de energía en tratar de advertirle que no lo hiciera debajo del agua y ahora era como un saco de huesos sin utilidad alguna.

Por otro lado Aida estaba aún en shock, no podía creer lo que estaba a punto de hacer, se sintió una completa cobarde.

Se siguió regañando mentalmente hasta que un ruido frente a ella la sacó de su mente. Era Eso, parecía querer cambiar de posición y acomodarse pero no podía por lo débil que estaba además que su espalda lo estaba matando.

Aida se sintió culpable debido a que ella fue la responsable de que él estuviera lastimado y sin oportunidad alguna de curarse, pero se lo merecía. Igual aquello no se lo permitió ignorar y con un suspiro muy a su pesar se levantó hasta posicionarse a su lado donde el la miró atento e insólito por su repentina cercanía.

— ¿Qué haces? — preguntó algo asustado y desconfiado en un hilo de voz, no quería que lo volviera a herir, intento retroceder pero fue detenido con la fuerza que aplicó sobre sus hombros.

— En serio, cállate. — Pidió de forma seria y se dispuso a ayudarlo a acostarse.

Primero intento recargarlo en la pared pero él al sentir el contacto duro gruño de dolor, después intento acostarlo en la paja pero la forma en que apretaba sus ojos sin querer quejarse en voz alta de su incomodidad removió algo dentro de Aida.

Tomó una fuerte respiración entonces con pena y disgusto terminó por recostarlo en sus piernas. Él se tensó rápidamente y se puso a la defensiva pero inmediatamente casi como acto de reflejo ella sin ninguna razón inicio a acariciar su cabello calmándolo, era un truco que aprendió de su abuela, cuando ella tenía miedo por las noches de tormenta a los truenos se encargaba de acariciar su cabello para tranquilizarla.

Y fue entonces cuando su percepción sobre Aida cambió para siempre. Finalmente logró capturar y distinguir bien el olor que la rodeaba desde que la convirtió. Era una hembra de su especie ahora, era algo masivo y atrayente pero sobre todo embriagante.

Se relajó completamente en ese instante y busco mayor comodidad en los muslos de la chica la cual seguía acariciandolo.

— ¿Sabes que moriremos si seguimos así? — preguntó él de la nada en un susurro.

— No quiero matar a nadie. — respondió en el mismo tono rendida. Sinceramente en ese momento no tenía cabeza para pensar en nada.

— Aida... — llamó su atención al notar su poca importancia en el tema — No quiero morir. — Siguió guardando silencio haciendo que el suspirara rendido — Él sabrá que habrá ganado y no es lo que busco. — Hablo en voz baja más para si mismo que para ella pero aún así logró escucharlo.

— ¿De quién hablas? — preguntó interesada y el reparo en su respuesta antes de decirle.

Aún no quería involucrarla en el tema con la tortuga la cual en esos momentos debería estar retorciéndose de placer al verlo moribundo bajo el régimen de una simple humana.

— Si sobrevivo, te lo contaré. — prometió — ¿Por que ya no me temes? — cambió de tema con el ceño fruncido. Era tan extraño como de repente habían cambiado los aires entre ambos.

Hace unas noches ella estaba aterrada con su simple presencia, luego intentaron matarse entre ellos y ahora estaban así.

— Eres la descripción perfecta de un monstruo, — comenzó — y aún así le temo más a los normales. — confeso mientras las imágenes de su madre, Olga, el verdugo del pueblo, el juez y el sacerdote venían a su mente. Ellos si eran merecedores del odio y miedo que habitaba en las personas que los rodeaban — Los humanos somos capaces de cosas peores que tú.

Y así su pequeña conversación llegó a su fin. Estaban agotados y sólo querían tomar una pequeña siesta para recuperar energías y que el día simplemente acabara. El silencio volvió a reinar el lugar y cada uno se acomodó con el otro buscando calor y comodidad, tampoco es como si en el pequeño espacio pudieran sentirse como en una suite de lujo. Y ni siquiera se preocuparon por el hecho de que ninguno confiaba en el otro como para dormir en un mismo espacio, ni siquiera se caían bien, pero ambos estaban demasiado débiles como para preocuparse por eso, sabían que ninguno haría nada, no tenían la fuerza suficiente para enfrascarse en otra pelea como la de hace una semana.

Ambos seres mostraron su lado más vulnerable.

















Aida se veía más fatal que antes, ojeras moradas posaban debajo de sus ojos los cuales se veían dilatados, sus labios estaban resecos como si acabara de pasar el peor de los inviernos, muchas líneas de expresión que ni siquiera tenía antes adornaban su rostro, su cabello estaba reseco y comenzaba a caerse. No era ni la mitad de lo que fue en su despertar.

Caminaba por el bosque mientras oía el crujir de las ramas quebrándose bajo sus pies. No tenía ánimos ni fuerzas para absolutamente nada, parecía un zombie andante.

— ¡Hola Aida! — y justo cuando creyó que no podría empeorar. Cerró sus ojos buscando paciencia y detuvo su paso a la vez que suspiraba pesadamente hasta que sintió la pequeña presencia a su lado.

— Hola Rosalie. — Fingió una minúscula sonrisa y siguió con su camino pero la pequeña niña rubia la siguió aún entusiasmada.

— Tu abuela me dio mi muñeca mientras estabas dormida. — Se la mostró feliz — Me encanto, esta muy bonita.

— Me alegra que te haya gustado. — No había sentimiento alguno en sus palabras, estaba muy cansada y solo quería tirarse al suelo y dormir cien años.

Creyó que ahí concluiría la plática pero la hiperactiva chiquilla siguió andando a su par dando saltitos emocionada con la presencia de la pelirroja. Aida era muy quería por todo el pueblo, más por lo niños, gracias a sus muñecas y a que siempre se daba el tiempo de jugar con varios de ellos por las tardes, le encantaba volver a sentirse niña, sin responsabilidades ni compromisos, mucho menos con problemas como el tener un monstruo moribundo en un ático.

— ¿Es cierto que te ataco un lobo y moriste? — Aida la miro de reojo y río suavemente ante el tono preocupado y asustado de la pequeña, si tan solo supiera la verdad — Yo rece mucho por ti, y al parecer Diosito me escuchó. — Sonrió tiernamente y se lanzó a abrazar la pierna de la chica demostrándole cariño haciendo que Aida se detuviera de manera abrupta.

Pero no tanto porque la menor la aprendiera entre sus pequeños brazos, sino porque sintió una oleada de energía de repente, como si finalmente después de días diera su primer bocado de comida. Miro ceñuda a la niña aferrada a su pierna, algo acababa de hacer que la hizo sentir mejor de alguna forma no sentimental.

— Mi mami dijo que no me acercara a ti desde que despertaste... — mencionó triste — Dice que ahora eres mala con las personas. — Levantó la mirada encontrándose con la mirada confusa de Aida.

Era verdad que últimamente había estado tratando groseramente a los pueblerinos de Derry, pero todo se debía a su mal humor por el hambre que sentía además de que eran cosas que siempre tuvo guardadas, se soltó diciéndole sus verdades a cada habitante miserable de ese sucio pueblo, no era mala, solo sincera.

» — Pero no le voy a hacer caso, — se respondió sola y obvia — eres mi mejor amiga, y tú eres buena. — Le sonrió y volvió a abrazar su pierna con fuerza y ese gesto bastó para que la pelirroja se sintiera mucho mejor, más activa.

Era como si después de días de ayuno alguien estuviera cocinando frente a sus narices para ella. De pronto un delicioso aroma invadió el aire haciendo que su estómago ruja. Era dulce y embriagador, se sentía como en la mesa de un noble frente a un buffet de los mejores manjares del mundo. Inevitablemente comenzó a babear.

Comenzó a oler hacia el aire buscando la fuente de tan exquisito aroma hasta que su olfato la llevó a la pequeña pegada a su pierna.

Palideció y en un movimiento rápido la empujó lejos de ella.

La pequeña niña de ocho años cayó al suelo de espaldas y miró a la chica en la que tenía toda su confianza con lágrimas queriéndose asomar por sus ojos.

— ¿Por qué me empujaste? — preguntó en un hilo de voz y un puchero mientras la veía dolida en cambio Aida la miró con temor retrocediendo lo más que podía.

— Aléjate de mi Rosalie ... — La señaló amenazante y su estómago volvió a gruñir.

La inocencia era muy curiosa. Aida solo podría preguntarse cómo era que no temía de ella, porqué no corría y huía, quería saber lo que se estaba preguntando.

Se sentía como un animal de circo en un show de fenómenos, no era normal.

No podía ser cierto, no quería, no podía, no era capaz. Eso se lo dijo, era igual que él, ella tenía hambre de carne humana, más él mencionó que necesitaba miedo para vivir y era claro que eso no era lo que sentía Rosalie por ella, no entendía nada. Pensó que podría resistirse, no quería matar nadie pero la hambruna era tanta y no sabía que tenía tan poco autocontrol. El ambiente cambió radicalmente y los papeles fueron seleccionados, Rosalie era un pequeño conejo en el bosque y Aida era un zorro hambriento.

— ¿Por qué...? — Dio indicios de querer llorar mientras se acercaba a ella, no parecía verse bien.

Aida sintió su vista borrosa, sus ojos cambiaron como los de un depredador y comenzó a ver todo a su alrededor igual a una tomografía, solamente que su alrededor era de color rojo y solo una fuente de calor humana era de color azul, como si estuviera distinguiendo alimento. Y ese era el color de Rosalie.

La pelirroja tomó fuertemente su cabello y comenzó a jalarlo mientras que con su otra mano comenzó a golpearse la cabeza desesperada y tratando de sacarse esa estúpida idea de devorar a la niña frente a ella.

Se estaba apagando, el eclipse comenzaba a cubrir el sol. La pelirroja volvió a sentirse ahogada por la forma en la que la estaba tomando, quería acabar consigo misma. Era como enterrar a un amigo, y era a ella misma. Intentaba no dormirse, querer despertar y dejar salir al canibal.

Su cuerpo entero comenzó a doler, ya no podía resistirse, el monstruo dentro de ella amenazaba con salir.

Rosalie comenzó a sentir miedo, tanto de la situación como por Aida, pensó qué tal vez estaba enferma y se sintió mal. Con preocupación se acercó a pasos rápidos a la chica hecha bolita en el piso tomando su cabeza y musitando en voz baja quien sabe que cosas. Tomó su capucha roja para retirarla y revisar que estuviera bien pero fue el peor error de su vida.

De un jalón se deshizo de la caperuza de la mayor pero quedó helada con lo que encontró. Esa no era Aida.

En su lugar se encontraba una mujer con cabello más negro que la noche engarrotada en una posición torcida y temblorina, tenía piel completamente blanca, sus uñas estaban demasiado largas y negras, su cuerpo lucia más delgado y escalofriante, como si solo fuera un esqueleto andante. Pero lo más escalofriante eran las dos esferas rojas en lugar de ojos que la miraban amenazantemente.

Se alejó unos cuantos pasos aterrada y Aida volvió a ponerse de pie mientras la miraba con una sonrisa sádica.

— ¿Qué, ya no me amas?— De pronto dejo salir completamente a su otro yo con piel grisácea y quebradiza, una horrible imagen.

Rosalie soltó un fuerte grito de terror y salió huyendo del lugar, pero no podría escapar.

Apenas si corrió varios metros mientras miraba a sus espaldas asegurándose que la chica no la estuviera siguiendo y cuando giró nuevamente al frente para saber adonde dirigirse chocó con un cuerpo rígido.

Terminó nuevamente en el suelo y reconociendo aquel vestido rojo sangre levantó lentamente la mirada mientras titiritaba de miedo. Se aferró a la tierra bajo de ella haciendo puños quedando paralizada de terror y lágrimas comenzaron a bajar rápidamente por sus grandes ojos cafés.

Aida sonrió perversamente hasta incarse a la altura de la rubia menor. Tomó su mentón haciendo que la pequeña sintiera un escalofrío al sentir las filosas uñas en su cuello. Tembló levemente y la ahora pelinegra soltó una risa sin gracias hasta acercarse a su oído.

— ¿Tienes miedo? — susurro erizando los cabellos de la nena la cual asintió pausadamente entre pujidos y sollozos.

De pronto todo fue silencio después de segundos de seguir en la misma posición. El suspenso estaba matando a Rosalie la cual no tenía idea de lo que iba a pasar ni sabía que hacer. Estaba aterrada, incluso sus músculos se habían vuelto más rígidos y se aferraba a nada realmente más que al suelo, estaba totalmente desprotegida.

Aida volvió a posicionarse frente a ella pero ahora su rostro parecía serio y no lucia tener las mejores intenciones.

— Haces bien en tenerlo.

En un rápido movimiento dejó caer sus pulgares sobre los ojos de Rosalie y sus afiladas uñas con fuerza y sin piedad alguna las clavó en sus ojos.

La rubia comenzó a gritar de dolor y horror pero eso solo alimentaba la sed de sangre de Aida la cual a cada grito incrustaba sus dedos más profundamente en sus cuencas observando con placer como la sangre bajaba por su rostro ensuciando todo a su paso mientras oía el crujir de tendones romperse.

Siguió empujando hasta que sintió como la punta de sus dedos llegaba a una superficie blanda y viscosa dentro de la cabeza de la niña y que esta dejó de gritar.

Como si nada y con fuerza saco sus manos de los ojos de la rubia y miró hambrienta los ojos clavados en sus largas uñas. Se llevó ambos a la boca como si de simples aceitunas parte de un martini se tratasen y cerró sus ojos saboreándolos.

Era lo mejor que había probado en años.

Siguió masticando hasta volver a abrir los ojos algo aturdida. Aida trago algo confusa la extraña cosa en su boca, hasta donde recordaba nada le sabía bien pero aquella cosa le supo realmente delicioso y por fin pudo saciar su hambre.

No fue hasta que miró hacia el piso que se dio cuenta que la procedencia de su alimento era del cuerpo inerte de Rosalie. Soltó un pequeño grito y cayó de espaldas mientras se arrastraba hacia atrás aterrada de lo que acababa de hacer. Miro sus manos y pequeñas lágrimas amenazaron con salir más no podía llorar y eso era lo que la hacía sentir peor.

No tenía culpa alguna de lo que acababa de hacer.

















Eso miraba a la nada sin dirección alguna, su columna no parecía querer mejorar y sus costillas estaban más marcadas que nunca, sus dedos se encontraban esqueléticos y magullados. Se hallaba más pálido que cuando despertó y sus ojos lucían más saltones debido a la gran falta de alimentación ya que sus cuencas estaban hundidas. Era un esqueleto con poca piel encima.

Chasqueó su lengua para después morderla con fuerza hasta sacarse un poco de sangre la cual comenzó a saborear como loco pidiendo más, pero era imposible. Estaba acabado.

Entonces escuchó la madera rechinar, supo inmediatamente que se trataba de la niña pelirroja, nadie más iba ahí. Pero con base oía sus pasos apresurados acercarse un olor potente y muy conocido atacó sus fosas nasales. Sin saber exactamente de dónde saco las fuerzas suficientes para levantarse lo hizo haciendo un gran estruendo con la cadena que lo sostenía mirando expectante la entrada.

Cuando Aida se asomó y la vio completamente esperanzado de que estuviera pasando lo que pensaba. Confirmo sus sospechas al verla cubierta de sangre, sonrió. Sabía que era cosa de que tarde o temprano su instinto la atacara y quisiera devorar a alguien.

De pronto Aida bajo la atenta mirada de Eso dejó caer el cuerpo de la rubia a sus pies el cual todo el camino estuvo escondido detrás de su capa. Resulta que era más fácil esconder un cuerpo cuando tienes fuerza descomunal.

— Lo hiciste. — susurró el con las pocas fuerzas que tenía para hablar y ella asintió despacio mientras miraba el cuerpo ensangrentado pasmado con una expresión de horror y con cuencas vacías.

Ni siquiera tuvo que pedírselo cuando en menos de dos segundos él ya estaba arrodillado tragando todo lo que tenía en frente.



















— Deja de verme así. — Musitó molesta y él ensanchó su sonrisa.

— Al final, no pudiste contenerte. — respondió con voz más humana y cubierto de sangre por su anterior "refrigerio".

No se caían realmente bien pero la noche anterior habían llegado a un punto donde ambos se soportaban sin querer asesinarse cada cinco segundos. Comprendieron que ahora eran una clase de equipo, siniestro, necesitaban del otro para sobrevivir aunque odiaban admitirlo. Mientras él siga débil y bajo la custodia de la pelirroja tenía que soportar sus órdenes y cuidados aunque fuera pésima en ello, pues tampoco es como si el supiera realmente que hacer, era proveniente de un lugar completamente externo a la tierra, detestaba pensar qué tal vez no podría sobrevivir sin ella. Aida en cambio había tomado la decisión de no matarlo de hambre mas no dejar que la superara; estaba enterada de que sin él estaría desorientada y si él moría ella le seguiría muy pronto.

La niña que Aida le llevó lo hizo mejorar considerablemente, más por todo el miedo que seguía impregnado en sus últimos segundos de vida más si llegó a saborear otro sentimiento y al ver a la chica tan recuperada y alimentada supo de que se trataba, ya había encontrado su fuente.

Seguía delgado y sin estar al cien pero al menos su espalda se corrigió y tenía más fuerzas para hablar y actuar como un humano cualquiera.

— Perdí el control. — masculló entre dientes — Ella se apoderó de mi, no fui yo.

Estaba molesta consigo misma, no quería aceptar que su alma terminó igual de corrompida que la de la cosa a lado suyo. Sentía nauseas de sí. En cambio Eso frunció el ceño.

El no tenia un « otro yo » que tomara el control de su cuerpo cuando tenía hambre. Minutos de silencio pasaron mientras el trataba de encontrar una explicación lógica a lo que le pasó a la niña en tanto esta seguía sumida en sus pensamientos.

Quería odiarse y castigarse por la atrocidad que había cometido. Y no podía, ya ni siquiera pudo llorar, muy en el fondo de su mente le calmó el pensar que no debía sentir culpa por querer cosas, por querer comer.

— Creo que tienes algo más viviendo dentro de ti... — hablo en voz baja pero ella lo escuchó perfectamente, ella giró a verlo con el ceño fruncido prestándole atención — Parece ser que no te cambie totalmente, más bien evolucionaste... como dos personalidades.

Ella bufó sin entender mucho lo que decía, pero parecía convencido de su teoría.

— ¿Entonces cada que tenga hambre está cosa saldrá de mi?

Él meneo la cabeza sin saber que responder, tendría que vigilarla hasta saber cómo había reaccionado ante el experimento.

— Habrá que averiguarlo.

— ¿Cómo?

— Con el tiempo. — Junto sus manos y levantó los hombros — Al menos ya sabemos de que te alimentas además de la carne. No será tan complicado para ti, supongo.

Ella nuevamente lo miro con el ceño fruncido. Debía admitir que cada cosa que salía de su boca era totalmente nuevo para ella y que no le entendía ni un carajo. Pero más que molestarle le parecía... interesante el aprender de él.

Eso al notar su insistente mirada se volteó a verla.

— Amor. — respondió simple — Así como yo me alimento del miedo, tú te alimentas del amor.

















Se miraba con detalle frente al espejo asombrada.

Estaba hermosa. Volvía a sonar egoísta e ingrata pero poco o nada le importaba. La pequeña pizca de culpa que había estado en su cuerpo desde que asesino a sangre fría a Rosalie había desaparecido al ver como su apariencia mejoró notablemente. Se sentía fuerte y sana.

— ¿Ya irás mañana con Olga? — preguntó su amiga a sus espaldas sacándola de su ensoñación.

Bufo al escuchar el nombre de la anciana decrépita.

— Tengo que... — mencionó con desagrado y una mueca de asco pero al volver a ver su reflejó en el tocador de la rubia volvió a sonreír. — Amanda ¿no sientes como la vida es... fantástica? — Siguió mirándose con atención — Soy... Una diosa. — Con uno de sus dedos limpio la esquina de su labio, parecía haber una gota de sangre aún.


La de los ojos azules la miro extrañada. Aida era consiente de que era hermosa, siempre fue así más nunca llegaba a soltar comentarios demasiado vanidosos o petulantes.

— ¿Estas bien? — preguntó preocupada y la pelirroja simplemente sonrió al espejo.

— Mejor que nunca. — Sintió una presencia acercarse al cuarto y quedó mirando un punto fijo detrás de ella a través del espejo.

Sus sentidos igualmente habían mejorado.

Algo cambiaba en ella, ese algo seguía apoderándose de su cuerpo. Y tomó la gran opción de ignorarlo, ya no se preocuparía más por eso, lo dejaría pasar, fue fuerte por muchos días y estos fueron una terrible tortura, si cedía tal vez el fuego del infierno no era tan ardiente como lo pintaban.

A los pocos segundos la puerta se abrió revelando a la mamá de Amanda.

— Oh, hola Aida. — saludo algo sorprendida de encontrarla allí.

No era normal que después de un coma tan severo estuviera paseándose como si nada por todos lados. Al principio la mujer no creyó en todas las habladurías que comenzaban a expandirse por el pueblo sobre el nuevo y raro comportamiento de Aida pero ahora viéndola de frente podía sentir algo extraño emanando de ella, un aura diferente.

— Hola Gertrude — saludo con una sonrisa radiante y volvió a mirarse al espejo hipnotizada.

La canosa y poco rubia mujer mayor dejó pasar aquello y dirigió su atención a su hija la cual la miraba con una ceja alzada desde su cama.

— Hija — la llamó con un tono de angustia — ¿No haz visto a tu hermana? Dijo que iría al bosque y no ha vuelto, pronto oscurecerá.

Amanda frunció el ceño. Rosalie no era de desaparéese así nada más, siempre poco antes del atardecer estaba en casa, pues le temía a las brujas y su madre siempre le contó historias de brujas come niños que habitaban en el bosque de noche, nunca ocurrió algo parecido.

— No la he visto... Creí que estaba contigo. — Respondió extrañada. — ¿Tu no la has visto Aida? — La anterior nombrada desvió un poco sus ojos sin moverse frente al espejo y negó simple pareciendo desinteresada.

— Estoy preocupada. — la mayor jugó con sus manos nerviosas — Creo que iré con el Sheriff.

— Te acompañó. — Mencionó rápido su hija.

Amanda tomó sus cosas y salió rápidamente junto a su madre dejando ahí Aida. Eran amigas de toda la vida y le tenían toda la confianza del mundo de quedarse en su casa.

Aida escuchó atentamente la conversación y las siguió con la mirada hasta que ambas mujeres dejaran la habitación. Regreso su vista al espejo y sonrió malvadamente.

— Buena suerte buscándola.










No saben lo emocionada que estoy de por fin escribir el primer acercamiento de Aida con Pennywise:)))


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