𝔱𝔥𝔦𝔯𝔱𝔢𝔢𝔫

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CAPÍTULO TRECE
HUMAN'S WORLD
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        DIOS ESTÁ MIRANDO siempre al hombre, según la biblia, pero este prefiere cerrar sus ojos para no ser este quien lo mire al saciar sus deseos pecaminosos. El infierno era la revelación más clara del pecado mismo. El demonio podía ser el pecado predilecto del orgullo disfrazado de rojo, lleno de mentiras y premios al final de las buenas acciones. Hace años lloraba por su alma ante los señalamientos de las personas a su alrededor, juzgándola, mirando solo la superficialidad y egoísmos externos a su existencia.

Ahora su más grande pecado era entregarse a ella misma pero ya no le importaba adonde fuera a parar su alma. Estaba segura de poder tocar la mano del diablo y danzar un vals mientras bajaba por las escaleras directo al infierno donde le sería castigada por vivir.

Si Dios conociera a las autoridades en la tierra, no sería pecado hacer justicia por tu propia mano. Aveces los más santos eran las peores personas.


FLASHBACK

Terminó de ayudar de vestirlo acomodando el elegante saco en el cuerpo de Eso o mejor dicho Robert Gray.

— Ese será tu nombre de ahora en adelante. — hablo con determinación tratando de ocultar sus nervios — Trata de usar las palabras que te enseñe y debes estar atento a lo que yo diga, no puedes arruinar esto.

Siguió dándole esa mirada seria tan típica de él..

— No entiendo a que llegaremos con esto.

— Escucha, el hombre al que maté era un detective. — volvió a explicar con lentitud — Es una persona que se encarga de investigar crímenes, y las personas del pueblo están convencidos de que la causante de las muertes es una bruja... — Suspiro agobiada — Si el investigador - o sea tu — se interrumpió a sí misma — desvía la atención del caso hacia un animal, seguiremos bien por un rato.

Eso asintió entendiendo un poco más el fin del plan de Aida.

— ¿Qué quieres que haga exactamente?

Aida solo atinó a mirarlo a los ojos esperando que entendiera la importancia del asunto, se la estaba jugando en grande dejándolo salir.

— Serás mi voz. — él, frunció el ceño confundido — Si siguen creyendo que es una bruja se irán sobre una mujer y no solamente yo, alguien más puede caer por lo que estamos haciendo. — Tocó su frente angustiada.

Por eso era sumamente importante, de igual forma si  el culpable seguía teniendo un perfil humano sería investigado el pueblo entero y estarían realmente jodidos. Pero ella se encargaría de todo, a través de Robert.

Las mujeres no tenían voz ni voto en su pueblo, ni en ningún otro, solo le harían caso a un hombre con muchos certificados y puesto importante. Eso será el portador de sus palabras.

Robert ahora era libre, ya no había ninguna cadena privándolo de su libertad. Desde que escucho el click y el metal estrellándose en el suelo pensó en huir y atacar a la pelirroja, pero, hasta para un ser prehistórico como él, entendía que era una idea tonta, pues sabía que ella estaba mucho mejor alimentada que él, por ende, tenía más fuerza y agilidad. Y si tuvo la confianza suficiente para llevarlo al pueblo, al hacer realidad su fantasía toda probabilidad de volver a ver la luz del sol sería nula. Lo mejor y más prudente era seguir ganándose su confianza, pues a leguas se veía que Aida seguía indecisa con lo que estaba haciendo pero él trataba de actuar con normalidad en lugar de ansioso para así relajar los nervios de la chica.

Y otra cosa que se empeñaba en ignorar era el hecho de que le agradaba — en cierto sentido — tener a alguien más como él cerca y no se creía capaz de eliminarla o alejarse lo suficiente. Era un ser lleno de mal y deseoso de destrucción pero no ignoraría a los suyos y no olvidaba que por su culpa Aida ya pertenecía a ese círculo.

Aida asintió mirándolo con incertidumbre pero su adrenalina pudo ganar en ese momento por lo que en un respiro rápido y profundo tomó marcha hacia la iglesia.

En el camino le explicaba de manera ansiosa cómo debería dirigirse hacia las personas y con qué sustantivos. Lady y Lord para lo que tenían ropas más elegantes, junto con un seguro apellido complicado de pronunciar, a estos debía dirigirse con mucho respeto pues aún no sabían que posición tenía el tal Robert Gray. También le relató lo más importante de su plan, debería llegar y hablar con él sheriff y el padre, un hombre con una toga blanca y otro con una placa dorada en el pecho, no podía ser muy difícil identificarlos, o eso esperaba, pues debía actuar como alguien que sabía lo que hacía cuando en realidad iba casi a ciegas. Recordaba todas la lección de Aida más aparte memorizaba toda la información que le soltaba de golpe en ese momento y debía hacerlo rápido, no tenían una idea desde cuando fue citado y no sabían si llevaba algún retraso, lo mejor era apurarse para así no levantar sospechas.

El pueblo estaba desolado, casi fantasmal, pues todo el mundo se encontraba en misa y era muy mal visto faltar pero aquello facilitó que Aida pudiera hablar más abiertamente de lo que debía hacer sin miradas chismosas de por medio. Además, tampoco quería chismes por la forma en la que lo llevaba. Tenía su brazo enrollado al de él con sus largas garras negras de fuera amenazando con ser enterradas en su extremidad si se le ocurría hacer alguna estupidez.

Pero no fue hasta que pasaron cerca de la carnicería donde colgaba una enorme vaca abierta por la mitad aún con sangre goteando de su interior a pesar de que este estuviera vacío y con algunas moscas revoloteando a su alrededor.

Robert se detuvo adoptando una posición rígida mientras que un rugido proveniente de su estómago resonó lo suficiente alto para que Aida pudiera escucharlo.

Recordó el delicioso sabor que tenía el hombre del cual estaba suplantando la identidad. Aida le dio un poco para que su hambre no lo atacara y perder el control más no lo suficiente como para que pudiera herirla o intentar algo en su contra. Tenía todo calculado.

La pelirroja apretó su agarre.

— Ya sabes lo que ocurrirá si haces algo. — Amenazó en un tono bajo — No me importa matarte aquí mismo y que todos escuchen o vean, me ejecutarán pero así no quedará nadie de tu raza.

Ante lo último, Eso recobró la compostura y se obligó a morderse su propia lengua poniendo atención a su alrededor por primera vez en su vida.

Los humanos eran criaturas extrañas y complejas, no entendía nada de lo que estaba en su entorno, por lo que solo dedicaba miradas confusas y de intriga a las chozas y locales.

Aida lo observo de reojo, no sabría describir su actitud en ese momento, era una combinación entre emoción y duda, de forma irónica le recordó a un niño, uno diabólico. Entonces cayó en cuenta de que podría tomarse como uno, solo que esté tenía una conciencia maligna pero en inocencia por lo desconocido era igual a eso, un niño.

Todo era nuevo para él, desde la húmeda pero compacta tierra sobre la que caminaban siendo modelada por pequeñas piedras a los costados simulando caminos, distintos animales de diferentes tamaños paseándose libremente por el lugar, pero sobre todo caballos, más estos parecían estar atados igual a cuando él era un prisionero. El día era nublado y con ventisca levemente fría, eran principios de noviembre y el invierno ya se adentraba. Había un sin fin de olores, destacando el de humedad pero también distinguía otros como madera y hierro quemado, carne y sangre cuando pasaron por el lugar donde estaba el animal blanco con manchas negras, entre otros, no era el mejor ambiente pero lo prefería a asfixiarse con el polvo del cobertizo.

Aida en cambio, sintiéndose mal por su anterior amenaza intento remediarlo, ella también tuvo sus altibajos y en sí, era la primera vez que dejaba de estar en un lugar tan alejado de la población, debía darle un poco de mérito.

— Si todo sale bien, prometo darte un recorrido por el pueblo.

Él giro a verla y por primera vez en todos sus milenios de existencia sonrío sin maldad alguna hacia la única humana a la que le tenia respeto.

Era un sentimiento extraño, aún había rencor por su parte pero al mismo tiempo estaba esa pequeña admiración, pues aunque suene tétrico, era la única que estuvo tan cerca de matarlo, ni siquiera la tortuga llegó tan lejos. Y aquella admiración era acompañada por agradecimiento pues aún no olvidaba todas esas veces en que solo era un montón de huesos y que tuvo cientos de oportunidades para acabar con él y aún así no lo hizo, y ya no le creía el cuento de que prefería morir con él a seguir siendo lo que era ahora, de ser así ya lo habría exterminado.

Después de ello asintió poco frenético. Debía acoplarse a su nueva realidad lastimosamente bajo las reglas de la pelirroja si quería seguir vivo.

Pero no por mucho. Ya tendría su oportunidad.


FIN DEL FLASHBACK


— Joven Gray. — hablo un hombre delgado y canoso con un deje de asombro, creyó que era alguien mucho mayor.

Se acercó a la pareja dejando en segundo plano a la pelirroja que lo presentó segundos atrás mientras estudiaba al hombre de ojos verdes. Se podía ver la duda en su rostro, incluso un muy leve deje de miedo que lo hizo sonreír satisfecho, podía ser un investigador muy reconocido pero ese era su territorio y su pueblo, además, logró sentirse orgulloso de su mirada amenazadora que moldeó a lo largo de los años, él era la autoridad y debía infligir ese miedo si quería respeto. Lo que no sabía es que su creencia era por mucho, errónea, pues al ser al que temía era a la mujer a su lado, si algo fallaba y está no lograba matarlo, seguro lo haría sufrir como los primeros días que lo tuvo encerrado.

El sheriff procedió a extender su mano y Robert haciendo una pequeña mueca de desagrado la tomó dándole un buen apretón, Aida dijo lo importante que era aquella acción entre los humanos y por más tonto que le pareció, lo hizo.

De pronto un carraspeo resonó por toda la iglesia y el pueblo entero — que antes tenía la atención en el forastero — giró a ver al padre.

— Señor Gray... — mostró sus dientes amarillentos y algunos quebradizos recalcando sus arrugas y grasa del rostro.

Aida no aguanto mucho su mirada, era un hombre horrible e incómodo de ver, no por su aspecto sino que lograba transmitir cierta disconveniencia con un solo vistazo.

» — En nombre de todos los aquí presentes le doy la bienvenida a Derry. — Extendió sus brazos mientras que Eso entrecerró sus ojos sintiendo lo mismo que Aida, algo en él andaba mal — Me encantaría recibirlo como es debido pero en este momento nos encontramos en misa, en la casa del señor. — Eso le dio una mirada desorientada a Aida a lo cual ella intentó tranquilizarlo con la misma, el sheriff estaba bastante cerca de ellos como para explicarle toda la religión católica.

Por ello aún en el mismo estado el rubio asintió breve y con duda recibiendo una sonrisa torcida del hombre de blanco.

» — Pero, por favor, tome asiento... — Señaló los primeros lugares y Robert sin saber qué hacer volvió a mirar a Aida.

La chica le dio una sonrisa tranquilizadora comenzando a caminar hacia una de las largas bancas lugares más atrás de donde el padre le había indicado al de ojos verdes. Y ella esperanzada de que copiara su acción donde le indicaron, sintió como a los pocos segundos Eso se sentaba a su lado con la gran duda plasmada de sí lo estaba haciendo bien sobre su rostro haciéndola suspirar.

Claro que ese no fue algo que los presentes dejaron pasar, más sentían el profundo respeto por la iglesia como para chismorrear en frente de los ojos de Dios. Aida ansiosa busco una cabellera igual a la suya en la multitud encontrándose a su madre dirigiéndole una mirada molesta mientras se abanicaba de forma brusca.

Respiro ansiosa, no le esperaba nada bueno. El padre Growth sintiendo la tensión en el aire trato de desviar la atención de la rebelde pelirroja conocida por el pueblo, aún no entendía como alguien tan respetable como Edward quería estar con una muchacha incontrolable.

— Démosle gracias al Señor por traer la salvación a Derry. — señaló al vestido de negro, el cual él y la chica a su lado quisieron soltar una gran carcajada al oírlo — Robert Gray nos ayudará a capturar a la bruja que está repartiendo mal en nuestro pueblo.

Varias ovaciones se escucharon por el lugar pero cuando el mayor dio indicios de continuar estas cesaron de poco a poco.

Ahora, el mal estaba entre ellos. Sin darse cuenta le abrieron las puertas de la misericordia a sus peores miedos y pesadillas, sin notarlo sus almas eran atravesadas con cuchillas de la verdad saciando su curiosidad y malicia adornada de sonrisas amables deseando acabar con todo rastro de vida frente al que creían su gran Amo. Fueron abandonados y puestos en exhibición para el peor de los desastres.

Los minutos pasaban lentamente para Robert, el cual, dejaba de ver el lugar con peculiaridad pasando así a querer resolver sus dudas.

Toco el brazo de la chica a su lado.

— ¿Qué significa la cruz en la pared? — susurro dejándola sin habla.

Estaba pensando una forma rápida y sencilla de explicárselo mientras abría la boca pero la mirada reprimiéndola del padre la hizo callar, no podía hablar en misa.

— Luego te explico. — Él, poco convencido, asintió.

Poco más de media hora después finalmente la sesión terminó logrando que la criatura soltara un suspiro aliviado. Incluso para no agobiar a Aida hizo su intento por comprender lo que salía de la boca de ese humano pero todo sonaba muy extraño.

Seria muy fácil decir que era una criatura egoísta que no le interesaba en lo más mínimo lo que ocurriera a su alrededor pero no podía negar y ocultar que tenía gran curiosidad por aquella subespecie llamada "humanidad".

Ambos se pusieron de pie cuando más de la mitad ya había salido, pues la pelirroja aún no quería que Eso se acercara demasiado a las personas.

Aliviados pensaban que se habían salvado de la interrogación cuando antes de poder huir una impotente voz los llamó.

— Señor Gray, podemos comenzar.— El sheriff lo invitó con una mirada amable mientras que a Aida le señaló la salida a lo cual ella asintió extrañando a Robert preguntándose porque eran así con ella y porque ella se dejaba.

La pelirroja indecisa comenzó a alejarse de Eso pero este al notarlo sintió pánico.

— ¿Adónde vas? — susurro nervioso.

Aida al verlo no sabía cómo sentirse, era una gran satisfacción ver como muy en el fondo esa cosa temía y necesitaba de ella dejando esa actitud soberbia y malvada de lado, preocupado por lo que pudiera pasar.

— No puedo quedarme, — susurro de vuelta — pero estaré justo afuera, te esperaré. — La miró dudoso. — Y que no se te ocurra cometer alguna estupidez.

Eso ignoro lo último.

— ¿Qué voy a decir?

Aida se lo repitió muchas veces, entendía cuál debía ser la finalidad de la charla con esos humanos pero no sabía cómo hacerlo. La de vestimenta roja bufo frustrada moviendo a toda velocidad su cerebro hasta que una idea llegó rápidamente.

— Se que viviste mucho tiempo bajo tierra pero lograste enseñarme a controlar mis nuevas... habilidades. — dijo con cuidado en susurros bajo la mirada de ambos hombres a varios metros impacientes, por lo que se dio más prisa — Sigue mi voz, ¿okey? Solo concéntrate en ella y repites lo que diga. — Él, captando la idea asintió más tranquilo y finalmente Aida se alejó saliendo de la iglesia mientras susurraba cosas sin importancia para que Eso no la perdiera mientras que ella trataba de concentrarse en la voz del padre y del sheriff.

Mentiría si dijera que no estaba nerviosa, era su primera charla importante con la autoridad aunque estuviera con un disfraz, por así decir.

Ambos hombres observaron a los jóvenes con notable fisgonearía, era curiosa la forma en la que se miraban y como él parecía no querer separarse de la pelirroja. Y aquello los hacía ver a la chica con desaire, ya estaba comprometida con Edward y ni con él lucía tener esa cercanía que con el extraño.

— Es una linda chica, ¿no cree? — pregunto de forma acusatoria el policía.

Aida, ya fuera de la iglesia, pudo sentir el daño que querían hacerle a su reputación, desde su despertar dejó de ser el agrado de muchos, pero no se los permitiría.

« No digas nada »

Robert, haciendo caso a su petición quedó mudo, de igual forma no sabría que responder.

En su especie era normal que las hembras fueran más grandes que los machos y usualmente eran de un color más oscuro además de tener una pata más que ellos. Y entre más larga fuera esta y más imponente fuera la hembra resultaba más atractiva. Claro que con los humanos era diferente y aún no tenía el gusto de poder identificar los distintos tipos de lo que podría considerarse belleza en su mundo, pues no prestaba atención a sus víctimas, solo las devoraba, Aida era la única humana — o al menos eso fue — que había visto, vaya.

El padre soltó una risa ante su silencio.

— Todo un caballero. — palmeó su espalda y Robert pudo sentir el olor a uva (creía que así se llamaba aquel fruto) y alcohol — Me agrada este sujeto.

El sheriff también rió poco convencido cambiando repentinamente a un semblante serio.

— Bueno, a lo que vino detective, — comenzó a encaminarse hacia una gran mesa con varios papeles sobre ella siendo seguido por los dos restantes — tenemos un problema con un asesino serial-

— ¿Así les dices ahora, Jeff? — hablo con un deje de burla el hombre calvo y regordete — Son brujas.

Robert, el cual se mantenía ajeno a la plática al no escuchar algo más de Aida se dio un momento para detallar a los dos humanos frente a él.

El tal sheriff era un hombre alto, pero no más que el, tenía la mayoría de su cabello blanco y piel clara — aunque no tanto como la de Aida — adornada con varias líneas de expresión bastante marcadas, ojos de su mismo tono pero más pequeños y achinados junto con una barba corta siendo adornada por un lunar poco más arriba además de ser delgado pero no lucía atlético ni fuerte.

Y el otro era mucho más bajo que ambos, fácilmente podría llegarle al hombro, sólo tenía cabello a los costados de su redonda cabeza repleta de pecas y verrugas, también era gordo y lucía una piel brillosa, sus ojos eran demasiado pequeños y solo parecían puntos negros en medio de su rostro con una nariz ancha y chata.

A lo lejos escucho como Aida se aclaraba la garganta, entonces supo que pensó mucho sus palabras y el de inmediato las repitió tal cual.

— Respeto su opinión padre, pero difiero de esta. — soltó finalmente ganándose dos miradas asombradas por su atrevimiento.

— ¿Acaso está contradiciéndome?

Siguió las órdenes de Aida.

Soltó una risa leve sin una pizca de gracia.

— No, ¿cómo cree padre? — preguntó retóricamente dejando los archivos que acompañaban al original Robert Gray, los cuales tenían información sobre los asesinatos. — En mi opinión y según estudié el caso, estas masacres parecen más ser hechas por algún animal.

El padre Growth le dirigió una mirada amarga mientras el sheriff tenía una pensativa.

— Eso creíamos nosotros pero al revisar los últimos casos caímos en cuenta que el modus operandi es el mismo y no tan descuidado como los primeros. — Mostró los dibujos realizados después de descubrir las horripilantes escenas del crimen junto con su información.

Robert, externo a Aida, miró con interés las hojas poniendo en práctica lo que esta le enseñó sobre lectura y conteo.

— ¿Son nueve niños? — preguntó sorprendido y con un deje de molestia.

Eso significaba que Aida devoró a más de los que le dijo.

— Si... — respondió el sheriff algo dudoso por su actitud — Creí que ya lo sabía.

— Ah, si, sólo quería confirmar.

Aida mientras tanto sintió como su engaño con Eso se venía abajo, pues ella solo le contó y dio de comer a Rosalie, Lord Barbow y unos cuantos animales, los otros dos niños que mató fue cosa suya.

— Y también ¿cómo explica la falta de ojos?

Aida volvió a entrar a su papel llamando la atención de Robert ignorando el detalle de "los últimos asesinatos".

— Eso es fácil de explicar. — señaló el más alto — Pudo no ser cosa del asesino, y los ojos, al ser la parte más blanda del cuerpo, hasta el tiempo en que fueron encontrados pudieron ser comida para algún pájaro o insecto.

El anciano asintió no muy contento con su respuesta.

— El detective tiene razón, Growth. — El nombrado le dedicó una mirada ofendida (aunque bien disimulada) a su compinche — Mirando el caso por un lado más profesional yo también diría que se trata de un animal, no de un ser humano.

Aida festejo en sus adentros, era muy fácil combatir argumentos "fantásticos" con la lógica y razón, pero eso no significaba que la iglesia podía ignorarlos y aún así creer lo que le diera la gana.

Ellas no son humanas, son demonios que lucen como tal.

Aida desesperándose hablo rápido.

— Lo lamentó, no creo en ello.

Ahora el padre observo al forastero con evidente incredulidad.

— ¿Acaso pone a prueba la palabra de Dios? — preguntó de forma amenazante acercándose de forma peligrosa hacia Robert pero lejos estaba de intimidarlo.

La pelirroja en cambio le dio un pequeño golpe en su frente, no debía dejarse llevar por el enojo.

— No piense mal, soy creyente, pero también pienso que el mal no puede dañarte si no se lo permites, no se preocupe, estamos a salvo. — Aida le ordenó curvear sus labios hacia arriba y este lo cumplió aunque pareció más una mueca que otra cosa — Claro, a menos que se encuentre con la bestia.

Ambos hombres mayores se dedicaron una mirada para luego regresar su vista al muchacho de grandes ojos verdes que posaba con un intento de sonrisa.






A los pocos minutos finalmente salió el rubio del lugar encontrándose con una ansiosa pelirroja en las escaleras de la iglesia.

— ¿Qué pasó? ¿Te creyeron?

Robert la vio molesto y terminó suspirando.

— Lo último que mencionaron fue que mandarían a los cazadores a buscar a la "bestia". — La chica sonrió extasiada y aplaudió dando pequeños brincos de felicidad — Pero también dijeron que no estaba de más que siguiera recaudando pistas.

— ¡Perfecto! — celebró en un tono no muy alto — Ahora solo debemos-

— ¿Comiste más? — preguntó enojado pero segundos después Aida pudo notar la duda en su rostro — ¿O fue la bruja?

— No existe ninguna bruja, Robert. — susurro rodando los ojos sintiéndose rara por llamarlo así, aún era nuevo — Y no... — mintió — Seguro que si hay un animal salvaje por ahí. — dijo sin importancia en tanto el joven asintió para nada seguro de sus palabras aunque tampoco estaba en posición de replicar. — Igual, para cuatro niños es mucho alboro-

— Son nueve. — Le recordó y ella calló un momento.

Entonces si existía una bestia.

De pronto Aida abrió los ojos alejándose de la criatura a su lado con evidente temor.

— ¿Qué? — preguntó confundido.

— ¿No tendrás nada que ver en eso, o si?

El rubio ofendido entrecerró los ojos y la observo incrédulo.
























— ¡Aguas!

— ¡Cuidado!

Antes de que ocurriera una tragedia Aida logró jalar a Robert de su traje cambiándolo de lugar con fuerza y luego el par escuchó como todo ese desperdicio caía metros lejos de ellos.

La pelirroja buscó al responsable encontrándose con una mujer que le hizo un gesto poco amigable y Aida en respuesta le lanzó una mirada furiosa. De verdad que odiaba a todos en ese asqueroso pueblo.

Regreso su vista a Robert el cual lucía curioso hacía la cosa extraña y mal oliente que estuvo por caerles encima.

— ¿Qué es eso? — Su mueca de asco lo decía todo, y era peor con sus sentidos mejores a los de cualquier humano, pues si cuando ella era normal no toleraba el olor, ahora menos.

— Si, bueno... — se enredó entre palabras, en ese instante sintió vergüenza por toda la humanidad — Los humanos, — comenzó — después de comer tenemos necesidades, desechos más bien. — Él asintió comprendiendo — Y por eso mismo huelen mal, los llamamos pipí y popó. — Eso la vio de forma extraña y ella solo se pudo encoger de hombros penosa. Suspiro. — Como sea, por su hedor no podemos mantenerlos en nuestras casas entonces cuando llenamos un cubo y el olor ya no es tolerable los desechamos por las ventanas y gritamos aquella advertencia por si alguien está pasando cerca. — Explicó lo más breve que pudo mientras él seguía con esa misma expresión de extrañeza — Claro que Antonina tenía toda la intención... Pero ignóralas, algún día le pasará lo mismo. — Terminó con un deje de molestia.

— Es asqueroso. — Fue la única reacción que tuvo por parte de él y ella asintió de acuerdo.

— Ojalá un día alguien invente un mejor método...

Siguieron caminando cada uno metido en sus pensamientos; le prometió un "recorrido", aunque no fuera la mejor en dicha tarea. Eso sólo se repetía la repulsión de ser que eran los humanos y como casi pedían a gritos que los devorara mientras que Aida le daba más vueltas al asunto del asesinato de los nueve niños. Ella era causante de cuatro asesinatos hasta ahora — todavía se sentía mal por eso, a excepción del que pudo ser el esposo de Emily, el si se lo merecía — pero no tenía idea que pudo pasar con los otros cinco, estuvo tan enfrascada en enseñar a ser civilizado a Eso que ni siquiera se enteró que hubo más muertes. De hecho se perdió de varias cosas, como el castigo impuesto a Emily, la ejecución de la gemelas, la despedida de los pescadores, entre otras cosas, aunque no es como si hubiera querido asistir a ninguno, prefería soportar a Robert que seguir entre esa gente.

Claro que al principio su primer sospechoso fue la cosa a su lado que miraba con hambre voraz a los niños que jugaban a la cuerda a unos metros de ellos por lo que lo tomó del brazo y lo guió en un camino diferente antes de que comenzara a babear a lo cual este le dedicó una mirada rendida y de reproche. En fin, volviendo al tema, al inicio si tuvo sus dudas pero nada encajaba en su teoría, si hubiera sido eso significaría que ya habría escapado del cobertizo hace mucho y que estaba cien por ciento recuperado y por ende, no estaría haciéndole caso a sus ordenes en estos instantes.

¿Pero qué o quién podía ser ahora?

No fue hasta que sintió como su acompañante se sacaba de su agarre yendo directamente hacia un montón de niños que reían a carcajadas por algo ajeno a su vista.

Atemorizada sus piernas casi volaron al intentar alcanzarlo — ya que iba muchos metros por delante — esperando no llegar tarde y sentir la impotencia por no poder evitar una masacre. Más cuando llegó se llevó una gran sorpresa.

Eso no parecía ni reparar en los niños a su alrededor, — aunque no lo creía posible — sino que prefería observar lo que tanto los hacía reír de forma confusa.

Ante ello Aida no supo cómo sentirse, si aliviada, curiosa ante su reacción o divertida por la misma.

Era un show de marionetas. Reconoció la obra de inmediato: Hansel y Gretel.

La pelirroja al verlo tan entretenido lo tomó del brazo guiándolo hasta uno de los conjuntos de heno que usaban como asientos para disfrutar más amenamente el espectáculo.

Ya estaba algo avanzada, los protagonistas ya habían sido capturados por la bruja Mazapán en su choza de dulce y esta amenazaba a Hansel para que comiera más dulces.

— Es un cuento muy popular. — susurro a su acompañante para hacerlo entrar en contexto al verlo tan interesado — Trata sobre dos niños que se pierden en el bosque, intentaron dejar migajas de pan en el camino para poder volver a su hogar pero los pájaros se las comieron. — El giro a verla con interés — Entonces los niños buscan una salida pero en ello encuentran una casa hecha de dulce en el bosque y gracias al hambre que tenían comienzan a comer despertando la furia de la bruja que vivía ahí.

— Dijiste que no existían las brujas.

— Es solo una historia, no significa que sea real... — Asintió y ella continuó con el cuento — La bruja los capturó para comérselos y por eso quiere engordar a Hansel. — Señaló el títere que fingía comer con los niños a su alrededor gritando advertencias hacia el muñeco.

Eso se cruzó de brazos comprendiendo.

— ¿Los humanos piensan que somos brujas?

Aida asintió con un levantamiento de hombros.

— Pero nosotros no hacemos rituales adorando al diablo. — intento bromear pero ni siquiera ella pudo reír — Aún no me dices que ere...

Antes de terminar se dio cuenta que su acompañante ya no estaba a su lado. Asustada lo busco rápidamente con la mirada encontrándolo no muy lejos justo en frente de las marionetas.

Al no tener idea de que eran o cómo funcionaban las tomó con fuerza entre sus manos y sacándoselas al hombre que se encargaba de hacer el espectáculo.

Aida sintió pena ajena cuando los niños comenzaron a reclamarle por interrumpir el show por lo que rápidamente se dirigió a él arrebatándole los muñecos.

— Oye amigo — llamó el titiritero sin monsters su rostro, solo sus manos — ¿Te importa? — Soltó en un tono molesto y cansado.

La pelirroja volvió a acomodarlos en las manos del irritado extraño.

— Mil perdones... — musitó con vergüenza volviendo a tomar a Robert alejándolo del lugar.

Eso al percatar su acción quiso poner resistencia.

— Espera, quiero saber cómo termina.

— Gretel pelea con la bruja y libera a Hansel. — hace una pausa — Después la queman en su propio horno.

Terminó de forma seria quedando absuelta en sus pensamientos ante ello.

Las brujas eran condenadas de distintas formas según sus delitos. A algunas les cortaban la cabeza, a otras las colgaban mientras que a las peores las quemaban. No sabía cuál era el peor de entre todos esos castigos.

No fue hasta que un ladrido muy cerca de su rostro la hizo volver a la realidad además de un jalón ahora por parte de Robert que la hizo apretar su agarre hacia él por la sorpresa.

Al entender la situación noto como Mills, el segundo al mando de Edward jalaba con fuerza del cuello a Max, uno de los perros de caza del anterior nombrado. Pero este no era el dulce sabueso que lamía a las personas y te movía la cola, en cambio actuaba como loco y tenía espuma en la boca.

Aida estaba por preguntarle al joven que le ocurría al pobre can pero antes de siquiera poder articular palabra este le dirigió una mirada suspicaz a la pelirroja al verla tan cerca del forastero, le debía lealtad a Edward, no a ella a fin de cuentas y él tenía que saber que el tal detective ya estaba entre las faldas de su prometida.

Pero la chica ni en cuenta de ello pues con temor siguió apreciando como el tipo de gran barba lo arrastraba hacia el matadero.

Casi de inmediato vino a su mente el primer recuerdo que tuvo con ese pequeño amigo. Ella y Edward tenían trece y quince años, respectivamente, jugaban en el bosque en la espera de Miranda cuando un hombre que iba de paso con varios cachorros les expresó que su perra los había dado a luz a la mitad de su viaje y que no podía hacerse cargo de ellos y sin más se los regaló, un macho y una hembra, Max y Daisy. Obviamente la madre de Aida no la dejó conservar a Daisy pero Edward la cuido muy bien esos años y Aida por supuesto iba todas las tardes a ver cómo crecía la pareja, y cuando menos a los dos años tuvieron su primera camada y de ahí nacieron todos los perros cazadores de Edward, fueron seis hermosos cachorros junto con Max que lo acompañaron en sus primeras aventuras como cazador mientras que Daisy se quedaba en casa cuidando a la madre del pelinegro, tenía mucho sin ir a verla.

Ante aquella memoria un aire de tristeza la invadió, su vida ya no sería inocente como antes, ahora era un monstruo. Y el rubio a su lado — que aún la sostenía firmemente — pudo sentirlo sintiendo lo mismo que aquella noche que llegó desconsolada.

— ¿Qué ocurre?

— Es Max, él.... — Aida parpadeo varias veces para borrar hasta el último rastro de sus ojos llorosos girando su cabeza hacia Robert y accidentalmente quedando a una corta distancia.

Eso, después de eones logró volver a sentir una explosión de olores dulces y embriagantes llegando al punto de ser sabores adictivos y seductores logrando así que los faros dentro de él brillen con más intensidad de alguna extraña forma mientras que Aida sintió su rostro arder siendo ahora lo más parecido a su cabello, realmente nunca estuvo tan cerca de alguien del sexo opuesto, ni siquiera de Edward y diablos, como odiaba que la forma humana de esa cosa fuera tan atractiva. Se asustó ante su último pensamiento, no, más bien se aterró, tenía una lista con millones de razones — además de las advertencias de La Beldam — para no humanizar ni sentir algo más por esa... cosa.

Lo alejó de un rápido empujón recomponiendo su postura carraspeando. Al igual que la pueblerina, Eso recobró su mente creando un gran incógnito de lo que acababa de ocurrir. De verdad los humanos eran tan complicados de entender.

— Están por sacrificarlo. — mencionó en un hilo de voz y su compañero le dio una mirada curiosa — A Max, — aclaró — lo van a llevar al matadero, seguro contrajo algún virus. — Sin querer volvió a conectar con esos grandes orbes verdes — Y los animales que no pueden controlarse y que representan un peligro, los matan.

Abrió los ojos asombrados cayendo en cuenta de algo importante, no tanto por la situación de ese tal animal, sino por comparar aquello con su caso.

Tuvo razón. Era un peligro y aún así no lo extermino. La libertad pudo darle más oportunidades de razonar varias situaciones, experimentar nuevas sensaciones y tener diferentes percepciones sobre Aida, ya no más como la carcelera.

Extrañamente quería entender, comprender a su presa. Pero lo que más le gustaba era como era explicado por Aida. La paciencia y el gusto que mostraba por hacerlo igual lo gratificaba.

— Se hace tarde. — lo interrumpió de sus pensamientos — Debo llevarte a alguna posada.

— ¿Adónde? — preguntó confuso siguiendo a la pelirroja pero antes de que siquiera pudieran caminar dos metros alguien se interpuso en su camino quitándole el aliento a Aida.

Trago duro.

Se sintió ansiosa de repente. Lo qué pasó hace pocos segundos la perseguía, esa cercanía que sintió con eso, el tiempo que llevaban juntos, todo. Fue como si Edward supiera todo.

— Hey, te estuve buscando. — Soltó con una sonrisa tranquila hacía la de ojos castaños — ¿Dónde te habías metido?

¿Su madre ya le habrá dicho sobre el compromiso?

— Y-Yo... — carraspeo — L-Le daba un recorrido a-al detective.

— Oh, — siguió con esa sonrisa radiante que la hacía sentir culpable — bienvenido al pueblo de Derry, por cierto.

Se acercó a Eso extendiendo su mano en forma de saludo mientras que el más alto lo miró con una ceja alzada con cierto rechazo intercalando su vista hacia él y hacia Aida de forma sospechosa. Algo entre ellos olía extraño. Pero aún así repitió aquel apretón igual que con el sheriff haciendo que Aida respirara poco más tranquila.

— ¿Y, ya encontraste dónde hospedarte? — preguntó amable metiendo sus manos a sus bolsillos mientras que Eso frunció el ceño.

No quería hablar con ese humano y a tuvo suficiente con el tal padre y él sheriff.

— A-Aún no, íbamos para la p-posada de la señora Dalloway...

Robert comenzaba a desesperarse por la interrupción de ese tipo y por la extraña habla de Aida ¿acaso le temía? ¿Por qué? Era un mortal más.

— Entiendo... — dijo pensativo pero al siguiente instante se dirigió nuevamente hacía él — Amigo, esta noche habrá fiesta en la cantina del pueblo, deberías venir.

La pelirroja apretó sus labios frustrada, quería simplemente decirle lo que pensaba e irse sin sentir pena o culpa, hasta libre de miedo por lo que pueda ocurrir después. Y ahora hasta Robert sería víctima de su sociedad y lo corromperían — más de lo que ya —. Entendía que era algo fuera de su alcance y su maldad iba en naturaleza, si ya era malo no quería pensar cómo sería si se acoplara a las normas de su aldea, perdería el miedo y respeto que ella se ganó ante él.

Pero sorpresivamente, la respuesta del rubio dejó sin habla al par bicolor.

— No, quiero estar con Aida.

Ante ello la anterior nombrada giró su cuello tan rápido hacia él que de ser una persona normal ya estaría roto. Lo miro con los ojos bien abiertos asombrada como sus labios ligeramente separados y sus mejillas rojas volviendo a sentir todo lo de antes cuando lo tuvo apenas a centímetros. Más Robert no supo interpretar aquello como algo más y al ver a la de vestimenta rojiza recordó un gran detalle sobre sus lecciones.

— Pero... gracias... — Espetó orgulloso hacia la chica esperando haberlo dicho bien.

— Ou. — Fue lo único que pudo salir de la boca de Edward el cual, por primera vez en su vida se sintió amenazado.

Sabía que Aida era hermosa y que no pasaba por alto por nadie en el pueblo más nunca fue problema, todos en Derry sabían que tarde o temprano estarían juntos y no se entrometían, además hasta ahora no hubo nadie con la osadía de enfrentársele.

Apretó su mandíbula con celos. Estaba en todo su derecho de reclamar pero conocía a Aida y cómo está odiaba los escándalos, tampoco quería involucrarla en uno, hablaría con ella después, a solas.

— Está bien. — dijo más a fuerza que a ganas — Igual... la invitación sigue en pie.

Sin más que decir, el pelinegro se dio media vuelta perdiéndose entre los pueblerinos mientras que Aida seguía pasmada en su lugar.

No sabía si era cierto o no pero fue... gratificante, escuchar como alguien gustaba de su compañía y quería quedarse con ella, tal vez porque no conocía otros entretenimientos, pero ¿qué más daba? Ya estaba con ella y ya no estaría sola.

Su abuela siempre le daba un poco de su tiempo pero si tenía algo más importante que hacer con algún cliente o receta, iba. Su madre, buenos nunca se despegaba de las faldas de Olga, su padre ni siquiera valía la pena mencionarlo. Edward por lo general estaba con los cazadores y Amanda buscaba marido o cuidaba a sus ovejas.

— ¿Y bien? ¿Vamos a buscar la pascua? — preguntó ansioso haciendo que Aida le regale su primera sonrisa.














Tal y como dijo la pelirroja, fueron a una posada del pueblo buscando asilo para Robert donde dejaron las cosas del detective, entre ellas ropa, artículos de limpieza y muchos archivos de investigación y notas. Más esto último fue algo con lo que Aida siguió cargando con el fin de leerlo más tarde y tener una idea de donde pudieron salir los otros cinco cadáveres.

Pero aquello era una fachada. El pueblo debía pensar que era una persona común y corriente, que bajaran la guardia ante el forastero hasta que pueda pasar desapercibido pero claro que Aida no lo dejaría suelto por ahí sin vigilancia alguna. Por ello, por la puerta trasera del lugar y sin ser vistos, lo sacó hasta un lugar indefinido para él. Pero con base de acercaban a su destino comenzó a reconocer sus alrededores sintiéndose engañado aunque aún desorientado.

No fue hasta que llegaron a la terrible cabaña donde estuvo cautivo quien sabe cuánto tiempo que se detuvo cambiando a una postura rígida negándose a entrar.

— No quiero cadenas. — hablo firme haciéndola suspirar cansada — Me quedare allá. — Señaló el camino por donde llegaron en tanto Aida le dirigió una mirada incrédula y hasta con cierta burla.

— ¿Para que asesines a todos por la noche? — preguntó con evidente sarcasmo — No lo creo.


» — No confió en ti. — Robert frunció el entrecejo y ella por poco y se ríe, no le quedaba hacerse el ofendido cuando sus razones eran más que obvias. — Las personas del pueblo ya te vieron, no puedes desaparecer así como así, volveré temprano por ti. — prometió.

— Está bien, — pensó un poco cubriendo su indignación, debía jugar bien sus cartas — confío en ti.

Ahora ella fue la que quedó sin voz.

— Andando... — susurro con la mirada gacha adentrándose al lugar oloroso a madera vieja con Eso detrás de ella.



















Fue a mitad de la noche bajo la penumbra y luz de la luna cuando decidió actuar.

Dejando de fingir y restableciendo su verdadero rostro quitando esa máscara de debilidad finalmente lo hizo. Rompió la cadena que lo aprisionaba poniéndose de pie de forma galante masajeando su extremidad antes atrapada en el arma de tortura hecha de hierro.

Sus bellos y humanos ojos verdes cambiaron a amarillos brillantes y cazadores siendo lo único que podría verse entre tanta oscuridad.

No había rendición de su parte y nadie tendría forma de escapar. Era el cazador.

Y finalmente desapareció como si de humo se tratase entre las sombras con una meta fija en mente.

Ya no había lugar donde esconderse. Era un villano con sed y hambre en su interior devorándolo.

La caza comenzaba y sería un juego de supervivencia buscando desesperadamente quien tendría el control. Si querían sobrevivir debían ser astutos pero solo sería alargar el sufrimiento del cual estaba dispuesto a someter.

Llego a su destino escuchando el corazón de su víctima igual que un tambor. Buscaba sangre y miedo, sino podía tomarla de alguien más entonces se lo robaría a ella.

Aida olvidó que jugando con fuego podría quemarse.

¿Estaba lista para ello?

Recordó el lugar como lo primero que vio — después de Aida — al despertar. Un lugar parecido al cobertizo donde lo quiso dejar encerrado pero mucho mejor.

No tardo mucho escabulléndose entre rincones para encontrar a su presa.

Vio a la pelirroja caminar de un lado a otro con evidente preocupación, no era para menos, no debió confiar en él, mucho menos alimentarlo. Así eran los humanos a fin de cuentas, sensibles e ingenuos. Debía corromperla, quebrar cada pedazo de su mente hasta volverla en nada, igual que él.

Su potencial sería desperdiciado de no ser así.

Exploró su mente, visitando los mismos lugares en donde estuvo mientras él se encontraba cautivo. Volvió a presenciar la muerte de la niña rubia que también el comió, hasta revivir los asesinatos de otros dos niños, molesto buscó por los demás pero no hubo éxito. Frunció su ceño y rendido comenzó su trabajo con los tormentos que ya tenía.

Prefirió usar al niño pelinegro y elegante de sus recuerdos. La última vista que tuvo de él fue parecido a los otros, faltaban sus ojos igual que el sheriff relató junto con varios órganos de su tórax y los dedos de sus manos.

Sonrío mostrando sus afilados colmillos convirtiéndose en aquel niño que tuvo la desdicha de encontrarse a su nueva creación.

Aida lo encontró paseándose en un oxidado triciclo sobre las quebradizas hojas de otoño por el bosque.

Llamó su atención comenzando a pedalear asegurándose de que el chillido del metal fuera escalofriante dejando sus ojos rojos deseosos de miedo resaltar en la oscuridad del largo pasillo comenzando a dirigirse hacia ella, la cual, era la única iluminada por la luna.

Expandió su sonrisa al sentir el potente olor de miedo a la vez de verla cerrar sus ojos y tapar sus oídos.

Paso por un tramo de luz dejándose ver como un cadaver putrefacto lleno de sangre coagulada, mostrando sus huesos repletos de larvas. Regreso a la oscuridad un segundo cuando decidió intercalar papeles con un muñeco de vestimenta similar al infante que se encontraba en el mismo hogar de la pelirroja.

Detuvo el muñeco justo en frente de ella asegurándose de verla a los ojos. Los ojos rojos del muñeco brillaron igual a los de él dejándose ver por pequeños instantes en la nuca de su antigua carcelera.

Entonces con un aire terrorífico y con una voz grave y distorsionada musitó lo que sería el principio de su infierno.

— El juego comenzó.




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AIDA YA ESTA
EN MI LIBRO DE OC's
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